Fiesta Exaltación de la Cruz - 'Tanto amó Dios al mundo que entregó a su único Hijo' - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa festiva parroquial
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Exégesis: P. Leonardo Castellani - Parábola de la serpiente de bronce (Jo.
III, 14)
Santos Padres: San Agustín - Jn 3,14-21: ¿No es Cristo la vida?
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La cruz es fuente de vida
Comentario Meditación: Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein -
“Para que el mundo se salve por él”
Comentario:
José Valverde - Humillación de la Cruz
Aplicación: Benedicto XVI - La fiesta de la Exaltación de la Cruz
Aplicación: San Juan Pablo II - La Exaltación de la Cruz
Apliclación: Mons. Fulton Sheen - La Cruz y el Crucifijo
Aplicación: Mons. Adolfo Tortolo - Nuestra comunión en el misterio de la
cruz
Aplicación: J.
Totosaus - Creamos en el amor
Aplicación: La Gloria de la
Cruz
Aplicación: Emiliana Löhr - Jn/03/16: "Tanto amó Dios al mundo, que le dio a
su Hijo Unigénito".
Aplicación:
Joaquim Gomis - La Cruz el Camino
Aplicación: Árbol del amor
consumado
Lectio Divina: Exaltación de la Santa Cruz - 14 de septiembre
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas de la fiesta
Exégesis: P. Leonardo Castellani - Parábola de la serpiente de
bronce (Jo. III, 14)
"Así como Moisés levantó la serpiente de bronce en el Desierto, así será
levantado el Hijo del Hombre..." (Jo.I1I, 14) y en otro lugar dice: "Y
cuando sea levantado sobre la tierra, todo lo atraerá hacia Él" (Jo. XII,
32), y también: "Cuando levantéis al Hijo del Hombre, entonces conoceréis lo
que Yo soy" (Jo.VIII, 28).
Prosigue el coloquio con Nicodemos. El escriba griego ("Pueblo victorioso"
significa su nombre) no entiende todavía la parábola del viento y responde
irónicamente. (Ver Parábola anterior).
Cristo responde también irónicamente, y lo pone amablemente en su lugar:
- No entiendo.
- Tú eres Maestro de la Ley, ¿y no entiendes estas cosas?
Cristo humilla con humor al Escriba para afirmar después su autoridad de
Supermaestro; más allá de lo que reconoció el otro al comienzo; a saber: que
era Rábbi y que Dios estaba con él, había proclamado Nicodemos. Él era el
mismo Dios, el Hijo Único de Dios. Así que prosiguió:
"De verdad de verdad te digo
Que lo que oímos hablamos
Y lo que vimos testimoniamos,
Y el testimonio nuestro no recibís vosotros
Si lo terreno os digo y no creéis
Si os digo lo superceleste, ¿cómo creeréis?
Nadie ha subido al cielo
Sino el que bajó del cielo
El Hijo del Hombre que está en el cielo.
Mas así como Moisés
Enarboló la Serpiente en el Desierto
Así será enarbolado el Hijo del Hombre
Para que todos los que en Él crean
Tengan eterna Vida".
Lo que sigue del sermoncito de Cristo es tenido por algunos críticos como
comentario del Evangelista Juan. (Loisy). Poco cierto. Falso, mejor dicho.
Reza así:
"Pues talmente amó Dios al mundo
Que llegó a darle su Hijo Único
Para que todo el que crea no se pierda
Sino tenga eterna Vida.
Pues no mandó Dios su Hijo al mundo
Para que juzgue al mundo
Sino que por Él se salve el mundo
El que cree en Él no es juzgado
El que no cree en Él ya está juzgado
Porque no cree en el nombre
Del Hijo Único de Dios.
Y éste es el juicio:
Que la Luz vino al mundo
Y amaron los hombres las Tinieblas
Más que a la Luz;
Porque eran sus obras malas.
Pues todo el que obra malicia, odia la luz
De modo que no aparezcan sus obras.
Mas el que obra verdad va hacia la luz
De modo que aparezcan sus obras.
Porque son obradas en Dios".
La razón de los que niegan la historicidad de estas palabras atribuyéndolas
a Juan Evangelista, es que la Cruz, la Encarnación, el Bautismo y la
Filiación Divina de Jesús eran ininteligibles a Nicodemos, por prematuras;
mas todo mueve a pensar lo contrario y lo confirma el coloquio con la
Samaritana que ocurre poco después: pues Cristo allí, sin ambages, revela a
la mujercita que Él es el Mesías, en forma más clara que a Nicodemos: era
una "moza de cántaro" (no un escriba) herética y adúltera; pero estaba bien
dispuesta.
Siguiendo a Renán y Strauss, muchos "racionalistas" contemporáneos (cuya
lista sería fastidiosa, P. L. Couchoud y Bernard Shaw los más temerarios,
Eduard Meyer el más científico), sostuvieron que Cristo no se creyó al
principio ni Hijo de Dios ni Mesías, que rechazó muellemente esa atribución;
mas el entusiasmo en torno suyo y la presión del contorno y de los
discípulos lo hicieron primero aceptar muellemente, después afirmar también
muellemente, y en fin reivindicar firmemente el descomunal título: lo cual
implica lisa y llanamente demencia; y está en contradicción con la figura de
"gran moralista, verdadero profeta, hombre el más sublime y extraordinario"
que ellos propugnan... hacernos tragar. Esta conjetura gratuita está en
contradicción directa con la letra del Evangelio, como vemos aquí: es al
comienzo de su prédica, y Cristo afirma lo mismo que dijo al final, siempre
que encuentra a solas almas dispuestas o capaces.
Es verdad que al pueblo no así, sino lenta y progresivamente:
"pedagógicamente". Declarar paladinamente de golpe a la multitud que Él era
el Mesías, era peligroso; y que era "el Hijo Único de Dios" era
incomprensible. Bernard Shaw llega a afirmar que en la Cruz, Cristo se
retractó: vio que había vivido engañado y se desesperó. Es disparate.
Alzado en la Cruz, Él fue la Serpiente de Bronce alzada en el Desierto, que
daba la salud a los mordidos de serpientes "ígneas", o sea venenosas. Este
paso está en el libro de los Números, XXI, 9. En Cades, antelas puertas de
Canaán, después de dos sublevaciones contra Moisés sofocadas por Dios mismo,
los israelitas errantes se descontentaron y soliviantaron de nuevo; y
apareció una manga de víboras cuya mordedura era mortal. Oró Moisés y
recibió de Dios el mandato de labrar una serpiente metálica y plantarla
alzada en una percha; y todos los emponzoñados que a ella dirigiesen los
ojos, sanarían de inmediato. Era una figura de Cristo y su Cruz; la alusión
a la Serpiente del Edén "que morderá nuestro talón" es clara; y Cristo no
sólo se la aplica a sí mismo aquí, mas alude otra vez a ella al decir:
"cuando el Hijo del Hombre sea levantado sobre la tierra lo atraerá todo a
sí", La Serpiente sana la serpiente: la natura humana de Cristo
indestructible (de bronce) sana a la natura humana emponzoñada del pecado.
Pero el enfermo debe "mirar hacia Él", invocarlo, creer en Él y "hacer la
verdad", hebraísmo enérgico que significa obrar bien (buenas obras =
disposición a la fe) como Nicodemos. Obrando bien "hacemos" en cierto modo
la Verdad, obras que pueden resistir la luz (humana), y de hecho atraen la
Luz (divina). Es de notar la contraposición en este texto entre "Malicia y
Verdad", no entre "Malicia y Bondad", La maldad nace siempre de una falta de
verdad, de una ignorancia o un error, como enseñaba Sócrates Heleno; y como
veremos en la parábola del Ojo y del Cuerpo.
(CASTELLANI, L., Las Parábolas de Cristo)
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Comentario Teológico: P. Lic. José A. Marcone, I.V.E. - La Exaltación de la
Santa Cruz
La Iglesia quiere que en esta Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz
leamos el evangelio de Jn.3,13-17. Para tener una comprensión exacta de
estos importantes versículos es necesario tener primero una visión general
de algunos conceptos teológicos en San Juan.
1. 'La hora' de Jesús en S. Juan
El evangelio de San Juan hace recaer todo su peso teológico en 'la hora' de
Jesús; es el evangelio de 'la hora' de Jesús. "Toda la vida de Jesús está de
tal manera orientada, podría decirse, hacia aquella 'hora', que será [1] el
ápice de su existencia terrena".
¿Cuál es 'la hora' de Jesús? ¿En qué consiste esa 'hora' de Jesús? San Juan
nos lo irá develando paulatinamente.
San Juan, en un comienzo, habla de la 'hora de Jesús' diciendo que esa hora
debe llegar pero no ha llegado todavía. En Jn.2,4 Jesús dice a su Madre en
las Bodas de Caná: "Todavía no ha llegado mi hora". Luego, en Jn.4,21 y 4,23
Jesús da ya algunas sugerencias acerca de la naturaleza de esa 'hora',
cuando dice a la samaritana que está por llegar una hora nueva, la hora de
la verdadera adoración a Dios: "Jesús le dice: 'Créeme, mujer, que llega la
hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. (...)
Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos
adorarán al Padre en espíritu y en verdad'."
En 5,25.28 Jesús manifiesta a los fariseos en qué consiste su hora:"En
verdad, en verdad os digo: llega la hora (ya estamos en ella), en que los
muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oigan vivirán. (...) No
os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los
sepulcros oirán su voz". En estos dos últimos textos hay ya una descripción
más exacta de la hora de Jesús: es la hora en que Cristo se manifestará como
Aquel que es igual al Padre, es decir, Dios como el Padre, con el poder de
hacer volver a la vida tanto a los muertos espirituales como a los muertos
corporales. [2]
En Jn.7,30 y 8,20 se expresa que Jesús no fue apresado por los fariseos para
ser lapidado porque 'no había llegado su hora'. Con esto se está expresando
que la hora de Jesús es la hora de su pasión y muerte.
A partir del cap. 12 comienza a decirse que 'la hora está cercana' o 'ha
llegado'. Y precisamente en ese momento, cuando comienza a decirse que 'la
hora está cercana' o 'ha llegado', comienza también a presentarse a 'la hora
de Jesús' como 'la hora de la glorificación' y no solamente 'la hora del
sufrimiento o de la muerte'. Son tres los pasos donde se marca claramente
este giro.
1. Durante la entrada triunfal a Jerusalén, ya muy cercano a su muerte,
dirigiéndose a Felipe y Andrés: "Llegó la hora en que el Hijo del hombre
debe ser glorificado' (Jn.12,23).
2. En la solemne introducción de la cena, Jn.13,1: "Había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre", lo cual implica su muerte, resurrección y
ascensión, es decir, su glorificación. Es decir, 'integra' a la muerte, el
triunfo de la resurrección y ascensión.
3. Las primeras palabras de la oración sacerdotal, Jn.17,1: "Padre, llegó la
hora, glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti". Para un
exégeta, A. George, la oración sacerdotal "es la oración de 'la hora', cuyo
contenido es el profundo misterio de la indivisible unidad entre el
sufrimiento y la glorificación"[3].
De manera que 'la hora de Jesús' según el Evangelio de San Juan es la hora
de la manifestación de la divinidad de Jesús a través del Misterio Pascual
completo: pasión, muerte, resurrección y ascensión a la derecha del Padre.
Esta manifestación es expresada con la palabra glorificación. La hora de
Jesús es, entonces, la hora de su glorificación.
En los sinópticos también aparece la frase 'la hora de Jesús': para ellos
'la hora de Jesús' es el momento más oscuro y terrible de la pasión de
Jesús: el momento de sus sufrimientos. Por ejemplo, al final del relato de
la agonía de Jesús en Getsemaní, Jesús dice: "Llegó la hora: el Hijo del
hombre es entregado en manos de los pecadores" (Mc.14,41). También en Lucas
cuando se acerca la turba para arrestarlo dice: "Esta es vuestra hora, la
del poder de las tinieblas" (Lc.22,53).
Pero en Juan 'la hora' tiene una connotación mucho más profunda, completa e
integral. Además de vertebrar todo su evangelio en torno a esta 'hora', para
San Juan "esa 'hora' no será, como en los sinópticos, la hora de las
tinieblas -el Salvador entregado en las manos de los pecadores- sino la hora
de la elevación sobre la [4]
cruz, y la hora de la glorificación".
Y al decir esto último estamos entrando de lleno en el tema de nuestro
evangelio de hoy. En efecto, era necesario explicar que todo el evangelio de
San Juan se desarrolla en tensión hacia 'la hora' de Jesús, que esa 'hora'
de Jesús es la hora de su glorificación y que su glorificación se identifica
con el momento de su elevación sobre la cruz, porque así, de este modo,
comprendemos que esta elevación sobre la cruz, en San Juan, más que un
momento de profunda humillación, es el momento de la glorificación de Jesús,
es el momento de su exaltación.
En el evangelio de hoy leemos: "Como Moisés levantó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre" (Jn.3,14-15). Para
expresar ese 'elevar' de la serpiente y el 'ser elevado' de Cristo, San Juan
usa el verbo griego hypsothênai que literalmente quiere decir 'ser puesto
por encima de', es decir, significa 'exaltar'. De hecho, San Jerónimo en la
Vulgata lo traduce con el verbo latino 'exaltari'. Vemos, entonces, cómo en
el evangelio de hoy se pone en primera línea el tema de la glorificación y
exaltación de Jesús por su elevación en la cruz. Y por esta razón por la que
la Iglesia quiere que se lea este evangelio en esta Fiesta de hoy y que vaya
acompañada por la lectura del texto de Núm.21,4-9, donde se narra el hecho
histórico de las picaduras de serpientes entre el pueblo hebreo en
peregrinación por el desierto y la confección de la serpiente de bronce por
parte de Moisés.
2. La exaltación (hypsothênai, exaltari)
"Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser
levantado el Hijo del hombre"; éste es el tema central del evangelio de hoy
y el que sustenta la celebración de la Fiesta de la Exaltación de la Cruz.
"El paralelismo con la serpiente de bronce en el desierto es aquí de gran
importancia. La escena del libro de los Números (21,4-9) es muy conocida.
Los israelitas, a causa de su espíritu de rebeldía, son castigados con
picaduras de serpientes venenosas. Por indicación divina, Moisés pone sobre
un asta una serpiente de bronce - que es un símbolo - y todos los que la
miran con fe quedan curados. Ahora bien, esta imagen de bronce sobre el asta
se convierte en 'tipo', es decir, en la prefiguración de Jesús sobre la
cruz. Como Moisés erigió una serpiente
de bronce sobre un asta, así el Hijo del hombre será elevado sobre el
patíbulo de la cruz."[5]
Pero en San Juan esta prefiguración de Jesús sobre la cruz que se verifica
en el signo de la serpiente de bronce, está unida a su glorificación. En
efecto, el verbo hypsothênai, en la antigüedad, "tanto en lenguaje profano
cuanto en el contexto bíblico, era usado para indicar el poder regio, el
triunfo (cf. 1Mac.8,13; 11,16);
ejercitando dicho poder sobre el pueblo, el rey era 'elevado' o
'entronizado'."[6]
De manera que al decir San Juan que Jesús será 'elevado' en la cruz como lo
fue la serpiente en el asta, está expresando metafóricamente el poder regio
de Jesucristo. "San Juan tiene in mente esta imagen y la utiliza
[7]
para evocar el tema del ejercicio del poder regio de Jesús sobre la cruz".
"La serpiente es elevada sobre un asta algunos metros sobre el suelo,
visible para el pueblo, para que todos puedan mirarla con fe. Es esta
exactamente la posición de Jesús sobre la cruz. (...) Jesús en la cruz ocupa
una posición de dignidad, similar a la de un rey que reina sobre su pueblo.
En Juan se opera entonces una transposición: al significado material de la
elevación sobre la cruz, se agrega un significado simbólico del
[8]
término 'ser elevado' para iluminar el tema de la realeza de Cristo, tan
caro al evangelista". Es decir, a la
literalidad del vocablo 'ser elevado' se le agrega el sentido metafórico
'ser entronizado'. O dicho de otro modo, el sentido literal es: 'Jesús será
elevado sobre la cruz como la serpiente lo fue sobre el asta'; pero el
sentido pleno es: 'Jesús, al ser clavado en alto, será enaltecido y
exaltado, como un rey en su trono'.
"Para completar el razonamiento, es oportuno agregar que en la predicación
de la Iglesia primitiva -los Hechos de los Apóstoles, las cartas de Pablo -
la ascensión de Jesús es considerada como la entronización regia de Jesús en
el cielo (cf. Hech.2,36; Fil.2,29). Allí Él se convierte en el Kýrios, el
Señor. Pedro dice a la multitud: 'Dios ha constituido Señor y Cristo a este
Jesús que vosotros habéis crucificado' (Hech.2,36). El aspecto bajo el cual
es descripta la ascensión es aquel de la toma de posesión del reino. Juan
anticipa este aspecto a la cruz. Él
[9]
ve a Cristo elevado en la cruz como un rey que impera sobre su pueblo, Señor
y rey de los suyos".
Vemos, entonces, cómo en esta frase del evangelio de hoy resplandece la
unidad indivisible entre sufrimiento y glorificación. Ésta es precisamente
'la hora' de Jesús: el momento en el que el sufrimiento, la exaltación y la
glorificación de Jesús se realizan al ser elevado sobre la cruz.
Si bien con lo dicho hasta ahora ha quedado bien expresado el sentido pleno
del texto del evangelio de hoy y se pueden sacar ya riquísimas consecuencias
espirituales y pastorales para los fieles, queremos agregar algunas
consideraciones sobre este importante verbo joánico, el verbo hypsothênai.
San Juan usa este verbo en otros dos lugares más, ambos en boca de Jesús y
referidos a su cruz. En 8,28: "Les dijo, pues, Jesús: 'Cuando hayáis
levantado (hypsothênai) al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy'." Y
en 12,32-33: " 'Y yo cuando sea levantado (hypsothênai) de la tierra,
atraeré a todos hacia mí'. Decía esto para significar de qué muerte iba a
morir.".
Cada uno de estos dos textos agrega un matiz a lo ya dicho sobre la
exaltación de Jesús en la cruz. El texto de 8,28 agrega el hecho de que en
la cruz se revelará definitivamente la divinidad de Jesús. En efecto, "Yo
Soy" es la traducción griega del nombre sacratísimo de Yahveh.
El texto de 12,32-33 agrega el hecho de que Jesús "reina ya desde la cruz, y
por esto atrae a sí todos los
[10]
hombres y forma, en torno a sí mismo sobre la cruz, el nuevo pueblo de
Dios". Jesucristo exaltado en la cruz
es la causa de la formación de la Iglesia y causa de unidad de todos los
cristianos.
Otro aspecto interesante que presenta el evangelio de hoy lo descubrimos
cuando comparamos nuestro texto con los evangelios sinópticos.
El mismo contraste existente entre la concepción de la 'hora de Jesús' para
los sinópticos y para San Juan, lo encontraremos en el modo en que Jesús
mismo anunciará su pasión. En efecto, en los sinópticos Jesús anuncia tres
veces su pasión y lo hace mostrando el lado más humillante de ella:
entregado a los sumos sacerdotes, condenado a muerte, entregado a los
paganos, burlado, flagelado y crucificado (Mt.20,18-19)
Estos anuncios de la pasión faltan en Juan, pero hay textos paralelos que
cumplen la misma función, sobre todo porque son anunciados con una necesidad
teológica: 'debe', 'es necesario' (griego: deî, latín: oportet). Pero en
lugar de decir, como los sinópticos, 'debe ser entregado...etc.', dice 'debe
ser elevado', es decir, 'debe ser exaltado'. Se habla de la elevación o
levantamiento de Jesús, es decir, de la exaltación de Jesús. Y esta
expresión: 'debe ser elevado', como ya hemos dicho, se encuentra solamente
en los tres textos de San Juan ya mencionados: 3,1+-15; 8,28; 12,32.
