Domingo 8 del Tiempo Ordinario A - 'No pueden servir a dos señores' - Iglesia del Hogar: en Familia, como Iglesia doméstica, preparémonos para la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical
Falta un dedo: Celebrarla
Para ser más felices" Curso con y sobre las Bienaventuranzas"
1. INTRODUCCIÓN A LAS LECTURAS
1. 1 Primera lectura: Is 49.14-15
La primera lectura del domingo pasado nos traía la palabra de Dios que nos
llamaba a ser santos. Con todo, en nuestra vida a veces hay sufrimientos,
sorpresas desagradables, desilusiones y fracasos. Fácilmente nos ponemos a
pensar que Dios no nos cuida. Esta lectura describe como es la reacción de
Dios frente a nuestras quejas.
1. 2 Segunda lectura: 1 Cor 4, 1-5
Todos tenemos nuestras responsabilidades. Y estas responsabilidades nos las
ha confiado Dios. Las palabras de San Pablo invitan a que hagamos un examen
de conciencia.
1. 3 Evangelio: Mt 6, 24-34
La fe y la confianza en el amor de Dios son actitudes y reacciones de cada
día. Especialmente cuando se lleva la responsabilidad de una familia. Es muy
natural que nos preocupemos. Dejemos que Jesús nos enseña cómo enfrentar
estas preocupaciones.
2. REFLEXIONEMOS
2. 1 Los padres
Mensaje de Jesús
¿Por qué te confundes y te agitas ante los problemas de la vida?
Déjame el cuidado de todas tus cosas y todo te irá mejor. Cuando te
abandones en mí todo se resolverá con tranquilidad según mis designios.
No te desesperes, no me dirijas una oración agitada, como si quisieras
exigirme el cumplimiento de tus deseos. Cierra los ojos del alma y dime con
calma. JESÚS, YO CONFÍO EN TI.
Evita las preocupaciones, angustias y los pensamientos sobre lo que pueda
suceder después. No estropees mis planes, queriéndome imponer tus ideas.
Déjame ser Dios y actuar con libertad.
Abandónate confiadamente en mí. Reposa en mí y deja en mis manos tu futuro.
Dime frecuentemente: JESÚS, YO CONFÍO EN TI.
Lo que más daño te hace es tu razonamiento y tus propias ideas y querer
resolver las cosas a tu manera. Cuando me dices: JESÚS, YO CONFÍO EN TI, no
seas como el paciente que le pide al médico que lo cure, pero le sugiere el
modo de hacerlo. Déjate llevar en mis brazos divinos, no tengas miedo, YO TE
AMO.
Si crees que las cosas empeoraron o se complican a pesar de tu oración sigue
confiando. Cierra los ojos del alma y confía. Continúa diciéndome a toda
hora JESÚS, YO CONFÍO EN TI. Necesito las manos libres para poder obrar. No
me ates con tus preocupaciones inútiles, Satanás quiere eso: agitarte,
angustiarte, quitarte la paz. Confía sólo en mí abandonándote en mí. Así que
no te preocupes, echa en mí todas tus angustias y duerme tranquilamente.
Dime siempre: JESÚS, YO CONFÍO EN TI y verás grandes milagros. Te lo prometo
por mi amor.
Jesús
(catholic.net)
Miren lo que dice la Palabra de Dios y oren con confianza:
Preocuparse por lo que vale la pena
"Tú que hiciste las cosas pasadas,
las de ahora y las venideras,
que has pensado el presente y el futuro
y sólo sucede lo que tú dispones,
y tus designios se presentan
y te dicen: "¡Aquí estamos!"
Pues todos tus caminos
están ya preparados
y tus juicios previstos de antemano." Judit 9, 5-6
"A los ricos de este mundo recomiéndales que no sean altaneros ni pongan su
esperanza en lo inseguro de las riquezas sino en Dios, que nos provee
espléndidamente de todo para que lo disfrutemos; que practiquen el bien, que
se enriquezcan con bellas obras, que den con generosidad y con liberalidad;
de esta forma irán atesorando para el futuro un excelente fondo con el que
podrán adquirir la vida verdadera." 1 Timoteo 6, 17-19
"Jesús dijo: "Mirad y guardaos de toda codicia, porque, aunque alguien posea
abundantes riquezas, éstas no le garantizan la vida."
