De temporibus novissimis - De los Últimos Tiempos (José de Acosta): Primer Libro
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Primer Libro
Las Sagradas Escrituras transmiten que el día del juicio se está acercando.
Capítulo I
Varios de los Santos Padres han opinado que el fin del mundo ya había
llegado. ¿Cómo ha de entenderse esta sentencia?
Capítulo II.
Contra la temeridad de aquellos que tienen la audacia de predecir el año o
el tiempo fijo del juicio.
Capítulo III.
Los daños que resultan cuando uno puntualiza la inminencia del juicio.
Capítulo IV
Cuál es la razón que las Sagradas Escrituras dicen que la venida del Señor
está realmente cerca y, sin embargo, hay que esperarla con paciencia?
Capítulo V.
Los días del juicio son cercanos para cada uno porque el día de la muerte no
está muy distante.
Capítulo VI
Cada
uno ha de meditar que es inminente el día del juicio.
Capítulo VII
Las razones por las cuales Dios, además del juicio particular de los
individuos, fija también el juicio universal de todos.
Capítulo VIII
Cómo ha de entenderse la expresión que no pasará esta generación sin que
todo esto suceda.
Capítulo IX
Es de suma utilidad tratar la historia de los últimos tiempos.
Capítulo X
La regla más necesaria para que se pueda entender las Sagradas Escrituras.
Capítulo XI.
La finalidad del discurso del Señor en el monte de los olivos es predecir
fin del mundo entero más que la destrucción de una ciudad.
Capítulo XII
También en los demás textos de la Escritura muchas veces se predicen
propiamente los eventos de los últimos tiempos.
Capítulo XIII.
El sumario del sermón pronunciado en el monte de los olivos: cuatro signos
que durante un largo espacio de tiempo precederán la consumación del siglo.
Capítulo XIIII.
Cómo describe el Salvador los signos de la consumación del siglo que sufrirá
el mundo mucho antes de su destrucción.
Capítulo XV.
Entre todos los signos el más seguro consiste en el hecho cuando se ha
completado la predicación del evangelio en el mundo entero.
Capítulo XVI
La promulgación del evangelio no ha llegado aún a todas las naciones.
Capítulo XVII.
¿Se puede saber cuándo el evangelio habrá sido anunciado a todos para que
venga el fin?
Capitulo XVIII
Las Sagradas Escrituras transmiten que el día del juicio se está acercando.
Capítulo I
La entera Escritura Divina nos
amonesta que el día del juicio final es inminente. El príncipe de los
apóstoles dice: Se acerca el fin de todas estas cosas[1].
Lo mismo Santiago: Sed pacientes y
afirmad vuestro corazón, porque la venida del Señor está cerca[2].
También Pablo[3]
recuerda que el final de los
siglos ha venido. Juan[4] (1 Jn 8) no afirma solamente igual
como el coro de los apóstoles que el
día se acerca sino quiere que
se trata de la última hora.
¿Qué enseña el mismo Cristo, el Señor? ¿Acaso no enseña
prominentemente que ha llegado la última
generación con las
siguientes palabras: En verdad os
digo, no pasará esta generación hasta que todo suceda[5]
y aquello del juicio final no sólo ha de entenderse de la destrucción de
Jerusalén como lo indica [p. 408]
la célebre exposición de los Padres y patentemente
el mismo contexto del evangelio? Y no son los testimonios
apostólicos y evangélicos solamente sino también los oráculos proféticos
que denuncian la celeridad de aquel día. Pues Sofonías clama así:
Cerca está el gran día del Señor,
cerca está y es muy veloz[6].
Joel casi de la misma época transmite una profecía[7]
que interpreta Pedro respecto al
descenso del Espíritu Santo sobre los apóstoles y como signo de la
última venida del Señor[8]. Ezequiel lo anuncia como si
estuviera presente: Viene el fin,
viene el fin sobre las cuatro plagas de la tierra’[9],
También Isaías nos amonesta que demos alaridos como suelen hacer los
acongojados por un repentino desastre porque está cerca el día del
Señor, cruel y atiborrado de indignación. Además hay innumerables
argumentos por medio de los cuales el Espíritu Santo nos anima a que
esperemos aquel día en un futuro muy cercano. Aunque frecuentemente
Capítulo II.
No hay que admirarse si varios de los
Santos Padres movidos y
provocados, tanto por el hecho de tanta celeridad divina, cuanto
por la magna demostración de los siglos predichos por el Señor,
con todo, ellos han creído en su época que el fin del mundo estaba tan
cercano que se aprestaron como si pudieran contemplar ese espectáculo
futuro ya realizado. Por
ejemplo, el beato Gregorio, admirable como solo él contemplativo y
predicador del severo juicio, cuando sopesaba con cuidado [p. 409] las
variadas calamidades de su época, la peste, digo, hambrunas, sediciones,
guerras cruentas, la ruina del imperio romano, grandes terremotos y
otras cosas horribles, no dudó en anunciar
frecuentemente no tanto que el fin estaba cerca sino que
realmente ya se daba el fin del mundo[10].
¿Qué dijo Ambrosio? Escúchalo como expone elegantemente:
No hay nada más grande que las palabras celestiales y de las cuales
somos testigos, a los que encuentra el fin del mundo. ¡Cuántas guerras y
tantos rumores que recibimos respecto a las guerras! Los hunos se
levantaron contra los alanos, los alanos contra los godos, y los godos
contra los taifalos y los sármatas. ¡Cuánta hambre de todos! ¡Peste de
animales y de hombres![11] Y lo demás que sigue.
Los supera
Hilario quien afirma, al haber experimentado bajo Constancio la
rabia de loa arrianos y su furor contra
De manera similar escribió también el
santísimo mártir Cipriano hace más de mil doscientos años de la manera
siguiente: ‘Debéis saber y aceptar
y mantener con certeza que está por comenzar el día de la opresión. Se
acerca el fin del mundo y el tiempo del Anticristo de manera
que todos estemos preparados para la lucha.
Ni creamos que las cosas sucedan a la manera como fueron las del
pasado[14].
De la misma manera, si alguien mira de
cerca, hablan los demás Padres[15].
Además San Vicencio
Valentino, un gran apóstol de su siglo, también
advertido por una divina revelación y gozando de
autoridad (p. 410) pontificia
afirma que, la edad siguiente, para
el orbe aterrado ya se ha cumplido la rauda
llegada del juicio divino[16]
Tomando en peso estas advertencias de
los padres y mirando simultáneamente el transcurso del mundo después de
tanto tiempo, uno puede pensar humanamente que habían sido defraudados.
Sin embargo, no es injuria para aquellos hombres, si pensamos que les ha
estado oculto lo que también lo ha sido para los apóstoles y hasta a los
mismos ángeles. Dios quiso que siguiera velado. Por eso no hay que
pensar que ellos han emitido una doctrina precipitada de lo que no
sabían[17].
¿Qué entonces? Ellos predicaban que estaba por venir el día del juicio
de la manera como lo leyeron en las Escrituras. Así se preparaban y así
instruyeron a los pueblos a
ellos confiados para que mirasen como que iban a perecer pronto todas
las cosas caducas, para que dieran de nuevo importancia
a Dios y a la vida, que desprecien estas cosas vanas, que aspiren
a conseguir las eternas, que custodien integras la fe y las costumbres;
en fin que vivan sobria, justa y piadosamente esperando la alegre
esperanza y la llegada de la gloria del gran Dios[18].
No se puede ofrecer predicación más
saludable ni más verdadera. Para expresarlo de manera metódica,
esta doctrina concreta de un pronto juicio futuro, si a partir de
conjeturas humanas surgiese algo de sospecha de que verdaderamente ya se
está acercando el fin del mundo, ciertamente hay que atribuirla a los
padres. Pero no se les puede argüir de falsedad. Ellos no han definido
ni el día, ni el año, ni siquiera el siglo. De ninguna manera hablaron
como de algo manifiesto y cierto
a priori respecto a la venida del Señor como si fuera por venir
el juez del mundo. Sin embargo, en cuanto
se refiere a la corrección de costumbres estaban muy en serio
diciendo que no quedaba mucho tiempo que venga el Señor. En lo que se
refiere a la observación de los signos ellos, imbuidos de cierto piadoso
temor, sospechaban que habría un pronto fin del mundo. Es verdad como en
un arcano han suspendido en su doctrina toda definición segura respecto
a los tiempos. [pg. 411]
Capítulo III.
Los que van más allá para fijar el día
o el año o también el siglo cuando el mundo perecerá, intentan enseñar
lo que en el fondo se ignora[19].
Es que observamos que aquellos que hasta el día de hoy han osado
pronunciarse sobre el tema, han sido ampliamente engañados.
Por tanto no hay que dudar que también estos que en el futuro
querrán ofrecer un cálculo, engañan y serán engañados. Es que profetizan
a partir de sus sentimientos
y no ven nada. Agustín afirma que algunos, después de Cristo nacido, han
afirmado que quedan
cuatrocientos años, otros dicen quinientos, otro mil. Se burla
hermosamente de la audacia de todos ellos. Jerónimo, en cambio,
arguye contra el error de Judas, un escritor eclesiástico, que
había dicho que la venida del anticristo acontecería durante su época.
Algunos hebreos, a partir de no sé qué razones realmente frívolas,
afirman que la duración del
mundo seria de seis mil años
desde su comienzo hasta el final[20]. Con esta doctrina están de
acuerdo Lactancio[21],
Ireneo[22]
y algunos más de los nuestros.
Veamos. El jefe de las Beguinas y de
los Begardos, Pedro de Juan, entre otros de sus pestilentes errores
anota también aquel que ha
afirmado que terminaría en el año milésimo tricentésimo trigésimo quinto
el reino del anticristo. Quizás fue engañado por el cálculo de los días
por Daniel (mil trescientos treinta y cinco) aceptando un año por
día para imitar a Ezequiel.
Otro profeta ciertamente no inferior extiende de manera similar el
tiempo de anticristo hasta el año mil trescientos cuarenta. En aquel
año, en el día mismo de Pentecostés, los
discípulos del anticristo aparecerían al mundo[23].
[pg. 412]
Tampoco
faltan en nuestra época quienes, utilizando cualquier cálculo, asignan
el último día en el año 60
de 1600[24].
Otros lo colocan antes, otros vaticinan el futuro juicio como un poco
más tarde[25].
¿Quién aquí, si tiene interés y puede entretenerse, no refunfuñará ante
la ciencia arrogante de ellos o, más bien,
quién no se reirá?
Cristo, a quien los apóstoles
interrogaron sobre este punto pensaba que era necesario frenar esa
curiosidad y dijo: No les es dado
conocer los tiempos o los momentos que el Padre guarda en su potestad[26].
Con estas palabras, como dice egregiamente Agustín, dio solución a todos
los números de los que calculan y les ordenó de acabar con ello.[27]
¿Y cómo es posible que continúen queriendo enseñar lo que a los
apóstoles estaba vedado aprender? No tienen presente con cuánta
autoridad fue pronunciado de parte del Señor esta frase:
Del día aquel nadie sabe, ni los
ángeles del cielo, ni el hijo sino solo el Padre[28].
¿Qué mayor soberbia o insania puede haber que aquella de querer prometer
a los hombres lo que hasta a los supremos ángeles ignoran,
presentando como cierto o
resuelto lo que ni por todo el dinero del mundo es alcanzable?
Mejor escuchemos al sabio que
exhorta de manera preclara:
En muchas obras de Dios no seas curioso. No es necesario ver con tus
ojos lo que está escondido. Sino lo que te ordenó Dios en eso piensa
siempre[29].
Nos ordenó vigilar[30],
estar siempre preparados, ceñir los lomos, tener las velas encendidas[31].
