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1. Para encaminar a Dios el espíritu en este genero, conviene
advertir que a los principiantes bien se les permite y aun les
conviene tener algún gusto y jugo sensible acerca de las imágenes,
oratorios y otras cosas devotas visibles, por cuanto aún no tienen
destetado y desarrimado el paladar de las cosas del siglo, porque
con este gusto dejen el otro; como al niño que, por desembarazarle
la mano de una cosa, se la ocupan con otra por que no llore
dejándole las manos vacías.
Pero para ir adelante tambien se ha de desnudar el espiritual de
todos esos gustos y apetitos en que la voluntad puede gozarse;
porque el puro espíritu muy poco se ata a nada de esos objetos,
sino sólo en recogimiento interior y trato mental con Dios; que,
aunque se aprovecha de las imágenes y oratorios, es muy de paso, y
luego para su espíritu en Dios, olvidado de todo lo sensible.
2. Por tanto, aunque es mejor orar donde más decencia hubiere, con
todo, no obstante esto, aquel lugar se ha de escoger donde menos
se embarazare el sentido y el espíritu de ir a Dios. En lo cual
nos conviene tomar aquello que responde nuestro Salvador a la
mujer samaritana, cuando le preguntó que cuál era más acomodado
lugar para orar, el templo o el monte; le respondió que no estaba
la verdadera oración aneja al monte ni al templo, sino que los
adoradores de que se agradaba el Padre son los que le adoran en
espíritu y verdad (Jn. 4, 2324).
De donde, aunque los templos y lugares apacibles son dedicados y
acomodados a oración, porque el templo no se ha de usar para otra
cosa, todavía para negocio de trato tan interior como este que se
hace con Dios, aquel lugar se debe escoger que menos ocupe y lleve
tras sí el sentido. Y así no ha de ser lugar ameno y deleitable al
sentido, como suelen procurar algunos, porque, en vez de recoger a
Dios el espíritu, no pare en recreación y gusto y sabor del
sentido. Y por eso es bueno lugar solitario, y aun áspero, para
que el espíritu sólida y derechamente suba a Dios, no impedido ni
detenido en las cosas visibles; aunque alguna vez ayudan a
levantar el espíritu, mas esto es olvidándolas luego y quedándose
en Dios. Por lo cual nuestro Salvador escogía lugares solitarios
para orar (Mt. 14, 24), y aquellos que no ocupasen mucho los
sentidos, para darnos ejemplo, sino que levantasen el alma a Dios,
como eran los montes (Lc. 6, 12; 19, 28), (que se levantan de la
tierra, y ordinariamente son pelados de sensitiva recreación).
3. De donde el verdadero espiritual nunca se ata ni mira en que el
lugar para orar sea de tal o tal comodidad, porque esto todavía es
estar atado al sentido; sino sólo al recogimiento interior, en
olvido de eso y de esotro, escogiendo para esto el lugar más libre
de objetos y jugos sensibles, sacando la advertencia de todo eso
para poder gozarse más a solas de criaturas con su Dios. Porque es
cosa notable ver algunos espirituales que todo se les va en
componer oratorios y acomodar lugares agradables a su condición o
inclinación; y del recogimiento interior, que es el que hace al
caso, hacen menos caudal y tienen muy poco de el; porque, si le
tuviesen, no podrían tener gusto en aquellos modos y maneras,
antes les cansarían.
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