Así como para los sinópticos 'la hora de Jesús' es la hora de las tinieblas
y para San Juan es la hora de la glorificación, así también, para los
sinópticos el anuncio de la pasión es anuncio de humillaciones sin fin, pero
para San Juan el anuncio de la pasión es anuncio de una exaltación.
Agreguemos finalmente dos anotaciones sobre el uso del verbo hypsothênai,
una referida al Antiguo Testamento y otra a la primera predicación
cristiana.
El término 'exaltación' aplicado a Cristo se encuentra ya en el Antiguo
Testamento. En efecto, el profeta Isaías, llamado 'el quinto evangelista',
describe proféticamente en uno de los Cánticos del Siervo de Yahveh las
humillaciones y dolores de Cristo. Pero allí mismo dice, según la versión
griega de los LXX: "He aquí que mi
Siervo tendrá éxito, será muy exaltado (verbo hypsothênai) y glorificado".[11] De ninguna manera puede tomarse ese texto, como algunos
lo han hecho, en relación con su resurrección. Debe ser tomado en sentido
metafórico como 'ser puesto sobre un trono', es decir, 'exaltado'. [12]
En los Hechos de los Apóstoles y en San Pablo el verbo hypsothênai se usa no
para señalar la humillante crucifixión de Cristo entre cielo y tierra, sino
la Ascensión de Cristo a los cielos. "Exaltado (hypsothênai) a la derecha de
Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo" (Hech.2,33). Y San Pablo
dice: "Por esto, Dios lo ha sobre-exaltado (hýper - hypsothênai) y le ha
dado el nombre que está por encima de todo nombre" (Fil.2,9)
Estas dos notas acerca del uso del verbo en el AT y en la primera
predicación cristiana confirman que el ser elevado sobre la cruz es una
exaltación.
3. La cruz en la Divina Comedia
El gran Dante Alighieri ha expresado en términos poéticos la profunda
teología de San Juan sobre Cristo crucificado.
Podríamos decir que San Juan ve más allá que los Sinópticos. Coincide con
ellos en que la hora de Jesús es la hora del sufrimiento y la oscuridad,
hora de las tinieblas. Pero alcanza a ver, con mirada penetrante y
contemplativa, la gloria, el esplendor, la dignidad y el provecho de la
cruz. La cruz es bella, y por eso está llena de gloria y esplendor. La cruz
está llena de dignidad porque es elevación, porque estar en la cruz es
reinar. Es provechosa porque 'atrae a todos hacia sí'. Son precisamente
estas líneas teológicas las que Dante prolonga en su Divina Comedia cuando
se encuentra, en el quinto cielo, con una visión magnífica de la cruz.
El Dante ya está en el Paraíso y llega al quinto cielo, el cielo de Marte.
En un momento dado (canto 14) es elevado más alto y ve brillar tan
intensamente esa estrella que es Marte, que le dio una gran alegría (versos
8587). Esa alegría le pareció una gracia tan grande que solamente podía
agradecerse haciendo a Dios un holocausto total de sí mismo ("con tutto il
core"), "como a la nueva gracia convenía" (88-90). Todavía no se había
alejado de su corazón el calor del sacrificio que acababa de hacer que ya se
dio cuenta de que Dios lo había aceptado (91-93).
Y en ese mismo momento aparece ante él la cruz de Cristo, formada por dos
rayos de luz, hermosísima y radiante. Estaba formada por algo así como dos
regueros de estrellas grandes y pequeñas (parecidos a la Via Lactea cuando
está en todo su esplendor) que se extendían de un polo al otro de Marte,
como se intersecan en ángulo recto los diámetros de una circunferencia,
formando una cruz de brazos iguales (llamada cruz griega). Y en esa cruz
estaba clavado Cristo y relampagueaba con inigualable esplendor, tanto queel
Dante dice no tener ingenio ni arte para narrar lo que vio (94-104).
En medio de esta visión llena de luz y de centellantes estrellas (109-121),
escucha una melodía que brotaba de la cruz que lo cautivaba completamente,
aunque no entendía la letra. Era consciente que se trataba de una alabanza
celestial, pero no llegaba a entenderla distintamente. A él le sonaba a
'¡Resurge!' y '¡Vence!' (122-126).Y era tanto lo que lo enamoraba esta
melodía de la cruz, que hasta ese momento (ya había estado en [13]
los cuatro primeros cielos) no había habido nada que lo atase con vínculos
tan dulces (127-129). Incluso
hasta piensa que algún lector puede considerar que sus palabras son
demasiado osadas, teniendo en cuenta que pone este gozo de la cruz por
encima del gozo de mirar los ojos de Beatriz. Pero esto se entiende, dice,
por dos razones: en primer lugar porque durante ese tiempo no se había
tornado a mirar los ojos de Beatriz, siempre más bellos. En segundo lugar,
porque los placeres santos mientras más se progresa en alto más sinceros son
(130-139, y fin del canto 14).
En medio de toda esta descripción rutilante de la cruz, en un momento dado,
el Dante dice algo muy interesante: "El que toma su cruz y sigue a Cristo
sabrá excusar lo que dejo de decir" (105-108).f-14]
De esta manera el Dante, magníficamente, con una sola pincelada literaria,
traslada toda la teología joánea de la cruz al creyente individual y
concreto. Él quiere decir: la maravillosa realidad de la cruz de Cristo y
todo el esplendor de la teología de la cruz sólo puede ser entendida por
aquel que ha llevado efectivamente la cruz que Dios ha permitido para él.
Notas
[1] DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú
secondo il vangelo di Giovanni, Edizione Paoline, Milano, 1988, p. 13-14 .
Cuando el autor dice que toda la vida de Jesús está 'orientada' hacia esa
'hora' quiere decir que está 'en tensión' hacia esa 'hora'.
[2] Dice Manuel de Tuya: "Pero Cristo aquí
reivindica para sí mismo este poder de vida y muerte, en igualdad con el
Padre. No es ello otra cosa que proclamar Cristo, por este capítulo, su
divinidad. Y dotado, por serlo, de estos poderes divinos, (...) da
doblemente la vida a los muertos, causa una doble resurrección: de almas y
de cuerpos" (DE TUYA, M.Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA,
Biblia Comentada, BAC, Madrid, Tomo Vb, 1977).
[3] DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú...,p.
14.
[4] DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú...,
p. 14 .
[5] DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú..., p.
16-17 .
[6] DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú..., p.
17.
[7] DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú...,
ibídem.
[8]- DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú...,
p. 18.
[9]- DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú...,
ibídem; hemos traducido por impera el verbo italiano troneggia.
[10]- DE LA POTTERIE, I., La Passione di Gesú...,
p. 25.
[11]- "He aquí que mi siervo tendrá éxito, será
muy exaltado y glorificado" (hypsothésetai kai doxasthésetai sfodra)
[12]- Cf. DE LA POTTERIE, I., La Passione di
Gesú..., p. 15.
[13]- "Io m'innamorava tanto quinci,
che 'nfino a lì non fu alcuna cosa
che mi legasse con sì dolce vinci" (127-129)
[14]- "Qui vince la memoria mia lo 'ngegno;
ché 'n quella croce lampeggiava Cristo,
sì, ch'io non so trovare esemplo degno:
ma chi prende sua croce e segue Cristo,
ancor mi scuserà di quel ch'io lasso,
vedendo in quell'albor balenar Cristo" (103-107)
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Santos Padres: San Agustín - Jn 3,14-21: ¿No es Cristo la vida?
Tomó, pues, la muerte y la suspendió en la cruz. De esta manera los mortales
son librados de la muerte. El Señor recuerda lo que aconteció en figura a
los antiguos: Y así como Moisés, dice, levantó en el desierto la serpiente,
así también conviene que sea levantado el Hijo del hombre, para que todo el
que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna (Jn 3,14-15). Gran
misterio es éste; quienes lo han leído, lo conocen. Por tanto, oíganlo ahora
quienes no lo han leído, o lo han olvidado después de haberlo leído u oído.
El pueblo de Israel caía en el desierto a causa de las mordeduras de las
serpientes. Las numerosas muertes producían una hecatombe (Nm 21,8-9). Era
castigo de Dios que corrige y flagela para instruir. Allí se manifestó un
gran signo de una realidad futura. El mismo Señor lo indica en esta lectura,
para que nadie lo interprete de forma distinta a como lo hace la Verdad
refiriéndolo a sí. El Señor ordenó a Moisés que hiciese una serpiente de
bronce y la levantara sobre un madero en el desierto, y exhortase al pueblo
de Israel a que, si alguno había sido mordido por las serpientes, mirase a
aquélla levantada sobre el madero. Así se hizo. Los hombres mordidos la
miraban y sanaban.
¿Qué son las serpientes que muerden? Los pecados de la carne mortal. ¿Qué es
la serpiente levantada en alto? La muerte del Señor en la cruz. La muerte
fue simbolizada en la serpiente porque procede de ella. La mordedura de la
serpiente es mortal, la muerte del Señor es vital. Se mira a la serpiente
para aniquilar el poder de la serpiente. ¿Qué es esto? Se mira a la muerte
para aniquilar el poder de la muerte. Pero de qué muerte se trata? De la
muerte de la vida, si es que se puede hablar de la muerte de la vida; y como
es posible hablar así, el decirlo es cosa admirable. ¿Acaso no se ha de
hablar de lo que hubo de hacerse? ¿Dudaré yo en hablar de lo que el Señor se
dignó hacer por mí? ¿No es Cristo la vida? Y, no obstante, estuvo en la
cruz. ¿No es Cristo la vida? Y, sin embargo, murió. Pero en la muerte de
Cristo encontró la muerte su propia muerte. La vida muerta dio muerte a la
muerte; la plenitud de la vida devoró a la muerte. La muerte fue absorbida
por el cuerpo de Cristo.
Así lo proclamaremos nosotros en la resurrección, cuando, ya triunfantes,
cantemos: ¿Dónde está, ¡oh muerte!, tu contienda? ¿Dónde está, loh muerte!,
tu aguijón? (1 Cor 15,55). Ahora, entre tanto, hermanos, miremos a Cristo
crucificado para sanar de los pecados; porque así como Moisés levantó la
serpiente en el desierto, así conviene que sea levantado el Hijo del hombre,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna.
Los que miraban a aquella serpiente no morían de la mordedura de las mismas;
de idéntica manera los que miran con fe la muerte de Cristo sanan de las
mordeduras de los pecados. Aquellos se libraban de la muerte para seguir en
la vida temporal; aquí, en cambio, se habla de la vida eterna. He aquí la
diferencia entre la figura y la realidad: la figura sólo daba la vida
temporal; la realidad indicada en la figura da la vida eterna.
Dios no envió su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el
mundo se salve por él (Jn 3,17). El médico viene a curar al enfermo en
cuanto de él depende. Quien no quiere cumplir sus prescripciones, se da
muerte a sí mismo. El Salvador vino al mundo; ¿por qué se le llamó Salvador
del mundo, sino (porque vino) para salvar, no para juzgar al mundo? ¿No
quieres que él te salve? Tú mismo te juzgarás. ¿Y por qué he de hablar en
futuro? Atento a lo que dice: Quien cree en él no es juzgado; mas quien no
cree... ¿Qué esperas que ha de decir, sino «es juzgado»; ya ha sido juzgado?
(Jn 3,18). Aún no ha llegado el juicio, pero ya ha tenido lugar. El Señor
sabe quiénes son los suyos (2 Tim 2,19); conoce quiénes han de permanecer
para recibir la corona, y quiénes para ir a las llamas; conoce quién es
trigo y quién es paja en su era; conoce la mies y conoce la cizaña. Quien no
cree ya está juzgado. ¿Por qué? Porque no creyó en el nombre del Hijo
unigénito de Dios (Jn 3,18).
Y el juicio es éste: que la luz vino al mundo y los hombres amaron más las
tinieblas que la luz, pues sus obras eran malas (Jn 3,19). ¿En quién,
hermanos míos, halló el Señor buenas obras? En nadie. En todos las halló
malas. ¿Cómo entonces algunos practicaron la verdad y llegaron a la luz? El
texto sigue así: El que practica la verdad viene a la luz, para que se
manifiesten sus obras, pues están hechas en Dios (Jn 3,20). ¿Cómo es que
unos hicieron obras buenas y vinieron a la luz, esto es, a Cristo, y, por el
contrario, otros amaron las tinieblas? Si los halló a todos pecadores y a
todos sana de sus pecados; si aquella serpiente, figura de la muerte del
Señor, cura a los mordidos, y a causa de las mordeduras de las serpientes y
por los hombres mortales que halló injustos, se levantó en alto la
serpiente, es decir, la muerte del Señor, ¿qué sentido tiene lo que viene a
continuación: El juicio es éste: que la luz vino al mundo y los hombres
amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas? ¿Qué
significa esto? ¿Quiénes tenían esas buenas obras? ¿No viniste para hacer
justos a los impíos? Pero amaron, dice, las tinieblas más que la luz.
Esto ha querido resaltar. Hay muchos que aman sus pecados y muchos también
que los confiesan. Quien los confiesa y se acusa de ellos, se reconcilia con
Dios, que reprueba sus pecados. Si tú haces lo mismo, te unes a Dios.
«Hombre» y «pecador» son como dos cosas distintas. Al oír «hombre», oyes lo
que hizo Dios, al oír «pecador» oyes lo que es obra del hombre. Es preciso
que aborrezcas tu obra y ames en ti lo que es obra de Dios. Cuando empieces
a detestar lo que hiciste tú, entonces comienzan tus buenas obras, porque
repruebas las tuyas malas. El principio de las buenas obras es la confesión
de las malas. Practicas la verdad y vienes a la luz. ¿Qué es para ti
practicar la verdad? No halagarte, ni pasarte la mano, ni adularte a ti
mismo, ni decir que eres justo, cuando eres un malvado. Así es como empiezas
a practicar la verdad; así es como vienes a la luz para que se manifiesten
las obras que has hecho en Dios. No existiría en ti lo que te impulsa a
aborrecer tus pecados si no te iluminara la luz de Dios, si no te los
mostrara su verdad. Mas el que después de advertido ama sus pecados, odia la
luz que le llama la atención y huye de ella para que no le reprenda las
malas obras que ama.
En cambio, quien practica la verdad reprende en sí sus malas obras; no se
contempla, no se perdona para que le perdone Dios. Reconoce él mismo lo que
quiere que Dios le perdone; así viene a la luz y le da gracias porque le
muestra el objeto de su odio. Dice a Dios: Aparta tu vista de mis pecados
¿Con qué cara pronunciaría estas palabras, si no continuase: Porque yo
reconozco mis pecados y los tengo siempre delante de mí? Ten siempre en tu
presencia lo que no quieres que esté en la presencia de Dios. Porque si
echas a la espalda tus propios pecados, Dios volverá a ponerlos ante tus
ojos cuando ya la penitencia será infructuosa.
Corred, no sea que os sorprendan las tinieblas.
(San Agustín, Comentarios sobre el evangelio de San Juan 12,11-13)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La cruz es fuente de vida
Repetiré ahora lo que muchas veces tengo dicho, y no me cansaré de
repetirlo. ¿Qué es lo que tengo dicho? Que Jesús, teniendo que hablar de
cosas sublimes, con frecuencia se acomoda a la debilidad de los oyentes y
usa expresiones inferiores a lo que pide su propia dignidad. Una sentencia
sublime y profunda, aunque solamente se profiera una vez, es suficiente para
declararnos la dignidad de Cristo, en cuanto nosotros podemos alcanzarla.
Pero las sentencias más ordinarias y vulgares, y que más se acercan a la
inteligencia de los oyentes, que aún se arrastran por el suelo, si no se
repiten constantemente no se las captaría ni los conducirían a las cosas que
son más sublimes. Por tal motivo Cristo dijo muchas más sentencias vulgares
que no las sublimes y altísimas. Mas, para que no se fuera a seguir otro
mal, que era el retener al discípulo en lo terreno, Cristo no profiere esas
sentencias ordinarias sino proponiendo al mismo tiempo el motivo. Como lo
hizo en este caso.
Porque habiendo hablado del bautismo y de la generación que tiene efecto por
virtud de la gracia - generación arcana y misteriosa-, como quisiera
explicar semejante generación arcana e inefable, sin embargo omítelo y da la
razón de omitirlo. ¿Cuál es? La rudeza y debilidad de los oyentes que
enseguida dio a entender con estas palabras: Si al hablaros de las cosas de
latierra no me creéis ¿cómo me creeréis cuando os hable de las celestes? En
consecuencia, cuando se baja a decir cosas ordinarias y modestas, es
necesario atribuirlo a la debilidad de los oyentes.
Piensan algunos que en este pasaje cosas de la tierra es una referencia al
aire, como si dijera Cristo: Si os puse un ejemplo de lo de acá abajo y sin
embargo no habéis creído ¿cómo podéis creer en las cosas que son más
elevadas? Pero no. No te extrañes que aquí al bautismo lo llame cosa de la
tierra. Lo llama así o porque confiérese en la tierra o por comparación con
la eterna y escalofriante generación de El mismo. Pues aun cuando esta
generación por el bautismo sea celeste, si se compara con la otra generación
de la substancia del Padre, puede bien llamarse terrena. Y con razón no
dijo: no entendéis, sino: No creéis. Pues a quien se niega a creer lo que
puede percibirse por los sentidos, razonablemente se le achaca a necedad;
pero si alguno no admite lo que no percibe la mente, sino sólo la fe, a éste
no se le achaca a necedad sino a incredulidad. De modo que para apartarlo de
andar buscando raciocinios para comprender lo que se le dice, se le ataca
con alguna mayor vehemencia y se le acusa de incrédulo.
Ahora bien, si esa generación nuestra no puede admitirse si no es mediante
la fe ¿de qué suplicio no serán dignos los incrédulos que andan vanamente
inquiriendo el modo de la generación del Unigénito? Quizá diga alguno: Mas
¿para qué se dijo todo eso si al fin y al cabo los oyentes no habían de
creer? Pues se dijo porque aun cuando ellos no habían de creer, pero los
hombres que luego iban a venir, sacarían provecho de lo dicho por Cristo.
Por tal motivo El, acometiendo a Nicodemo con alguna mayor vehemencia, le
declara lo que
Él sabe, no solamente lo dicho, sino otras muchas cosas y más sublimes aún.
Y se lo manifiesta alproseguir diciendo: Nadie ha subido al Cielo, sino el
que bajó del Cielo; el Hijo del hombre que está en el Cielo.
Preguntarás: pero ¿cuál es aquí la consecuencia? Estrechísima y muy de
acuerdo con lo dicho antes. Nicodemo le había dicho a Cristo: Sabemos que
eres maestro enviado por Dios. Cristo lo corrige, como si le dijera: No
pienses que yo soy uno de tantos maestros, al modo de los profetas, que eran
de acá de la tierra. Porque yo vengo del Cielo. Ninguno de los profetas
subió allá al Cielo; pero yo habito en el Cielo. ¿Adviertescómo aun lo que
parece en extremo sublime es indigno de la sublimidad de Cristo? Porque no
está solamente en el Cielo sino en todas partes y todo lo llena. Sin
embargo, aun aquí se acomoda a la debilidad del oyente, con el objeto de
irlo elevando poco a poco. No llamó aquí Hijo del hombre a su humanidad;
sino que, por así decirlo, se dio nombre a Sí todo, partiendo de la
substancia inferior y más humilde. Suele Cristo llamarse de esta manera,
unas veces a Sí todo, por su divinidad; otras, por su humanidad.
