Asunción de la Virgen María - Solemnidad: Comentarios de Sabios y Santos para ayudarnos en preparar la acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración
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comentarios a Las Lecturas de la solemnidad
Exégesis: José
María Solé Roma, C.F.M.
APOCALIPSIS 11, 19; 12, 1-6. 10: En el estilo apocalíptico de símbolos, y
visiones, San Juan nos propone sublimes enseñanzas teológicas. En las que
hoy leemos, los mariólogos y eclesiólogos, profundizarán sin cesar:
- El "Arca de la Alianza" era el símbolo de la presencia de Dios. En el N.
T. el Arca de la Alianza es María (19). En María es plenitud lo que en el
"Arca" era sólo figura. Sólo a María se le dice: "El Hijo que concebirás en
tu seno es el Hijo del Altísimo" (Lc 2, 22). El Trono de Dios es el Corazón
de María. En este Trono Dios se nos hace visible y adorable. Por María
tenemos los cielos abiertos. Y tenemos a Dios-con-nosotros: al Emmanuel:
Corruptionem sepulcri eam videre merito noluisti, quae Filium tuum vitae omnis,
auctorem, ineffabiliter de se genuit incarnatum (Praef.).
- El otro símbolo o "Signo" de la visión: La "Mujer" y el "Dragón" (1-6),
corresponden a la "Mujer" y "Serpiente" de Gn 3, 15. El Apocalipsis quiere
enseñarnos que la profecía Mesiánica del Génesis tiene pleno cumplimiento en
María Madre de Cristo. En María, a la que el Sol viste de luz y la Luna
sirve de peana; en María, cuya frente ciñen doce estrellas. Son símbolos que
indican que en María converge toda la gloria de los Patriarcas, y que Ella
personifica todas las esperanzas y promesas de Israel. Como igualmente
personifica, por ser Madre de Cristo y de la Iglesia, toda la gloria de la
Iglesia. La victoria sobre el Dragón que consigue el Hijo de la Mujer (8-10)
es igualmente victoria de la Mujer, su Madre. María, vencedora del Dragón;
María Inmaculada, Madre de Cristo, Corredentora, Asumpta.
- El v 10 nos indica cómo la victoria de Cristo y su Madre es también
nuestra victoria. Ya por siempre, tras la Pasión y Resurrección de Cristo,
el Dragón queda vencido, el pecado anulado, nuestra salvación asegurada.
Salvación que para que sea definitiva y plena debe también alcanzar a
nuestro cuerpo. Debemos ser partícipes de la Resurrección y Glorificación de
Cristo y María: In caelos hodie Deipara est assumpta,
Ecclesiae tuae consummanda est initium et imago (Praef.). La Iglesia tiene en la
Asumpta las primicias y el molde de su propia glorificación.
1 CORINTIOS 15, 20-26:
Por ley de analogía los mariólogos aplican a María cuanto aquí nos dice el
Apóstol acerca de la Resurrección de Cristo. A María le cumple en cuanto
Asociada a Cristo y a Él subordinada:- María Asociada a Cristo en la Pasión
lo es también en la Resurrección. Las "Primicias" de la Resurrección son
Cristo y su Madre, resucitados antes de la resurrección final universal.
Ahora en cada celebración eucarística nos asociamos al misterio Redentor:
Pasión y glorificación de Cristo. Es decir, se nos aplican mayores tesoros
de su Pasión y se nos prepara mayor participación en su Gloria. En la del
Redentor y en la de la Corredentora.- Igualmente podemos aplicar a María el
v 21: Por un hombre (y una mujer) vino la muerte; también por un Hombre (y
una Mujer), la Resurrección. María aporta a esta Resurrección universal los
méritos de Asociada a Cristo; y se nos presenta como el modelo según el cual
se realizará la glorificación de la Iglesia y de cada uno de los fieles:
"Entre tanto, la Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en
los cielos en cuerpo y alma es la imagen y principio de la Iglesia que ha de
ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el
Día del Señor, antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante, como signo
de esperanza segura y de consuelo" (L. G. 68). Nos antecede. Y su luz nos
guía. Y su amor nos guarda. Y su gloria es la que nosotros con ella
gozaremos en cuerpo y alma; como Ella, la Madre: Hodie Assumpta... ac populo
peregrinanti certa est spei et solatii documentum (Praef.).
- Por el misterio de su Resurrección y Asunción, María tiene ya la victoria
plena: Reina con Cristo y cumple sus oficios maternales para cuantos
esperamos aún la consumación (24-26). El Concilio, tras proclamar esta
victoria de María, nos da esta exhortación: "Mientras que la Iglesia en la
Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, los fieles, en cambio, aún se
esfuerzan en crecer en la santidad venciendo al pecado; y por esto levantan
sus ojos hacia María, que brilla ante la comunidad de los elegidos como
modelo de virtudes. Cierto, María, mientras es predicada y honrada, atrae a
los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio y hacia el amor del Padre" (L.
G. 64). Inmediatamente nos sentimos atraídos por Ella a la santidad,
conducidos a Cristo y al Padre: Beatissima V. M. in
coelum assumpta intercedente, corda nostra, caritati signe succensa, ad te,
Domine, jugiter aspirent (Super oblata).
- LUCAS 1-39-56:
El evangelista nos expone el hecho que es raíz y fuente de la glorificación
única de María:
- Ella, Madre del Hijo de Dios, es la verdadera "Arca" de Dios (Jn 1, 14).
Ante esta "Arca", Isabel exclama como David al trasladar el "arca" a
Jerusalén: " ¿Cómo viene a mí el Arca de Yahvé?" (Lc 1, 43 y 2 Sam 6; 9). El
salmista hace saltar al paso del "Arca" montes y collados (Sal 113, 4). En
el relato de la Visitación, el Bautista salta de gozo a presencia de María,
Arca de Dios (v 41).
- En los vv 46-55 María canta su agradecimiento por las maravillas obradas
en Ella por Dios (47-49); e igualmente por las que, mediante Ella, realizará
en todos les hombres (vv 50-55). Son las maravillas de la Redención. En ese
misterio de la Redención, Ella por ser Madre del Redentor, tiene privilegios
que la encumbran por encima de todos los redimidos; ya que por Ella nos
llegará a todos el Redentor y la Redención. Por eso nos antecede y supera
también en la Glorificación.
- Debemos unir nuestras voces filiales a su Magníficat y cantar al Señor que
tanto honró y glorificó a la que es su Madre y la nuestra. En la Fiesta de
hoy, sobre todo, honramos esta su máxima glorificación: "Finalmente, la
Virgen Inmaculada, terminado el curso de la vida terrena, en alma y cuerpo
fue asunta a la gloria celestial; y enaltecida por el Señor como Reina del
universo, para que se asemejara más plenamente a su Hijo, vencedor del
pecado y de la muerte" (LG 59)
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, pp. 300-303)
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Comentario Teológico: Antonio Royo Marín, O.P - La Asunción de la
Virgen María
Llegamos al coronamiento de los privilegios marianos: su gloriosa Asunción
en cuerpo y alma al cielo y su coronación en él como Reina y Señora de
cielos y tierra. La Asunción de María en cuerpo y alma al cielo es un dogma
de nuestra fe católica, expresamente definido por Pío XII hablando "Ex
cathedra", como veremos enseguida.
