Domingo 8 del Tiempo Ordinario A - 'nadie puede servir a dos señores' - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: José María Solé - Roma, C.M.F. - referente a las tres lecturas
Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - Confianza en la Providencia y
Solicitud Terrena
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La Vida Cristiana y las Riquezas
Aplicación: P. Réginald Garrigou-Lagrange, O.P. - El Abandono en la
Providencia Divina
Áplicación: Juan Pablo II - La Providencia, poder y sabiduría amorosa
Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La confianza en la divina
providencia (Mt 6,24-34)
Aplicación: Benedicto XVI - Invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios
Aplicación: Benedicto XVI - La divina Providencia
Directorio Homilético: Octavo domingo del Tiempo Ordinario
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Para ser más felices" Curso con y sobre las Bienaventuranzas"
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: José María Solé - Roma, C.M.F. - referente a las tres
lecturas
ISAÍAS 49, 14-15:
El Profeta invita a su pueblo a superar el pesimismo y a fiar en la bondad
suma de su Dios.
- En una emotiva prosopopeya, Sion, abatida y abrumada por las catástrofes
pasadas, prorrumpe en este grito desolador: " ¡Yahvé me ha abandonado! ¡El
Señor me tiene olvidada!" (14).
- La respuesta del Señor es de una exquisitez insuperable: "¿Puede una mujer
olvidar al niño qué amamanta? ¿Puede no compadecerse del hijo de sus
entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, Yo no te olvido" (15). No
conocemos amor y solicitud que en generosidad, desvelo, terneza y exquisitez
supere al de una madre para con su hijo. El Señor declara a Sion que el amor
que Él le tiene supera al de la mejor madre, al de todas las madres. Ni
puede olvidar, ni puede desinteresarse de un hijo a quien tanto ama. Más que
la madre al hijo, más que el esposo a la esposa, nos ama Dios.
- No perdamos nunca de vista estos rasgos tan amables con que se nos revela
Dios por boca de sus Profetas. A menudo, ante el curso de una historia y
unos acontecimientos que se nos antojan ciegos, fatales y catastróficos,
experimentamos la tentación de pensar que Dios se desentiende de nosotros: "
¿Por qué dices, Jacob, y repites, Israel: Oculto está mi camino para Yahvé y
mi derecho escapa a mi Dios? (Is 40, 27). Las vicisitudes que pasamos, muy
dolorosas a veces, están ordenadas por una Providencia siempre paternal:
"Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogí; te
oculté un instante mi faz, pero con amor eterno te he compadecido, dice
Yahvé tu Redentor" (54, 7). Estos mismos sentimientos paternales, o mejor
maternales, pone Oseas en el corazón de Dios: " ¿Cómo voy a dejarte, Efraím;
cómo entregarte, Israel? Mi corazón se me revuelve dentro a la vez que mis
entrañas se estremecen. Soy Dios, no hombre; en medio de ti, Yo, el Santo de
Israel; y no me gusta destruir" (Os 11, 9). Es, por tanto, evidente que
cuando los Profetas y los salmistas expresan su dolor con apelaciones
audaces a Dios, como, por ejemplo, las del Salmo 22,1: "Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?", no hacen sino apelar con la máxima confianza filial a
la suma bondad de Dios. El dolor, prueba para la fe, es también teofanía de
Dios.
1 CORINTIOS 4, 1-5:
San Pablo declara inaceptable que en la Iglesia se formen grupos y partidos
en torno a los. Apóstoles y mensajeros de la fe.
- Estos tienen el carácter de legados de Cristo; administradores de sus
misterios y de sus riquezas; representantes de Cristo en el servicio de la
Comunidad. Están, por tanto, del todo subordinados a Cristo, Señor único de
su Iglesia. Ni en la doctrina que predican ni en el perdón y gracia que
administran son propietarios e independientes. No les es lícito abanderar
partidos cual si fueran jefes de ideologías o escuelas filosóficas (1). La
Iglesia es "Una": "Supplices deprecamur ut Corporis et Sanguinis Cristi
participes a Spiritu Sancto congregemur in unum" (Prex. Euc. 16).
- De ahí se deduce que los Apóstoles y mensajeros deben proceder con suma
responsabilidad y fidelidad: "Ahora bien, lo que al cabo se exige a los
administradores es que sean hallados fieles" (2). El Señor, al elegirles,
pone en ellos su confianza. Les entrega sus mejores tesoros. Deberán rendir
cuentas a su Señor de la administración que se les confió. A la verdad, con
esta reflexión los ministros de Cristo se aseguran en la humildad y en el
santo temor de Dios.
- Y dado que es Cristo quien los ha elegido y enviado, sólo a Cristo
pertenece el juzgarlos. Por tanto, los Corintios al dividirse en grupos en
torno a jefes a los que califican de mejores o peores, según criterios de
valores humanos, a más de atomizar la Iglesia y convertirla en un tablero de
luchas políticas, se hacen usurpadores de un derecho que sólo a Cristo
compete: el derecho de juzgar a los ministros del Evangelio. Con esto
deshace Pablo las banderías de Corinto y condena cuantas puedan surgir en la
Iglesia. De un lado, despierta en los ministros de Cristo la conciencia de
una responsabilidad que nunca les permitirá ni la más leve sombra de orgullo
(4). Y por otro, exige a los fieles que no califiquen ellos a quienes sólo
el Señor que los elige y envía es competente para calificar (5).
MATEO 6, 24-34:
Ahora es Jesús quien nos habla de la bondad de Dios. Es el Hijo quien nos
revela, los sentimientos de providencia y solicitud que para con nosotros
tiene el Padre de los cielos:
- La belleza y riqueza de expresiones con las que Jesús nos habla de la
Providencia amorosa del Padre celestial crean un clima totalmente nuevo en
las relaciones entre los hombres y Dios. Es importante que entremos en este
clima de confianza y candor filial (27-31). Cuanto el hombre siente más
fuerte la tentación de, confiar en su técnica es más urgente desvelar la
vida de relación filial con el Padre de los cielos. Si nos sabemos amados
del Padre, al tiempo que damos a la vida terrena su sentido trascendente, la
vivimos en amor, paz y gozo filial.
- Por eso insiste Jesús en señalarnos esta tensión hacia los bienes eternos
(25. 32); a no dar el corazón a ningún ídolo, v. gr., al Dinero; a no
dejarnos ahogar de las preocupaciones terrenas en perjuicio de las
espirituales (33); a no acumular en el día de hoy o de mañana el peso que la
Providencia del Padre repartirá en muchos días (34).
- Dado, pues, que gracias a Cristo, que nos hace partícipes de su filiación,
Dios nos es Padre en el sentido más pleno: "A nadie llaméis en la tierra
padre, porque uno solo es vuestro Padre, el celestial" (Mt 23, 9), miremos
de vivir con Él filialmente también en el sentido más pleno. Y pidamos a
este Padre que nos dé el Pan del cielo: "No os dio Moisés pan del cielo,
sino es mi Padre quien os da el verdadero Pan del cielo" (Jn 6, 32).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, p. 176 - 179)
Comentario Teológico: P. Leonardo Castellani - Confianza en la
Providencia y Solicitud Terrena
En el evangelio que se lee hoy (Mateo VI y Lucas XII) Cristo nos propone
como ejemplos a los Pajaritos y a los Lirios: los Pajaritos no siembran ni
ensilan y siempre tienen que comer; los Lirios no hilan ni cosen y están muy
bien vestidos. Parece demasiado poético, y hasta ha parecido a algunos una
exhortación a la gandulería general.
Mas en esta parábola nos prohíbe Cristo la Solicitud Terrena, que trae
consigo la angurria de riquezas, la cual arrastra tras de sí males
innumerables. Después de haber dicho:
Ningún siervo puede servir
A la vez a dos señores
Vosotros no podéis servir
A Dios y a las Riquezas...
Cristo prevé la réplica obvia: "¡es que el dinero es necesario para vivir!";
y persigue a la angurria de dinero en su último escondrijo, diciendo no
solamente: "No os esclavicéis al dinero" sino "Despreciad el dinero".
León Bloy, Péguy y Kirkegor han glosado esta parábola; el Pobrecito de Asís
y otros innumerables la han vivido. Ella inspiró a Kirkegor tres sermones
sólidos como Bossuet y tan refinados y poéticos como Vieyra, si no nos
engaña nuestra devoción al jorobadillo danés. Pero no sirven para la
Argentina. Dios quiera que éste sirva.
¡Pero esta parábola no se puede cumplir hoy día!
Cuenta André Suarès que una congregación católica norteamericana ha pedido
al obispo de Nueva Orleans o de Michigan que la declare "un aditamento
poético de la predicación de Cristo".
No me fío mucho de lo que dice André Suarès de los "Knights of Columbus", no
los quiere nada a los yanquis. Pero es verdad que el Papa León XIII condenó
el 22 de enero de 1899 en carta al cardenal Gibbons -y en un latín bastante
dudoso- un error que él llama "americanismo"; que entre otras cosas opinaba
en contra de la pobreza voluntaria de las órdenes y la pobreza en general; y
el sufrimiento, y las virtudes pasivas y la actitud contemplativa en el
hombre: "antiguallas de la Edad Media". Y por ese mismo tiempo, un prócer
argentino, en un momento de ligereza, opinó lo mismo. Dijo que si una nación
aceptara la moral evangélica en lo que atañe al dinero, se iba por un tubo a
la bancarrota: que en eso Jesús no era buen Maestro ni buen ejemplo. Jesús
fue un lírico y un gran moralista teórico; se le puede llamar con Renán "el
sublime poeta de lo Ético"; pero estaba flojito en Economía Política. En
eso, Benjamín Franklin le daba ciento y raya. Si un hombre quisiera vivir
hoy como "las Aves del Cielo", se exponía a los peores peligros, iba derecho
al naufragio, y sobre todo ¿qué dicen de la Productividad"? Eso de
despreciar al Ahorro, la virtud primera de un hombre realmente moderno, eso
puede estar bien para los españoles, los napolitanos y otros pueblos
cantores y atrasados; pero los argentinos no han nacido para lazzarones.
Leed el Evangelio si queréis; en Norteamérica lo leen mucho; pero leedlo con
grandísima precaución. Hasta aquí el prócer.
Muy bien; no pedimos otra cosa: mal leído el Evangelio hace mal. De un
versillo del Evangelio mal entendido, se puede sacar una herejía. De hecho,
sobre este texto de los Pajaritos y los Lirios se hizo la herejía medioeval
de los Fraticelli. Y de otros textos han salido docenas de herejías; de las
cuales ninguna peor que la de Renán, de la cual nuestro prócer estaba un
poco tocado; aunque se libraba de ella cuando empleaba su robusto sentido
común sanjuanino.
Estoy seguro que este "americanismo" lo dijo un prócer; aunque ahora no les
puedo decir seguro la página dónde. Cuando éramos chicos nos lo enseñaba de
memoria el gallego Mendizábal, que en realidad no era gallego sino boliviano
naturalizado paraguayo y maestro argentino; y el otro día no más, lo echó
por Radio un escritor judeoargentino, amigo mío. No hay duda de eso. Además,
que despreciar el dinero es ser sobremanera imprudente, eso lo saben todos
los argentinos, sin necesidad que lo diga ningún prócer.
Cristo vivió como las Aves del Cielo y los Lirios del Valle; y no fue un
imprudente. Tampoco fue "un mendigo", como dice en algún lado Kirkegor;
aunque es verdad que "no tenía dónde reclinar su cabeza" durante los tres
años de su predicación, que fue su trabajo fuerte. Tenía un oficio y lo
sabía bien: de joven fue artesano, de hombre fue rabbí o
Recitador-Instructor ambulante; que no era entonces oficio de negros, sino
muy necesario, reconocido y honrado en Israel, tan importante como seria por
ejemplo nuestros tiempos el de predicador-profesor-periodista todo en uno.
Yo soy eso; y tengo donde reclinar la cabeza aunque sea un poco duro; Cristo
no tuvo. Le daba por no cobrar sus Recitales; y a veces hasta regalaba pan,
peces y curaciones instantáneas y gratuitas encima de sus Improvisaciones;
pero lo importante para El eran las Improvisaciones, que irradiaba por una
especie de megáfono o micrófono viviente rústico. Sabía que tenía fuerzas
físicas para trabajar hasta que muriese; y sabía que había de morir joven, y
no necesitaba acogerse a "los beneficios de la jubilación". Yo, lo confieso,
me he acogido a los "beneficios de la jubilación"; solamente que me he
acogido hace dos años, y los "beneficios" todavía no han venido.
Cristo no predicó la haraganería ni la supresión de la prudencia. La
prudencia la conocieron Aristóteles, Cristo, Santo Tomás, San Francisco de
Asís, y hasta César Tiempo: es la más importante de las virtudes morales,
sin la cual todas las otras se convierten en vicio. Cristo no predicó que no
había que trabajar, que no había que pensar en los hijos ni en la vejez, que
no había que guardar el dinero, como los "fraticelli"; aunque nunca tocó con
sus manos una moneda según parece: pues cuando lo interrogaron acerca del
tributo al César, dijo: Mostradme una moneda." Judas llevaba las monedas de
todos y San Pedro tenía unas monedas de 0,50 para hacer ruido como un
chiquilín y jugar a cara y cruz. Pero el caso es que Jesús tenía bolsa, y
sabía tan poca economía política que se dejó robar lo mismo que el vivísimo
pueblo argentino.
Mas Tomás de Aquino, que era fiel discípulo de Jesús y además religioso
mendicante sabía economía política, y más sólida que la de hoy. En su
Tratado para el Príncipe enseña que las naciones han de tratar de ser ricas;
es decir, que el Rey debe tener riquezas, no para él sino para el pueblo
todo A un obispo argentino que decía que "un obispo debe ser pobre", le
contestó, rectamente a mi entender, un religioso: "Sí, monseñor, debe ser
pobre pero no como un religioso: un obispo debe tener bienes de fortuna, no
para él, sino para los sacerdotes pobres primero; para el pueblo pobre
segundo; y después para el culto divino"; y si hubiese añadido: "y para
editar los libros religiosos de los escritores católicos, como el Padre
Baransky, que no encuentra un solo editor en esta nación católica" no
hubiese estado mal tampoco. Coincidía con Santo Tomás, dominico, y con
Mamerto Esquiú, franciscano.