Les dijo una parábola: "Los campos de cierto hombre rico dieron mucho fruto;
y pensaba entre sí, diciendo: `¿Qué haré, pues no tengo dónde almacenar mi
cosecha?´ Y dijo: `Voy a hacer esto: Voy a demoler mis graneros, edificaré
otros más grandes, reuniré allí todo mi trigo y mis bienes y diré a mi alma:
Alma, tienes muchos bienes en reserva para muchos años. Descansa, come,
bebe, banquetea.´ Pero Dios le dijo: ´¡Necio! Esta misma noche te reclamarán
el alma; las cosas que preparaste, ¿para quién serán?´ Así es el que atesora
riquezas para sí y no se enriquece en orden a Dios."" Lucas 12, 15-21
"Confiadle todas vuestras preocupaciones, pues El cuida de vosotros."
1 Pedro 5, 7
El poder de la oración
"Jesús les respondió: "Tened fe en Dios. Yo os aseguro que quien diga a este
monte: `Quítate y arrójate al mar´ y no vacile en su corazón sino que crea
que va a suceder lo que dice, lo obtendrá. Por eso os digo: todo cuanto
pidáis en la oración, creed que ya lo habéis recibido y lo obtendréis."
Marcos 11, 22-24
No tener miedo en las dificultades
"Si Dios está por nosotros ¿quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su
propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará con
él graciosamente todas las cosas?¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La
tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?,
¿los peligros?, ¿la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos
muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en
todo esto salimos más que vencedores gracias a aquel que nos amó.
Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los
principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la
profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro." Romanos 8, 31-32. 35-39
""No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros
a vosotros el Reino. "Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas
que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el
ladrón, ni la polilla corroe; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará
también vuestro corazón." Lucas 12, 32-34
Oración para pedir serenidad
Señor, concédeme la SERENIDAD, para aceptar las cosas que no puedo cambiar;
VALOR, para cambiar las cosas que si puedo; y SABIDURÍA, para conocer la
diferencia. Amén.
Conversamos con los hijos cómo aplicar a nuestra vida diaria una leyende de la antigüdad:
Había un rey muy avaro que tenía por nombre Midas. Era fabulosamente rico, pero siempre estaba deseando ser más rico todavía. No daba limosnas jamás y los necesitados salían de palacio desairados.
- ¡Cuánto daría por ser el rey más rico del orbe! ¡Quisiera tener más oro que nadie! – decía, a cada instante.
Una mañana, cuando desayunaba, se le apareció un duende.
- Ya lo ves: soy un duende.
- Supongo que no te quedarás a pasar muchos días. Este año no me han rendido los campos y no podemos gastar mucho en comida.
- Vengo a compensar, en algo, tu mala suerte – dijo el duende-. Pídeme la gracia que quieras y te será concedida.
- Si es cierto tu poder, ¿podrías hacer que todo lo que toque se convierta en oro? - dijo el rey.
- Pues bien: se cumplirá tu deseo – corroboró el duende y diciendo esto, desapareció diluyéndose en el aire.
El rey Midas, para cerciorarse de la magia del duende, cogió unas monedas de cobre y plata.
Apenas las hubo tocado, las monedas se convirtieron en otras de reluciente oro.
- ¡El duende tenía razón! ¡Qué prodigio! – exclamó, fuera de sí, el rey, encendidos los ojos de la avaricia.
Luego, tocó un jarrón de porcelana y éste quedó convertido en oro. Tocó todos los cubiertos de mesa, que eran de plata, y al momento se convirtieron en oro. Y así, muy contento y cada vez más lleno de ambición, el rey Midas fue tocando cuantos objetos tenía al alcance, quedando convertidos en oro. Ya el soberano estaba cansado de tocar objetos, y como sintió hambre, pidió que le sirvieran la comida.
Cuando le trajeron en un azafate su comida, al querer comer un trozo de pan, éste se convirtió en duro pedazo de oro. El rey quedó pensativo. Fue a beber vino y, al coger el vaso, éste y el líquido se convirtieron en oro.
- ¡Oh, no puedo comer! – dijo, tristemente, el rey Midas.
Fue a su biblioteca a leer, pero, al coger un libro, éste se transformó en un pesado bloque de oro. Cada vez más preocupado, el rey intentó acariciar a su gato favorito, y lo convirtió en una estatua de oro. Quiso aspirar perfume de una bellísima rosa, pero, al tocarla, la rosa se convirtió en oro.
