Cuaresma Domingo 2 Ciclo B: Comentarios de Sabios y Santos II -preparemos el Domingo con ellos
Recursos adicionales para la prepración
A su disposición
Exégesis: Joseph M. Lagrange, O. P. - La Transfiguración (Lc 9, 28-36; Mc 9,
2-8; Mt 17, 1-8)
Comentario Teológico: Directorio Homilético - Evangelio del II domingo de
Cuaresma
Santos Padres:
San Agustín - La transfiguración
Aplicación: P. Alfredo Sáenz,S.J. - La Transfiguración del Señor
Aplicación: San
Juan Pablo II - Los tres montes
Aplicación: Benedicto XVI - Misterio de la Pasión y de la Resurrección
Aplicación: Papa Francisco - La gracia de escuchar y la gracia de purificar
los ojos de nuestro espíritu
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El Testimonio del Padre sobre Jesús
en la Transfiguración
Ejemplos
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Joseph M. Lagrange, O. P. - La Transfiguración (Lc 9, 28-36; Mc 9, 2-8; Mt 17, 1-8)
Ocho días (Lc) aproximadamente, o sea seis completos (Mc, Mt) después de la confesión de Pedro, aconteció algo extraordinario: la transfiguración. Pudiera decirse que en la vida de Jesús nada hay de paralelo, si no existiesen la transfiguración y la oración de Getsemaní, que son como la estrofa y la antiestrofa. En los dos casos se hace acompañar Jesús de Pedro, Santiago y Juan, para los ellos: en los dos casos, los discípulos son vencidos por el sueño, y en los dos recibe Jesús una visita de lo alto. Pero en tanto que la transfiguración es prenda cierta de la gloria de Jesús, la escena de Getsemaní lo presenta en su mayor abatimiento, testimonio irrefutable de que estaba sujeto a las condiciones de la naturaleza humana. Algunos Padres de la Iglesia han pensado que fueron escogidos los mismos testigos para que el recuerdo de la luz resplandeciente les sostuviese en el escándalo de la agonía. Pedro fue escogido como jefe que estaba designado; Juan, por ser el discípulo amado, y Santiago, su hermano que no lo abandona, porque debía ser el primer apóstol que derramaría su sangre por el Evangelio.
Además, el hecho es narrado con tal sencillez y realismo, que excluye la intención y la invención de crear un símbolo.
Es verdad que allí no es nombrada la montaña, pero esto mismo es indicio de que el relato no es una amplificación con apariencia histórica de una teofanía anunciada por el Antiguo Testamento. En este caso, hubiera sido nombrado el Hermón o el Tabor según el salmo (Sal 89, 13 [heb.]). «El Tabor y el Hermón cantarán tu nombre». Acaso esto haya dado motivo para que la tradición señalase el Tabor, más bajo que el Hermón, el cual hubiera exigido una difícil subida, y estaba más apartado del centro de la predicación de Jesús; aunque es más probable que provenga del recuerdo de hecho tan memorable. La subida al Tabor es penosa, pero se concibe que Jesús escogiera aquella cumbre aislada, dominando todas las planicies de su alrededor para invitar a sus discípulos a orar. La pequeña villa que la coronaba no impedía que allí hallase lugar solitario.