"Al término de su vida terrestre- escribe a este propósito Roschini- María
Santísima, por singular privilegio, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria-
gloria singularísima- del cielo. Mientras a todos los otros santos les
glorifica Dios al término de su vida terrena únicamente en cuanto al alma
(mediante la visión beatífica), y deben, por consiguiente, esperar al fin
del mundo para ser glorificados también en cuanto al cuerpo, María
Santísima,- y solamente Ella- fue glorificada cuanto al cuerpo y cuanto al
alma"
La Virgen María murió realmente para resucitar gloriosa poco tiempo después
(doctrina más probable y común)
La tradición cristiana. El testimonio de la tradición - sobre todo a partir
del siglo III- es abrumador a favor de la muerte de María. En la misma bula
Munificentissimus Deus, de Pío XII, se leen estas palabras, cuya importancia
excepcional a nadie puede ocultarse:
"Los fieles, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores; aprendieron
también de la Sagrada Escritura que la Virgen María, durante su
peregrinación terrena, llevó un vida llena de ocupaciones, angustias y
dolores, y que se verificó lo que el santo viejo Simeón había predicho: que
una agudísima espada le traspasaría el corazón a los pies de la cruz de su
divino Hijo, nuestro Redentor. Igualmente no encontrarán dificultad en
admitir que María hubiese muerto al mismo modo que su Unigénito. Pero esto
no les impidió creer y profesar abiertamente que su sagrado cuerpo no estuvo
sujeto a la corrupción del sepulcro y que no fue reducido a putrefacción y
cenizas el augusto tabernáculo del Verbo Divino". (Pío XII, Bula
Munificentissimus Deus, n° 7)
Notése la importancia de este texto. En la misma bula en la que Pio XII
define la Asunción de María enseña que los fieles- es decir, el pueblo
cristiano-, siguiendo las enseñanzas y guía de sus pastores- no han tenido
dificultad en admitir la muerte de María, con tal de preservarla de la
corrupción del sepulcro. Se trata, pues, del sentir de la Iglesia - pastores
y fieles-, que constituye un argumento de grandísimo peso, que algunos no
vacilan en proclamar de fe, porque es imposible que pastores y fieles se
equivoquen conjuntamente en una doctrina universalmente profesada por todos.
Son legión además, los sumos Pontífices que han enseñado expresamente la
muerte de María.
El dogma de la Asunción.
Como es sabido, el inmortal pontífice Pio XII, el día 1 de noviembre de1950,
en el atrio exterior de la Basílica Vaticana, rodeado de 36 cardenales, 555
patriarcas, arzobispos y obispos, de gran número de dignatarios
eclesiásticos y de una muchedumbre enardecida de entusiasmo que no bajaba
del millón de personas, definió solemnemente, con suprema autoridad
apostólica, el dogma de la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo. He
aquí las palabras mismas de la augusta definición:
" Después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces y de invocar la luz
del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la
Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal
de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para aumentar la gloria
de la misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, con la
autoridad de nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles
Pedro y Pablo y con la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser
dogma divinamente revelado que la inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen
María, terminado el curso de su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a
la gloria celestial"
Explicación teológica del dogma.
1° Es una exigencia de su Concepción Inmaculada. "Este privilegio- el de la
Asunción de María- resplandeció con nuevo fulgor desde que nuestro
predecesor Pio IX, de inmortal memoria, definió solemnemente el dogma de la
Inmaculada Concepción de la augusta Madre de Dios. Esos dos privilegios
están- en efecto- estrechamente unidos entre sí. Cristo, con su muerte,
venció la muerte y el pecado; y sobre el uno y sobre la otra reporta también
la victoria, en virtud de Cristo, todo aquel que ha sido regenerado
sobrenaturalmente por el bautismo. Pero, por ley general, Dios no quiere
conceder a los justos el pleno efecto de esa victoria sobre la muerto sino
cuando haya llegado el fin de los tiempos. Por eso también los cuerpos de
los justos se disuelven después de la muerte, y sólo en el último día
volverá a unirse cada uno con su propia alma gloriosa.
Pero de esta ley general quiso Dios que fuera exenta la bienaventurada
Virgen María. Ella, por privilegio del todo singular, venció al pecado con
su Concepción Inmaculada; por eso, no estuvo sujeta a la ley de permanecer
en la corrupción del sepulcro, ni tuvo que esperar la redención de su cuerpo
hasta el fin del mundo.
2° Es una exigencia moral de su excelsa dignidad de Madre de Dios y del amor
hacia Ella de su Divino Hijo. Oigamos de nuevo a Pio XII en la bula
Munificentissimus Deus, "Todas estas razones y consideraciones de los Santos
Padres y de los teólogos tienen como último fundamento la Sagrada Escritura,
la cual presenta a la excelsa Madre de Dios unida estrechamente a su Hijo y
siemprepartícipe de su suerte. De donde parece imposible imaginarse separada
de Cristo, si no con el alma, al menos con el cuerpo, después de esta vida,
a Aquella que le concibió, le dio la luz, le nutrió con su leche, le llevo
en sus brazos y le apretó a su pecho.
Desde el momento en que nuestro Redentor es hijo de María, ciertamente, como
observador perfectísimo de la divina ley que era, no podría menos de honrar,
además de al Eterno Padre, también a su amantísima Madre. Pudiendo, pues dar
a su Madre tanto honor al preservarla de la corrupción del sepulcro debe
saberse que lo hizo realmente"
3° Por su condición de nueva Eva y Corredentora de la Humanidad. Habla
nuevamente Pio XII a continuación de las palabras que acabamos de citar:
"Pero hay que recordar especialmente que desde el siglo II Maria Virgen es
presentada por los Santos Padres como nueva Eva, estrechamente unida al
nuevo Adán, si bien sujeta a Él, en aquella lucha contra el enemigo
infernal, que, como fue preanunciado en el Protoevangelio( Gn 3, 15), había
de terminar con la plenísima victoria sobre el pecado y sobre la muerte,
siempre unidos en los escritos del Apóstol de las Gentes ( Cf. Rm 5. 6; I
Cor 15, 21-26; 54-57) Por signo final de esta victoria, así también para
María la común lucha debía concluir con la glorificación de su cuerpo
virginal; porque, como dice el Apóstol, cuando… este cuerpo mortal sea
revestido de inmortalidad, entonces sucederá lo que fue escrito: la muerte
fue absorbida por la victoria. ( ICor 15, 54).
4° Por el conjunto de sus demás privilegios excepcionales. Pio XII añade a
los citados argumentos el siguiente magnífico párrafo, que resume y
compendia los sublimes privilegios de María, que estaban pidiendo el
coronamiento de su gloriosa asunción en cuerpo y alma al cielo: "De tal modo
que la augusta Madre de Dios, misteriosamente unida a Jesucristo desde toda
la eternidad con un mismo decreto de predestinación, inmaculada en su
concepción, virgen sin mancha en su divina maternidad, generosa socia del
divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sobre sus
consecuencias, al fin, como supremo coronamiento de sus privilegios, fue
preservada de la corrupción del sepulcro, y, vencida la muerte, como antes
por su Hijo, fue elevada en alma y cuerpo a la gloria del cielo, donde
resplandece como Reina a la diestra de su Hijo, Rey inmortal de los siglos.