Ya fuera de sí quiso distraerse dando una cabalgata en su famoso caballo blanco. Pero apenas tocó al precioso animal, éste quedó convertido en estatua de oro. Entonces, el rey comenzó a llorar sin consuelo, y al ser escuchadas sus sollozos por su única hija, vino ésta presurosa a acariciarlo, dándole frases de consuelo.
Mas, cuando el rey tocó a su hija, ésta quedó convertida en estatua de oro.
- ¡Maldito oro, déjame vivir en paz! ¡Todo cuanto he tocado se ha convertido oro, y hasta mi única hija ha pasado a ser estatua! ¡Duende mágico, ten compasión de este rey, que cegado por la ambición de riquezas, es ahora el más desdichado de los mortales!
Apareció de nuevo el duende y, apiadado del rey, despojó a éste del don de convertirse en oro cuando tocaba.
- Ahora, rey Midas – le dijo -, que esto te sirva de lección y comprenderás que el oro no es la base de la felicidad, y que la avaricia es fuente de desdichas.
El rey Midas dejó su codicia y compartió sus riquezas entre los pobres. Así fue muy querido por todos.
Cuando el dinero, el quererlo todo, es lo más importante, todo lo demás deja de ser lo que es.
3. RELACIÓN CON LA MISA
A través de la Palabra y de la Eucaristía Jesús, Dios y hombre, se
entrega totalmente a nosotros. ¿Qué más podría dar? Que cada celebración
eucarística en la que participamos, aumente nuestra fe y nuestra confianza
en el amor de Dios.
4. VIVENCIA FAMILIAR
Durante una reunión familiar de mucha confianza cada uno comparte
con los demás sus preocupaciones que más le agobia y juntos oran los unos
por los otros para pedir el don de la fe y de la confianza en la Providencia
amorosa de Dios. Y luego conversamos como buscar primero el reino de Dios.
5. NOS HABLA LA IGLESIA
La Divina Providencia y la condición histórica del hombre de hoy
a la luz del Concilio Vaticano II
1. La verdad sobre la Divina Providencia aparece como el punto de
convergencia de tantas verdades contenidas en la afirmación: "Creo en Dios
Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra". Por su riqueza y
continua actualidad había de ocuparse de esta verdad todo el magisterio del
Concilio Vaticano II, que lo hizo de modo excelente. Efectivamente, en
muchos documentos conciliares encontramos una referencia apropiada a esta
verdad de fe, que está presente de un modo particular en la Constitución
Gaudium et spes. Ponerlo de relieve significa hacer una recapitulación
actual de las catequesis precedentes sobre la Divina Providencia.
2. Como es sabido, la Constitución Gaudium et spes afronta el tema: La
Iglesia y el mundo actual. Sin embargo, desde los primeros párrafos se ve
claramente que tratar este tema sobre la base del magisterio de la Iglesia
no es posible sin remontarse a la verdad revelada sobre la relación de Dios
con el mundo, y en definitiva a la verdad de la Providencia Divina.
Leemos pues: "El mundo... que el Concilio tiene presente es el... de todos
los hombres...; el mundo que los cristianos creen fundado y conservado por
el amor del Creador, mundo esclavizado bajo la servidumbre del pecado, pero
liberado por Cristo crucificado y resucitado, roto el poder del demonio,
para que se transforme según el propósito divino y llegue a su consumación"
(Gaudium et spes 2).
Esta "descripción" afecta a toda la doctrina de la Providencia, entendida
bien como plan eterno de Dios en la creación, bien como realización de este
plan en la historia, bien como sentido salvífico y escatológico del
universo, y especialmente del mundo humano según la "predestinación en
Cristo", centro y quicio de todas las cosas. En este sentido se toma con
otros términos la afirmación dogmática del Concilio Vaticano I: "Todo lo que
Dios ha creado lo conserva y lo dirige con su Providencia 'extendiéndose de
un confín a otro con poder y gobernando con suavidad todas las cosas' (cf.
Sab 8, 1). 'Todas las cosas son desnudas y descubiertas ante sus ojos' (cf.
