Natividad del Señor - Preparemos con la ayuda de
los Comentarios de
Sabios y Santos I: la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la
eucaristía
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: P. Joseph M. Lagrange, O.P. - NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN Lc 2,
1-20
Exégesis:
Manuel de Tuya- Nacimiento de Cristo, 2:1-7.
Comentario Teológico I: P. Leonardo Castellani - Misa de la noche EVANGELIO
DEL NACIMIENTO (Lc.2,1-14)
Comentario Teológico II: P. Leonardo Castellani - Misa del día EVANGELIO DEL
ADVENIMIENTO
Santos
Padres: San Agustín - El nacimiento del Señor.
Santos Padres: San León Magno - sermón 9 de la Natividad del Señor
Aplicación: San Juan Pablo II - Natividad del Señor
Aplicación:
Benedicto XVI- Natividad del Señor
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La alegría, la cruz y la Eucaristía
(Lc 2,1-14)
Ejemplos
Lea también: ¿La Navidad y su fecha son un invento cristiano para tapar una fiesta pagana previa? No, afirmar esto es una falsedad
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: P. Joseph M. Lagrange, O.P. - NACIMIENTO DE JESÚS EN BELÉN Lc 2,
1-20
María y José, en adelante inseparables, tuvieron que hacer un viaje a Belén,
en donde había de nacer Jesús según lo anunciado por las profecías. A decir
verdad, ellas sólo afirman una cosa: que el Mesías había de salir de Belén,
que era la ciudad de origen de David. Siendo hijo de David, ya se podía
decir que procedía de Belén.
Sin embargo, una profecía de Miqueas se tomaba en un sentido más estricto, y
el nacimiento de Jesús en Belén debía tomarse más a la letra.
Una crítica que se precia de perspicaz y elevada presenta la dificultad de
que sólo para ver el cumplimiento de una profecía se ha dicho que el
nacimiento fue en Belén. Renán ha escrito, sin inmutarse, como si todo el
mundo estuviera conforme: "Jesús nació en Nazaret". Cuanto escribió san
Lucas sobre el empadronamiento que obligó a José y a María a ir a Belén,
sería una pura ficción.
Se reconoce hoy que dicho relato debió haber enseñado a los eruditos ciertas
precisiones que se desprenden poco a poco de textos recientemente
descubiertos.
La afirmación de san Lucas es que el emperador Augusto ordenó que se hiciera
el empadronamiento en todo el imperio romano, nombre que se daba a toda la
tierra habitada. Esta operación catastral fue aplicada a Palestina en tiempo
de Herodes, y fue el motivo de ir a Belén José y María. Tuvo algo que ver en
ella Quirino, que fue legado en Siria.
Este último punto no está aun completamente dilucidado. Nosotros hemos
traducido así: "Este empadronamiento fue anterior a aquel que mandó hacer
Quirino siendo gobernador de Siria". Así no hay ninguna dificultad. Es
cierto que este gran personaje hizo el empadronamiento de Judea cuando fue
incorporada a la provincia romana de Siria por los años 6-7 después de
Jesucristo, conservando su magistrado propio, que recibía el nombre de
procurador. Este empadronamiento, que consagraba el dominio de los señores
adoradores de los falsos dioses, dio motivo a una terrible insurrección
religiosa. Es célebre en la historia, y para evitar toda confusión, san
Lucas habría distinguido el empadronamiento general de este particular de
incorporación al imperio.
Otros prefieren admitir que Quirino, que fue dos veces gobernador de Siria,
mandó hacer el primer empadronamiento cuando la primera legación; pero es
difícil fijar la fecha y aún más hacerla concordar con la que supone san
Lucas. De todos modos, hay que reconocer que una dificultad, o más bien una
incertidumbre sobre un punto particular, no da derecho a ningún historiador
a poner en duda un hecho por otra parte plausible. Si es cierto que Augusto
tuvo cuidado de hacer el censo de su imperio, y si concibió el designio de
comprender en él el reino de Herodes, cuya anexión estaba cercana, no es de
creerse que lo dejarían de hacer por consideración a un viejo y
desconsiderado tirano.
Cómo procedían los romanos en estas descripciones de personas y bienes, aun
en las provincias, nos lo enseña maravillosamente un papiro hace poco
descubierto. Se hacía por familias, es decir, por tribus, de suerte que se
veían obligados, para inscribirse, a ir al lugar de su origen.