De esta manera hemos de estar siempre prontos y alerta para esperar la
llegada del Señor. No ordenó investigar la hora de su llegada. Cuando
quiero discernir la hora que Dios ha querido que sea oculta, ¿qué otra
cosa futura esperaremos, o
acaso no seremos perturbados por un pavor intempestivo o corrompidos por
un ocio pernicioso? Ambas cosas no son de poca importancia. Por eso,
cuando los tesalonicenses creían en el futuro fin del mundo durante su
época, el apóstol Pablo con vehemencia reclamaba al respecto
[pg.413] en su
posterior
carta escribiendo: ‘Os rogamos, hermanos, por la venida del Señor nuestro Jesucristo y de
nuestra congregación en él que no sea movido su sentir tan rápidamente
ni se asusten ni por un espíritu ni por un dicho ni porque una carta
como si la hubiéramos enviado nosotros, como si fuera inminente el día
del Señor. Nadie los seduzca en modo alguno. Porque si no viene la
apostasía primera, etc.[32]’.
En cuanto al apuro de la venida del día el apóstol corrige la enseñanza.
No hay razón alguna al respecto de prometer algo como cierto
sea que se dé como pretexto de haber recibido una revelación sea
que se aplique un cálculo de los tiempos a partir de Daniel o de otro
lado ( esto lo llama dicho y aquello espíritu) sea que aplique las
palabras del apóstol erróneamente, lo que el apóstol dice de la últimos
tiempos[33],
lo que afirma del fin del mundo lo que dice respecto a los que al final
llegarán vivos al día del Señor, él mismo con todos se enumera diciendo:
Nosotros que vivimos, los que
permaneceremos seremos arrebatados en las nubes al encuentro de Cristo.
No precederemos a aquellos que durmieron en Cristo[34].
Es verosímil que para los
tesalonicenses estas palabras han sido ocasión para errar como si
tomando a Pablo como testigo pensaban el fin del mundo fuera pronto ya
que él parece narrar como él mismo en vida iría al encuentro del Señor.
Unos insignes autores nos transmiten que la posterior carta a los
tesalonicenses fue escrita ante todo para combatir ese error.[35]
Los daños que resultan cuando uno puntualiza la inminencia del juicio.
Capítulo IV.
Pero con razón surge la pregunta –
puesto que el Señor y también sus apóstoles todos y los mismos profetas
tantas veces amenazan la inminencia de la venida del Señor y del juicio
– respecto al daño que resulta cuando se predica que acontecería en
nuestros tiempos. ¿Por qué tantas veces Pablo se apresura
en decir que no nos conturbemos, que no nos aterremos como si
[pg.414] estuviera cercano el día del Señor?[36]
¿Acaso ese terror no está repleto
de salvación? ¿Acaso no recalca el cuidado y la máxima preocupación para
que corramos al encuentro de Cristo?
Sin embargo, la verdad de Dios no
necesita en modo alguno de nuestra mentira[37].
Es cierto, Cristo nos ordena a que estemos preparados en todo tiempo y
esperemos su llegada[38]. Pero deberíamos proceder a
partir de la regla de la verdad con piadoso temor y, conscientes de
nuestra ignorancia, contemplemos en consecuencia la magnitud del asunto.
De ninguna manera nos confunda el terror que proviene de la falsa
presunción de los hombres que declaran como cierto algo que ignoran.
Es
que aquellos que quieren
saber más al respecto de lo que conviene y tratan de fijar el día del
Señor, ponen en peligro también nuestra fe. Escucha a Agustín, si te
parece. Dice: ‘Quien dice que el
Señor vendrá más pronto, más se equivoca. Si, pues, no sucede de esta
manera entonces los hombres pensarán que la venida del Señor ni siquiera
será más tarde y que no vendrá en absoluto. Eso es una gran ruina para
las almas[39].
¿Te das cuenta al escuchar la doctrina de un Padre tan grande que por el
querer fijar el día del
Señor amenazará un gran daño de las almas?
O los infieles insultarán la fe cristiana o los cristianos se
burilarán de la fe del hombre que propala estas mentiras, o también
pierden la confianza en el
futuro al constatar que era falso en lo que creyeron en el pasado. En
consecuencia no incomoda poco a la misma vida humana
un terror importuno de este tipo.
Dios decidió en su magno
discernimiento que el día último sea desconocido a todo hombre para que
de esta manera los hombres conscientes que pueden morir en cualquier
día, vivan más rectamente y se pongan a meditar lo que es útil para los
hombres (¿quién se ocupará
de lo que es conveniente para los hijos,
la familia o el bien de los ciudadanos estando seguro, segurísimo
que va a morir muy pronto?), entonces, en consecuencia
no amaremos este mundo más de lo
que conviene y aceptamos que perecerá completamente.
Esto no significa que dejemos de
preocuparnos de las cosas de la vida pública o privada en cuanto el
género humano [pg. 415] requiere. Pero por su incierta duración o, más
bien, por su aniquilamiento postergado somos estimulados. De esta manera
nos encontramos entre el temor y la esperanza, inseguros respecto al fin
del mundo y de nosotros personalmente. De esta manera
la divina providencia
alivia el peso del caminar humano para que no nos aficionemos
a las cosas caducas, dejando de lado las eternas y tampoco nos
veamos arrancados de las
mismas cosas que tenemos que cuidar según su necesidad por un terror
inmoderado ante el fin.
Capítulo V.
Ahora bien, la mente humana es de por
sí curiosa y ávida de conocer las cosas que están de lo más alejado
de su conocimiento. Se estimula
más aún por el testimonio repetido de los divinos escritos
respecto a la premura de la venida del Señor. De manera que la mente
humana exige una solución.
Han pasado mil quinientos años desde
que Cristo ha prometido que vendrá. Dijo:
He aquí que vengo pronto[40]. Y también se dice:
Hombres galileos, así como lo
visteis subir al cielo así vendrá[41].
¿Acaso no es muy distante
esa hora que el beato Juan llamó próxima hace tantas centurias de años?
Realmente es deficiente el ingenio humano y poco falta para que
esté en peligro de perder la fe. Tanto expendio excesivo de paciencia y
de solicitud ha mostrado
muchos de los siervos frente a tantas demoras del Señor.
A veces se piensa en el día del juicio
como en la fábula de la destrucción de Troya. Es como si no tuviera nada
que ver con nosotros quienes después de mil quinientos años leemos como
esos hombres predican y amenazan con ello. Sin embargo, también
vemos que los hombres siempre
hacen lo mismo.
Sin embargo, el Señor es fiel,
derecho en todas sus
palabras y santo es en todas sus obras; todas sus obras son misericordia
y verdad; el comienzo de su sentencia es verdad[42].
Esto es difícil para los hombres [pg.
416]. Él lo previó y
teniendo presente todo aquello
que predijo tan prolijamente respecto al fin del mundo y a su
venida, no dudó reforzarlo diciendo: ‘Los cielos y la tierra perecerán para mis palabras no perecerán[43].
Y puesto que aquel
Espíritu celeste contempla los siglos de los siglos y puesto que es
finísimo y lo penetra todo, vino hermosamente en ayuda también en este
tema para socorrer la fragilidad del pensar humano y desde hace mucho ha
preparado el divino antídoto para la enfermedad[44].
Leamos al apóstol Pedro: ‘Vendrán
en los últimos tiempo embaucadores que caminan según sus propias
concupiscencias y preguntarán: ¿Dónde está su promesa o su venida?
Nuestros padres murieron y
todo sigue igual desde la
creación del mundo. Un
poco después contesta a esa objeción:
Una cosa no la ignoren queridos.
Un día para el Señor es como mil años y mil años como un día. No tarda
el Señor en el cumplimento de su promesa como piensan algunos. Es que
obra con paciencia por vuestro bien. No quiere que algunos perezcan. Que
todos vuelvan a la penitencia[45]. De aquí aprendemos
suficientemente que diversas
son las medidas de las horas divinas y las medidas de nuestro tiempo.
Nosotros los mortales, cuya vida es
como vapor y da para poco,[46]
computamos cien años como un largo siglo. Lo que es para nosotros lo
rápido y lo tardío, lo
medimos angustiosamente a la manera de las hormigas que corren. Para
ellas es camino largo y tú
lo superas con un solo paso tuyo.
Distinto es el proceder de la
divinidad que prevé todo y
es muy breve para ella lo que a nosotros
parece larguísimo lo que se refiere según los profetas a los
caminos de la eternidad[47].
Y dice: Mil años ante sus ojos
como el día de ayer que pasó y como la vigilia nocturna que se considera
como nada serán sus años[48]. Pues si mil años para Dios son
como un día que ya pasó, ¿cómo no ha de ser veloz lo que antes de una
semana pasó?
Por eso, no es que Dios falla [pg.
417]. Somos más bien nosotros que no entendemos, acostumbrados como
estamos a las estrecheces humanas, y no sabemos pensar en la dimensión
divina. Se ha aclarado de parte de los profetas el significado de esa
misma brevedad respecto a la primera venida del Señor.
Como dice Isaías: Cerca
está para que venga su momento y sus días no tardarán[49].
Y Ageo: Todavía un poco y
conmoveré el cielo y la tierra y el mar y lo seco
y vendrá el deseado de todas las naciones[50].
Ese “poco” contiene
más de cuatrocientos años y
ese “cerca” alrededor de setecientos.
Esta cantidad, si la aplicas a la edad de los mortales, ya que a
lo máximo llegaremos a los ochenta y termina nuestra vida, esto puede
parecer prolijo. Si lo aplicas al día del altísimo Dios parecerá sólo un
puntito.
Tampoco lo pasa esto en silencio la
divina Escritura. Ella, que habla
frecuentemente como si la venida del Salvador fuera cercana, con
todo, en Habacuc habla de
manera más acomodada a
nuestra manera de pensar: Aunque parezca lejos aún, finalmente aparecerá y no defrauda. Si demora
espéralo. Porque de venir vendrá y no tardará.
He aquí quien es incrédulo no tiene un espíritu recto en su
corazón. El justo vive a partir de su fe[51].
Estas palabras del profeta las utiliza el apóstol en la carta a los
hebreos[52]
y, juntándolas con las de Ageo más arriba y acomodándolas a la venida
del Señor, nos enseña con toda claridad que es lo mismo lo que es largo
para nosotros y lo que es corto para Dios, que hay que decir que demora
y, sin embargo, vendrá en su tiempo oportuno y demorará. Porque así como
respecto a nuestros pecados soporta y espera Dios siendo longánimo, de
la misma manera, de nuestra parte, quiere que seamos también longánimos
en esperar sus promesas. Y respecto a lo
que dice en la carta a los
hebreos: El justo vive a partir de
la fe. Que si se sustrae no complacerá a mi alma’[53].
Ciertamente, Abrahán ha conseguido las promesas de Dios [pg. 418]
teniendo mucha paciencia.
Por eso, al fijarnos en su última
venida como lo describe el evangelio – respecto a
lo cual hemos expuesto
esta argumentación – no se ignora que a muchas cosas hay que tomarlas
con calma referente a lo que él nos ordenó a esperar
en breve. Es por eso el optimo Maestro en vista de los que al
respecto actúan de manera impía y entran en desesperación, nos amonesta
de esta manera: ‘Si el siervo malo dice en su corazón: Mi amo tardará en llegar y
comienza a pegar a su consiervos, a comer y a beber embriagándose, en el
día en la hora que menos espera vendrá el señor del siervo aquel y los
partirá y pondrá su suerte con la de los hipócritas[54] (Mt 24).
La lujuria y la soberbia de los malos
pastores las describe como que proceden desde una oculta infidelidad. Su
castigo merecido será una muerte súbita y su lugar estará con aquellos
que sólo son cristianos labios afuera. Ostentan una especie de
piedad y, sin embargo, rechazan su virtud[55].
Quieren tener los títulos de pastores pero en realidad son lobos o
ídolos de pastores[56].
Todo esto lo hemos argumentado para
que se entienda que aunque
distan muchas centurias de años de aquel entonces, con todos pronto y
cerca está la venida de Dios y así ha sido anunciado divinamente.
Los días del juicio son cercanos para cada uno porque el día de la
muerte no está muy distante.
