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1. Antes que tratemos de las visiones imaginarias que
sobrenaturalmente suelen ocurrir al sentido interior, que es la
imaginativa y fantasía, conviene aquí tratar, para que procedamos
con orden, de las aprehensiones naturales de ese mismo interior
sentido corporal; para que vayamos procediendo de lo menos a lo
más y de lo más exterior hasta lo más interior, hasta llegar al
íntimo recogimiento donde el alma se une con Dios. Y ese mismo
orden habemos seguido hasta aquí; porque primero tratamos de
desnudar los sentidos exteriores de las aprehensiones naturales de
los objetos -y, por el consiguiente, a las fuerzas naturales de
los apetitos, lo cual fue en el primer libro, donde hablamos de la
noche del sentido- y luego comenzamos a desnudar a esos mismos
sentidos de las aprehensiones exteriores sobrenaturales, que
acaecen a los sentidos exteriores, según en el pasado capítulo
acabamos de hacer, para encaminar al alma en la noche del
espíritu.
2. En este segundo libro, lo que primero ocurre ahora es al
sentido corporal interior, que es la imaginativa y fantasía, de la
cual tambien habemos de vaciar todas las formas y aprehensiones
imaginarias que naturalmente en el pueden caer, y probar cómo es
imposible que el alma llegue a la unión de Dios hasta que cese su
operación en ellas, por cuanto no pueden ser propio medio y
próximo de la tal unión.
3. Es, pues, de saber que los sentidos de que aquí particularmente
hablamos son dos sentidos corporales (interiores), que se llaman
imaginativa y fantasía, los cuales ordenadamente se sirven el uno
al otro; porque el uno discurre imaginando, y el otro forma la
imaginación o lo imaginado fantaseando; y para nuestro propósito
lo mismo es tratar del uno que del otro. Por lo cual, cuando no
los nombraremos a entrambos, tengase por entendido según aquí
habemos de ellos dicho.
De aquí, pues, es que todo lo que aquestos sentidos pueden recibir
y fabricar se llaman imaginaciones y fantasías, que son formas que
con imagen y figura de cuerpo se representan a estos sentidos. Las
cuales pueden ser en dos maneras: unas sobrenaturales, que sin
obra de estos sentidos se pueden representar, y representan a
ellos pasivamente; las cuales llamamos visiones imaginarias por
vía sobrenatural, de que habemos de hablar despues. Otras son
naturales, que son las que por su habilidad activamente puede
fabricar en sí por su operación, debajo de formas, figuras e
imágenes.
Y así, a estas dos potencias pertenece la meditación, que es acto
discursivo por medio de imágenes, formas y figuras, fabricadas e
imaginadas por los dichos sentidos; así como imaginar a Cristo
crucificado, o en la columna, o en otro paso, o a Dios con grande
majestad en un trono; o considerar e imaginar la gloria como una
hermosísima luz, etc., y, por el semejante, otras cualesquier
cosas, ahora divinas, ahora humanas, que pueden caer en la
imaginativa. Todas las cuales imaginaciones se han de venir a
vaciar del alma, quedándose a oscuras según este sentido, para
llegar a la divina unión, por cuanto no pueden tener alguna
proporción de próximo medio con Dios tampoco, como las corporales
que sirven de objeto a los cinco sentidos exteriores.
4. La razón de esto es porque la imaginación no puede fabricar ni
imaginar cosas algunas fuera de las que con los sentidos
exteriores ha experimentado, es a saber: visto con los ojos, oído
con los oídos, etc.; o, cuando mucho, componer semejanzas de estas
cosas vistas u oídas y sentidas, que no suben a mayor entidad, ni
a tanta, (como) aquellas que recibió por los sentidos dichos.
Porque, aunque imagine palacios de perlas y montes de oro, (porque
ha visto oro y perlas en la verdad, menos es todo aquello que la
esencia de un poco de oro) o de una perla, aunque en la
imaginación sea más en cantidad y compostura. Y por cuanto todas
las cosas criadas, como ya está dicho, no pueden tener alguna
proporción con el ser de Dios, de ahí se sigue que todo lo que
imaginare a semejanza de ellas no puede servir de medio próximo
para la unión con el, antes, como decimos, mucho menos.