( cf. I Tm 1, 17)
(Royo Marín, Antonio,La Virgen María, Ed. BAC, Madrid, 1958, pág. 203ss.
Todos los derechos reservados)
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Aplicación: Papa
Francisco - La Asunción
Queridos hermanos y hermanas
El Concilio Vaticano II, al final de la Constitución sobre la Iglesia, nos
ha dejado una bellísima meditación sobre María Santísima. Recuerdo solamente
las palabras que se refieren al misterio que hoy celebramos. La primera es
ésta: "La Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de pecado
original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada en cuerpo
y alma a la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del
universo" (n. 59). Y después, hacia el final, ésta otra: "La Madre de Jesús,
glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la
Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo,
hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha,
como señal de esperanza cierta y de consuelo" (n. 68). A la luz de esta
imagen bellísima de nuestra Madre, podemos considerar el mensaje que
contienen las lecturas bíblicas que hemos apenas escuchado. Podemos
concentrarnos en tres palabras clave: lucha, resurrección, esperanza.
El pasaje del Apocalipsis presenta la visión de la lucha entre la mujer y el
dragón. La figura de la mujer, que representa a la Iglesia, aparece por una
parte gloriosa, triunfante, y por otra con dolores. Así es en efecto la
Iglesia: si en el Cielo ya participa de la gloria de su Señor, en la
historia vive continuamente las pruebas y desafíos que comporta el conflicto
entre Dios y el maligno, el enemigo de siempre. En esta lucha que los
discípulos de Jesús han de sostener - todos nosotros, todos los discípulos
de Jesús debemos sostener esta lucha -, María no les deja solos; la Madre de
Cristo y de la Iglesia está siempre con nosotros. Siempre camina con
nosotros, está con nosotros. También María participa, en cierto sentido, de
esta doble condición. Ella, naturalmente, ha entrado definitivamente en la
gloria del Cielo. Pero esto no significa que esté lejos, que se separe de
nosotros; María, por el contrario, nos acompaña, lucha con nosotros,
sostiene a los cristianos en el combate contra las fuerzas del mal. La
oración con María, en especial el Rosario - pero escuchadme con atención: el
Rosario. ¿Vosotros rezáis el Rosario todos los días? No creo [la gente
grita: Sí] ¿Seguro? Pues bien, la oración con María, en particular el
Rosario, tiene también esta dimensión "agonística", es decir, de lucha, una
oración que sostiene en la batalla contra el maligno y sus cómplices.
También el Rosario nos sostiene en la batalla.
La segunda lectura nos habla de la resurrección. El apóstol Pablo,
escribiendo a los corintios, insiste en que ser cristianos significa creer
que Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos. Toda nuestra
fe se basa en esta verdad fundamental, que no es una idea sino un
acontecimiento. También el misterio de la Asunción de María en cuerpo y alma
se inscribe completamente en la resurrección de Cristo. La humanidad de la
Madre ha sido "atraída" por el Hijo en su paso a través de la muerte. Jesús
entró definitivamente en la vida eterna con toda su humanidad, la que había
tomado de María; así ella, la Madre, que lo ha seguido fielmente durante
toda su vida, lo ha seguido con el corazón, ha entrado con él en la vida
eterna, que llamamos también Cielo, Paraíso, Casa del Padre.
María ha conocido también el martirio de la cruz: el martirio de su corazón,
el martirio del alma. Ha sufrido mucho en su corazón, mientras Jesús sufría
en la cruz. Ha vivido la pasión del Hijo hasta el fondo del alma. Ha estado
completamente unida a él en la muerte, y por eso ha recibido el don de la
resurrección. Cristo es la primicia de los resucitados, y María es la
primicia de los redimidos, la primera de "aquellos que son de Cristo". Es
nuestra Madre, pero también podemos decir que es nuestra representante, es
nuestra hermana, nuestra primera hermana, es la primera de los redimidos que
ha llegado al cielo.
El evangelio nos sugiere la tercera palabra: esperanza. Esperanza es la
virtud del que experimentando el conflicto, la lucha cotidiana entre la vida
y la muerte, entre el bien y el mal, cree en la resurrección de Cristo, en
la victoria del amor. Hemos escuchado el Canto de María, el Magníficat es el
cántico de la esperanza, el cántico del Pueblo de Dios que camina en la
historia. Es el cántico de tantos santos y santas, algunos conocidos, otros,
muchísimos, desconocidos, pero que Dios conoce bien: mamás, papás,
catequistas, misioneros, sacerdotes, religiosas, jóvenes, también niños,
abuelos, abuelas, estos han afrontado la lucha por la vida llevando en el
corazón la esperanza de los pequeños y humildes. María dice: "Proclama mi
alma la grandeza del Señor", hoy la Iglesia también canta esto y lo canta en
todo el mundo. Este cántico es especialmente intenso allí donde el Cuerpo de
Cristo sufre hoy la Pasión. Donde está la cruz, para nosotros los cristianos
hay esperanza, siempre. Si no hay esperanza, no somos cristianos. Por esto
me gusta decir: no os dejéis robar la esperanza. Que no os roben la
esperanza, porque esta fuerza es una gracia, un don de Dios que nos hace
avanzar mirando al cielo. Y María está siempre allí, cercana a esas
comunidades, a esos hermanos nuestros, camina con ellos, sufre con ellos, y
canta con ellos el Magníficat de la esperanza.
Queridos hermanos y hermanas, unámonos también nosotros, con el corazón, a
este cántico de paciencia y victoria, de lucha y alegría, que une a la
Iglesia triunfante con la peregrinante, nosotros; que une el cielo y la
tierra, que une nuestra historia con la eternidad, hacia la que caminamos.
Amén
(Santo Padre Francisco, Solemnidad de la Asunción de la Virgen María,
Castelgandolfo, 15 de agosto de 2013)
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Aplicación:
Benedicto XVI - Asunción
Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:
Ante todo, os saludo cordialmente a todos. Para mí es una gran alegría
celebrar la misa en el día de la Asunción de la Virgen María en esta hermosa
iglesia parroquial. Saludo al cardenal Sodano, al obispo de Albano, a todos
los sacerdotes, al alcalde y a todos vosotros. Gracias por vuestra
presencia. La fiesta de la Asunción es un día de alegría. Dios ha vencido.
El amor ha vencido. Ha vencido la vida. Se ha puesto de manifiesto que el
amor es más fuerte que la muerte, que Dios tiene la verdadera fuerza, y su
fuerza es bondad y amor.
María fue elevada al cielo en cuerpo y alma: en Dios también hay lugar para
el cuerpo. El cielo ya no es para nosotros una esfera muy lejana y
desconocida. En el cielo tenemos una madre. Y la Madre de Dios, la Madre del
Hijo de Dios, es nuestra madre. Él mismo lo dijo. La hizo madre nuestra
cuando dijo al discípulo y a todos nosotros: "He aquí a tu madre". En el
cielo tenemos una madre. El cielo está abierto; el cielo tiene un corazón.