Cayo Vibio Máximo, prefecto de Egipto, ordenó que para hacer el censo por
casas, los que se habían alejado, fuera cualquiera el motivo, volviesen a
sus hogares para llenar las formalidades que el censo requería. Si esto se
hacía así ciento tres años después de Jesucristo, con más razón es de creer
que se haría cuando las antiguas costumbres no se habían amoldado a los usos
del derecho romano.
En Egipto, sólo a los sacerdotes se les exigía que presentasen sus títulos
genealógicos debidamente arreglados. Entre los semitas, las familias, aun
las de más humilde condición, sentían legítimo orgullo de conocer a sus
antepasados. Aun hoy, el emigrante maronita en Jerusalén o en los Estados
Unidos sabe muy bien a qué tribu pertenece y a qué pueblo debía volver para
inscribirse si esto le fuera exigido.
José, por tanto, como descendiente de David, debía ir a Belén. Que llevase
consigo a María, se comprende, por no querer dejarla sola. ¿Y por qué no
habían de pensar en permanecer algún tiempo en Belén, habiendo sido avisados
de que Jesús sería el restaurador del trono de David?
Así, por un decreto del señor del Imperio que obligaba a salir de su casa a
humildes personas, se cumple una profecía. "¿Qué hacéis príncipes del
mundo...? Pero Dios tiene designios divinos que vosotros ejecutáis, cuando
pensáis en vuestros caminos humanos".
De la mano de la erudición más detallista, podemos saborear tranquilos el
encanto de esta narración, que llena de alegría los corazones de los niños y
más aún los de las madres. José y María tomaron el camino que va de Nazaret
a Jerusalén y de allí a Belén, distancia muy larga dado el estado de María,
porque nosotros debemos pensar, a menos de seguir a los apócrifos, que para
ella no serían pocas las incomodidades. Los romanos aún no habían trazado
sus admirables vías de comunicación, y aunque el viaje podía hacerse en
carro o aún más cómodamente en literas, era muchísimo lujo para aquella
pareja tan pobre. En Belén no encontraron alojamiento en las grandes
posadas, a las que hoy llaman jans, donde se instalaban personas y bestias,
unas al lado de otras, como podían. La oficina del censo, abierta entonces
en Belén, atraía a mucha gente. Hallaron, sin embargo, albergue en una de
las grutas que sirven para habitación de personas y para cuadra de animales.
Tal vez estarían allí muchos días, teniendo José que esperar su turno para
la inscripción, cuando María dio a luz a su hijo primogénito. San Lucas, que
emplea esta expresión -primogénito-, sabía muy bien que ningún cristiano de
su tiempo la interpretaría mal. Jamás habla de otros hermanos y hermanas de
Jesús: nadie ignoraba que este primogénito permaneció único. Preparaba
solamente, como escritor previsor, lo que había de decir de la presentación
en el Templo referente a los primogénitos. En esta habitación o establo
había naturalmente un pesebre en forma de navecilla, donde se echaba el
pienso a las bestias de carga, y sirvió de cuna para acostar al niño, que
María misma envolvió en pañales. El nacimiento de este fruto divino, como
antes su concepción, en nada lesionaron su virginidad: uno y otro se
realizaron de una manera inefable, digna, como debemos suponer, de Dios y
digna de la Madre que había escogido para su Hijo.
El lugar del tradicional Pesebre, según lo distinguía una antigua
tradición', estaba un poco al este, en la parte baja del pueblo, y
corresponde ahora a la parte más alta de la ciudad actual. Bajando hacia el
oriente, pronto hallamos los límites de las tierras cultivadas. Belén era,
con más razón que Jerusalén, la reina del desierto. Aun hoy van allá las
tribus nómadas a comprar trigo y a vender sus tejidos y sus quesos. Muy
cerca de allí estaban los pastores guardando sus rebaños. En invierno, a
fines de diciembre, fecha que señaló la liturgia, los rebaños de los pueblos
probablemente estaban encerrados en los establos para pasar la noche, pero
los verdaderos pastores permanecían en el desierto, donde la temperatura era
más suave a medida que se baja hacia el mar Muerto. Un grupo de estos
nómadas, que no eran de Belén, velaban aquella noche conversando sin duda
para ahuyentar el sueño y guardar su rebaño. De repente se les apareció un
ángel y una luz los envolvió. Este resplandor los llenó de espanto: les
parecía sobrenatural. El ángel les dice: "No temáis." Venía a anunciarles la
buena nueva. El Evangelio es ante todo un mensaje del cielo a la tierra. La
revelación es hecha a Israel y es objeto de un grande regocijo porque en la
ciudad de David ha nacido un Salvador, que es el Mesías, el Señor, a quien
se le debe rendir todo homenaje. Ellos deben buscarlo y convencerse de que
aquello no es una ilusión: hallarán un niño en un pesebre, no abandonado en
su desnudez, según se podía pensar viéndolo en aquella extraña cuna, sino
envuelto en pañales.
