I. La Revelación de la Providencia
SAN
Juan Pablo II
9
Catequesis sobre la Providencia de Dios
I. La Revelación de la
Providencia
II. La Providencia en la Biblia
III. La Providencia:
poder y sabiduría amorosa
IV. Providencia y libertad
del hombre
V. Providencia y predestinación
VI. Problema del mal y
del sufrimiento
VII. Jesús, respuesta al
problema del mal
VIII.
Providencia de Dios y dominio del mundo por el hombre
IX. Relaciones entre el Reino de Dios y el progreso del mundo
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I. La Revelación de la Providencia
(30.IV.86)
1. 'Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la
tierra': el primer artículo del Credo no ha acabado de darnos sus
extraordinarias riquezas, y efectivamente, la fe en Dios como creador del
mundo (de las 'cosas visibles e invisibles'), está orgánicamente unida a la
revelación de la Divina Providencia.
Comenzamos hoy, dentro de la reflexión sobre la creación, una serie de
catequesis cuyo tema central está justamente en el corazón de la fe
cristiana y en el corazón del hombre llamado a la fe: el tema de la
Providencia Divina, o de Dios que, como Padre omnipotente y sabio está
presente y actúa en el mundo, en la historia de cada una de sus criaturas,
para que cada criatura, y especificamente el hombre, su imagen, pueda
realizar su vida como un camino guiado por la verdad y el amor hacia la meta
de la vida eterna en El.
'¿Para qué fin nos ha creado Dios?', se pregunta la tradición cristiana de
la catequesis. E iluminados por la gran fe de la Iglesia, tenemos que
repetir, pequeños y grandes, estas palabras u otras semejantes: 'Dios nos ha
creado para conocerlo y amarlo en esta vida, y gozar de El eternamente en la
otra'.
Pero precisamente esta enorme verdad de Dios, que con rostro sereno y mano
segura guía nuestra historia, paradójicamente encuentra en el corazón del
hombre un doble contrastante sentimiento: por una parte, es llevado a acoger
y a confiarse a este Dios Providente, tal como afirma el Salmista: 'Acallo y
modero mis deseos, como un niño en brazos de su madre' (130, 2). Por otra,
en cambio, el hombre teme y duda en abandonarse a Dios, como Señor y
Salvador de su vida, o porque ofuscado por las cosas, se olvida del Creador,
o porque, marcado por el sufrimiento, duda de El como Padre. En ambos casos
la Providencia de Dios es cuestionada por el hombre. Es tal la condición del
hombre, que en la misma Escritura divina Job no vacila de lamentarse ante
Dios con franca confianza; de este modo, la Palabra de Dios indica que la
Providencia se manifiesta dentro del mismo lamento de sus hijos. Dice Job,
lleno de llagas en el cuerpo y en el corazón: '¡Quién me diera saber dónde
hallarlo y llegar hasta su morada!. Expondría ante El mi causa, tendría la
boca llena de recriminaciones' (Job 23, 3-4).
2. Y de hecho, no han faltado al hombre, a lo largo de toda su historia, ya
sea en el pensamiento de los filósofos, ya en las doctrinas de las grandes
religiones, ya en la sencilla reflexión del hombre de la calle, razones para
tratar de comprender, más aún, de justificar la actuación de Dios en el
mundo.
Las soluciones son diversas y evidentemente no todas son aceptables, y
ninguna plenamente exhaustiva. Hay quien desde los tiempos antiguos se ha
remitido al hado o destino ciego y caprichoso, a la fortuna vendada. Hay
quien para afirmar a Dios ha comprometido el libre albedrío del hombre: o
quien, sobre todo en nuestra época contemporánea, para afirmar al hombre y
su libertad, piensa que debe negar a Dios.
Soluciones extremistas y unilaterales que nos hacen comprender al menos qué
lazos fundamentales de vida entran en juego cuando decimos 'Divina
Providencia': ¿cómo se conjuga la acción omnipotente de Dios con nuestra
libertad, y nuestra libertad con sus proyectos infalibles? ¿Cuál será
nuestro destino futuro? ¿Cómo interpretar y reconocer su infinita sabiduría
y bondad ante los males del mundo: ante el mal moral del pecado y el
sufrimiento del inocente? ¿Qué sentido tiene esta historia nuestra, con el
despliegue a través de los siglos, de acontecimientos, de catástrofes
terribles y de sublimes actos de grandeza y santidad? ¿El eterno, fatal
retorno de todo al punto de partida sin tener jamás un punto de llegada, a
no ser un cataclismo final que sepultará toda vida para siempre, o -y aquí
el corazón siente tener razones más grandes que las que su pequeña lógica
llega a ofrecerle-hay un ser Providente y Positivo, a quien llamamos Dios,
que nos rodea con su inteligencia, ternura, sabiduría y guía 'fortiter ac
suaviter' nuestra existencia -la realidad, el mundo, la historia, nuestras
mismas voluntades rebeldes, si se lo permiten- hacia el descanso del
'séptimo día', de una creación que llega finalmente a su cumplimiento?.
