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Ofrecida tan rica ofrenda, seguramente podemos pedir luego mercedes
por ella. Y primeramente pidamos con gran afecto de caridad y con celo
de la honra de Nuestro Señor, que todas las gentes y naciones del
mundo le conozcan, alaben y adoren como a su único, verdadero Dios y
Señor, diciendo de lo íntimo de nuestro corazón aquellas palabras
del Profeta (Ps.66,4-6): Confiésente los pueblos,
Señor; confiésente los pueblos. Roguemos también por las cabezas
de la Iglesia, como son: Papa, Cardenales, Obispos, con todos
los otros Ministros y Prelados inferiores, para que el Señor los
rija y alumbre de tal manera, que lleven a todos los hombres al
conocimiento y obediencia de su criador. Y asimesmo, debemos rogar
(como lo aconseja San Pablo) por los reyes y por todos los que
están constituidos en dignidad, para que mediante su providencia
vivamos vida quieta y reposada, porque esto es acepto delante de Dios
nuestro Salvador, el cual quiere que todos los hombres se salven y
vengan al conocimiento de la verdad. Roguemos también por todos los
miembros de su cuerpo místico, por los justos, que el Señor los
conserve, y por los pecadores, que los convierta, y por los
difuntos, que los saque misericordiosamente de tanto trabajo y los
lleve al descanso de la vida perdurable.
Roguemos también por todos los pobres, enfermos, encarcelados,
cautivos, etc. Que Dios, por los méritos de su Hijo, los ayude y
libre del mal.
Y después de haber pedido para nuestros prójimos, pidamos luego para
nosotros, y qué sea lo que le habemos de pedir, su misma necesidad lo
enseñará a cada uno, si bien se conociere. Mas para mayor facilidad
de esta doctrina, podemos pedir las mercedes siguientes: Primeramente
pidamos, por los méritos y trabajos de este Señor, perdón de todos
nuestros peca- dos y enmienda de ellos, y especialmente pidamos favor
contra todas aquellas pasiones y vicios a que somos más inclinados y
más tentados, descubriendo todas estas llagas a aquel médico
celestial para que El las sane y las cure con la unción de su gracia.
Lo segundo, pidamos aquellas altísimas y nobilísimas virtudes en que
consiste la suma de toda perfección cristiana, que son: fe,
esperanza, amor, temor, humildad, paciencia, obediencia, fortaleza
para todo trabajo, pobreza de espíritu, menosprecio del mundo,
discreción, pureza de intención, con otras semejantes virtudes que
están en la cumbre de este espiritual edificio; porque la fe es la
primera raíz de toda la cristiandad; la esperanza es el báculo y
remedio contra las tentaciones de esta vida; la caridad es fin de toda
la perfección cristiana; el temor de Dios es principio de la
verdadera sabiduría; la humildad es el fundamento de todas las
virtudes; la paciencia es armadura contra los golpes y encuentros del
enemigo; la obediencia es muy agradable ofrenda, donde el hombre
ofrece a sí mismo a Dios en sacrificio; la discreción es los ojos
con que el alma ve y anda todos sus caminos; la fortaleza, los brazos
con que hace todas sus obras, y la pureza de intención, la que
refiere y endereza todas nuestras obras a Dios.
Lo tercero, pidamos luego otras virtudes que, además de ser ellas de
suyo muy principales, sirven para la guarda de estas mayores, como
son: la templanza en comer y beber, la moderación de la lengua, la
guarda de los sentidos, la mesura y composición del hombre exterior,
la suavidad y buen ejemplo para los prójimos, el rigor y aspereza para
consigo, con otras virtudes semejantes.
Después de esto, acabe con la petición del amor de Dios .y en
ésta se detenga y ocupe la mayor parte del tiempo, pidiendo al Señor
esta virtud con entrañables afectos y deseos (pues en ella consiste
todo nuestro bien), y podrá decir así:
PETICIÓN ESPECIAL DEL AMOR DE DIOS
Sobre todas estas virtudes, dame, Señor, tu gracia, para que te
ame yo con todo mi corazón, con toda mi ánima, con todas mis fuerzas
y con todas mis entrañas, así como tú lo mandas. ¡Oh, toda mi
esperanza, toda mi gloria, todo mi refugio y alegría! ¡Oh, el
más amado de los amados! ¡Oh, esposo florido, esposo suave,
esposo melifluo! ¡Oh, dulzura de mi corazón! ¡Oh, vida de mi
ánima y descanso alegre de mi espíritu! ¡Oh, hermoso y claro día
de la eternidad, y serena luz de mis entrañas, y paraíso florido de
mi corazón!¡ Oh, amable principio mío y suma suficiencia mía!
Apareja, Dios mío, apareja, Señor, una agradable morada para ti
en mí, para que, según la promesa de tu santa palabra, vengas a mí
y reposes en mí. Mortifica en mí todo lo que desagrada a tus ojos y
hazme hombre según tu corazón. Hiere, Señor, lo más íntimo de
mi ánima con las saetas de tu amor, y embriágala con el vino de tu
perfecta caridad. ¡Oh! ¿Cuándo será esto? ¿Cuándo te
agradaré en todas las cosas? ¿Cuándo dejaré de ser mío?
