III. La Providencia: poder y sabiduría amorosa
SAN
Juan Pablo II
9
Catequesis sobre la Providencia de Dios
III. La Providencia: poder y sabiduría amorosa (14.V.86)
1. A la reiterada y a veces dubitativa pregunta de si Dios está hoy presente
en el mundo y de qué manera, la fe cristiana responde con luminosa y sólida
certeza: 'Dios cuida y gobierna con su Providencia todo lo que ha creado'.
Con estas palabras concisas el Concilio Vaticano I formuló la doctrina
revelada sobre la Providencia Divina. Según la Revelación, de la que
encontramos una rica expresión en el Antiguo Testamento, hay dos elementos
presentes en el concepto de la Divina Providencia: el elemento del cuidado
('cuida') y a la vez el de autoridad ('gobierna'). Se compenetran
mutuamente. Dios como Creador tiene sobre toda la creación la autoridad
suprema (el 'dominium altum'), como se dice, por analogía con el poder
soberano de los principes terrenos. Efectivamente, todo lo que ha sido
creado, por el hecho mismo de haber sido creado, pertenece a Dios, su
Creador, y, en consecuencia, depende de El. En cierto sentido, cada uno de
los seres es más 'de Dios' que 'de sí mismo'. Es primero 'de Dios' y, luego,
'de sí'. Lo es de un modo radical y total que supera infinitamente todas las
analogías de la relación entre autoridad y súbditos en la tierra.
2. La autoridad del Creador ('gobierna') se manifiesta como solicitud del
Padre ('cuida'). En esta otra analogía se contiene en cierto sentido el
núcleo mismo de la verdad sobre la Divina Providencia. La Sagrada Escritura
para expresar la misma verdad se sirve de una comparación: 'El Señor
-afirma- es mi Pastor: nada me falta' (Sal 22, 1). ¡Imagen estupenda!. Si
los antiguos símbolos de la fe y de la tradición cristiana de los primeros
siglos expresaban la verdad sobre la Providencia con el término
'Omnitenens', correspondiente al griego 'Panto-krator', este concepto no
tiene la densidad y belleza del 'Pastor' bíblico, como nos lo comunica con
sentido tan vivo la verdad revelada. La Providencia Divina es, en efecto,
una 'autoridad llena de solicitud' que ejecuta un plan eterno de sabiduría y
de amor, al gobernar el mundo creado y en particular 'los caminos de la
sociedad humana' (Cfr. Conc. Vaticano II, Dignitatis humanae 3). Se trata de
una 'autoridad solícita', llena de poder y al mismo tiempo de bondad. Según
el texto del libro de la Sabiduría, citado por el Conc. Vaticano I, 'se
extiende poderosamente (fortiter) del uno al otro extremo y lo gobierna todo
con suavidad (suaviter)' (8, 1), es decir, abraza, sostiene, guarda y en
cierto sentido nutre, según otra expresión bíblica sobre la creación.
3. El libro de Job se expresa así:
'Dios es sublime en su poder / ¿Qué maestro puede comparársele?/ El atrae
las gotas de agua, / y diluye la lluvia en vapores,/ que destilan las
nubes,/ vertiéndolas sobre el hombre a raudales/ Pues por ellas alimenta a
los pueblos / y da de comer abundantemente ' (Job 36, 22. 27-28. 31)
'El carga de rayos las nubes, / y difunde la nube su fulgor/ para hacer lo
que El le ordena / sobre la superficie del orbe terráqueo' (Job 37, 11-12)
De modo semejante el libro del Sirácida:
'El poder de Dios dirige al rayo/ y hace volar sus saetas justicieras' (Sir
43, 14)
El Salmista, por su parte, exalta la 'estupenda potencia', la 'bondad
inmensa', el 'esplendor de la gloria' de Dios, que 'extiende su cariño a
todas sus criaturas', y proclama:
'Los ojos de todos te están aguardando, Tú les das la comida a su tiempo;
abres Tú la mano y sacias de favores a todo viviente' (Sal 144, 5-7. 15 y
16)
Y también:
'Haces brotar hierba para los ganados / y forraje para los que sirven al
hombre;/ él saca pan de los campos/ y vino que alegra el corazón,/ y aceite
que da brillo a su rostro, / y alimento que le da fuerzas' (Sal 103, 14-15)
4. La Sagrada Escritura en muchos pasajes alaba a la Providencia Divina como
suprema autoridad del mundo, la cual, llena de solicitud por todas las
criaturas, y especialmente por el hombre, se sirve de la fuerza eficiente de
las causas creadas. Precisamente en esto se manifiesta la sabiduría
creadora, de la que se puede decir que es soberanamente previsora, por
analogía con una dote esencial de la prudencia humana. En efecto, Dios que
transciende infinitamente todo lo que es creado, al mismo tiempo, hace que
el mundo presente ese orden maravilloso, que se puede constatar, tanto en el
macro-cosmos como en el micro-cosmos. Precisamente la Providencia, en cuanto
Sabiduría transcendente del Creador, es la que hace que el mundo no sea
'caos', sino 'cosmos'.
'Todo lo dispusiste con medida, número y peso' (Sab 11, 20).