(Lagrange, J. M., Vida de Jesucristo según el
Evangelio, Edibesa, Madrid, 2002, p. 231 – 234)
Comentario Teológico: Directorio Homilético - Evangelio del II domingo de Cuaresma
(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de
los Sacramentos, Directorio Homilético, 2014, nº 64 -68)
Santos Padres: San Agustín - La transfiguración
6. Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña,
pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye,
exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre
algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de
las buenas obras, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. Cuando
se lee al Apóstol, oímos en elogio de la caridad: No busca lo propio. No
busca lo propio, porque entrega lo que tiene. Y en otro lugar dijo algo que,
si no lo entiendes bien, puede ser peligroso; siempre con referencia a la
caridad, el Apóstol ordena a los fieles miembros de Cristo: Nadie busque lo
suyo, sino lo ajeno. Oído esto, la avaricia, como buscando lo ajeno a modo
de negoció, maquina fraudes para embaucar a alguien y conseguir, no lo
propio, sino lo ajeno. Reprímase la avaricia y salga adelante la justicia;
escuchemos y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio,
sino lo ajeno. Pero a ti, avaro, que ofreces resistencia y te amparas en
este precepto para desear lo ajeno, hay que decirte: «Pierde lo tuyo». En la
medida en que te conozco, quieres poseer lo tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes
para obtener lo ajeno; sufre un robo que te haga perder lo tuyo tú que no
quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces esto, no obras
bien. Oye, ¡oh avaro!; escucha. En otro lugar te expone el Apóstol con más
claridad estas palabras: Nadie
busque lo suyo, sino lo ajeno. Dice de sí mismo: "Pues no busco mi utilidad,
sino la de muchos, para que se salven. Pedro aún no entendía esto cuando
deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para
después de su muerte. Ahora, no obstante, dice: «Desciende a trabajar a la
tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la
tierra. Descendió la vida para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir
hambre; bajó el camino para cansarse en el camino; descendió el manantial
para tener sed, y ¿rehúsas trabajar tú? No busques tus cosas. Ten caridad,
predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás
seguridad».
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los
Evangelios Sinópticos, Sermón 78, 1-6, BAC Madrid 1983, 430-435)
Aplicación: P. Alfredo Sáenz,S.J. - La Transfiguración del Señor
(SÁENZ, A.,Palabra y vida, Gladius Buenos Aires 1993,
p. 87-91)
Aplicación: San Juan Pablo II - Los tres montes
dará todo con Él?” se pregunta el Apóstol (8,32).
Isaac, no preservó a su propio Hijo.
Debemos prepararnos para la santa Pascua.
(Homilía en la parroquia de la Inmaculada Concepción ,
Roma, 7 de marzo de 1982)
Aplicación: Benedicto XVI - Misterio de la Pasión y de la Resurrección
Queridos hermanos y hermanas:
La liturgia de este día nos prepara sea para el misterio de la Pasión —como escuchamos en la primera lectura— sea para la alegría de la Resurrección.
La primera lectura nos refiere el episodio en el que Dios pone a prueba a Abrahán (cf. Gn 22, 1-18). Abrahán tenía un hijo único, Isaac, que le nació en la vejez. Era el hijo de la promesa, el hijo que debería llevar luego la salvación también a los pueblos. Pero un día Abrahán recibe de Dios la orden de ofrecerlo en sacrificio. El anciano patriarca se encuentra ante la perspectiva de un sacrificio que para él, padre, es ciertamente el mayor que se pueda imaginar. Sin embargo, no duda ni siquiera un instante y, después de preparar lo necesario, parte junto con Isaac hacia el lugar establecido. Y podemos imaginar esta caminata hacia la cima del monte, lo que sucedió en su corazón y en el corazón de su hijo. Construye un altar, coloca la leña y, después de atar al muchacho, aferra el cuchillo para inmolarlo. Abrahán se fía de Dios hasta tal punto que está dispuesto incluso a sacrificar a su propio hijo y, juntamente con el hijo, su futuro, porque sin ese hijo la promesa de la tierra no servía para nada, acabaría en la nada. Y sacrificando a su hijo se sacrifica a sí mismo, todo su futuro, toda la promesa. Es realmente un acto de fe radicalísimo. En ese momento lo detiene una orden de lo alto: Dios no quiere la muerte, sino la vida; el verdadero sacrificio no da muerte, sino que es la vida, y la obediencia de Abrahán se convierte en fuente de una inmensa bendición hasta hoy. Dejemos esto, pero podemos meditar este misterio.