En el evangelio de hoy hemos escuchado el Magníficat, esta gran poesía que
brotó de los labios, o mejor, del corazón de María, inspirada por el
Espíritu Santo. En este canto maravilloso se refleja toda el alma, toda la
personalidad de María. Podemos decir que este canto es un retrato, un
verdadero icono de María, en el que podemos verla tal cual es.
Quisiera destacar sólo dos puntos de este gran canto. Comienza con la
palabra Magníficat: mi alma "engrandece" al Señor, es decir, proclama que el
Señor es grande. María desea que Dios sea grande en el mundo, que sea grande
en su vida, que esté presente en todos nosotros. No tiene miedo de que Dios
sea un "competidor" en nuestra vida, de que con su grandeza pueda quitarnos
algo de nuestra libertad, de nuestro espacio vital. Ella sabe que, si Dios
es grande, también nosotros somos grandes. No oprime nuestra vida, sino que
la eleva y la hace grande: precisamente entonces se hace grande con el
esplendor de Dios.
El hecho de que nuestros primeros padres pensaran lo contrario fue el núcleo
del pecado original. Temían que, si Dios era demasiado grande, quitara algo
a su vida. Pensaban que debían apartar a Dios a fin de tener espacio para
ellos mismos. Esta ha sido también la gran tentación de la época moderna, de
los últimos tres o cuatro siglos. Cada vez más se ha pensado y dicho: "Este
Dios no nos deja libertad, nos limita el espacio de nuestra vida con todos
sus mandamientos. Por tanto, Dios debe desaparecer; queremos ser autónomos,
independientes. Sin este Dios nosotros seremos dioses, y haremos lo que nos
plazca".
Este era también el pensamiento del hijo pródigo, el cual no entendió que,
precisamente por el hecho de estar en la casa del padre, era "libre". Se
marchó a un país lejano, donde malgastó su vida. Al final comprendió que, en
vez de ser libre, se había hecho esclavo, precisamente por haberse alejado
de su padre; comprendió que sólo volviendo a la casa de su padre podría ser
libre de verdad, con toda la belleza de la vida.
Lo mismo sucede en la época moderna. Antes se pensaba y se creía que,
apartando a Dios y siendo nosotros autónomos, siguiendo nuestras ideas,
nuestra voluntad, llegaríamos a ser realmente libres, para poder hacer lo
que nos apetezca sin tener que obedecer a nadie. Pero cuando Dios
desaparece, el hombre no llega a ser más grande; al contrario, pierde la
dignidad divina, pierde el esplendor de Dios en su rostro. Al final se
convierte sólo en el producto de una evolución ciega, del que se puede usar
y abusar. Eso es precisamente lo que ha confirmado la experiencia de nuestra
época.
El hombre es grande, sólo si Dios es grande. Con María debemos comenzar a
comprender que es así. No debemos alejarnos de Dios, sino hacer que Dios
esté presente, hacer que Dios sea grande en nuestra vida; así también
nosotros seremos divinos: tendremos todo el esplendor de la dignidad divina.
Apliquemos esto a nuestra vida. Es importante que Dios sea más amplio, más rico.
Una segunda reflexión. Esta poesía de María -el Magníficat- es totalmente
original; sin embargo, al mismo tiempo, es un "tejido" hecho completamente
con "hilos" del Antiguo Testamento, hecho de palabra de Dios. Se puede ver
que María, por decirlo así, "se sentía como en su casa" en la palabra de
Dios, vivía de la palabra de Dios, estaba penetrada de la palabra de Dios.
En efecto, hablaba con palabras de Dios, pensaba con palabras de Dios; sus
pensamientos eran los pensamientos de Dios; sus palabras eran las palabras
de Dios. Estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan
buena; por eso irradiaba amor y bondad. María vivía de la palabra de Dios;
estaba impregnada de la palabra de Dios. Al estar inmersa en la palabra de
Dios, al tener tanta familiaridad con la palabra de Dios, recibía también la
luz interior de la sabiduría. Quien piensa con Dios, piensa bien; y quien
habla con Dios, habla bien, tiene criterios de juicio válidos para todas las
cosas del mundo, se hace sabio, prudente y, al mismo tiempo, bueno; también
se hace fuerte y valiente, con la fuerza de Dios, que resiste al mal y
promueve el bien en el mundo.
Así, María habla con nosotros, nos habla a nosotros, nos invita a conocer la
palabra de Dios, a amar la palabra de Dios, a vivir con la palabra de Dios,
a pensar con la palabra de Dios. Y podemos hacerlo de muy diversas maneras:
leyendo la sagrada Escritura, sobre todo participando en la liturgia, en la
que a lo largo del año la santa Iglesia nos abre todo el libro de la sagrada
Escritura. Lo abre a nuestra vida y lo hace presente en nuestra vida.
Pero pienso también en el Compendio del Catecismo de la Iglesia católica,
que hemos publicado recientemente, en el que la palabra de Dios se aplica a
nuestra vida, interpreta la realidad de nuestra vida, nos ayuda a entrar en
el gran "templo" de la palabra de Dios, a aprender a amarla y a
impregnarnos, como María, de esta palabra. Así la vida resulta luminosa y
tenemos el criterio para juzgar, recibimos bondad y fuerza al mismo tiempo.
María fue elevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, y con Dios es
reina del cielo y de la tierra. ¿Acaso así está alejada de nosotros? Al
contrario. Precisamente al estar con Dios y en Dios, está muy cerca de cada
uno de nosotros. Cuando estaba en la tierra, sólo podía estar cerca de
algunas personas. Al estar en Dios, que está cerca de nosotros, más aún, que
está "dentro" de todos nosotros, María participa de esta cercanía de Dios.
Al estar en Dios y con Dios, María está cerca de cada uno de nosotros,
conoce nuestro corazón, puede escuchar nuestras oraciones, puede ayudarnos
con su bondad materna. Nos ha sido dada como "madre" -así lo dijo el Señor-,
a la que podemos dirigirnos en cada momento. Ella nos escucha siempre,
siempre está cerca de nosotros; y, siendo Madre del Hijo, participa del
poder del Hijo, de su bondad. Podemos poner siempre toda nuestra vida en
manos de esta Madre, que siempre está cerca de cada uno de nosotros. En este
día de fiesta demos gracias al Señor por el don de esta Madre y pidamos a
María que nos ayude a encontrar el buen camino cada día. Amén
(Homilía de Benedicto XVI en la Misa de la Solemnidad de la Asunción de María
- 2005 - Lunes 15 de agosto de 2005)
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Aplicación: San Alfonso María de Ligorio - Asunción de María
Parecería justo que la Iglesia, en este día de la Asunción de María en
cuerpo y alma al cielo, nos invitara a llorar más que a la alegría, ya que
nuestra dulce madre se va de esta tierra y nos deja privados de su amada
presencia; como decía san Bernardo: "Parece que más que aplaudir debemos
llorar". Pero no, la santa Iglesia nos invita al júbilo: "Alegraos todos en
el Señor al celebrar este día en honor de santa María Virgen". Y con toda
razón, porque si amamos a ésta nuestra madre, debemos congratularnos más de
su gloria que de nuestro consuelo personal. ¿Qué hijo no se alegraría,
aunque tuviera que separarse de su madre, si supiera que ésta va a tomar
posesión de un reino? Hoy María va a ser coronada reina del cielo, ¿cómo no
celebrar la fiesta si verdaderamente la amamos? Alegrémonos todos,
alegrémonos". Y para que más gocemos con su exaltación, consideremos:
1) Glorioso triunfo de María al entrar en el cielo.