Capítulo VI
Con todo, aunque uno, presionado por
la divina autoridad no se atreve contradecir, no es suficiente para
aquietar el ánimo del hombre. ¿Entonces qué? Si es breve para Dios lo
que al hombre le parece largo, cuando Dios habla al hombre ¿acaso no
debería acomodarse a la inteligencia humana? ¿Y qué hacer en el caso si
desea proceder con nosotros utilizando nuestras palabras? ¿Acaso
las palabras no tienen la fuerza en su sentido que la da Él y no
en el nuestro? [pg. 419] Es evidente que si un hombre actúa así con los
hombres éste parece engañar y fallar.
Al respecto, ¿acaso es razón para que
por consideración a unos cuantos hombres
a quienes aquel día supremo encontrará viviendo en
la carne, haciendo
caso omiso de todos los demás que en número superan a aquellos
infinitamente, los haga vivir como sobrecogidos y suspendidos por la
expectación de esto que en realidad no les tocará en manera alguna? Es
que no veremos aquellos
signos terríficos, ni la tribulación máxima del anticristo ni aquel
fuego que lo quemará todo, ni las demás cosas horribles si morimos antes
de que sucedan.
De todos modos es talante de la
ignorancia humana que entre en disputa consigo misma. No se atreve
hacerlo con viva voz. Pero lo hace en su corazón como,
según la enseñanza el Señor en el evangelio, se acusa al siervo
flojo[57].
Conviene entender y mantenerlo de manera firme en nuestro corazón que
Dios no solamente nos da las
cosas según la verdad sino también según la utilidad y a cada uno de
nosotros según la necesidad.
No se trata de considerar todas aquellas profecías que tienen que ver
con el juicio del fin del mundo sólo en beneficio de aquellos quienes
como últimos vivos verán el fin del mundo. También nos corresponde
realmente a nosotros mismos
y también a cada uno de los mortales.
Es inminente para cada cual nuestro
juicio cierto, el día incierto. Quiere decir que la exhortación de la
venida de Cristo es para todos. Pero también hay que entenderlo como
exhortación particular y para cada uno. Escuchemos al bienaventurado
Agustín que trata este tema
de manera lucida. A quienquiera
que sea, lo encontrará su último día. Es como si en esto lo
comprehendería como si fuera el último día del mundo. Es que tal como
muere cada uno en aquel día así será juzgado en ese día. Y un poco
más adelante, ¿Por qué dirá para
todos lo que solamente corresponde a aquellos solos los que estarán
vivos en aquel entonces a no ser porque les toca a todos de la manera
como lo he dicho?
[58]
En aquel entonces, pues, llegará aquel
día ya que es para él el día [pg. 420]
cuando tal como sale de aquí así
habrá de ser juzgado en aquel día. Es por eso que ha de vigilar todo
cristiano para que cuando venga el Señor no lo encuentre sin
preparación. Lo encontrará sin estar preparado aquel día al que
encuentra sin estar preparado el último día de su vida. Este es aquel
día.
Si miramos más de cerca nos daremos
cuenta que cuando Cristo
habla de su venida y de su juicio acomoda su palabras de tal manera que
no pone el fin del mundo sólo ante los ojos
de la generación del fin del mundo sino que también ante los ojos
de cada cual. Es por eso que
concluye toda la enseñanza
respectiva porque quiere se entienda
eso de la extrema hora de muerte
al igual como del fin del mundo.
Concluye, pues, en el evangelio de
Marcos (cap. 13):’Vigilad, pues.
No sabéis cuando vendrá el amo de la casa, en la tarde, a media noche,
al canto del gallo a de madrugada para que, cuando venga, no los
encuentre dormidos. Lo que digo a vosotros se lo digo a todos: Vigilad’.
De la misma manera Mateo (cap. 25) amplía un poco más la parábola de los
siervos que esperan el regreso de su Señor[59].
También en Lucas leemos: ‘Cuidaos
que a lo mejor no se vuelva pesado vuestro corazón en libertinajes y
ebriedades y en los cuidados de esta vida y os sobrevenga aquel día de
improviso[60]’.
Aquí, si preguntamos en qué día está pensando el Señor cuando exhorta
que no nos sobrevenga de improviso, creemos que se refiere al día de
nuestra muerte y al último día del mundo.
Esto lo confirma Pablo cuando dice que
el día del Señor vendrá como el ladrón en la noche. Dice: ‘Vosotros,
hermanos, no estáis en las tinieblas para que no os sorprenda aquel día
como un ladrón[61]’. De la misma manera en el
Apocalipsis (cap. 16 y 3) en cierto lugar dice el Señor: ‘He
aquí que vengo como el ladrón[62]’.
De la misma manera amonestando al obispo de
Quisiera añadir
esto: en
Es realmente algo usual en las
Sagradas Escrituras que,
cuando aparece algo, es como si sucediera y se expresa con una
sola frase y se lo considera como una sola cosa.
De esta manera la
primera y oculta venida de Cristo en el útero de
De manera que
La misma regla de
Las obras del Señor son perfectas y el
que es el salvador del hombre cura al hombre entero.
Es notable que
Sin
embargo, Cristo estaba tratando con los saduceos que niegan la
resurrección de los cuerpos
porque no aceptaban la resurrección de las almas como también Lucas lo
expresa en los Hechos de los Apóstoles:
Los saduceos dicen que no hay
resurrección ni ángel ni espíritu[70]. Habrá
por obra de Dios una vida distinta y mucho mejor que la describen
aquellos antiguos. Esto lo muestra rectamente Cristo que los que son
muertos para este siglo con todo Dios los llama suyos. Porque jamás
tendrá trato el Dios vivo con muertos. En el mismo sentido los autores
del libro segundo de los Macabeos pueden decir que Judas Macabeo, al
ofrecer dones por aquellos que
habían caído en la guerra, había pensado recta y piadosamente de
la resurrección de los muertos. Y si no esperara que los caídos
resucitarían [pg. 423]
parece superfluo y vano orar por los muertos.
Con todo no sería vano, como dijo
alguien, orar por los muertos aunque no resucitarían porque aunque los
cuerpos descansen inánimes, las almas pueden ser liberados de los
pecados y disfrutar a la vida eterna. Pero, como dije, las dos cosas son
consideradas como una sola, es decir, que existe la vida beata de las
almas y la resurrección de los muertos. Significa que al conceder la
primera resurrección, como enseña
¿Cómo puede Pablo hablar así? ¿Acaso
si no hay resurrección de los cuerpos no tendrás premio alguno? ¿Acaso
no puede reinar con Cristo el alma si no es con el cuerpo? ¿Acaso estará
menos presente ante Dios cuando no hay nada del cuerpo? ¿Acaso nada es
arrebatado hacia Dios en figura?[73]
(2 Cor 5).
Pablo no niega eso. En realidad no se
ocupa de esto como si la felicidad del alma sola superaría
todos los trabajos de esta vida y sus fatigas. Sin embargo, Pablo
sabe que cuando se niega la resurrección de los muertos, se quita
también la vida beata a las almas. En cambio, cuando se concede aquella
vida también a su vez se da
la resurrección de los muertos. El apóstol sabiamente señala que cuando
se quita la resurrección, somos más miserables de todos los miserables
porque quienes soportan las fatigas reales presentes esperarían premios
futuros falsos.
A partir de este y otros pasajes de
Me parece que no son pocos quienes,
por no prestar atención a este tipo de expresiones, caen en error. Es
que, al interpretar estos pasajes, son de la opinión que hay que relegar
hasta el momento del fin del mundo las recompensas de los justos, la
gracia de la regeneración, la resurrección, la venida del Señor junto
con la parte más importante de la felicidad que consta ante todo en la
visión de Dios. Además parece que algunos de los santos Padres,
especialmente San Agustín, piensan de la misma manera de acuerdo a su
manera de ver. Se trata de aquellos que entienden
menos adecuadamente
esa costumbre de hablar de las Escrituras. Por eso son realmente
incapaces de ser expertos de la visión divina
respecto a las puras y santas almas, y no importa cuál sea su
enseñanza.
Sin embargo, no es el momento de
explicar las enseñanzas de
Cada uno ha de meditar que es inminente el día del juicio.
Capítulo VII
Si reflexionamos prudentemente hemos
de parangonarnos aquí y ahora con aquellos que piensan que es inminente
y, por eso, inmediato el día del juicio final. Lo que a nosotros
respecta, para nosotros termina este mundo cuando termina la vida.
Tampoco faltan signos del mundo
que se derrumba en nuestra propia muerte. No en vano nos exhorta
Salomón: Acuérdate del Creador en
los días de tu juventud antes de que llegue el tiempo de la aflicción y
se acercan los años de los cuales dice: “No me gustan”, antes de que
oscurezca el sol, la luna, la luz de los astros y vuelvan [pg. 425]
las nubes después de la lluvia,
cuando se conmueven los postes de la casa y se tambaleen los hombres
fuertes[74].
Esto se dice evidentemente de la
muerte de quienquiera. Con todo parece referirse también al fin del
mundo como lo advierte
también Jerónimo[75].
Así
como escurece el sol de la razón humana, fenecen los astros de los
sentidos, se encubre la luna de los pensamientos,
el aguacero vivificador del cerebro no destila como es el caso de
nubes vacías, los mismos huesos que sostienen esta morada mortal como
firme sostén, comienzan a temblar y a vacilar
y acontecerán las demás cosas que menciona el Eclesiastés y lo
que aquel Gregorio antiguo[76]
aplica a la ruina de las
estructuras del mundo, el entrelazarlo
todo esto aquí sería muy largo y no hay necesidad de ello.
Nadie ignora que la tribulación sería
máxima en aquel entonces cuando el príncipe de este mundo se hace
presente salvajemente cuando queda poco tiempo.
Si alguien reclama el preanuncio del anticristo para el momento
del fin también Juan[77]
muestra muchos anticristos que
luchan contra la fe de Cristo y la caridad dentro de nosotros. De ahí
podemos saber que ha llegado para nosotros la última hora.
Lo que no he mencionado al respecto es
que todo lo que el Salvador ha referido como signos preanunciados para
el día último y juicio final, esos mismos signos creo yo deben
entenderse de la misma manera del último día de cada uno (¿acaso no
sería anodino repetirlo todo?). Lo que se han mencionado quiere lograr
que los hombres se convenzan, ya que otra es la comprensión
del día del fin del mundo y otra de cada uno, que lo que se
refiere a cada uno que el día del juicio está cerca. Esto
De la misma manera, cuando uno que
tiene poca experiencia de viajar por mar
sufriendo mucho de mareo, le pregunta al dueño del barco, quien
tiene mucha experiencia, [pg. 426] si la travesía será larga y aquel
para animar al que casi está desanimado le responde que será corta e
inmediata. N o miente aunque le aparezca al otro viajero más bien larga.
Es que aunque al que pregunta le queda velada la significación del modo
de responder, en realidad la travesía
no les parece larga a los navegantes porque están acostumbrados.
Importa más el bienestar del hombre que su curiosidad.
De la misma manera me parece que el
Señor responde con la verdad y para bien de los apóstoles que
preguntan por el tiempo de su venida. Es que tiene en cuenta más
la salvación nuestra que nuestra curiosidad. El conocimiento al respecto
es peligrosísimo mientras que la ignorancia es segurísima.
Capítulo VIII
Se nos manda
temer los juicios divinos antes que investigarlos cuando
realmente las causas de todos los hombres que antes salen de esta vida
terminan, ¿por qué quiso Dios constituir el juicio universal donde no se
pronuncia otra sentencia sino la misma?
Con todo es útil y aprovecha reflexionar sobre algunas cosas que
las divinas letras insinúan.
En primer lugar para que Dios sea
justificado y vencedor (Sal 50). Esto se logra estando presentes todas
las creaturas celestiales, las terrenas o infernales quienes observan y
comprueban todas las causas que públicamente son ventilados y cuyos
juicios son emitidos.
De esta alabanza del Dios omnipotente
habla Juan en el apocalipsis cuando relata que vio y escuchó a
los celestiales músicos
pulsar la cítara y cantar: Grandes
y maravillosos son tus obras Señor Dios omnipotente. Justos y verdaderos
son tus caminos Señor, rey de los siglos. ¿Quién no te temerá, Señor, y
quién no magnificará tu nombre? Porque solo tú eres piadoso [pg.