En la segunda lectura, san Pablo afirma que Dios mismo realizó un sacrificio: nos dio a su propio Hijo, lo donó en la cruz para vencer el pecado y la muerte, para vencer al maligno y para superar toda la malicia que existe en el mundo. Y esta extraordinaria misericordia de Dios suscita la admiración del Apóstol y una profunda confianza en la fuerza del amor de Dios a nosotros; de hecho, san Pablo afirma: « [Dios], que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?» (Rm 8, 32). Si Dios se da a sí mismo en el Hijo, nos da todo. Y san Pablo insiste en la potencia del sacrificio redentor de Cristo contra cualquier otro poder que pueda amenazar nuestra vida. Se pregunta: « ¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién condenará? ¿Acaso Cristo Jesús, que murió; más todavía, resucitó y está a la derecha de Dios y que además intercede por nosotros?» (vv. 33-34). Nosotros estamos en el corazón de Dios; esta es nuestra gran confianza. Esto crea amor y en el amor vamos hacia Dios. Si Dios ha entregado a su propio Hijo por todos nosotros, nadie podrá acusarnos, nadie podrá condenarnos, nadie podrá separarnos de su inmenso amor. Precisamente el sacrificio supremo de amor en la cruz, que el Hijo de Dios aceptó y eligió voluntariamente, se convierte en fuente de nuestra justificación, de nuestra salvación. Y pensemos que en la Sagrada Eucaristía siempre está presente este acto del Señor, que en su corazón permanece por toda la eternidad, y este acto de su corazón nos atrae, nos une a él.
Por último, el Evangelio nos habla del episodio de la Transfiguración (cf. Mc 9, 2-10): Jesús se manifiesta en su gloria antes del sacrificio de la cruz y Dios Padre lo proclama su Hijo predilecto, el amado, e invita a los discípulos a escucharlo. Jesús sube a un monte alto y toma consigo a tres apóstoles —Pedro, Santiago y Juan—, que estarán especialmente cercanos a él en la agonía extrema, en otro monte, el de los Olivos. Poco tiempo antes el Señor había anunciado su pasión y Pedro no había logrado comprender por qué el Señor, el Hijo de Dios, hablaba de sufrimiento, de rechazo, de muerte, de cruz; más aún, se había opuesto decididamente a esta perspectiva. Ahora Jesús toma consigo a los tres discípulos para ayudarlos a comprender que el camino para llegar a la gloria, el camino del amor luminoso que vence las tinieblas, pasa por la entrega total de sí mismo, pasa por el escándalo de la cruz. Y el Señor debe tomar consigo, siempre de nuevo, también a nosotros, al menos para comenzar a comprender que este es el camino necesario. La transfiguración es un momento anticipado de luz que nos ayuda también a nosotros a contemplar la pasión de Jesús con una mirada de fe. La pasión de Jesús es un misterio de sufrimiento, pero también es la «bienaventurada pasión» porque en su núcleo es un misterio de amor extraordinario de Dios; es el éxodo definitivo que nos abre la puerta hacia la libertad y la novedad de la Resurrección, de la salvación del mal. Tenemos necesidad de ella en nuestro camino diario, a menudo marcado también por la oscuridad del mal.
Como los tres Apóstoles del Evangelio, también nosotros necesitamos subir al monte de la Transfiguración para recibir la luz de Dios, para que su rostro ilumine nuestro rostro. Y es en la oración personal y comunitaria donde encontramos al Señor, no como una idea, o como una propuesta moral, sino como una Persona que quiere entrar en relación con nosotros, que quiere ser amigo y renovar nuestra vida para hacerla como la suya. Y este encuentro no es sólo un hecho personal; el Evangelio debe ser comunicado, anunciado a todos. No esperemos que otros vengan a traer mensajes diversos, que no llevan a la verdadera vida; convertíos vosotros mismos en misioneros de Cristo para los hermanos en los lugares donde viven, trabajan, estudian o sólo pasan el tiempo libre.
Queridos hermanos y hermanas, desde el Tabor, el monte
de la Transfiguración, el itinerario cuaresmal nos conduce hasta el Gólgota,
monte del supremo sacrificio de amor del único Sacerdote de la alianza nueva
y eterna. En ese sacrificio se encierra la mayor fuerza de transformación
del hombre y de la historia. Asumiendo sobre sí todas las consecuencias del
mal y del pecado, Jesús resucitó al tercer día como vencedor de la muerte y
del Maligno. La Cuaresma nos prepara para participar personalmente en este
gran misterio de la fe, que celebraremos en el Triduo de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo. Encomendemos a la Virgen María nuestro camino
cuaresmal, así como el de toda la Iglesia. Ella, que siguió a su Hijo Jesús
hasta la cruz, nos ayude a ser discípulos fieles de Cristo, cristianos
maduros, para poder participar juntamente con ella en la plenitud de la
alegría pascual. Amén.
