VII. Jesús, respuesta al problema del mal
SAN
Juan Pablo II
9
Catequesis sobre la Providencia de Dios
VII. Jesús, respuesta al problema del mal (11.VI.86)
1. En la catequesis anterior afrontamos el interrogante del hombre de todas
las épocas sobre la Providencia Divina, ante la realidad del mal y del
sufrimiento. La Palabra de Dios afirma de forma clara y perentoria que 'la
maldad no triunfa contra la sabiduría (de Dios)'(Sab 7, 30) y que Dios
permite el mal en el mundo con fines más elevados, pero no quiere ese mal.
Hoy deseamos ponernos en actitud de escuchar a Jesucristo, quien en el
contexto del misterio pascual, ofrece la respuesta plena y completa a ese
atormentador interrogante.
Reflexionemos antes de nada sobre el hecho que San Pablo anuncia: Cristo
crucificado como 'poder y sabiduría de Dios' (1 Cor 1, 24) en quien se
ofrece la salvación a los creyentes. Ciertamente el suyo es un poder
admirable, pues se manifiesta en la debilidad y el anonadamiento de la
pasión y de la muerte en la cruz. Y es además una sabiduría excelsa,
desconocida fuera de la Revelación divina. En el plan eterno de Dios y en su
acción providencial en la historia del hombre, todo mal, y de forma especial
el mal moral -el pecado- es sometido al bien de la redención y de la
salvación precisamente mediante la cruz y la resurrección de Cristo. Se
puede afirmar que, en El, Dios saca bien del mal. Lo saca, en cierto
sentido, del mismo mal que supone el pecado, que fue causa del sufrimiento
del Cordero inmaculado y de su terrible muerte en la cruz como victima
inocente por los pecados del mundo. La liturgia de la Iglesia no duda en
hablar, en este sentido, de la 'felix culpa' (Cfr. Exultet de la Liturgia de
la Vigilia Pascual).
2. Así pues, a la pregunta sobre, cómo conciliar el mal y el sufrimiento con
la verdad de la Providencia Divina, no se puede ofrecer una respuesta
definitiva sin hacer referencia a Cristo. Efectivamente, por una parte,
Cristo -el Verbo encarnado- confirma con su propia vida -en la pobreza, la
humillación y la fatiga- y especialmente con su pasión y muerte, que Dios
está al lado del hombre en su sufrimiento; más aún, que El mismo toma sobre
Sí el sufrimiento multiforme de la existencia terrena del hombre. Jesús
revela al mismo tiempo que este sufrimiento posee un valor y un poder
redentor y salvífico, que en él se prepara esa herencia que no se corrompe,
de la que habla San Pedro en su primera Carta: 'la herencia que está
reservada para nosotros en los cielos' (1 Pe 1, 4). La verdad de la
Providencia adquiere así mediante 'el poder y la sabiduría' de la Cruz de
Cristo su sentido escatológico definitivo. La respuesta definitiva a la
pregunta sobre la presencia del mal y del sufrimiento en la existencia
terrena del hombre la ofrece la Revelación divina en la perspectiva de la
'predestinación de Cristo', es decir, en la perspectiva de la vocación del
hombre y la vida eterna, a la participación en la vida del mismo Dios. Esta
es precisamente la respuesta que ha ofrecido Cristo, confirmándola con su
cruz y con su resurrección.
3. De este modo, todo, incluso el mal y el sufrimiento presente en el mundo
creado, y especialmente en la historia del hombre, se somete a esa sabiduría
inescrutable, sobre la cual exclama San Pablo, como transfigurado: '¡Oh
profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
inescrutables son sus juicios e insoldables sus caminos!' (Rom 11, 33). En
todo el contexto salvífico, ella es de hecho la 'sabiduría contra la cual no
puede triunfar la maldad' (Sab 7, 30). Es una sabiduría llena de amor, pues
'tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo' (Jn 3, 16).
4. Precisamente de esta sabiduría, rica en amor compasivo hacia el hombre
que sufre, tratan los escritos apostólicos para ayudar a los fieles
atribulados a reconocer el paso de la gracia de Dios. Así, San Pedro escribe
a los cristianos de la primera generación: 'Exultad por ello, aunque ahora
tengáis que entristeceros un poco, en las diversas tentaciones' (1 Pe 1, 6).
