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1. La causa, pues, por que algunos espirituales nunca acaban de
entrar en los gozos verdaderos del espíritu, es porque nunca
acaban ellos de alzar el apetito del gozo de estas cosas
exteriores y visibles. Adviertan estos tales que, aunque el lugar
decente y dedicado para oración es el templo y oratorio visible, y
la imagen para motivo, que no ha de ser de manera que se emplee el
jugo y sabor del alma en el templo visible y motivo, y se olvide
de orar en el templo vivo, que es el recogimiento interior del
alma. Porque para advertirnos esto, dijo el Apóstol (1 Cor. 3, 6;
6, 19): Mirad, que vuestros cuerpos son templos vivos del Espíritu
Santo, que mora en vosotros. Y a esta consideración nos envía la
autoridad que habemos alegado de Cristo (Jn. 4, 24), es a saber: a
los verdaderos adoradores conviene adorar en espíritu y verdad.
Porque muy poco caso hace Dios de tus oratorios y lugares
acomodados si, por tener el apetito y gusto asido a ellos, tienes
algo menos de desnudez interior, que es la pobreza espiritual en
negación de todas las cosas que puedes poseer.
2. Debes, pues, para purgar la voluntad del gozo y apetito vano en
esto y enderezarlo a Dios en tu oración, sólo mirar que tu
conciencia este pura y tu voluntad entera en Dios, y la mente
puesta de veras en el; y, como he dicho, escoger el lugar más
apartado y solitario que pudieres, y convertir todo el gozo de la
voluntad en invocar y glorificar a Dios; y de esotros gustillos
del exterior no hagas caso, antes los procures negar. Porque, si
se hace el alma al sabor de la devoción sensible, nunca atinará a
pasar a la fuerza del deleite del espíritu, que se halla en la
desnudez espiritual mediante el recogimiento interior.
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