Y, como si el cielo tomase parte en aquella alegría, un numeroso ejército
celestial se apareció también, alabando al Dios de Israel, que quiso ser
llamado Iahvé de los ejércitos celestiales, el cual iba a ser reconocido
como único Dios del mundo:
Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que ama el
Señor.
Dios recogerá así la gloria, la gloria del perdón concedido a los hombres
que quieran con voluntad recta recibir a aquel que ha venido a salvarlos y
traerles la paz.
Tal es el Evangelio anunciado a estos hombres sencillos, que habían
conservado en su desierto el antiguo ideal de Abrahán, llegado como nómada
de Caldea y cobijado en la única tienda en que se conservaba entonces el
culto del verdadero Dios. En tanto que los israelitas de las ciudades sólo
evitaban el contacto de los gentiles por su aislamiento moral, en lo cual
había mucho de orgullo, estos pastores, morigerados, de costumbres
estrictamente regladas, habituados a la presencia de Dios a que
continuamente les convidaban aquellas soledades, se mostraron dóciles a la
voz del cielo. "Vayamos, pues, hasta Belén y veamos esto que ha sucedido y
que el Señor nos ha manifestado". Fueron de prisa, vieron la señal que el
Señor les había dado, anunciaron por aquellas cercanías la buena nueva y
volvieron a cuidar de sus rebaños.
El eco más fiel de todas estas palabras, la penetración más íntima de todas
estas cosas, era el corazón de María donde convergían los designios de Dios.
(Lagrange, Vida de Jesucristo según el evangelio, Edibesa Madrid 1999,
37-41)
Exégesis: Manuel de Tuya- Nacimiento de Cristo, 2:1-7.
1 Aconteció, pues, en los días aquellos, que salió un edicto de Cesar
Augusto para que se empadronase todo el mundo. 2 Fue este empadronamiento
primero que el del gobernador de Siria, Girino. 3 E iban todos a
empadronarse, cada uno en su ciudad. 4 José subió de Galilea, de la ciudad
de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de
la casa y de la familia de David, 5 para empadronarse, con María, su esposa,
que estaba encinta. 6 Estando allí se cumplieron los días de su parto, 7 y
dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y le acostó en un
pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón.
El nacimiento de Cristo en Belén tiene una circunstancia humana inmediata.
Cesar Augusto dio un edicto para que "todo el mundo," es decir, el
ecumenismo romano, se empadronase. De Augusto se conocen varios censos
parciales y tres totales. Uno de éstos fue el 746 de Roma, que corresponde a
unos ocho años antes de la fecha actual del nacimiento de Cristo 1.
Este empadronamiento crea una dificultad clásica. Se dice de él que "fue el
primero", siendo gobernador de Siria Quirino. Josefo dice que Quirino fue
gobernador de Siria del 6 al 12 después de Cristo, y que el 6 d. de C. hizo
un censo de Judea 2. Pero el empadronamiento bajo el cual nace Cristo, se
hace siendo rey Herodes el Grande. Y no consta que Quirino fuese también
prefecto de Siria reinando Herodes.
Además, Tertuliano parece excluirlo, pues dice, tomando los datos de los
archivos de la Iglesia romana, que este censo se hizo siendo prefecto de
Siria Sentio Saturnino (9 a 6) 3.
Para solucionar esta dificultad se han propuesto varias soluciones:
1) Quirino, sobre el año 9, dio principio al empadronamiento que llevó a
cabo Sentio Saturnino (9 a 6 a. C.)· Pero no consta positivamente de otra
prefectura de Quirino, y habría además que adelantar acaso demasiado la
fecha del nacimiento de Cristo.