427]. Todas las naciones vendrán y adorarán en tu presencia porque tus juicios
son manifiestos[78]’
Y en el salmo 9: Se conocerá al
Señor quien pronuncia sentencia[79].
Y en otro salmo, el 149: Para que
ejecuten el edicto del juicio[80].
En segundo lugar es menester que se
acreciente la gloria de los santos y la ignominia pública de los impíos
por la sentencia del sumo juez. De esta manera proceden también los
magistrados terrenos. Primero informaron por medio del notario y de
manera privada la sentencia. La misma la hacen pregonar públicamente a
la vista de la gran asamblea de los ciudadanos y ordenan sea ejecutada.
Esto lo vemos especialmente
en el gran juicio de los inquisidores de la fe donde lo que ha sido
decretado en el secreto
entre cuatro paredes, se saca a
la luz ante los ojos y oídos de todos para suma ignominia de los reos.
También los absueltos son llevados calle por calle como gran muestra de
honor.
Esto lo reclama Pablo cuando dice: ‘No juzguéis antes del tiempo hasta que venga al día del Señor quien
iluminará lo escondido de las tinieblas y manifestará los pensamientos
del corazón. En aquel entonces habrá alabanza para cada uno de parte de
Dios[81]
(1 Cor 4). Así como dijo el
sabio: Todo lo que hay en el
futuro sigue siendo incierto por la simple razón para que todo sea
equitativo tanto para el justo y el malo, cuanto para el bueno y el
impío[82].
Esa gloria de los justos proveniente del encomio de Dios
describe de manera elocuentísima Cipriano[83]
y Basilio refiriéndose a la
ignominia para el terror de los impíos[84].
Finamente
conviene el juicio universal porque la naturaleza del hombre está
compuesta de cuerpo y alma. El pensamiento, el alma es invisible y el
cuerpo es visible. Es necesario que haya juicio de las almas cuando
salgan del cuerpo y que sea invisible y secreto.
Pero cuando han
vuelto al cuerpo y resucita el hombre entero, es necesario que quien ha
redimido al hombre íntegramente, lo debe juzgar íntegramente y esto
visiblemente y corporalmente de acuerdo a la naturaleza del hombre. Por
eso vendrá el Cristo de manera manifiesta como un rayo y visible para
todo el mundo[85].
[pg. 428]
Y lo verán
todos que lo traspasaron.
De esto hablan Daniel, el apocalipsis
de Juan, todos los evangelios y casi toda página de la Escritura[86].
Nada mejor para vivir una vida sobria, justa y piadosa que la asidua
contemplación de la gran venida del Señor[87].
Por eso el sapientísimo Eclesiastés
quiso que fuera este el último párrafo de su canto:
El fin del discurso escuchemos
todos juntos. Teme a Dios, guarda sus mandamientos. Esto es para todo
hombre. Todas las cosas las
llevará a juicio Dios aunque esté escondido sea bueno sea malo[88].
Cómo ha de entenderse la expresión que no pasará esta generación sin que
todo esto suceda.
Capítulo IX
¿Qué significa esto lo que
Cristo afirma al hablar sobre el día del juicio:
En verdad les digo que pasará esta
generación hasta que todas estas cosas sucedan[89]?
Muchas generaciones obviamente han pasado desde aquel entonces sin que
todo esto se haya cumplido.
Algunos creen tener que referir estas
palabras a la destrucción de Jerusalén. De esta manera estará aclarado
el asunto porque no han pasado más que cuarenta años hasta que sucediera
el asedio de Vespasiano y Tito. Otros, haciendo referencia el fin del
mundo, hablan de un género, es decir, del pueblo de los judíos y dicen
que
Es evidente que se habla del fin del
mundo como aparece en la secuencia de Mateo. Es verdad que el género de
los judíos permanecerá hasta ese tiempo. Pero aunque sea verdad eso, sin
embargo, en cuanto se refiere al tema que estamos tratando, es decir, la
confirmación de la certeza de su enseñanza no parece poder sostenerse.
Es costumbre de
Así sucede según el cálculo
de Agustín que la generación del mundo, es decir, la última edad del
mundo sea esta si nada sucede en el ínterin. Con todo
no se trata sólo de mil quinientos años sino también, si dura, de
cuatro mil. Se trata de una misma edad[91].
Ahora bien, si sucede de esta
manera (no lo sé y tampoco lo creo)
algo de la verdad evangélica podría venirse abajo. Quiso que
aquello siguiera fijo aquel que dijo que esta generación no iba a pasar
sin que sucedieran estas cosas, quiere decir, que no habrá ningún cambio
de la verdad evangélica en el futuro ni la destrucción de la posteridad
apostólica hasta que se
revelara a los elegidos el reino de los cielos prometido.
Es de suma utilidad tratar la historia de los últimos tiempos.
Capítulo X
Ya hemos demostrado abundantemente por
la argumentación anterior que el juicio de Dios se está acercando ya de
acuerdo al testimonio de las Sagradas Escrituras. Sin embargo, ninguno
de los mortales puede definir que tan cerca está ni fijar un número
exacto de días o de años. En consecuencia hay que mirar qué sucederá
respecto al futuro de los últimos tiempos,
respecto a las tentaciones de
No queremos fingir que lo incierto sea
cierto, ni lo cierto sea incierto. Esto lo dejaremos de lado hasta donde
esté permitido. Es que conviene muchísimo recordar estas maravillas; eso
el Espíritu Santo muchas veces lo recomienda ciertamente y no como
ampliación ociosa. Es importante para aquellos que no las verán pero
también a aquellos de manera especial a los que les toquen esos tiempos
amarguísimos.
Pues,
les conviene pensar a aquellos que salen de esta vida mortal
antes que se experimenten estas cosas horrendas y salvajes, ya que,
avisados por la divina misericordia,
han de pensar que
realmente son incapaces de afrontar tan grandes sufrimientos y peligros.
Es que ignoran si van a llegar hasta allá y al mismo tiempo son
conscientes de su propia sandez respecto hasta dónde tienen que
prepararse. También al mismo tiempo deberían pedir a la divina majestad
que los haga saque de la
tierra oportunamente ya que
no son idóneos para afrontar tantas cosas y que tampoco sea los
introduzca a esa máxima
tentación.
Quizás a esto quería exhortarnos
Cristo cuando relataba la terrible historia de aquel último tiempo
cuando dice en Lucas a los suyos:
Vigilad por eso orando en todo tiempo para que sean dignos de escapar
de todo esto que
llegará en el futuro[92].
Escapará realmente con mayor gloria aquel que venciere. Pero también
evitar y huir de un enemigo más poderoso es una especie de
victoria.
Es indudable
lo que escriben
Bernardo y Agustín de manera luminosa: Forma parte de la altísima gracia
de la predestinación el arrebatar a muchos elegidos de las tentaciones
amenazadoras ante las cuales hubieran sin duda cedido[93]. De la misma manera habla
Esto sucedió a algunos santos, como
refiere la historia,
que, siendo menos aptos para [pg. 431] soportar la amargura de los
sufrimientos, suplicaron a Dios les conceda una pronta salida de la
vida. Sin embargo, los futuros santos de los últimos tiempos, semejantes
a los Apóstoles, serán hombres ilustres y valientes como acero acabado
de
No hay nada más poderoso que el Verbo
de Dios. Estas cosas les he dicho
para que cuando sucedan estas cosas recuerden que se lo había dicho[96]. Y es el
Cristo mismo cuando
se apresta a ir al encuentro de la pasión se reafirma
de esta manera: ‘Conviene que se cumpla en mi lo que está escrito[97].
Y de nuevo insistió:
¿Cómo se
cumple
La regla más necesaria para
que se pueda entender las Sagradas Escrituras.
Capítulo XI.
Antes de hablar sobre los últimos
tiempos hay que aclarar una cuestión que [pg. 432] suele torturar a
muchos. Se trata del problema si
las cosas que leemos
en
los evangelios, fueron predichas a los apóstoles en el monte de los
olivos de parte del Señor como si todas o muchas han
de entenderse más bien la destrucción de Jerusalén y no tanto del
fin del mundo. Es un hecho que la variada exposición de los Padres y las
mismas sentencias relacionadas de los evangelios ofrecen bastantes cosas
oscuras.
De esta manera, todo eso a algunos les
parece referirse a la ruina de Jerusalén y de sus habitantes y cuyos
signos predice el Señor. Para que sea así ellos
acomodan las palabras evangélicas del sol y de la luna que
oscurece y los demás portentos a la historia de aquel siglo que el
escritor Josefo relata, una historia calamitosa y de lo más funesta de
lo que le ha sucedido a aquel pueblo. Otros no niegan que las palabras
del Señor se refieren en último lugar al fin del mundo, pero lo dicen al
final y muy de paso. Afirman que estas cosas se dicen principalmente del
desastre de los judíos. Me remito a las razones y las autoridades en las
cuales se apoyan estos y aquellos.
Sin embargo, si la memoria no me
falla, ambos se equivocan de
cabo a rabo respecto a lo establecido por el Señor. Aunque sea cierto
que en algunas cosas en esta
enseñanza el Señor ha hecho exhortación refiriéndose propiamente a
Jerusalén, con todo, muchas cosas han sido predichas indudablemente del
fin del mundo. Además muchas
cosas se han entremezclado en este discurso bien estructurado de tal
manera que al mismo tiempo se insinúa lo que ya ha sucedido a aquella
ciudad y también aquella
extrema ruina del orbe en el futuro.
Esto se acostumbra muchísimo en las
predicciones proféticas.
Es costumbre de
Así
insinúa lo que es como la materia del discurso o lo que es la forma y
especialmente la finalidad designada. Esta regla para entender a las
Escrituras, llamada por Ticonio como la regla del género y de la
especie, la recomienda mucho Agustín[101]. Cuando no se presta atención a esta regla sucede frecuentemente
que la sagrada doctrina aparece como perpleja y contradictoria de
manera que apenas o de ninguna manera puede entenderse.
Vamos a ofrecer brevemente unos
ejemplos, unos pocos de muchos. En el salmo 71 en primer lugar
contenido es la ocasión del discurso es Salomón lo que también
sugiere el mismo título. También en el salmo, aunque muchas cosas
corresponden a Salomón, sin embargo mucho
o la mayor parte se puede aplicar sólo a Cristo. Varias
cosas, es cierto, se
acomodan a ambas personas, a Cristo de manera perfecta y a Salomón
parcialmente (Sal 71). Es que son bendecidas en él todas las tribus de
la tierra y su majestad llena toda la tierra. Y permanecerá con el sol y
ante la luna. Y dominará de
mar a mar, del río hasta los confines del orbe de la tierra[102].
Estas cosas no se pueden referir a Salomón. Este mismo ejemplo lo
utiliza Jerónimo, lo que Paulo confirma con mayor autoridad aún[103].
¿Quién ignora que aquel famoso
vaticinio del profeta Natán para David ha sido proferido según el
sentido literal a Salomón? Dice:
Cuando se hayan cumplido tus días y duermas con tus padres, suscitaré un
descendiente tuyo después de ti que saldrá de tus entrañas y afirmaré su
reino[104].
Esto se interpreta mejor con referencia a Salomón, porque Cristo ayer,
hoy y por los siglos y no cuando dormiría David[105].
Luego habla de ambos al mismo tiempo, de Cristo y de Salomón:
‘Este edificará una casa a mi
nombre’, este una espiritual y eterna en el cielo, aquel, en figura,
el templo en Jerusalén. Es evidente que lo que sigue se refiere a
Cristo: Y estableceré el trono [pg. 434]
de su reino hasta la eternidad. Yo seré para él un padre y él será para
mí un hijo[106].
