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1. Y para que más clara y abundantemente se entienda lo dicho,
será bueno poner aquí y decir cómo estos apetitos causan en el
alma dos daños principales: el uno es que la privan del espíritu
de Dios, y el otro es que al alma en que viven la cansan,
atormentan, oscurecen, ensucian y enflaquecen y la llagan, según
aquello que dice Jeremías, capítulo segundo (v. 13): Duo mala
fecit populus meus: dereliquerunt fontem aquae vivae, et foderunt
sibi cisternas dissipatas, quae continere non valent aquas; quiere
decir: Dejáronme a mí, que soy fuente de agua viva, y cavaron para
sí cisternas rotas, que no pueden tener agua. Esos dos males,
conviene a saber: privación y positivo, se causan por cualquiera
acto desordenado del apetito.
Y, primeramente, hablando del privativo, claro está que, por el
mismo caso que el alma se aficiona a una cosa que cae debajo de
nombre de criatura, cuanto aquel apetito tiene de más entidad en
el alma, tiene ella de menos capacidad para Dios, por cuanto no
pueden caber dos contrarios, según dicen los filósofos, en un
sujeto, y tambien dijimos en el cuarto capitulo. Y afición de Dios
y afición de criatura son contrarios; y así, no caben en una
voluntad afición de criatura y afición de Dios. Porque ¿que tiene
que ver criatura con Criador, sensual con espiritual, visible con
invisible, temporal con eterno, manjar celestial puro espiritual
con el manjar del sentido puro sensual, desnudez de Cristo con
asimiento en alguna cosa?
2. Por tanto, así como en la generación natural no se puede
introducir una forma sin que primero se expela del sujeto la forma
contraria que precede, la cual estando, es impedimento de la otra,
por la contrariedad que tienen las dos entre sí, así, en tanto que
el alma se sujeta al espíritu sensual, no puede entrar en ella el
espíritu puro espiritual. Que, por eso, dijo Nuestro Salvador por
san Mateo (15, 26): Non est bonum sumere panem filiorum et mittere
canibus, esto es: No es cosa conveniente tomar el pan de los hijos
y darlo a los canes. Y tambien en otra parte dice por el mismo
evangelista (7, 6): Nolite sanctum dare canibus, que quiere decir:
No queráis dar lo santo a los canes. En las cuales autoridades
compara Nuestro Señor al que, negando los apetitos de las
criaturas, se disponen para recibir el espíritu de Dios puramente,
a los hijos de Dios; y a los que quieren cebar su apetito en las
criaturas, a los perros, porque a los hijos les es dado comer con
su Padre a la mesa y de su plato, que es apacentarse de su
espíritu, y a los canes, las meajas que caen de la mesa.
3. En lo cual es de saber que todas las criaturas son meajas que
cayeron de la mesa de Dios. Por tanto, justamente es llamado can
el que anda apacentándose en las criaturas, y por eso se les quita
el de los hijos, pues ellos no se quieren levantar de las meajas
de las criaturas a la mesa del espíritu increado de su Padre. Y
por eso justamente, como perros, siempre andan hambreando, porque
las meajas más sirven de avivar el apetito que de satisfacer el
hambre. Y así, de ellos dice David (Sal. 58, 1516): Famen
patientur ut canes, et circuibunt civitatem. Si vero non fuerint
saturati, et murmurabunt; quiere decir: Ellos padecerán hambre
como perros y rodearán la ciudad y, como no se vean hartos,
murmurarán. Porque esta es la propiedad del que tiene apetitos,
que siempre está descontento y desabrido, como el que tiene
hambre. Pues, ¿que tiene que ver el hambre que ponen todas las
criaturas con la hartura (que causa el espíritu de Dios? Por eso,
no puede entrar esta hartura) increada en el alma si no se echa
primero esotra hambre criada del apetito del alma; pues, como
habemos dicho, no pueden morar dos contrarios en un sujeto, los
cuales en este caso son hambre y hartura.
4. Por lo dicho se verá cuánto más hace Dios en limpiar y purgar
una alma de estas contrariedades, que en criarla de nonada. Porque
estas contrariedades de afectos y apetitos contrarios más opuestas
y resistentes son a Dios que la nada, porque esta no resiste. Y
esto baste acerca del primer daño principal que hacen al alma los
apetitos, que es resistir al espíritu de Dios, por cuanto arriba
está ya dicho mucho de ello.