Todas las órdenes religiosas al nacer se propusieron no tener riquezas; y
algunas, vivir de meras limosnas: las mendicantes. Pero después piensan que
guardar dinero solamente para un año más o menos, no está mal; en lo cual
aprueba Santo Tomás y San Jerónimo; pero quien dice un año dice dos o diez o
cincuenta; y así poco a poco se adentra a veces la Solicitud Terrena; y
llegan a pensar a veces que si no tienen dinero para un siglo - pícara
natura humana- no pueden hacer ningún bien a las almas. El Padre Nodier
escribía en 1770 -más o menos- a su Superior el General de los jesuitas:
"Pienso que los cofres de oro que hay en nuestros Colegios y los negocios
del P. Villeneuve nos pueden hacer muchísimo daño...". El P. Villeneuve
quebró; y 6 años después los jesuitas fueron despojados de todos sus bienes,
echados de Francia, echados de España, de sus Colonias - donde trabajaban
estrenuamente- y de todas las naciones borbónicas; y después suprimidos por
Clemente XIV. ¡Culpa de los franceses! Y un poquito culpa de nosotros,
digamos la verdad; excepto del P. Nodier y muchos otros, que sufrieron
inocentes por culpa de unos pocos miopes.
Cristo no nos manda ser imprevisores, nos manda vencer en nosotros la
Solicitud Terrena: "No andéis solícitos y ansiosos por lo que habéis de
vestir o de comer, o por el día de mañana: el día de mañana se trae su
propia ansiedad, no la asumáis hoy... Mirad las Aves del Cielo... ¿Hay
alguno de vosotros que pueda añadir un trecho al tiempo de su vida?"[1].
La Solicitud Terrena ha de ser vencida por el cristiano con todos los
medios, aun los más atrevidos, como "vender todo lo que tienes y darlo a los
pobres", en algunos casos; porque ella es la raíz de la avaricia y de muchos
otros desórdenes. La avaricia es un pecado jefe, que manda a otros muchos.
¡Si lo sabremos los argentinos! sometidos al capitalismo inglés, que es una
concreción sociológica de la avaricia en los ricos; o el socialismo ruso,
que es una concreción sociológica del resentimiento en los pobres; porque
Solicitud Terrena pueden tener tanto los ricos como los pobres, sin Cristo.
Dicen los filósofos de hoy que todos los hombres nacemos con Angustia; o
mejor traducido el Angst germano, con temor, inquietud, ansiedad,
Desasosiego. Los pobres poetas lo habían dicho antes:
Inútil la fiebre que aviva tu paso
no hay nada que pueda matar tu Ansiedad
por mucho que tragues. El alma es un vaso
que sólo se llena con eternidad...
¡Qué misero eres! Basta un soplo leve
para helarte. Cabes en un ataúd...
¡Y el espacio inmenso del cielo te es breve
y la tierra es corta para tu Inquietud!
El Desasosiego no se puede suprimir. Se puede convertir en tres cosas: o en
Inquietud Religiosa, la cual es buena y espuela de salvación eterna; en
Solicitud Terrena, la cual es mala y prohibida por Cristo; y en Angustia
Demoníaca, la cual es pésima. Pero la Solicitud Terrena es lo más común; es,
en cierto modo, natural; y el mundo moderno privado de lo Sobrenatural está
como sumergido en ella. Dicen que es el motor del Progreso, sí, pero el
Progreso moderno está embestido por una "fiebre que aviva su paso"
demasiadamente. Corre lo más que puede, con peligro de dar el gran
Encontronazo. ¡Y cuántos tropiezos no ha dado ya!
Cristo no mandó a los Lirios del Valle que desenterrasen sus raíces, ni a
las Aves del Cielo (a los "cuervos", como dice San Lucas) que volasen cabeza
abajo. Él estaba vestido como un lirio en su conducta -y hasta en su
atuendo, limpio siempre y blanco como luz de luna- y cantaba como las aves
en su predicación. Los que pueden imitarlo en todo y vivir como Él, que lo
hagan y se metan de ermitaños urbanos o Padres de Don Orione -¡ojo con las
órdenes ricas!- y se arrojen en los brazos de la Providencia y naveguen esta
vida sobre una lancha rota sobre 10.000 metros de agua. No es para todos,
sino para quienes Dios llama. Pero todos deben arrojar de sí la angurria del
dinero -¿para qué diablos quieres tener 1.600 millones de pesos, oh ingenuo
Creso argentino, que no los puedes gastar con todos tus hijos naturales en
toda su vida? -, vicio netamente argentino, si los hay. Este vicio ha hecho
muchísimos males en este pobre país, "en este país ubérrimo, tierra de
promisión para todos los vivos del mundo que quieran habitarla"; y el primer
mal, hacerlo pobre como país. ¡Cómo! Sí, señor, como usted lo oye. ¡Éste es
un país muy rico! ¿Dónde están los ricos en la Argentina? digo yo. Yo no los
veo. Estarán escondidos. Muchos más ricos y más riquezas verdaderas veo yo
en un país "pobre" de Europa, como Italia o Alemania Oeste, que en esta
"tierra de promisión". Será que yo no entiendo de economía política, lo
mismo que Jesucristo, ¡helás!
A mí se me hace que estamos más atrasados que los lazzarones napolitanos. La
Argentina es un país pobre en acto y rico solamente en potencia; rico para
los demás (para los vivos). La Argentina es un país un poco sonso, empezando
por mí. Aquí se ha descabezado a la "inteligencia", no se ha permitido nacer
a un Tomás de Aquino ni de lejos; y un país sin cabeza necesariamente es un
poco sonso, cosa que vio no sólo Tomás de Aquino, sino hasta Enrique VIII de
Inglaterra y hasta Eisenhower, si me apuran.
Lean el librito Hacia la liberación, de Ramón Doll, o Defensa y pérdida de
nuestra independencia económica, de José María Rosa. Éstos saben economía
política. Verán que este país ha sido poco inteligente; y por tanto, ahora
es pobre.
Cuanto a mí yo prefiero la economía de Jesucristo: es la más sencilla. Las
naciones católicas, si desaprenden su propia economía, no aprenden tampoco
la de los protestantes o la de los judíos. "El que desaprende a su padre, no
aprende nada del vecino", dicen los proverbios"[2]
Aquí está la solución de la decantada "cuestión social". El problema social
de la lucha de clases por el dinero desaparecería cuando la Sociedad pudiese
decir a sus miembros las palabras de Jesús: "No andéis ansiosos por vuestra
vida, qué habréis de comer, o por vuestro cuerpo, qué habréis de vestir: la
comunidad tiene cuidado de eso, Servid a la patria libremente como
caballeros y la Patria cuidará de vosotros como madre...". Es degradante
para el alma humana tener atados sus pensamientos, que le son necesarios
para ir más arriba, por la molienda del sustento cotidiano y el temor del
porvenir, la vejez, los eventos desdichados y la miseria. Lo que conturba al
proletario actual es más la inseguridad tal vez que la impecuneidad en sí
misma. La pobreza es una bendición, porque es un Purgatorio, pero la miseria
es un Infierno.
El espíritu del cristianismo es este: Haced por amor vuestra obra; y dejad
que vuestros prójimos os alimenten y vistan también por amor. Éste es de
hecho el espíritu del estado religioso.
Parece que hay aquí un círculo vicioso; pues ni la Sociedad ni el Individuo
pueden dar con seguridad el primer paso. Si el Individuo tiene que esperar
para despreocuparse que la Sociedad sea perfecta... y la Sociedad no puede
serlo si antes no lo son sus miembros, parece que estamos en plena utopía
idílica. Pero Cristo rompió ese círculo, invitó a los mas fervientes,
espirituales y corajudos a dar el salto; a renunciar a todo osadamente por
puro amor de Dios -por imitar lo a Él- sin seguridad previa sino la de la
Providencia, a sus riesgos y peligros: "a embarcarse en canoas escoradas",
como dice Kirkegor. Lanzó a la brecha una pequeña falange de "desesperados",
como si dijéramos; los cuales con su vida de pobres voluntarios: 1) Prueban
que es posible la cosa, vivir "como las Aves del Cielo y las Flores del
Campo"; 2) incitan con su ejemplo a los demás al despego y la confianza; 3)
viviendo con lo mínimo, regalan el resto a los demás, dejan mayor margen de
bienes temporales a la humanidad en general; pues paradojalmente nadie da
más que el que poco tiene; y el que todo lo deja mucho regala.
A estos dos puntos, el mandato de huir la solicitud (madre del temor, la
avaricia y la explotación del trabajo ajeno) y el consejo de la pobreza
voluntaria, se añade el "Vae vo bis divitibus", es decir: los tremendos
anatemas de Cristo a las riquezas y a los ricos, bastante olvidados quizás
en la actual predicación del Evangelio. Haciendo sospechosas y peligrosas a
las riquezas superfluas, Cristo opone a su tremenda y omniactuante atracción
natural el contrapeso religioso; facilitando de ese modo su distribución
justa, en la medida posible a la dañada natura humana.
Estas tres formidables palancas crearon lentamente en la Cristiandad lo que
hoy llaman justicia social", primero en la práctica que en la teoría; y
suscitaron fuertes estamentos o instituciones que iban poco a poco
acercándose al ideal de la Sociedad-que-cuida de sus-miembros. Si hoy día en
que el Estado se va convirtiendo en uno de los primeros explotadores, esto
parece puro lirismo, la culpa no la tiene Cristo, y las catástrofes que
hemos visto y las que nos amenazan, han dejado buenas todas sus palabras,
como confiesa el mismo Marx y otros socialistas, como Bernard Shaw. Es
curioso que cuando los Estados se volvieron virtualmente ateos y dijeron:
"La religión es asunto privado", la irreligión se convirtió en asunto
público; y cuando los Reyes dijeron a los súbditos que no tenían por qué
pensar en la salvación de las almas, tuvieron que empezar a pensar en la
salvación de sus cabezas coronadas. “-Todas las religiones son buenas" -dijo
el siglo XIX; y nuestro siglo ha tenido que añadir apresuradamente: “-¡Menos
el comunismo!"
La pálida sonrisa con que Cristo subió a los cielos -visible en aquellas
palabras “¿Aún vosotros no creéis todavía? "- se ha ido desvaneciendo al
correr de los siglos, al ver que el mundo fracasaba cada vez más a medida
que seguía sus enseñanzas cada vez menos. Y si nos dejó con una sonrisa
triste, no volverá sino con un trueno.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires,
1977, p. 317 - 324)
[1] "Añadir un codo a su estatua", dice la Vulgata; lo cual también es
verdad desde luego, pero no es el texto.
[2] Se ha dicho que "Cristo no dio soluciones de la cuestión social (Ernesto
Renán, Vie de Jésus) porque su interés todo fue salvar
las almas individuales y no reformar la sociedad ni hacer Política alguna:
pues su idílica moral individual de campesino galileo no percibía los
condicionamientos sociales ni los problemas colectivos... Esta opinión ha
sido también de algunos católicos como Auguste Nicolas, el P. Ventura
Ráulica, Donoso Cortés... Es un error.
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La vida cristiana y las
riquezas
EL AMOR DE LAS RIQUEZAS NOS APARTA DEL SERVICIO DE CRISTO
1. Mirad cómo paso a paso va Cristo apartándonos de las riquezas y todavía
prosigue más ampliamente su discurso sobre la pobreza y quiere derribar
hasta el suelo la tiranía de la avaricia. Porque no se contentó con lo que
antes había dicho, con ser ello tanto y tan grande, sino que añade ahora
otras razones más espantosas. ¿Qué cosa, en efecto, de más espanto que lo
que ahora se nos dice, a saber, que por las riquezas nos exponemos a dejar
el servicio del mismo Cristo? ¿Y qué cosa más apetecible que alcanzar, si
las despreciamos, una perfecta amistad y caridad para con Él? Y, en efecto,
lo que siempre os estoy diciendo, eso mismo os repetiré ahora, y es que por
dos medios incita el Señor a sus oyentes. Por el provecho y por el daño,
imitando en ello al hábil médico, que le hace ver al enfermo cómo la
inobediencia a sus mandatos le acarrea enfermedad, y la obediencia salud.
Mirad, si no, cómo nuevamente nos pone ante los ojos este provecho y cómo
nos insinúa la conveniencia de desprendernos de lo que pudiera serle
contrario. Porque no os daña sólo la riqueza-parece decirnos-, porque arma a
los ladrones contra vosotros; no sólo porque entenebrece de todo en todo
vuestra inteligencia, sino también porque os aparta del servicio de Dios y
os hace esclavos de las cosas insensibles. De doble manera os perjudica:
haciéndoos esclavos de lo que debierais ser señores y apartándoos del
servicio de Dios, a quien por encima de todo es menester que sirváis. Lo
mismo que anteriormente nos había el Señor indicado un doble daño: primero,
poner nuestros tesoros donde la polilla los destruye, y luego no ponerlos
donde la custodia sería inviolable; así nos señala también aquí el doble
perjuicio que de la riqueza nos viene: apartarnos de Dios y someternos a
Mammón.
"NADIE PUEDE SERVIR A DOS SEÑORES"
Sin embargo, no lo plantea así de pronto, sino que va preparando el camino
por medio de razonamientos generales, diciendo: Nadie puede servir a dos
señores... Dos se entiende que manden lo contrario uno del otro, pues en
otro caso ni siquiera pudieran llamarse dos. Y es así que la muchedumbre de
los creyentes tenían un solo corazón y una sola alma . Las personas eran
diversas; pero la concordia había hecho de muchos uno. Luego, explanando su
pensamiento, prosigue: No sólo no le servirá, sino que le aborrecerá y se
apartará de él: Porque o aborrecerá al uno-dice-y amará al otro, o al uno se
adherirá y al otro despreciará. Parece como si aquí hubiera dicho el Señor
dos veces la misma cosa. Sin embargo, no sin motivo unió así una y otra
parte de su sentencia, sino para mostrarnos lo fácil que es la conversión en
mejor.
Porque no puedas decir: "Me hice esclavo una vez para siempre, me dominó la
tiranía del dinero", Cristo te muestra que la conversión es posible, y como
se pasa del amor al odio, así puede pasarse del odio al amor. Una vez, pues,
que hubo hablado de modo general, a fin de persuadir a sus oyentes a que
fueran jueces imparciales y dieran sus sentencias según la naturaleza de las
cosas; cuando ya los creyó de acuerdo consigo, reveló el Señor todo su
pensamiento, añadiendo: No podéis servir a Dios y a Mammón. Horroricémonos
de lo que hemos hecho decir a Cristo, de haberle obligado a poner a Dios a
par del oro. Y, si decirlo es horroroso, mucho más horroroso es que así
suceda en la realidad y que prefiramos la tiranía del oro al temor de Dios.
