VI. Problema del mal y del sufrimiento
SAN
Juan Pablo II
9
Catequesis sobre la Providencia de Dios
VI. Problema del mal y del sufrimiento (4.VI.86)
1. Tomamos el texto de la Primera Carta de San Pedro, al que nos hemos
referido al terminar la catequesis anterior:
'Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran
misericordia nos reengendró a una viva esperanza por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos para una herencia incorruptible,
incontaminada e inmarcesible, que os está reservada en los cielos' (1 Pe 1,
3-4).
Poco más adelante el mismo Apóstol tiene una afirmación iluminadora y
consoladora a la vez:
'Por lo cual exultáis, aunque ahora tengáis que entristeceros un poco en las
diversas tentaciones, para que vuestra fe probada, más preciosa que el oro
que se corrompe, aunque acrisolado por el fuego' (1 Ped 1, 6-7).
De la lectura de este texto se concluye ya que la verdad revelada sobre la
'predestinación' del mundo creado y sobre todo el hombre en Cristo
(praedestinatio in Christo) constituye el fundamento principal e
indispensable de las reflexiones que tratamos de proponer sobre el tema de
la relación entre la Providencia Divina y la realidad del mal y del
sufrimiento presente bajo tantas formas en la vida humana.
2. Constituye esto para muchos la dificultad principal para aceptar la
verdad de la Providencia Divina. En algunos casos, esta dificultad asume una
forma radical, cuando incluso se acusa a Dios del mal y del sufrimiento
presentes en el mundo llegando hasta rechazar la verdad misma de Dios y de
su existencia (esto es, hasta el ateísmo). De modo menos radical y sin
embargo inquietante, esta dificultad se expresa en tantos interrogantes
críticos que el hombre plantea a Dios. La duda, la pregunta e incluso la
protesta nacen de la dificultad de conciliar entre sí la verdad de la
Providencia Divina, de la paterna solicitud de Dios hacia el mundo creado, y
la realidad del mal y del sufrimiento experimentado en formas diversas por
los hombres.
Podemos decir que la visión de la realidad del mal y del sufrimiento está
presente con toda su plenitud en las páginas de la Sagrada Escritura.
Podemos afirmar que la Biblia es, ante todo, un gran libro sobre el
sufrimiento: éste entra de lleno en el ámbito de las cosas que Dios quiere
decir a la humanidad 'muchas vecespor ministerio de los profetas últimamente
nos habló por su Hijo' (Heb 1, 1): entra en el contexto de la
autorrevelación de Dios y en el contexto del Evangelio; o sea, de la Buena
Nueva de la salvación. Por eso el único método adecuado para encontrar una
respuesta al interrogante sobre el mal y el sufrimiento en el mundo es
buscar en el contexto de la revelación que nos ofrece la palabra de Dios.
3. Debemos antes que nada llegar a un acuerdo sobre el mal y el sufrimiento.
Este es en sí mismo multiforme. Generalmente se distinguen el mal en sentido
físico del mal en sentido moral. El mal moral se distingue del físico sobre
todo por comportar culpabilidad, por depender de la libre voluntad del
hombre y es siempre un mal de naturaleza espiritual. Se distingue del mal
físico, porque este último no incluye necesariamente y de modo directo la
voluntad del hombre, si bien esto no significa que no pueda estar causado
por el hombre y ser efecto de su culpa. El mal físico causado por el hombre,
a veces sólo por ignorancia o falta de cautela, a veces por descuido de las
precauciones oportunas o incluso por acciones inoportunas o dañosas,
presenta muchas formas. Pero hay que añadir que existen en el mundo muchos
casos de mal físico que suceden independientemente del hombre. Baste
recordar, p.e., los desastres o calamidades naturales, al igual que todas
las formas de disminución física o de enfermedades somáticas o psicológicas,
de las que el hombre no es culpable.
4. El sufrimiento nace en el hombre de la experiencia de estas múltiples
formas del mal. En cierto modo, el sufrimiento puede darse también en los
animales, en cuanto son seres dotados de sentidos y de relativa
sensibilidad, pero en el hombre el sufrimiento alcanza la dimensión propia
de las facultades espirituales que posee. Puede decirse que en el hombre se
interioriza el sufrimiento, se hace consciente y se experimenta en toda la
dimensión de su ser y de sus capacidades de acción y reacción, de
receptividad y rechazo; es una experiencia terrible, ante la cual,
especialmente cuando es sin culpa, el hombre plantea aquellos difíciles,
atormentados y dramáticos interrogantes, que constituyen a veces una
denuncia, otras un desafío, o un grito de rechazo de Dios y de su
Providencia. Son preguntas y problemas que se pueden resumir así: ¿cómo
conciliar el mal y el sufrimiento con la solicitud paterna, llena de amor,
que Jesucristo atribuye a Dios en el Evangelio? ¿Cómo conciliarlas con la
transcendente sabiduría del Creador?. Y de una manera aún más dialéctica:
¿podemos de cara a toda la experiencia del mal que hay en el mundo,
especialmente de cara al sufrimiento de los inocentes, decir que Dios no
quiere el mal?. Y si lo quiere, ¿cómo podemos creer que 'Dios es amor', y
tanto más que este amor no puede no ser omnipotente?.