5. Aunque el modo de expresarse la Biblia refiere directamente a Dios el
gobierno de los cosas, sin embargo, queda suficientemente clara la
diferencia entre la acción de Dios Creador como Causa Primera, y la
actividad de las criaturas como causas segundas. Aquí con una pregunta que
preocupa mucho al hombre moderno: la que se refiere a la autonomía de la
creación, y por tanto, al papel del artífice del mundo que el hombre quiere
desempeñar. Pues bien, según la fe católica, es propio de la sabiduría
transcendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como
providencia, y simultáneamente que el mundo creado posea esa 'autonomía', de
la que habla el Concilio Vaticano II. En efecto, por una parte Dios, al
mantener todas las cosas en la existencia, hace que sean lo que son: 'por la
propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de
consistencia, verdad y bondad propias de un propio orden regulado' (Gaudium
et Spes 36). Por otra parte, precisamente por el modo con que Dios rige el
mundo, éste se encuentra en una situación de verdadera autonomía que
'responde a la voluntad del Creador' (Ib.).
La Providencia Divina se manifiesta precisamente en dicha 'autonomía de las
cosas creadas', en la que se revela tanto la fuerza como la 'dulzura'
propias de Dios. En ella se confirma que la Providencia del Creador como
sabiduría transcendente y para nosotros siempre misteriosa, abarca todo ('se
extiende de uno al otro confín'), se realiza en todo con su potencia
creadora y su firmeza ordenadora (fortiter), aun dejando intacta la función
de las criaturas como causas segundas, inmanentes, en el dinamismo de la
formación y el desarrollo del mundo como puede verse indicado en ese
'suaviter' del libro de la Sabiduría.
6. En lo que se refiere a la inmanente formación del mundo, el hombre posee,
pues, desde el principio y constitutivamente, en cuanto que ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios, un lugar totalmente especial. Según el libro del
Génesis, fue creado para 'dominar', para 'someter la tierra' (Cfr. Gen 1,
18). Participando como sujeto racional y libre, pero siempre como criatura,
en el dominio del Creador sobre el mundo, el hombre se convierte de cierta
manera en 'providencia' para sí mismo, según la hermosa expresión de Santo
Tomás (Cfr. S.Th. I q, 22, a.2, ad 4). Pero por la misma razón gravita sobre
él desde el principio una peculiar responsabilidad tanto ante Dios como ante
las criaturas y, en particular, ante los otros hombres.
7. Estas nociones sobre la Divina Providencia que nos ofrece la tradición
bíblica del Antiguo Testamento, están confirmadas y enriquecidas por el
Nuevo. Entre todas las palabras de Jesús que el Nuevo Testamento registra
sobre este tema, son particularmente impresionantes las que narran los
evangelistas Mateo y Lucas: 'No os preocupéis, pues diciendo: ¿Qué
comeremos, qué beberemos o qué vestiremos?. Los gentiles se afanan por todo
eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis
necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo
demás se os dará por añadidura' (Mt 6, 31-33; cfr. también Lc 21, 18).
'¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en
tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos
de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más que muchos
pajaritos' (Mt 10, 29-31; cfr. también Lc 21, 18).
'Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en
graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más
que ellas? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del
campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón
en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del
campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará
mucho más con vosotros, hombres de poca fe?' (Mt 6, 26-30; cfr. también Lc
12, 24-28).
8. Con estas palabras el Señor Jesús no sólo confirma la enseñanza sobre la
Providencia Divina contenida en el Antiguo Testamento, sino que lleva más a
fondo el tema por lo que se refiere al hombre, a cada uno de los hombres,
tratado por Dios con la delicadeza exquisita de un padre.
Sin duda eran magníficas las estrofas de los Salmos que exaltaban al
Altísimo como refugio, baluarte y consuelo del hombre: así p.e., en el Salmo
90: 'Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del
Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcazar mío, Dios mío, confío en Ti
Porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa Se puso
junto a Mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y
lo escucharé. Con él estaré en la tribulación' (Sal 90, 1-2. 9. 14-15).
9. Son expresiones bellísimas; pero las palabras de Cristo alcanzan una
plenitud de significado todavía mayor. Efectivamente, las pronuncia el Hijo
que 'escrutando' todo lo que se ha dicho sobre el tema de la Providencia, da
testimonio perfecto del misterio de su Padre; misterio de Providencia y
solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas, incluso la más
insignificante, como la hierba del campo o los pájaros. Por tanto, ¡cuánto
más al hombre!. Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve sobre todo. Si
la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las criaturas
tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de él. En esta página
evangélica sobre la Providencia se encuentra la verdad sobre la jerarquía de
los valores que está presente desde el principio del libro del Génesis, en
la descripción de la creación: el hombre tiene el primado sobre las cosas.
Lo tiene en su naturaleza y en su espíritu, lo tiene en las atenciones y
cuidados de la Providencia, lo tiene en el corazón de Dios.
10. Además, Jesús proclama con insistencia que el hombre, tan privilegiado
por su Creador, tiene el deber de cooperar con el don recibido de la
Providencia. No puede, pues, contentarse sólo con los valores del sentido,
de la materia y de la utilidad. Debe buscar sobre todo 'el reino de Dios y
su justicia', porque 'todo lo demás (es decir, los bienes terrenos) se le
darán por añadidura' (Cfr. Mt 6, 33).
Las palabras de Cristo llaman nuestra atención hacia esta particular
dimensión de la Providencia, en el centro de la cual se halla el hombre, ser
racional y libre.