Y así corno Moisés enarboló la serpiente en el desierto, así es menester que
sea levantado el Hijo del hombre en alto. También esta expresión parece no
concordar con lo anterior; y sin embargo perfectamente concuerda. Pues
habiendo dicho Jesús que por el bautismo se ha conferido a los hombres el
máximo beneficio, añade aquí el motivo y causa de ese beneficio, que es no
menor que el mismo beneficio; o sea la cruz. También Pablo escribiendo a los
de Corinto, junta ambos beneficios cuando dice: ¿Acaso Pablo fue crucificado
por vosotros? ¿o habéis sido bautizados en el nombre de Pablo? Es porque
estos dos beneficios de modo especialísimo demuestran su amor: el haber
padecido por quienes eran enemigos y el haber concedido mediante el bautismo
el perdón total de los pecados.
Mas ¿por qué no dijo abiertamente que sería crucificado, sino que remitió a
los oyentes a aquella antigua figura? En primer lugar para que aprendieran
la conexión y parentesco que hay entre el Antiguo Testamento y el Nuevo; y
cayeran en la cuenta de que estas cosas nuevas no habían sido desestimadas
en aquellas antiguas. En segundo lugar para que entiendas que Él no fue a la
muerte contra su voluntad. En tercer lugar, para que supieras que eso no le
causaría daño alguno, y en cambio de ahí se preparaba para muchos la
salvación.
Nos lleva a la historia antigua, para que nadie vaya a decir: ¿Cómo puede
ser eso de que quienes creen en el crucificado obtienen la salvación, cuando
él mismo fue arrebatado por la muerte? Si los judíos mirando a la serpiente
de bronce, que era la figura, evitaban la muerte, con mayor razón los que
creen en el crucificado gozarán de un beneficio mayor. No sucedió eso porque
el crucificado fuera menos poderoso o los judíos fueran gente superior; sino
que porque Dios amó al mundo fue crucificado ese su Templo vivo. Para que
todo el que cree no perezca, sino que tenga la vida eterna. Advierte el
motivo de la cruz y de la salvación de ahí originada. ¿Adviertes cómo
consuena la figura con la realidad? Allá en el desierto los judíos evitaban
la muerte, pero era la muerte temporal; acá los fieles evitan la muerte,
pero la eterna. Allá la serpiente suspendida de un palo curaba las
mordeduras de las serpientes. Acá Jesús crucificado curaba las llagas
causadas por el dragón infernal. Allá quien veía a la serpiente con sus ojos
corporales se curaba; acá quien ve con los ojos de la mente se libra de
todos sus pecados. Allá era bronce el que modelado en forma de serpiente
pendía de un palo; acá pende de la cruz el cuerpo del Señor modelado por el
Espíritu Santo. Allá la serpiente mordía y la serpiente curaba; acá la
muerte mató y la muerte dio la vida. Pero la serpiente que allá mataba tenía
veneno; mientras que acá el que salvaba no lo tenía.
Lo mismo puede verse por otro camino. La muerte que mataba contenía pecado,
como la serpiente que mordía tenía veneno. En cambio, la muerte del Señor
estaba libre de todo pecado, del mismo modo que la serpiente de bronce no
tenía ve-neno. Porque dice la Escritura: El cual no hizo pecado ni se halló
dolo en su boca .Es lo que significó Pablo al decir: Y habiendo despojado de
sus derechos a los Principados y Potestades, los exhibió públicamente a la
vista de todos, formando con ellos un cortejo triunfal . Así como cuando el
atleta valeroso toma a su adversario y lo levanta de la tierra y luego lo
estrella, es cuando logra la más brillante victoria, así también Cristo, a
la vista de todo el orbe echó por tierra a las Potestades adversas; y a los
que en la soledad del desierto habían sido heridos, El, suspendido en la
cruz, los libró de todas las fieras. Pero no dijo: Conviene que sea
suspendido, sino que sea exaltado, levantado. Es lo que parecía más
tolerable en gracia de Nicodemo que lo escuchaba; y lo dijo Cristo
acercándose así más a la figura de bronce.
Pues tanto amó Dios al mundo, que le dio su propio Hijo Unigénito, a fin de
que todo el que crea en El no perezca, sinoque obtenga la vida eterna. Como
si le dijera: No te espantes de que sea exaltado para que vosotros consigáis
la vida eterna. Pues así lo ha querido el Padre; y os ha amado tanto que,
para salvar a los siervos, entregó a su Hijo; y a la verdad, por siervos
malagradecidos, cosa que nadie hace ni aun por sus amigos: Pues por el justo
quizá alguno moriría . Pablo usó de más largo discurso, porque predicaba a
los fieles; Cristo lo usó más breve, pues hablaba con sólo Nicodemo; pero lo
hizo con mayor énfasis, como se ve en cada una de sus palabras.
En efecto. Al decir: Tanto amó y también: Dios al mundo, se significa un
amor inmenso. Al fin y al cabo, la diferencia también era grande o por mejor
decir inmensa. El Ser inmortal y sin principio, la grandeza infinita, a los
formados de ceniza y polvo, a los cargados de culpas sin número, a los que
continuamente lo ofendían y le eran desagradecidos, a ésos, lo repito, los
amó. Lo que luego sigue lleva igual vehemencia, pues añadió: Que entregó a
su propio Hijo. Es decir no a un siervo, no aun ángel ni a un arcángel.
Nadie jamás demostró semejante cariño, ni aun tratándose de su propio hijo,
como Dios tratándose de siervos malagradecidos.
De modo que aunque no abiertamente, predice su Pasión; en cambio sí predice
claramente los frutos de su Pasión. Pues continúa: Para que todo el que crea
en El no perezca, sino que tenga la vida eterna. Pues había dicho que sería
exaltado, dando a entender su muerte, para que semejantes palabras no
entristecieran al oyente, y para que no fuera a pensar de El algo simple y
meramente humano, y creyera que la muerte sería el fin de la existencia de
Cristo, advierte cómo atempera todo cuando dice que el Padre entregó a su
Hijo, causador de vida y vida eterna. Por cierto que quien iba a dar a otros
la vida mediante su muerte, sin duda que no permanecería mucho tiempo en
manos de la muerte.
Si quienes creen en el crucificado no perecen, mucho menos perecerá el mismo
crucificado. Quien aparta de otros la destrucción, con mucha mayor razón él
mismo está libre de la destrucción. Quien es poderoso para dar a otros la
vida, mucho mejor se la dará a sí mismo. ¿Adviertes cómo en todo esto y en
todas partes es necesaria la fe? Dice que la cruz es fuente devida.Esto la
razón no lo admite fácilmente. Testigos son de esto los gentiles actuales,
que se ríen y burlan. Pero la fe, que está por encima de la debilidad de la
razón, con toda facilidad lo admite y lo sostiene. Mas ¿por qué motivo amó
Dios tantísimo al mundo? ¡No hay otro sino su bondad! Pues ¡que nos
avergüence caridad tan eximia! ¡Que nos dé vergüenza tan eximia y excesiva
bondad! El para salvarnos no perdonó a su Hijo Unigénito; y en cambio
nosotros nos mostramos tacaños con nuestros dineros, para daño nuestro. El
entregó por nosotros a su Hijo Unigénito y nosotros ni nuestra plata
entregamos para su servicio; y lo que peor es, ni siquiera lo hacemos para
utilidad nuestra. ¿Qué perdón merece esto? Si vemos que un hombre afronta en
nuestro favor los peligros y aun la muerte, lo estimamos en más que todo y
lo contamos entre nuestros más íntimos amigos y ponemos en sus manos todos
nuestros haberes, y afirmamos que más son suyos que nuestros; y ni aun así
pensamos que dignamente lo recompensamos.
En cambio, para con Cristo ni siquiera ese agradecimiento demostramos. El
dio su vida por nosotros; por nosotros derramó su sangre preciosa; por
nosotros, lo repito, que no éramos buenos y ni siquiera benévolos y amigos.
En cambio nosotros aun para utilidad propia no gastamos nuestros dineros;
pues, al contrario, al ver a quien murió por nosotros que anda desnudo y
peregrino, lo despreciamos. ¿Quién nos librará del futuro castigo? Si no
fuera Dios quien nos ha de castigar, sino nosotros mismos ¿acaso no
sentenciaríamos en contra nuestra? ¿Acaso no nos condenaríamos nosotros
mismos a la gehena por haber despreciado a quien dio su vida por nosotros,
cuando lo vimos acabado por el hambre?
Mas ¿para qué referirme a los dineros? Si mil vidas tuviéramos ¿acaso no
convendría perderlas todas por él? Pero aun así, nada habríamos hecho digno
de beneficio tan enorme. Pues quien se adelanta a hacer el beneficio
demuestra su bondad; mientras que el beneficiado, dé lo que dé, no hace
favor, sinoque paga una deuda. Sobre todo si el que se adelanta a hacer el
beneficio lo otorga a quienes son sus enemigos; y el que trata de pagarlo,
paga al bienhechor con dones que a su vez disfruta de mano del bienhechor.
Y sin embargo, con nada de esto nos conmovemos; y somos hasta tal punto
desagradecidos que adornamos y vestimos de oro a los criados, los mulos, los
caballos; mientras que al Señor nuestro, que vaga desnudo, que mendiga de
puerta en puerta, que se presenta de pie en la calle extendiendo su mano, lo
despreciamos y con frecuencia aun le dirigimos torvas miradas; y esto a
pesar de que Él se sujeta a semejantes miserias por nuestro bien. De buena
gana sufre hambre para que tú te alimentes; va desnudo para lograrte el
vestido de la inmortalidad.
Y a pesar de todo, no le dais nada, mientras vuestros vestidos andan unos
roídos de la polilla, otros yacen en un arcón, y no son en su conjunto sino
cuidados superfluos para sus poseedores. Entre tanto, aquel mismo que te
proporcionó todas las cosas anda desprovisto de vestido. ¿Argüiréis que no
los guardáis en el arcón, sino que vais magníficamente vestidos? Pues bien,
yo pregunto: ¿qué ganancias os vienen con eso? ¿Qué os contemplen los que
gustan de estar en el foro? Y ¿qué vale esa turba? Porque no admiran al que
va así vestido, sino al que socorre a los necesitados. En consecuencia, si
quieres que te admiren, viste a otros y recibirás infinitos aplausos.
Entonces te alabarán juntamente Dios y los hombres. Por el contrario, si
procedes de otro modo, nadie te alabará y todos te envidiarán, al ver tu
cuerpo adornado pero descuidada tu alma.
Ornato semejante es el que se procuran las meretrices, las cuales a veces
llevan vestidos más ricos y más resplandecientes. El ornato del alma sólo se
encuentra en los que cultivan la virtud. Con frecuencia repito esto y no
cesaré de repetirlo, por el cuidado que tengo, más que de los pobres, de
vuestras almas. Los pobres, si no de vosotros, de otros tal vez obtendrán
auxilio y consuelo; y si no lo obtienen y perecen de hambre, no será eso
para ellos un daño mayor. ¿En qué dañó a Lázaro la pobreza? ¿En qué el
hambre? En cambio, a vosotros nada os podrá sacar de la gehena, si no os
ayudáis del auxilio de los pobres; sino que tendremos que decir lo mismo que
el rico Epulón echado al fuego y sin alivio alguno.
Pero no, ¡lejos que alguno de vosotros oiga semejantes palabras jamás! Haga
el Señor que todos sean recibidos en el seno de Abraham, por gracia y
benignidad de nuestro Señor Jesucristo, por el cual y con el cual sea al
Padre, juntamente con el Espíritu Santo, la gloria por los siglos de los
siglos.-Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Explicación del Evangelio de San Juan (I), Homilía
XXVII (XXVI), Tradición México 1981, p. 221-27)
Comentario Meditación: Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith
Stein - “Para que el mundo se salve por él”
[…] Hecho hombre por amor a los hombres,
regaló la plenitud de su vida humana
a las almas que escogió.
Él, que formó cada corazón humano,
quiere un día manifestar
el sentido secreto del ser de cada uno
con un nombre nuevo que sólo comprende el que lo recibe (Ap 2,17).
Se unió a cada uno de los elegidos
de una manera misteriosa y única.
Sacando fuerzas la plenitud de su vida humana,
nos regaló la cruz.
¿Qué es la cruz?
El signo del mayor oprobio.
El que entra en contacto con ella
es rechazado por los hombres.
Los que un día Lo aclamaron
se vuelven contra Él con pavor y no Le conocen de nada.
Les es entregado sin defensa a sus enemigos. S
obre tierra no le quedan nada más
que los sufrimientos, los tormentos y la muerte.
¿Qué es la cruz?
El signo que señala el cielo.
Muy por encima del polvo y las brumas de aquí abajo
se eleva alta, hasta la luz más pura.
Abandona pues lo que los hombres pueden coger,
abre las manos, estréchate contra la cruz:
ella te lleva entonces
hasta la luz eterna.
Levanta la mirada hacia la cruz:
Ella extiende sus travesaños
a manera de un hombre que abre los brazos
para acoger al mundo entero.
Venid todos, vosotros que penáis bajo el peso de la carga (Mt 11,28)
y también los que gritáis, sobre la cruz con Él.
Ella es la imagen de Dios que, crucificado, se quedó lívida.
Ella se eleva de la tierra hasta el cielo,
como El que subió al cielo
y quiso llevarnos allí a todos juntos con Él.
Abrazando solamente la cruz, lo posees a Él,
el Camino, la Verdad, la Vida (Jn 14,6).
Si llevas tu cruz, es ella quien te llevará,
será tu gloria.
(Santa Teresa Benedicta de la Cruz, Edith Stein, (1891-1942), carmelita
descalza, mártir, copatrona de Europa, Poesía “Signum Crucis”, 16/11/1937)
Comentario: José Valverde - Humillación de la Cruz
"Exaltación de la Cruz" será mejor que para nosotros no signifique
elevación, sublimación en vagas nubes de gloria, sino, al contrario:
"humillación de la Cruz", mirada cara a cara a la dura realidad de lo que
fue esa cama de muerte del Hijo de Dios. Ya nos hemos acostumbrado a la
cruz, y hasta hay quien gusta de interpretarla como signo abstracto, casi
como el "más" de los matemáticos, como "cruce de infinitos", etc. Pero para
los primeros cristianos, la cruz era todavía algo tan horroroso que tardaron
mucho en representar a Cristo clavado en ella (fue, recordémoslo, en la
puerta de madera de Santa Sabina, en Roma). Porque, ¿que era la cruz? Lo que
más se le parece ahora es la horca (una horca, en su forma, viene a ser una
cruz manca). Pero en España eso nos dice poco: pensemos en el garrote vil
(otros pueblos pensarán en la guillotina, en la silla eléctrica, en la
cámara de gas; nunca en el piquete de ejecución que, después de todo, tiene
algo de honor militar). Pero, además, añadamos el lento suplicio a la
ejecución: un suplicio gratuito, no para obtener declaraciones, a la manera
moderna (y antigua), sino para hacer lenta y desgarradora la agonía. No
entremos a preguntar detalles a los historiadores: si el reo era clavado
antes por las manos al palo transversal, y éste elevado con cuerdas —como
con las reses muertas, pero en vivo—, etc. Nos basta con saber: horas de
tortura para morir, como los peores bandidos, para quienes quitarles la vida
en un momento se hubiera considerado escaso castigo.
Es frecuente —se dirá— el caso de fundadores políticos y religiosos que
murieron "ajusticiados". En nuestra época no nos es muy difícil imaginar que
el Hijo de Dios se hubiera dejado fusilar (eso imagina Faulkner en su
extraña reviviscencia de Una fábula). Pero de haber nacido en nuestra época,
el hecho de que hubiera muerto agarrotado, con dos granujas cualquiera —"A
éste por ladrón", "A éste por subversivo", "A éste por ladrón"—, eso rebasa
lo que podríamos esperar (a pesar de que nuestro siglo nos ha desengañado
mucho de las justicias humanas y sus castigos). Ahora tenemos cruces al
cuello y en las paredes, pero, ¿no nos hubiera escandalizado este artefacto
de ejecución de haberlo conocido como tal antes de contar con Cristo? Quizá
alguna vez, leyendo muertes de mártires —con refinadas torturas de ruedas de
cuchillos, calderas de aceite, desolladuras— hemos pensado que Jesucristo
aceptó una muerte sencilla, casi fácil. Sencilla, sí, pero la peor. Una
muerte corriente, de código penal, sin ningún artilugio inventado para el
caso, con el procedimiento vulgar; una "muerte en serie", como diría Rilke,
igual que un traje de almacén, pero el más sucio y roto entre tantos
iguales, para redimir la muerte de todos. Porque ya venía del tormento,
refinado a fuerza de estúpido, de los soldados, que ni siquiera le odiaban
como los judíos, y para quienes era un anarquista chiflado a quien azotaban
para ver si así se podía cerrar el expediente, y a quien abofeteaban sólo
por pasar el aburrimiento en el cuerpo de guardia, por vengarse de sus
"horas extraordinarias" de servicio. Y de ahí —a petición de los suyos, no
por deseo de los ocupantes extranjeros— a una muerte de delincuente común,
con su palo como un poste de tormento, para que todos descargasen en él su
golpe: unos, los celos, ya tranquilizados, de perder el poderío religioso —y
ésos darían más fuerte, para acelerar la muerte, y con ella su propio
sosiego—; otros, echándole encima su desengaño político de conspiradores
ambiciosos, despechados porque sus afanes de mando se hubieran esfumado en
redención de espíritu.
A la vez que aparato de muerte, la cruz fue para Cristo picota de vergüenza.
Para eso se ponían las cruces en alto; para "dar ejemplo" y permitir la
burla y el salivazo. Pero seguramente ningún reo tuvo tal tempestad encima
de insultos y manchas. Los ladrones, a los lados, aun con todos sus dolores,
todavía se asombraron, sin comprender: el uno le increpó, el otro le
defendió. De cruz a cruz se hizo un extraño diálogo, más allá de la vida y
el mundo: el pobre agonizante de en medio prometía la gloria eterna al otro
agonizante que creía en su inocencia. "Hoy estarás conmigo en el paraíso".
Era una piltrafa, con la cara tapada por hilos de sangre de las espinas y
por las huellas de las bofetadas; su cuerpo parecía vestido por millares de
líneas de azotes; sobre su desnudez, un papelón anunciaba, con burlona
seriedad: "Fulano de Tal, rey del país".
Estaba ronco de sed, pero el vino con hiel era peor que la sed; alrededor,
todos se le burlaban, jaleaban su agonía, le escupían. Pero Jesús, todavía
en el potro, ganaba y se llevaba un compañero de tormento.
"Cristo se hizo obediente por nosotros hasta la muerte, y muerte de cruz"
(Gal. 6, 8), leemos en la misa de hoy. Y de otro lugar, recordamos el
mandato para salvarse: "tome cada uno su cruz, y sígame". Pero pensamos en
algo extraordinario, en un peso que, hasta en su misma forma, sea un
testimonio de Dios, con su recuerdo y su consuelo aún en el dolor. Y, sin
embargo, nuestra cruz es lo vulgar, lo de siempre; nos la tiene preparada la
vida, y no se distingue de lo humano: está hecha con la madera misma de
nuestro ser. La llevamos de todas maneras encima, pero se hace de Cristo
cuando, en vez de odiarla, la aceptamos para ir detrás de ÉI. La vida, más o
menos cruelmente, antes o después, nos crucifica también. Pero podemos
volver la mirada al que más sufre clavado sobre nuestro mismo tormento de
muerte, y confesar: "A mí me está bien empleado, pero, ¿y a éste, que no
hizo más que querernos bien?"
Mientras llevamos la cruz invisible, alrededor florecen las cruces. ¡Qué
extraño! Todos los emblemas suelen ser signos de gloria, o atributos de
trabajo, o alusiones convenidas. El símbolo de Cristo es un esquema de
muerte vil; de toda su misión en la tierra eso es lo que mejor le
representa, la clave rápida para no olvidar y reconocer, justamente la mayor
humillación, la peor vulgaridad.