(Benedicto XVI, Visita Pastoral a la Parroquia San Juan
Bautista de la Salle, en Torrino, Roma, Domingo 4 de marzo de 2012)
En la oración al inicio de la misa hemos pedido al Señor dos gracias: «escuchar a tu amado Hijo», para que nuestra fe se nutra de la Palabra de Dios, y —la otra gracia— «purificar los ojos de nuestro espíritu, para que podamos gozar un día de la visión de la gloria». Escuchar, la gracia de escuchar, y la gracia de purificar los ojos. Esto está precisamente en relación con el Evangelio que hemos escuchado. Cuando el Señor se transfigura ante Pedro, Santiago y Juan, éstos oyen la voz de Dios Padre, que dice: «Éste es mi Hijo. Escuchadlo». La gracia de escuchar a Jesús. ¿Para qué? Para alimentar nuestra fe con la Palabra de Dios. Y ésta es una tarea del cristiano. ¿Cuáles son las tareas del cristiano? Tal vez me diréis: ir a misa los domingos; hacer ayuno y abstinencia en la Semana Santa; hacer esto... Pero la primera tarea del cristiano es escuchar la Palabra de Dios, escuchar a Jesús, porque Él nos habla y Él nos salva con su Palabra. Y Él, con esta Palabra, hace también que nuestra fe sea más robusta, más fuerte. Escuchar a Jesús. «Pero, padre, yo escucho a Jesús, lo escucho mucho». « ¿Sí? ¿Qué escuchas?». «Escucho la radio, escucho la televisión, escucho las habladurías de las personas...». Muchas cosas escuchamos durante el día, muchas cosas...
Pero os hago una pregunta: ¿dedicamos un poco de tiempo, cada día, para escuchar a Jesús, para escuchar la Palabra de Jesús? En casa, ¿tenemos el Evangelio? Y, cada día, ¿escuchamos a Jesús en el Evangelio, leemos un pasaje del Evangelio? ¿O tenemos miedo de esto, o no estamos acostumbrados? Escuchar la Palabra de Jesús para alimentarnos. Esto significa que la Palabra de Jesús es el alimento más fuerte para el alma: nos nutre el alma, nos nutre la fe. Os sugiero, cada día, tomar algunos minutos y leer un pasaje del Evangelio y oír lo que allí pasa. Escuchar a Jesús, y esa Palabra de Jesús cada día entra en nuestro corazón y nos hace más fuertes en la fe. Os sugiero también tener un pequeño Evangelio, pequeñito, para llevar en el bolsillo, en el bolso y cuando tengamos un poco de tiempo, tal vez en el autobús... cuando se pueda en el autobús, porque muchas veces en el autobús estamos un poco obligados a mantener el equilibrio y también a defender los bolsillos, ¿no?... Pero cuando estás sentado, aquí o allá, puedes leer, incluso durante el día, tomar el Evangelio y leer dos palabritas. ¡El Evangelio siempre con nosotros! Se decía de algunos mártires de los primeros tiempos —por ejemplo de santa Cecilia— que llevaban siempre con ellos el Evangelio: ellos llevaban el Evangelio; ella, Cecilia llevaba el Evangelio. Porque es precisamente nuestro primer alimento, es la Palabra de Jesús, lo que nutre nuestra fe.
Y luego la segunda gracia que hemos pedido es la gracia de la purificación de los ojos, de los ojos de nuestro espíritu, para preparar los ojos del espíritu para la vida eterna. Purificar los ojos. Yo estoy invitado a escuchar a Jesús y Jesús se manifiesta; y con su Transfiguración nos invita a contemplarlo. Mirar a Jesús purifica nuestros ojos y los prepara para la vida eterna, para la visión del Cielo. Tal vez nuestros ojos están un poco enfermos porque vemos muchas cosas que no son de Jesús, incluso que están contra Jesús: cosas mundanas, cosas que no hacen bien a la luz del alma. Y así esta luz se apaga lentamente y sin saberlo terminamos en la oscuridad interior, en la oscuridad espiritual, en la oscuridad de la fe: oscuridad porque no estamos acostumbrados a mirar, a imaginar las cosas de Jesús.