2) Excelso es el trono al que fue sublimada en la gloria.
PUNTO 1º
1. María, recibida por Jesucristo Después que Jesucristo nuestro Salvador
hubo cumplido la obra de la redención con su muerte, anhelaban los ángeles
tenerlos consigo en su patria del cielo, por lo que continuamente le rogaban
con las palabras de David: "Levántate, Señor, ven a tu descanso, tú y el
arca de la santificación" (Sal 131, 8). Señor, ya que has redimido a los
hombres, ven a tu reino con nosotros y trae contigo el arca viva de tu
santificación que es tu santa Madre, arca santificada por ti al habitar en
su seno. San Bernardino habla así: Que suba María tu Madre santísima,
santificada por tu concepción. Quiso el Señor complacer a los santos del
cielo llamando a María al paraíso. Él quiso que el arca de la Alianza
entrara con gran pompa en la ciudad de David: "David y toda la casa de
Israel llevaban el arca del testamento del Señor con júbilo y entre clamor
de trompetas" (1R 6, 14). Con cuánto mayor pompa y esplendor dispuso Dios
que su Madre entrara en el paraíso. El profeta Elías fue llevado al cielo en
un carro de fuego que, según los comentaristas no fue sino un grupo de
ángeles que se lo llevaron de la tierra. Pero para conducir al cielo a
María, dice el abad Ruperto, no bastó un grupo de ángeles, sino que vino a
acompañarla el mismo rey del cielo con toda su corte celestial.
Del mismo sentir es san Bernardino de Siena al decir que Jesucristo, para
hacer más honroso el triunfo de María, él mismo salió a su encuentro para
acompañarla. Tanto es así, al decir de san Anselmo, que el Redentor quiso
subir al cielo antes que María no sólo para prepararle el trono en el
paraíso, sino también para hacer más gloriosa su entrada en el cielo al
verse acompañada de él mismo y de todos los bienaventurados.
San Pedro Damián, contemplando el esplendor de la Asunción de María al
cielo, dice que, en cierto modo, es más gloriosa que la Ascensión de
Jesucristo, porque sólo los ángeles salieron al encuentro de Jesucristo,
pero la Virgen fue asunta al cielo en compañía del Señor de la gloria y de
toda la bienaventurada compañía de los ángeles y de los santos.
El abad Guérrico pone en labios del Verbo de Dios estas palabras: Yo, por
dar gloria a mi Padre, bajé del cielo a la tierra; pero después, para
glorificar a mi Madre santísima, subí de nuevo al cielo para poder así salir
a su encuentro y acompañarla al paraíso.
Consideremos ya cómo viene el Salvador desde el cielo al encuentro de María
y le dice para consolarla: "Levántate, apresúrate, amiga mía, paloma mía, y
ven, que ya ha pasado el invierno" (Ct 2, 10). Ven, querida Madre mía, mi
hermosa y pura paloma; deja este valle de lágrimas en que tanto has sufrido
por amor mío: "Ven del Líbano, esposa mía; ven del Líbano y serás coronada"
(Ct 4, 8). Ven en cuerpo y alma a disfrutar del premio de tu santa vida. Si
mucho has sufrido en la tierra, sin comparación mayor es la gloria que te
tengo preparada en el cielo. Ven a sentarte a mi lado, ven a recibir la
corona que te daré como reina del universo.
2. María deja la tierra y entra en el cielo
Ya María deja la tierra, y al recordar la muchedumbre de gracias que en ella
recibió, la mira con afecto y compasión al mismo tiempo, pues allí deja a
tantos pobres hijos suyos entre tantas miserias y tantos peligros. He aquí
que Jesús le tiende la mano y la Madre santísima se eleva de la tierra y
traspasa las nubes y las esferas siderales. He aquí que llega a las puertas
del cielo. Cuando los reyes van a tomar posesión de su reino no pasan bajo
las puertas de la ciudad, sino que éstas se abajan para que pasen sobre
ellas. Por eso, como los ángeles decían cuando Jesucristo entró en el cielo:
"Puertas, levantad vuestros dinteles: alzaos, portones antiguos, para que
entre el rey de la gloria" (Sal 23, 7), así también ahora, cuando va María a
tomar posesión de su reino del cielo, los ángeles que le acompañan gritan a
los que están dentro: Levantad, príncipes, las puertas y elevaos portones de
la eternidad, que va a entrar la reina del cielo.
Ya entra María en la patria bienaventurada, y al verla tan hermosa y
agraciada los espíritus bienaventurados, al decir de Orígenes, preguntan a
una voz a los que vienen de fuera: "¿Quién es ésta que sube del desierto
rebosando en delicias, apoyada en su amado?" (Ct 8, 5). ¿Quién es esta
criatura tan hermosa que viene del desierto de la tierra, lugar de espinas y
abrojos, pero ella tan pura y llena de virtudes apoyada en su amado Señor,
que se digna él mismo acompañarla con tantos honores? ¿Quién es? Y responden
los ángeles que la acompañan: Esta es la Madre de nuestro rey y nuestra
reina, la bendita entre todas las mujeres, la llena de gracia, la santa
entre los santos, la amada de Dios, la inmaculada, la paloma, la más bella
de todas las criaturas. Y entonces todos los bienaventurados espíritus, a
una voz, comienzan a enaltecerla y celebrarla mejor que los hebreos a Judit,
exclamando: "Tú eres la gloria de Jerusalén, tú la alegría de Israel, tú la
honra de nuestro pueblo" (Jdt 15, 10). Señora y reina nuestra, tú eres la
gloria del paraíso, la alegría de nuestra patria, tú eres el honor de todos
nosotros; seas siempre bienaventurada, siempre bendita; he aquí nuestra
reina; todos nosotros somos tus vasallos prontos a obedecerte.
3. María recibe la bienvenida de ángeles y santos
Luego vienen a saludarle y darle la bienvenida como a su reina todos los
santos que estaban en el paraíso. Llegan las santas vírgenes: "Las doncellas
que la ven la felicitan" (Ct 6, 9). Nosotras, le dicen, beatísima señora,
somos reinas aquí; pero tú eres nuestra reina porque has sido la primera en
darnos el gran ejemplo de consagrar a Dios nuestra virginidad; todas
nosotras te bendecimos y agradecemos. Vienen a saludarla como a su reina los
mártires, porque con su constancia en los dolores de la pasión de su Hijo
les había enseñado y conseguido con sus méritos la fortaleza para dar la
vida por la fe. Llega el apóstol Santiago, que es el primero de los
apóstoles que ya se encuentra en el cielo, a agradecerle de parte de todos
los apóstoles la ayuda y fortaleza que les había otorgado en la tierra.
Vienen los profetas a saludarla, y le dicen jubilosos: Señora, tú eres la
anunciada en nuestros vaticinios. Llegan los santos patriarcas y la saludan
con estas palabras: María, tú has sido nuestra esperanza por la que
suspiramos durante tanto tiempo. Y con sumo afecto se acercan los primeros
padres, Adán y Eva, y así le hablan: Amada hija, tú has reparado el daño que
nosotros habíamos hecho a todos los humanos; tú has obtenido de nuevo para
el mundo aquella bendición que nosotros perdimos por nuestra culpa; por ti
nos hemos salvado: que seas bendita para siempre.