Heb 4, 13) incluso las que existirán por libre iniciativa de las criaturas"
(Const. De Fide, DS 3003). Más específicamente, desde el punto de partida,
la Gaudium et spes enfoca una cuestión relativa a nuestro tema e interesante
para el hombre de hoy: cómo se compaginan el "crecimiento" del reino de Dios
y el desarrollo (evolución) del mundo. Sigamos ahora las grandes líneas de
tal exposición, puntualizando las afirmaciones principales.
3. En el mundo visible el protagonista del desarrollo histórico y cultural
es el hombre. Creado a imagen y semejanza de Dios, conservado por Él en su
ser y guiado con amor paterno en la tarea de "dominar" las demás criaturas,
el hombre en cierto sentido es, por sí mismo, "providencia". "La actividad
humana individual y colectiva o el conjunto ingente de esfuerzos realizados
por el hombre a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de
vida, considerado en sí mismo, responde a la voluntad de Dios: creado el
hombre a imagen de Dios, recibió el mandato de gobernar el mundo en justicia
y santidad, sometiendo así la tierra y cuanto en ella se contiene y de
orientar a Dios la propia persona y el universo entero, reconociendo a Dios
como Creador de todo, de modo que con el sometimiento de todas las cosas al
hombre sea admirable el nombre de Dios en el mundo" (Gaudium et spes, 34).
Con anterioridad, el mismo documento conciliar había dicho: "No se equivoca
el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al
considerarse no ya como partícula de la naturaleza o como elemento anónimo
de la ciudad humana. Por su interioridad es, en efecto, superior al universo
entero; a estas profundidades retorna cuando entra dentro de su corazón
donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él
personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (Gaudium et
spes, 14).
4. El desarrollo del mundo hacia órdenes económicos y culturales que
responden cada vez más a las exigencias integrales del hombre es una tarea
que entra de lleno en la vocación del mismo hombre a dominar la tierra. Por
eso también los éxitos reales de la actual civilización científica y
técnica, así como los de la cultura humanística y los de la "sabiduría" de
todos los siglos, entran en el ámbito de la "providencia" de la que el
hombre participa por actuación del designio de Dios sobre el mundo. Bajo
esta luz el Concilio ve y reconoce el valor y la función de la cultura y del
trabajo de nuestro tiempo. Efectivamente, en la Constitución Gaudium et spes
se describe la nueva condición cultural y social de la humanidad con sus
notas distintivas y sus posibilidades de avance tan rápido que suscita
estupor y esperanza (cf. Gaudium et spes, 53-54). El Concilio no duda en dar
testimonio de los admirables éxitos del hombre reconduciéndolos al marco del
designio y mandato de Dios y uniéndose además con el Evangelio de
fraternidad predicado por Cristo: "En efecto, el hombre, cuando con sus
manos o ayudándose de los recursos técnicos cultiva la tierra para que
produzca frutos y llegue a ser una morada digna de toda la familia humana, y
cuando conscientemente interviene en la vida de los grupos sociales, sigue
el plan mismo de Dios, manifestado a la humanidad al comienzo de los
tiempos: somete la tierra y perfecciona la creación, al mismo tiempo que se
perfecciona a sí mismo. Más aún obedece al gran mandamiento de Cristo de
entregarse al servicio de sus hermanos" (Gaudium et spes, 57; cf. también
Gaudium et spes, 63).
5. El Concilio no cierra tampoco los ojos a los enormes problemas
concernientes al desarrollo del hombre de hoy, tanto en su dimensión de
persona como de comunidad. Sería una ilusión creer poderlos ignorar, como
sería un error plantearnos de forma impropia o insuficiente, pretendiendo
absurdamente hacer menospreciar la referencia necesaria a la Providencia y a
la voluntad de Dios. Dice el Concilio: "En nuestros días, el género humano,
admirado de sus propios descubrimientos y de su propio poder, se formula con
frecuencia preguntas angustiosas sobre la evolución presente del mundo,
sobre el puesto y la misión del hombre en el universo, sobre el sentido de
sus esfuerzos individuales y colectivos, sobre el destino último de las
cosas y de la humanidad" (Gaudium et spes, 3). Y explica: "Como ocurre en
casos de crecimiento repentino, esta transformación trae consigo no leves
dificultades. Así, mientras el hombre amplía extraordinariamente su poder,
no siempre consigue someterlo a su servicio. Quiere conocer con profundidad
creciente su intimidad espiritual, y con frecuencia se siente más incierto
que nunca de sí mismo. Descubre paulatinamente las leyes de la vida social y
duda sobre la orientación que a ésta se debe dar" (Gaudium et spes, 4). El
Concilio habla expresamente de "contradicciones y desequilibrios" generados
por una "evolución rápida y realizada desordenadamente" en condiciones
socioeconómicas, en la costumbre, en la cultura, como también en el
pensamiento y en la conciencia del hombre, en la familia, en las relaciones
sociales, en las relaciones entre los grupos, las comunidades y las
naciones, con consiguientes "desconfianzas y enemistades, conflictos y
anarquías, de las que el mismo hombre es a la vez causa y víctima" (cf.