Esto es lo que nosotros hoy hemos pedido al Padre, que
nos enseñe a escuchar a Jesús y a contemplar a Jesús. Escuchar su Palabra, y
pensad en lo que os decía del Evangelio: ¡es muy importante! Y mirar: cuando
leo el Evangelio imaginar y contemplar cómo era Jesús, cómo hacía las cosas.
Y así nuestra inteligencia, nuestro corazón siguen adelante por el camino de
la esperanza, donde el Señor nos pone, como hemos escuchado que hizo con
nuestro padre Abrahán. Recordad siempre: escuchar a Jesús, para hacer más
fuerte nuestra fe; contemplar a Jesús, para preparar nuestros ojos a la
hermosa visión de su rostro, donde todos nosotros —que el Señor nos dé la
gracia— nos encontraremos en una misa sin fin. Así sea.
(Visita Pastoral a la Parroquia Santa María de la
Oración, Roma, II Domingo de Cuaresma, 16 de marzo de 2014)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El Testimonio del Padre sobre Jesús en la Transfiguración
Primero, pondremos los textos[1]:
“Una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle” (Mt 17, 5)
“Entonces se formó una nube que les cubrió con su sombra, y vino una voz desde la nube: Este es mi Hijo amado, escuchadle” (Mc 9, 7)
“Vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle” (Lc 9, 35)
En todos los pasajes es una voz que habla del Hijo y procede de una nube.
La nube es la presencia de Dios en medio del pueblo elegido.
En los pasajes de la Transfiguración el texto común a los tres lo trae Marcos: “Este es mi Hijo amado, escuchadle”. Mateo agrega: “en quien me complazco” y Lucas “mi Elegido”.
1. La nube referida al Padre.
La nube
La nube, como la noche o la sombra, puede significar una doble experiencia religiosa: la proximidad benéfica de Dios o el castigo de aquel que oculta su rostro. Más aún: es un símbolo privilegiado para significar el misterio de la presencia divina: manifiesta a Dios al mismo tiempo que lo vela.
Según el relato del Éxodo, los hebreos fueron guiados por una “columna” que reviste doble aspecto: “Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche”[2]. El Señor está presente a su pueblo en todo tiempo a fin de que pueda proseguir su marcha. Asegura también su protección contra sus enemigos; la columna modifica su aspecto, no ya según el tiempo, sino según los hombres: para los israelitas era luminosa y para los egipcios tenebrosa; se habla incluso de “columna de fuego y de nube”[3], que manifiesta así el doble aspecto del misterio divino: santidad inaccesible al pecador, proximidad de gracia para el elegido.
Dios habló desde el Sinaí; una nube había recubierto la montaña durante seis días, mientras que Yahveh descendía en forma de fuego. La nube sirve para realzar la trascendencia divina. Ya no hay fuego y nube, sino fuego en la nube: la nube viene a ser un velo que protege la gloria de Dios contra las miradas impuras; se quiere marcar no tanto una discriminación entre los hombres cuanto la distancia entre Dios y el hombre. La nube, accesible e impenetrable a la vez, permite alcanzar a Dios sin verlo cara a cara, visión que sería mortal. Desde la nube que cubre la montaña, llama Yahveh a Moisés, único que puede penetrar en ella. Por otra parte, si la nube protege la gloria, la manifiesta también: “la gloria de Yahveh se apareció en forma de nube”[4]; se mantiene inmóvil a la entrada de la tienda de reunión o determina los desplazamientos del pueblo.
Más tarde, en ocasión de la consagración por Salomón, el templo quedó “lleno” de la nube, de la gloria[5]. Ezequiel verá cómo esta nube protege la gloria que va a abandonar el templo[6], y el judaísmo soñará con su regreso juntamente con el de la gloria[7].