OBJECIÓN: SANTOS DE LA ANTIGUA LEY QUE SIRVIERON A DIOS Y A LA RIQUEZA
-¿Pues qué?-me dirás-. ¿No fue esto posible entre los antiguos? -De ninguna
manera. -Entonces-me replicarás-, ¿cómo alcanzaron tanto honor Abrahán y
Job? -¡No me menciones a ricos, sino a esclavos de la riqueza! Cierto que
Job fue rico, pero no fue esclavo de Mammón; tenía riquezas, pero las
dominaba; era su señor, no su siervo. Tenía cuanto poseía como simple
administrador de bienes ajenos, y así no sólo no arrebataba lo ajeno, sino
que de lo suyo propio repartía entre los necesitados. Y lo que es más: ni
siquiera se alegraba de poseerlas, como él mismo nos lo declara cuando dice:
Si es que me alegré de poseer mucha riqueza... Por eso tampoco sintió dolor
al perderlas. No son así los ricos de ahora, sino que con ánimo más
envilecido que un esclavo pagan sus tributos a un duro tirano. El amor del
dinero se ha apoderado de sus almas como de una ciudadela, y desde allí, día
a día les dicta sus órdenes, que rebosan de iniquidad y no hay uno que las
desobedezca. No caviles, pues, inútilmente. De una vez para siempre afirmó
Dios y dijo que no hay manera de componer uno y otro servicio. No digas tú,
por ende, que pueden componerse. Porque, siendo así que el uno te manda
robar y el otro desprenderte de lo que tienes; el uno ser casto, el otro
impúdico; el uno emborracharte y comer opíparamente, el otro reprimir tu
vientre; el uno despreciar las cosas, el otro apegarte a lo presente; el uno
admirar mármoles y paredes y artesonados y el otro despreciar todo eso y
amar la filosofía, ¿qué modo de componenda cabe entre uno y otro señor?
MAMMÓN NO ES VERDADERO SEÑOR
2. Notemos, empero, que, si llamó aquí Cristo "señor" a Mammón, no es porque
naturalmente le convenga ese título, sino por la miseria de los que se
someten a su yugo. Por manera semejante llama también Pablo "dios" al
vientre , no por la dignidad de tal señor, sino por la desgracia de los que
le sirven. Lo cual es ya peor que todo castigo y por sí solo, antes de
llegar el propio castigo, basta para atormentar al infeliz esclavo suyo. ¿No
son, en efecto, más desgraciados que cualesquiera condenados los que,
teniendo a Dios por amo, se pasan, como tránsfugas, de su suave imperio a la
más dura tiranía, y eso que aun en esta vida ha de seguírseles de ahí tan
grave daño? Daño efectivamente inexplicable se sigue de la servidumbre de la
riqueza, pleitos, difamaciones, luchas, trabajos, ceguera del alma y, lo que
es más grave de todo, pérdida de los bienes del cielo.
CONTRA LA PREOCUPACIÓN DEL COMER Y VESTIR
Una vez, pues, que por todos estos caminos nos ha mostrado el Señor, la
conveniencia de despreciar la riqueza -para la guarda de la riqueza misma,
para la dicha del alma, para la adquisición de la filosofía y para seguridad
de la piedad-, pasa ahora a demostrarnos que es posible aquello mismo a que
nos exhorta. Porque éste es señaladamente oficio del buen legislador: no
sólo ordenar lo conveniente, sino hacerlo también posible. Por eso prosigue
el Señor diciendo: No os preocupéis por vuestra alma, sobre qué comeréis. No
quiso que nadie pudiera objetarle: "¡Muy bien! Si todo lo tiramos, ¿cómo
podremos vivir?" Contra semejante reparo va ahora el Señor muy
oportunamente. Realmente, si desde un principio hubiera dicho: "No os
preocupéis", su lenguaje podía haber parecido duro; pero, una vez que ha
mostrado el daño que se nos sigue de la avaricia, su exhortación de ahora
resulta fácilmente aceptable. De ahí que tampoco dijo simplemente: "No os
preocupéis", sino que al mandato añade la causa. En efecto, después de haber
dicho: No podéis servir a Dios y a Mammón, añadió: Por eso, yo os digo: No
os preocupéis. ¡Por eso! ¿Y qué es eso? El daño inexplicable que de ahí se
os seguirá. Porque no sufriréis daño sólo en las riquezas mismas. El golpe
alcanzará al punto más delicado: perderéis la salvación de vuestra alma,
pues os aleja del Dios que os ha creado, que os ama y se cuida de vosotros.
Por eso os digo: No os preocupéis. Es decir, que, una vez mos-trado el daño
incalculable, extiende aún más su mandamiento. Porque no sólo nos manda que
tiremos lo que tenemos, sino que no nos preocupemos siquiera del necesario
sustento: No os preocupéis por vuestra alma, sobre qué comeréis. No porque
el alma necesite de alimento, pues es incorpórea, sino que el Señor habla
aquí acomodándose al uso común. Pues, si es cierto que ella no necesita de
alimento, no lo es menos que no puede permanecer en el cuerpo si éste no es
alimentado. Y esto dicho, no se contenta con afirmarlo simplemente, sino que
también aquí nos da las razones: unas tomadas de lo que ya nosotros tenemos;
otras, de otros ejemplos. Tomando pie de lo que ya tenemos, nos dice: ¿Acaso
no es más el alma que la comida, y el cuerpo más que el vestido? Pues el que
os ha dado lo más, ¿no os dará lo menos? El que ha formado vuestra carne,
que necesita alimentarse, ¿no os procurará también el alimento? Por eso no
dijo simplemente: "No os preocupéis sobre qué comeréis y vestiréis", sino:
No os preocupéis por vuestra alma y por vuestro cuerpo, porque de éstos-del
alma y del cuerpo-iba Él a tomar sus demostraciones, procediendo por
comparación en su razonamiento. Ahora bien, el alma nos la dio una vez para
siempre y permanece tal como nos la dio; el cuerpo, empero, admite
crecimiento todos los días, A fin, pues, de mostrarnos una y otra cosa: la
inmortalidad del alma y la caducidad del cuerpo, prosiguió diciendo: ¿Quién
de vosotros puede añadir a su estatura un solo codo? Y aquí calla sobre el
alma, como quiera que no admite crecimiento, y sólo nos habla del cuerpo,
declarando por lo uno también lo otro, a saber: que no es el alimento el que
le hace crecer, sino la providencia de Dios. Lo mismo que declara también
Pablo por otro ejemplo: Ni el que planta ni el que riega es nada, sino Dios,
que da el crecimiento .
EL EJEMPLO DE LAS AVES DEL CIELO
De este modo, pues, nos exhortó el Señor por las cosas que ya tenemos; por
ejemplos ajenos a nosotros, nos dice: Mirad las aves del cielo. Porque nadie
le objetara que es útil andar preocupados, nos disuade de ello por un
ejemplo mayor y por otro menor. El mayor lo toma de nuestro cuerpo y de
nuestra alma; el menor, de las aves del cielo. Porque, si tanta cuenta tiene
Dios-nos dice-de tan pobres animalillos, ¿cómo no la tendrá con nosotros?
Así habló entonces a los judíos, que eran una gran muchedumbre popular, pero
no así al diablo cuando le tentó. ¿Pues cómo? No de solo pan vive el hombre,
sino de toda palabra que sale de la boca de Dios . Más aquí mienta a las
aves del cielo con muy viva comparación; lo que es muy eficaz manera de
exhortación. Sin embargo, ha habido impíos que han llegado a tanta necedad
como la de poner tacha a esta comparación. Porque quien quería-dicen ellos
preparar a templar para la lucha a una voluntad libre, no debía aducir para
ello ejemplos de ventajas de la naturaleza. Porque vivir las aves sin
necesidad ni trabajo, de la naturaleza les viene.
PODEMOS LOGRAR POR NUESTRO ESFUERZO LO QUE TIENEN LAS AVES POR NATURALEZA
3. ¿Qué podemos responderles a eso? Pues que ese vivir sin cuidados, que a
las aves les viene de la naturaleza, nosotros podemos conseguirlo por
nuestra libre voluntad. Porque no dijo el Señor: "Mirad cómo vuelan las aves
del cielo", pues eso es imposible para el hombre, sino: "Mirad cómo se
alimentan sin preocupaciones". Lo cual, si queremos, también nosotros
podemos conseguirlo fácilmente, como le han demostrado aquellos que de hecho
lo lograron. Y aquí hay señaladamente que admirar la sabiduría del
legislador, que, teniendo a mano ejemplo de hombres, y pudiendo citar a un
Elías, a un Moisés, a un Juan y tantos otros que vivieron sin preocupaciones
de comida y vestido, menciona a los animales a fin de causarles mayor
impresión. De haber nombrado a aquellos grandes santos, pudieran haberle
replicado: "Todavía no hemos llegado a tanto como ellos". En cambio, pasando
en silencio a éstos y poniéndoles delante el ejemplo de las avecillas del
cielo, les cortó toda posible excusa. Por lo demás, también aquí sigue
Cristo el estilo de la antigua Ley, pues también el Antiguo Testamento nos
remite a la abeja, a la hormiga, a la tórtola y a la golondrina . Y no es
para nosotros pequeño honor que logremos por esfuerzo de nuestra voluntad lo
que estos animales tienen de la naturaleza. En conclusión, si de lo que fue
criado por amor nuestro tiene Dios tanta providencia, mucho mayor la tendrá
de nosotros mismos; si así cuida de los criados, mucho más cuidará del
señor. De ahí la palabra de Cristo: Mirad a las aves del cielo. Y no dijo:
"Mirad que no dan a interés ni trafican con dinero". No, eso pertenece a lo
vedado; sino: Que no siembran ni siegan.
NO SE NOS PROHIBE EL TRABAJO, SINO LA PREOCUPACIÓN
-Entonces-me replicas-, ¿es que no hay que sembrar? -No dijo el Señor que no
hay que sembrar, sino que no hay que andar preocupados; no que no haya que
trabajar, sino que no hay que ser pusilánimes ni dejarse abatir por las
inquietudes. Sí, nos mandó que nos alimentáramos, pero no que anduviéramos
angustiados por el alimento. David mismo se anticipó de antiguo a esta
doctrina, cuando misteriosamente nos dijo: Abres tú tu mano y llenas de tu
bendición a todo viviente . Y otra vez: El que da a las bestias su alimento,
y a los polluelos de los grajos que le invocan .
-¿Y quiénes fueron-me dirás-los que vivieron sin preocupación de comer y
vestir? -¿No has oído los muchos santos que antes te he citado? ¿No ves,
entre ellos, a Jacob cómo sale de la casa paterna desnudo de todo? ¿No le
oyes cómo ora diciendo: Si el Señor me diere pan para comer y vestido para
vestirme? Lo que no quiere decir que estuviera preocupado, sino que lo
esperaba todo de Dios. Lo mismo hicieron los apóstoles, que, después que lo
abandonaron todo, vivieron sin preocupación ninguna; lo mismo aquellos cinco
mil y los otros tres mil primeros convertidos .
Mas, si ni aun oyendo tan grandes ejemplos te decides a romper esas pesadas
cadenas de tus inquietudes, rómpelas por lo menos considerando la necedad
que con ello cometes, Porque ¿quién de vosotros-dice el Señor-puede a fuerza
de preocupación añadir a su estatura un solo codo? Mirad cómo explica el
Señor lo oscuro por lo claro. A la manera-nos viene a decir-como no podéis
añadir a vuestro cuerpo, a fuerza de preocupación, la más mínima porción,
así tampoco podéis reunir alimento, aunque vosotros lo penséis así. De donde
resulta evidente que no es nuestro afán, sino la providencia de Dios, la que
lo hace todo aun en aquellas cosas que aparentemente realizamos nosotros.
Así, si Él nos abandona, ni nuestra inquietud, ni nuestra preocupación, ni
nuestro trabajo, ni cosa semejante servirán para nada, sino que todo se
perderá irremediablemente.
LOS MANDAMIENTOS O CONSEJOS EVANGÉLICOS NO SON IMPOSIBLES
4. No pensemos, por ende, que es imposible lo que se nos manda, pues hay
muchos que aun hoy día lo están llevando a la práctica. Que tú no los
conozcas, nada tiene de extraño, También Elías creía hallarse solo, y hubo
de oír de boca de Dios: Me he reservado para mí no menos de siete mil
varones . De donde resulta evidente que también ahora hay muchos que llevan
vida apostólica, como antaño aquellos cinco mil y tres mil primitivos
creyentes, Y, si no lo creemos, no es que no haya quienes la practican, sino
que nosotros distamos mucho de ella. Un borracho no es fácil que crea haya
un solo hombre que no prueba ni el agua. Y, sin embargo, esa hazaña la han
llevado a cabo muchos monjes en nuestros mismos días. El que vive torpemente
entre mil mujeres, jamás creerá que es fácil guardar virginidad; ni el que
arrebata lo ajeno, que hay quien a manos llenas da de lo suyo propio. Por
semejante manera, los que están diariamente abrumados de infinitas
preocupaciones, no es fácil se persuadan haya quien viva sin ellas. Ahora
bien, que hay muchos que lo han llevado a cabo, posible me fuera
de-mostrarlo por los mismos que, en nuestro propio tiempo, profesan esa
filosofía. Por ahora, sin embargo, basta con que aprendáis a no ser avaros,
y que es buena la limosna, y que tenéis obligación de dar de lo que tenéis.
Si esto hacéis, carísimos míos, pronto llegaréis también a lo otro.
EMPECEMOS POR LO MENOS PARA LLEGAR A LO MÁS
De momento, pues, desechemos el lujo superfluo, suframos la moderación y
aprendamos a adquirir nuestros bienes por el justo trabajo. También el
bienaventurado Juan, cuando hablaba con los alcabaleros y soldados, les
aconsejaba que se contentaran con sus sueldos . Quería él ciertamente
llevarlos a más alta filosofía; pero, como todavía no estaban preparados
para ello, se contentaba con hablarles de lo menos. De haberles hablado de
lo más alto, a esto no hubieran prestado atención, y lo otro lo hubieran
también perdido. Por la misma razón, nosotros tratamos de ejercitaros
también en lo más sencillo. Por ahora, sabemos muy bien que la carga de la
voluntaria pobreza es demasiado pesada para vuestros hombros, y que cuanto
dista el cielo de la tierra, así dista de vosotros esa filosofía.
