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1. Tres daños principales me parece que se pueden seguir al alma
de poner el gozo en los bienes sobrenaturales, conviene a saber,
engañar y ser engañada, detrimento en el alma acerca de la fe,
vanagloria o alguna vanidad.
2. Cuanto a lo primero, es cosa muy fácil engañar a los demás y
engañarse a sí mismo gozándose en esta manera de obras. Y la razón
es porque para conocer estas obras, cuáles sean falsas y cuáles
verdaderas, y cómo y a que tiempo se han de ejercitar, es menester
mucho aviso y mucha luz de Dios, y lo uno y lo otro impide mucho
el gozo y la estimación de estas obras. Y esto por dos cosas: lo
uno, porque el gozo embota y oscurece el juicio; lo otro, porque
con el gozo de aquello no sólo se codicia el hombre a creerlo más
presto, mas aún es más empujado a que se obre sin tiempo.
Y dado caso que las virtudes y obras que se ejercitan sean
verdaderas, bastan estos dos defectos para engañarse muchas veces
en ellas, o no entendiendolas como se han de entender, o no
aprovechándose de ellas y usándolas como y cuando es más
conveniente. Porque, aunque es verdad que cuando da Dios estos
dones y gracias les da la luz de ellas y el movimiento de cómo y
cuando se han de ejercitar, todavía ellos, por la propiedad e
imperfección que pueden tener acerca de ellas, pueden errar mucho,
no usando de ellas con la perfección que Dios quiere, y cómo y
cuando el quiere. Como se lee que quería hacer Balam cuando,
contra la voluntad de Dios, se determinó de ir a maldecir al
pueblo de Israel; por lo cual, enojándose Dios, le quería matar
(Nm. 22, 2223). Y Santiago y san Juan querían hacer bajar fuego
del cielo sobre los samaritanos porque no daban posada a nuestro
Salvador; a los cuales el reprehendió por ello (Lc. 9, 5455).
3. Donde se ve claro cómo a estos les hacía determinar a hacer
(estas obras) alguna pasión de imperfección, envuelta en gozo y
estimación de ellas, cuando no convenía. Porque, cuando no hay
semejante imperfección, solamente se mueven y determinan a obrar
estas virtudes cuando y como Dios les mueve a ello, y hasta
entonces no conviene. Que, por eso, se quejaba Dios de ciertos
profetas por Jeremías (23, 21), diciendo: No enviaba yo a los
profetas, y ellos corrían; no los hablaba yo, y ellos
profetizaban. Y adelante dice (23, 32): Engañaron a mi pueblo con
su mentira y con sus milagros, como yo no se lo hubiese mandado,
ni enviádolos. Y allí tambien dice (23, 26) de ellos que ven las
visiones de su corazón y que esas dicen; lo cual no pasara así si
ellos no tuvieran esta abominable propiedad en estas obras.
4. De donde por estas autoridades se da a entender que el daño de
este gozo no solamente llega a usar inicua y perversamente de
estas gracias que da Dios, como Balam y los que aquí dice que
hacían milagros con que engañaban al pueblo, mas (aún) hasta
usarlas sin haberselas Dios dado; como estos que profetizaban sus
antojos y publicaban la visiones que ellos componían o las que el
demonio les representaba. Porque, como el demonio los ve
aficionados a estas cosas, dales en esto largo campo y muchas
materias, entrometiendose de muchas maneras, y con esto tienden
ellos las velas y cobran desvergonzada osadía, alargándose en
estas prodigiosas obras.
5. Y no para sólo en esto, sino que a tanto hace llegar el gozo de
estas obras la codicia de ellas, que hace que, si los tales tenían
antes pacto oculto con el demonio (porque muchos de estos por este
oculto pacto obran estas cosas), ya vengan a atreverse a hacer con
el pacto expreso y manifiesto, sujetándose, por concierto, por
discípulos al demonio y allegados suyos. De aquí salen los
hechiceros, los encantadores, los mágicos aríolos y brujos.
Y a tanto mal llega el gozo de estos sobre estas obras, que no
sólo (llega) a querer comprar los dones y gracias por dinero, como
quería Simón Mago (Hch. 8, 18), para servir al demonio, pero aun
procuran haber las cosas sagradas y aun (lo que no se puede decir
sin temblar) las divinas, como ya se ha visto haber sido usurpado
el tremendo Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo para uso de sus
maldades y abominaciones. ¡Alargue y muestre Dios aquí su
misericordia grande!