Este ejemplo lo utiliza el apóstol cuando prueba que Cristo es superior
a los ángeles. A esto hace referencia también el mismo ángel Gabriel
cuando dice: Le dará el Señor Dios
el trono de David su padre, y reinará en la casa da Jacob para
siempre y su reino no tendrá fin[107]
(Lc 1). Y también lo que
sigue: Si alguien haga algo inicuo
lo castigaré con la vara de los
hombres y con golpes de los hijos de los hombres. Pero
no quitaré mi misericordia como la quité a Saulo.
Aunque el divino Agustín quiere
aplicar esto al Cristo en cuanto a su cuerpo, que es
Lo mismo se puede entender
en cierto modo de Cristo y
de Salomón. Altísimo es el
Espíritu y todo lo ve. Él puede de manera inefable y con enunciados que
le son propios juntar cosas muy distantes unas de otras, puede como en
un momento tocar la discrepancia que existe entre miles de siglos. Al
mismo tiempo puede decir esto a unos y a otros. Así, si en griego
significa a los griegos una cosa, en el lenguaje bárbaro a los bárbaros
otra, sin embargo, el que conoce las dos con todo, quiere significar
cosas diferentes. Si realmente cosas distintas quiere significar
cosas distintas, pero si proviene de una misma mente
hay que considerarlo necesariamente como
muy verdad.
De esta manera respecto al juicio
final y al fin del mundo
hablaron en otra ocasión no solamente
los evangelios, a partir de los cuales se nos ha propuesto esta
pregunta, porque también aquí y allá los profetas han emitido profecías
al respecto. Y puesto que están previendo desde otra dimensión, están
apuntando a otra cosa. Ellos amenazan, por ejemplo a una ciudad o a
cierta provincia, sin embargo hieren a todo en género humano. Pues,
aquel que lee [p.435] en Isaías y
observa la profecía contra Babilonia
que vio Isaías el hijo de
Amós, ciertamente no entiende mal asumiendo que se está prediciendo el
fin de los caldeos[109].
Esto lo demuestra claramente el mismo profeta al final de capítulo.
Dice: He aquí que suscitaré sobre
ellos a los medos, que no buscan la plata ni quieren el oro y será
Babilonia gloriosa entre los reinos y destruida
la soberbia de los caldeos así como el Señor destruyó a Sodoma y
Gomorra y lo que sigue hasta el final.
Por eso Jerónimo y los demás
traductores consideran con razón que se trata de la profecía acerca de
la destrucción del reino caldeo la que precisamente aconteció bajo Darío
primero y luego bajo Ciro. Ahora bien, si continúas un poco más verás
algo mucho más grande que la
ruina de los caldeos. Pues, cuando se llega a lo que sigue:
El Señor y los instrumentos de su
furor para que pierda a toda la tierra. Ululad porque está cerca el día
del Señor (Is 13). ¿Quién no comprende que se trata del cataclismo
universal? Pues cuando se añade: ‘Todas
las manos se debilitarán y
todo corazón humano será
destrozado. Tendrán convulsiones y dolores, como una parturienta
sufrirán, cada cual le será susto para su prójimo, sus rostros serán
caras quemadas[110],
¡quién duda que se trata de lo mismo que dice el evangelio:
Se aterrorizarán los hombres por
el miedo y le expectación que sobrevendrá al orbe entero![111]
Eso lo dice también claramente la misma profecía:
He aquí que viene el día del Señor, cruel y lleno de indignación, de ira
y de furor para asolar la tierra y para destrozar a los pecadores.
Porque las estrellas del cielo ya no
brillarán, el sol es oscurecido en su trayecto, la luna ya no
dará su luz y visitaré al orbe con males[112].
Estas cosas si no se dicen
del día del juicio final,
entonces se puede argumentar que
Capítulo XII
Estas cosas anteriores se han
conmemorado más abundantemente, para que la narración acerca del proceso
evangélico de
Pues, es manifiesto en Mateo que ellos
han preguntado y lo han entendido que el Señor hablaba de ambas cosas.
Lucas anota así: Maestro, ¿cuándo
serán estas cosas y cuál es el signo de que comenzará?[117] Y parece que quieren
hablar sólo de Jerusalén. Tampoco Marco habla tan abiertamente: ‘Dinos
cuándo estas cosas sucederán. ¿Cuál será el signo cuando todas estas
cosas comenzarán a consumarse?[118] En cambio, Mateo de
manera conspicua demuestra que están preguntando acerca del fin del
mundo: Dinos cuando sucederán
estas cosas y ¿cuál será el signo
de tu venida y de la consumación del siglo?[119]
Ahora bien, partiendo de esta ocasión
el discurso del Señor se mezclan porque dice algunas cosas de la
destrucción de Jerusalén y algunas otras del fin del mundo. Con todo lo
que se refiere propiamente a
la ciudad y al pueblo de los judíos es realmente muy poco. Se ven
expresadas detalladamente en Lucas: ‘Cuando
vean que Jerusalén esté rodeada del ejército...’ hasta aquellas
palabras… y Jerusalén será pisada
por parte de los gentiles hasta que se cumplan los tiempos de las
naciones. Luego lo que sigue en seguida: ‘Y
habrá signos en el sol, la luna y las estrella y en la tierra
angustia de las gentes por la confusión del ruido del mar’,
etc., habla patentemente del fin del mundo. Así lo propone también
Con excepción de esas pocas cosas,
todo lo demás que se lee en este como también en los demás evangelios se
han de entender sólo de fin del mundo o pertenecen a las dos calamidades
pero han de entenderse especialmente como dichas más de aquella [p. 438]
destrucción general del mundo que de la ruina de la ciudad.
Esto como el Espíritu divinamente lo
quiere indicarlo, lo expresa por boca de Mateo mediante la interrogación
distinta respecto a la consumación del siglo y la venida del Señor. Por
eso no hay que dudar de que no queda otra cosas que referirlo todo a eso
que Mateo persigue por medio de las afirmaciones de Cristo con ocasión
de la pregunta de los apóstoles aunque algunas de esas cosas
podrían ser congruentes con la ruina judía. Casi las mismas cosas
dice Lucas del asedio y de la desolación de Jerusalén. Lo mismo piensan
algunos de los mejores exégetas antiguos y modernos. Es más, es según mi
parecer la manera del mismo Mateo al exponerlo todo.
Por eso cuando
algunos oponentes antiguos y más recientes se esfuerzan en probar
que la mayor parte lo escrito de Mateo no se ha de entender del fin del
mundo sino se refiere a la conquista judía;
me parece realmente que tal
esfuerzo rinde pleitesía a la complicación más de lo que es necesario.
Yo mismo me he dado cuenta en algún momento que sería inepto y absurdo
aplicar literalmente a la
tragedia de Jerusalén aquellas cosas que propone
Es que sucede frecuentemente por el
número y el uso (cuando se repite algo hasta la saciedad) que los
investigadores, obedeciendo a un sentido literal exagerado, están
achicando el sentido espiritual y entonces pierden también el verdadero
sentido literal. Porque la
letra de la palabra divina en su mismo sentido es espíritu, de manera
que quien no entiende que hay que
ponerlo siempre en primer lugar, este no es de Dios sino
demuestra que trata de palabras de hombres similares a los suyos
propios. Necesariamente se aleja en muchas cosas de la misma escritura.
[p. 439]
Capítulo XIII.
Aunque se haya explicado
suficientemente el tema, con todo, también en otros pasajes se debe
entender indudablemente que se está hablando de los últimos tiempos
aunque la escritura parte de
otra tema o entremezcle también otras cosas.
Por ejemplo, se habla de los reyes en aquella profecía famosa de
Daniel[120].
Cuando se llega al último rey el lector podría empecinarse en averiguar
de quién se habla tantas veces y se dicen tantas cosas. No parece
coherente que, cuando comenta los imperios de los griegos, se haga
referencia al anticristo. Se relatan muchas incidencias que se refieren
al ilustre Antíoco o a Epifanio y eso de manera muy clara. Si referimos
todo lo que se dice a Antíoco no sufre ni la fidelidad histórica ni el
sentido de las palabras.
¿Qué entonces? Es cierto, como lo dice
muy bien Cipriano mártir, en Antíoco se expresa el anticristo[121].
Es que la escritura a uno lo llama raíz del pecado y al otro hombre del
pecado. Es que varios elementos de aquella profecía son comunes tanto a
Antíoco cuanto al anticristo, pero principalmente al último y al otro
como que es figura de aquel[122]. Igual que las profecías de
Isaías respecto al rey de Babilonia[123]
de modo similar hablan las de Ezequiel respecto al príncipe de Tiro[124].
Ahora bien, si alguien entiende que están advirtiendo
la soberbia de aquellos hombres, no comete ningún error. Sin
embargo, el que no piensa al mismo tiempo en el príncipe de las
tinieblas, en la serpiente antigua que se rebeló contra Dios y luego por
divina virtud fue lanzado
del altísimo trono al infierno, no solamente se percata superficialmente
de muchas cosas sino hasta es llevado a la mentira.
Lo mismo sucede de nuevo en Juan. Se
habla de la bestia en el Apocalipsis
y del seudoprofeta. Si alguien lo refiere a la persecución [pg.
440] universal de
No niego que
los comentarios tipológicos y morales de este género sean muy
útiles. Han sido utilizados muchísimo por los santos Padres. Sin embargo
cuando leemos las famosas profecías de
Cuando uno cuidadosamente trae a la
memoria todos los testimonios del Antiguo Testamento
que refieren repetidamente los evangelistas, especialmente Mateo,
enseguida uno se da cuenta que se trata de profecías
respecto a realidades y hechos particulares de Cristo. Estas
profecías, si no se hubieran cumplido tal como han sido anunciadas, los
hombres no las podríamos entender.
Por tanto, fue necesaria la
exhortación divina para que
de la misma manera comencemos a investigar las demás profecías de Cristo
en las Escrituras. Son las siguientes: por ejemplo
desde Egipto llamé a mi hijo[126];
una voz se ha escuchado en Rama,
un llanto y quejido[127].
La tierra de Zabulón y la tierra de Neftalí vio una gran luz[128];
aceptaron
el precio en treinta monedas de plata pesadas[129];
aquello de Juan: No quebrantaréis
en él ningún hueso[130]
[pg. 441]
mirarán al que
traspasaron[131].
También en los Hechos de los Apóstoles:
¿Por qué se estremecieron las
naciones y
estaban presentes los reyes?[132] Esto se refiere a
Herodes y Pilatos. Yo te engendré
hoy[133]
se refiere a la resurrección. Por
autoridad divina estas cosas, es decir, hechos particulares, todas
tienen un significado.
No hay que dudar que de parte de los
profetas se haya profetizado sobre la primera venida de Cristo, sobre su
segunda venida, igualmente sobre la tribulación de
Capítulo XIIII.
Al haber explicado esto no es difícil
darse cuenta que lo que se dice de este misterio en los evangelios se ha
de entender de tres tiempos distintos. Muchas
cosas se han cumplido en el trascurso de la historia de
Esto lo seguiremos exponiendo según su
orden de acuerdo a lo que podemos averiguar de las divinas letras y de
la autoridad de los santos Padres.
En primer lugar no hay que suponer que
el discurso del Señor en el monte de los olivos dirigió a los suyos,
como que se ha de aplicarse sólo
a los últimos tiempos
y como que se trata sólo de los
últimos signos. Muchos quizás se convencen erróneamente precisamente que
a partir de la interrogación de los discípulos sobre la consumación de
los siglos y la venida del Señor el discurso trata de exclusivamente de
eso. Sin embargo, está ante nuestros ojos que la historia de
Es que a excepción de aquello que
evidentemente ha sido dicho
en relación con la destrucción de Jerusalén y como saben todos se han
cumplido dentro de los cuarenta años subsiguientes, todo lo demás
también podemos admirablemente reconocer en los evangelios como que está
referido al crecimiento de
Se indican, por ejemplo, el furor de
los reyes impíos contra los servidores de Cristo hasta inclusive
torturas extraordinarias y muerte, y eso de la siguiente manera (Mt 24):
‘Os entregarán a los tribunales, os matarán y seréis
odiados por todas las gentes a causa de mi nombre y entonces se
escandalizarán muchos – esto se refiere
a aquellos que negaron a Cristo y amaron más la gloria del mundo
- y se entregarán
mutuamente y se tendrán
mutuamente odio’.[134]
Lucas también lo expresa aún más claramente:
Antes de todo esto os echarán mano, os perseguirán y los entregarán a
las sinagogas y a los guardias, os llevarán ante reyes y gobernantes[135],
y todo lo demás que desde los tiempos de los apóstoles hasta Constantino
especialmente
En cuanto a las tentaciones internas
de
Hay un tercer signo: las guerras y los
tumultos de las naciones. Estas cosas existen desde que el hombre es
hombre. Sin embargo, después que comenzaran los tiempos de los
cristianos, emponzoñaron grandemente el orbe entero. No habría que
asignarle una época determinada. Agustín se vio obligado a responder a
las calumnias de los que echaron la culpa de las calamidades a los
cristianos[139].