Cumplamos, pues, siquiera los mandamientos menores, y no será ello pequeño
consuelo para nosotros. A la verdad, aun entre paganos, no faltaron quienes
abrazaron la pobreza-aunque no lo hicieron con la debida intención-y se
desprendieron de cuanto poseían. Sin embargo, con vosotros, nosotros nos
contentamos con que deis limosna generosamente. Dado este primer paso hacia
adelante, pronto llegaremos a aquella otra perfección. Pero, si ni esto
hacemos, ¿qué excusa tendremos nosotros, que, teniendo mandato de sobrepujar
a los santos del Antiguo Testamento, nos quedamos a la zaga de los mismos
filósofos paganos? ¿Qué podemos alegar cuando, debiendo ser ángeles e hijos
de Dios, no conservamos ni el ser de hombres? La rapiña y la avaricia, en
efecto, no dicen con la mansedumbre de los hombres, sino con la ferocidad de
las fieras; o, por mejor decir, peores que fieras son los que codician lo
ajeno, pues a las fieras, al cabo, la rapacidad les viene de la naturaleza;
mas nosotros, honrados por la razón, ¿qué excusa tendremos, si nos abatimos
a la vileza de una bestia?
EXHORTACIÓN FINAL: LLEGUEMOS SIQUIERA AL MEDIO
Consideremos, pues, la meta de la filosofía que se nos propone y lleguemos
siquiera al medio. Así nos libraremos del castigo venidero y, avanzando en
el camino, alcanzaremos la cumbre de los bienes; bienes que a todos os
deseo, por la gracia y amor de nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la
gloria y el poder por los siglos de los siglos. Amén.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía
21, 1-4, BAC Madrid 1955, 435-47)
Aplicación: P. Réginald Garrigou-Lagrange, O.P. - EL ABANDONO EN LA
PROVIDENCIA DIVINA
CAPÍTULO I
POR QUÉ Y EN QUÉ COSAS HEMOS
DE ABANDONARNOS EN MANOS DE DIOS
La doctrina del abandono en la divina Providencia, abiertamente contenida en
el Evangelio, ha sido falseada por los quietistas, los cuales se entregaron
a la pereza espiritual, dieron de mano a la lucha por la perfección
redujeron gravemente el valor y la necesidad de la esperanza; ahora bien, el
verdadero abandono es la forma más excelente de la confianza o esperanza en
Dios.
Mas puede uno también apartarse de la doctrina del Evangelio incurriendo en
el defecto contrario a la pereza quietista, que es la vana inquietud y la
agitación.
En este particular, como en otras muchas cosas, la verdad es a manera de una
cumbre que descuella entre dos posiciones extremas, que son los dos errores
apuntados.
Importa, pues, precisar el sentido y el alcance de la verdadera doctrina del
abandono en la voluntad de Dios, para evitar sofismas que corren con
apariencia de perfección cristiana.
Veamos primero por qué y en qué cosas hemos de abandonarnos en manos de la
Providencia. Después pasaremos a declarar cómo haya de ser el abandono y
cuál sea el gobierno de la Providencia con los que a ella totalmente se
entregan.
Serán, nuestros guías en la exposición de tan bella doctrina San Francisco
de Sales (L'Amour de Dieu, l. 8, ch. 3; 4, 5, 6, 7, 14; l. 9, ch. 1. Cf.
también Entretien 2, 15), Bossuet (Discours sur l'acte d'abandon à Dieu.
-États d'oraison, 1. 8, 9), el P. Piny, O. P. (Le plus parfait, ou Des voies
intérieures la plus glorifiante pour Dieu et la plus sanctifiante pour
l'âme, publicado en 1683.
Nueva ed. anotada por el P. Noel, O. P. París, Téqui. El autor prueba que en
este camino es donde se ejercita la fe más viva, la esperanza más confiada,
la caridad más pura, por lo que es muy conveniente para todas las almas
interiores), y el P. de Caussade, S. J. (L'abandono
a la Providencia divina (antigua edición),
nueva ed. aumentada con las cartas del mismo autor, revisada por el P. H.
Ramiére, París, Lecoffre-Gabalda, 2 vol).
Por qué debemos abandonarnos en manos de la Providencia
A esta pregunta responderá cualquier cristiano: porque la Providencia es
Sabiduría y Bondad.
Cierto; mas para bien comprenderlo, y a fin de evitar el error quietista,
que renuncia a la esperanza y a la lucha necesaria para la salvación, y por
no incurrir en el otro extremo, que consiste en la inquietud, en la
precipitación y en la agitación febril y estéril, conviene enunciar cuatro
principios, accesibles a la razón natural y llanamente contenidos en la
Sagrada Escritura, los cuales, a la vez que declaran la verdadera doctrina,
muestran también los motivos que nos han de resolver a abandonarnos en las
manos de Dios.
El primero de ellos es: Nada sucede, que de toda eternidad no haya Dios
previsto y querido, o por lo menos permitido.
Nada sucede, sea en el mundo material, sea en el espiritual, que Dios no
haya previsto de toda la eternidad; porque Dios no pasa, como los hombres,
de la ignorancia al conocimiento, ni saca enseñanza de los acontecimientos.
No sólo ha previsto cuanto sucede y ha de suceder, mas también ha querido
cuanto de real y de bueno hay en las cosas, con excepción del mal, del
desorden moral, que sólo permite con miras a bienes mayores.
La Sagrada Escritura, como arriba vimos, es categórica en este particular y
no deja lugar a duda alguna, según lo han declarado los Concilios.
El segundo principio es: Dios no puede querer ni permitir cosa que no esté
conforme con el fin que se propuso al crear, es decir, con la manifestación
de su bondad y de sus infinitas perfecciones y con la gloria del Verbo
encarnado, Jesucristo, su Unigénito.
Como dice San Pablo (I. Cor. 3, 23), "Todo es vuestro; vosotros, empero,
sois de Cristo, y Cristo es de Dios: Omnia enim vestra sunt, vos autem
Christi, Christus autem Dei".
A estos dos principios se añade otro tercero, formulado asimismo por San
Pablo (Rom. 8, 28): "Sabemos que todas las cosas contribuyen al bien de los
que aman a Dios, de aquellos que él llamó según su eterno decreto" y
perseveran en su amor.
Dios hace que contribuyan al bien espiritual de sus almas, no sólo las
gracias que les dispensa y los dones naturales que les concedió, mas también
las enfermedades, las contradicciones, los fracasos, aun las mismas faltas,
dice San Agustín, que permite para llevarlos al puro amor por el camino
seguro de la verdadera humildad; como permitió la triple negación de Pedro
para hacerle humilde y desconfiado de sí mismo, más valeroso y más confiado
en la divina Misericordia.
Estos tres principios nos dicen en sustancia: "Que nada sucede que no haya
Dios previsto o por lo menos permitido; que cuanto Dios quiere o permite es
para la manifestación de su bondad y de sus infinitas perfecciones, para
gloria de su Hijo y para bien de los que le aman."
De aquí se desprende que nuestra confianza en la Providencia nunca pecará de
excesivamente filial y firme; y aun podemos añadir que debe ser tan ciega
como la fe, la cual versa sobre los misterios no evidentes, no vistos, fides
est de non visis.
Sabemos con certeza que la divina Providencia dirige todas las cosas hacia
el bien y estamos más seguros de la rectitud de sus designios que de la
pureza de nuestras mejores intenciones. De donde al abandonarnos en manos de
Dios, nada hay que temer, a no ser el defecto de sumisión.
El don de temor impide que la esperanza se torne en presunción, como la
humildad evita que la magnanimidad degenere en orgullo. (Cf. Santo Tomás,
IIa-IIæ, q. 19, a. 9 y 10; q. 160, a. 2; q. 161, a. 1; q. 129, a. 3 y 4).
Son virtudes complementarias que se equilibran, se robustecen mutuamente y
crecen juntas.
Pero las últimas palabras nos obligan a formular contra el quietismo otro
principio, el cuarto, tan cierto como los anteriores: es evidente que el
abandono a nadie exime de hacer lo posible por cumplir la voluntad de Dios
significada en los mandamientos, en los consejos y en los sucesos; pero
cuando realmente hayamos querido cumplirla todos los días, podemos y debemos
abandonarnos en lo demás a la voluntad divina de beneplácito, por misteriosa
que nos parezca, evitando la vana inquietud y la agitación (Cf. San
Francisco de Sales, L'Amour de Dieu, l. 8, ch. 5; l. 9, ch. 1; ch. 2, ch. 3,
ch. 4).
Bossuet, Etatt d'oration, l. 8, 9: "No habiendo lugar para la indiferencia
cristiana en lo que se refiere a la voluntad significada, es preciso
limitarla, como dice San Francisco de Sales, a ciertos acontecimientos
dispuestos por la voluntad de beneplácito, cuyas órdenes soberanas deciden
de las cosas que diariamente ocurren en la vida."
Dom Vital Lehodey, Le Saint Abandon, París, 1919, p. 145: "El beneplácito
divino es el objeto del abandono, y la voluntad significada, el de la
obediencia."
Formuló este cuarto principio de una manera equivalente el Concilio de
Trento (sess. 6, c. 13) al decir que todos debemos esperar firmemente el
socorro de Dios y confiar en El, esforzándonos por cumplir sus preceptos.
Ya lo dice el refrán popular: "Haz tu deber, venga lo que viniere."
Todos los teólogos explican qué cosa sea la voluntad divina significada en
los mandamientos, en el espíritu de los consejos y en los sucesos de la vida
(Cf. Santo Tomás, I, q. 19, a. 11 y 12: De voluntate signi in Deo).
Hay acontecimientos muy significativos, como la muerte de una persona.
También hay pecados, como observa Santo Tomas (ibid,), permitidos por Dios,
ora sean faltas personales, como la triple negación de Pedro, permitida por
Dios para asentarle en la humildad, ora faltas contra nosotros, como ciertas
injusticias que Dios permite se nos infieran para nuestro provecho
espiritual; de esta última, especie son, por ejemplo, las persecuciones
contra la Iglesia.
Y los teólogos añaden que ajustando nuestra conducta a la voluntad
significada de Dios (Cf. Santo Tomás, Ia-IIæ, q. 19, a. 10: Utrum
necessarium sit voluntatem humanam conformari voluntanti divinae in volito
ad hoc quod sit bona), debemos abandonarnos a la voluntad de beneplácito,
por oculta que sea, como que estamos seguros de antemano que todas las cosas
quiere o permite santamente para nuestro bien.
Es digna de notarse aquella sentencia del Evangelio de San Lucas (16, 10):
"El que es fiel en las cosas pequeñas, también lo es en las grandes"; como
hagamos cada día lo posible por ser fieles al Señor en las cosas ordinarias,
podemos contar con su gracia para serle fieles en las circunstancias
extraordinarias que por permisión divina sobrevinieren; si llegare el trance
de padecer por él, estemos seguros que nos ha de dar la gracia de antes
morir heroicamente que avergonzarnos y renegar de Él.
Tales son los principios de la doctrina del abandono.
Aceptados por todos los teólogos, constituyen en este particular la
expresión de la fe cristiana.
Así, el equilibrio se halla por cima de los dos errores mencionados al
principio del capítulo. Por la fidelidad al deber en todo momento se evita
el falso y perezoso quietismo; y por el abandono se libra uno de la vana
inquietud y de la estéril agitación.
El abandono sería pereza, de no ir acompañada de la cotidiana fidelidad, que
es como el trampolín para lanzarse con seguridad hacia lo desconocido. La
fidelidad cotidiana a la voluntad divina significada nos da derecho de
abandonarnos plenamente en el porvenir a la voluntad divina de beneplácito,
todavía no significada.
El alma fiel recuerda con frecuencia las palabras de Nuestro Señor: "Mi
alimento es cumplir la voluntad de mi Padre"; también ella se alimenta
constantemente de la voluntad divina significada.
A la manera del nadador que, apoyándose en la ola que pasa, se entrega a la
que viene, al océano que parece quererle tragar, pero que en realidad le va
sosteniendo; así el alma debe hacerse a la mar, al océano infinito del ser,
como decía San Juan Damasceno; apoyándose en la voluntad divina significada
en el momento actual debe entregarse a la voluntad divina, de la cual
dependen las horas siguientes y todo lo venidero.
Lo porvenir es de Dios; en su mano están todos los sucesos: de haber pasado
una hora antes los mercaderes ismaelitas que compraron a José, no habría
éste bajado a Egipto, y otro habría sido el rumbo de su vida; también la
nuestra depende de ciertos acontecimientos que están en las manos de Dios,
dan equilibrio, estabilidad y armonía a la vida de Dios.
La fidelidad cotidiana y el abandono en las manos espiritual. Es la manera
de vivir en recogimiento casi continuo y en abnegación progresiva, que son
las condiciones ordinarias de la contemplación y de la unión con Dios. Por
ello es necesario vivir en el abandono a la voluntad divina, todavía
desconocida, alimentándonos en todo momento de la que ya conocemos.
La unión de la fidelidad con el abandono nos permite vislumbrar lo que será
la unión de la ascética con la mística; la primera tiene por principal
fundamento la conformidad con la voluntad divina, la segunda tiene su
asiento en el abandono.
En qué cosas hayamos de hacer abandono en manos de la divina Providencia
Ajustada nuestra vida a los principios que acabamos de exponer, una vez
cumplido cuanto nos ordena la ley de Dios y la prudencia cristiana, hemos de
hacer abandono total en las manos de la divina Providencia.
¿Cómo se ha de entender esto? Significa primero que hemos de dejar a Dios el
cuidado de nuestro porvenir, lo que haya de ser de nosotros mañana, dentro
de veinte años y más tarde.
Hemos de poner asimismo en sus manos el momento presente, con las
dificultades que quizá lo entenebrecen; y también nuestro pasado, es decir,
nuestras acciones pasadas con sus consecuencias.
Cuanto atañe al cuerpo, como salud y enfermedad, y lo que se refiere al
alma, como alegrías y trabajos, todo se ha de entregar confiadamente a la
solicitud paternal del Señor. Hasta el juicio benévolo o maligno de los
hombres hemos de descuidar en manos de la divina Providencia.