Gaudium et spes, 8-10). Y finalmente el Concilio llega a la raíz cuando
afirma: "Los desequilibrios que fatigan al hombre moderno están conectados
con ese otro desequilibrio fundamental que hunde sus raíces en el corazón
del hombre" (Gaudium et spes, 10).
6. Ante esta situación del hombre en el mundo de hoy aparece totalmente
injustificada la mentalidad según la cual el "dominio" que él se atribuye es
absoluto y radical, y puede realizarse en una total ausencia de referencia a
la Divina Providencia. Es una vana y peligrosa ilusión construir la propia
vida y hacer del mundo el reino de la propia felicidad exclusivamente con
las propias fuerzas. Es la gran tentación en la que ha caído el hombre
moderno, olvidando que las leyes de la naturaleza condicionan también la
civilización industrial y post-industrial (cf. Gaudium et spes, 26-27). Pero
es fácil ceder al deslumbramiento de una pretendida autosuficiencia en el
progresivo "dominio" de las fuerzas de la naturaleza, hasta olvidarse de
Dios o ponerse en su lugar. Hoy esta pretensión llega a algunos ambientes en
forma de manipulación biológica, genética, psicológica... que si no está
regida por los criterios de la ley moral (y consiguientemente orientada al
reino de Dios) puede convertirse en el predominio del hombre sobre el
hombre, con consecuencias trágicamente funestas. El Concilio, reconociendo
al hombre de hoy su grandeza, pero también su limitación, en la legítima
autonomía de las cosas sagradas (cf. Gaudium et spes, 36), le ha recordado
la verdad de la Divina Providencia que viene al encuentro del hombre para
asistirle y ayudarle. En esta relación con Dios Padre, Creador y Providente,
el hombre puede redescubrir continuamente el fundamento de su salvación.
(JUAN PABLO II, AUDIENCIA GENERAL , Miércoles 18 de junio de 1986)
6. LEAMOS LA BIBLIA CON LA
IGLESIA
Día de la Semana | Año impar | Año par | Evangelio | ||
Lunes | Ecli 17, 20-28 | Salmo 31 | 1 Pe 1, 3-9 | Salmo 110 | Mc 10, 17-27 |
Martes | Ecli 35, 1-15 | Salmo 49 | 1 Pe 1, 10-16 | Salmo 97 | Mc 10, 28-31 |
Miércoles | Ecli 36, 1-2 a. 5-6. 13-19 | Salmo 78 | 1 Pe 1, 18-25 | Salmo 147 | Mc 10, 32-45 |
Jueves | Ecli 42, 15-26 | Salmo 22 | 1 Pe 2, 2-5. 9-12 | Salmo 99 | Mc 10.46-52 |
Viernes | Ecli 44, 1. 9-12 | Salmo 149 | 1 Pe 4, 7-13 | Salmo 95 | Mc 11, 11-26 |
Sábado | Ecli 51, 17-27 | Salmo 18 | 1 Pe 17, 20b-25 | Salmo 62 | Mc 11.27-13 |
7. ORACIONES
Oración a la Divina Providencia
Beata Isabel de Francia (+ 1270)
¿Que me sucederá hoy, Dios mío? Lo ignoro. Lo único que sé es que nada me
sucederá que no lo hayas previsto, regulado y ordenado desde la eternidad.
¡Me basta esto, Dios mío, me basta esto! Adoro tus eternos e imperecederos
designios; me someto a ellos con toda mi alma por amor tuyo. Lo quiero todo,
lo acepto todo, quiero hacerte de todo un sacrificio. Uno este sacrificio al
de Jesús, mi Salvador y te pido en su nombre y por sus méritos infinitos la
paciencia en mis penas y una perfecta resignación en todo lo que te plazca
que me suceda. Amén.