Viene a postrarse a sus plantas el santo Simeón y le recuerda con júbilo el
día en que recibió de sus manos al niño Jesús. Llegan Zacarías e Isabel,
quienes le agradecen de nuevo aquella visita que les hizo a su casa con
tanto amor y humildad y por la cual recibieron inmensos tesoros de gracias.
Y se presenta san Juan Bautista con el mayor afecto para agradecerle por
haberlo santificado en el seno de su madre con sólo pronunciar su saludo.
¿Y qué decir cuando vienen a saludarla sus padres tan queridos, san Joaquín
y santa Ana? Con qué ternura le bendicen, diciendo: Amada hija, qué fortuna
la nuestra al haber tenido semejante hija. Ahora tú eres nuestra reina
porque eres la Madre de nuestro Dios; como a tal reina te saludamos y
honramos. Pero ¿quién puede comprender el afecto con que viene a saludarla
su amado esposo José? ¿Quién podrá explicar la alegría que experimenta el
santo patriarca al contemplar a su esposa santa en el cielo con semejante
triunfo y constituida reina de todo el paraíso? Con qué ternura le dice:
Señora y esposa mía, ¿cómo podré jamás agradecer como es debido a nuestro
Dios por hacerme el esposo de la que es la Madre de Dios? Gracias a ti
merecí en la tierra asistir al Verbo encarnado durante su infancia, haberlo
tenido tantas veces en mis brazos y recibido tantas gracias especiales. He
aquí a nuestro Jesús; consolémonos porque ahora ya no yace en un establo
sobre la paja como, lo vimos nacido en Belén; ya no vive pobre ni
despreciado en el taller, como vivió en tiempos con nosotros en Nazaret; ya
no está clavado en un patíbulo infame, donde murió por la salvación del
mundo en Jerusalén; sino que ahora está sentado a la diestra del Padre como
rey y señor del cielo y de la tierra. Y ahora nosotros, reina mía, no nos
separaremos de sus sagradas plantas, bendiciéndole y amándole para siempre.
Todos los ángeles se apresuraron a ir a saludarla, y ella, la excelsa reina,
a todos les agradece su asistencia en la tierra; da las gracias
especialmente al arcángel san Gabriel, que fue el afortunado embajador que
le trajo el anuncio más venturoso, pues vino a decirle que era la elegida
para Madre de Dios. Y la humilde y santa Virgen adora la divina Majestad y,
abismada en el conocimiento de su pequeñez, le agradece todas las gracias
que le había otorgado por sola bondad y especialmente la de haberle hecho
Madre del Verbo eterno. Comprenda quien sea capaz con qué amor la bendicen
las tres personas divinas. Comprendan la acogida que le hace el Padre eterno
a su hija, el Hijo a su madre, el Espíritu Santo a su esposa. El Padre la
corona haciéndola partícipe de su poder, el Hijo haciéndola compartir su
sabiduría y el Espíritu Santo haciéndola partícipe de su amor.
Y las tres divinas personas al mismo tiempo, colocando su trono a la diestra
del de Jesús, la proclaman reina universal del cielo y de la tierra y
ordenan a los ángeles y a todas las criaturas que la reconozcan por su
soberana y la obedezcan.
Y ahora pasemos a considerar cuán excelso fue el trono a que María fue
sublimada en la gloria.
PUNTO 2º
1. María en trono excelso
La mente humana, dice san Bernardo, no puede llegar a comprender la gloria
inmensa que Dios tiene preparada en el cielo a los que lo han amado en la
tierra, como lo dice el apóstol: Siendo esto así, ¿quién llegará a
comprender lo que Dios tiene preparado para la que lo engendró? ¿Para su
amada Madre que lo amó en la tierra más que todos los hombres; más aún: que
desde el primer momento de su existencia lo amó más que todos los hombres y
ángeles juntos? Con razón canta la Iglesia que habiendo María amado a Dios
más que todos los ángeles, ha sido exaltada sobre todos los coros de los
ángeles en los reinos celestiales. Sí, dice el abad Guillermo; exaltada
sobre ellos, de modo que sobre ella sólo está colocado el Hijo de Dios.
Por eso afirma el doctor Gerson que, distinguiéndose los ángeles y los
hombres en tres jerarquías, como enseña el Angélico, María constituye en el
cielo una jerarquía aparte, la más sublime de todas y la siguiente a Dios. Y
como se distingue la señora de los siervos, dice san Agustín,
incomparablemente mayor es la exaltación y mayor la gloria de María que la
de los ángeles. Y para comprenderlo basta oír a David: "A tu diestra una
reina con oro de Ofir" (Sal 44, 10); lo cual, referido a María, como dice
san Atanasio, significa que María está colocada a la diestra de Dios.
Las acciones de María, comenta san Ildefonso, superan especial y singular su
gloria en el cielo.
2. María recibe gloria perfecta La gloria de María, afirma un docto autor,
fue una gloria plena, cumplida, a diferencia de la que poseen en el cielo
los demás santos. Es verdad que en la gloria todos los bienaventurados gozan
de perfecta paz y pleno contento; con todo, siempre será verdad que ninguno
de ellos goza de la gloria que hubiera podido merecer si hubiera servido y
amado a Dios con mayor fidelidad. Por eso, si bien los santos en el cielo no
desean más de lo que gozan, de hecho sí tendrían más que desear. Es verdad
que allí no sufren por los pecados cometidos y el tiempo perdido, pero no
puede negarse que da sumo contento el bien realizado en la vida, la
inocencia conservada y el tiempo bien aprovechado.
María en el cielo nada desea ni nada tiene que desear. Pregunta san Agustín:
¿Quién de entre los santos del paraíso, preguntado si cometió pecados, puede
responder que no, fuera de María? María, en efecto, como lo ha declarado en
santo Concilio de Trento (Ses. VI, canon 23), no cometió jamás ninguna culpa
ni tuvo el más mínimo defecto. No sólo conservó siempre la gracia de Dios
sin mancilla, sino que también siempre la tuvo en acción; todas sus obras
eran meritorias. Todas sus palabras, pensamientos y respiraciones eran
dirigidos a la mayor gloria de Dios; en suma, nunca se enfrió en el fervor
ni por un momento dejó de correr hacia Dios, sin perder ninguna gracia por
negligencia. Así es que siempre correspondió a la gracia con todas sus
fuerzas y amó a Dios cuanto pudo. Ahora ella le dice en el cielo: Señor, si
no te he amado cuanto mereces, al menos te he amado todo lo que he podido.
No todos los santos reciben las mismas gracias, porque, como dice san Pablo,
"hay diversidad de dones del cielo" (1 Co 12, 7). Así es que correspondiendo
cada uno a las gracias recibidas, se ha destacado en determinadas virtudes,
quién en la salvación de las almas, quién en las ásperas penitencias; éste
en soportar los tormentos, aquél en la contemplación; que por eso la santa
Iglesia, al celebrar sus fiestas, dice de cada uno de ellos: "No se encontró
otro semejante a él". Y conforme a los méritos, son distintos en la gloria
del cielo. "Una estrella difiere de otra estrella en resplandor" (1 Co 15,
41). Los apóstoles se distinguen de los mártires, los confesores de las
vírgenes, los inocentes de los penitentes.