"Si Dios está por nosotros, dice San Pablo (Rom. 8, 31-39), ¿quién contra
nosotros? El que ni a su propio Hijo perdonó, sino que le entregó por todos
nosotros, ¿cómo después de habérnosle dado dejará de darnos cualquiera otra
cosa?... ¿Quién podrá, pues, separarnos del amor de Cristo? ¿Acaso la
tribulación o la angustia? ¿Por ventura la persecución, o el hambre, o la
desnudez? ¿Quizá el peligro o la espada?... Estoy cierto que ni la muerte,
ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo
venidero, ni lo alto, ni lo profundo, ni otra criatura podrá jamás
separarnos del amor de Dios, que se funda en Cristo Jesús, Señor Nuestro."
¿Puede darse abandono más perfecto en la fe, en la esperanza y en la
caridad? Abandono en lo que mira a las vicisitudes del mundo, en lo que toca
a la vida y a la muerte, a la hora de salir de este mundo y a la manera
violenta o dulce de rendir el último aliento.
En los mismos sentimientos abundan los Salmos: "Temed al Señor, vosotros sus
santos; nada falta a los que le temen. Los leoncillos podrán sentir penuria
y tener hambre; mas quienes buscan al Señor no padecen privaciones de bien
alguno." (Ps. 33, 10). "¡Cuán grande es tu bien, Señor, el que guardas para
quienes te temen y muestras a los que en tí confían!... Tú los defiendes de
las vejaciones de los hombres, los pones a cubierto de la maledicencia de
las lenguas" (Ps. 30, 20-21).
Y Job, en medio de sus lamentaciones, decía: "Rodeado me veo de
escarnecedores, mis ojos se abren sólo para ver sus ultrajes. Oh Dios, sal
fiador de mí ante ti mismo. ¿Quién otro querría tenderme la mano?" (Job 17,
21).
Refiérese en el Libro de Daniel (13, 42) que una mujer temerosa de Dios,
llamada Susana, hija de Helcías, odiosamente calumniada por dos viejos
lascivos, se abandonó en manos del Señor, exclamando: "Oh Dios eterno, que
conoces las cosas ocultas, que lo sabes todo aun antes que suceda, tú sabes
que éstos han levantado contra mí un falso testimonio; y he aquí que voy a
morir sin haber hecho nada de lo que han inventado maliciosamente contra
mí."
Y el Señor escuchó la súplica de aquella noble mujer, como se refiere en el
mismo Libro. Cuando era llevada a la muerte, Dios despertó el espíritu de un
mancebo, llamado Daniel, el cual exclamó en alta voz: "Inocente soy de la
sangre de esta mujer". Volvióse hacia él todo el pueblo y le preguntó: "¿Qué
es lo que dices?" Entonces el joven Daniel, inspirado por Dios, puso de
manifiesto la falsedad del testimonio de los acusadores; porque interrogados
por separado ante la multitud, como se contradijesen, manifestaron, sin
quererlo, que habían mentido.
De lo expuesto se desprende que, de hacer lo que está de nuestra parte para
cumplir nuestros deberes cotidianos, podemos en lo demás abandonarnos con
filial confianza en manos de la divina Providencia. Y como realmente
procuremos ser fieles en las cosas pequeñas, en la práctica de la humildad,
de la dulzura y de la paciencia, en las cosas ordinarias de cada día, el
Señor nos dispensará su gracia para serle fieles en las cosas grandes y
difíciles que tenga a bien exigirnos; y en las circunstancias
extraordinarias otorgará gracias también extraordinarias a los que le
busquen.
Léese en el Salmo 54, 23: "Jacta super Dominum curam tuam, et ipse te
enutriet; Abandónate en manos de Dios, que él cuidará de ti; no dejará jamás
sucumbir al justo... Mas yo pondré mi confianza en ti."
Con estos mismos sentimientos escribe San Pablo (Philipp. 4,): "Alegraos
siempre en el Señor; alegraos repito. Sea patente vuestra modestia a todos
los hombres; que cerca está el Señor. No os inquietéis por cosa alguna; mas
en todo presentad a Dios vuestras necesidades por medio de oraciones y
súplicas, junto con acciones de gracias. La paz de Dios, que sobrepuja todo
entendimiento, sea la guardia de vuestros corazones y de vuestros
sentimientos en Jesucristo."
Y San Pedro, exhortando a la confianza, dice en su Primera Carta (5, 6):
"Humillaos, pues, bajo la mano poderosa de Dios, para que os exalte al
tiempo de su visita; descargad en su seno todas vuestras cuitas, pues él
tiene cuidado de vosotros. Sed sobrios y estad en vela; porque vuestro
enemigo el demonio anda girando cual león rugiente alrededor de vosotros, en
busca de presa que devorar. Resistidle firmes en la fe, sabiendo que la
misma tribulación padecen vuestros hermanos, dispersos por el mundo. Mas el
Dios de toda gracia, que nos llamó a su eterna gloria por Jesucristo,
después de haber padecido un poco, él mismo acabará su obra, os hará firmes,
fuertes e inconmovibles," "Beati omnes qui confidunt in Domino: Dichosos los
que ponen su confianza en Dios", dice el Salmista (12, 13).
"Los que tienen puesta en el Señor su esperanza, dice Isaías (40, 31),
adquirirán nuevas fuerzas, alzarán el vuelo como águilas, correrán sin
fatigarse, andarán sin desfallecer."
Tenemos en San José el modelo perfecto de espíritu de abandono en la
Providencia en cuantas dificultades se le ofrecieron: en el trance
embarazoso del nacimiento del Salvador en Belén; cuando sonó en sus oídos la
dolorosa profecía del anciano Simeón; cuando hubo de refugiarse en Egipto
huyendo de la persecución de Herodes, hasta su regreso a Nazaret.
Vivamos a ejemplo suyo fieles en la práctica de los deberes cotidianos, y
nunca nos faltará la divina gracia, con cuyo auxilio cumpliremos siempre
cuanto Dios exija de nosotros, por arduo que en ciertas ocasiones ello nos
parezca.
(GARRIGOU-LAGRANGE, R., La Providencia y la confianza en Dios, texto tomado
de
http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/09/30/p-garrigou-%E2%80%93-lagrange-la-providencia-y-la-confianza-en-dios-%E2%80%93-el-abandono-en-la-providencia-divina-%E2%80%93-1%C2%BA-parte/
)
Las partes II y III de este mismo libro pueden encontrarse en los dos
siguientes links:
http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/10/07/p-garrigou-lagrange-la-providencia-y-la-confianza-en-dios-%e2%80%93-el-abandono-en-la-providencia-%e2%80%93-2%c2%ba-parte/?relatedposts
exclude=17833
http://radiocristiandad.wordpress.com/2011/10/14/p-garrigou-lagrange-la-providencia-y-la-confianza-en-dios-el-abandono-en-la-providencia-divina-3%c2%ba-parte/?relatedposts
exclude=17846
Aplicación: Juan Pablo II - III. La Providencia: poder y
sabiduría amorosa
1. A la reiterada y a veces dubitativa pregunta de si Dios está hoy presente
en el mundo y de qué manera, la fe cristiana responde con luminosa y sólida
certeza: 'Dios cuida y gobierna con su Providencia todo lo que ha creado'.
Con estas palabras concisas el Concilio Vaticano I formuló la doctrina
revelada sobre la Providencia Divina. Según la Revelación, de la que
encontramos una rica expresión en el Antiguo Testamento, hay dos elementos
presentes en el concepto de la Divina Providencia: el elemento del cuidado
('cuida') y a la vez el de autoridad ('gobierna'). Se compenetran
mutuamente. Dios como Creador tiene sobre toda la creación la autoridad
suprema (el 'dominium altum'), como se dice, por analogía con el poder
soberano de los principes terrenos. Efectivamente, todo lo que ha sido
creado, por el hecho mismo de haber sido creado, pertenece a Dios, su
Creador, y, en consecuencia, depende de El. En cierto sentido, cada uno de
los seres es más 'de Dios' que 'de sí mismo'. Es primero 'de Dios' y, luego,
'de sí'. Lo es de un modo radical y total que supera infinitamente todas las
analogías de la relación entre autoridad y súbditos en la tierra.
2. La autoridad del Creador ('gobierna') se manifiesta como solicitud del
Padre ('cuida'). En esta otra analogía se contiene en cierto sentido el
núcleo mismo de la verdad sobre la Divina Providencia. La Sagrada Escritura
para expresar la misma verdad se sirve de una comparación: 'El Señor
-afirma- es mi Pastor: nada me falta' (Sal 22, 1). ¡Imagen estupenda!. Si
los antiguos símbolos de la fe y de la tradición cristiana de los primeros
siglos expresaban la verdad sobre la Providencia con el término
'Omnitenens', correspondiente al griego 'Panto-krator', este concepto no
tiene la densidad y belleza del 'Pastor' bíblico, como nos lo comunica con
sentido tan vivo la verdad revelada. La Providencia Divina es, en efecto,
una 'autoridad llena de solicitud' que ejecuta un plan eterno de sabiduría y
de amor, al gobernar el mundo creado y en particular 'los caminos de la
sociedad humana' (Cfr. Conc. Vaticano II, Dignitatis humanae 3). Se trata de
una 'autoridad solícita', llena de poder y al mismo tiempo de bondad. Según
el texto del libro de la Sabiduría, citado por el Conc. Vaticano I, 'se
extiende poderosamente (fortiter) del uno al otro extremo y lo gobierna todo
con suavidad (suaviter)' (8, 1), es decir, abraza, sostiene, guarda y en
cierto sentido nutre, según otra expresión bíblica sobre la creación.
3. El libro de Job se expresa así:
'Dios es sublime en su poder / ¿Qué maestro puede comparársele?/ El atrae
las gotas de agua, / y diluye la lluvia en vapores,/ que destilan las
nubes,/ vertiéndolas sobre el hombre a raudales/ Pues por ellas alimenta a
los pueblos / y da de comer abundantemente ' (Job 36, 22. 27-28. 31)
'El carga de rayos las nubes, / y difunde la nube su fulgor/ para hacer lo
que El le ordena / sobre la superficie del orbe terráqueo' (Job 37, 11-12)
De modo semejante el libro del Sirácida:
'El poder de Dios dirige al rayo/ y hace volar sus saetas justicieras' (Sir
43, 14)
El Salmista, por su parte, exalta la 'estupenda potencia', la 'bondad
inmensa', el 'esplendor de la gloria' de Dios, que 'extiende su cariño a
todas sus criaturas', y proclama:
'Los ojos de todos te están aguardando, Tú les das la comida a su tiempo;
abres Tú la mano y sacias de favores a todo viviente' (Sal 144, 5-7. 15 y
16)
Y también:
'Haces brotar hierba para los ganados / y forraje para los que sirven al
hombre;/ él saca pan de los campos/ y vino que alegra el corazón,/ y aceite
que da brillo a su rostro, / y alimento que le da fuerzas' (Sal 103, 14-15)
4. La Sagrada Escritura en muchos pasajes alaba a la Providencia Divina como
suprema autoridad del mundo, la cual, llena de solicitud por todas las
criaturas, y especialmente por el hombre, se sirve de la fuerza eficiente de
las causas creadas. Precisamente en esto se manifiesta la sabiduría
creadora, de la que se puede decir que es soberanamente previsora, por
analogía con una dote esencial de la prudencia humana. En efecto, Dios que
transciende infinitamente todo lo que es creado, al mismo tiempo, hace que
el mundo presente ese orden maravilloso, que se puede constatar, tanto en el
macro-cosmos como en el micro-cosmos. Precisamente la Providencia, en cuanto
Sabiduría transcendente del Creador, es la que hace que el mundo no sea
'caos', sino 'cosmos'.
'Todo lo dispusiste con medida, número y peso' (Sab 11, 20).
5. Aunque el modo de expresarse la Biblia refiere directamente a Dios el
gobierno de los cosas, sin embargo, queda suficientemente clara la
diferencia entre la acción de Dios Creador como Causa Primera, y la
actividad de las criaturas como causas segundas. Aquí con una pregunta que
preocupa mucho al hombre moderno: la que se refiere a la autonomía de la
creación, y por tanto, al papel del artífice del mundo que el hombre quiere
desempeñar. Pues bien, según la fe católica, es propio de la sabiduría
transcendente del Creador hacer que Dios esté presente en el mundo como
providencia, y simultáneamente que el mundo creado posea esa 'autonomía', de
la que habla el Concilio Vaticano II. En efecto, por una parte Dios, al
mantener todas las cosas en la existencia, hace que sean lo que son: 'por la
propia naturaleza de la creación, todas las cosas están dotadas de
consistencia, verdad y bondad propias de un propio orden regulado' (Gaudium
et Spes 36). Por otra parte, precisamente por el modo con que Dios rige el
mundo, éste se encuentra en una situación de verdadera autonomía que
'responde a la voluntad del Creador' (Ib.).
La Providencia Divina se manifiesta precisamente en dicha 'autonomía de las
cosas creadas', en la que se revela tanto la fuerza como la 'dulzura'
propias de Dios. En ella se confirma que la Providencia del Creador como
sabiduría transcendente y para nosotros siempre misteriosa, abarca todo ('se
extiende de uno al otro confín'), se realiza en todo con su potencia
creadora y su firmeza ordenadora (fortiter), aun dejando intacta la función
de las criaturas como causas segundas, inmanentes, en el dinamismo de la
formación y el desarrollo del mundo como puede verse indicado en ese
'suaviter' del libro de la Sabiduría.
6. En lo que se refiere a la inmanente formación del mundo, el hombre posee,
pues, desde el principio y constitutivamente, en cuanto que ha sido creado a
imagen y semejanza de Dios, un lugar totalmente especial. Según el libro del
Génesis, fue creado para 'dominar', para 'someter la tierra' (Cfr. Gen 1,
18). Participando como sujeto racional y libre, pero siempre como criatura,
en el dominio del Creador sobre el mundo, el hombre se convierte de cierta
manera en 'providencia' para sí mismo, según la hermosa expresión de Santo
Tomás (Cfr. S.Th. I q, 22, a.2, ad 4). Pero por la misma razón gravita sobre
él desde el principio una peculiar responsabilidad tanto ante Dios como ante
las criaturas y, en particular, ante los otros hombres.
7. Estas nociones sobre la Divina Providencia que nos ofrece la tradición
bíblica del Antiguo Testamento, están confirmadas y enriquecidas por el
Nuevo. Entre todas las palabras de Jesús que el Nuevo Testamento registra
sobre este tema, son particularmente impresionantes las que narran los
evangelistas Mateo y Lucas: 'No os preocupéis, pues diciendo: ¿Qué
comeremos, qué beberemos o qué vestiremos?. Los gentiles se afanan por todo
eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis
necesidad. Buscad, pues, primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo
demás se os dará por añadidura' (Mt 6, 31-33; cfr. también Lc 21, 18).
