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Todo lo que hasta aquí se ha dicho sirve para dar materia de
consideración, que es una de las principales partes de este negocio,
porque la menor parte de la gente tiene suficiente materia de
consideración, y así, por falta de ella, faltan muchos en este
ejercicio. Ahora diremos sumariamente la manera y forma que en esto se
podrá tener. Y aunque de esta materia el principal Maestro sea el
Espíritu Santo, pero todavía la experiencia nos ha mostrado ser
necesarios algunos avisos en esta parte, porque el camino para ir a
Dios es arduo y tiene necesidad de guía, sin la cual muchos andan
mucho tiempo perdidos y descaminados.
PRIMER AVISO
Sea, pues, el primer aviso éste: que cuando nos pusiéremos a
considerar alguna cosa de las susodichas en sus tiempos y ejercicios
determinados, no debemos estar tan atados a ella, que tengamos por mal
hecho salir de aquella a otra, cuando halláremos en ella más
devoción, más gusto o más provecho, porque, como el fin de todo
esto sea la devoción, lo que más sirviere para este fin, eso se ha
de tener por lo mejor. Aunque esto no se debe hacer por livianas
causas, sino con ventaja conocida. Asimismo, si en algún paso de su
oración o meditación sintiere más gusto o devoción que en otro,
deténgase en él todo el espacio que le durase este afecto, aunque
todo el tiempo del recogimiento se le vaya en eso. Porque como el fin
de todo esto sea la devoción (como dijimos), yerro sería buscar en
otra parte, con esperanza dudosa, lo que ya tenemos en las manos
cierto.
SEGUNDO AVISO
Sea el segundo, que trabaje el hombre por excusar en este ejercicio la
demasiada especulación del entendimiento, y procure de estar este
negocio más con afectos y sentimientos de la voluntad, que con
discursos y especulaciones del entendimiento.
Porque sin duda no aciertan este camino los que de tal manera se ponen
en la oración a meditar los Misterios Divinos, como si los
estudiasen para predicar, lo cual más es derramar el espíritu que
recogerlo y andar más fuera de sí, que dentro de sí. De donde nace
que, acabada su oración, se quedan secos y sin jugo de devoción, y
tan fáciles y ligeros para cualquier liviandad como lo estaban antes.
Porque en hecho de verdad, los tales no han orado, sino parlado y
estudiado, que es un negocio bien diferente en la oración. Deberían
los tales considerar que en este ejercicio más nos llegamos a escuchar
que a parlar. Pues para acertar en este negocio, lléguese el hombre
con corazón de una viejecica ignorante y humilde, y más con voluntad
dispuesta y aparejada para sentir y aficionarse a las cosas de Dios que
con entendimiento despabilado y atento para escudriñarlas, porque esto
es propio de los que estudian para saber, y no de los que oran y
piensan en Dios para llorar.
TERCER AVISO
El aviso pasado nos enseña cómo debemos sosegar el entendimiento y
entregar todo este negocio a la voluntad; mas el presente pone también
su tasa y medida a la misma voluntad, para que no sea demasiada ni
vehemente en su ejercicio, para lo cual es de saber que la devoción
que pretendemos alcanzar no es cosa que se ha de alcanzar a fuerza de
brazos (como algunos piensan), los cuales, con demasiados ahíncos y
tristezas forzadas y como hechizas, procuran alcanzar lágrimas y
compasión cuando piensan en la Pasión del Salvador, porque eso
suele secar más el corazón y hacerlo más inhábil para la visitación
del Señor, como enseña Casiano. Y además de esto suelen estas
cosas hacer daño a la salud corporal, y a veces dejan el ánimo tan
atemorizado con el sinsabor que allí recibió, que teme tomar otra vez
al ejercicio como a cosa que experimentó haberle dado mucha pena.
Conténtese, pues, el hombre con hacer buenamente lo que es de su
parte, que es hallarse presente a lo que el Señor padeció, mirando
con una vista sencilla y sosegada y con un corazón tierno y compasivo y
aparejado para cualquier sentimiento que el Señor le quisiere dar lo
que por Él padeció, más dispuesto para recibir el efecto, que su
misericordia le diere, que para exprimirlo a fuerza de brazos. Y esto
hecho, no se acongoje por lo demás, cuando no le fuera dado.