Letanías a la Divina Providencia
-Señor, ten piedad de nosotros
-Cristo, ten piedad de nosotros
-Señor, ten piedad de nosotros
-Cristo, óyenos
-Cristo, escúchanos Se repite
-Dios, Padre celestial,
-Dios, Hijo Redentor del mundo,
-Dios, Espíritu Santo,
-Trinidad Santa, Un solo Dios,
-Dios, en quien vivimos, nos movemos y somos,
-Tú, que creaste el cielo, la tierra y el mar,
-Tú, que creaste las cosas según su medida, número y peso,
-Tú, que equilibraste los cielos con tu mano y señalaste sus límites al mar,
-Tú, que lo diriges todo según el designio de tu voluntad,
-Tú, Dios omnipotente y sapientísimo,
-Tú, que abres tu mano y colmas de bendiciones a todos los vivientes,
-Tú, que haces salir el sol sobre los justos y pecadores,
-Tú, que alimentas las aves del cielo y vistes los lirios del campo,
-Tú, Dios lleno de bondad y de misericordia,
-Tú, que diriges todo al bien de los que te aman,
-Tú, que envías la tribulación para probarnos y perfeccionarnos,
-Tú, que sanas a los heridos y levantas a los abatidos del corazón,
-Tú, que premias con alegría eterna la paciencia cristiana,
-Padre de bondad y Dios de todo consuelo, Ten piedad de nosotros.
-Senos propicio Perdónanos, Jesús.
-Senos propicio Escúchanos, Jesús.
-De todo mal, Líbranos, Jesús Se repite
-De todo pecado,
-De tu ira,
-De la peste, el hambre y la guerra,
-Del rayo y de la tempestad,
-Del granizo, de la lluvia y de la sequía destructores,
-De la pérdida de las cosechas y de la carestía,
-De toda desconfianza en tu divina Providencia,
-De la murmuración y quejas contra tus santas disposiciones,
-Del desánimo y la impaciencia,
-De la excesiva preocupación de las cosas temporales,
-Del abuso de tus gracias y beneficios,
-De la insensibilidad para con el prójimo,
-En el día del juicio, Líbranos, Jesús.
-Nosotros, pecadores, Te rogamos, óyenos
Se repite
-Que siempre confiemos en tu divina Providencia,
-Que no seamos arrogantes en la buena fortuna, ni desalentados en la
calamidad,
-Que nos sometamos filialmente a todas tus disposiciones,
-Que alabemos tu Nombre cuando quieras darnos algo o cuando quieras
quitárnoslo,
-Que nos des lo necesario para la conservación de nuestra vida,
-Que te dignes bendecir nuestros esfuerzos y trabajos,
-Que te dignes darnos fortaleza y paciencia en todas las adversidades,
-Que te dignes conducirnos por la tribulación a la enmienda,
-Que te dignes concedernos la alegría eterna por los padecimientos
temporales, Te rogamos, óyenos
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Perdónanos, Jesús.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Óyenos, Jesús.
-Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, Ten misericordia de
nosotros Jesús.
Oración. Omnipotente y sempiterno Dios que nos has concedido a tus siervos
el don de conocer la gloria de la eterna Trinidad en la confesión de la
verdadera fe, y la de adorar la unidad en el poder de tu majestad; te
rogamos que por la firmeza de esta misma fe, nos libres siempre de todas las
adversidades. Por Cristo Nuestro Señor. Amén.
(devocionario.com)
8. EJEMPLO Y ESTÍMULO
San Cayetano, el santo de la Providencia
I. La fuerza renovadora del Evangelio
Queridos hermanos:
La fiesta de San Cayetano congrega cada año, en este lugar y en muchos otros
santuarios y templos de nuestra patria puestos bajo su patrocinio,
verdaderas multitudes que acuden a él con su carga de pesares y esperanzas,
y también su necesidad de expresar gratitud hacia aquel en quien encuentran
un intercesor poderoso ante Dios, fuente de toda gracia, y un maestro seguro
de vida conforme al Evangelio de Jesucristo.