Basta un leve gesto, casi un azar, cualquier cosa, para una cruz. Un viajero
inglés del siglo XVII contaba de los españoles: "algunos, si ven en el suelo
dos pajitas cruzadas, se arrodillan y las besan en el mismo polvo". Muy
bello es, pero no es ésa la obediencia de que Cristo nos daba ejemplo. Esa
es la obediencia invisible, que no rompe una línea de vida como un
intermedio extraordinario; en otro sentido: es la sumisión a lo que nos
toque, la renuncia a que nuestra voluntad sea algo aparte de la de Dios. Es
el andar por la vida sin apego a lo que —con todo amor— hacemos: cuidando
nuestros hechos, pero dispuestos a dejarlos en cuanto tiren para el otro
lado de Cristo, y dispuestos a seguirlos amando también cuando se nos
vuelvan dolor y fatiga sobre los hombros, y no podamos quitárnoslos de
encima. Cuando nos dicen "obediencia", parece que lo oímos siempre como a
través de nuestros oídos de niño: "haz esto", haz aquello", "no comas esto",
"no toques lo otro". Quizá no hemos aprendido una obediencia "de mayores", y
pensamos que si Dios nos mandara algo, si Cristo nos viniera a dar una
orden, ¡qué de prisa lo haríamos! Pero nunca nos ha mandado nada Cristo; no
hemos oído su voz diciéndonos que oficio debíamos seguir, qué estado
debíamos tomar, qué solución debíamos adoptar en aquella ocasión de la que
dependió nuestra vida, y en que volvimos los ojos al cielo deseando un
mandato que nos evitara la responsabilidad y el terror de equivocarnos.
Nuestra obediencia ha de ser otra: estampada en cada momento, más allá de lo
que elijamos y lo que hagamos, como entrega ciega de nuestra voluntad a la
divina, sin importarnos siquiera nuestro margen de error y aun nuestras
mismas caídas de todos los días. Pues no seremos nosotros quienes nos
elevemos, sino Él que tira de nosotros desde el mismo centro de la renuncia
y el sufrimiento.
En el evangelio de la misa de hoy se lee: "Cuando me eleven sobre la tierra,
atraeré a Mí todas las cosas. (Pero esto lo decía indicando de qué muerte
tenía que morir)" (lo. 12, 32). Nadie entendió esta paradoja: acaso
pensarían en un trono, y en el mundo entero viniendo a rendir homenaje a
Cristo. Hubiera sido imposible que imaginaran un trono en forma de cruz y
una elevación a través del dolor: hacia la muerte y el abandono de Jesús
acuden todas las cosas, acrecentando su propia desazón íntima para tender a
ese centro de resolución y gloria. Pero se ha dejado elevar en tormento,
porque lo que quería no era reinar simplemente sobre los hombres y las
cosas, sino elevarlos, sacarlos de su ser caído, y hacerles subir hasta que
fueran mundo suyo, y ya no mundo del pecado. Muerto, y muerto a manos de los
hombres, y estrujado hasta quedar como cosa, humillado hasta el nivel de la
materia misma, desde ahí acompaña el ascenso de todo, tira de todo para que
por su cruz suba con Él al cielo.
Y la cruz volverá a estar en el trono de esplendor de Jesucristo, cuando
vuelva para juzgar al mundo y darle la gloria final: cruz será el relámpago
que le precederá, escrito en el cielo sobre los países, y el signo en su
mano, como la llave de su poderío y la vara que divida el rebaño humano, a
un lado o a otro, para siempre. De su paso por la tierra, sólo eso le
quedará acompañando su carne gloriosa: la señal de la cruz, convertida de
tortura en árbol de luz, lo mismo que todo dolor ha de resucitar hecho
esplendor en nuestro cuerpo, y toda memoria convertida en alegría.
(JOSÉ MARÍA VALVERDE)
Aplicación: Benedicto XVI - Fiesta de la exaltación de la Cruz
Señores cardenales, querido Mons. Perrier, queridos hermanos en el
episcopado y el sacerdocio, queridos peregrinos, hermanos y hermanas:
"¡Qué dicha tener la Cruz! Quien posee la Cruz posee un tesoro" (S. Andrés
de Creta, Sermón 10, sobre la Exaltación de la Santa Cruz: PG 97,1020).
En este día en el que la liturgia de la Iglesia celebra la fiesta de la
Exaltación de la Santa Cruz, el Evangelio que acabamos de escuchar, nos
recuerda el significado de este gran misterio: Tanto amó Dios al mundo, que
entregó a su Hijo único para salvar a los hombres (cf. Jn 3,16). El Hijo de
Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de siervo, obediente hasta la
muerte y una muerte de cruz (cf. Fil 2,8). Por su Cruz hemos sido salvados.
El instrumento de suplicio que mostró, el Viernes Santo, el juicio de Dios
sobre el mundo, se ha transformado en fuente de vida, de perdón, de
misericordia, signo de reconciliación y de paz.
"Para ser curados del pecado, miremos a Cristo Crucificado", decía San
Agustín (Tratado sobre el Evangelio de san Juan, XII, 11). Al levantar los
ojos hacia el Crucificado, adoramos a Aquel que vino para quitar el pecado
del mundo y darnos la vida eterna. La Iglesia nos invita a levantar con
orgullo la Cruz gloriosa para que el mundo vea hasta dónde ha llegado el
Amor del Crucificado por los hombres, por todos los hombres. Nos invita a
dar gracias a Dios porque de un árbol portador de muerte, ha surgido de
nuevo la vida. Sobre este árbol, Jesús nos revela su majestad soberana, nos
revela que Él es el exaltado en la gloria. Sí, "venid a adorarlo". En medio
de nosotros se encuentra Quien nos ha amado hasta dar su vida por nosotros,
Quien invita a todo ser humano a acercarse a Él con confianza.
Es el gran misterio que María nos confía también esta mañana invitándonos a
volvernos hacia su Hijo. En efecto, es significativo que, en la primera
aparición a Bernadette, María comience su encuentro con la señal de la Cruz.
Más que un simple signo, Bernadette recibe de María una iniciación a los
misterios de la fe. La señal de la Cruz es de alguna forma el compendio de
nuestra fe, porque nos dice cuánto nos ha amado Dios; nos dice que, en el
mundo, hay un amor más fuerte que la muerte, más fuerte que nuestras
debilidades y pecados. El poder del Amor de Dios es más fuerte que el mal
que nos amenaza. Este misterio de la universalidad del Amor de Dios por los
hombres, es el que María reveló aquí, en Lourdes. Ella invita a todos los
hombres de buena voluntad, a todos los que sufren en su corazón o en su
cuerpo, a levantar los ojos hacia la Cruz de Jesús para encontrar la fuente
de la vida, la fuente de la salvación.
La Iglesia ha recibido la misión de mostrar a todos el rostro amoroso de
Dios, manifestado en Jesucristo. Sabremos comprender que en el Crucificado
del Gólgota está nuestra dignidad de hijos de Dios que, empañada por el
pecado, nos fue devuelta? Volvamos nuestras miradas hacia Cristo. Él nos
hará libres para amar como Él nos ama y para construir un mundo
reconciliado. Porque, con esta Cruz, Jesús cargó el peso de todos los
sufrimientos e injusticias de nuestra humanidad. Él ha cargado las
humillaciones y discriminaciones, las torturas sufridas en numerosas
regiones del mundo por muchos hermanos y hermanas nuestros por amor a
Cristo. Los encomendamos a María, Madre de Jesús y Madre nuestra, presente
al pie de la Cruz.
Para acoger en nuestras vidas la Cruz gloriosa, la celebración del jubileo
de las apariciones de Nuestra Señora en Lourdes nos ha permitido entrar en
una senda de fe y conversión. Hoy, María sale a nuestro encuentro para
indicarnos los caminos de la renovación de la vida de nuestras comunidades y
de cada uno de nosotros. Al acoger a su Hijo, que Ella nos muestra, nos
sumergimos en una fuente viva en la que la fe puede encontrar un renovado
vigor, en la que la Iglesia puede fortalecerse para proclamar cada vez con
más audacia el misterio de Cristo. Jesús, nacido de María, es el Hijo de
Dios, el único Salvador de todos los hombres, vivo y operante en su Iglesia
y en el mundo. La Iglesia ha sido enviada a todo el mundo para proclamar
este único mensaje e invitar a los hombres a acogerlo mediante una
conversión auténtica del corazón. Esta misión, que fue confiada por Jesús a
sus discípulos, recibe aquí, con ocasión de este jubileo, un nuevo impulso.
Que siguiendo a los grandes evangelizadores de vuestro País, el espíritu
misionero que animó tantos hombres y mujeres de Francia a lo largo de los
siglos, sea todavía vuestro orgullo y compromiso.
Siguiendo el recorrido jubilar tras las huellas de Bernadette, se nos
recuerda lo esencial del mensaje de Lourdes. Bernadette era la primogénita
de una familia muy pobre, sin sabiduría ni poder, de salud frágil. María la
eligió para transmitir su mensaje de conversión, de oración y penitencia, en
total sintonía con la palabra de Jesús: "Porque has escondido estas cosas a
los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla" (Mt
11,25) En su camino espiritual, también los cristianos están llamados a
desarrollar la gracia de su Bautismo, a alimentarse de la Eucaristía, a
sacar de la oración la fuerza para el testimonio y la solidaridad con todos
sus hermanos en la humanidad (cf. Homenaje a la Inmaculada Concepción, Plaza
de España, 8 diciembre 2007). Es, pues, una auténtica catequesis la que
también a nosotros se nos propone, bajo la mirada de María. Dejémonos
también nosotros instruir y guiar en el camino que conduce al Reino de su
Hijo.
Continuando su catequesis, la "Hermosa Señora" revela su nombre a
Bernadette: "Yo soy la Inmaculada Concepción". María le desvela de este modo
la gracia extraordinaria que Ella recibió de Dios, la de ser concebida sin
pecado, porque "ha mirado la humillación de su esclava" (cf. Lc 1,48). María
es la mujer de nuestra tierra que se entregó por completo a Dios y que
recibió de Él el privilegio de dar la vida humana a su eterno Hijo. "Aquí
está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Ella es
la hermosura transfigurada, la imagen de la nueva humanidad. De esta forma,
al presentarse en una dependencia total de Dios, María expresa en realidad
una actitud de plena libertad, cimentada en el completo reconocimiento de su
genuina dignidad. Este privilegio nos concierne también a nosotros, porque
nos desvela nuestra propia dignidad de hombres y mujeres, marcados
ciertamente por el pecado, pero salvados en la esperanza, una esperanza que
nos permite afrontar nuestra vida cotidiana.Es el camino que María abre
también al hombre. Ponerse completamente en manos de Dios, es encontrar el
camino de la verdadera libertad. Porque, volviéndose hacia Dios, el hombre
llega a ser él mismo. Encuentra su vocación original de persona creada a su
imagen y semejanza.
Queridos hermanos y hermanas, la vocación primera del santuario de Lourdes
es ser un lugar de encuentro con Dios en la oración, y un lugar de servicio
fraterno, especialmente por la acogida a los enfermos, a los pobres y a
todos los que sufren. En este lugar, María sale a nuestro encuentro como la
Madre, siempre disponible a las necesidades de sus hijos. Mediante la luz
que brota de su rostro, se trasparenta la misericordia de Dios. Dejemos que
su mirada nos acaricie y nos diga que Dios nos ama y nunca nos abandona.
María nos recuerda aquí que la oración, intensa y humilde, confiada y
perseverante debe tener un puesto central en nuestra vida cristiana. La
oración es indispensable para acoger la fuerza de Cristo."Quien reza no
desperdicia su tiempo, aunque todo haga pensar en una situación de
emergencia y parezca impulsar sólo a la acción" (Deus caritasest, n. 36).
Dejarse absorber por las actividades entraña el riesgo de quitar de la
plegaria su especificidad cristiana y su verdadera eficacia. En el Rosario,
tan querido para Bernadette y los peregrinos en Lourdes, se concentra la
profundidad del mensaje evangélico. Nos introduce en la contemplación del
Rostro de Cristo. De esta oración de los humildes podemos sacar copiosas
gracias.
La presencia de los jóvenes en Lourdes es también una realidad importante.
Queridos amigos aquí presentes esta mañana alrededor de la Cruz de la
Jornada Mundial de la Juventud, cuando María recibió la visita del ángel,
era una jovencita en Nazaret, que llevaba la vida sencilla y animosa de las
mujeres de su pueblo. Y si la mirada de Dios se posó especialmente en Ella,
fiándose, María quiere deciros también que nadie es indiferente para Dios.
Él os mira con amor a cada uno de vosotros y os llama a una vida dichosa y
llena de sentido. No dejéis que las dificultades os descorazonen. María se
turbó cuando el ángel le anunció que sería la Madre del Salvador. Ella
conocía cuánta era su debilidad ante la omnipotencia de Dios. Sin embargo,
dijo “sí" sin vacilar. Y gracias a su sí, la salvación entró en el mundo,
cambiando así la historia de la humanidad.
Queridos jóvenes, por vuestra parte, no tengáis miedo de decir sí a las
llamadas del Señor, cuando Él os invite a seguirlo. Responded generosamente
al Señor. Sólo Él puede colmar los anhelos más profundos de vuestro corazón.
Sois muchos los que venís a Lourdes para servir esmerada y generosamente a
los enfermos o a otros peregrinos, imitando así a Cristo servidor. El
servicio a los hermanos y a las hermanas ensancha el corazón y lo hace
disponible. En el silencio de la oración, que María sea vuestra confidente,
Ella que supo hablar a Bernadette con respeto y confianza. Que María ayude a
los llamados al matrimonio a descubrir la belleza de un amor auténtico y
profundo, vivido como don recíproco y fiel. A aquellos, entre vosotros, que
Él llama a seguirlo en la vocación sacerdotal o religiosa, quisiera decirles
la felicidad que existe en entregar la propia vida al servicio de Dios y de
los hombres. Que las familias y las comunidades cristianas sean lugares
donde puedan nacer y crecer sólidas vocaciones al servicio de la Iglesia y
del mundo.
El mensaje de María es un mensaje de esperanza para todos los hombres y para
todas las mujeres de nuestro tiempo, sean del país que sean. Me gusta
invocar a María como “Estrella de la esperanza" (Spe salvi, n. 50). En el
camino de nuestras vidas, a menudo oscuro, Ella es una luz de esperanza, que
nos ilumina y nos orienta en nuestro caminar. Por su sí, por el don generoso
de sí misma, Ella abrió a Dios las puertas de nuestro mundo y nuestra
historia. Nos invita a vivir como Ella en una esperanza inquebrantable,
rechazando escuchar a los que pretenden que nos encerremos en el fatalismo.
Nos acompaña con su presencia maternal en medio de las vicisitudes
personales, familiares y nacionales. Dichosos los hombres y las mujeres que
ponen su confianza en Aquel que, en el momento de ofrecer su vida por
nuestra salvación, nos dio a su Madre para que fuera nuestra Madre.
Queridos hermanos y hermanas, la Madre del Señor es venerada en innumerables
santuarios, que manifiestan así la fe transmitida de generación en
generación. Que Ella sea siempre venerada con fervor en cada una de vuestras
familias, de vuestras comunidades religiosas y parroquiales. Que María vele
sobre todos los habitantes de vuestro hermoso país y sobre todos los
numerosos peregrinos que han venido de otros países a celebrar este jubileo.
Que Ella sea para todos la Madre que acompaña a sus hijos tanto en sus gozos
como en sus pruebas.
Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra, enséñanos a creer, a esperar y a
amar contigo. Muéstranos el camino hacia el Reino de tu Hijo Jesús. Estrella
del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino (cf. Spe salvi,
n. 50). Amén.
(Homilía del Papa Benedicto XVI en Prairie, Lourdes. Domingo 14 de
septiembre de 2008. Santa Misa en el 150 aniversario de las apariciones)
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Aplicación: San Juan Pablo II - La Exaltación de la Cruz
"El Hijo del Hombre debe ser elevado" le dice Jesús a Nicodemo. Y lo dice
con mira a su crucifixión: El Hijo del Hombre debe ser elevado en la cruz.
Todos quienes crean en Él, quienquiera que vea en esta Cruz y en el
Crucificado al redentor del mundo, quienquiera que mire con fe la muerte
redentora de Jesús en la Cruz, encuentra en el poder de la vida eterna.
Mediante este poder el pecado es vencido.
Los fieles reciben el perdón por sus pecados por el precio del Sacrificio de
Cristo. Encuentran nuevamente la vida de Dios que habían perdido debido al
pecado.
Este es el significado de la Cruz de Cristo. Este es su poder. "Porque Dios
no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por
él" (Jn. 3, 17).
La fiesta que celebramos hoy nos habla de la maravillosa e incesante acción
de Dios en la historia humana, en la historia de cada hombre, cada mujer,
cada niño. La Cruz de Cristo en el Gólgota se ha convertido en el centro de
este trabajo salvífico de Dios para todos los tiempos. Cristo es el Salvador
del mundo, porque en Él y por medio de Él el amor con el cual Dios tanto amó
al mundo nos es revelado constantemente: "Sí, Dios amó tanto al mundo, que
le entregó a su Hijo único" (Jn 3,16)
El Padre lo dio, para que su Hijo, que es uno en sustancia con Él, se
hiciera hombre al ser concebido por la Virgen María.
El Padre lo dio para que como el Hijo del Hombre proclamase los Evangelios,
la buena Nueva de la salvación.
El Padre lo dio para que este Hijo, respondiendo con su infinito amor al
amor del Padre, pudiera ofrecerse en la Cruz.
Desde un punto de vista humano, Cristo que se inmola en la Cruz fue un signo
de contradicción, una deshonra inimaginable. De hecho fue la humillación más
profunda posible.
En la liturgia de hoy, el apóstol Pablo, nos habla en palabras que captan el
misterio de la Cruz de Cristo:
"Él, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como
algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo,
tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y
presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la
muerte y muerte de cruz."(Fil, 2,6-9)
Por su inmolación en el Gólgota, en la deshonra de la Cruz y la crucifixión
(al menos comprendiéndolo desde el punto de vista humano) Cristo ha obtenido
la exaltación más gloriosa.
Visto con los ojos de Dios, la Cruz es el mayor triunfo. El modo de juzgar
humano es muy diferente al de Dios. Lo que a nosotros nos parece un fracaso,
a los ojos de Dios es una victoria de amor sacrificial.
Es precisamente esta Cruz de deshonra humana la que lleva en si la fuente de
la exaltación de Cristo en Dios.
" Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre,
para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra
y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre:
"Jesucristo es el Señor"." (Fil 2, 9-11)
A los ojos de los Apóstoles esto fue revelado por medio de la Resurrección
de Cristo. En ese momento ellos comprendieron que Cristo es el Señor, que
había sido dado todo el poder en el cielo y en la tierra. En ese momento sus
ojos y sus corazones se abrieron, para que los labios de Tomas pudieran
profesar: "Mi Señor y mi Dios" (Jn, 20,28). Y una vez que creyeron, por
medio del poder del Espíritu de la Verdad, estaban preparados para salir a
todo el mundo a enseñar a todas las naciones, y bautizarlas en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. (Mt, 28, 19)
Sí, es por medio de la Cruz que Cristo es exaltado. La solemnidad que hoy
celebra la Iglesia nos habla de este misterio. Y al mismo tiempo nos habla
de Cristo quien por medio de la Cruz eleva a la humanidad, eleva toda la
humanidad y también a toda la creación."Porque Dios no envió a su Hijo para
juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él." (Jn, 3, 17)
Ser "salvados" significa que cada hombre y cada mujer puedan ser redimidos
del pecado que contaminó la familia humana y la historia. Jesús le dijo a
sus apóstoles después de su Resurrección: "Los pecados serán perdonados a
los que ustedes se los perdonen" (Jn, 20,23). Y cuando dice esto les muestra
las heridas de su crucifixión, para hacerles saber que es precisamente en la
Cruz que se oculta el poder de perdonar los pecados, el poder para curar
conciencias y corazones humanos.