CUARTO AVISO
De todo lo susodicho podemos colegir cuál sea la manera de atención
que debemos tener en la oración, porque aquí principalmente conviene
tener el corazón no caído ni flojo, sino vivo, atento y levantado a
lo alto. Mas así como es necesario estar aquí con esta atención sea
templada y moderada, porque no sea dañosa a la salud ni impida a la
devoción, porque algunos hay que fatigan la cabeza con la demasiada
fuerza que ponen para estar atentos a lo que piensan, como ya dijimos.
Y otros hay que, por huir de este inconveniente, están allí muy
flojos y remisos y muy fáciles para ser llevados de todos vientos.
Para huir de estos extremos conviene llevar tal medio, que ni con la
demasiada atención fatiguemos la cabeza, ni con el mucho descuido y
flojedad debemos andar vagueando el pensamiento por do quisiese. De
manera que así como solemos decir al que va sobre una bestia maliciosa
que lleve la rienda tiesa, conviene saber, ni muy apretada ni muy
floja, porque ni vuelva atrás, ni camine con peligro, así debemos
procurar que vaya nuestra atención moderada y no forzada, con cuidado
y no con fatiga congojosa.
Mas particularmente conviene avisar que al principio de la meditación
no fatiguemos la cabeza con demasiada atención, porque cuando esto se
hace suelen faltar por adelante las fuerzas, como faltan al caminante
cuando al principio de la jornada se da mucha prisa a caminar.
QUINTO AVISO
Mas entre todos estos avisos, el principal sea que no desmaye el que
ora, ni desista de su ejercicio cuando no siente luego aquella blandura
de devoción que él desea. Necesario es con longanimidad y
perseverancia esperar la venida del Señor, porque a la gloria de Su
Majestad y a la bajeza de nuestra condición y a la grandeza del
negocio que tratamos pertenece que estemos muchas veces elperando y
aguardando a las puertas de su palacio sagrado.
Pues cuando de esta manera hayas aguardado un poco de tiempo, si el
Señor viniere, dale gracias por su venida; y si te pareciere que no
viene, humíllate delante de Él, y conoce que no mereces lo que no te
dieron, y conténtate con haber allí hecho sacrificio de ti mismo y
negado tu propia voluntad y crucificado tu apetito y luchado con el
demonio y contigo mismo, y hecho a lo menos eso que era de tu parte.
Y si no adoraste al Señor con la adoración sensible que deseabas,
basta que lo adoraste en espíritu y en verdad, como Él quiere ser
adorado (Io.4,23). Y créeme, cierto, que éste es el caso
más peligroso de esta navegación y el lugar donde se prueban los
verdaderos devotos, y que si de éste sales bien, en todo lo demás te
irá prósperamente.
Finalmente, si todavía te pareciese que era tiempo perdido perseverar
en la oración y fatigar la cabeza sin provecho, en tal caso no
tendría por inconveniente que, después de haber hecho lo que es en
ti, tomases algún libro devoto y trocases por entonces la oración por
la lección; con tanto que el leer fuese, no corrido ni apresurado,
sino reposado y con mucho sentimiento de lo que vas leyendo, mezclando
muchas veces en sus lugares la oración con la lección, lo cual es
cosa muy provechosa y muy fácil de hacer a todo género de personas,
aunque sean muy rudas y principalmente en este camino.
SEXTO AVISO
Y no es diferente documento del pasado, ni menos necesario avisar que
el siervo de Dios no se contente con cualquier gustillo que halle en su
oración (como hacen algunos que en derramando una lagrimilla, o
sintiendo alguna ternura de corazón, piensan que han ya cumplido con
su ejercicio). Esto no basta para lo que aquí pretendemos. Porque
así como no basta para que la tierra fructifique un pequeño rocío de
agua, que no hace más que matar el polvo y mojar la tierra por fuera,
sino que es menester tanta agua que cale hasta lo íntimo de la tierra y
la deje harta de agua para que pueda fructificar, así también es acá
necesaria la abundancia de este rocío y agua celestial para dar fruto
de buenas obras. Pues por esto con mucha razón se aconseja que
tomemos para este santo ejercicio el más largo espacio que
pudiéramos. Y mejor sería un rato largo que dos cortos, porque si
el espacio es breve, todo él se basta en sosegar la imaginación y
aquietar el corazón, y después de ya quieto, levantámonos del
ejercicio, cuando la hubiéramos de comenzar.