San Cayetano es llamado "el santo de la Providencia", porque él enseñó y
explicó, con la elocuencia de su palabra y sobre todo con el magisterio
persuasivo de su vida, aquella enseñanza de Jesús: "Busquen primero el Reino
y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura" (Mt 6, 33). Esta
enseñanza ha sido asumida como lema por la orden religiosa de los Padres
Teatinos, que fue fundada por él: "Busquen primero el Reino de Dios".
Hace cinco siglos, la Iglesia y la sociedad de su tiempo estaban necesitadas
de una profunda reforma, ante todo interior y religiosa. San Cayetano se
propuso mirar a los orígenes, a las fuentes de toda verdadera renovación, y
se decidió a abrazar "la primitiva forma de vida apostólica", para
proponerla a los sacerdotes y empapar de su espíritu también a los fieles
laicos, según su propio estado de vida.
Ante la decadencia de las costumbres y la claudicación de buena parte del
clero respecto de las virtudes que debían adornar su ministerio, San
Cayetano sintió la llamada divina a hacer algo por la Iglesia. En una de sus
cartas decía: "No hay quien busque a Cristo crucificado... Cristo espera:
nadie se mueve" (Carta a Pablo Giustiniani, 1° de enero de 1523).
Él se sintió movido a formar buenos sacerdotes que fueran para el pueblo
maestros seguros de la sabiduría del Evangelio y que invitaran a todos a
poner en primer lugar el Reino de Dios, la voluntad divina; a acumular "un
tesoro inagotable en el cielo" y a poner en él todo el corazón, como enseña
el divino Maestro: "Porque allí donde tengan su tesoro, tendrán también su
corazón" (Lc 12, 34).
Él supo aceptar el desafío evangélico: cuando las cuentas no cierran y los
cálculos nos invitan al pesimismo, todo aquel que en medio de las
adversidades de la vida se abandona confiadamente en brazos de la
Providencia de Dios, termina haciendo la experiencia de que hay en el cielo
un Padre lleno de amor, que permite la prueba para purificarnos y volvernos
más dignos de sus dones. Quien en su angustia y dificultad confía plenamente
en Dios, desde su pobreza, concluye encontrando una vida más plena, una paz
más profunda, una alegría más pura que no viene de este mundo.
El precio de la vida verdadera, como enseñaba Jesús, está en asimilar estas
palabras suyas: "Si alguien quiere seguirme, renuncie a sí mismo, cargue con
su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que
pierda su vida a causa de mí, la encontrará" (Mt 16, 24-25).
San Cayetano entendió bien esta palabra del Evangelio y por eso decía:
"Debemos en esta cruz mortificar nuestros deseos y voluntades. Y así como el
que está clavado en la cruz no se puede mover por sí mismo, así tampoco un
cristiano crucificado con Jesús se debe mover por su propia voluntad sino
recibir el movimiento de la voluntad de Cristo" (Sentencias).
II. Colaborar con Dios
Este abandono en la Providencia de Dios nos invita a la humildad y
contradice la fiebre de activismo que se apodera de los hombres que creen
que con sus solas fuerzas y su mucho esfuerzo, al margen del recurso a Dios
y de toda convicción religiosa, pueden construir un mundo nuevo y un orden
social más justo. La experiencia secular y cotidiana nos demuestra que,
cuando Dios es marginado de la vida pública o privada, es la misma sociedad
la que se enferma y es el hombre el que muere.
Pero esta confianza en la Providencia tampoco es invitación a la pasividad.
Con su ejemplo, San Cayetano nos ha demostrado que esta identificación con
la voluntad divina nos impulsa necesariamente a colaborar con Dios en la
búsqueda de soluciones para nosotros y para los demás. No en vano sus
biógrafos destacan su eximia caridad con el prójimo.
En nuestra patria, desde hace años, el santo de la Providencia es reconocido
como el santo del trabajo. La falta crónica de puestos de trabajo y las
peculiares y dramáticas condiciones por las que ha pasado y sigue pasando
nuestro país, ha hecho que muchos hermanos y hermanas nuestros, que buscan
ganar honestamente su sustento para sí mismos y para sus familias, acudan a
su fe religiosa para encontrar sostén y fortaleza. Allí han descubierto esta
figura emblemática, como una presencia que ayuda a sobrellevar la pesadez de
la vida.