2) Se sabe que se simultaneaban a veces los legados imperiales en la misma
región. Así, el 73 d. C. había en áfrica un legado al frente de las tropas y
otro tenía la misión de hacer el censo. Cabría suponer una simple legación
de Quirino simultaneada con la de Saturnino.
3) Siendo Quirino prefecto de Siria, Aemilius Secundus, "duxmilitum," hizo
por mandato de Quirino el censo de Apamea y combatió a los itureos del monte
Líbano. Los legados tenían frecuentemente adscritos como "epítropos"
(procuratores) otros sujetos. Hay varios casos. Cabría que hubiese sucedido
esto con uno de los prefectos de Siria que hubiese tenido adscrito a
Quirino, ya que la frase puede tener cierta amplitud 4. De hecho, del
10 al 6 a. C. estuvo en Oriente en una campaña en Cilicia.
4) Otra interpretación que parece lógica es la de dar al numeral "primero"
el sentido de "antes", como lo tiene en muchos casos. Así, el sentido de la
frase es: que este empadronamiento, bajo el que nace Cristo, es anterior al
que hizo el año 6 d.C. Quirino, siendo gobernador de Siria. Este censo fue
sumamente famoso por las revueltas que hubo en Judea con su motivo. Y de él,
por lo mismo, se hacen eco los Hechos de los Apóstoles (5:37) 5. Sería
preciso diferenciar bien estos censos, y hacer ver en qué relación estaba
éste, bajo el que nace Cristo, con el otro, tan famoso en Judea.
Como Roma solía respetar las costumbres locales, este empadronamiento se
hace al modo judío, yendo a censarse al lugar de origen. Por eso José, que
era de la casa de David, sube a Belén, unos 140 kms.5 ,.lugar originario de
la familia davídica. El texto dice que por ser de "la casa y familia de
David." La frase puede ser simplemente un pleonasmo, para indicar que José
era verdaderamente de esta estirpe, o acaso por proceder estos informes de
fuentes literariamente distintas. Algunos entendieron "casa" como
equivalente a tribu, y por "familia" el ser de la misma estirpe davídica.
Para ello "sube," frase consagrada para ir de un lugar de Palestina a
Jerusalén o cercanías de ésta, ya que topográficamente es siempre una
subida. Pero va a "empadronarse con María, su esposa"- Gramaticalmente, la
frase es dudosa: sea que sube para que se empadrone también María, máxime si
era hija única y heredera, o simplemente que María le acompaña, pues se ve
que pensaban abandonar definitivamente Nazaret (Mat_2:23) 6. Pero el primer
caso también estaba en las costumbres, como se ve por el decreto censal del
prefecto de Egipto, Cayo Vibio Máximo, en 104 d. C., en el que las mujeres
casadas tenían que presentarse también en su lugar de origen. Y María era de
la casa de David 6. Por eso, si el verbo puede significar "desposar" o
"casar," es el contexto, aquí casada, el que decide. "Si María hubiera sido
entonces sólo la. prometida (contra Mat_1:24), hubiera supuesto una clara
violación de las buenas costumbres el hecho de emprender juntos el viaje a
Belén y convivir allí (José) con ella" (Schmid).
Y estando en Belén (Bethlehem: casa de pan, por su fertilidad agrícola)
sucedió el nacimiento de Cristo. Es notable la sobriedad con que lo describe
el Evangelista.
"Dio a luz a su hijo primogénito". El poner "primogénito," siendo Cristo
unigénito, nada dice en relación a la perpetua virginidad de María. Es
término "legal," con el que Lc prepara la escena de la presentación en el
Templo. En un principio eran los "primogénitos" los que ejercían el
sacerdocio. Pero, cuando este privilegio se adjudicó a la tribu de Leví,
quedó la obligación de "rescatar," simbólicamente, a los "primogénitos"
(Num_3:12-13; Num_18:15-16; cf. Exo_13:2; Exo_24:19). En 1922 se descubrió
en Egipto una estela sepulcral en Tell el-Yeduieh, del año 5 a. C. En ella
se dice que una judía de la Diáspora, llamada Arsinoe, murió entre los
dolores maternos al dar a luz a su hijo "primogénito." 7 Como se ve, el
término "primogénito" no se dice por relación a otros hijos, sino por el
sentido "legal" de la expresión.