La Santísima Virgen, estando llena de todas las gracias, fue más sublime que
todos los santos en aquella clase de virtudes; ella es apóstol de los
apóstoles, reina de los mártires al padecer más que todos ellos, la
portaestandarte de las vírgenes, el ejemplo de las casadas; concentró en sí
una perfecta inocencia con la más completa mortificación; unió, en suma, en
su corazón todas las virtudes en el grado más heroico que haya podido
practicar cualquier santo. Por eso se dijo de ella: "A tu diestra una reina
con el oro de Ofir" (Sal 44, 10), porque todas las gracias y prerrogativas,
todos los méritos de los demás santos, todos se encuentran reunidos en
María, como lo dice el abad de Celles: Todos los privilegios de los santos,
oh Virgen María, los tienes concentrados en ti.
3. María supera en gloria a todos los santos De forma tal que, como el
esplendor del sol excede al de todas las estrellas juntas, así, dice san
Basilio, la gloria de la Madre de Dios supera a la de todos los
bienaventurados. Y añade san Pedro Damián que como la luz de las estrellas y
la de la luna desaparecen como si no existieran al salir el sol, así ante la
gloria de María en el cielo queda como velado y oscurecido el esplendor de
los ángeles y de los hombres. Aseguran san Bernardo y san Bernardino de
Siena que los bienaventurados participan de la gloria de Dios en parte, pero
que la Santísima Virgen ha estado tan enriquecida que es imposible que una
criatura pueda unirse más a Dios de lo que está María.
Esto concuerda con lo que dice san Alberto Magno: que nuestra reina
contempla a Dios mucho más de cerca, sin comparación, que todos los demás
espíritus celestiales. Y dice además san Bernardino que así como los demás
planetas son iluminados por el sol, así todos los bienaventurados reciben
más luz y alegría por María. Y en otro pasaje afirma que la Madre de Dios,
al entrar en el cielo, acrecentó el gozo de sus moradores. Por lo que dice
san Pedro Damiano que los bienaventurados no tienen mayor gloria en el cielo
después de Dios que gozar de la contemplación de esta hermosísima reina. Y
san Buenaventura: Nuestra mayor gloria después de Dios y nuestro gozo
supremo, de María nos viene.
Regocijémonos por tanto con María por el excelso trono a que Dios la ha
sublimado. Y alegrémonos también porque si se nos ha retirado la presencia
sublime de nuestra Madre, su amor no nos ha desamparado. Al contrario,
estando más cerca de Dios, conoce mejor nuestras miserias; desde allí mejor
nos compadece y nos socorre. Le dice san Pedro Damián: ¿Será posible, Virgen
santa, que por estar tan ensalzada en el cielo te hayas olvidado de nosotros
tan miserables? Dios nos libre de pensar tal cosa; un corazón tan piadoso
tiene que compadecerse de tan grandes miserias. Si es tan grande la piedad
que nos tuvo María cuando vivía en la tierra, dice san Buenaventura, mucho
mayor es en el cielo donde ahora reina.
Dediquémonos a servir a esta reina y a honrarla y amarla cuanto podamos;
ella no es, dice Ricardo de San Lorenzo, como los demás reyes que oprimen a
sus vasallos con tributos y alcabalas, sino que la nuestra enriquece a sus
súbditos con gracias, méritos y premios. Roguémosle con el abad Guérrico: Oh
madre de misericordia, tú ya estás sentada tan cerca de Dios, como reina del
mundo, en el trono más majestuoso; sáciate de la gloria de tu Jesús y manda
a tus hijos de tus bienes desbordantes. Ya gozas de la mesa del Señor;
nosotros aquí, bajo la mesa, como pobres cachorritos, te pedimos piedad.
(San Alfonso María de Ligorio, Las Glorias de María. Ed. Alonso, Madrid,Pag.
141 ss)
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Directorio Homilético
15 de agosto: Solemnidad de la Asunción de la Bienaventurada Virgen
María
CEC 411, 966-971, 974-975, 2853: María, la nueva Eva, es ascendida a los
cielos
CEC 773, 829, 967, 972: María, imagen escatológica de la Iglesia
CEC 2673-2679: en oración con María
411 La tradición cristiana ve en este pasaje un anuncio del "nuevo Adán"
(cf. 1 Co 15,21-22.45) que, por su "obediencia hasta la muerte en la Cruz"
(Flp 2,8) repara con sobreabundancia la descendencia de Adán (cf. Rm
5,19-20). Por otra parte, numerosos Padres y doctores de la Iglesia ven en
la mujer anunciada en el "protoevangelio" la madre de Cristo, María, como
"nueva Eva". Ella ha sido la que, la primera y de una manera única, se
benefició de la victoria sobre el pecado alcanzada por Cristo: fue
preservada de toda mancha de pecado original (cf. Pío IX: DS 2803) y,
durante toda su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió
ninguna clase de pecado (cf. Cc. de Trento: DS 1573).
... también en su Asunción ...
966 "Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada libre de toda mancha de
pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue llevada a
la gloria del cielo y elevada al trono por el Señor como Reina del universo,
para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y
vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59; cf. la proclamación del dogma de
la Asunción de la Bienaventurada Virgen María por el Papa Pío XII en 1950:
DS 3903). La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación
singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección
de los demás cristianos:
En tu parto has conservado la virginidad, en tu dormición no has abandonado
el mundo, oh Madre de Dios: tú te has reunido con la fuente de la Vida, tú
que concebiste al Dios vivo y que, con tus oraciones, librarás nuestras
almas de la muerte (Liturgia bizantina, Tropario de la fiesta de la
Dormición [15 de agosto]).
... ella es nuestra Madre en el orden de la gracia
967 Por su total adhesión a la voluntad del Padre, a la obra re dentora de
su Hijo, a toda moción del Espíritu Santo, la Virgen María es para la
Iglesia el modelo de la fe y de la caridad. Por eso es "miembro muy eminente
y del todo singular de la Iglesia" (LG 53), incluso constituye "la figura"
["typus"] de la Iglesia (LG 63).
968 Pero su papel con relación a la Iglesia y a toda la humanidad va aún más
lejos. "Colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su
fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los
hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia" (LG 61).
969 "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia,
desde el consentimiento que dio fielmente en la Anunciación, y que mantuvo
sin vacilar al pie de la cruz, hasta la realización plena y definitiva de
todos los escogidos. En efecto, con su asunción a los cielos, no abandonó su
misión salvadora, sino que continúa procurándonos con su múltiple
intercesión los dones de la salvación eterna... Por eso la Santísima Virgen
es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro,
Mediadora" (LG 62).
970 "La misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera
disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta
su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la
salvación de los hombres ... brota de la sobreabundancia de los méritos de
Cristo, se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca
toda su eficacia" (LG 60). "Ninguna creatura puede ser puesta nunca en el
mismo orden con el Verbo encarnado y Redentor. Pero, así como en el
sacerdocio de Cristo participan de diversa manera tanto los ministros como
el pueblo creyente, y así como la única bondad de Dios se difunde realmente
en las criaturas de distintas maneras, así también la única mediación del
Redentor no excluye, sino que suscita en las criaturas una colaboración
diversa que participa de la única fuente" (LG 62).