Sabemos que el trabajo dignifica y humaniza al ser humano y que es un
derecho fundamental cuya raíz se encuentra en su propia naturaleza de
"imagen y semejanza de Dios", llamado a colaborar con él en la obra de la
creación. Según el Magisterio de la Iglesia, tenemos aquí "la clave de la
cuestión social". Es mediante el trabajo que el hombre se realiza y se
perfecciona a sí mismo, perfeccionando al mismo tiempo este mundo, haciendo
de él ofrenda y alabanza al Creador y un servicio a sus hermanos.
III. Nuestro testimonio ante la crisis
En circunstancias muy distintas a las del tiempo en que vivió San Cayetano,
atravesamos también nosotros una profunda crisis que afecta a la sociedad y
repercute dentro de la Iglesia. Hoy como ayer la sociedad y la Iglesia
necesitan cristianos lúcidos dispuestos a vivir el Evangelio en su
radicalidad y en su autenticidad. Cristianos que unan profundamente el culto
a Dios y la sensibilidad por el prójimo. Creyentes que sepan ser la
fragancia de Cristo en medio de las realidades temporales, remando con
fuerza contra la corriente de este mundo, las modas del momento, la tiranía
cotidiana de los medios de comunicación social, que en estos momentos,
parecen dirigir sus ataques en forma orquestada contra todo rastro de
civilización cristiana.
Ante las necesidades objetivas de crear fuentes de trabajo, de brindar más y
mejor educación, de asegurar la salud y principalmente la seguridad e
integridad de las vidas de los habitantes de nuestra patria, ¡qué extraño
resulta el fuerte acento puesto en una justicia concebida como venganza, que
además es unilateral y por eso mismo contradictoria consigo misma! ¡Qué
vergüenza produce en la sociedad, que desde los planos de la más alta
dirigencia del país se exprese tristeza y pesar porque se haya optado por
salvar la vida de un niño inocente que se está gestando en el seno de su
madre! Representantes de los tres poderes de la república hubiesen preferido
darle muerte. ¡Qué paradójico resulta que en un país de enormes extensiones
y riquezas potenciales fomentemos leyes de esterilización! De este modo, un
problema social y económico se resuelve quirúrgicamente mutilando a los
pobres y tratando a las personas como si fueran mascotas. ¡Qué lamentable es
que en lugar de educar a la juventud en el amor verdadero y en el sentido
genuino de la sexualidad humana, necesariamente vinculada al amor
comprometido, inventemos, en cambio, el eufemismo de la "salud
reproductiva"! ¡Qué increíble resulta que a través de planes educativos se
esté enseñando a nuestros niños y adolescentes un nuevo concepto de
"familia", para justificar la decadencia de las costumbres y las uniones
aberrantes!
Queridos hermanos, estamos en una hora crucial. La fe cristiana que aún
marca exteriormente con su sello nuestras ciudades e instituciones, donde
seguimos viendo templos y donde el crucifijo todavía es visible en algunos
edificios públicos, ha dejado de ser el alma de nuestra sociedad. Todo se
construye no sólo al margen sino abiertamente en contra de los valores
cristianos. Los protagonistas y agentes de este giro, tanto en nuestra
patria como en el resto del mundo occidental, ya no perciben que, el ataque
a los cimientos de la civilización marcada por el cristianismo, constituye
un ataque y un agravio al mismo hombre en su dignidad personal y a la
sociedad cuyos fundamentos se socavan.
Mi presencia de esta tarde, en este espacio abierto en las mismas calles del
barrio, quiere ser un signo de la bendición divina sobre todos ustedes y sus
seres queridos, en especial sobre los enfermos y los más necesitados. Quiere
ser también una palabra de aliento para el Padre Marcelo y los demás
sacerdotes que trabajan con celo de pastores en este santuario, y para los
numerosos fieles laicos pertenecientes a los diversos cuadros apostólicos de
esta comunidad.
Durante la procesión que seguirá a esta Santa Misa, nuestras oraciones y
cantos serán un anuncio de vida nueva, un recuerdo de las cosas más
valiosas, una proclamación de nuestra esperanza en el cielo que esperamos.
Nos ayude la intercesión poderosa de nuestro santo ante la Santísima Virgen,
que él tanto amó, y ante el Señor Jesucristo, cuyos pasos nos enseñó a
seguir con fidelidad.
(+ ANTONIO MARINO, Obispo auxiliar de La Plata, Homilía en la fiesta de San
Cayetano, Parroquia San Cayetano - La Plata, 7 de agosto de 2006)