Es cierto, la invasión de las gentes septentrionales, la gran decadencia
del imperio, las conturbaciones de todos los reinos le siguieron al gran
furor de los heréticos, y especialmente eran fuertes las guerras
bárbaras cuando en Italia se dio la ruina del imperio romano en tiempos
de los santos Padres León, Agustín, Jerónimo. Estas cosas las predijo
Jesús de esta manera (Mt 24): ‘Y
escucharéis de guerras y rumores de guerra. Se levantará nación contra
nación y reino contra reino[140].
El cuarto signo se da por medio de la
perturbación y los prodigios de los elementos y de las criaturas
irracionales. Y habrá pestes, y
hambre, grandes terremotos en algunos lugares, terrores en el cielo y
habrá grandes signos[141].
Varias historias cuentan que todo esto
ha sucedido palmariamente y que todo el orbe de la tierra será devastado
o destruido. Por ejemplo, el Papa Gregorio da testimonio que sucedía en
sus tiempos y que no dudaba en decir que uno comprendía los signos con
mayor claridad por suceder en el mundo que cuando uno leía sobre ellos
en el libro sagrado[142].
Me parece que los Santos Padres han observado estos mismos signos
cada uno en su época y a partir de ellos han anunciando [pag. 444] que
el día del juicio estaba cerca. Cipriano lo ve en las persecuciones
atroces de los tiranos, Hilario en la poderosa herejía de los arrianos,
León quizás tanto en las inauditas invasiones septentrionales de los
Hunos y como en las demás, Gregorio, como dije, en las pestes, en los
terremotos, en el hambre y en la destrucción general. Y cada uno
realmente, como dije, ha visto allí los signos predichos por el Señor.
Pero tampoco quiero entender esto como
que los signos se han cumplido totalmente cuando se manifestaron en
aquellos tiempos determinados como que no se manifestarán ya hoy en día
ni se manifestarían hasta el fin del mundo.
Sin embargo, vemos que el primer signo que Cristo ha predicho
sobre Judea y Jerusalén se ha cumplido totalmente. Luego en el mismo
Imperio Romano y en
Tampoco hay que pensar que
esto no sucederá y con mucho mayor vehemencia en el último
combate de
Capítulo XV.
Se puede preguntar legítimamente por
qué estos signos del fin del mundo se indican y suceden cuando acontecen
antes de tantos siglos puesto que aún antes
de la misma exposición del
Señor ya son muy familiares los males para el mundo cuando uno se pone a
revisar todas las épocas de los hombres. Es que no puedo dudar que han
sido indicados como signos y han sido dados como signos cuando
recordamos las preguntas de
los apóstoles: ‘Dinos, ¿cuándo
sucederán estas cosas y cuál es el signo de tu venida y del fin del
mundo?[143] Para ese propósito sirve
todo el discurso del Señor. Luego nuestros mayores los aceptaron
así y lo transmitieron a la posteridad. Por eso es nefasto que alguien
piense de manera distinta. Ahora que se hayan cumplido ya en gran parte
ni se referían en primer lugar al fin del mundo, esto consta claramente
en la misma serie de afirmaciones de los evangelios[144].
Se distingue esto de aquellos, a este se le da el nombre de comienzo ni
vendrá en seguida el fin. De aquellos, muy al contrario, se dice que
cuando sucedan el fin ya
estará a la puerta y en seguida se hará el juicio.
Por tanto, si estas cosas acontecen
tanto tiempo antes del fin del mundo y les son comunes a casi todas las
épocas, ¿cómo pueden ser signos del fin del mundo? Es como cuando los
médicos revisan a un enfermo
y afirman ciertos indicios de una muerte segura – los cuales no son
todos del mismo género - , es decir, algunos hablan de la muerte cercana
y otros no sugieren una muerte tan cercana pero la muerte es segura. De
la misma manera las cosas
suceden en este mundo que va hacia su ocaso. El médico experto
y sabio conoce la fuerza y la
malicia de la enfermedad ya desde
lejos y sabe y exhorta con tiempo, cuando hay peligro en demora,
a que busquen la oportuna consulta aquellos a quienes les
corresponde. Es que está convencido [pag. 446] que la muerte del
paciente se acerca por cierta razón, es decir, las vicisitudes y los
pronósticos o, como ellos dicen, los signos críticos. En cambio, se
reconoce la muerte inminente recién por los signos extremos que todos
conocen como son los ojos tenebrosos, el pulso irregular y la
respiración laboriosa; si sólo
entonces avisa, este médico no vale nada.
A los primeros hombres Dios les ha
advertido que el día que
coman del árbol prohibido morirían de mala muerte[145].
Luego de eso vivieron todavía más que novecientos años[146].
Sin embargo, no sólo del alma sino también del cuerpo se apoderó en
aquel mismo día la muerte porque desde entonces comenzaron a ser
mortales. Pues, la desnudez, el trabajo, el hambre, el agotamiento
y demás tribulaciones que han experimentado permanentemente ¿qué
otra cosa fueron sino
pre-anuncio de una muerte certera?
En consecuencia podemos decir que todo
este mundo está enfermo y es patente que corre hacia su ruina. Todas las
creaturas padecen y todas estas creaturas tienen el deseo de
reparar su salud dañada de algún
modo por el pecado del hombre para quien las cosas para quien han
sido creadas. Esto lo enseña egregiamente el apóstol: ‘La creatura ha sido sometido a la vanidad no porque quiso sino por aquel
que la sometió en la esperanza que la misma creatura será liberada de la
esclavitud de la corrupción en la libertad gloriosa de los hijos de
Dios. Sabemos que toda creatura gime y está con dolores de parto hasta
este momento (Rom 8)[147].
Lo que sigue a este texto muestra
claramente que no se habla
de la creatura humana sino de todas las demás creaturas. Ahora bien,
estamos viendo las vicisitudes y el inquieto movimiento
de los cielos y de los astros, también el origen
en la esfera inferior de las cosas engendradas corruptiblemente y
su destrucción.
Esto el apóstol lo llama sabiamente vanidad algunas veces y
servidumbre de la corrupción. Por eso todo es como si se moviese como en
un círculo, no tiene consistencia en lugar alguno y como alrededor de un
eje estos cuerpos luminosos dan la vuelta de ahí por allá. Y, aunque la
filosofía de los hombres acepte [p. 447] y hasta admire este movimiento
ininterrumpido, sin embargo,
la sabiduría
considera la vicisitud de las cosas caducas y todo este moverse
en círculo y también la necesidad de nacer y perecer como vanidad.
Establecido, pues, aquel tiempo
después del juicio entonces será tranquilo, plácido, iluminado
abundantemente por la creatura celestial. Los elementos ya no pugnan
entre sí sino siendo armoniosos y
pacificados legítimamente serán adornados con los títulos de libertad y
de gloria. Así como se piensa respecto al hombre así ha de pensarse del
mundo, de la enfermedad, de la muerte y de la resurrección. Porque no
sólo la sabiduría de los sabios de este mundo Dios la ha convertido en
necedad[148]
ya que en sus disputas afirman que este mundo tendría un futuro eterno
sino también que de manera mucho más universal es artificio de los
hombres mundanos de admirar
las cosas mundanas como
supremas e inmortales. En consecuencia, donde sucede esto se relega o se
desprecia los bienes eternos inherentes a estas cosas sin importancia.
Por eso el Dios-hombre que ama a los hombres,
de tal manera ha expuesto claramente entre nosotros
los males del mundo, los peligros, los sufrimientos divinamente
permitidos porque quiere lograr que, al darse cuenta de que puede
perecer a causa de todo ello, los ánimos se hagan aptos para la vida
eterna.
De esta manera las guerras, las
pestes, las hambrunas, los terremotos, las tempestades, los diluvios,
bochornos excesivos, los desastres desde el cielo y sus terrores, las
fallas llamativos del sol y de la luna cuando se ven manchas y sangre
frecuentemente y todos los demás portentos indican, sin embargo, aunque
no sean desacostumbradas, a aquellos
que por gracia divina tienen abiertos los ojos, como si se
tratara de morbo del mundo que envejece. No disciernen siempre lo que
pasará en el futuro pero saben que ciertamente el mundo perecerá. Lo
dice de una manera contundente San Ambrosio:
Ya que estamos en los finales del mundo les preceden ciertas
enfermedades; enfermedad del mundo son el hambre, la pestilencia, la
persecución[149].
Así lo expresa él. Y San Pedro dice:
Ya que todas estas cosan han de disolverse, les conviene a ustedes que
sean [p. 448] como quienes se
mantengan en santa conducta y
piedad, esperando y acelerando la venida
del Señor por quien se disolverán los cielos ardientes y los elementos
perecerán por el ardor del fuego. Pues esperamos unos cielos
nuevos y una nueva tierra prometida por él en las que habita la justicia[150].
Se trata, pues, de signos del fin de
los tiempos que han sido predichas por el Señor: las calamidades que en
un lugar aparecen con menor fuerza y en otro con mayor devastación.
Estos males de las que sufre ya antes el mundo, anuncian que en algún
momento serán definitivos. Con todo, cuánto falta de este envejecimiento
y de sus labores, esto no indican estos signos porque el número los años
de todo aquello solamente es
conocido por Dios.
Capítulo XVI
San Agustín enseña muy sabiamente y
Tomás aduce pruebas claras que de todos estos signos
no se puede deducir de ninguna manera cuándo está cerca el último
día[151].
Si queremos escoger un signo entre todos aquellos que ha predicho el
Señor, encontraremos a ninguno más seguro que aquel que se ha predicado
el evangelio en todo el mundo. Con mucha sabiduría, pues, como en todas
las cosas, el santo Padre ha procedido con mayor prudencia y sutiliza
que los demás en este tema de la venida acelerada del fin del mundo y
afirma que de todos los signos
del fin del mundo el más firme es la predicación del evangelio
consumada en el mundo entero.
Consultemos el evangelio de san Mateo
donde el Señor se expresa de siguiente manera:
Y se predicará el evangelio del
reino en el mundo entero como testimonio a todas las gentes y luego
vendrá el fin[152].
Sé que los santos Padres Hilario y Crisóstomo explican este pasaje como
si se tratara de la destrucción de Jerusalén, es decir, [pp. 449] de la
agresión por parte de Tito y Vespasiano. Por eso creen que
el evangelio había sido predicado en el mundo entero en los
tiempos de los apóstoles. Esto lo confirma también Pablo cuando escribe
a los colosenses: En la palabra de la verdad evangélica que vino a vosotros como vino al
mundo entero y da fruto y crece[153].
De manera similar habla cuando escribe a los romanos:
¿Acaso no escucharon? A toda la tierra salió su pregón y hasta los
confines de la tierra sus
palabras[154].
Pues, si solo Pablo, como dice
Crisóstomo, ha predicado el evangelio desde Jerusalén hasta Ilírico y
hasta España, ¿qué no habrán hecho los demás apóstoles y discípulos
todos? Precisamente esta divulgación del evangelio en el orbe entero ha
provocado la destrucción de
aquella ciudad y finalmente del templo. Otros, en cambio, transmiten que
no fue en aquel tiempo que el evangelio se divulgó en el mundo,
que recién ha comenzado más
tarde y poco a poco. Por eso el Señor dice aquello de del fin del mundo
y no de la ciudad.
