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1. Las primeras noticias que habemos dicho en el precedente
capítulo son las que pertenecen al entendimiento por vía natural.
De las cuales, porque habemos ya tratado en el primer libro, donde
encaminamos al alma en la noche del sentido, no hablaremos aquí
palabra, porque allí dimos doctrina congrua para el alma acerca de
ellas.
Por tanto, lo que habemos de tratar en el presente capítulo será
de aquellas noticias y aprehensiones que solamente pertenecen al
entendimiento sobrenaturalmente por vía de los sentidos corporales
exteriores, que son: ver, oír, oler, gustar y tocar. Acerca de
todas las cuales pueden y suelen nacer a los espirituales
representaciones y objetos sobrenaturales.
Porque acerca de la vista se les suele representar figuras y
personajes de la otra vida, de algunos santos y figuras de
ángeles, buenos y malos, y algunas luces y resplandores
extraordinarios.
Y con los oídos oír algunas palabras extraordinarias, ahora dichas
por esas figuras que ven, ahora sin ver quien las dice.
En el olfato sienten a veces olores suavísimos sensiblemente, sin
saber de dónde proceden.
Tambien en el gusto acaece sentir muy suave sabor, y en el tacto
grande deleite, y a veces tanto, que parece que todas las medulas
y huesos gozan y florecen y se bañan en deleite; cual suele ser la
que llaman unción del espíritu, que procede de el a los miembros
de las limpias almas. Y este gusto del sentido es muy ordinario a
los espirituales, porque del afecto y devoción del espíritu
sensible les procede más o menos a cada cual en su manera.
2. Y es de saber que, aunque todas estas cosas pueden acaecer a
los sentidos corporales por vía de Dios, nunca jamás se han de
asegurar en ellas ni las han de admitir, antes totalmente han de
huir de ellas, sin querer examinar si son buenas o malas. Porque
así como son más exteriores y corporales, así tanto menos ciertas
son de Dios. Porque más propio y ordinario le es a Dios
comunicarse al espíritu, en lo cual hay más seguridad y provecho
para el alma, que al sentido, en el cual ordinariamente hay mucho
peligro y engaño, por cuanto en ellas se hace el sentido corporal
juez y estimador de las cosas espirituales, pensando que son así
como lo siente, siendo ellas tan diferentes como el cuerpo del
alma y la sensualidad de la razón. Porque tan ignorante es el
sentido corporal de las cosas razonales, espirituales digo, como
un jumento de las cosas razonales, y aún más.
3. Y así, yerra mucho el que las tales cosas estima, y en gran
peligro se pone de ser engañado, y, por lo menos, tendrá en sí
total impedimento para ir a lo espiritual; porque todas aquellas
cosas corporales no tienen, como habemos dicho, proporción alguna
con las espirituales. Y así, siempre se han de tener las tales
cosas por más cierto ser del demonio que de Dios: el cual en lo
más exterior y corporal tiene más mano, y más fácilmente puede
engañar en esto que en lo que es más interior y espiritual.
4. Y estos objetos y formas corporales, cuanto ellos en sí son más
exteriores, tanto menos provecho hacen al interior y al espíritu,
por la mucha distancia y poca proporción que hay entre lo que es
corporal y espiritual. Porque aunque de ellas se comunique algún
espíritu (como se comunica siempre que son de Dios) es mucho menos
que si las mismas cosas fueran más espirituales e interiores. Y
así, son muy fáciles y ocasionadas para criar error y presunción,
y vanidad en el alma; porque, como son tan palpables y materiales,
mueven mucho al sentido, y parecele al juicio del alma que es más
por ser más sensible, y vase tras ello, desamparando a la fe,
pensando que aquella luz es la guía y medio de su pretensión, que
es la unión de Dios; y pierde más el camino y medio que es la fe,
cuanto más caso hace de las tales cosas.
5. Y, además de eso, como ve el alma que le suceden tales cosas y
extraordinarias, muchas veces se le ingiere secretamente cierta
opinión de sí de que ya es algo delante de Dios, lo cual es contra
humildad. Y tambien el demonio sabe ingerir en el alma
satisfacción de sí oculta, y a veces harto manifiesta. Y, por eso,
el pone muchas veces estos objetos en los sentidos, demostrando a
la vista figuras de santos y resplandores hermosísimos, y palabras
a los oídos harto disimuladas, y olores muy suaves, y dulzuras en
la boca, y en el tacto deleite, para que, engolosinándolos por
allí, los induzca en muchos males.
Por tanto, siempre se han de desechar tales representaciones y
sentimientos, porque, dado caso que algunas sean de Dios, no por
eso se hace a Dios agravio ni se deja de recibir el efecto y fruto
que quiere Dios por ellas hacer al alma, porque el alma las
deseche y no las quiera.