En correspondencia con las teofanías del Éxodo, el día de Yahveh va acompañado de nubes y nubarrones; con ello se representa la venida de Dios como juez, ya a través del simbolismo natural, ya gracias a la metáfora del vehículo celestial. El Hijo del hombre, antes de venir sobre las nubes del cielo es concebido de la Virgen María, recubierta por la sombra del Espíritu Santo y por el poder del Altísimo. Como en el Antiguo Testamento, la nube manifiesta la presencia de Dios y la gloria de su Hijo transfigurado[8]. Lo sustrae luego a las miradas de los discípulos, probando que mora en el cielo, más allá de las cosas visibles, pero presente a sus testigos. Todavía como en el Antiguo Testamento, la nube será su carro celestial cuando el Hijo del hombre venga el último día, con o sobre las nubes[9]. Entre tanto, el vidente del Apocalipsis contempla a un Hijo de hombre “sentado sobre una nube blanca”[10] y viniendo escoltado por las nubes[11]: tal es el aparato del Señor de la historia[12]
La nube aparece en el relato de la Transfiguración. Mt: “Una nube luminosa que los cubrió”. Mc: “Se formó una nube que los cubría”. Lc: “Vino una nube, que los cubría”.
La nube o una “nube luminosa”era en el Antiguo Testamento símbolode la
presencia de Dios en el Tabernáculo. También aparece así en la dedicación del templo, como vimos más arriba. En la “anunciación” a María, se evocará la acción de Dios sobre ella con el mismo verbo que en los relatos de la transfiguración. La manifestación de esta “nube luminosa” es una teofanía: es el símbolo de la presencia de Dios allí. Uno de los símbolos más característicos del Antiguo Testamento está aquí en juego. Por eso los apóstoles, al “ser cubiertos” por la “nube” en la Transfiguración tuvieron “miedo” (Mt-Lc). En el Antiguo Testamento se decía que no se podía ver a Dios y vivir[13]. Esto es lo que se acusa en el Tabor.
Siendo la “nube luminosa” símbolo de la presencia de Dios, es por lo que sale de ella “una voz”, que es la del Padre[14].
La nube sobre la tienda del encuentro indicaba la presencia de Dios. Jesús es la tienda sagrada sobre la que está la nube de la presencia de Dios y desde la cual cubre ahora “con su sombra” también a los demás[15].
2. La voz del Padre
¿A quién va dirigida la voz del Padre?
La voz va dirigida a los apóstoles.
¿Qué dice la voz?
“Este es mi Hijo amado, en quien me complazco;
escuchadle” (Mt 17, 5)
“Este es mi Hijo
amado, escuchadle” (Mc 9, 7)
“Este es mi
Hijo, mi Elegido; escuchadle” (Lc 9, 35)
La voz es una declaración de la filiación mesiánica de Jesús que alude a la confesión de Pedro[16]. Lo que Pedro confesó es afirmado ahora divinamente. Como en el bautismo le presenta también investido de la misión del Siervo de Isaías. A la luz pospentecostal se verá todo el sentido trascendente de la filiación propiamente divina[17].
En los tres sinópticos la confesión de Pedro y el relato de la transfiguración de Jesús están enlazados entre sí por una referencia temporal. Mateo y Marcos dicen: “Seis días después tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan” (Mt 17, 1; Mc 9, 2). Lucas escribe: “Unos ocho días después” (Lc 9, 28). Esto indica ante todo que los dos acontecimientos en los que Pedro desempeña un papel destacado están relacionados uno con otro. En un primer momento podríamos decir que, en ambos casos, se trata de la divinidad de Jesús, el Hijo; pero en las dos ocasiones la aparición de su gloria está relacionada también con el tema de la pasión. La divinidad de Jesús va unida a la cruz; sólo en esa interrelación reconocemos a Jesús correctamente. Juan ha expresado con palabras esta conexión interna de cruz y gloria al decir que la cruz es la “exaltación” de Jesús y que su exaltación no tiene lugar más que en la cruz[18].
La voz del Padre señala a Jesús como su “Hijo amado” (Mt, Mc). Lucas, tiene una variante: en vez de llamarlo “mi Hijo amado” lo llama “mi Elegido”.
“Mi Hijo amado”. El Padre proclama con estas palabras la dignidad de Jesús.