Y descendiendo más en particular a limitar este tiempo, paréceme que
todo lo que es menos de hora y media o dos horas es corto el plazo para
la oración, porque muchas veces se pasa más que media hora en templar
la vihuela, y en quietar (como dije) la imaginación, y todo el otro
espacio es menester para gozar del fruto de la oración. Verdad es que
cuando este ejercicio se tiene después de algunos otros santos
ejercicios, como es después de maitines o después de haber oído o
dicho misa o después de alguna devota lección u oración vocal, más
dispuesto se halla el corazón para este negocio y (así como en leña
seca) muy más presto se enciende este fuego celestial. También el
tiempo de madrugada sufre ser más corto porque es el más aparejado de
cuantos hay para este oficio. Mas el que fuere pobre de tiempo por sus
muchas ocupaciones, no deje de ofrecer su cornadillo con la pobre viuda
en el Templo (Lc.21,2), por que si esto no queda por su
negligencia, Aquel que todas las criaturas provee conforme a su
necesidad y naturaleza, proveerá a él también según la suya.
SÉPTIMO AVISO
Conforme a este documento se da otro semejante a él, y es que cuando
el alma fuere visitada en la oración, o fuera de ella, con alguna
particular visitación del Señor, que no la deje pasar en vano, sino
que se aproveche de aquella ocasión que se le ofrece, porque es cierto
que con este viento navegará el hombre más en una hora que sin Él en
muchos días. Así se dice que lo hacía San Francisco, de quien
escribe San Buenaventura en su vida que era tan particular el cuidado
que en esto tenía, que si andando camino lo visita nuestro Señor con
alguna particular visitación, hacía ir delante los compañeros y él
estábase quedo hasta acabar de rumiar y digerir aquel bocado que le
venía del cielo. Los que así no lo hacen, suelen comúnmente ser
castigados con esta pena, que no hallen a Dios cuando lo buscaren,
pues cuando Él los buscaba no los halló.
OCTAVO AVISO
El último y más principal aviso sea que procuremos en este santo
ejercicio de juntar en uno la meditación con la contemplación,
haciendo de la una escalón para subir a la otra, para lo cual es de
saber que el oficio de la meditación es considerar con estudio y
atención las cosas divinas discurriendo de unas en otras para mover
nuestro corazón a algún efecto y sentimiento de ellas, que es como
quien hiere un pedernal para sacar alguna centella de él. Mas la
contemplación es haber ya sacado esta centella, quiero decir, haber
ya hallado este efecto y sentimiento que se buscaba, y estar con reposo
y silencio gozando de él, no con muchos discursos y especulaciones del
entendimiento, sino con una simple vista de la verdad, por lo cual
dice un santo doctor que la meditación discurre con trabajo y con
fruto; mas la contemplación sin trabajo y con fruto; la una busca,
la otra halla; una rumia el manjar, la otra lo gusta; la una discurre
y hace consideraciones, la otra se contenta con una simple vista de las
cosas, porque tiene ya el amor y gusto de ellas; finalmente, la una
es como medio, la otra como fin; la una como camino y movimiento, y
la otra como término de este camino y movimiento.
De aquí se infiere una cosa muy común, que enseñan todos los
maestros de la vida espiritual (aunque poco entendida de los que la
leen), conviene saber, que así como alcanzado el fin cesan los
medios, como tomando el puerto cesa la navegación, así cuando el
hombre, mediante el trabajo de la meditación, llegare al reposo y
gusto de la contemplación, debe por entonces cesar de aquella piadosa
y trabajosa inquisición. Y contento con una simple vista y memoria de
Dios (como si lo tuviese presente), gozar de aquel afecto que se le
da, ora sea de amor, ora de admiración o de alegría o cosa
semejante. La razón porque esto se aconseja es porque, como el fin
de todo este negocio consista más en el amor y afectos de la voluntad
que en la especulación del entendimiento, cuando ya la voluntad está
presa, y tomada de este afecto, debemos excusar todos los discursos y
especulaciones del entendimiento, en cuanto nos sea posible, para que
nuestra ánima con todas sus fuerzas se emplee en esto sin derramarse
por los actos de otra potencia. Y por eso aconseja un doctor, que
así como el hombre se sintiere inflamar del amor de Dios, debe luego
dejar todos estos discursos y pensamientos (por muy altos que
parezcan), no porque sean malos, sino porque entonces son impeditivos
de otro bien mayor, que no es otra cosa más que cesar el movimiento
llegado el término y dejar la meditación por amor de la
contemplación. Lo cual señaladamente se puede hacer al fin de todo
el ejercicio, que es después de la petición del amor de Dios, de
que arriba tratamos; lo uno, porque se presupone ya entonces que el
trabajo del ejercicio pasado habrá parido algún efecto y sentimiento
de Dios, pues (como dice el Sabio), más vale el fin de la
oración, que el principio (Eccles.7,7), y lo otro, porque
después del trabajo de la meditación y oración, es razón que el
hombre dé un poco de huelga al entendimiento y le deje reposar en los
brazos de la contemplación, pues en este tiempo deseche el hombre
todas las imaginaciones que se le ofrecieren, acalle el entendimiento,
quiete la memoria y fíjela en Nuestro Señor, considerando que está
erg su presencia, no especulando por entonces cosas particulares de
Dios. Conténtese con el conocimiento que de Él tiene por fe y
aplique la voluntad y el amor, pues éste sólo le abraza, y en él
está el fruto de toda la meditación, y el entendimiento es casi nada
lo que de Dios puede conocer y puédele la voluntad mucho amar.