6. La razón de esto es porque la visión corporal o sentimiento en
alguno de los otros sentidos, así como tambien en otra cualquiera
comunicación de las más interiores, si es de Dios, en ese mismo
punto que parece o se siente hace su efecto en el espíritu, sin
dar lugar que el alma tenga tiempo de deliberación en quererlo o
no quererlo. Porque, así como Dios da aquellas cosas
sobrenaturalmente sin diligencia bastante y sin habilidad de ella,
(así, sin la diligencia y habilidad de ella), hace Dios el efecto
que quiere con las tales cosas en ella, porque es cosa que se hace
y obra pasivamente en el espíritu. Y así, no consiste en querer o
no querer, para que sea o deje de ser, así como si a uno echasen
fuego estando desnudo, poco aprovecharía no querer quemarse;
porque el fuego por fuerza había de hacer su efecto. Y así son las
visiones y representaciones buenas, que, aunque el alma no quiera,
hacen su efecto en ella primera y principalmente que en el cuerpo.
Tambien las que son (de) parte del demonio, sin que el alma las
quiera, causan en ella alboroto o sequedad, o vanidad o presunción
en el espíritu. Aunque estas no son de tanta eficacia en el alma
como las de Dios en el bien; porque las del demonio sólo pueden
poner primeros movimientos en la voluntad y no moverla a más si
ella no quiere, y alguna inquietud que no dura mucho, si el poco
ánimo y recato del alma no da causa que dure. Mas las que son de
Dios penetran el alma, y mueven la voluntad a amar, y dejan su
efecto, al cual no puede el alma resistir aunque quiera, más que
la vidriera al rayo del sol cuando da en ella.
7. Por tanto, el alma nunca se ha de atrever a quererlas admitir,
aunque, como digo, sean de Dios, porque, si las quiere admitir,
hay seis inconvenientes:
El primero, que se le va disminuyendo la fe, porque mucho derogan
a la fe las cosas que se experimentan con los sentidos; porque la
fe, como habemos dicho, es sobre todo sentido. Y así apártase del
medio de la unión de Dios, no cerrando los ojos del alma a todas
esas cosas de sentido.
Lo segundo, que son impedimento para el espíritu si no se niegan,
porque se detiene en ellas el alma y no vuela el espíritu a lo
invisible. De donde una de las causas por donde dijo el Señor (Jn.
16, 7) a sus discípulos que les convenía que el se fuese para que
viniese el Espíritu Santo, era esta. Así como tampoco dejó a María
Magdalena (Jn. 20, 17) que llegase a sus pies despues de
resucitado, porque se fundase en fe.
Lo tercero es que va el alma teniendo propiedad en las tales cosas
y no camina a la verdadera resignación y desnudez de espíritu.
Lo cuarto, que va perdiendo el efecto de ellas y el espíritu que
causan en lo interior, porque pone los ojos en lo sensual de
ellas, que es lo menos principal. Y así, no recibe tan
copiosamente el espíritu que causan, el cual se imprime y conserva
más negando todo lo sensible, que es muy diferente del puro
espíritu.
Lo quinto, que va perdiendo las mercedes de Dios, porque las va
tomando con propiedad y no se aprovecha bien de ellas. Y
tomándolas con propiedad y no aprovechándose de ellas, es
quererlas tomar; porque no se las da Dios para que el alma las
quiera tomar, pues que nunca se ha de determinar el alma a creer
que son de Dios.
Lo sexto es que en quererlas admitir abre puerta al demonio para
que le engañe en otras semejantes, las cuales sabe el muy bien
disimular y disfrazar, de manera que parezcan a las buenas; pues
puede, como dice el Apóstol (2 Cor. 11, 14) transfigurarse en
ángel de luz. De lo cual trataremos despues, mediante el favor
divino, en el libro tercero, en el capítulo de gula espiritual.