“Mi Hijo, el Amado” añadiendo: “en él me complací”. La frase la traen los tres sinópticos. Se dice que ese Hijo es “el Amado” por excelencia. Los LXX traducen, ordinariamente, por esta expresión la forma hebrea “Yahid”, el “Único”. “El Amado” no indica que Jesús sea el primero entre los iguales, sino que indica una ternura especial; en el Antiguo Testamento no hay gran diferencia entre “amado” y “único”. Es muy probable que aquí “el Amado” pueda ser equivalente del “Único”, o mejor, del “Unigénito”, puesto que habla el Padre. En el Nuevo Testamento es término que se reserva al Mesías. En el caso presente el Padre se dirige a su Hijo divino. En una palabra, aquél es su hijo propio, natural, eterno, imagen perfecta suya y de su bondad[19].
“En quien me complazco” hemos traducido siguiendo a la Biblia de Jerusalén. La traducción literal sería “en quien me complací”, lo que puede ser la traducción griega o corresponder al perfecto estático semita, que puede, a su vez, corresponder al presente. De ahí el poder traducírsele por me estoy complaciendo siempre[20].
Las palabras del Padre se refieren al pasaje de Isaías:
“He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma”[21].
Respecto de Isaías podemos hablar del gozo que el Padre tiene en su Hijo encarnado, en su Mesías y en su obra. Isaías toca el tema del “Siervo de Yahvé”, y que confirma abiertamente en Mt 12, 18 aunque modificando “siervo” por “hijo”.
Cristo no va como pecador a su bautismo, sino, para cumplir “toda justicia”: el plan de Dios.
El Padre presenta a Cristo no sólo como el verdadero Hijo de Dios, por filiación divina, sino también como el auténtico Mesías, el de la espiritualidad y el dolor, y no el Mesías nacionalista y de triunfalismo político, que estaba esperado en el medio ambiente rabínico y popular. Era el Mesías anunciado por el profeta Isaías[22], como “Siervo de Yahvé”.
Cristo es presentado, no ya como el simple “Siervo” de Yahvé, ni como el “Elegido” del profeta, sino como verdadero Hijo suyo.
El título de “Elegido” es un título que designa al Mesías, al Cristo de Dios[23]. También hace referencia a Isaías[24]. “Elegido de Dios” también lo llama Juan Bautista[25] que equivale a “Hijo de Dios”. Esto mismo enseñan San Juan Crisóstomo, San Agustín[26] y San Ambrosio[27]. El “Elegido” es el nombre que el libro de Henoc da al Mesías alternando con el de “Hijo de hombre”.
“Elegido” usan autores importantes como Bover, Merk, Nestle, Lagrange, Tich, Hort, Soden, etc. Lucas insiste menos en la filiación natural que en la elección mesiánica. Quiere acentuar el papel del Hijo en cuanto hombre de cuya muerte se ha hablado antes y se volverá a hablar. La voz pretende autorizar la misión mesiánica de Jesús[28].
“Escuchadle”
Finalmente, en los sinópticos la voz del Padre manda escuchar al Hijo:
“Escuchadle"
Presentado el Mesías verdadero, a un tiempo Dios y Mesías doliente, no cabría más que una actitud ante el “Enviado” de Dios: “Escuchadle”, en su doctrina, en su mesianismo, en su enseñanza de pasión y muerte. Esta es la voz y el mandato del Padre. No se puede, pues, nadie escandalizar de Cristo-Mesías. Es a él, y no al Mesías del fariseísmo, al que hay que escuchar, que es seguir[29].
Según el sentido hebraico de la palabra Semá, escuchar es no sólo prestar atención sino también abrir el corazón[30] y poner en práctica lo escuchado[31], es obedecer.
El Padre dio de su Hijo el mismo testimonio que había dado en el bautismo (3, 17), añadiendo las últimas palabras: escuchadle, por las cuales declaraba que Jesús era el legislador y doctor enviado por Él, a quien todos deben creer y obedecer su doctrina, sobre todo el sufrimiento mesiánico, la doctrina de la cruz[32], sobre la cual hablaba Jesús con Moisés y Elías. “Escuchadle”, por otra parte, parece ser una alusión al vaticinio de Moisés en Dt 18, 15: “Yahveh tu Dios suscitará, de en medio de ti, entre tus hermanos, un profeta como yo, a quien escucharéis”[33].