6. Y cuán perniciosos sean estos para sí y perjudiciales para la
Cristiandad, cada uno podrá bien claramente entenderlo. Donde es
de notar que todos aquellos magos y aríolos que había entre los
hijos de Israel, a los cuales Saúl destruyó de la tierra (1 Sm.
28, 3) por querer imitar a los verdaderos profetas de Dios, habían
dado en tantas abominaciones y engaños.
7. Debe, pues, el que tuviere la gracia y don sobrenatural,
apartar la codicia y gozo del ejercicio de el, descuidando en
obrarle; porque Dios, que se le da sobrenaturalmente para utilidad
de su Iglesia o de sus miembros, le moverá tambien
sobrenaturalmente cómo y cuándo le deba ejercitar. Que, pues
mandaba a sus fieles (Mt. 10, 19) que no tuviesen cuidado de lo
que habían de hablar, ni cómo lo habían de hablar, porque era
negocio sobrenatural de fe, tambien querrá que, pues el negocio de
estas obras no es menos, se aguarde el hombre a que Dios sea el
obrero, moviendo el corazón, pues en su virtud se ha de obrar toda
virtud (Sal. 59, 15). Que por eso los discípulos en los Actos de
los Apóstoles (4, 2930), aunque les había infundido estas gracias
y dones, hicieron oración a Dios, rogándole que fuese servido de
extender su mano en hacer señales y obras y sanidades por ellos,
para introducir en los corazones la fe de nuestro Señor
Jesucristo.
8. El segundo daño que puede venir de este primero, es detrimento
acerca de la fe; el cual puede ser en dos maneras:
La primera, acerca de los otros; porque, poniendose a hacer la
maravilla o virtud sin tiempo y necesidad, demás de que es tentar
a Dios, que es gran pecado, podrá ser no salir con ella y
engendrar en los corazones menos credito y desprecio de la fe.
Porque, aunque algunas veces salgan con ello, por quererlo Dios
por otras causas y respectos, como la hechicera de Saúl (1 Sm. 28,
12 ss.), si es verdad que era Samuel el que parecía allí, no dejan
de errar ellos y ser culpados por usar de estas gracias cuando no
conviene.
En la segunda manera puede asimismo recibir detrimento acerca del
merito de la fe, porque haciendo el mucho caso de estos milagros,
se desarrima mucho del hábito sustancial de la fe, la cual es
hábito oscuro; y así, donde más señales y testimonios concurren,
menos merecimiento hay en creer. De donde San Gregorio dice que no
tiene merecimiento cuando la razón humana la experimenta.
Y así, estas maravillas nunca Dios las obra, sino cuando meramente
son necesarias para creer; que, por eso, porque sus discípulos no
careciesen de merito si tomaran experiencia de su resurrección,
antes que se les mostrase, hizo muchas cosas para que sin verle le
creyesen; porque a María Magdalena (Mt. 28, 18) primero le mostró
vacío el sepulcro y despues que se lo dijesen los ángeles -porque
la fe es por el oído, como dice san Pablo (Rm. 10, 17)- y
oyendolo, lo creyese primero que lo viese. Y aunque le vio fue
como hombre común, para acabarla de instruir, en la creencia que
le faltaba con el calor de su presencia (Jn. 20, 1118). Y a los
discípulos primero se lo envió a decir con las mujeres, despues
fueron a ver el sepulcro (Mt. 28, 78; Jn. 20, 110). Y a los que
iban a Emaús primero les inflamó el corazón en fe que le viesen,
yendo el disimulado con ellos (Lc. 24, 15); (y), finalmente,
despues los reprehendió a todos (Mc. 16, 14) porque no habían
creído a los que les habían dicho su resurrección; y a Santo Tomás
(Jn. 20, 29), porque quiso tomar experiencia en sus llagas, cuando
le dijo que eran bienaventurados los que no viendole le creían.
9. Y así, no es de condición de Dios que se hagan milagros, que,
como dicen, cuando los hace, a más no poder los hace. Y por eso
reprehendía el a los fariseos, porque no daban credito sino por
señales, diciendo: Si no vieredes prodigios y señales, no creeis
(Jn. 4, 48). Pierden, pues, mucho acerca de la fe los que aman
gozarse en estas obras sobrenaturales.
10. El tercer daño es que comúnmente por el gozo de estas obras
caen en vanagloria o en alguna vanidad; porque aun el mismo gozo
de estas maravillas, no siendo puramente, como habemos dicho, en
Dios y para Dios, es vanidad. Lo cual se ve en haber reprendido
Nuestro Señor a los discípulos por haberse gozado de que se les
sujetaban los demonios (Lc. 10, 20); el cual gozo, si no fuera
vano, no lo reprehendiera.
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