Han pasado generaciones y generaciones. Y en medio de este pasar, la Cruz de
Cristo permanece. A través de la Cruz, Dios proclama constantemente al mundo
el infinito amor que ningún demonio puede vencer.
Si, la Cruz permanece, para que toda persona humana que habita el mundo
pueda encontrar el camino de la salvación. ¡Porque es por esta Cruz que se
salva el mundo!
(Homilía de San Juan Pablo II en la Santa Misa celebrada el día de la fiesta
de la exaltación de la Cruz el 14 de septiembre de 1988 en la Catedral
Primada de Roma en Lesotho, durante su viaje apostólico a Zimbabwe,
Botswana, Lesotho, Swaziland y Mozambique)
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Apliclación: Mons. Fulton Sheen - La Cruz y el Crucifijo
La primera pregunta que alguna vez se haya hecho en la historia del mundo y
que nos trajo pena y angustia, fue la pregunta, ¿por qué? Fue Satanás el
primer escéptico que preguntó: "¿Por qué os ha mandado Dios que no comáis de
todos los frutos del Paraíso?" Desde ese tiempo hasta ahora, nuestras pobres
mentes pequeñitas han preguntado muchos "¿por qué?" pero ninguno tan a
menudo como:"¿Por qué existe el dolor en el mundo?" "¿Por qué existe el
sufrimiento al lado del lujo?"
Este problema del dolor tiene un símbolo, y ese símbolo es la cruz, ¿Pero,
por qué es la cruz típica del problema del sufrimiento? Porque está
constituida de dos barras, una horizontal y otra vertical. La barra
horizontal es la barra de la muerte, pues la muerte es inclinada, postrada,
plana.
La barra vertical es la barra de la vida, pues la vida es erecta, enhiesta.
El cruzar una barra con otra significa la contradicción de vida y muerte,
gozo y pena, risa y lágrimas, placer y dolor; nuestra voluntad y la voluntad
de Dios. La única manera de hacer una cruz es poniendo la barra del gozo
contra la barra del dolor; o, para darle a esto otra forma, nuestra voluntad
es la barra horizontal, y la voluntad de Dios es la barra vertical; tan
pronto como nos otros ponemos nuestros deseos y nuestras voluntades contra
los deseos y voluntad de Dios, formamos una cruz. Así, la cruz es el símbolo
de pena y sufrimiento.
Si la cruz es el símbolo del problema del dolor, el crucifijo es la
solución. La diferencia entre la cruz y el crucifijo es Cristo. Una vez que
Nuestro Señor, que es el amor mismo, monta sobre la cruz, revela cómo el
dolor puede ser transformado por medio del amor en un sacrificio gozoso,
como aquellos que siembran en lágrimas pueden cosechar en gozo, cómo
aquellos que lloran pueden ser consolados, cómo aquellos que sufren con Él
pueden reinar con Él, y como aquellos que toman una cruz por un breve
Viernes Santo poseerán la felicidad por un Eterno Domingo de Pascua. El amor
es, como si dijéramos, la juntura donde la barra horizontal de la muerte y
la barra vertical de la vida vienen a reconciliarse en la doctrina de que
toda vida se realiza a través de la muerte.
Aquí es donde la solución de Nuestro Señor difiere de toda otra solución al
problema del dolor, aun aquellas soluciones que se esconden bajo el nombre
de cristianas. El mundo encara el problema del dolor, o bien negándolo, o
bien procurando hacerlo insoluble. Es negado por un proceso peculiar de
auto-hipnotismo, que hace decir que el dolor es imaginario y debido a la
falta de valor; es hecho insoluble procurando escapar o huir de él, pues el
hombre moderno cree que es mejor pecar que sufrir. Nuestro Señor, por el
contrario, no niega el dolor; Él no intenta escapar a él. Le hace frente, y
al hacerlo así demuestra que el sufrimiento no es extraño ni siquiera a Dios
que se hizo hombre.
El dolor, por lo tanto, juega un papel definido en la vida. Es un hecho
notorio que nuestra sensibilidad está más desarrollada para el dolor que
para el placer, y nuestro poder para el sufrimiento excede a nuestro poder
para el gozo.
El placer crece hasta un punto de saciedad, y sentimos entonces que si éste
aumentara más allá de ese punto, vendría a ser una verdadera tortura. El
dolor, por el contrario, va en aumento continuo, aún después que hemos
gritado "basta"; alcanza un punto en que sentimos que no lo podremos
soportar más, y sin embargo descansa para renovarse hasta matar. Yo creo que
la razón para esta gran capacidad de dolor sea mayor que la capacidad para
el placer, está en que Dios quiso que los que llevan una vida moral sana
bebieran hasta la última copa del cáliz de amargura aquí abajo, porque no
hay amargura en el cielo. Pero los buenos moralmente nunca sondean
completamente las profundidades del placer aquí abajo, porque les espera una
más grande felicidad en el cielo. Pero cualquiera que sea la verdadera
razón, aún queda en pie la verdad de que en la Cruz Nuestro Señor muestra
que el amor no puede tomar otra forma, cuando es puesto en contacto con el
mal, que la forma del dolor. Para vencer al mal con el bien, uno debe sufrir
injustamente.
La lección del crucifijo, entonces, es que el dolor nunca ha de aislarse del
amor. El crucifijo no significa dolor; significa sacrificio. En otras
palabras, él nos dice, primero que todo, que el dolor es sacrificio sin
amor; y en segundo lugar, que el sacrificio es dolor con amor.
En primer lugar, el dolor es sacrificio sin amor. La crucifixión no es una
glorificación del dolor como dolor. La actitud cristiana de la mortificación
ha sido a menudo malinterpretada como que idealiza el dolor, como si Dios se
viera más complacido con nosotros cuando sufrimos que cuando gozamos. ¡No!
El dolor en sí mismo no tiene influencia santificante. El efecto natural del
dolor es individualizarnos, centrar nuestros pensamientos en nosotros
mismos, y hacer de nuestra flaqueza la excusa para todo consuelo y atención.
Todas las aflicciones del cuerpo, tales como la penitencia, mortificación,
no tienen en ellas mismas la tendencia de hacer mejores a los hombres. A
menudo los hacen peores. Cuando el dolor se halla divorciado del amor,
conduce a un hombre a desear que otros fueran como él; le hace cruel,
rencoroso, amargado. Cuando el dolor no está santificado por el afecto,
tiene el efecto de lacerar, quemar todas nuestras más delicadas
sensibilidades del alma, y deja a ésta furiosa y brutal. El dolor como
dolor, entonces, no es un ideal: es una maldición si se halla separada del
amor, porque en vez de hacer mejor el alma de uno, la hace peor al
chamuscarla.
Ahora volvamos hacia el otro lado del cuadro. El dolor no ha de ser negado;
no debe escaparse a él. Ha de encararse con amor y sacrificio. Analizad
vuestra propia experiencia y veréis que vuestro corazón y vuestra mente no
pueden afirmar que el amor sea capaz de gobernar, en alguna manera, vuestros
sentimientos naturales acerca del dolor; que algunas cosas que de otra
manera podrían ser dolorosas, son un gozo para vosotros cuando encontráis
que ellas benefician a otros. El amor, en otras palabras, puede cambiar el
dolor y volverlo sacrificio, que siempre es un gozo. Si perdéis una suma de
dinero, ¿no se suaviza esa pérdida por saber que fue hallada por alguna
pobre a quien amabais?
Si vuestra cabeza es torturada, y vuestro cuerpo desgastado por largas
vigilias al lado de vuestro hijo, ¿no es suavizada vuestra pena al pensar
que por medio de vuestro amor y devoción el hijo recibió el cuidado
necesario y recuperó la salud? Nunca hubierais sentido el gozo, ni haber
tenido la más leve idea de lo que era el amor, si se os ha negado ese
sacrificio. Pero si vuestro amor estuviera ausente, entonces el sacrificio
sería dolor, vejación y fastidio.
Emerge gradualmente la verdad de que nuestra más alta felicidad, consiste en
el sentimiento de que el bien de otros es comprado con nuestro sacrificio;
de que la razón para que el dolor sea amargo, es que no tenemos a nadie a
quién amar y por quien podamos sufrir. El amor es la única fuerza en el
mundo que puede hacer soportable el dolor, y lo hace más que soportable al
transformarlo en el gozo del sacrificio.
Ahora, si el sedimento del dolor puede ser trasmutado en el oro del
sacrificio por la alquimia del amor, entonces se sigue que mientras más
profundo sea nuestro amor, menos sentiremos el dolor, y más agudo será
nuestro gozo y sacrificio. Pero no hay amor más grande que el amor de Aquél
que dio su vida por sus amigos. De aquí que, cuanto más intensamente amemos
sus santos propósitos, más celo demostraremos por su Reino, más devotos
seremos por la mayor gloria de Nuestro Señor y salvador, y más nos
regocijaremos en cualquier sacrificio que traiga aunque sea una sola alma a
su Sagrado Corazón. Tal es la explicación de un Pablo que se gloriaba en sus
debilidades y de los apóstoles que se regocijaron porque pudiesen sufrir a
causa de Jesús a quien amaban. Eso, también, muestra por qué el único tiempo
que se recuerda en la vida de Nuestro Señor, y que Él alguna vez cantó, fue
la noche en que Él partió para su muerte por amor y redención de los
hombres.
No es extraño que los santos hayan dicho siempre que el don mejor y más
grande que Dios podía darles sería el privilegio que Él dio a su hijo, a
saber, ser usado y sacrificado por el mejor y más grande fin. Ninguna otra
cosa podía agradarles tanto como renovar la vida de Cristo en las de ellos;
complementar su obra en la suya propia; acumularen sus cuerpos los
sufrimientos que fueran necesarios a la pasión de su Señor. El mundo
quisiera anular el dolor. El crucifijo lo transformaría en amor,
recordándonos que el dolores del pecado y el sacrificio del amor, y que nada
hay más noble que el sacrificio.
El grito de angustia de la tierra subió hasta Dios: Señor, suprime el dolor,
las sombras que entristecen el mundo que Tú hiciste, las cadenas que se
arrollan y estrangulan el corazón, los fardos que pesan en las alas que
debieran remontarse majestuosas. Señor, suprime el dolor del mundo que Tú
hiciste, para que éste te ame más.
Anónimo.
Entonces el Señor contestó al mundo que Él había hecho: ¿Debo suprimir el
dolor? ¿Y también el poder que tiene el alma para soportarlo, que hace más
fuerte al resistir? ¿Debo suprimir la piedad que une los corazones unos con
otros y hace sublime el sacrificio? ¿Perderéis vosotros todos los héroes que
surgen de las llamas con su rostro blanco dirigido al cielo? ¿Debo suprimir
el amor que redime con precio y con él las sonrisas? ¿Podríais pasaros sin
esas vidas, que subirán entonces a Mí, al Cristo en Su cruz?
Anónimo
No, el mundo no puede evitarse a "Cristo en su Cruz". Esta es la razón por
la que el mundo es triste. Habiéndolo olvidado a Él, se halla lleno de
dolor. ¡Y oh! ¡Cuánto derroche de dolor hay en el mundo! ¡Cuántas cabezas
dolientes que nunca se han unido a la cabeza coronada de espinas por la
Redención; cuántos pies baldados cuyos dolores no son suavizados jamás por
el amor de aquellos otros pies que ascendieron la gran colina del Calvario;
cuántos cuerpos contusos hay que, no conociendo el amor de Cristo por ellos,
no tienen el amor que mitigue sus dolores; cuántos corazones adoloridos hay
que están adoloridos porque no tienen un amor grande, como el amor del
Sagrado Corazón; cuántas almas hay que miran a la cruz en lugar de mirar al
Crucifijo, que tienen el dolor sin el sacrificio, que nunca parecen aprender
que, así como el dolor resulta por la falta de amor, también posteriormente
por falta de amor el infierno surge; cuántas almas hay que han perdido el
gozo del sacrificio porque nunca han amado! ¡Oh, cuan dulce es el sacrificio
de los que sufren porque aman el amor que se sacrificó Él mismo por ellos en
la Cruz! A éstos únicamente llega el entendimiento de los santos propósitos
de Dios, pues sólo aquellos que caminan en tinieblas ven algún día las
estrellas.
(Mons. Fulton Sheen El eterno Galileo pp. 116-121)
Aplicación: Mons. Adolfo Tortolo - Nuestra comunión en el misterio
de la cruz
La vida del cristiano está permanentemente tensionada por dos fuerzas: debe
vivir en comunión con la Pasión de Cristo, configurado a su Muerte, y debe
vivir al mismo tiempo la nueva Vida del Señor resucitado, participe del
poder de su Resurrección.
Cualquiera sea la línea espiritual o teológico en que nos situemos,
cualesquiera sean las disposiciones temperamentales de cada uno, debemos
vivir en comunión "koinonía", dice San Pablo con los dos Misterios. Son el
núcleo central de nuestro ser cristiano.
De estos dos misterios proviene toda la santidad y toda la vida espiritual
del mundo. La Vida divina, comunicada a los hombres, de ellos mana.
Sin embargo, mientras somos peregrinos, con prevalencia incuestionable
debemos vivir en comunión con los padecimientos de Cristo, configurados a su
Muerte.
En una hora como la nuestra, en la que afanosamente se buscan nuevos caminos
y nuevas formas de vida dentro de la Iglesia, es indispensable alentar esa
búsqueda, pero sin menoscabo de los valores esenciales. Integrando el
Misterio de la Gracia como valor esencial, se nos revela el Misterio de la
Cruz.
La meditación de la cruz, tiende a subrayar la verdadera condición del
cristiano sobre el mundo, la vigencia perenne de la Cruz, la obligación,
incuestionada para todo seguidor de Cristo, de vivir en comunión con su
Pasión y con su Muerte. Pero afirmamos al mismo tiempo, con todo énfasis,
que estamos destinados a la vida en su expresión, y realidad más absoluta:
la Vida de Dios en Cristo
I. EN QUÉ CONSISTE EL MISTERIO DE LA CRUZ
La Iglesia, fiel escrutadora de la Palabra de Dios y del Plan de su Gracia,
como síntesis viva de todo el Misterio de la Redención humana, tomó de San
Pablo esta riquísima expresión: el Misterio de la Cruz. Misterio vivo,
perdurable, actuante, integrado por Cristo y por nosotros. Misterio al que
un día por experiencia personal llamaremos La Gracia de la Cruz.
El Misterio de la Cruz no se ciñe exclusivamente a las horas de la Pasión
histórica de Cristo y al hecho de su Muerte. Abraza toda la vida de Cristo,
singularmente su propia vida interior, vivida cara al Padre y en unión con
Él, sumergida toda ella en un agudo y penetrante dolor, espiritual y físico
al mismo tiempo.
Sin embargo, el Misterio de la Cruz se centra ciertamente en esas horas
supremas del Señor, que Él mismo llamó "Mi hora", en las que Cristo vive el
summum de su existencia humano-divina. Padecimientos de todo orden que con
inimaginable intensidad lo penetran por dentro y lo recubren por fuera.
Pero todo esto asumido por Él vivificado desde el interior de Sí mismo por
la magnanimidad con que su espíritu y todo su ser vive esas horas.
Magnanimidad en el amor infinito al Padre, en la aceptación de su voluntad,
en su entrega filial, en su paciencia heroica en el valor redentor contenido
hasta en la última vibración de su espíritu. Magnanimidad en dejarse devorar
por el fuego interior de su misión divina y bautizarse en el bautismo de su
propia Sangre.
Por voluntad divina, expresa en el Plan redentor, toda la Iglesia quedó
asociada al Misterio de estas horas. Convertida en Esposa del Varón de los
Dolores subió decididamente a la Cruz, y allí queda, allí está,
compartiéndola como deber de amor y como gracia.
Esto mismo que ocurrió a la Iglesia, ocurre en el cristiano, el bautismo fue
una sepultura en su Muerte, y una exigencia a entrar en el misterio de la
Muerte haciéndola revivir en la vida personal.
Esta participación no es un acto; es un proceso vivencial. Es el comienzo de
una vocación, común en su raíz a todo bautizado, pero, con una especificidad
singular para cada uno, según su propia misión y su propio don.
Este llamado al Misterio de la Cruz es parte esencial de nuestro ser y de
nuestro existir cristiano. No es una aventura espiritual, ni un rapto propio
de los místicos. El cristiano nace en la Cruz, se baña y purifica en su
Sangre, se fortalece y crece con el fuego interior que no dio tregua a
Cristo y que éste traspasa ahora a cada seguidor suyo.
II. EL MISTERIO DE LA CRUZ ES UN VALOR EVANGÉLICO
Son muchas las almas que aspiran hoy a vivir los valores evangélicos y a
vivir el Evangelio en profundidad. Pero quizá no siempre descubren que el
valor evangélico más manifiestamente exigido por el Señor bajo múltiples
formas, es el negarse a sí mismo, tomar la Cruz y seguirlo. Valor evangélico
indispensable como condición para otros valores. El grano de trigo debe
morir para poder dar una espiga con muchos granos. El brote de la vid debe
ser podado para aportar más savia y dar más fruto.
El Señor proclamó este valor evangélico con el testimonio de su vida y con
el testimonio de su Palabra. Nadie parece negar el estilo heroico con que
Cristo vivió su vida y hasta qué punto llevó su constante renuncia personal.
Es un valor que subyace en todo el Evangelio, como elemento esencial de todo
su Mensaje. Lo señala a cada paso con energía y vigor, sin la menor
ambigüedad, con un acento y una firmeza inconmovibles.
Valor evangélico que no desvirtúan los siglos ni los subterfugios de la
cobardía espiritual. Al contrario: el mundo moderno que hay que salvar
replasmado al margen de la Fe parece necesitar una medida cada vez mayor,
tanto en el nivel personal como en el nivel general de la Iglesia, en lo que
hace a la realización de los valores que brotan sólo de la Cruz: plenitud
cristiana, heroísmo diario y silencioso, disposición autentica para jugar la
vida por Dios y por los hombres, fuego y dimensión apostólica.
A este valor lo exaltó Cristo viviéndolo desde su entrada en el mundo, lo
escribió luego con su Sangre, lo dejó como legado personal a su Iglesia, a
toda alma de buena voluntad, como signo de identificación con Él. Su
"kénosis", su vida virginal, su obediencia hasta la muerte de cruz, su
silencio, son capítulos de su gran lección, son fases del valor evangélico
que llamamos "Misterio de la Cruz".
III. CÓMO ENTRAR EN COMUNIÓN CON LA PASIÓN DE CRISTO
El Misterio de la Cruz se vive no por imitación externa sino por experiencia
interna. La vida cristiana es Cristo y Él habita en nosotros.
Sólo la visión profunda del Plan de Dios, su realización por Jesucristo
mediante nuestra incorporación a Él, el conocimiento sobrenatural del
Misterio de la Gracia, facilitan penetrar en la hondura del Misterio de la
Cruz.
Este es el punto central de nuestra contemplación. Tratemos de entrar en él
situándonos ahora en la perspectiva de San Pablo para quien este Misterio
fue una revelación superior para toda la Iglesia y una elevadísima
experiencia personal.