'¿No se venden dos pajaritos por un as? Sin embargo, ni uno de ellos cae en
tierra sin la voluntad de vuestro Padre. Cuanto a vosotros, aun los cabellos
de vuestra cabeza están contados. No temáis, pues, valéis más que muchos
pajaritos' (Mt 10, 29-31; cfr. también Lc 21, 18).
'Mirad cómo las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en
graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más
que ellas? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del
campo, cómo crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón
en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del
campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará
mucho más con vosotros, hombres de poca fe?' (Mt 6, 26-30; cfr. también Lc
12, 24-28).
8. Con estas palabras el Señor Jesús no sólo confirma la enseñanza sobre la
Providencia Divina contenida en el Antiguo Testamento, sino que lleva más a
fondo el tema por lo que se refiere al hombre, a cada uno de los hombres,
tratado por Dios con la delicadeza exquisita de un padre.
Sin duda eran magníficas las estrofas de los Salmos que exaltaban al
Altísimo como refugio, baluarte y consuelo del hombre: así p.e., en el Salmo
90: 'Tú que habitas al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del
Omnipotente, di al Señor: Refugio mío, alcazar mío, Dios mío, confío en Ti
Porque hiciste del Señor tu refugio, tomaste al Altísimo por defensa Se puso
junto a Mí: lo libraré; lo protegeré porque conoce mi nombre, me invocará y
lo escucharé. Con él estaré en la tribulación' (Sal 90, 1-2. 9. 14-15).
9. Son expresiones bellísimas; pero las palabras de Cristo alcanzan una
plenitud de significado todavía mayor. Efectivamente, las pronuncia el Hijo
que 'escrutando' todo lo que se ha dicho sobre el tema de la Providencia, da
testimonio perfecto del misterio de su Padre; misterio de Providencia y
solicitud paterna, que abraza a cada una de las criaturas, incluso la más
insignificante, como la hierba del campo o los pájaros. Por tanto, ¡cuánto
más al hombre!. Esto es lo que Cristo quiere poner de relieve sobre todo. Si
la Providencia Divina se muestra tan generosa con relación a las criaturas
tan inferiores al hombre, cuánto más tendrá cuidado de él. En esta página
evangélica sobre la Providencia se encuentra la verdad sobre la jerarquía de
los valores que está presente desde el principio del libro del Génesis, en
la descripción de la creación: el hombre tiene el primado sobre las cosas.
Lo tiene en su naturaleza y en su espíritu, lo tiene en las atenciones y
cuidados de la Providencia, lo tiene en el corazón de Dios.
10. Además, Jesús proclama con insistencia que el hombre, tan privilegiado
por su Creador, tiene el deber de cooperar con el don recibido de la
Providencia. No puede, pues, contentarse sólo con los valores del sentido,
de la materia y de la utilidad. Debe buscar sobre todo 'el reino de Dios y
su justicia', porque 'todo lo demás (es decir, los bienes terrenos) se le
darán por añadidura' (Cfr. Mt 6, 33).
Las palabras de Cristo llaman nuestra atención hacia esta particular
dimensión de la Providencia, en el centro de la cual se halla el hombre, ser
racional y libre.
(Juan Pablo II, Audiencia general, Catequesis 14.V.86.)
Ha dado 9 catequesis sobre la Providencia:
La Revelación de la Providencia
La Providencia en la Biblia
La Providencia: poder y sabiduría amorosa
Providencia y libertad del hombre
Providencia y predestinación
Problema del mal y del sufrimiento
Jesús, respuesta al problema del mal
Providencia de Dios y dominio del mundo por el hombre
Relaciones entre el Reino de Dios y el progreso del mundo
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Aplicación: P. José A. Marcone, I.V.E. - La confianza en la divina
providencia (Mt 6,24-34)
Introducción
En el evangelio de hoy Jesucristo sigue, como en los domingos anteriores,
explicando la esencia de la ley nueva, contraponiéndola a la ley antigua.
Los escribas y fariseos, que se consideraban a sí mismos intérpretes
autorizados de la Antigua Ley, consideraban que ésta los facultaba para
buscar las riquezas indiscriminadamente. Jesucristo los va a apostrofar
duramente por su amor al dinero (cf. Mt 23,1-39). Y San Lucas dice
expresamente que eran ‘amigos del dinero’ y que se burlaban de Jesús
precisamente cuando dice que no se puede servir a Dios y a Mamona (Lc
16,13-14). Para decir ‘amigos del dinero’, Lucas usa la palabra philárgyros
que está formada por la palabra philós, que significa ‘amigo’, ‘amante’, y
la palabra argýrios, que significa ‘dinero’. Por eso dice Swanson que
philárgyros significa “relativo a tener gusto o amor por el dinero, es
decir, ser tacaño, codicioso, avaro”*1.
El evangelio de hoy, como todo el sermón de la montaña, se inscribe en esta
línea de confrontación con la corrupción de los escribas y fariseos y
confrontación con la imperfección de la antigua ley.
1. Mamona
Lo primero que hace Jesucristo es advertir acerca de la tendencia innata del
hombre a hacer del dinero un dios. La frase exacta del evangelio de hoy es:
“No se puede servir a Dios y a mamona” (Mt 6,24). El solo uso de la palabra
mamona ya está indicando que Jesús personifica al dinero y le da la
consistencia de un dios. Esta afirmación se desprende de la siguiente
investigación.
El evangelio usa cuatro palabras distintas para indicar las riquezas o el
dinero. Ellas son: ploûtos, ‘riqueza’, de donde proviene, por ejemplo, la
palabra ‘plutocracia’, que es el gobierno de los que tienen riquezas. Luego,
jrémata, ‘riqueza’. Luego, mamona, ‘dinero’. Luego, argýrios, ‘dinero’. A
las cuatro palabras el evangelio las pone en boca de Jesús en distintas
oportunidades.
Por ejemplo, en Mt 13,22 (y sus paralelos Mc 4,19 y Lc 8,14) Jesucristo
describe el tercer terreno de la parábola del sembrador como aquellos que
hacen que la palabra de Dios se ahogue porque se dejan seducir por las
riquezas. Aquí usa la palabra ploútos.
En Mc 10,23 (y su paralelo de Lc 18,24), con ocasión de la conversación con
el joven rico, dice: “Qué difícil es entrar en el Reino de Dios para los que
tienen riquezas”. Aquí usa la palabra jrémata.
Y en Lc 9,3 les dice a los Doce cuando los envía en misión: “No llevéis
dinero”. Aquí usa la palabra argýrion.
Por lo tanto, Jesucristo expresa la realidad ‘riqueza’ o ‘dinero’ con
distintas palabras. ¿Por qué en el evangelio de hoy se usa mamona? Porque
mamona es una palabra caldea o fenicia transliterada al griego que designa
al dinero, pero que muchas veces era personificado, al igual que el Ploûtos
de los griegos*2. Ploûtos para los griegos era el Dios-Dinero. Mamona para
los caldeos y los fenicios era, también, el Dios-Dinero. Por lo tanto,
Jesucristo se refiere al Ídolo-Dinero, un ente material al cual se le rinde
culto como a Dios. Y detrás de cada ídolo hay siempre un demonio. Por eso,
Mamona puede designar también el demonio del dinero, es decir, ‘al santo
patrono demoníaco’ del dinero. O más aún, al demonio que, bajo el nombre de
Mamona, se hace adorar bajo la realidad del dinero.
Esto se confirma por el hecho de que el NT usa varias veces el verbo
‘servir’ (en griego, douleîn) como sinónimo de ‘rendir culto a Dios’. Por
ejemplo, Hech 20,19; Rm 12,11 y Tes 1,9.
Entonces, el Mamona al cual se refiere hoy Jesucristo es el Dios-Dinero, el
Ídolo-Dinero, al cual el hombre de todos los tiempos siempre se ha sentido
inclinado a rendirle culto y sacrificarle, haciendo incluso para él
sacrificios humanos.
En otras dos ocasiones usa Jesucristo la palabra mamona, ambas en el
contexto de la parábola del administrador injusto (Lc 16,9. 11). En una,
habla de ‘la mamona de la injusticia’ (mamona tês adikías). En la otra, del
‘mamona injusto’ (mamonâ ádikos).
Por eso, es correctísima la conclusión que extrae Trilling: “Para Jesús la
riqueza siempre es «injusta», un poder casi demoníaco, que gana el corazón y
lo tiene encadenado. El que es víctima de la riqueza, también lo es del
diablo”*3.
El drama del hombre se encuentra en esta formidable disyuntiva: por un lado,
lleva dentro de sí la herida del pecado original consistente en ‘la
concupiscencia de los ojos’ (1Jn 3,16), es decir, el deseo desmesurado de
tener cosas materiales. Y por otro, tiene la necesidad, propia de su
indigencia, de cubrir sus necesidades para poder vivir. Por un lado,
necesita lo material para vivir; pero, por otro, tiene una inclinación
innata (es decir, que la tiene desde su nacimiento) a exagerar las
necesidades para vivir y aspirar a la acumulación de bienes como un medio de
buscar la felicidad absoluta, solo en esta tierra y para esta tierra. Es
allí donde el dinero se convierte en un Dios. El fin último del hombre ya no
está en el gozar eternamente de Dios en el cielo, sino en el gozar el
confort y la comodidad en este tiempo presente, en esta vida temporal.
El mundo de hoy, la sociedad de hoy, en general, vive en esta adoración del
dinero como a Dios. El mejor de los ejemplos es el hecho del triunfo de
aquel sistema económico que se ha denominado ‘capitalismo’ y que gobierna
todas las economías del mundo. El P. Julio Meinvielle escribía, ya en 1936:
“Hay una perversidad esencial en el capitalismo, cualquiera sea su especie,
pues es éste un sistema fundado sobre un vicio capital que los teólogos
llaman avaricia. Busca el acrecentamiento sin límites de las riquezas como
si fuese éste un fin en sí, como si su pura posesión constituyese la
felicidad del hombre. Enseña el Angélico: ‘La avaricia consiste en un deseo
inmoderado de poseer las cosas exteriores’ (Suma Teológica, II-II, q.118, a.
2).
“Precisamente, es esta concupiscencia del lucro la que constituye la esencia
de la economía moderna. No que la avaricia sólo haya existido en ella;
siempre ha habido avaros (…); pero nunca como en ella, este impulso perverso
que anida en la carne pecadora del hombre se ha organizado en un sistema
económico, nadie como ella ha hecho de un pecado una babélica construcción.
(…) En resumen, que el capitalismo es como la erupción de toda una familia
de pecados, es el reino de Mammona. Y esto se aplica tanto al capitalismo
liberal como al marxista”*4.
El Papa Francisco tiene esta misma visión del P. Meinvielle, pero fustiga el
sistema económico mundial con palabras mucho más duras. Veamos algunas de
estas expresiones del Papa Francisco.
“Hemos creado nuevos ídolos. La adoración del antiguo becerro de oro (cf. Ex
32,1-35) ha encontrado una versión nueva y despiadada en el fetichismo del
dinero y en la dictadura de la economía sin un rostro y sin un objetivo
verdaderamente humano”*5.
“Hace casi cien años, Pío XI preveía el crecimiento de una dictadura
económica mundial que él llamó «imperialismo internacional del dinero»
(Carta Enc. Quadragesimo Anno, 15 de mayo de 1931, 109). Toda la doctrina
social de la Iglesia y el magisterio de mis antecesores se rebelan contra el
ídolo-dinero que reina en lugar de servir, tiraniza y aterroriza a la
humanidad”*6.
2. La confianza en la Providencia divina
Esta aberración de la adoración del dinero que se da en los círculos más
altos del Gobierno Mundial y se va difundiendo cada vez más en los círculos
más bajos quizá no esté presente en la vida diaria del católico medio. Sin
embargo, su peligro es lo que el P. Castellani llama la Solicitud Terrena.
Lo escribe con mayúsculas porque, si bien no es una adoración del Dios
Dinero, sin embargo, reviste una gravedad que puede frustrar también la
vocación del bautizado a la vida eterna por el rechazo final de la
invitación a la salvación a causa de la búsqueda inmoderada de las riquezas.
Esto está detallado en la descripción que Jesucristo hace del tercer terreno
en la parábola del sembrador. El sembrador es Cristo. La semilla de trigo es
la palabra de Dios, es decir, el anuncio del Evangelio. El terreno es el
tipo de alma. El tercer terreno es bueno y fecundo y recibe bien la semilla
de trigo; pero en ese terreno hay pequeñas plantitas de abrojos; crecen los
abrojos, ahogan la planta de trigo, y el trigo se pasma y no da fruto, nada
de fruto. Esto representa al alma que recibe bien la palabra, el anuncio del
Evangelio. Pero ‘las preocupaciones de este siglo y la seducción de las
riquezas’ que no supo erradicar en su momento, ahora han ahogado la palabra
de Dios y no han dado fruto, nada de fruto. El no dar fruto significa la
condenación eterna.
Éste terreno representa a muchos católicos que han aceptado el anuncio del
Evangelio y han recibido el bautismo. Han adelantado en la vida espiritual,
han hecho crecer la palabra de Dios en sus almas, pero finalmente ‘las
preocupaciones de este siglo y la seducción de las riquezas’ ahogan la
palabra de Dios y los lleva a hacer su elección por las riquezas y rechazan
la salvación que Dios les ofrece.
La expresión griega que se traduce por ‘preocupaciones de este siglo y la
seducción de las riquezas’ es he mérimna toû aiônos kaì he apáte toû
ploútou. La palabra griega mérimna, que traducimos por ‘preocupaciones’
proviene del verbo merídso, que significa ‘dividir’. Por eso, la palabra
mérimna expresa aquellas cosas que exigen la atención del alma en distintas
direcciones y al mismo tiempo, de tal manera que hacen que el alma viva
dividida, solicitada por varios objetos a la vez. De aquí proviene la
ansiedad y el afán inmoderado. Y se trata de objetos todos relativos al
tiempo presente. En efecto, aión significa ‘siglo’, ‘tiempo presente’. No
hay ninguna referencia a la eternidad; todo se refiere a la vida
estrictamente temporal. Se trata de un afán inmoderado por las cosas
necesarias para nuestra vida temporal.
La palabra apáte significa ‘engaño’, ‘seducción’.