A mí me parece como cosa cierta que
se ha de entender este signo no sólo ni principal y propiamente
del fin del mundo. Y
que los apóstoles en cierto
sentido hayan predicado al mundo entero el evangelio, no digo nada en
contra porque el orbe entero quiere significar frecuentemente
sinécdoque, especialmente aquella región que generalmente es conocida a
los hombres en general. Para decir unos ejemplos:
Salió un edicto para que se
inscribiese el mundo entero[155];
el hambre que había vaticinado
José en el mundo entero[156]
; aquello que está escrito en el libro de Ester que se celebraría el día
festivo en el mundo entero[157].
Podemos indicar muchísimas instancias de este tipo. Es que se trata de
una manera general como hablan los autores cristianos y profanos[158].
En el mismo sentido habla Pablo afirmando que el evangelio ha llegado al
mundo entero y está dando fruto.
Ahora bien, si alguien quisiera
acomodar aquellas
palabras del Señor también a
la destrucción de Jerusalén [pp. 450] no me
opongo mucho. Sin embargo,
no han de ser escuchados en modo alguno aquellos que pretenden de
entender todo esto como si no hablase en nada del fin del mundo como lo
quieren Theophylactus y Cornelio Jansenio, un hombre muy docto. Pues, si
dejamos de lado la autoridad de los Padres más importantes, Agustín,
Jerónimo, Juan Damasceno, Prósper de Aquitania, al autor del opus
imperfectum comentando a Mateo, de Ambrosio y de muchos otros que
constantemente afirman que Cristo ha hablado del fin del mundo,
dejaríamos de tomar en cuenta que los más importantes de entre ellos
desean expresar que de parte de Cristo no hay signo más evidente que
quiera indicar la cercanía del juicio[159].
El contexto mismo del evangelio
explica patentemente la intención del Señor. Por ejemplo, Mateo comienza
así: Cuando estaba sentado en monte de los Olivos se le acercaron los
discípulos y en secreto le dijeron: Dinos cuándo sucederán estas cosas.
¿Cuál será el signo de tu venida y del fin del mundo?
En seguida el evangelista
relata simplemente la respuesta del Señor:
Y en seguida vendrá el fin. No
se trata de otro fin que el del mundo porque sobre eso versaba la
pregunta si se quiere aceptar el orden del contexto y no se puede
insinuar otro fin.
Supongamos que
no hubiese precedido mención alguna del fin del mundo, con todo,
cuando Cristo de manera absoluta anuncia que vendrá el fin no se puede
entender otra cosa sino el
fin absoluto y no de esta o aquella nación sino de la humanidad entera.
¿Quién, pues, podrá pensar en otra cosa cuando escucha estas palabras?
Ya que se ha mencionado el fin del mundo no hay lugar para dudas.
Además, ¿a qué viene lo siguiente:
Se predicará este evangelio del reino en todo el mundo para testimonio
de las gentes? Digo, ¿qué significa eso de
testimonio para todas las naciones? En mi opinión [p.451] no
significa otra cosa que la causa de Dios ha de justificarse primero de
cara a todas las naciones antes que venga el fin de las naciones.
¿Cómo
se puede referir al debacle
del pueblo judío cuando se habla del testimonio ante todas las naciones?
Es que no tengo dudas que la causa de Dios ha sido justificada ante las
tribus de Israel en la diáspora antes de la destrucción del templo ya
que los apóstoles primero se han dirigido en todas partes a los judíos y
no habrán existido (judíos) en las regiones más allá de las que han sido
evangelizados por los apóstoles. Y aduciré para ser tomado en cuenta
aquello de Pablo (cf. Rm 10): ¿Acaso no escucharon? Pues en toda la tierra llegó su anuncio y hasta
los confines de la tierra resonaron sus palabras[160].
Esto se ha dicho ante todo por la perfidia de los judíos porque es
totalmente inexcusable su
falta de fe en Cristo.
La sentencia siguiente parece
mostrarlo con mayor claridad aún cuando argumento: ¿Acaso Israel no
sabía? Es que antes Moisés dice: ‘Les haré celosos de
los que no son pueblo, etc.’. Si la primera predicación del
evangelio no se hubiera dirigido solamente a los judíos sino a los
paganos entonces, según las palabras de Pablo también todas las naciones
serían inexcusables. Pues realmente no se puede expresarlo mejor de cómo
lo que dice el divo Agustín sobre los apóstoles y los predicadores
apostólicos que en toda la historia de
Esto sucede para que todos escuchen ya
que el sonido del anuncio celestial
ha de llegar hasta los confines de la tierra. De este tema hemos
hablado suficientemente en el libro
De procuranda Indorum salute[161].
Por eso no es necesario decir más aquí, a excepción de una cosa. Se ha
abierto recientemente un gran campo en el mundo, tantas naciones de
paganos han sido descubiertas que ni siquiera una sílaba conocían de la
ley evangélica. Es que aquellas palabras del Salvador han de entenderse
propiamente y según su sentido respecto a una cosa tan
importante, como vemos en la vocación de aquellas gentes. [p.452]. Por
eso es insulso querer aplicar
esta patente profecía y sus signos ilustres dados de parte del
Señor sólo a las angustias de los judíos.
La promulgación del evangelio no ha llegado aún a todas las naciones.
Capítulo XVII.
Ahora hay que explicar si este signo
de la vocación de todas las naciones ya se ha esclarecido de manera que
pronto tengamos que esperar el fin del mundo o cómo es la cosa. Jerónimo
y otros de los antiguos en su época creyeron que el evangelio había sido
anunciado en toda la tierra
y han sospechado que en
breve se presentaría el último día[162].
De otra parte Agustín se muestra nuevamente muy al tanto de la cuestión
y con argumentos muy certeros
afirma que no se ha anunciando aún la paz evangélica a todas las
naciones diciendo que en África había mucha gente a quienes no había
llegado ni el nombre
cristiano ni la fama del imperio romano, y que no habría duda alguna que
no se acabaría el mundo antes que también a ellos se predicara
la palabra de Cristo[163].
Es por eso que no le parecía a él por qué con tanto apremio
a algunos les parecía cercano el día del juicio. Así habla muy
acertadamente aquel Santo Padre.
Desde entonces han pasado más de mil
cien años. Ahora bien, en la época nuestra y la de nuestros padres
consta que ha sido descubierta una enorme parte del orbe de manera que
es seguro que se dilata el juicio hasta que a tantos pueblos y naciones
se les abre el camino de la salvación. Esto demuestra que Dios es fiel
en todas sus palabras. Ahora bien, si se sabría lo que hay de
habitantes en el mundo entero ya estaría patente la conclusión al
respecto; y en el caso que
ya no habría naciones desconocidas a quienes hay que anunciar a Cristo,
y para esperar acertadamente el fin del mundo cercano, para lograr eso
habría que realizar un trabajo ingente. Es evidente [p. 453]
especialmente en este siglo, es decir, el año 1500 se han
descubierta más hombres a quienes el anuncio evangélico debe
llegar, que en todos los mil años anteriores. Por eso ningún hombre
inteligente puede temerariamente
esperar que los
tiempos fijados por el decreto divino hayan llegado.
Supongamos que se le puede asignar
algo a la argumentación humana. Personalmente tengo
varias conjeturas, y no son de poco peso, de las que voy a
presentar las más importantes. Pienso que no se ha terminado aún la obra
de la predicación evangélica que Dios dijo había de realizarse en el
mundo entero. En primer lugar hay que tener en cuenta que hay muy
extensas regiones en las cuales no se ha propuesto aún la fe cristiana.
En la misma América nos enteramos por testigos fidedignos, entre ellos
también hermanos de nuestra orden, que ya antes, al navegar los
españoles buscando nuevos reinos por el
gran río Marañón bajo el mando de Orsua, se han encontrado
pueblos que parecían
bastante cultos en su bárbaro modo de vivir, a quienes ni han saludado.
También se cuenta de cierta gran provincia llamada Paititi. Y hablan de
gobernantes, no se si es fabula, gigantes de Patagonia y de otros, esto
sin duda, del Magallánico. A todos ellos ciertamente aún no se ha
predicado el evangelio.
Lo que hay entre el océano austral y
el septentrional es casi totalmente desconocido y no es verosímil que
tanto espacio de tierras esté sin habitantes. Y eso sólo refiriéndonos a
las provincias que conocemos muy bien. ¿Qué habría que decir
de las islas Salomón y de toda esta cadena de tierras? ¿Qué del
otro lado del mundo, por
ejemplo acerca del promontorio mendocino? ¿Qué de lo que se llama Nueva
Guinea? Realmente tantas y tan grandes regiones no han sido descubiertas
y no en vano hay que creer firmemente que la divina providencia está
actuando para que lleguen a ser conocidas, luego sean visitadas y
finalmente reciban el anuncio de la salvación. [p. 454].
Dicen, es verdad, que algunos han
podido percibir la noticia del nombre cristiano
de los pueblos vecinos y
de esta manera se les ha predicado a ellos también el evangelio. Que
aclaren una cosa: ¿Esa noticia
es digna del evangelio, quiero decir, han anunciando tanto la
noticia de Cristo de manera tal
que descubrieron que sus dioses no son nada, que la salvación
sólo está en Cristo y que la ley cristiana es pura y que han aceptado
observarla sinceramente? ¿Si resuena el nombre de cristiano como, por
ejemplo, la voz España o Turquía no podrán
aquilatar la realidad de Cristo Dios
de acuerdo a su dignidad, acaso no es entonces imposible creer
que el evangelio les sea conocido ya que apenas han oído de él? Pues
Cristo ha predicho aquella predicación que ha de hacerse en todo el orbe
de la tierra se realiza como testimonio a toda la gente[164].
Esta la deberían recibir como tal. Si la rechazan serán juzgados por la
misma palabra de Dios como lo ha dicho la misma Verdad[165].
Dice el beato Prósper:
Que nadie sea tan audaz como
para afirmar que alguna nación
o alguna región de la tierra podría estar excluida en la cual no
se extiendan los tabernáculos de la Iglesia[166].
Dice el Señor al Hijo: Pídeme y te
daré a las naciones
en heredad y en posesión los confines de la tierra[167].
Recordarán y se convertirán al
Señor todos los confines de la tierra y adorarán en su presencia
todas las familias de las naciones[168].
Esto mismo lo expresa Juan más claramente en el Apocalipsis cuando dice:
Vi una muchedumbre grande que
nadie podía contar de todas las naciones, tribus, pueblos, lenguas de
pie delante el trono en presencia del cordero, vestidos de túnicas
blancas y con palmas en sus manos[169].
No sólo deberá predicarse el evangelio
a todas las naciones [p. 455] sino la predicación deberá ser tal que
recoja a los hijos del reino de todas las naciones, lenguas, pueblos y
tribus. Quién reflexiona sobre eso no puede dudar que en las inmensas
tierras de los chinos el evangelio no ha sido aún promulgado. No es
suficiente creer que porque algunos mercaderes portugueses les han dicho
algún vocablo cristiano o que uno que otro monje haya querido predicar
de Cristo en la ciudad marítima de Cantón, pero no han predicado el
evangelio. Vendrán, vendrán los tiempos
en las cuales según la altísima presciencia
de Dios no les habrán
faltar operarios evangélicos que de los chinos y a las demás tierras
diligentemente se ocuparán
de ello como conviene.
¿Se puede saber cuándo el evangelio habrá sido anunciado a todos para
que venga el fin?