5. Ante estas preguntas, nosotros también como Job, sentimos qué difícil es
dar una respuesta. La buscamos no en nosotros sino, con humildad y
confianza, en la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento encontramos ya la
afirmación vibrante y significativa: ' pero la maldad no triunfa de la
sabiduría. Se extiende poderosa del uno al otro extremo y lo gobierna todo
con suavidad' (Sab 7, 30-8, 1). Frente a las multiformes experiencias del
mal y del sufrimiento en el mundo, ya el Antiguo Testamento testimoniaba el
primado de la Sabiduría y de la bondad de Dios, de su Providencia Divina.
Esta actitud se perfila y desarrolla en el Libro de Job, que se dedica
enteramente al tema del mal y del dolor vistos como una prueba a veces
tremenda para el justo, pero superada con la certeza, laboriosamente
alcanzada, de que Dios es bueno. En este texto captamos la conciencia del
límite y de la caducidad de las cosas creadas, por la cual algunas formas
del 'mal' físico (debidas a falta o limitación de bien) pertenecen a la
propia estructura de los seres creados, que, por su misma naturaleza, son
contingentes y pasajeros, y por tanto corruptibles.
Sabemos además que los seres materiales están en estrecha relación de
interdependencia, según lo expresa el antiguo axioma: 'La muerte de uno es
la vida del otro' ('corruptio unius est generatio alterius'). Así pues, en
cierta medida, también la muerte sirve a la vida. Esta ley concierne también
al hombre como ser animal al mismo tiempo que espiritual, mortal e inmortal.
A este propósito, las palabras de San Pablo descubren, sin embargo,
horizontes muy amplios: ' mientras nuestro hombre exterior se corrompe,
nuestro hombre interior se renueva de día en día' (2 Cor 4, 16). Y también:
'Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de
gloria incalculable' (Ib. 17).
6. La afirmación de la Sagrada Escritura: 'la maldad no triunfa de la
Sabiduría' refuerza nuestra convicción de que, en el plano providencial del
Creador respecto del mundo, el mal en definitiva está subordinado al bien.
Además, en el contexto de la verdad integral sobre la Providencia Divina,
nos ayuda a comprender mejor las dos afirmaciones: 'Dios no quiere el mal
como tal' y 'Dios permite el mal'. A propósito de la primera es oportuno
recordar las palabras del Libro de la Sabiduría: ' Dios no hizo la muerte ni
se goza en la pérdida de los vivientes. Pues El creó todas las cosas para la
existencia' (Sab 1, 13-14). En cuanto a la permisión del mal en el orden
físico, por ejemplo, de cara al hecho de que los seres materiales (entre
ellos también el cuerpo humano) sean corruptibles y sufran la muerte, es
necesario decir que ello pertenece a la estructura de estas criaturas. Por
otra parte, sería difícilmente pensable, en el estado actual del mundo
material, el ilimitado subsistir de todo ser corporal individual. Podemos,
pues, comprender que, si 'Dios no ha creado la muerte', según afirma el
Libro de la Sabiduría, sin embargo la permite con miras al bien global del
cosmos material.
7. Pero si se trata del mal moral, esto es, del pecado y de la culpa en sus
diversas formas y consecuencias, incluso en el orden físico, este mal decida
y absolutamente Dios no lo quiere. El mal moral es radicalmente contrario a
la voluntad de Dios. Si este mal está presente en la historia del hombre y
del mundo, y a veces de forma totalmente opresiva, si en cierto sentido
tiene su propia historia, esto sólo está permitido por la Divina
Providencia, porque Dios quiere que en el mundo creado haya libertad. La
existencia de la libertad creada (y por consiguiente del hombre, e incluso
la existencia de los espíritus puros como los ángeles, de los que hablaremos
en otra ocasión) es indispensable para aquella plenitud del bien que Dios
quiere realizar en la creación, la existencia de los seres libres es para El
un valor más importante y fundamental que el hecho de que aquellos seres
abusen de la propia libertad contra el Creador y que, por eso, la libertad
pueda llevar al mal moral.
Indudablemente es grande la luz que recibimos de la razón y de la revelación
en relación con el misterio de la Divina Providencia que, aun no queriendo
el mal, lo tolera en vista de un bien mayor. La luz definitiva, sin embargo,
sólo puede venir de la cruz victoriosa de Cristo.