Cuatro textos de San Pablo, entre muchos otros, nos hacen entrar en el
abismo de esta revelación, abismo lleno de luz y al mismo tiempo de
tinieblas; textos que el Vaticano II, en la Constitución sobre la Sagrada
Liturgia y en el Decreto "Ad Gentes", ofrece a la meditación de la Iglesia
en esta hora de renacimiento espiritual:
"Llevamos siempre la muerte nekrosin de Jesús en nuestro cuerpo én to sómati
para que la vida de Cristo se manifieste en nuestro cuerpo mortal" (2 Cor.
4,10).
"Tened en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús,
Quien se anonadó a Sí mismo hasta la muerte de cruz" (Phil. 2, 5-8).
"Todo lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y entrar en comunión con
sus padecimientos, configurado a su Muerte" (koinonían pathemáton autú,
simmorfizómenos to thánato autú) (Phil. 3,10).
"Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne
sarkílo que falta a las tribulaciones de Cristo por su Cuerpo que es la
Iglesia" (Cal. 1,24).
La llave maestra para entrar en este misterio es ésta: Dios nos quiso hijos
en el Hijo, y nos quiso suyos no por obra de la carne sino por el poder
regenerante del mismo germen de Dios. Jesús nos asumió al asumir nuestra
naturaleza. Al nacer Cristo estábamos en Él. Al morir y al resucitar Cristo
también estábamos en Él. Esta fue nuestra primera comunión con Cristo,
nuestra primera participación real en sus misterios, la primera etapa del
Plan de Dios. Fue toda la humanidad y no cada uno de nosotros quien entonces
entró en comunión con Él.
Simbiosis sobrenatural
Pero el Plan de Dios no se detuvo allí. Gracias a esta estructura divina de
nuestra incorporación a Cristo hemos sido hechos participes de los Misterios
todos de su vida, no de un modo indistinto y genérico como en la primera
etapa, sino de un modo concreto, personal. Estamos en Él, y Él en cada uno
de nosotros, realizándose una verdadera simbiosis sobrenatural, con una
admirable comunicación de bienes. Todo lo de Cristo es nuestro; todo lo
nuestro es Suyo.
De este modo, no sólo es posible sino que es lógico y necesario poseer los
mismos sentimientos que tuvo Cristo y entrar en comunión con sus Misterios.
En sus días terrenales Él los vivió con nosotros para nosotros. Ahora nos
toca a nosotros vivir en Él para Él esos mismos Misterios. Él ya no sufre,
pero nosotros podemos sufrir en Él y participar con nuestro dolor de hoy en
su dolor de ayer.
Ha pasado el fluir de los sucesos de su vida temporal. La muerte ha sido
vencida por la victoria de la Resurrección. Sin embargo sus Misterios su
Pasión y su Muerte sustraídos al tiempo, están allí delante del Padre en su
eterno "nunc". Su Pasión y su Muerte, como cristalizadas, están "vivas" y
subsisten en su presencia no sólo como mérito y suceso histórico, sino al
modo de realidades misteriosas, como subsisten y permanecen las llagas en el
cuerpo del Señor.
La materialidad de los actos temporales de Jesús es irrepetible. La realidad
sensible ha pasado; su formalidad no. Subsiste lo temporal humano de Jesús
de un modo más excelente de lo que ocurre en el mundo físico, en el que nada
muere y todo se transforma.
Cristo vivió sus misterios temporales con la totalidad de su conciencia
divino-humana, con intensidad suma, como actos redentores, como capital y
fuentes de gracia, como hechos vividos en abismal profundidad por la Persona
del Verbo. Actos y padecimientos del Hijo bienamado que por toda la
eternidad llenarán de gozo el corazón del Padre Celestial.
Estos misterios están delante del Padre, porque están en el Hijo y el Padre
los ve en Él; y los ve en Él porque en Él subsisten.
Sumergidos en Él
Ahora bien, Cristo es la Vida, aun en el contexto de su propia Muerte. Y
vino al mundo para darnos vida, su propia Vida. Pero vivir su Vida sólo es
posible en Él. Y lo estamos desde la hora del bautismo.
Sumergidos en la corriente de su Vida entramos en comunión con sus
Misterios: Él en nosotros y nosotros en Él.
Desde dentro de nosotros nos dispone, nos adapta, nos hace permeables a las
exigencias todas de su gracia, nos introduce en sus Misterios, sobre todo de
su Pasión y de su Muerte, cuya virtud nos penetra y nos absorbe.
Esta comunión es paso de vida a vida, es toque de alma a alma; es una
"simpatía" sobrenatural por inmersión en todo el Misterio, es un sentir la
realidad de Cristo con la impronta específica de su Pasión, con el sello y
los caracteres de su Muerte.
Es todo esto. Pero hay algo mucho más profundo y esencial que el Misterio
encubre, pero que la Fe y el Amor a su vez descubren por el camino de la
experiencia interior. Los Santos padecen a Dios, pero no pueden expresar
cómo lo padecen. Es la tortura espiritual a la que los somete la exuberancia
de la
Presencia de Dios.
La comunión con la Cruz y configuración con su Muerte ocurre por
connaturalidad con los dos Misterios en su doble aspecto: estático y
dinámico.
Por obra de esta connaturalización se nos hace experimentar en nuestro
interior lo que ocurrió en el interior de Cristo en ese instante histórico
de su vida. Y mientras se nos hace experimentar este Misterio, se nos
apremia a reproducirlo en nuestro cuerpo mortal. Mejor dicho: se nos apremia
a dejarlo crecer y expandir en nosotros.
Esta misteriosa realidad no parece ser vertida en palabras. Se la vive en
silencio. Y ciertamente quien la experimenta escucha ya desde el fondo del
alma aquel murmullo de las aguas vivas que le dicen: "Ven al Padre" (San
Ignacio Mártir), sin dejar el interior del Hijo.
IV. EL APORTE PERSONAL
Fuimos llamados a compartir los Misterios de Cristo, a vivir en comunión
íntima y personal con su Pasión y su Muerte. Se nos invita a vivir estos
hechos al modo divino: con alma grande, con la totalidad de nuestro ser.
Cuerpo y alma deben dejarse invadir por el misterio de estos Misterios. La
virtud, la "dynamis" que está en ellos nos compromete a manifestarlos en
nuestra carne mortal. Hay "un exceso" de lo divino en lo humano, como hay un
exceso, una sobreabundancia del alma sobre el cuerpo. La fuerza y poder de
Dios rebasan.
Hasta aquí el alma ha sido y debió ser activamente pasiva. Pero el Señor le
pide ahora su aporte personal; algo así como la materia del sacrificio,
materia proveniente no del lado de Dios sino del lado del hombre, como
colaboración activa a la comunión en Cristo.
Hay además leyes espirituales que imponen condiciones, y que revirtiendo
sobre sí mismas enriquecen y perfeccionan todo el proceso sobrenatural. Son
a su vez la parte del hombre, la cuota y el ofertorio personal. Estas son:
a)La muerte al pecado. E1 gran drama humano es una especie de duelo a
muerte, descrito por el Apóstol como una lucha permanente de la carne contra
el espíritu. Es un duelo en cada uno de nosotros del antidios contra Dios.
La muerte al pecado es la contrapartida de la muerte física de Cristo. Hay
una correlación de tipo y antítipo, como también de causa y afecto.
El pecado desata una lucha espiritual, y lucha a muerte, que perdura a lo
largo de la vida. Nuestro hombre viejo está crucificado, y, condenado a
muerte, muere sin acabar de morir.
La lucha contra el pecado exige al alma continuas renuncias, a veces muy
secretas, a veces heroicas, que crucifican tanto la carne como el espíritu.
Quienes dicen ser de Cristo han de morir al pecado y a sus concupiscencias.
Conviene advertir que el sentido del pecado está en relación con el sentido
de Cristo. Una pseudoteología moderna que cuestiona el misterio redentor de
Cristo, duda de la razón de su muerte y pretende poner en crisis su misma
Resurrección; es la pseudoteología que niega la realidad del pecado o la
soslaya.
b) La oración. La oración es el medio vital irreemplazable para que nuestro
espíritu viva, crezca y fructifique.
La oración nos hace descubrir paulatinamente a Cristo, su altura, su
profundidad, sus secretos. Al aproximamos a Cristo nos ilumina con su luz y
nos conduce al interior de Sí mismo. Desde allí el interior de Cristo se nos
abre, y se comunica a nuestro interior en el silencio.
Conocíamos al Señor, pero la oración nos lo hace conocer de otro modo. A
medida que la oración se vuelve más honda, más íntima, más confidencial y
también más calladala captación de Cristo y de sus Misterios se vuelve más
viva, más penetrante, más teologal. Comenzamos a vivir a Cristo y a sus
Misterios en su propio clima y no en el nuestro. La oración nos atrae hacia
el abismo, pero abismo de luz.
De este modo nos descubre el Misterio de la Cruz más allá de los sentidos y
aun de los conceptos. E1 Misterio viene hacia nosotros y se hace cognoscible
de un modo absolutamente inédito. Cada alma, contemplándolo bajo la acción
del Espírita Santo, encuentra en él toda la obra de Cristo, pero encuentra
también aquella visión y aquel don secreto mediante el cual el Misterio de
la Cruz es también su misterio personal.
c) Las miserias humanas. Las llamamos así para darles un nombre. Compuestos
de alma y cuerpo, vivimos sobrecargados: ansiedad, angustia, tedio,
conflictos interiores, tentaciones, arideces fracasos. Sensibilidad propia,
el dolor de los otros, el dolor del mundo. Hay además un cúmulo de
relaciones humanas entre hombre y hombre, entre hombre y mundo, entre hombre
y cosas.
Somos seres sitiados, asediados por fuera y por dentro, sensibles y
vulnerables, pero al mismo tiempo urgidos a mezclarnos para transformar
desde adentro a los hombres y al mundo.
Toda esta miseria humana tiene un valor sacramental. Gracias a él esta
miseria se transforma en riqueza y pasa a ser valor sagrado.
Las vivió el Señor con admirable grandeza de alma, poniéndoles un sello
divino y enseñándonos a convertir estas realidades humanas en redención, en
gracia y también en gozo. La aceptación se convierte en oblación y en
ofrenda.
Vivir esas conexiones, asumir leal y sinceramente el mundo de las relaciones
humanas, sin mancharlas y sin manchamos, aceptar los sucesos como gracia de
Dios todo es gracia, ofrecer un rostro y un alma en paz a los hermanos,
reentrar al interior de sí mismo después de volcarse a los hombres y a las
cosas, pero reentrar con la pureza de quien permaneció unido al Santo y al
Puro: todo esto no es fácil, pero hay que realizarlo. Lo exigen la Fe y la
lógica de la Fe.
El Misterio de la Cruz nos impone una muerte secreta, gota a gota, en el
trajín diario. Es el "quotidie morir". Este modo de morir no está debajo del
martirio, sino a la par de él. E1 Misterio de la Muerte de Cristo opera en
nosotros, nos señala San Pablo, y si el poder de la Cruz "es la fuerza de
Dios", es también la fuerza del hombre. La "dynamis" de la Cruz se vuelca en
el alma, instrumenta sus actos, los transforma, los hace dignos de Cristo.
Es quizá entonces cuando la Cruz comienza a dejar de serlo.
d) Completar la Pasión. La Redención fue infinita, sobreabundante, colmada.
Pero, insertos en Cristo, Él quiere asociarnos "a la más divina de las obras
divinas": la salvación de los hombres. De redimidos pasamos a ser
corredentores en Cristo, invitados no sólo a la rigidez de lo estricto, sino
también a la generosa amplitud de lo voluntario. La nobleza interior exige
dar siempre más.
Como cristianos contrajimos una triple solidaridad: con Cristo, con la
Iglesia, con los hombres. Esta solidaridad debe ser asumida con valor y
llevada hasta sus últimas consecuencias.
Cristo vino al mundo para dar la Vida y darla en abundancia. La solidaridad
personal con Cristo exige una disposición interior, pero activa, de vivir en
plenitud su Vida para comunicar su sobreabundancia a los demás.
La Iglesia es el Cuerpo de Cristo, que debe crecer hasta su encuentro final
en la venida del Señor. Ella debe dar a los hombres lo que nadie posee fuera
de ella: la Verdad revelada, el desposorio con Cristo y la indefectible
comunicación de los bienes de la gracia.
Obra nuestra es el pecado del mundo. Por nuestra unión con Cristo, obra
nuestra deberá ser la santificación del mundo. Donde abundó el pecado debe
sobreabundar la gracia. El instrumento del mal debe convertirse en
instrumento del bien.
Sin negar la realidad de los valores, hay una jerarquía en los bienes. Entre
la falta de techo y la falta de Fe no cabe duda de que la Fe es un bien
infinitamente superior al techo, aun cuando los dos son bienes.
Cuando entramos en la comunión con la Pasión de Cristo y con su Muerte,
recién entonces descubrimos sub specie Dei et Christi el valor del hombre,
su vocación divina. Recién entonces valoramos el precio de la Sangre de
Cristo, el infinito valor de sus dolores y de su Muerte.
Todo cristiano debe ser un vaso comunicante de vida. Quien vive en comunión
con el Misterio de la Cruz dilata inmensamente su condición de vaso
comunicante, porque en la Cruz está la vida.
V. MARIA SANTISIMA
Estaba junto a la Cruz, del lado de Cristo, en favor nuestro. Toda Ella: con
su mente, su corazón, su instinto de Madre mediante una comunión, de
carácter único, entre la Madre y el Hijo. Ella vivía ya en plenitud el
misterio cristiano, y sentía circular en su interior el fuego de la Pasión
de Cristo. Experimentó la Muerte del Señor con la totalidad de su ser,
cuerpo y alma. Nadie como Ella vivió el Misterio de esa Muerte.
Del lado de Cristo: sacia en todo el Misterio de la Redención, no sólo por
la gracia de la Maternidad Divina, sino también porque su Fe, su Esperanza y
su Caridad han hecho de Ella una sola realidad con Cristo.
En favor nuestro: todo el Misterio de la Redención humana tiene una sola
explicación: el amor de Dios, que lo hizo salir de Sí mismo y hacerse uno de
nosotros para poder salvamos. Junto a Él está la primara redimida por esa
Pasión y esa Muerte, redimida antes del tiempo, desde la eternidad. Ella es
el prototipo de toda redención.
Como es Ella, así quiso Dios que fuéramos los hombres. Al pie de la Cruz se
compromete a traspasarnos su riqueza espiritual, a modelar nuestro interior
a su Imagen de Santa y Pura, y a transformamos en Cristo.
Ella vivió el Misterio de la Cruz en su doble aspecto: dolor y embriaguez
espiritual. Dolor el más acerbo, embriaguez la más inefable: Cristo entrega
al Padre vencido el pecadoa toda la humanidad, rescatada y libra.
Al1 contemplarla junto a la Cruz como nunca Madre y como nunca Mártir
surgirá en nosotros un deseo de llegar al interior de su alma, sumergirnos
en su amargura para nivelamos y compartir su dolor.
Junto a Ella la Cruz aparecerá como la gran aventura de quien ha entendido a
Cristo y necesita probarle su amor con una prueba irrecusable.
Brotará entonces espontánea en nuestro corazón esta súplica
Fac me cruce inebriari. A la sinceridad de la súplica sucederá la realidad
de esta embriaguez.
(Mons. Adolfo Tortolo, La sed de Dios, pp. 15-21)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La cruz
Al paso de la cruz la multitud se divide.
La cruz es una espada que divide. Dividió la historia en dos, divide a los
hombres en dos: sus amigos y sus enemigos. Hizo dos ciudades. Son las dos
ciudades de San Agustín, fundadas por dos amores: el amor a Dios hasta el
desprecio de sí mismo, una, la de Dios y el amor a sí mismo hasta el
desprecio de Dios, la otra, la ciudad del hombre.
En el juicio final la cruz dividirá eternamente a los hombres y a los
ángeles, cuando Cristo, trayéndola por cetro "entonces aparecerá el
estandarte del Hijo del hombre en el cielo" (Mt 25,30) dictará la sentencia
definitiva e irrevocable.
Los amigos de la cruz son los cristianos auténticos. Sus enemigos: los
judíos, los paganos y los malos cristianos.
"LA CRUZ ES ESCÁNDALO PARA LOS JUDÍOS, LOCURA PARA LOS PAGANOS..."
ESCÁNDALO PARA LOS JUDÍOS
El escándalo según la filología es una piedra en el camino que obstaculiza y
hace tropezar y caer. Para los judíos la cruz fue y sigue siendo causa de
pecado. Los judíos cometieron el pecado de matar a Cristo y siguen pecando
contra Cristo en sus miembros que es la Iglesia.
Por qué fue escándalo? Porque tenían otra concepción del Mesías. Para ellos
el Mesías iba a ser un hombre poderoso que colocara al pueblo judío sobre
todos los pueblos. Es el orgullo religioso que surge de apropiarse el don de
Dios. La elección del pueblo de Israel es un don de Dios y por tanto ese don
es para servir a Dios y no para servirse de Dios y de su don.
Los judíos querían en definitiva construir la ciudad del hombre al margen de
Dios y de su voluntad. Y la voluntad de Dios sobre Jesucristo era la de un
mesianismo de humillación y de cruz. Así lo habían profetizado Isaías,
Jeremías, David, etc. Y ¿por qué no escucharon a los profetas? Porque
dejaron de lado la Ley de Dios por sus propias leyes y tradiciones “en
verdad que anuláis el precepto de Dios para establecer vuestra tradición"
(Mc 7,9).
LOCURA PARA LOS PAGANOS.
Los paganos exaltan al hombre como el centro del universo. Aprecian la vida
terrena porque no tienen esperanza en una futura. Y como el hombre es el
centro hay que cuidarlo. Por eso el paganismo da culto al cuerpo
(narcicismo), por eso busca la comodidad, la vida de los sentidos al margen
de la razón, el placer, los bienes terrenales, la longevidad de la vida
natural, la apariencia exterior, etc. No entra en la concepción pagana de la
vida el sacrificio y el sufrimiento por eso para los que constituyen este
mundo la cruz es locura, es idioma extraño, es necedad.
El mundo pagano es un mundo donde reina el egoísmo, por eso el sacrificio
propio por el prójimo es un absurdo.
MALOS CRISTIANOS.
Agrego a los judíos y paganos a los malos cristianos que son también
enemigos de la cruz.
Muchos cristianos son enemigos de la cruz de Cristo. Muchos cristianos están
bajo la bandera del diablo. San Ignacio en sus Ejercicios dice: Señor danos
gracia para conocer los engaños del diablo y gracia para librarnos de ellos
y conocimiento verdadero de la vida de Jesucristo y gracia para imitarla.
Porque entre los cristianos muchos quedan atrapados bajo la bandera de
Lucifer enarbolando, incluso, el estandarte de Cristo. Dice el libro de la
Imitación de Cristo: “Jesucristo tiene ahora muchos amadores de su reino
celestial, mas muy pocos que lleven su cruz. Tiene muchos que desean la
consolación y muy pocos que quieran la tribulación...todos quieren gozar con
El, más pocos quieren sufrir algo por El. Muchos siguen a Jesús hasta el
partir el pan, más pocos beben del cáliz de la pasión" (Libro II, c. 9).
Algunos malos cristianos se inclinan hacia el paganismo, son los cristianos
mundanos que sin dejar de llamarse cristianos quieren vivir según las
máximas del mundo. ¡Cuántas críticas recibe la Iglesia por causa de ellos!
Otros se inclinan hacia el judaísmo, son los cristianos progresistas que
quieren mezclar la fe católica con el mundo. Quieren hacer de la religión un
cuerpo sin alma, disciplina externa y legalidad pero sin caridad, una
Iglesia donde no reine el Espíritu Santo. Vacían por dentro la religión e
inventan sus propios dogmas, su propia moral, su propia jerarquía (ellos
mismos) en definitiva su propia iglesia (la suya) aunque sin dejar de ser
nominalmente católicos.