8. Por tanto, siempre conviene al alma desecharlas a ojos
cerrados, sean de quien se fueren. Porque, si no lo hiciese, tanto
lugar daría a las del demonio, y al demonio tanta mano, que no
sólo a vueltas de las unas recibiría las otras, mas de tal manera
irían multiplicándose las del demonio y cesando las de Dios, que
todo se vendría a quedar en demonio y nada de Dios; como ha
acaecido a muchas almas incautas y de poco saber, las cuales de
tal manera se aseguraron en recibir estas cosas, que muchas de
ellas tuvieron mucho que hacer en volver a Dios en la pureza de la
fe, y muchas no pudieron volver, habiendo ya el demonio echado en
ellas muchas raíces. Por eso es bueno cerrarse en ellas y negarlas
todas, porque en las malas se quitan los errores del demonio, y en
las buenas el impedimento de la fe, y coge el espíritu el fruto de
ellas. Y así como cuando las admite las va Dios quitando, porque
en ellas tienen propiedad, no aprovechándose ordenadamente de
ellas, y va el demonio ingiriendo y aumentando las suyas, porque
halla lugar y causa para ellas; así, cuando el alma está resignada
y contraria a ellas, el demonio va cesando de que ve que no hace
daño, y Dios, por el contrario, va aumentando y aventajando las
mercedes en aquel alma humilde y desapropiada, haciendola sobre lo
mucho, como al siervo que fue fiel en lo poco (Mt. 25, 21).
9. En las cuales mercedes, si todavía el alma fuere fiel y
retirada, no parará el Señor hasta subirla de grado en grado hasta
la divina unión y transformación. Porque Nuestro Señor de tal
manera va probando al alma y levantándola, que primero la da cosas
muy exteriores y bajas según el sentido, conforme a su poca
capacidad, para que, habiendose ella como debe, tomando aquellos
primeros bocados con sobriedad para fuerza y sustancia, la lleve a
más y mejor manjar. De manera que, si venciere al demonio en lo
primero, pasará a lo segundo; y si tambien en lo segundo, pasará a
lo tercero; y de ahí adelante todas las siete mansiones, hasta
meterla el Esposo en la cela vinaria (Ct. 2, 47) de su perfecta
caridad, que son los siete grados de amor.
10. ¡Dichosa el alma que supiere pelear contra aquella bestia del
Apocalipsis (12, 3), que tiene siete cabezas, contrarias a estos
siete grados de amor, con las cuales contra cada uno hace guerra,
y con cada una pelea con el alma en cada una de estas mansiones,
en que ella está ejercitando y ganando cada grado de amor de Dios!
Que, sin duda, que si ella fielmente peleare en cada una y
venciere, merecerá pasar de grado en grado y de mansión en mansión
hasta la última, dejando cortadas a la bestia sus siete cabezas,
con que le hacía la guerra furiosa, tanto que dice allí san Juan
que le fue dado que pelease contra los santos y los pudiese vencer
en cada uno de estos grados de amor, poniendo contra cada uno
armas y municiones bastantes (ib. 13, 17).
Y así, es mucho de doler que muchos, entrando en esta batalla
espiritual contra la bestia, aún no sean para cortarle la primera
cabeza, negando las cosas sensuales del mundo. Y ya que algunos
acaban consigo y se la cortan, no le cortan la segunda, que es las
visiones del sentido de que vamos hablando. Pero lo que más duele
es que algunos, habiendo cortado no sólo segunda y primera, sino
aun la tercera (que es acerca de los sentidos sensitivos
interiores, pasando de estado de meditación, y aun más adelante)
al tiempo de entrar en lo puro del espíritu, los vence esta
espiritual bestia, y vuelve a levantar contra ellos y a resucitar
hasta la primera cabeza, y hácense las postrimerías de ellos
peores que las primerías en su recaída, tomando otros siete
espíritus consigo peores que el (Lc. 11, 26).
11. Ha, pues, el espiritual de negar todas las aprehensiones con
los deleites temporales que caen en los sentidos exteriores, si
quiere cortar la primera cabeza y segunda a esta bestia, entrando
en el primer aposento de amor, y segundo de viva fe, no queriendo
hacer presa ni embarazarse con lo que se les da a los sentidos,
por cuanto es lo que más deroga a la fe.
12. Luego claro está que estas visiones y aprehensiones sensitivas
no pueden ser medio para la unión, pues que ninguna proporción
tienen con Dios. Y una de las causas por que no quería Cristo que
le tocase la Magdalena (Jn. 20, 17) y santo Tomás (Jn. 20, 29) era
esta.
Y así el demonio gusta mucho cuando una alma quiere admitir
revelaciones y la ve inclinada a ellas, porque tiene el entonces
mucha ocasión y mano para ingerir errores y derogar en lo que
pudiere a la fe; porque, como he dicho grande rudeza se pone en el
alma que las quiere acerca de ella, y aun a veces hartas
tentaciones e impertinencia.
13. Heme alargado algo en estas aprehensiones exteriores por dar y
abrir alguna más luz para las demás de que luego habemos de
tratar. Pero había tanto que decir en esta parte, que fuera nunca
acabar, y entiendo he abreviado demasiado. Sólo con decir que
tenga cuidado de nunca las admitir, si no fuese algo con algún muy
raro parecer (y entonces, no con gana ninguna de ello) me parece
basta en esta parte lo dicho.
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