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Concluida la preparación, se sigue luego la lección de lo que se ha
de meditar en la oración. La cual no ha de ser apresurada ni
corrida, sino atenta y sosegada; aplicando a ella no sólo el
entendimiento para entender lo que se lee, sino mucho más la voluntad
para gustar lo que se entiende. Y cuando hallare algún paso devoto,
deténgase algo más en él para mejor sentirlo; y no sea muy larga la
lección, porque se dé más tiempo a la meditación, que es tanto de
mayor provecho, cuanto rumia y penetra las cosas más despacio y con
más afectos; pero cuando tuviere el corazón tan distraído que no
pueda entrar en la oración, puédese detener algo más en la
lección, o ayuntar en uno la lección con la meditación, leyendo un
paso y meditando sobre él, y luego otro de la misma manera; porque
yendo de esta manera atado el entendimiento a las palabras de la
lección, no tiene tanto lugar de derramarse por diversas partes como
cuando va libre y suelto. Aunque mejor sería pelear en desechar los
pensamientos y perseverar y luchar (como otro Jacob toda la noche) en
el trabajo de la oración. Porque al fin, acabada la batalla, se
alcanza la victoria, dando Nuestro Señor la devoción u otra gracia
mayor, la cual nunca se niega a los que fielmente pelean.
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