"PERO PARA LOS CRISTIANOS LA CRUZ ES SABIDURIA Y PODER" (1 Co 1,23.24)
No puede haber cristianismo auténtico sin cruz. No puede haber discípulo de
Cristo, fiel seguidor de su maestro, como no sea crucificado: "el que quiera
venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16,24).
SABIDURÍA
"No hay otra escuela más que la cruz, en la cual Jesucristo enseña a sus
discípulos cómo deben ser: ella es -para nosotros- la Cátedra suprema de la
verdad de Dios y del hombre-, de aquí que -en la escuela del Verbo Encarnado
comprendemos que es sabiduría divina aceptar con amor su cruz: la cruz de la
humildad de la razón frente al misterio; la cruz de la voluntad en el
cumplimiento fiel de toda la ley moral, natural y revelada; la cruz del
propio deber, a veces arduo y poco gratificante; la cruz de la paciencia en
la enfermedad y en las dificultades de todos los días; la cruz del empeño
infatigable para responder a la propia vocación; y la cruz de la lucha
contra las pasiones y las asechanzas del mal- Juan Pablo II" (Const. IVE
177).
PODER
+ En ella esta nuestra salvación.
Por ella el Señor nos libró de la muerte y nos abrió las puertas del cielo.
Solamente la cruz es la llave para entrar en el gozo eterno.
+ En ella esta nuestra vida.
Porque fue el árbol de donde brotó la vida del mundo.
Porque, además, difícilmente se puede conservar la gracia santificante sin
la cruz.
Porque cuanto más se vive de la cruz, más se progresa en la santidad.
+ En ella esta nuestra resurrección.
Hemos sido trasladados del reino de las tinieblas al de la luz (cf. Col
1,13) y esto por la cruz.
La cruz es prenda y esperanza de nuestra futura resurrección.
LA CRUZ
¡Mira la cruz de Cristo...!¡Qué dolor y pena !
No vengas con locuras, dijo el pagano
y le dio la razón el cristiano mundano.
¡Gocemos sin pausa esta vida terrena!.
Y el judío presente escuchó con desgano,
pues la cruz, le costó de monedas treintena,
el progresista habló con voz amena
sobre su plan de hacer un reino humano.
El cristiano dijo al judío traidor:
la Santa Cruz, es sabiduría y poder,
manantial donde da la vida el Salvador,
Cátedra magna que mana amor y saber,
camino por el cual Jesucristo Redentor
nos lleva a la eterna visión
( P. Gustavo Pascual, I.V.E. - La cruz)
Aplicación:
J. Totosaus - Creamos en el amor
Así tiene que ser elevado el Hijo del hombre (evangelio). El levantamiento
de Jesús es a la vez su muerte en cruz y su glorificación; es fruto del
rechazo del mundo y atracción salvadora de todos los hombres; Jesús es
elevado (para morir) por el mundo y es elevado (para salvar) por el Padre;
por eso no le ha compadecido: "para que todo el que crea en él tenga vida
eterna". Jesús elevado, atrae a todos los hombres; es la luz verdadera que
ilumina a todos. Hacia ese Jesús elevado en señal de oprobio nosotros
levantamos nuestros ojos de la fe para tener vida eterna: reconocemos en él
el amor salvador del Padre y el amor fiel y salvador del Hijo; porque
tampoco el Hijo no se ha compadecido, no ha amado tanto su vida que la
quisiese guardar sólo para él, sino que ha aceptado perderla, es decir,
entregarla al Padre y a todos nosotros. Y, no obstante, siempre estamos
tentados de preferir más las tinieblas que la luz, por miedo a que no ponga
de manifiesto nuestras obras. En esta doble atracción de la luz salvadora,
pero denunciadora, y de la tiniebla, oscura pero protectora, se juega toda
nuestra vida. ¿Hacia dónde nos inclinamos? ¡Creamos en el amor! (1 Jo 4,16).
¡Dejémonos atraer por el Hijo del hombre elevado sobre la tierra! ¡Caminemos
hacia la luz!
(J. TOTOSAUS, MISA DOMINICAL 1991/05)
Aplicación: La Gloria
de la Cruz
Juan utiliza la narración de la serpiente de bronce, elevada por Moisés en
el desierto (Núm 21, 8s), como figura que ilustra proféticamente lo que
sucede en la "elevación" del Hijo del Hombre en la cruz. A este respecto,
destaca sólo tres puntos de conexión: la "elevación", la fuerza salvadora y
el plan de Dios que tenía que cumplirse. Importancia especial tiene la
"elevación", palabra utilizada en doble sentido: elevación a la cruz y
elevación a la diestra del Padre. Por esta razón nosotros hubiéramos
preferido traducir el original por la palabra "exaltación". Juan ve en la
crucifixión -y no después de ella- el momento culminante de la vida de
Jesús, la "hora", de su glorificación. La "exaltación" es el tránsito de
Jesús del mundo al Padre, la Pascua.
La salvación viene del Hijo del Hombre exaltado en la cruz: "Cuando yo sea
levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí" (12, 32). Creemos que
es así, porque conocemos que éste es el plan de Dios, cuyo objetivo no es
otro que dar vida a los creyentes, glorificando con ello a su Hijo (17,2;
cfr. 13, 31s). El versillo debiera traducirse: "para que todo el que cree
tenga vida eterna en él".
El plan de salvación no tiene otro fundamento que el incomprensible amor de
Dios al "mundo", esto es, al mundo de los hombres, que habían quedado sin
"vida" por su culpa.
Llevado por su amor al mundo, Dios salta el abismo que nos separaba de él y
se aproxima a nosotros, para darnos lo que más quiere: su "único Hijo". Más
aún, entregando a su único Hijo a la muerte para que nosotros tengamos vida.
En esto se manifiesta que Dios es amor. El mejor comentario a este texto lo
hace Juan en su primera carta (4, 9s).
Se contrapone aquí "perdición" (o muerte) y "vida", lo mismo que en el
versillo siguiente "condenación" (o juicio) y "salvación".
El hombre sólo puede escapar de la perdición y de la condena, si, creyendo
en Jesucristo, recibe la vida y la salvación.
Dios envía a su hijo para salvar al mundo y no para condenarlo, Dios quiere
la salvación de todos los hombres, y Jesús es, como afirma la Samaritana, el
"salvador del mundo" (4, 42). Frente a cualquier dualismo de buenos y malos,
Dios ofrece a todos la salvación y no sólo a una minoría privilegiada.
El nombre del Hijo único de Dios es "Jesús", que significa "Dios salva".
Creer en el "nombre", es creer en la misión salvadora de Jesús. Dios quiere
la salvación de todos; si, no obstante, algunos se condenan es porque no
creen en el nombre de su hijo y rechazan la salvación.
Es característico de Juan lo que se ha llamado "escatología presente", esto
es, el considerar el juicio de Dios como algo que acontece ya cuando el
hombre resiste al Evangelio con su incredulidad; pues el que no cree, a sí
mismo se condena y se priva de la última oportunidad de alcanzar la vida.
Según esto, lo que llamamos "juicio final" no sería otra cosa que la
confirmación divina de aquella sentencia a la perdición y a la muerte.
Frente a las "tinieblas", que se presentan aquí como una personificación del
mal, se alza la "luz" que es el mismo Hijo de Dios en persona (1, 4s). La
venida de la "luz" al mundo denuncia la existencia de las "tinieblas" y,
aunque el hijo de Dios no viene a juzgar a nadie, su presencia establece
inevitablemente un juicio. La "luz" -y, por lo tanto, la proclamación del
evangelio- cuestiona a los hombres y les obliga a decidir entre la fe y la
salvación, o la incredulidad y la perdición. Muchos se deciden por la
incredulidad, porque sus obras no son buenas.
Se habla aquí de "hacer la verdad"; pues para Juan la verdad, lo mismo que
la mentira, no son dos teorías opuestas, sino dos modos contradictorios de
vivir. Los que obran perversamente se oponen a la verdad con la mentira de
su vida y esconden sus malas obras huyendo de la luz. En cambio, los que
hacen la verdad buscan la luz, para que se vean sus obras buenas.
(EUCARISTÍA 1988/13)
Aplicación: Emiliana Löhr - Jn/03/16: "Tanto amó Dios al mundo, que
le dio a su Hijo Unigénito".
¡Profundas palabras, en las que el alma debe abismarse! Dios da.
Este es el hecho fundamental de nuestra fe; sobre él descansa la revelación.
De Dios sólo sabemos que da; se nos da a Sí mismo.
Pues Dios no tiene algo, sino que El lo es todo. Si da, sólo puede darse a
Sí mismo; y con El se nos da ciertamente todo. En todo lo que recibimos como
don de la naturaleza o regalo de la gracia se da Dios a Si mismo. Y sólo en
la medida en que lo reconocemos, poseemos lo que nos es dado. Todo lo que
nos es dado puede sernos arrebatado de nuevo. Pero somos poseedores del don
en tanto que reconocemos a Dios como la fuente de lo que nos da.
Dios se convierte en don. Primero, dentro de su mismo Ser; pues al engendrar
a su Hijo, se da a Sí mismo. Y el Hijo, al reconocer y amar a su causa
generatriz, se vuelve a dar al Padre. La tercera persona divina, el Espíritu
vital que sopla y fluye por doquier, el Espíritu Santo, es don entre Padre e
Hijo. Pero el amor generoso de Dios sale de Sí mismo; en el Hijo se entrega
al mundo. El Padre "da al Hijo" para la encarnación, la pasión y la muerte;
para que su muerte borre los pecados del mundo, dejando en él lugar para
Dios, que se entrega al mundo.
Pero esto no basta; es preciso que los recipientes estén vacíos.
Cuando Dios se da, es demasiado grande para que un hombre pueda comprenderle
y poseerle. Es un don de tal categoría, que el mismo don nos concede la
gracia de recibirlo. Nuestra naturaleza, aunque creada a imagen de Dios, no
puede llegar a eso. Dios ha de dilatarla, elevarla. Más aún; ha de crearnos
de nuevo, ha de darnos parte en su propia vida divina, en su Espíritu, para
que nosotros podamos comprender y recibir lo que sobrepasa nuestra
naturaleza. Con los dones divinos nos otorga la fuerza, también divina, para
comprenderlos y guardarlos; la "virtus divina" que corresponde al "donum
Dei". Esta fuerza para recibir y guardar los dones, es ya parte del don
mismo, es un principio de la vida divina que ha de sernos dada; en una
palabra, es la fe, que se nos da como comienzo de la vida divina en nosotros
y cuya plenitud atrae sobre nosotros.
(EMILIANA LÖHR, EL AÑO DEL SEÑOR,EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO
II EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 208 s)
Aplicación:
Joaquim Gomis - La Cruz el Camino
Hoy interrumpimos las lecturas propias de los domingos ordinarios, ya que
celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa cruz, antigua fiesta que
este año cae en domingo. De ahí que los textos que hemos leído nos ofrezcan
una posibilidad de contemplar qué significa la cruz de JC. Y aunque el
tiempo más propio para esta contemplación sea la Cuaresma y la Pascua, y muy
especialmente la celebración del Viernes Santo (toda ella centrada en la
cruz gloriosa), creo que para cualquier cristiano es provechoso recordar el
sentido de la cruz. Por algo es el signo que preside nuestras reuniones; el
signo que desde pequeños nos enseñaron a hacer como distintivo y resumen de
nuestra fe; el signo que estará presente en el lugar de nuestra sepultura,
como afirmación de fe en la resurrección.
-LA CRUZ, CAMINO DE CADA DÍA (/Lc/09/23). Lo que acabamos de recordar puede
ayudarnos a situar nuestra reflexión: ¿qué representa esta presencia
constante del signo de la cruz en la vida del cristiano? ¿no querrá decir
que la realidad de la cruz también debe estar siempre presente? Presente no
sólo como un recuerdo o como un distintivo convencional -por ejemplo, la
cruz como una joya que adorna como podrían adornar unos pendientes-, ni
tampoco como si fuera una posibilidad de desgracia que siempre nos acecha
-aquello que expresa la frase popular al decir: "Dios le ha enviado una
buena cruz"-, sino la cruz como camino.
Lo escuchábamos en el evangelio del pasado domingo: "Quien no lleve su cruz
detrás de mí, no puede ser discípulo mío". No habla JC de acordarnos de su
cruz ni de convertirla en adorno o en objeto oficial ni se refiere a algún
hecho extraordinario en nuestra vida, sino que habla de algo para cada día.
Esto es la cruz como camino.
Esto es lo que significó para El la cruz. No un final desgraciado o
inesperado, sino la culminación de su camino. No hay rompimiento entre lo
que hizo antes y su cruz. JC llegó a la cruz precisamente porque era el
lugar adonde llevaba lo que El decía y hacía. La cruz -la incomprensión, la
persecución, la oposición- JC la halló desde el primer momento, pero no se
desvió en absoluto de su camino. JC no escoge la cruz, pero tampoco se
aparta de su camino aunque éste lleve a la cruz. Es un problema de fidelidad
a su decir la verdad, a su luchar por la justicia, a su darse a los
marginados y despreciados, a su combatir todo mal, toda trampa. Todo esto
-lo sabemos bien- significa cruz para cada día.
-LA CRUZ CAMINO DE VIDA. La presentación que las lecturas de hoy nos hablan
de la cruz, coincidían en acentuar su aspecto salvador. No nos hablaban de
la cruz como de un mal -aunque sea inevitable- sino de la cruz como un bien.
Y no por masoquismo de buscar el sufrimiento por el sufrimiento, sino por
fe: el cristiano participa de la convicción de JC y la convicción de JC es
que su camino de cruz es camino de vida. Aquí está al fondo de la cuestión.
La cruz no condena; la cruz salva. Es lo que hemos escuchado en el
evangelio: "Dios no mandó su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para
que el mundo se salve por él". Si nuestro cristianismo entiende y habla a
veces de la cruz como un mal, un castigo, una desgracia, ¿no será porque ha
comprendido poco qué es la Buena Noticia de JC? Aquí está el escándalo y por
eso la fe cristiana es fe (es decir, algo que nunca se podrá demostrar):
porque creemos que un camino de cruz puede ser camino de vida.
Reducir el camino a Cruz y negar que es camino de vida, es traicionar a JC.
Es convertir su Buena Noticia en un Triste Noticia.
-¿COMO? La cruz, camino de cada día. La cruz, camino de vida. pero imagino
que preguntaréis: bien, todo esto ¿qué significa en la realidad? ¿supone que
debe buscarse el sufrimiento como si fuera algo bueno? No se trata de eso.
De lo que se trata es de seguir a JC, de intentar vivir como El viviría
(evidentemente, en nuestras circunstancias, en nuestra realidad concreta).
Escoger un camino que ahora sea consecuente con lo que El nos enseñó: un
camino que, por ejemplo, sirva a la verdad y no a la mentira, al amor
generoso y no al egoísmo insolidario, a la justicia de cada día y no al
aprovecharse de los débiles, etc.., etc., etc.
Y con ello basta. Si hacemos esto, ninguno de nosotros necesitará buscar la
cruz: la encontrará sin buscarla. Cada día. Pero la encontrará como JC: como
un camino de vida, un camino que dará fruto.
Ahora, cuando bastantes actividades personales y comunitarias reemprenden
sus tareas, de cara al nuevo curso, será bueno tener presente todo eso. Es
necesario escoger bien el camino y saber por adelantado que si es el de JC,
será difícil. El cristiano no busca el sufrimiento, pero no puede rehuir la
dificultad. No puede ser miedoso ni fofo ni cansarse por los obstáculos que
deben superarse. El camino de vida es camino de cruz. ¿No es eso -hermanos-
lo que celebramos cada domingo en la Eucaristía?
(JOAQUIM GOMIS, MISA DOMINICAL 1980/17)
Aplicación: Árbol
del amor consumado
“La cruz, a secas, ni se ama ni se puede amar. Lo que sucede es que nadie
habla de la cruz a secas, sino de la cruz del Crucificado”, según Moltmann.
Tampoco nosotros celebramos la exaltación de cruz alguna a secas, pero, por
el Crucificado, celebramos el misterio de su cruz y, por él y por ella,
reflexionamos sobre las nuestras.
Desde entonces, el misterio de la cruz del Crucificado es nuestra señal, la
señal del cristiano, que nuestros mayores nos enseñaron a usar con
frecuencia. Lo aprendimos de san Pedro, cuando, en la mañana de Pentecostés,
entendió y proclamó quién era el que había estado con ellos, su vida, su
muerte y su resurrección. Y comprendió también por qué la muerte no había
triunfado sobre él, y, desde aquel mismo día, empezó a predicar por todas
partes, junto con sus compañeros, el nombre de Jesús y, como testimonio, la
señal de la cruz.
Dicen que en alguna de las últimas guerras se “peinaron“las informaciones y
las fotografías de las mismas. No es que no fueran verdaderas, sino que no
eran toda la verdad. Se decía también que una guerra sin muertos o con pocos
muertos o sin que se vieran los muertos, era más vendible. Esta puede ser la
gran tentación de nuestros días: que por aquello de la desacralización y el
empeño de convertir en “light” todas las bebidas fuertes, suavicemos la
cruz, la despojemos de sangre, la hagamos inteligible y hasta un tanto
aceptable para el mundo que nos rodea y, sin darnos cuenta, para nosotros
mismos.
Porque, desde que “la cruz fue escándalo para los judíos y locura para los
gentiles” (Cor 1,23), no nos puede extrañar el rechazo a la cruz, por
antiestética, indigna e inhumana. San Pablo en Atenas no se atrevió a
nombrar la cruz porque sabía lo escandalosa que resultaría para ellos. Un
Dios muerto en la cruz iba hasta contra las buenas costumbres; en la cruz
sólo morían los esclavos.
No obstante, nosotros celebramos la cruz, la exaltamos y, al hacerlo,
celebramos, exaltamos y adoramos al Crucificado. Y lo hacemos desconcertados
por el misterio, pero sin escandalizarnos, porque la sombra de la cruz se
proyecta no sólo sobre su muerte sino también, y sobre todo, sobre su
resurrección.
Árbol del amor consumado
Así se narra la tradición de esta fiesta cristiana: recuerda la recuperación
de la cruz en que murió Jesús de Nazaret. Había sido trasladada a Persia por
el rey Cosroes, como botín de guerra después de apoderarse de Jerusalén (a.
600) y matar en ella a muchos miles de cristianos. Catorce años después
Heraclio, rey de Constantinopla, persiguió y venció a Cosroes y entró
victorioso en Jerusalén, portando la cruz que había recuperado. Pero avisado
por el patriarca Zacarías de que esa marcha triunfal y lujosa no era
aceptable a los ojos de Dios, Heraclio se despojó de sus ricas vestiduras y
descalzo llevó en su hombro el sagrado madero y lo repuso en el monte
Calvario. Este hecho ocurrió el 14 de septiembre del año 614, y desde
entonces el pueblo cristiano celebra con toda solemnidad la fiesta de la
Exaltación de la Cruz.
Lectio Divina: Exaltación de la Santa Cruz - 14 de septiembre
La fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz nació en Jerusalén y se extendió
después por todo el Oriente, donde aún se celebra como la de la Pascua. El
13 de septiembre del año 335 fue consagrada la basílica de la Resurrección
mandada construir por Elena y Constantino y al día siguiente se recordó al
pueblo el significado profundo de la iglesia, mostrando lo que quedaba de la
cruz del Salvador. En Roma se conocía ya a comienzos del siglo VI la
existencia de una fiesta de la Santa Cruz como recuerdo de la recuperación
de la reliquia, pero sólo hacia mediados del siglo VII se empezó a mostrar
-el 14 de septiembre- el lignum crucis a la veneración del pueblo, como
signo e instrumento de salvación.
