Esposa mía, ¿qué tal te parece está el mundo? Paréceme, Señor, respondió la Santa, un saco derramado al cual acuden todos, y sin cuidarse de lo que ha de venir, como quien va de carrera. Justo es, pues, respondió el Señor, que vaya con mi arado al mundo, y no perdone a cristianos ni a gentiles, a mozos ni a viejos, a pobres ni a ricos, sino que cada cual será juzgado según sus obras y morirá en su pecado; pero quedarán algunas casas con sus habitantes, porque todavía no es el fin.
Oh Señor mío, dijo santa Brígida, no os enojéis por mi atrevimiento; suplícoos que enviéis algunos amigos y siervos vuestros, que les avisen el peligro en que están.
Escrito está, respondió el Señor, que desesperanzado ya de su salvación aquel rico que estaba en el infierno, pedía que enviasen alguno para que avisase a sus hermanso, y no se condenasen, y se le contestó: De ningún modo se hará eso, porque tienen a Moisés y a los Profetas, de quienes pueden aprender. Lo mismo puedo yo decir ahora: tienen los Evangelios y los dichos de los Profetas, tienen los ejemplos y las palabras de los doctores, tienen la razón y la inteligencia: aprovéchense de esto y se salvarán. Porque si te envió a ti, no podrás dar tantas voces que te oigan; si envío a mis amigos, son pocos, y apenas los querrán oir. Con todo, haré lo que pides, y enviaré amigos que me preparen el camino.
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