Enciérrese dentro de sí mismo en el centro de su ánima donde está
la imagen de Dios, y allí esté atento a Él, como quien escucha al
que habla de alguna torre alta, o como que le tuviese dentro de su
corazón, y como que en todo lo criado no hubiese otra cosa sino sola
ella o solo él. Y aun de sí misma y de lo que hace se había de
olvidar, porque, como decía uno de aquellos Padres, aquélla es
perfecta oración, donde el que está orando, no se acuerda que está
orando. Y no sólo al fin del ejercicio, sino también al medio y en
cualquier otra parte que nos tomare este sueño espiritual, cuando
está como adormecido el entendimiento de la voluntad, debemos hacer
esta pausa y gozar de este beneficio y volver a nuestro trabajo,
acabado de digerir y gustar aquel bocado, así como hace el hortelano
cuando riega una era, que después de llena de agua detiene el hilo de
la corriente y deja empapar y difundirse por las entrañas de la tierra
seca lo que ha recibido, y esto ha hecho, torna a soltar el hilo de la
fuente, para que aún reciba más y más y quede mejor regada. Mas lo
que entonces el ánima siente, lo que goza la luz, y la hartura, y la
caridad y paz que recibe, no se puede explicar con palabras, pues
aquí está la paz que excede todo sentido y la felicidad que en esta
vida se puede alcanzar.
Algunos hay tan tomados del amor de Dios, que, apenas han comenzado
a pensar en Él, cuando luego la memoria de su dulce nombre les derrite
las entrañas, los cuales tienen tan poca necesidad de discursos y
consideraciones para amarle, como la madre o la esposa para regalarse
con la memoria de su hijo o esposo, cuando le hablan de él; y otros
que no sólo en el ejercicio de la oración, sino fuera de él, andan
tan absortos y tan empapados en Dios, que de todas las cosas y de sí
mismos se olvidan por Él, porque si esto puede muchas veces el amor
furioso de un perdido, ¿cuánto más lo podrá el amor de aquella
infinita hermosura, pues no es menos poderosa la gracia que la
naturaleza y que la culpa? Pues cuando esto el ánima sintiere, en
cualquier parte de la oración que lo sienta, en ninguna manera lo debe
desechar, aunque todo el tiempo del ejercicio se gastase en esto, sin
rezar o meditar las otras cosas que tenía determinadas, si no fuesen
de obligación, porque así como dice San Agustín' que se ha de
dejar la oración vocal cuando alguna vez fuese impedimento de la
devoción, así también se debe dejar la meditación cuando fuese
impedimento de la contemplación.
Donde también es mucho de notar que así como nos conviene dejar la
meditación por la afección para subir de menos a más, así, por el
contrario, a veces convendrá dejar la afección por la meditación,
cuando la afección fuese tan vehemente que se temiese peligro a la
salud perseverando en ella, como muchas veces acaece a los que, sin
este aviso, se dan a estos ejercicios y los toman sin discreción,
atraídos por la fuerza de la divina suavidad. Y en tal caso como
éste, dice un doctor, que es buen remedio salir a algún afecto de
compasión, meditando un poco en la Pasión de Cristo, o en los
pecados y miserias del mundo, para aliviar y desahogar el corazón.
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