¿Cuándo ninguna cosa fuera de ti vivirá en mí? ¿Cuándo arden
tísimamente te amaré? ¿Cuándo me abrasará toda la llama de tu
amor? ¿Cuándo estaré todo derretido y traspasado con tu
eficacísima suavidad? ¿Cuándo abrirás a este pobre mendigo y le
descubrirás el hermosísimo Reino tuyo que está dentro de mí, el
cual eres tú con todas tus riquezas? ¿Cuándo me arrebatarás y
anegarás y transportarás y esconderás en ti, donde nunca más
parezca? ¿Cuándo, quitados todos impedimentos y estorbos, me
harás un espíritu contigo, para que nunca ya me pueda más apartar de
ti?
¡Oh, amado, amado, amado de mi ánima! ¡Oh dulzura, dulzura de
mi corazón! ¡Óyeme, Señor, no por mis merecimientos, sino por
tu infinita bondad! Enséñame, alúmbrame, enderézame y ayúdame
en todas las cosas para que ninguna cosa se haga ni diga, sino lo que
fuere a tus ojos agradable. ¡Oh Dios mío, amado mío, entrañas
mías, bien de mi ánima! ¡Oh amor mío dulce! ¡Oh deleite mío
grande! ¡Oh fortaleza mía, veladme; luz mía, guiadme!
¡Oh Dios de mis entrañas! ¿Por qué no te das al pobre?
¡Hinches los cielos y la tierra, y mi corazón dejas vacío! Pues
vistes los lirios del campo, y guisas de comer a .las avecillas y
mantienes los gusanos, ¿por qué te olvidas de mí, pues a todos
olvido por ti? ¡Tarde te conocí, bondad infinita! ¡Tarde te
amé, hermosura tan antigua y tan nueva! ¡Triste del tiempo que no
te amé! ¡Triste de mí, pues no te conocía! ¡Ciego de mí, que
no te veía! ¡Estabas dentro de mí, y yo andaba a buscarte por de
fuera! Pues aunque te hallé tarde, no permitas, Señor, por tu
divina clemencia, que jamás te deje.
Y porque una de las cosas que más te agradan y más hieren tu corazón
es tener ojos para saberte mirar, dame, Señor, esos ojos con que te
mire; conviene saber: ojos de paloma sencillos; ojos castos y
vergonzosos; ojos humildes y amorosos; ojos devotos y llorosos; ojos
atentos y discretos, para entender la voluntad y cumplirla, para que,
mirándote yo con estos ojos, sea de ti mirado con aquellos ojos con
que miraste a San Pedro, cuando le hiciste llorar su pecado; con
aquellos ojos con que miraste al Hijo Pródigo, cuando le saliste a
recibir y le diste beso de paz; con aquellos ojos con que miraste al
publicano, cuando él no osaba alzar los ojos al cielo; con aquellos
ojos con que miraste a la Magdalena, cuando ella lavaba tus pies con
las lágrimas de los suyos; finalmente, con aquellos ojos con que
miraste a la Esposa en los cantares, cuando le dijiste: Hermosa
eres, amiga mía; hermosa eres, tus ojos son de paloma, para que,
agradándote de los ojos y hermosura de mi ánima, le des aquellos
arreos de virtudes y gracias con que siempre te parezca hermosa.
¡Oh Altísima, Clementísima, Benignísima Trinidad, Padre,
Hijo, Espíritu Santo, un solo Dios verdadero, enséñame,
enderézame y ayúdame, Señor, en todo! ¡Oh Padre todopoderoso,
por la grandeza de tu infinito poder, asienta y confirma mi memoria en
ti e hínchela de santos y devotos pensamientos! ¡Oh Hijo
Santísimo, por la eterna sabiduría tuya, clarifica mi entendimiento
y adórnalo con el conocimiento de la suma verdad y de mi extremada
vileza! ¡Oh Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, por tu
incomprensible bondad, traspasa en mí toda tu voluntad y enciéndela
con un tan grande fuego de amor, que ningunas aguas la puedan apagar!
¡Oh Trinidad Sagrada, único Dios mío, y todo mi bien! ¡Oh si
pudiese yo alabarte y amarte como te alaban y aman todos los ángeles!
¡Oh si tuviese yo el amor de todas las criaturas, cuán de buena gana
te lo daría y traspasaría en ti, aunque ni éste bastaría para
amarte como tú mereces! Tú sólo te puedes dignamente amar y
dignamente alabar, porque tú sólo comprendes tu incomprensible
bondad, y así tú solo la puedes amar cuanto ella merece, de manera
que en sólo ese divinísimo pecho se guarda justicia de amor.
¡Oh María, María, María, Virgen Santísima, Madre de
Dios, Reina del cielo, Señora del mundo, Sagrario del Espíritu
Santo, Lirio de pureza, Rosa de paciencia, Paraíso de deleites,
Espejo de Castidad, Dechado de inocencia! Ruega por este pobre
desterrado y peregrino, y parte con él de las sobras de tu
abundantísima caridad. Oh vosotros, bienaventurados Santos y
Santas, y vosotros, bienaventurados espíritus, que así ardéis en
el amor de vuestro Criador, y señaladamente vosotros, Serafines,
que abrasáis los cielos y la tierra con vuestro amor, no desamparéis
este pobre miserable corazón, sino ali mpiadlo, como los labios de
Isaías, de todos sus pecados, y abrasadlo con la llamada de ese
vuestro ardentísimo amor, para que sólo a este Señor ame, a Él
sólo busque, a El sólo repose y more en siglos de los siglos.
Amen.
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