El relato de la transfiguración tiene un paralelismo con la revelación que tuvo Moisés en el Monte Horeb y muchos elementos son comunes. Dios por medio de Moisés dio su ley al pueblo de Israel y lo primero que dice al pueblo es “escucha”[34]. En el monte Tabor el Padre señala al nuevo Moisés, Jesús, el nuevo legislador y dice escuchadle. San Ambrosio[35] comentando el pasaje del Deuteronomio (6, 4) dice que lo primero que pide Dios es que se lo escuche.
Moisés recibió en el monte la Torá, la palabra con la enseñanza de Dios.
Ahora se nos dice, con referencia a Jesús: “Escuchadlo”. HartmutGese comenta esta escena de un modo bastante acertado: “Jesús se ha convertido en la misma Palabra divina de la revelación. Los Evangelios no pueden expresarlo más claro y con mayor autoridad: Jesús es la Torá misma” (p. 81). Con esto concluye la aparición: su sentido más profundo queda recogido en esta única palabra. Los discípulos tienen que volver a descender con Jesús y aprender siempre de nuevo: “Escuchadlo”[36].
Notas
[1]Biblia de Jerusalén, Desclée de Brouwer Bilbao 1998.
[2] Ex 13, 21
[3] Ex 14, 24
[4] Ex 16, 10
[5] 1 R 8, l0ss; cf. Is 6, 4ss
[6] Ez 10, 3ss; cf. 43, 4
[7] 2 M 2, 8
[8] Mt 17, 1-8 p
[9] Mt 24, 30 p; 26, 24 p
[10]Ap 14, 14
[11]Ap 1, 7
[12] Cf. León Dufour,Vocabulario de Teología Bíblica…,
voz: nube
[13] Ex 33, 19; Lv 14, 13; etc.
[14] Cf. De Tuya, Biblia Comentada (Va) Evangelios,
comentario a Mt
17, 5…,274-75
[15]Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (I)…,368
[16]
Mc 8, 29 p
[17]Alonso, La Sagrada ESCRITURA, Evangelios (I), Comentario a Mc 9, 7, BAC
Madrid 1964, 418
[18]Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (I)…, 356-57
[19]
Cf. De Tuya, Biblia Comentada (Vb) Evangelios, comentario a Lc 3, 22
[20] Cf. De Tuya, Biblia Comentada (Va) Evangelios,
comentario a Mc 1, 11…, 491
[21]Is 42, 1
[22] 42, 1- 4
[23] Cf. Lc 23, 35
[24] 42, 1
[25]Jn 1, 34
[26]Santo Tomás de Aquino, Catena Aúrea, comentario a
Jn 1, 31. En adelante CatenaAúrea…[27]CatenaAúrea, comentario a Lc 9, 35
[28] Cf. Leal, La Sagrada ESCRITURA, Evangelios (I),
Comentario a Lc 9, 35…,647
[29] Cf. De Tuya, Biblia Comentada (Va) Evangelios,
comentario a Mt 17, 5…,275
[30]Hch 16, 14
[31] Mt 7, 24ss
[32] Mc 8, 31p
[33] Cf. Del Páramo, La Sagrada ESCRITURA, Evangelios
(I), Comentario a Mt 17, 5…, 188
[34]Dt 6, 4
[35] Cf. San Ambrosio, Sobre los misterios, 1, 2, 7.
Cit. en La Biblia Comentada por los Padres de la Iglesia. Antiguo
Testamento 3, Ciudad Nueva Madrid 2003, 372.
[36]
Benedicto XVI, Jesús de Nazaret (I)…, 368
La subida del corazón
La subida del corazón hacia la felicidad es muy parecida a la subida a un piso muy alto por unas escaleras empinadas. Vamos subiendo, subiendo, y nos encontramos de pronto un descanso. Allí nos quedamos. Pero de pronto vemos que la escalera sigue subiendo, y emprendemos de nuevo la subida. Otro descanso; otra parada. La escalera sigue, y nosotros seguimos cada vez más trabajosamente la subida.
Así vamos subiendo hacia la dicha que en las alturas nos espera. De vez en cuando descansaremos en las cosas. Lo importante es seguir subiendo. Y cada vez más trabajosamente; cada vez más agobiados con el peso de la cruz.(ROMERO, F., Recursos Oratorios, Editorial Sal Terrae, Santander, 1959, p. 511)