Lo "fajó" y le acostó en un pesebre. Este debió de ser como los que se
utilizan en las grutas de Belén. Unas piedras apiladas junto a la pared, y
en cuyo recipiente se echa forraje para los terneros y ganados. Allí fue
acostado el Hijo de Dios. El hecho de que ella misma lo faje y atienda
podría incluso ser un índice, muchos lo piensan así, del milagroso parto
virginal indoloro. Este hecho de fajarlo prepara el "signo" de la escena de
los pastores. (…)
La localización del lugar del nacimiento de Cristo está arqueológicamente
bien lograda. Ya habla de ella San Justino, nacido sobre el año 100 en
Palestina, señalándola y llamándola "cueva". El emperador Adriano, para
profanarlo, instaló un "bosquecillo" sacrílego. Y con ello vino a lograr la
perpetuidad de su identificación 9.
Cristo debió de nacer en la "noche," pues se ve relación entre el anuncio
del ángel a los pastores y el nacimiento del Niño. En cuanto a la fecha, hay
un error en el cálculo. El monje escita Dionisio el Exiguo (t 544),
basándose en la "plenitud de los tiempos," que dice San Pablo de la venida
de Cristo (Gal_3:19), dividió la cronología de la Historia universal en dos
épocas: antes y después del nacimiento de Cristo. Y fijó éste en el año 754
de la fundación de Roma. Pero por Josefo se sabe que Herodes murió en la
Pascua del año 750 10. Y Cristo nació bajo Herodes. Es ya un error de unos
cuatro años. Pero como, en la escena de los Magos, Herodes, teniendo en
cuenta la fecha del nacimiento de Cristo, da orden de matar a todos los
niños de dos años para abajo, y, sobre todo, no muestra señales de su grave
y larga enfermedad que lo alejó de Jerusalén; habrá que suponer aún unos dos
años antes o más. Por eso, la fecha del nacimiento de Cristo debe de estar
entre el 747 y 749 de la fundación de Roma. Sobre unos seis años de la fecha
actualmente fijada.
En Oriente se fijaba esta fecha el 20 de mayo, el 20 de abril o 17 de
noviembre (Clemente R.). Pero llegó a prevalecer el 6 de enero la fiesta de
las "Epifanías" (manifestaciones) del Señor: conmemoración de su nacimiento,
Magos y el bautismo. Esto vino a ser bastante general en el siglo IV. Las
iglesias de Occidente no conocían en un principio la fiesta de las
"Epifanías," aunque se va introduciendo posteriormente. Pero en 336, en la
Depositio Martyrum filocaliana, se cita la Navidad de Cristo en 25 de
diciembre (VII Callan.). ¿Por qué Roma fijó esta fecha? Aún no se sabe.
Como hipótesis muy probable, dentro de la pedagogía de la Iglesia primitiva
para desarraigar los restos paganos 11, está que el 25 de diciembre se
celebraba la fiesta pagana "Natalis Invicti," del Sol que nace. Son los
cultos de Mitra, que tanto influjo tuvieron en aquella época. Así se
sustituiría esta festividad pagana del Sol por la de Cristo, como "luz del
mundo." En Roma, en ocasión parecida, para desarraigar las fiestas paganas
robigalia, del 25 de abril, se sustituyó el cortejo que iba al puente Milvio
por un cortejo cristiano que iba al Vaticano, para celebrar la misa en el
sepulcro del Apóstol 12.
Los pastores,Gal_2:8-20.
8 Había en la región unos pastores que moraban en el campo y estaban velando
las vigilias de la noche sobre su rebaño. 9 Se les presentó un ángel del
Señor, y la gloria del Señor los envolvió con su luz, y quedaron
sobrecogidos de temor. 10 Díjoles el ángel: No temáis, os anuncio una gran
alegría que es para todo el pueblo: 11 Os ha nacido hoy un Salvador, que es
el Cristo Señor, en la ciudad de David. 12 Esto tendréis por señal:
encontraréis al Niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. 13 Al
instante se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, alabando
a Dios, diciendo: 14 "Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los
hombres de buena voluntad." 15
Así que los ángeles se fueron al cielo, se dijeron los pastores unos a
otros: Vamos a Belén a ver esto que el Señor nos ha anunciado. 16 Fueron con
presteza y encontraron a María, a José y al Niño acostado en un pesebre, 17
y viéndole, contaron lo que se les había dicho acerca del Niño. 18 Y cuantos
les oían se maravillaban de lo que decían los pastores. 19 María guardaba
todo esto y lo meditaba en su corazón. 20 Los pastores se volvieron alabando
y glorificando a Dios por todo lo que habían oído y visto, según se les
había dicho.