5. De donde los que imaginan a Dios debajo de algunas figuras de
estas, o como un gran fuego o resplandor, u otras cualesquier
formas, y piensan que algo de aquello será semejante a el, harto
lejos van de el. Porque, aunque a los principiantes son necesarias
estas consideraciones y formas y modos de meditaciones para ir
enamorando y cebando el alma por el sentido, como despues diremos,
y así le sirven de medios remotos para unirse con Dios (por los
cuales ordinariamente han de pasar las almas para llegar al
termino y estancia del reposo espiritual) pero ha de ser de manera
que pasen por ellos y no se esten siempre en ellos, porque de esa
manera nunca llegarían al termino, el cual no es como los medios
remotos, ni tiene que ver con ellos, así como las gradas de la
escalera no tienen que ver con el termino y estancia de la subida,
para lo cual son medios. Y, si el que sube no fuese dejando atrás
las gradas hasta que no dejase ninguna y se quisiese estar en
alguna de ellas, nunca llegaría ni subiría a la llana y apacible
estancia del termino. Por lo cual, el alma que hubiere de llegar
en esta vida a la unión de aquel sumo descanso y bien por todos
los grados de consideraciones, formas y noticias, ha de pasar y
acabar con ellas, pues ninguna semejanza ni proporción tienen con
el termino a que encaminan, que es Dios. De donde en los Actos de
los Apóstoles (17, 29) dice san Pablo: Non debemus aestimare auro
vel argento, aut lapidi sculturae artis, et cogitationis hominis
divinum esse simile; que quiere decir: No debemos estimar ni tener
por semejante lo divino al oro ni a la plata, o a la piedra
figurada por el arte, y a lo que el hombre puede fabricar con la
imaginación.
6. De donde yerran mucho muchos espirituales, los cuales, habiendo
ellos ejercitádose en llegarse a Dios por imágenes y formas y
meditaciones, cual conviene a principiantes, queriendolos Dios
recoger (a bienes) más espirituales interiores e invisibles,
quitándoles ya el gusto y jugo de la meditación discursiva, ellos
no acaban, ni se atreven, ni saben desasirse de aquellos modos
palpables a que están acostumbrados; y así, todavía trabajan por
tenerlos, queriendo ir por consideración y meditación de formas,
como antes, pensando que siempre había de ser así. En lo cual
trabajan ya mucho y hallan poco jugo o nada; antes se les aumenta
y crece la sequedad y fatiga e inquietud del alma cuanto más
trabajan por aquel jugo primero, el cual es ya excusado poder
hallar en aquella manera primera, porque ya no gusta el alma de
aquel manjar, como habemos dicho, tan sensible, sino de otro más
delicado y más interior y menos sensible, que no consiste en
trabajar con la imaginación, sino en reposar el alma y dejarla
estar en su quietud y reposo, lo cual es más espiritual. Porque,
cuanto el alma se pone más en espíritu, más cesa en obra de las
potencias en actos particulares, porque se pone ella más en un
acto general y puro; y así, cesan de obrar las potencias que
caminaban para aquello donde el alma llegó, así como cesan y paran
los pies acabando su jornada, porque, si todo fuese andar, nunca
habría llegar, y si todos fuesen medios, ¿dónde o cuándo se
gozarían los fines y termino?
7. Por lo cual es lástima ver que hay muchos que, queriendose su
alma estar en esta paz y descanso de quietud interior, donde se
llena de paz y refección de Dios, ellos la desasosiegan y sacan
afuera a lo más exterior, y la quieren hacer volver a que ande lo
andado sin propósito, y que deje el termino y fin en que ya reposa
por los medios que encaminaban a el, que son las consideraciones.
Lo cual no acaece sin gran desgana y repugnancia del alma, que se
quisiera estar en aquella paz, que no entiende, como en su propio
puesto. Bien así como el que llegó con trabajo donde descansa, si
le hacen volver al trabajo, siente pena. Y como ellos no saben el
misterio de aquesta novedad, dales imaginación que es estarse
ociosos y no haciendo nada, y así no se dejan quietas, procurando
considerar y discurrir, de donde se llenan de sequedad y trabajo
por sacar el jugo que ya por allí no han de sacar. Antes les
podemos decir que, mientras (más) aprietan, menos les aprovecha,
porque, cuanto más porfían de aquella manera, se hallan peor;
porque más sacan al alma de la paz espiritual, y es dejar lo más
por lo menos y desandar lo andado (y querer hacer lo que está
hecho).
8. A estos tales se les ha de decir que aprendan a estarse con
atención y advertencia amorosa en Dios en aquella quietud, y que
no se den nada por la imaginación ni por la obra de ella, pues
aquí, como decimos, descansan las potencias y no obran
activamente, sino pasivamente, recibiendo lo que Dios obra en
ellas. Y si algunas veces obran, no es con fuerza ni muy procurado
discurso, sino con suavidad de amor; más movidas de Dios que de la
misma habilidad del alma, como adelante se declarará. Mas ahora
baste esto para dar a entender cómo conviene y es necesario a los
que pretenden pasar adelante saberse desasir de todos esos modos y
maneras y obras de la imaginación, en el tiempo y sazón que lo
pide y requiere el aprovechamiento del estado que llevan.
9. Y para que se entienda cuál y a que tiempo ha de ser, diremos
en el capítulo siguiente algunas señales que ha de ver en sí el
espiritual, para entender por ellas la sazón y tiempo en que
libremente pueda usar del termino dicho y dejar de caminar por el
discurso y obra de la imaginación.
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