3. Aquí, en esta linea divisoria sutil entre la esperanza y la desesperanza,
se coloca, para reforzar inmensamente las razones de la esperanza, la
Palabra de Dios, tan nueva, aunque invocada por todos, tan espléndida que
resulta casi humanamente increíble. La Palabra de Dios nunca adquiere tanta
grandeza y fascinación como cuando se la confronta con los máximos
interrogantes del hombre: Dios está aquí, es Emmanuel, Dios-con-nosotros (Is
7, 14), y en Jesús de Nazaret muerto y resucitado. Hijo de Dios y hermano
nuestro, Dios muestra que 'ha puesto su tienda entre nosotros' (Jn 1, 14).
Bien podemos decir que todas las vicisitudes de la Iglesia en el tiempo
consisten en la búsqueda constante y apasionada de encontrar, profundizar,
proponer, los signos de la presencia de Dios, guiada en esto por el ejemplo
de Jesús y por la fuerza del Espíritu. Por lo cual, la Iglesia puede, la
Iglesia quiere, la Iglesia debe decir y dar al mundo la gracia y el sentido
de la Providencia de Dios, por amor al hombre, para substraerlo al peso
aplastante del enigma y confiarlo a un misterio de amor grande,
inconmensurable, decisivo, como es Dios. Así que el vocabulario cristiano se
enriquece de expresiones sencillas que constituyen, hoy como ayer, el
patrimonio de fe y de cultura de los discípulos de Cristo: Dios ve, Dios
sabe, si Dios quiere, vive en la presencia de Dios, hágase su voluntad, Dios
escribe derecho con nuestros reglones torcidos, en síntesis: la Providencia
de Dios.
4. La Iglesia anuncia la Divina Providencia no por invención suya, aun
cuando inspirada por pensamientos de humanidad, sino porque Dios se ha
manifestado así, cuando ha revelado, en la historia de su pueblo, que su
acción creadora y su intervención de salvación estaban indisolublemente
unidas, formaban parte de un único plan proyectado en los siglos eternos.
Así, pues, la Sagrada Escritura, en su conjunto se convierte en el documento
supremo de la Divina Providencia, al manifestar la intervención de Dios en
la naturaleza con la creación y aún más con la más maravillosa intervención,
la redención, que nos hace criaturas nuevas en un mundo renovado por el amor
de Dios en Cristo.
Efectivamente, la Biblia habla de Providencia Divina en los capítulos sobre
la creación y en los que más especificamente se refiere a la obra de la
salvación, en el Génesis y en los Profetas, especialmente en Isaías, en los
Salmos llamados de la creación y en las profundas meditaciones de Pablo
sobre los inescrutables designios de Dios que actúa en la historia (Cfr.
especialmente Efesios y Colosenses), en los Libros Sapienciales, tan atentos
a encontrar la señal de Dios en el mundo, y en el Apocalipsis, que tiende
totalmente a encontrar el sentido del mundo en Dios. Al final aparece que el
concepto cristiano de Providencia no es simplemente un capítulo de la
filosofía religiosa, sino que la fe responde a las grandes preguntas de Job
y de cada uno de los hombres como él, con la visión completa de que,
secundando los derechos de la razón, hace justicia a la razón misma dándole
seguridad mediante las certezas más estables de la teología.
A este propósito nuestro camino se encontrará con la incansable reflexión de
la Tradición a la que nos remitiremos oportunamente, recogiendo en el ámbito
de la perenne verdad el esfuerzo de la Iglesia por hacerse compañera del
hombre que se interroga sobre la Providencia continuamente y en términos
nuevos. El Concilio Vaticano I y el Vaticano II, cada uno a su modo, son
voces preciosas del Espíritu Santo que no hay que dejar de escuchar y sobre
las que hay que meditar, sin dejarse atemorizar del pensamiento, pero
acogiendo la linfa vital de la verdad que no muere.
5. Toda pregunta seria debe recibir una respuesta seria, profunda y sólida.
Por ello tocaremos los diversos aspectos del único tema viendo ante todo
cómo la Providencia Divina entra en la gran obra de la creación y es su
afirmación, que pone de relieve la riqueza múltiple y actual de la acción de
Dios. De ello se sigue que la Providencia se manifiesta como Sabiduría
transcendente que ama al hombre y lo llama a participar del designio de
Dios, como primer destinatario de su cuidado amoroso, y al mismo tiempo como
su inteligente cooperador.
La relación entre la Providencia Divina y libertad del hombre no es de
antítesis, sino de comunión de amor. Incluso el problema profundo de nuestro
destino futuro halla en la Revelación Divina, especificamente en Cristo, una
luz providencial que, aun manteniendo intacto el misterio, nos garantiza la
voluntad salvífica del Padre. En esta perspectiva, la Divina Providencia,
lejos de ser negada por la presencia del mal y del sufrimiento, se convierte
en el baluarte de nuestra esperanza, dejándonos entrever cómo sabe sacar
bien incluso del mal. Finalmente recordaremos la gran luz que el Vaticano II
irradia sobre la Providencia de Dios con relación a la evolución y al
progreso del mundo, recogiendo al final, en la visión transcendente del
reino que crece, el punto final del incesante y sabio actuar en el mundo de
Dios providente. '¿Quién es sabio para entender estas cosas, prudente para
conocerlas?. Pues son del todo rectos los caminos de Yahvéh, por ellos van
los justos, pero los malvados resbalarán en ellos' (Os 14, 10).