Belén se llamaba antes Efrata, la fértil, y Bethlehem, casa de pan, por sus
cereales. La pequeña ciudad es un oasis en aquella región desértica.
Había allí unos pastores "acampados", que guardaban sus ganados de ladrones
y animales de rapiña. El texto dice que "estaban velando las vigilias de la
noche sobre sus rebaños." Al modo militar, los judíos dividían la noche en
cuatro vigilias.
Estos pastores no eran de Belén, sino trashumantes, ya que los ganados de
las gentes de los pueblos los volvían a la noche a sus establos 13, mientras
que los de los trashumantes suelen estar allí hasta las primeras lluvias,
que pueden venir de mediados de noviembre a mediados de enero. La
temperatura puede ser suave. El 26 de diciembre de 1912 había, a la sombra,
26° sobre cero 14.
Los pastores no gozaban de buena fama, pues se los tenía por "ladrones" 1S.
Un fariseo temería comprarles lana o leche por temor a que proviniesen del
robo. Pero, si éste era el concepto, real o ficticio, debía de haber también
entre ellos almas sencillas, como las de estos pastores.
Inesperadamente, se les apareció "un ángel del Señor." La frase griega usada
indicaría que el ángel quedó cercano a ellos, pero suspendido en el aire.
Al mismo tiempo, el evangelista dice que "la gloria del Señor" los
rodeó iluminándolos". Es una teofanía. Alude a la presencia de Dios en el
tabernáculo, sensibilizada en forma de una nube (Exo_16:10-20; Num_14:10) o
de fuego (Exo_24:17). Por eso aparece aquí, en la noche, luminosa
(Mat_17:5). Al rodearlos de su luz, es por lo que "temieron grandemente."
Era el temor ante la presencia de Dios, que así acreditaba al ángel y su
anuncio: el hallarse encarnado en Belén.
El anuncio del ángel es el Evangelio: la Buena Nueva. Es la palabra que se
usa en los Setenta para comunicar dichas, y, sobre todo, la Buena Nueva
mesiánica. Les anuncia a ellos esta nueva, pero "es para todo el pueblo." El
"pueblo" que aquí se considera es directamente Israel. Es el vocabulario del
A.T., y el pueblo a quien se había prometido que en él nacería el Mesías.
"Hoy os ha nacido en la ciudad de David," Belén, donde según Miqueas
(Mat_5:2), había de nacer el Mesías, un niño, que lo va a describir con los
siguientes rasgos; es: "Un Salvador" . Aunque va sin artículo, está referido
a Cristo. Es el Salvador, pues, por antonomasia. Es la traducción conceptual
griega de Jesús: "Yahvé salva." Este título sólo es usado por Lc para
aplicarlo a Cristo. Salvador/salvación es uno de los temas principales de
Lc. Es el único de los sinópticos que emplea este título y el concepto de
sotería. Utiliza el verbo "salvar" treinta veces en el evangelio y Actos:
más que Mt y Mc juntos 15. En el A.T. generalmente se aplica sólo a Dios,
sobre todo en los Salmos y Profetas, aunque puede aplicarse en algún sentido
a aquellos a quienes Dios confía una misión liberadora (Jue_3:9-15).
Este nombre responde al uso de las dinastías griegas, que tomaban este
nombre acompañado de la apoteosis. También se llamaban así los dioses
gentiles en la época helenística, y a los héroes de la República 16. Pero ya
dentro del judaísmo, en la literatura mesiánica, es título que se reserva a
Dios. En los Hechos de los Apóstoles tiene también sentido divino
(Jue_3:15). San Pablo también lo usa en este sentido (Efe_5:23; Flp_3:20),
como se ve en los contextos. Después que Lc relata la anunciación, en la que
dice que el Mesías se llamará Jesús - Salvador - y expresando en aquel
pasaje su divinidad (v.35b; cf. v.17), esta expresión está evocando también
la divinidad. Y para precisar bien quién sea, se lo identifica:
Es el "Cristo", es decir, el "Ungido," el Mesías. Y este Cristo es "el
Señor". Se duda si es original o una posible glosa cristiana, por ser la
única vez - se dice - que salen unidos así estos nombres en el ? . ? . Lo
cual, en el fondo, tampoco es cierto (Hec_2:36). Por eso querían algunos
entenderlo por el "Cristo del Señor" (v.26). Pero críticamente la lectura
primera es cierta. En la época helenística se ponía este nombre delante de
los emperadores divinizados. San Pablo lo usa frecuentemente como expresión
de la divinidad de Cristo. Era la palabra con que en el A.T. se traducía el
nombre de Yahvé 17. Su aplicación ahora a Cristo por el procedimiento de
"traslación" hace ver su divinidad. San Pablo, en Filipenses, después de
decir que Cristo es Dios, lo proclama, en síntesis,(Hec_2:11). Es la
expresión con la que la primitiva comunidad cristiana profesaba la divinidad
de Cristo 18. San Pedro, después de decir de El que está sentado en los
cielos a "la diestra de Dios," dice que Dios lo hizo "Señor y Cristo"
(Hec_2:34-36) 19.