Capitulo XVIII
Al fin y al cabo no se ha comprobado
si quedan por descubrir nuevas regiones y tierras del orbe. Según los
relatos de los marinos existen todavía tierras allende que se han
observado de lejos y no han sido exploradas. Estos relatos son
invariables. Tanto es así que
a los cartógrafos les
siguen siendo desconocidos litorales para
que puedan consignarlos en los mapas marítimos. Existen no pocas razones
de suponer que existen varias regiones que los hombres todavía no
conocen. Por ejemplo, de cara a todo el océano peruano
si miras desde al oriente hacia
occidente en línea recta, no se sabe de región alguna que pueda haber
enfrente. Tampoco es verosímil que exista tan grande extensión
de tanto espacio marítimo que se ha visto hasta ahora sin que
haya tierra firme. Pues,
sucede que hasta donde se extiende este continente más allá del
Magallianicum, nadie sabe
desde hace pocos años hasta ahora que no era un continente sino una isla
rodeado por todos lados por el océano [p. 456]. Pues este es el rumor
luego que los ingleses entraron por allí y no se sabe si es verdad o es
falso.
De la misma manera, ya que hay una
amplia zona temperada
habitada cerca del polo árctico y las otras dos – aunque fueran
habitadas por un menor número – con todo es probable que cerca del polo
antártico haya una región habitable mucho más grande de la que conocemos
ahora. Lo que sabemos hasta el momento es tan exiguo que si comparamos
la población del lado opuesto se podría decir que es una
proporción de tres a cincuenta. Pero no se trata de un argumento sólido.
Porque si tanta extensión
hay cerca del polo cuanto hay en otra parte del mundo entonces la
mole de la tierra sería mayor que todo el océano. De este modo el
elemento tierra superaría en magnitud el elemento agua. Ahora bien,
aunque los sabios matemáticos de nuestro tiempo han opinado que el único
globo esférico se compone de ambos elementos y lo demuestran; sin
embargo, aunque afirman que
el mismo sería el centro de
la extensión como de la gravedad no lo demuestran ni pueden demostrarlo[170].
Es que parece improbable y contradice a la filosofía
que el agua no ocupe mayor dimensión que la tierra.
Vemos, por ejemplo que en todos los cuerpos superan en dimensión
los que de acuerdo a su naturaleza son superiores en un lugar
determinado. Y la experiencia no contradice a la filosofía. Si
fabricamos un globo compuesto
de ambos elementos de acuerdo de cuanto se ha explorado hasta el
día de hoy, entonces encontramos por un paso de tierra
diez de agua. Cuánto
sea la profundidad del océano (ellos quieren
que sea de acuerdo a la superficie de la tierra por las islas que
aparecen en medio de él) esta la puede medir sólo la sabiduría que se
glorifica: Sola recorrí la esfera y
penetré lo profundo del abismo y caminaba en las corrientes de las aguas
y he estado en toda la tierra[171].
[p. 457] Aunque el océano, que
Así sucedió que de este modo Cristo
nos ha querido animar a la predicación del evangelio para lograr la
salvación de los paganos para que mientras el mundo exista no pensemos
desistir de esta obra. Y, aunque hayamos aportado mucho sobre el tema,
no nos atrevemos a decir algo de cierto del momento del fin del mundo.
Queda, sin embargo, que con
temor y atentos esperemos la
venida de Dios. [p. 458]
[1] 1 Pe 4, 7.
[2] Stgo 5, 8.
[3] Cf. 1
Cor 10, 11.
[4]
Cf. 1 Jn
2, 18. En el original dice 1 Jn 8. Tiene sólo 5 capítulos.
[5]
Mt 24, 34.
[6]
Sof 1, 14.
[7]
Cf. Joel 2,
28.
[8]
Cf. Hch 2,
17.
[9]
Ez 7, 2.
[10]
Gregorio
homilía
[13]
Hilario, in libro contra arianos et Augentium.
[14] Cipriano, (ibro 4 epist. 6. La misma obra libro 3 epist 1.
[15] Justino en el diálogo con Trifón escribe que el Anticristo ya está a las puertas.
[16] Leo,
ser. 8 de ieiunio 10. Mensis. Jeeronimo, In 24 cap. Matthaei; Surius
en la vida de San Vicencio.
[17]
Cf. Mc
13, 32; Hch 1, 7.
[18]
Cf.
Tit 2, 12-13.
[19]
Agustín, libro 18 De civit. c. 53.
[20] Genebrardus en su Chronographia c. 1.
[21] Libro
7 c. 14.
[22] Libro
5 c. 28.
[23]
Direct. Inquir. p. 2 qu. 15 se encuenrtra este error 49.
[24] Cf.
Dan 12; Ez 4.
[25]
Direct. Inq. P. 2 q. 11 enumera primero el error
de Bartolomé Ianovesii Maioricensis
[26] Hch
1, 7.
[27]
Agustín libro 18 De civit. c. 52.
[28]
Mc 13,
32.
[29] Cf.
Ecl 3,
22.
[30]
Cf. Mt 24, 42; Mc 13, 33;.
[31]
Cf. Lc 12, 35.
[32]
2 Ts 2, 1-3.
[33]
Cf. 1 Cor 4, 5; 1 Cor 10.
[34]
1 Ts 4,
17.
[35]
Jerònimo, In espist. Ad Minerium y Alexad.; Anselmo In 2 Tes cap. 2.
[36]
Cf. 2
Tes 2, 1-3.
[37]
Cf.
Rom 3, 7-8.
[38]
Cf. Mc 13, 23. 33.
[39]
Agustìn, epist.
[40] Apc 22, 12.
[41] Hch 1, 11.
[42]
Cf.
Salmos 144, 13; 24, 10; 118.
[43]
Mt 24,
35
[44]
Cf. Eccli 39 passim; Sab 7, 7.
[45] 2 Pe 3.
[46]
Cf.
Stgo 4, 14.
[47]
Cf. Hab 3.
[48]
Salmo 89, 4.
[49]
Is 14, 1.
[50] Ag 2, 6.
[51]
Hab 1,
3-4.
[52]
Cf.
Heb 10, 36-38.
[53]
Heb
10, 38. En el original dice Heb 6.
[54]
Mt 24,
48-51.
[55]
Cf. 2
Tim 3 , 6.
[56]
Cf. Jn
10, 1; Zac 11, 17
(=original Zac 1)
[57]
Cf. Mt 24, 51.
[58]
Agustìn,
espist. 80 ad Hesychium.
[59]
Cf. Mt 25, 14-30.
[60]
Lc 21, 36.
[61]
1 Ts 5, 4.
[62] Apc 16, 15.
[63]
Apc 3,
3.
[64]
Jerónimo, in Ioelem cap. 2.
[65]
Cf.
Heb 1, 6;
[66]
Cf.
Salmo 36.
[67]
Jn 3,
16.
[68]
Cf. Dt
32, 40?; Jn 7.
[69] Mt
22, 32;
Ex 3, 6;
[70]
Hch
23, 8.
[71]
Cf.
Apc 20, 6.
[72]
1 Cor
15, 15-17 y 19.
[73] Cf. 2 Cor 5, 4.
[74]
Cf.
Ecl 12, 1-3.
[75]
Cf.
Jerónimo, comentario al
18 Eccl.
[76] Cf.
Gregorio Taumaturgo, in paraphr. Eclesiast.
[77]
Cf.
Juan 2 (original), más conviene Apoc. 2 passim.
[78]
Apc
15, 3-4.
[79]
Salmo
9, 16.
[80]
Salmo
149, 9.
[81]
1 Cor
4, 5.
[82]
Eccl
9, 2.
[83]
Cf.
Cipriano, in oratione de mortalitate.
[84]
Basilio, comentarioal salmo 33.
[85]
Cf. Mt
24, 27; Apc 1, 7.
[86]
Cf. Daniel 7 passim; Apc 20 passim.
[87]
Cf.
Tit 2, 12.
[88]
Eccl
12, 13-14. Original Eccli 13.
[89]
Mt 24,
34.
[90] Cf.
Agustín, libro 83 q. 58 un poco antes del final.
[91]
Cf.
Agustìn, libro 83; Thomàs in addit. q. 88. art. 3 ad 3.
[92] Lc
21, 36.
[93]
Cf. Bernardo, sermo de S.
Inocentibus. Agustìn libro de Bono persever. Cap 8 y de Praedest.
Sanct. cap 14; Sab. 4,
11.
[94]
Sab 4,
11.
[95] Cf.
Agustìn, De civitate libro 20, cap. 8;
Anselmo, In 1 Thes. 4.
[96]
Jn 16,
4.
[97]
Lc 22,
37.
[98]
Mt 26,
54.
[99]
Cf.
Dan 12 passim.
[100] Cf.
Jerònimo, In 11 Dan; autor imperf. homil.
[101] Agustìn, 3. libro De Doctr. christ. cap. 34.
[102] Cf.
Salmo 71.
[103]
Cf.
Jerònimo, In Dan 11
[104] 2 Sam 7, 12. Original: 2 reg 7.
[105]
Cf. Hb
13, 8.
[106]
Cf.
Heb1, 5.
[107]
Lc 1,
32-33.
[108] Cf.
Agustìn,
16 De civit. cap. 8 y 9.
[109] Cf.
Is 13,
1.
[110]
Cf. Ibidem.
[111]
Lc 21, 26.
[112]
Is 13, 9-10.
[113] Cf. Ez 32, 2.
[114]
Ez 32,
7 No hay cita al margen
[115]
Joel 3, 12.
[116]
Mt 24, 2.
[117]
Lc 21, 7.
[118]
Mc 13, 4.
[119] Mt 24, 3.
[120]
Cf,
Dan 11.
[121]
Cypr. liber de exort. ad Marti.
[122] Cf.
1 Mac 1; 2 Ts 2.
[123]
Cf. Is 14, 4ss.
[124]
Cf. Ez 28, 2ss.
[125] Cf. 1 Cor 14 passim.
[126] Mt 2
15; Os 11, 1.
[127]
Mt 218; Jr 31, 15.
[128]
(Mt 4, 15;
Is 9, 1.
[129] Cf. Mt 26, 15; Zac 11, 12
[130] Cf.
Jn 19, 36; Ex 12, 46.
[131]
Cf. Jn 19, 37; Zac 12, 10.
[132] Cf. Hch 4, 25; Sal 2, 1-2.
[133] Cf.
Hb 1, 5 (en el original Hch 13); Sal 2, 7.
[134]
Mt 24,
9.
[135]
Lc 21,
12.
[136] Mt
24, 4-5.
[137] Cf. 1 Jn 2, 17.
[138]
Mt 24,
11. No aparece la cita.
[139] Cf.
lib. 2 Retract. c. 43 y libr. De civit. cap. 30 q. y 31.
[140]
Mt 24,
6.
[141]
Lc 21,
4.
[142] Cf.
Greg. homil.
[143]
Mt 24,
3.
[144] Cf. Mt 24; Lc 21.
[145]
Cf.
Gen 2, 17.
[146]
Cf.
Gen 5, 5.
[147] Cf.
Rom 8, 20-22
[148]
Cf. 1 Cor 1, 20.
[149]
libr.
[150]
2 Pe 3, 11-13.
[151]
Cf. Agustín in epist 78; Tomás 4. dis 43. q.1 art 1).
[152]
Mt 24, 14.
[153]
[154]
Rom 10, 18.
[155]
Lc 2, 1.
[156] Gen 41, 54.
[157]
Cf.
Ester 9, 28.
[158] Cf.
Theo. in Matt. c. 24; Jansen. in Cordor. c. 122; Agustín, espist.78
y 80; Jerón. in Matt. 24.
[159]
Cf.
cf. Damas. c. 28 libro 4 de fide orthod.;
Prosper en al epist. a Rufino, c. 4 al obispo Call; autor imperf.
hom 48; Ambrosio libro
[160]
Rom
10, 18.
[161]
Cf. Libro 1 c. 2.
[162]
Jerónimo,
in Matth cap. 24; Ambrosio, in Luc. cap. 21).
[163] Cf. Agustín, epist. 80.
[164]
Cf.
28, 18.
[165]
Cf. Jn
12, 48.
[166] De
libr. arbitr. ad Ruff.
[167]
Sal 2, 8.
[168]
Sal 21, 28.
[169]
Apc 7, 9.
[170]
(Christophorus Clauius in libro 1 Spherae.
[171]
Eccli 24, 8.
[172] Ad Hesyc. espist. 80.