Y añade: 'para que vuestra fe, probada, más preciosa que el oro, que se
corrompe aunque acrisolado por el fuego, aparezca digna de alabanza, gloria
y honor en la revelación de Jesucristo' (1 Pe 1, 7). Estas últimas palabras
se refieren al Antiguo Testamento, y en especial al libro del Eclesiástico,
en el que leemos: 'Pues el oro se prueba en el fuego, y los hombres gratos a
Dios, en el crisol de la humillación' (Sir 2, 5). Pedro, tomando el mismo
tema de la prueba, continúa en su Carta: 'Antes habéis de alegraros en la
medida en que participáis en los padecimientos de Cristo, para que en la
revelación de su gloria exultéis su gozo' (1 Pe. 4, 13).
5. De forma análoga se expresa el Apóstol Santiago cuando exhorta a los
cristianos a afrontar las pruebas con alegría y paciencia: 'Tened, hermanos
míos, por sumo gozo, veros rodeados de diversas tentaciones, considerando
que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia. Más tenga obra perfecta
la paciencia, para que seáis perfectos y cumplidos' (Sant 1, 2-4). Por
último, San Pablo, en la Carta a los Romanos, compara los sufrimientos
humanos y cósmicos con una especia de 'dolores de parto' de toda la
creación, subrayando los 'gemidos', de quienes poseen las 'primicias' del
Espíritu y esperan la plenitud de la adopción, es decir, 'la redención de
nuestro cuerpo' (Cfr. Rom 8, 22-23). Pero añade: 'Ahora bien, sabemos que
Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman' (Ib.
28), y más adelante, '¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el
peligro, la espada?' (Ib. 35), concluyendo al fin: 'Porque estoy persuadido
que ni muerte ni vida ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de
Dios (manifestado) en Cristo Jesús, nuestro Señor' (Ib. 38-39).
Junto a la paternidad de Dios, que se manifiesta mediante la Providencia
Divina, aparece también la pedagogía de Dios: 'Sufrís en orden a vuestra
corrección (paideia, es decir educación). Como con hijos se porta Dios con
vosotros; pues, ¿qué hijo hay a quien su padre no le corrija (eduque)? Dios,
mirando a nuestro provecho, nos corrige para hacernos participantes de su
santidad' (Heb 12, 7.10).
6. Así, pues, visto con los ojos de la fe, el sufrimiento, si bien puede
presentarse como el aspecto más oscuro del destino del hombre en la tierra,
permite transparentar el misterio de la Divina Providencia, contenido en la
revelación de Cristo, y de un modo especial en la cruz y en su resurrección.
Indudablemente, puede seguir ocurriendo que, planteándose los antiguos
interrogantes sobre el mal y sobre el sufrimiento en un mundo nuevo creado
por Dios, el hombre no encuentre una respuesta inmediata, sobre todo si no
posee una fe viva en el misterio pascual de Jesucristo. Pero gradualmente y
con la ayuda de la fe alimentada por la oración se descubre el verdadero
sentido del sufrimiento que cada cual experimenta en su propia vida. Se
trata de un descubrimiento que depende de la palabra de la divina revelación
y de la 'palabra de la cruz' (Cfr. 1 Cor 1, 18) de Cristo, que es 'el poder
y la sabiduría de Dios' (Ib. 24). Como dice el Conc. Vaticano II: 'Por
Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte que fuera
del Evangelio nos envuelve en absoluta obscuridad' (Gaudium et spes 22). Si
descubrimos mediante la fe este poder y esta 'sabiduría', nos encontramos en
las sendas salvadoras de la Divina Providencia. Se confirma entonces el
sentido de las palabras del Salmista: 'El Señor es mi Pastor Aunque camine
por cañadas oscuras, nada temo porque Tú vas conmigo' (Sal 22, 1.4). La
Providencia se revela así como el caminar de Dios junto al hombre.
7. Concluyendo: la verdad sobre la Providencia, que está íntimamente unida
al misterio de la creación, debe comprenderse de una forma orgánica, en la
verdad de la Providencia entran la revelación de la 'Predestinación'
(praedestinatio) del hombre y del mundo en Cristo, la revelación de la
entera economía de la salvación y su realización en la historia. La verdad
de la Providencia Divina se halla también estrechamente unida a la verdad
del reino de Dios, y por esta razón tienen una importancia fundamental las
palabras pronunciadas por Cristo en su enseñanza sobre la Providencia:
'Buscad primero el reino de Dios y su justicia y todo eso se os dará por
añadidura'. La verdad referente a la Divina Providencia, es decir, al
gobierno transcendente de Dios sobre el mundo creado se hace comprensible a
la luz de la verdad sobre el reino de Dios, sobre ese reino que Dios
proyectó desde siempre realizar en el mundo creado gracias a la
'predestinación en Cristo', que fue 'engendrado antes de toda criatura' (Col
1, 15).