II EL CULTO A LA SANTISIMA VIRGEN
971 "Todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1, 48): "La
piedad de la Iglesia hacia la Santísima Virgen es un elemento intrínseco del
culto cristiano" (MC 56). La Santísima Virgen "es honrada con razón por la
Iglesia con un culto especial. Y, en efecto, desde los tiempos más antiguos,
se venera a la Santísima Virgen con el título de `Madre de Dios', bajo cuya
protección se acogen los fieles suplicantes en todos sus peligros y
necesidades... Este culto... aunque del todo singular, es esencialmente
diferente del culto de adoración que se da al Verbo encarnado, lo mismo que
al Padre y al Espíritu Santo, pero lo favorece muy poderosamente" (LG 66);
encuentra su expresión en las fiestas litúrgicas dedicadas a la Madre de
Dios (cf. SC 103) y en la oración mariana, como el Santo Rosario, "síntesis
de todo el Evangelio" (cf. Pablo VI, MC 42).
974 La Santísima Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue
llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo, en donde ella participa ya
en la gloria de la resurrección de su Hijo, anticipando la resurrección de
todos los miembros de su Cuerpo.
975 "Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia,
continúa en el cielo ejercitando su oficio materno con respecto a los
miembros de Cristo (SPF 15).
2853 La victoria sobre el "príncipe de este mundo" (Jn 14, 30) se adquirió
de una vez por todas en la Hora en que Jesús se entregó libremente a la
muerte para darnos su Vida. Es el juicio de este mundo, y el príncipe de
este mundo está "echado abajo" (Jn 12, 31; Ap 12, 11). "El se lanza en
persecución de la Mujer" (cf Ap 12, 13-16), pero no consigue alcanzarla: la
nueva Eva, "llena de gracia" del Espíritu Santo es preservada del pecado y
de la corrupción de la muerte (Concepción inmaculada y Asunción de la
santísima Madre de Dios, María, siempre virgen). "Entonces despechado contra
la Mujer, se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos" (Ap 12, 17). Por
eso, el Espíritu y la Iglesia oran: "Ven, Señor Jesús" (Ap 22, 17. 20) ya
que su Venida nos librará del Maligno.
En comunión con la Santa Madre de Dios
2673 En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico,
en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración
filial comulga en la Iglesia con la Madre de Jesús (cf Hch 1, 14).
2674 Desde el sí dado por la fe en la anunciación y mantenido sin vacilar al
pie de la cruz, la maternidad de María se extiende desde entonces a los
hermanos y a las hermanas de su Hijo, "que son peregrinos todavía y que
están ante los peligros y las miserias" (LG 62). Jesús, el único Mediador,
es el Camino de nuestra oración;
María, su Madre y nuestra Madre es pura transparencia de él: María "muestra
el Camino" ["Hodoghitria"], ella es su "signo", según la iconografía
tradicional de Oriente y Occidente.
2675 A partir de esta cooperación singular de María a la acción del Espíritu
Santo, las Iglesias han desarrollado la oración a la santa Madre de Dios,
centrándola sobre la persona de Cristo manifestada en sus misterios. En los
innumerables himnos y antífonas que expresan esta oración, se alternan
habitualmente dos movimientos: uno "engrandece" al Señor por las
"maravillas" que ha hecho en su humilde esclava, y por medio de ella, en
todos los seres humanos (cf Lc 1, 46-55); el segundo confía a la Madre de
Jesús las súplicas y alabanzas de los hijos de Dios ya que ella conoce ahora
la humanidad que en ella ha sido desposada por el Hijo de Dios.
2676 Este doble movimiento de la oración a María ha encontrado una expresión
privilegiada en la oración del
Ave María:
"Dios te salve, María [Alégrate, María]". La salutación del Angel Gabriel
abre la oración del Ave María. Es Dios mismo quien por mediación de su
ángel, saluda a María. Nuestra oración se atreve a recoger el saludo a María
con la mirada que Dios ha puesto sobre su humilde esclava (cf Lc 1, 48) y a
alegrarnos con el gozo que El encuentra en ella (cf So 3, 17b)
"Llena de gracia, el Señor es contigo": Las dos palabras del saludo del
ángel se aclaran mutuamente. María es la llena de gracia porque el Señor
está con ella. La gracia de la que está colmada es la presencia de Aquél que
es la fuente de toda gracia. "Alégrate... Hija de Jerusalén... el Señor está
en medio de ti" (So 3, 14, 17a). María, en quien va a habitar el Señor, es
en persona la hija de Sión, el arca de la Alianza, el lugar donde reside la
Gloria del Señor: ella es "la morada de Dios entre los hombres" (Ap 21, 3).
"Llena de gracia", se ha dado toda al que viene a habitar en ella y al que
entregará al mundo.
"Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu
vientre, Jesús". Después del saludo del ángel, hacemos nuestro el de Isabel.
"Llena del Espíritu Santo" (Lc 1, 41), Isabel es la primera en la larga
serie de las generaciones que llaman bienaventurada a María (cf. Lc 1, 48):
"Bienaventurada la que ha creído... " (Lc 1, 45): María es "bendita entre
todas las mujeres" porque ha creído en el cumplimiento de la palabra del
Señor. Abraham, por su fe, se convirtió en bendición para todas las
"naciones de la tierra" (Gn 12, 3). Por su fe, María vino a ser la madre de
los creyentes, gracias a la cual todas las naciones de la tierra reciben a
Aquél que es la bendición misma de Dios: Jesús, el fruto bendito de su
vientre.
2677 "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... " Con Isabel, nos
maravillamos y decimos: "¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a
mí?" (Lc 1, 43). Porque nos da a Jesús su hijo, María es madre de Dios y
madre nuestra; podemos confiarle todos nuestros cuidados y nuestras
peticiones: ora para nosotros como oró para sí misma: "Hágase en mí según tu
palabra" (Lc 1, 38). Confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella en
la voluntad de Dios: "Hágase tu voluntad".
"Ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte".
Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos
dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen Santísima. Nos
ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra
confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra
muerte". Que esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de
su Hijo y que en la hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra
(cf Jn 19, 27) para conducirnos a su Hijo Jesús, al Paraíso.
2678 La piedad medieval de Occidente desarrolló la oración del Rosario, en
sustitución popular de la Oración de las Horas. En Oriente, la forma
litánica del Acathistós y de la Paráclisis se ha conservado más cerca del
oficio coral en las Iglesias bizantinas, mientras que las tradiciones
armenia, copta y siríaca han preferido los himnos y los cánticos populares a
la Madre de Dios. Pero en el Ave María, los theotokia, los himnos de San
Efrén o de San Gregorio de Narek, la tradición de la oración es
fundamentalmente la misma.
2679 María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos,
nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para
salvar a todos los hombres. Como el discípulo amado, acogemos (cf Jn 19, 27)
a la madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes. Podemos orar con
ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de
María. Le está unida en la esperanza (cf LG 68-69)
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