5. Ahora digamos del segundo efecto que hacen en ella, el cual es
de muchas maneras, porque los apetitos cansan al alma, y la
atormentan, y oscurecen, y la ensucian, y la enflaquecen. De las
cuales cinco cosas iremos diciendo de por sí.
6. Cuanto a lo primero, claro está que los apetitos cansan y
fatigan al alma, porque son como unos hijuelos inquietos y de mal
contento, que siempre están pidiendo a su madre uno y otro, y
nunca se contentan. Y así como se cansa y fatiga el que cava por
codicia del tesoro, así se cansa y fatiga el alma por conseguir lo
que sus apetitos le piden. Y, aunque lo consiga, en fin, siempre
se cansa, porque nunca se satisface; porque, al cabo, son
cisternas rotas las que cava, que no pueden tener agua para
satisfacer la sed (Jer. 2, 13). Y así, como dice Isaías (29, 8):
Lassus adhuc sitit, et anima eius vacua est; que quiere decir:
Está su apetito vacío. Y cánsase y fatígase el alma que tiene
apetitos, porque es como el enfermo de calentura, que no se halla
bien hasta que se le quite la fiebre, y cada rato le crece la sed.
Porque, como se dice en el libro de Job (20, 22): Cum satiatus
fuerit, arctabitur, aestuabit, et omnis dolor irruet super eum;
que quiere decir: Cuando hubiere satisfecho su apetito, quedará
más apretado y agravado; creció en su alma el calor del apetito y
así caerá sobre el todo dolor.
Cánsase y fatígase el alma con sus apetitos, porque es herida y
movida y turbada de ellos como el agua de los vientos, y de esa
misma manera la alborotan, sin dejarla sosegar en (un) lugar ni en
una cosa. Y de tal alma dice Isaías (57, 20): Cor impii quasi mare
fervens: El corazón del malo es como el mar cuando hierve; y es
malo el que no vence los apetitos.
Cánsase y fatígase el alma que desea cumplir sus apetitos, porque
es como el que, teniendo hambre, abre la boca para hartarse de
viento, y, en lugar de hartarse, se seca más, porque aquel no es
su manjar. A este propósito dijo Jeremías (2, 24): In desiderio
animae suae attraxit ventum amoris sui; como si dijera: En el
apetito de su voluntad atrajo a sí el viento de su afición. Y
luego dice adelante (2, 25) para dar a entender la sequedad en que
esta tal alma queda, dando aviso y diciendo: Prohibe pedem tuum a
nuditate, et guttur tuum a siti; que quiere decir: Aparta tu pie,
esto es, tu pensamiento, de la desnudez, y tu garganta de la sed,
es a saber, tu voluntad del cumplimiento del apetito que hace más
sequía.
Y así como se cansa y fatiga el enamorado en el día de la
esperanza cuando le salió su lance en vacío, (así) se cansa el
alma y fatiga con todos sus apetitos y cumplimiento de ellos, pues
todos le causan mayor vacío y hambre; porque, como comúnmente
dicen, el apetito es como el fuego que, echándole leña, crece, y
luego que la consume, por fuerza ha de desfallecer.
7. Y aun el apetito es de peor condición en esta parte; porque el
fuego, acabándose la leña, descrece; mas el apetito no descrece en
aquello que se aumentó cuando se puso por obra, aunque se acaba la
materia, sino que, en lugar de descrecer, como el fuego cuando se
le acaba la suya, el desfallece en fatiga, porque queda crecida el
hambre y disminuido el manjar. Y de este habla Isaías (9, 20),
diciendo: Declinabit ad dexteram, et esuriet; et comedet ad
sinistram, et non saturabitur; quiere decir: Declinará hacia la
mano derecha, y habrá hambre; y comerá hacia la siniestra, y no se
hartará. Porque estos que no mortifican sus apetitos, justamente,
cuando declinan, ven la hartura del dulce espíritu de los que
están a la diestra de Dios, la cual a ellos no se le concede; y,
justamente, cuando corren hacia la siniestra, que es cumplir su
apetito en alguna criatura, no se hartan; pues, dejando lo que
sólo puede satisfacer, se apacientan de lo que les causa más
hambre.
Claro está, pues, que los apetitos cansan y fatigan al alma.
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