Esto es cuanto puede sucederle a un católico medio, sin necesidad que haya
caído en la adoración del Dios Dinero: dejarse arrastrar por las múltiples
necesidades materiales para vivir el tiempo presente, y de allí, dejarse
engañar y seducir por el deseo inmoderado de dinero y de riquezas. Esta es
una situación real y muy posible en cualquiera de nosotros y, por lo tanto,
debe ser tenida muy en cuenta y luchar para evitarla.
Precisamente esto es lo que hace Jesucristo en el evangelio de hoy: advertir
al cristiano que las preocupaciones excesivas por las necesidades del tiempo
presente lo pueden llevar al deseo inmoderado de riquezas, y el deseo
inmoderado de riquezas lo puede llevar a la condenación eterna.
¿Cuál es la solución a esta situación? La confianza absoluta en la bondad de
Dios Padre que no hará que nos falte lo necesario para nuestra vida aquí en
la tierra mientras nosotros tendamos con todas nuestras fuerzas a alcanzar
la vida eterna: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo
demás se les dará por añadidura”.
La falta de confianza en el amor del Padre y en la Providencia divina es la
causa principal de la ausencia de bendiciones tanto en una persona como en
una familia. Jesucristo, en sus revelaciones a Santa Faustina Kowalska
insiste numerosas veces en la necesidad de esta confianza para poder recibir
las bendiciones de Dios. La confianza, según estas revelaciones, es el
recipiente de la misericordia y de las bendiciones de Dios. Le dijo
Jesucristo a Santa Faustina Kowalska: “Di a las almas que de esta Fuente de
la Misericordia las almas sacan gracias exclusivamente con el recipiente de
confianza. Si su confianza es grande, Mi generosidad no conocerá límites”*7.
La falta de confianza en la Providencia divina equipara al cristiano al
pagano, aquel que no conoce a Dios y, por lo tanto, no puede rendirle culto.
3. El peligro de la Solicitud Terrena en otros ámbitos
Otra de las variantes que puede darse en esa falta de confianza en la acción
providente de Dios es el escándalo ante la presencia del mal en el mundo y
de acontecimientos desgraciados. Sin embargo, hay que saber que todo,
absolutamente todo, Dios lo ordena para el bien de los elegidos. No hay
ningún acontecimiento de este mundo, por malo y perverso que sea, que Dios
no lo ordene para el bien de los que se van a salvar.
Son dos los principios que nos permiten descubrir esta verdad. En primer
lugar, el texto de Rm 8,28: “Todo coopera para el bien de los que aman a
Dios”. Cuando el Espíritu Santo dice ‘todo’ debe entenderse de un modo
literal. “Al decir todas las cosas, no exceptúa nada. Por tanto, aquí entran
todos los acontecimientos, prósperos o adversos, lo concerniente al bien del
alma, los bienes de fortuna, la reputación, todas las condiciones de la vida
humana (familia, estudio, talentos, etc), todos los estados interiores por
los que pasamos (gozos, alegrías, privaciones, sequedades, disgustos,
tedios, tentaciones, etc.), hasta las faltas y los mismos pecados.
Todo, absolutamente todo. Al decir se disponen para el bien, se entiende que
cooperan, contribuyen, suceden, para nuestro bien espiritual. Hay que tener
esta visión y no la del carnal o mundano. Hay que ver todo a la luz de los
designios amorosos de la Providencia de Dios, que sólo el hombre espiritual
descubre: el espiritual lo juzga todo (1 Cor 2,15). Debemos creer con
firmeza inquebrantable que aun los acontecimientos más adversos y opuestos a
nuestra mira natural, son ordenados por Dios para nuestro bien, aunque no
comprendamos sus designios e ignoremos el término al que nos quiere
llevar”*8.
El segundo principio que nos permite saber que Dios está presente
providentemente en cada acontecimiento del mundo es el establece San
Agustín: “El Dios Todopoderoso, por ser soberanamente bueno, no permitiría
jamás que en sus obras existiera algún mal, si Él no fuera suficientemente
poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal”*9. Dios no quiere
el mal, pero lo permite. ¿Por qué lo permite, si Él es un Dios bueno? Porque
es poderoso para sacar bien del mal*10.
El cristiano que aceptó plenamente la palabra de Dios en un corazón libre de
abrojos, libre de las preocupaciones del siglo y de la seducción de las
riquezas, vive en esta continua acción de gracias y alegría de saber que
Dios dirige el mundo de una manera concreta y particular, a pesar de las
oposiciones de los hombres. El Catecismo de la Iglesia Católica cita a una
mística inglesa no beatificada, Juliana de Norwich, quien en sus escritos
insiste continuamente sobre esta visión sobrenatural*
11. A esta mística el Papa Benedicto XVI le dedicó una catequesis*12. Ella
dice: “En mi locura anterior, me preguntaba a menudo por qué la gran
sabiduría presciente de Dios no había impedido el comienzo de pecado. Pues,
entonces, me parecía, todo habría andado bien. (…) Pero Jesús, que en esta
visión me enseñó todo lo que me era necesario, respondió con estas palabras:
‘El pecado es necesario, pero todo acabará bien, todo acabará bien, y sea lo
que sea, acabará bien’”. Y también: “El Señor me dijo: ‘Puedo transformar
todo en bien, sé transformar todo en bien, quiero transformar todo en bien,
haré que todo esté bien; y tú misma verás que todo acabará bien’”*13.
Sólo en el cielo veremos los caminos por los que Dios condujo a los elegidos
a la salvación final*14.
El P. Pio de Pietrelcina decía que la historia del mundo es como un tapiz
que Dios teje. Nosotros desde aquí, desde la tierra, vemos el reverso del
tapiz y, por lo tanto, sus puntadas nos parecen inconexas. Pero un día
veremos el tapiz desde arriba, veremos el derecho del tapiz y nos daremos
cuenta que cada puntada de ese tapiz contribuyó a hacer una obra
maravillosa.
Conclusión
Ninguno de nosotros debe despreciar la inquietante realidad de que todos
llevamos en nuestra alma, como consecuencia del pecado original, la
‘concupiscencia de los ojos’ (1Jn 3,16), es decir, la tendencia al amor
desordenado a los bienes materiales. Es un abrojo, una mala planta que debe
ser arrancada apenas aparece. Si no se hace esto, se corre el riesgo de que
un día la maleza ahogue la planta de trigo y no se dé el fruto esperado: la
salvación eterna.
San Pablo nos exhorta: “Los quiero a ustedes libres de preocupaciones” (1Cor
7,32). Literalmente, en griego, dice: “Quiero que ustedes sean a-merímnoi”.
Es la contrapartida de la palabra mérimna, que son las preocupaciones del
siglo. El cristiano debe ser el a-merímnos por excelencia, es decir, el
libre de preocupaciones por las cosas del tiempo presente.
Pidámosle esa gracia a la Santísima Virgen.
Notas
*1- Swanson, nº 5796, en Multiléxico, nº 5366.
*2- Schenkl, f. – Brunetti, F., Dizionario Greco
– Italiano – Greco, Melita Editori, La Spezia, 1990, p. 529.
*3- Trilling, W., El Evangelio según San Mateo,
comentario a Mt 6,24, en El Nuevo Testamento y su mensaje, Herder,
Barcelona, 1969.
*4- Meinvielle, J., Concepción Católica de la
Economía, Edición de los Cursos de Cultura Católica, Buenos Aires, 1936, p.
7-11.
*5- Papa Francisco, Exhortación Apostólica
Evangelii Gaudium, 2013, nº 55.
*6- Papa Francisco, Discurso del Santo Padre
Francisco a los participantes en el encuentro mundial de movimientos
populares, Aula Pablo VI, Sábado 5 de noviembre de 2016. Otros textos del
Papa Francisco: “Este desequilibrio proviene de ideologías que defienden la
autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera. (…). Se
instaura una nueva tiranía invisible, a veces virtual, que impone, de forma
unilateral e implacable, sus leyes y sus reglas” (Papa Francisco,
Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium, 2013, nº 56). “¿Quién gobierna
entonces? El dinero ¿Cómo gobierna? Con el látigo del miedo, de la
inequidad, de la violencia económica, social, cultural y militar que
engendra más y más violencia en una espiral descendente que parece no acabar
jamás. ¡Cuánto dolor y cuánto miedo! Hay -lo dije hace poco-, hay un
terrorismo de base que emana del control global del dinero sobre la tierra y
atenta contra la humanidad entera” (Papa Francisco, Discurso del Santo Padre
Francisco a los participantes en el encuentro mundial de movimientos
populares, Aula Pablo VI, Sábado 5 de noviembre de 2016).
*7- Santa Faustina Kowalska, Diario, nº 1602.
*8- Buela, C., Directorio de Espiritualidad del
Instituto del Verbo Encarnado, nº 67.
*9- San Agustín, Enchir. 11,3, citado en
Catecismo de la Iglesia Católica, nº 311.
*10- Dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
“Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia
todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso
moral, causado por sus criaturas. (…) Del mayor mal moral que ha sido
cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por los
pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia (cf.
Rm 5,20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y nuestra
Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien”
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 312).
*11- Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nº
313.
*12- Cf. Benedicto XVI, Juliana de Norwich,
Audiencia General del miércoles 1 de diciembre de 2010.
*13- Juliana de Norwich, Libro de visiones y
revelaciones, Editorial Trotta, Madrid, 2002, p. 94. 101.
*14- A propósito, dice el Catecismo de la Iglesia
Católica: “Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la
historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia
desconocidos. Sólo al final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial,
cuando veamos a Dios ‘cara a cara’ (1Cor 13,12), nos serán plenamente
conocidos los caminos por los cuales, incluso a través de los dramas del mal
y del pecado, Dios habrá conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat
(cf. Gén 2,2) definitivo, en vista del cual creó el cielo y la tierra”
(Catecismo de la Iglesia Católica, nº 314).
Aplicación: Benedicto XVI - Invitación a la confianza en el amor
indefectible de Dios
La liturgia de hoy se hace eco de una de las palabras más conmovedoras de la
Sagrada Escritura. El Espíritu Santo nos la ha dado a través de la pluma del
llamado «segundo Isaías», el cual, para consolar a Jerusalén, afligida por
desventuras, dice así: «¿Puede una madre olvidar al niño que amamanta, no
tener compasión del hijo de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara, yo
no te olvidaré» (Is 49, 15). Esta invitación a la confianza en el amor
indefectible de Dios se nos presenta también en el pasaje, igualmente
sugestivo, del evangelio de san Mateo, en el que Jesús exhorta a sus
discípulos a confiar en la providencia del Padre celestial, que alimenta a
los pájaros del cielo y viste a los lirios del campo, y conoce todas
nuestras necesidades (cf. 6, 24-34).
Así dice el Maestro: «No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué
vais a beber, o con qué os vais a vestir. Los paganos se afanan por esas
cosas. Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso».
Ante la situación de tantas personas, cercanas o lejanas, que viven en la
miseria, estas palabras de Jesús podrían parecer poco realistas o, incluso,
evasivas. En realidad, el Señor quiere dar a entender con claridad que no es
posible servir a dos señores: a Dios y a la riqueza. Quien cree en Dios,
Padre lleno de amor por sus hijos, pone en primer lugar la búsqueda de su
reino, de su voluntad. Y eso es precisamente lo contrario del fatalismo o de
un ingenuo irenismo. La fe en la Providencia, de hecho, no exime de la ardua
lucha por una vida digna, sino que libera de la preocupación por las cosas y
del miedo del mañana. Es evidente que esta enseñanza de Jesús, si bien sigue
manteniendo su verdad y validez para todos, se practica de maneras
diferentes según las distintas vocaciones: un fraile franciscano podrá
seguirla de manera más radical, mientras que un padre de familia deberá
tener en cuenta sus deberes hacia su esposa e hijos.
En todo caso, sin embargo, el cristiano se distingue por su absoluta
confianza en el Padre celestial, como Jesús. Precisamente la relación con
Dios Padre da sentido a toda la vida de Cristo, a sus palabras, a sus gestos
de salvación, hasta su pasión, muerte y resurrección. Jesús nos demostró lo
que significa vivir con los pies bien plantados en la tierra, atentos a las
situaciones concretas del prójimo y, al mismo tiempo, teniendo siempre el
corazón en el cielo, sumergido en la misericordia de Dios.
Queridos amigos, a la luz de la Palabra de Dios de este domingo, os invito a
invocar a la Virgen María con el título de Madre de la divina Providencia. A
ella le encomendamos nuestra vida, el camino de la Iglesia y las vicisitudes
de la historia. En particular, invocamos su intercesión para que todos
aprendamos a vivir siguiendo un estilo más sencillo y sobrio en la actividad
diaria y en el respeto de la creación, que Dios ha encomendado a nuestra
custodia.
(Ángelus, Plaza de San Pedro, domingo 27 de febrero de 2011)
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Aplicación: Benedicto XVI - La divina Providencia
En el centro de la liturgia de este domingo encontramos una de las verdades
más consoladoras: la divina Providencia. El profeta Isaías la presenta con
la imagen del amor materno lleno de ternura, y dice así: «¿Puede una madre
olvidar al niño que amamanta, no tener compasión del hijo de sus entrañas?
Pues, aunque ella se olvidara, yo no te olvidaré» (49, 15). ¡Qué hermoso es
esto! Dios no se olvida de nosotros, de cada uno de nosotros. De cada uno de
nosotros con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Qué buen
pensamiento…
Esta invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelo en la página
del Evangelio de Mateo: «Mirad los pájaros del cielo —dice Jesús—: no
siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los
alimenta… Fijaos cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Y
os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos»
(Mt 6, 26.28-29).
Pero pensando en tantas personas que viven en condiciones precarias, o
totalmente en la miseria que ofende su dignidad, estas palabras de Jesús
podrían parecer abstractas, si no ilusorias. Pero en realidad son más que
nunca actuales. Nos recuerdan que no se puede servir a dos señores: Dios y
la riqueza. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá jamás justicia.
Debemos escuchar bien esto. Si cada uno busca acumular para sí, no habrá
jamás justicia. Si, en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos
juntos su Reino, entonces a nadie faltará lo necesario para vivir
dignamente.
Un corazón ocupado por el afán de poseer es un corazón lleno de este anhelo
de poseer, pero vacío de Dios. Por ello Jesús advirtió en más de una ocasión
a los ricos, porque es grande su riesgo de poner su propia seguridad en los
bienes de este mundo, y la seguridad, la seguridad definitiva, está en Dios.