LECTIO
Primera lectura: Número 21,4b-9
"En aquellos días, el pueblo comenzó a impacientarse y a murmurar contra el
Señor y contra Moisés, diciendo:
-¿Por qué nos habéis sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto?
No hay pan ni agua, y estamos ya hartos de este pan tan liviano.
El Señor envió entonces contra el pueblo serpientes muy venenosas que los
mordían. Murió mucha gente de Israel, ' y el pueblo fue a decir a Moisés:
Hemos pecado al murmurar contra el Señor y contra ti. Pide al Señor que
aleje de nosotros las serpientes.
Moisés intercedió por el pueblo, y el Señor le respondió:
Hazte una serpiente de bronce, ponla en un asta y todos los que hayan sido
mordidos y la miren quedarán curados.
Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso en un asta. Cuando alguno era
mordido por una serpiente, miraba a la serpiente de bronce y quedaba
curado".
El autor del libro de los Números narra en los capítulos 20-21 las últimas
peripecias de los judíos en el desierto, antes de su entrada en la tierra
prometida. El pueblo murmura porque no tiene lo que desea; se rebela, no
soporta el cansancio del camino (v. 2) a causa del hambre ("estamos ya
hartos de este pan tan liviano") y de la sed (v. 5). Cegado por tales
molestias, no consigue reconocer el poder de Dios, ya no tiene fe en el
Señor; más aún, le consideran como alguien que envenena la vida. Dios
manifiesta su juicio de castigo respecto al pueblo enviando serpientes
venenosas (v. 6). Frente a la experiencia de la muerte, los judíos reconocen
el pecado cometido alejándose de Dios y piden perdón. Y como la serpiente
con su mordedura resultaba letal, así ahora su imagen de bronce puesta
encima de un asta se vuelve motivo de salvación física para todo el que
hubiera sido mordido.
El evangelio de Juan reconocerá en la serpiente de bronce levantada por
Moisés en el desierto la prefiguración profética del levantamiento del Hijo
del hombre crucificado.
Evangelio: Juan 3,13-17
"En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: '3 Nadie ha subido al cielo, a no
ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre. 14 Lo mismo que
Moisés levantó la serpiente de bronce en el desierto, el Hijo del hombre
tiene que ser levantado en alto, '5 para que todo el que crea en él tenga
vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. ' Dios no
envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo por medio de
él".
Los vv. 13-17 del evangelio de Juan forman parte del extenso discurso que
responde a la pregunta de Nicodemo y en el que pone de manifiesto la
necesidad de la fe para tener la vida eterna y escapar del juicio de
condena. Jesús, el Hijo del hombre (v. 13), procede del seno del Padre; es
el que "vino de allí" (v. 13), el único que ha visto a Dios y puede
comunicar su proyecto de amor, cuya realización se encuentra en el don del
Hijo unigénito. Jesús se compara con la serpiente de bronce (cf. Nm 21,4-9),
afirmando que el pleno cumplimiento de cuanto pasó en el desierto tendrá
lugar cuando él sea levantado en alto, es decir, en la cruz (v. 14), para la
salvación del mundo (v. 17). Todo el que le mire con fe, es decir, todo el
que crea que el Cristo crucificado es el Hijo de Dios, el salvador, tendrá
la vida eterna.
El hombre, al acoger en él el don del amor del Padre, pasa de la muerte del
pecado a la vida eterna. Sobre el fondo de este texto aparece el cuarto
canto del "Siervo de YHWI-1" (cf. Is 52,13ss), donde volvemos a encontrar
unidos los verbos "levantar" y "glorificar". Se comprende, por tanto, que
Juan quiere presentar la cruz, punto extremo de la ignominia, como cumbre de
la gloria.
MEDITATIO
Cada vez que leemos la Palabra de Dios crece en nosotros la certeza
de que Jesús da pleno cumplimiento a la historia del pueblo hebreo y a
nuestra historia: en efecto, no vino a abolir, sino a dar cumplimiento.
Jesús es aquel que ha bajado del cielo, aquel que conoce al Padre, que está
en íntima unión con él ("El Padre y yo somos uno": Jn 10,30), y ha sido
enviado por el Padre para revelar el misterio salvífico, el misterio de amor
que se realizará con su muerte en la cruz. Jesús crucificado es la
manifestación máxima de la gloria de Dios. Por eso, la cruz se convierte en
símbolo de victoria, de don, de salvación, de amor.
Todo lo que podamos entender con la palabra "cruz" -a saber: el dolor, la
injusticia, la persecución, la muerte- es incomprensible si lo miramos con
ojos humanos. Sin embargo, a los ojos de la fe y del amor aparece como medio
de configuración con aquel que nos amó primero. Así las cosas, ya no vivimos
el sufrimiento como un fin en sí mismo, sino que se convierte en
participación en el misterio de Dios, camino que nos conduce a la salvación.
Sólo si creemos en Cristo crucificado, es decir, si nos abrimos a la acogida
del misterio de Dios que se encarna y da la vida por toda criatura; sólo si
nos situamos frente a la existencia con humildad, libres de dejarnos amar
para ser a nuestra vez don para los hermanos, seremos capaces de recibir la
salvación: participaremos en la vida divina de amor.
Celebrar la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz significa tomar
conciencia en nuestra vida del amor de Dios Padre, que no ha dudado en
enviarnos a Cristo Jesús: el Hijo que, despojado de su esplendor divino y
hecho semejante a nosotros los hombres, dio su vida en la cruz por cada ser
humano, creyente o incrédulo (cf. Flp 2,6-11). La cruz se vuelve el espejo
en el que, reflejando nuestra imagen, podemos volver a encontrar el
verdadero significado de la vida, las puertas de la esperanza, el lugar de
la comunión renovada con Dios.
ORATIO
Oh cruz, inefable amor de Dios y gloria del cielo.
Cruz, salvación eterna; cruz, miedo de los réprobos.
Oh cruz, apoyo de los justos, luz de los cristianos,
por ti Dios encarnado se hizo esclavo en la tierra;
por medio de ti ha sido hecho en Dios rey en el cielo;
por ti ha salido la verdadera luz,
la noche maldita ha sido vencida.
Tú hiciste hundirse para los creyentes
el panteón de las naciones;
eres tú el alma de la paz
que une a los hombres en Cristo mediador.
Eres la escalera por la que el hombre sube al cielo.
Sé siempre para nosotros, tus fieles, columna y anda;
rige nuestra morada.
Que en la cruz se consolide nuestra fe,
que en ella se prepare nuestra corona.
(Paulino de Nola.)
CONTEMPLATIO
Elevándose, pues, a Dios a impulsos del ardor seráfico de sus deseos y
transformado por su tierna compasión en aquel que a causa de su extremada
caridad quiso ser crucificado: cierta mañana de un día próximo a la fiesta
de la Exaltación de la Santa Cruz, mientras oraba en uno de los flancos del
monte, vio bajar de lo más alto del cielo a un serafín que tenía seis alas
tan ígneas como resplandecientes. En vuelo rapidísimo avanzó hacia el lugar
donde se encontraba el varón de Dios, deteniéndose en el aire. Apareció
entonces entre las alas la efigie de un hombre crucificado, cuyas manos y
pies estaban extendidos a modo de cruz y clavados a ella. Dos alas se
alzaban sobre la cabeza, dos se extendían para volar y las otras dos
restantes cubrían todo su cuerpo.
Ante tal aparición, quedó lleno de estupor el santo y experimentó en su
corazón un gozo mezclado de dolor. Se alegraba, en efecto, con aquella
graciosa mirada con que se veía contemplado por Cristo bajo la imagen de un
serafín; pero, al mismo tiempo, el verlo clavado a la cruz era como una
espada de dolor compasivo que atravesaba su alma.
Estaba sumamente admirado ante una visión tan misteriosa, sabiendo que el
dolor de la pasión de ningún modo podía avenirse con la dicha inmortal de un
serafín. Por fin, el Señor le dio a entender que aquella visión le había
sido presentada así por la divina Providencia para que el amigo de Cristo
supiera de antemano que había de ser transformado totalmente en la imagen de
Cristo crucificado no por el martirio de la carne, sino por el incendio de
su espíritu.
Así sucedió, porque al desaparecer la visión dejó en su corazón un ardor
maravilloso, y no fue menos maravillosa la efigie de las seriales que
imprimió en su carne ("Leyenda mayor", en Fuentes franciscanas, versión
electrónica).
ACTIO
Repite a menudo y medita durante el día:
"El Hijo del hombre tiene que ser levantado en la cruz, para que todo el que
crea en él tenga vida eterna" (cf. Jn 3,14-15).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Jesús conquista a los hombres por la cruz, que se convierte en el
centro de atracción, de salvación para toda la humanidad. Quien no se rinde
a Cristo crucificado y no cree en él no puede obtener la salvación. El
hombre es redimido en el signo bendito de la cruz de Cristo: en ese signo es
bautizado, confirmado, absuelto. El primer signo que la Iglesia traza sobre
el recién nacido y el último con el que conforta y bendice al moribundo es
siempre el santo signo de la cruz.
No se trata de un gesto simbólico, sino de una gran realidad. La vida
cristiana nace de la cruz de su Señor, el cristiano es en-gendrado por el
Crucificado, y sólo adhiriéndose a la cruz de su Señor, confiando en los
méritos de su pasión, puede salvarse. Ahora bien, la fe en Cristo
crucificado debe hacernos dar otro paso. El cristiano, redimido por la cruz,
debe convencerse de que su misma vida debe estar marcada -y no sólo de una
manera simbólica- por la cruz del Señor, o sea, que debe llevar su impronta
viva. Si Jesús ha llevado la cruz y en ella se inmoló, quien quiera ser
discípulo suyo no puede elegir otro camino: es el único que conduce a la
salvación porque es el único que nos configura con Cristo muerto y
resucitado.
La consideración de la cruz nunca debe ser separada de la consideración de
la resurrección, que es su consecuencia y su epílogo supremo. El cristiano
no ha sido redimido por un muer-to, sino por un Resucitado de la muerte en
la cruz; por eso, el hecho de que Jesús llevara la cruz debe ser confortado
siempre con el pensamiento del Cristo crucificado y por el del Cristo
resucitado.
(G. di S. M. Maddalena, Intimitá divina, Roma 1980, pp. 342ss).
P. Carlos M. Buela, I.V.E. --Amar la Cruz de Cristo
Queridos hermanos y hermanas:
Ya que nos visitan tantos niños y niñas voy a tener que cambiar el sermón
para ellos, para que, por lo menos, les quede una idea.
Hoy celebramos la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. ¿Por qué? Porque
en la Cruz, ¿quién murió? Jesús. Y por eso la Cruz tiene una fuerza
particular, de manera especial contra el mal.
I
Voy a contar una historia. Es un hecho real. Había una gran actriz, en su
momento famosa, Eva Levallier. En la época -alguna de las personas mayores
recordará tal vez de haber oído, no porque la hayan conocido- de "La
Mistinguè". Fue una gran actriz -francesa también- que era famosa porque
tenía un coche descapotable en aquella época y resulta que murió manejando
el coche porque el chal que llevaba se enganchó con una rueda trasera del
auto y la ahorcó.
De esa época más o menos es lo que voy a contar. Se llamaba Eva Levallier.
Era muy hermosa. Pero ella notaba cuando se miraba al espejo -y todos los
días, como las artistas, se miraba al espejo- que se iba arrugando. La piel
se empieza a poner vieja.
Y entonces no se le ocurre mejor cosa que hacer un pacto con el diablo. Va a
una sesión espiritista y a través del médium hace pacto para seguir siendo
hermosa, seguir siendo joven.
Ojo que esto no es cosa de los que están dejando de ser jóvenes solamente.
Yo he tenido varios casos así de .... consecuencias a veces más que
funestas. Lo que pasa con algunos jóvenes cuando se ponen con el juego de la
"copa", o de la "guija", o las "tablitas". No hay que jugar con eso. Porque
es jugar con fuego y a veces puede ser fuego del infierno.
Bueno, ella hizo el pacto. Ese pacto normalmente se firma con sangre.
Pero, ella notaba que seguía envejeciendo, se seguía arrugando. Seguían las
arrugas. Se seguía poniendo vieja. Entonces va al espiritista, al médium y
cuando es el momento como de trance, increpa al diablo:
Le dice: -"¡Sos un mentiroso!". (El diablo siempre miente...siempre es
mentiroso) "¡Sos un mentiroso! Me prometiste que iba a conservar la belleza
y resulta que día a día la estoy perdiendo".
Y el otro le dice: "Lo que pasa es que hay fuerzas muy poderosas que te
defienden; ¡dejá de hacerte la señal de la Cruz cuando pasa un féretro!"
Un difunto, un muerto llevado al cementerio. Yo no sé los niños y las niñas
de hoy, no sé como se los educa, pero a nosotros mi abuela nos enseñó cuando
pasaba un difunto -en aquel entonces se lo llevaba en carroza tirada por
caballos- había que hacerse la señal de la Cruz y había que rezar un Ave
María por el difunto para que Dios tenga misericordia de él. Eso era una
cosa común. Bueno, ella (Eva Levallier) tenía esa costumbre, la tenía desde
niña.
Dice: -"¡Desde niña que me hago la señal de la Cruz cuando pasa un cadáver y
no puedo no hacerme la señal de la Cruz"
-"Bueno, vos no te podés dejar de hacer la señal de la Cruz, yo no te puedo
conservar hermosa".
Y así fue que de una manera maravillosa, Eva Levalier fue salvada de ese
pacto tremendo que nunca hay que hacer porque tiene consecuencias
peligrosas.
Pacto que finalmente el diablo quiso hacer con nuestro Señor Jesucristo
cuando le dice: "Si te arrodillas delante de mí, te daré todos los reinos de
la tierra". Es un pacto, es un trato. Jesucristo le dijo: "¡No!". Así hay
que hacer. Hay que decir: "¡No!". Y si un chico, una chica vienen con esas
cosas raras: "¡No!".
La Cruz tiene poder sobre las potencias del mal. Así se disfracen de la
manera que hoy día buscan disfrazarse. La Cruz es más poderosa.
¿Y por qué es más poderosa la Cruz? Por eso. Porque en la Cruz murió el Hijo
de Dios.
II
La Cruz también es poderosa para convertir.
Había un misionero. Gran predicador. Que tenía que predicar la misión en una
Parroquia, en un pueblo. Pero no era como esta Iglesia que de aquel lado
tiene libre y de este lado tiene libre. Sino que estaba pegada a otra casa
que era un galpón. Era una herrería. Y el herrero era enemigo de la
religión. Era enemigo de Jesucristo. Era enemigo de los sacerdotes.
Entonces resulta que el padre misionero se pone a predicar y del otro lado
el herrero, el que trabaja el hierro, agarró la masa y empezó a pegar sobre
el yunque. El yunque es esa barra de hierro donde se golpea el hierro que se
quiere doblar, de la forma que se quiere doblar. Y se pone eso que se quiere
al fuego y se lo golpea para que tome la forma que el herrero quiere. Así se
hacen las rejas, así se hacen algunas ventanas, así también se hacen esos
sillones de jardín.
Y entonces: "¡Pum, pum, pum, pum!". Cuando predicaba el misionero. No se
escuchaba nada. Se quedaba afónico el misionero. En aquella época no estaban
estos aparatitos (micrófonos). Se quedaba afónico, nadie entendía nada
porque sólo se escuchaba: "¡Pum, pum, pum, pum!".
El padre misionero que era un hombre muy santo, se decía: "Qué problema es
esto. ¿Cómo lo arreglo?". Se encomienda a la Virgen. Reza. Va luego a la
sacristía. Y ve que había un crucifijo en hierro. Estaba la Cruz. Y sobre la
Cruz, Cristo. Y en una de las manos de Cristo faltaba el clavo.
Entonces le dice al monaguillo que le había ayudado en la Misa: -"Mirá,
vení. Andá al vecino, al herrero y decile que me haga el favor de ponerle el
clavo en la mano que falta al Cristo".
Fue el niñito allí, llevó el Crucifijo de hierro. El herrero lo ve. Era el
único herrero del pueblo. Decir que no era demasiado feo. Se iba a enterrar
todo el mundo. Entonces, casi sin mirar, le pone a Cristo, en la mano, el
clavo que faltaba.
Llegó a la tarde, a la nochecita, el momento de la predicación misionera. El
misionero ya se estaba preparando para escuchar de vuelta los martillazos
contra el yunque. Nada. Silencio. Pudo predicar perfectamente. Al día
siguiente el herrero le manda el Cristo crucificado ya con el clavo. Y
cuando llega el momento de la misión lo ve entrar por detrás. Como hace la
gente sencilla con sombrero en mano, dándolo vueltas, mirando así con los
ojos gachos, pero levantándolos un poco. Mucho dar vuelta el sombrero, de la
vergüenza que tenía, porque había hecho mal al golpear con fuerza el yunque
para que la gente no escuchara el sermón.
Termina el sermón. Se acerca al misionero: "Padre, tengo que confesarme".
¡El poner el clavo en la Cruz de Cristo, en la mano de Cristo, le hizo tomar
conciencia de que Cristo había muerto por sus pecados! Por esos tantos
pecados que tenía, sobre todo esos pecados de oponerse a la religión de
Jesucristo que con tanto amor por nosotros murió en la Cruz.
III
Conozco muchos casos así.
Una de ellos nos enseña cómo la Cruz perdona nuestros pecados. Conozco el
caso de un crucifijo -todavía se conserva- en la Iglesia de santa Eulalia,
en la Isla de Mallorca, en Las Baleares.
Había un penitente que iba a confesarse a menudo. Siempre diciendo los
mismos pecados, siempre prometiendo arrepentirse ¡y nunca dejaba de cometer
los pecados! Entonces el sacerdote dice: "No, a este ya no le puedo dar la
absolución. No le puedo decir: 'Yo te perdono tus pecados'. No, porque no
tiene propósito de enmienda". Y se lo dice: "No puedo perdonarte los
pecados: vos no querés cambiar. Vos seguís siendo tonto. En vez de darte
cuenta que Jesús te está hablando, perdés el tiempo. En vez de darte cuenta
que Jesús te ama, sos un tonto. Así que yo no te doy la absolución".
Dentro del confesionario había un Cristo Crucificado. Y se escucha que ese
Cristo habla: "Yo te absuelvo de tus pecados", le dice Cristo. Y le dice al
sacerdote: "Yo morí por él. Yo derramé mi Sangre por él. ¿Vos que has hecho
por él?".
Lo que nos da a entender que la Misericordia de Dios, esa Misericordia que
brota de la Cruz de Cristo, es más grande que todo lo que nosotros podamos
pensar. De modo tal que jamás, nunca, nadie, puede desesperar de la
salvación de alguno por muy malo que sea. ¿Por qué? Porque el Hijo único de
Dios derramó su sangre en la Cruz por amor de todos y cada uno de nosotros.
IV
Por eso aprendamos en este día y siempre, a tener mucho amor a Jesús
Crucificado. Eso que dice San Pablo: "No quiero saber nada fuera de
Jesucristo Crucificado" en la Carta a los Corintios (2, 2). Y en la Carta a
los Gálatas: "Líbreme Dios de gloriarme fuera de la Cruz de Nuestro señor
Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo estoy
crucificado para el mundo" (6, 14).
De manera especial en este día pedimos por las Servidoras que con santo
orgullo llevan la Cruz de Matará que es su Santo Patrono, el Cristo
Crucificado de la Cruz de Matará. Para que siempre sepan abrazarse, amar y
no bajarse nunca de la Cruz. Porque como decía San Pablo, y lo vemos hoy día
tanto, desgraciadamente: "Porque muchos viven según os dije tantas veces, y
ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo" (Fil 3,
18).
Le pedimos esta gracia a la Virgen.
(CARLOS BUELA, Amar la cruz de Cristo)