En un corazón poseído por las riquezas, no hay mucho sitio para la fe: todo
está ocupado por las riquezas, no hay sitio para la fe. Si, en cambio, se
deja a Dios el sitio que le corresponde, es decir, el primero, entonces su
amor conduce a compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de
proyectos de solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos,
incluso recientes, en la historia de la Iglesia. Y así la Providencia de
Dios pasa a través de nuestro servicio a los demás, nuestro compartir con
los demás. Si cada uno de nosotros no acumula riquezas sólo para sí, sino
que las pone al servicio de los demás, en este caso la Providencia de Dios
se hace visible en este gesto de solidaridad. Si, en cambio, alguien acumula
sólo para sí, ¿qué sucederá cuando sea llamado por Dios? No podrá llevar las
riquezas consigo, porque —lo sabéis— el sudario no tiene bolsillos. Es mejor
compartir, porque al cielo llevamos sólo lo que hemos compartido con los
demás.
La senda que indica Jesús puede parecer poco realista respecto a la
mentalidad común y a los problemas de la crisis económica; pero, si se
piensa bien, nos conduce a la justa escala de valores. Él dice: «¿No vale
más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?» (Mt 6, 25).
Para hacer que a nadie le falte el pan, el agua, el vestido, la casa, el
trabajo, la salud, es necesario que todos nos reconozcamos hijos del Padre
que está en el cielo y, por lo tanto, hermanos entre nosotros, y nos
comportemos en consecuencia. Esto lo recordaba en el Mensaje para la paz del
1 de enero: el camino para la paz es la fraternidad: este ir juntos,
compartir las cosas juntos.
A la luz de la Palabra de Dios de este domingo, invoquemos a la Virgen María
como Madre de la divina Providencia. A ella confiamos nuestra existencia, el
camino de la Iglesia y de la humanidad. En especial, invoquemos su
intercesión para que todos nos esforcemos por vivir con un estilo sencillo y
sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los hermanos más
carecientes.
(Basílica Vaticana, domingo 23 de febrero de 2014)
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Directorio Homilético: Octavo domingo del Tiempo Ordinario
CEC 302-314: la Divina Providencia y su papel en la historia
CEC 2113-2115: la idolatría altera los valores; creer en la Providencia en
vez de en la adivinación
CEC 2632: oración de los fieles, peticiones para la llegada del Reino
CEC 2830: creer en la Providencia no significa estar ocioso
V DIOS REALIZA SU DESIGNIO: LA DIVINA PROVIDENCIA
302 La creación tiene su bondad y su perfección propias, pero no salió
plenamente acabada de las manos del Creador. Fue creada “en estado de vía”
(“In statu viae”) hacia una perfección última todavía por alcanzar, a la
que Dios la destinó. Llamamos divina providencia a las disposiciones por las
que Dios conduce la obra de su creación hacia esta perfección:
Dios guarda y gobierna por su providencia todo lo que creó, “alcanzando con
fuerza de un extremo al otro del mundo y disponiéndolo todo con dulzura” (Sb
8, 1). Porque “todo está desnudo y patente a sus ojos” (Hb 4, 13), incluso
lo que la acción libre de las criaturas producirá (Cc. Vaticano I: DS 3003).
303 El testimonio de la Escritura es unánime: la solicitud de la divina
providencia es concreta e inmediata; tiene cuidado de todo, de las cosas más
pequeñas hasta los grandes acontecimientos del mundo y de la historia. Las
Sagradas Escrituras afirman con fuerza la soberanía absoluta de Dios en el
curso de los acontecimientos: “Nuestro Dios en los cielos y en la tierra,
todo cuanto le place lo realiza” (Sal 115, 3); y de Cristo se dice: “si él
abre, nadie puede cerrar; si él cierra, nadie puede abrir” (Ap 3, 7); “hay
muchos proyectos en el corazón del hombre, pero sólo el plan de Dios se
realiza” (Pr 19, 21).
304 Así vemos al Espíritu Santo, autor principal de la Sagrada Escritura
atribuir con frecuencia a Dios acciones sin mencionar causas segundas. Esto
no es “una manera de hablar” primitiva, sino un modo profundo de recordar la
primacía de Dios y su señorío absoluto sobre la historia y el mundo (cf Is
10, 5-15; 45, 5-7; Dt 32, 39; Si 11, 14) y de educar así para la confianza
en E1. La oración de los salmos es la gran escuela de esta confianza (cf Sal
22; 32; 35; 103; 138).
305 Jesús pide un abandono filial en la providencia del Padre celestial que
cuida de las más pequeñas necesidades de sus hijos: “No andéis, pues,
preocupados diciendo: ¿qué vamos a comer? ¿qué vamos a beber?… Ya sabe
vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su
Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura” (Mt 6,
31-33; cf 10, 29-31).
La providencia y las causas segundas
306 Dios es el Señor soberano de su designio. Pero para su realización se
sirve también del concurso de las criaturas. Esto no es un signo de
debilidad, sino de la grandeza y bondad de Dios Todopoderoso. Porque Dios no
da solamente a sus criaturas la existencia, les da también la dignidad de
actuar por sí mismas, de ser causas y principios unas de otras y de cooperar
así a la realización de su designio.
307 Dios concede a los hombres incluso poder participar libremente en su
providencia confiándoles la responsabilidad de “someter” la tierra y
dominarla (cf Gn 1, 26-28). Dios da así a los hombres el ser causas
inteligentes y libres para completar la obra de la Creación, para
perfeccionar su armonía para su bien y el de sus prójimos. Los hombres,
cooperadores a menudo inconscientes de la voluntad divina, pueden entrar
libremente en el plan divino no sólo por su acciones y sus oraciones, sino
también por sus sufrimientos (cf Col I, 24) Entonces llegan a ser plenamente
“colaboradores de Dios” (1 Co 3, 9; 1 Ts 3, 2) y de su Reino (cf Col 4, 11).
308 Es una verdad inseparable de la fe en Dios Creador: Dios actúa en las
obras de sus criaturas. Es la causa primera que opera en y por las causas
segundas: “Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, como bien le
parece” (Flp 2, 13; cf 1 Co 12, 6). Esta verdad, lejos de disminuir la
dignidad de la criatura, la realza. Sacada de la nada por el poder, la
sabiduría y la bondad de Dios, no puede nada si está separada de su origen,
porque “sin el Creador la criatura se diluye” (GS 36, 3); menos aún puede
ella alcanzar su fin último sin la ayuda de la gracia (cf Mt 19, 26; Jn 15,
5; Flp 4, 13).
La providencia y el escándalo del mal
309 Si Dios Padre Todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene
cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan
apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una
respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a
esta pregunta: la bondad de la creación, el drama del pecado, el amor
paciente de Dios que sale al encuentro del hombre con sus Alianzas, con la
Encarnación redentora de su Hijo, con el don del Espíritu, con la
congregación de la Iglesia, con la fuerza de los sacramentos, con la llamada
a una vida bienaventurada que las criaturas son invitadas a aceptar
libremente, pero a la cual, también libremente, por un misterio terrible,
pueden negarse o rechazar. No hay un rasgo del mensaje cristiano que no sea
en parte una respuesta a la cuestión del mal.
310 Pero ¿por qué Dios no creó un mundo tan perfecto que en él no pudiera
existir ningún mal? En su poder Infinito, Dios podría siempre crear algo
mejor (cf S. Tomás de A., s. th. I, 25, 6). Sin embargo, en su sabiduría y
bondad Infinitas, Dios quiso libremente crear un mundo “en estado de vía”
hacia su perfección última. Este devenir trae consigo en el designio de
Dios, junto con la aparición de ciertos seres, la desaparición de otros;
junto con lo más perfecto lo menos perfecto; junto con las construcciones de
la naturaleza también las destrucciones. Por tanto, con el bien físico
existe también el mal físico, mientras la creación no haya alcanzado su
perfecciGn (cf S. Tomás de A., s. gent. 3, 71).
311 Los ángeles y los hombres, criaturas inteligentes y libres, deben
caminar hacia su destino último por elección libre y amor de preferencia.
Por ello pueden desviarse. De hecho pecaron. Y fue así como el mal moral
entró en el mundo, incomparablemente más grave que el mal físico. Dios no es
de ninguna manera, ni directa ni indirectamente, la causa del mal moral, (cf
S. Agustín, lib. 1, 1, 1; S. Tomás de A., s. th. 1-2, 79, 1). Sin embargo,
lo permite, respetando la libertad de su criatura, y, misteriosamente, sabe
sacar de él el bien:
Porque el Dios Todopoderoso… por ser soberanamente bueno, no permitiría
jamás que en sus obras existiera algún mal, si El no fuera suficientemente
poderoso y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal (S. Agustín,
enchir. 11, 3).
312 Así, con el tiempo, se puede descubrir que Dios, en su providencia
todopoderosa, puede sacar un bien de las consecuencias de un mal, incluso
moral, causado por sus criaturas: “No fuisteis vosotros, dice José a sus
hermanos, los que me enviasteis acá, sino Dios… aunque vosotros pensasteis
hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir… un pueblo
numeroso” (Gn 45, 8;50, 20; cf Tb 2, 12-18 Vg.). Del mayor mal moral que ha
sido cometido jamás, el rechazo y la muerte del Hijo de Dios, causado por
los pecados de todos los hombres, Dios, por la superabundancia de su gracia
(cf Rm 5, 20), sacó el mayor de los bienes: la glorificación de Cristo y
nuestra Redención. Sin embargo, no por esto el mal se convierte en un bien.
313 “Todo coopera al bien de los que aman a Dios” (Rm 8, 28). E1 testimonio
de los santos no cesa de confirmar esta verdad:
Así Santa Catalina de Siena dice a “los que se escandalizan y se rebelan por
lo que les sucede”: “Todo procede del amor, todo está ordenado a la
salvación del hombre, Dios no hace nada que no sea con este fin” (dial.4,
138).
Y Santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada
puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que El quiere, por muy malo que
nos parezca, es en realidad lo mejor” (carta).
Y Juliana de Norwich: “Yo comprendí, pues, por la gracia de Dios, que era
preciso mantenerme firmemente en la fe y creer con no menos firmeza que
todas las cosas serán para bien…” “Thou shalt see thyself that all MANNER of
thing shall be well ” (rev.32).
314 Creemos firmemente que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero
los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos. Sólo al
final, cuando tenga fin nuestro conocimiento parcial, cuando veamos a Dios
“cara a cara” (1 Co 13, 12), nos serán plenamente conocidos los caminos por
los cuales, incluso a través de los dramas del mal y del pecado, Dios habrá
conducido su creación hasta el reposo de ese Sabbat (cf Gn 2, 2) definitivo,
en vista del cual creó el cielo y la tierra.
2113 La idolatría no se refiere sólo a los cultos falsos del paganismo. Es
una tentación constante de la fe. Consiste en divinizar lo que no es Dios.
Hay idolatría desde que el hombre honra y reverencia a una criatura en lugar
de Dios. Trátese de dioses o de demonios (por ejemplo, el satanismo), de
poder, de placer, de la raza, de los antepasados, del Estado, del dinero,
etc. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dice Jesús (Mt 6,24). Numerosos
mártires han muerto por no adorar a “la Bestia” (cf Ap 13-14), negándose
incluso a simular su culto. La idolatría rechaza el único Señorío de Dios;
es, por tanto, incompatible con la comunión divina (cf Gál 5,20; Ef 5,5).
2114 La vida humana se unifica en la adoración del Dios Unico. El
mandamiento de adorar al único Señor da unidad al hombre y lo salva de una
dispersión infinita. La idolatría es una perversión del sentido religioso
innato en el hombre. El idólatra es el que “aplica a cualquier cosa en lugar
de Dios su indestructible noción de Dios” (Orígenes, Cels. 2,40).
Adivinación y magia
2115 Dios puede revelar el porvenir a sus profetas o a otros santos. Sin
embargo, la actitud cristiana justa consiste en ponerse con confianza en las
manos de la Providencia en lo que se refiere al futuro y en abandonar toda
curiosidad malsana al respecto. La imprevisión puede constituir una falta de
responsabilidad.
2632 La petición cristiana está centrada en el deseo y en la búsqueda del
Reino que viene, conforme a las enseñanzas de Jesús (cf Mt 6, 10. 33; Lc 11,
2. 13). Hay una jerarquía en las peticiones: primero el Reino, a
continuación lo que es necesario para acogerlo y para cooperar a su venida.
Esta cooperación con la misión de Cristo y del Espíritu Santo, que es ahora
la de la Iglesia, es objeto de la oración de la comunidad apostólica (cf Hch
6, 6; 13, 3). Es la oración de Pablo, el Apóstol por excelencia, que nos
revela cómo la solicitud divina por todas las Iglesias debe animar la
oración cristiana (cf Rm 10, 1; Ef 1, 16-23; Flp 1, 9-11; Col 1, 3-6; 4,
3-4. 12). Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino.
2830 “Nuestro pan”. El Padre que nos da la vida no puede dejar de darnos el
alimento necesario para ella, todos los bienes convenientes, materiales y
espirituales. En el Sermón de la montaña, Jesús insiste en esta confianza
filial que coopera con la Providencia de nuestro Padre (cf Mt 6, 25-34). No
nos impone ninguna pasividad (cf 2 Ts 3, 6-13) sino que quiere librarnos de
toda inquietud agobiante y de toda preocupación. Así es el abandono filial
de los hijos de Dios:
A los que buscan el Reino y la justicia de Dios, él les promete darles todo
por añadidura. Todo en efecto pertenece a Dios: al que posee a Dios, nada le
falta, si él mismo no falta a Dios. (S. Cipriano, Dom. orat. 21).
La dulzura de la miel
Pensemos, mis hermanos, si la mosca cuando llega atraída por la dulzura de
la miel, no se metiere de pies en ella si no que con la boca tomase
solamente lo que ha de menester para su hambre, saldría libre y volaría a
otra parte. Pero como no se contenta con esto, sino que llevada por su
placer se mete en la miel toda entera, queda presa y allí halla la muerte
donde buscaba el gusto.
Así les pasa a muchos con las riquezas de la vida. Si se contentaran con
usar de ellas para sus necesidades volarían fácilmente hasta Dios. Pero como
no se contentan con esto sino que usan y abusan de ellas para gozar y para
pasarlo bien, por eso quedan presos de ellas y en ellas encontrarán la
muerte eterna.
(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Tomo II, Editorial Sal Terrae, Santander,
1959, p. 636)
(Cortesía: iveargentina.org y otros)