Los pastores comprendieron que el Mesías había llegado. "Los pobres son
evangelizados." Y se les dio una "señal" para encontrarlo. Era necesidad,
pero era garantía. Es la descripción que antes hizo: un niño fajado y
reclinado en un pesebre. El "signo" es frecuentemente usado en la Biblia. El
"signo" no es para que encuentren al Niño, sino para garantía de la
comunicación sobrenatural (Exo_3:12). Posiblemente hubo otras indicaciones
para señalarles el lugar donde se hallaba. Pero ya esto era suficiente. El
Mesías no había nacido en un palacio, ni con el esplendor humano y pompa
esperados. Y el hecho de estar reclinado en un "pesebre" les indicaba que no
había que buscarlo entre gentes de Belén, ya que allí habría nacido en su
casa. Acaso supieron de esta familia llegada hacía poco, y ella con los
signos de la maternidad, a la que acaso habían visto y sabían que se
guardaban en una gruta; allí podían encaminarse.
Terminado el anuncio del ángel, se juntó con él, allí en el campo de los
pastores, "una multitud del ejército celestial," es decir, de ángeles. Ya en
el libro de Daniel (Exo_7:10) se habla de una multitud casi infinita de
ellos, lo mismo que aparecen en la Escritura "alabando a Dios" (Sal_148:2;
Job_38:7). Todo este coro entona allí una alabanza a Dios, diciendo:
"Gloria a Dios en las alturas,
y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad."
Discuten los autores sobre la división de este cántico. Para algunos tiene
tres miembros:
"Gloria a Dios en las alturas,
en la tierra paz,
buena voluntad a los hombres" (de parte de Dios).
Por crítica textual se impone la primera lectura, ya que la expresión "buena
voluntad" está en genitivo en los mejores códices 20, lo que supone
afectar a hombres. Además, haría falta la conjunción en los dos
miembros últimos, o que faltase al comienzo del segundo. Lo mismo que la
"buena voluntad" después de hombres afecta a éstos, y "debe entenderse de un
sentimiento humano, según el sentido más ordinario de un genitivo de
cualidad; si se refiriese a Dios (la buena voluntad que Dios causase en los
humanos), hubiese sido preciso añadir
αύτσυ
21.
Por eso no parece probable la hipótesis de Vogt, basada en los documentos de
Qumrán, según la cual esta "buena voluntad" sería la de Dios sobre los seres
humanos que El ha elegido 22.
Al menos tal como está en el texto. Si el substractum es otro, cabría. Se
puede percibir en este dístico un terceto, pues se ven las contraposiciones:
gloria-paz / en las alturas en la tierra / Dios-hombres. Si ei substractum
fuese "paz a los hombres," entonces éste sería:
Gloria / a Dios / en las alturas
Paz /.../ en la tierra
/…/ a los hombres.
En lo que hay que suponer algo en la frase "Paz ... en la tierra. "Y en "a
los hombres" hay que suponer que esta
ευδοκία es de Dios a ellos. ¿Quiénes son éstos? "Los
del beneplácito divino": su pueblo, Israel. (…)
El sentido del cántico es la glorificación que tiene Dios 23, que se lo
supone viviendo en el cielo, al comenzar la obra redentora, con el Mesías en
la tierra, y por lo cual se sigue la "paz," que para el judío es la suma de
todos los bienes 24, y aquí es la suma de todos los bienes mesiánicos, que
se van a dispensar a los hombres de "buena voluntad." 25 para aquellos que
van a tomar partido por Cristo cuando aparezca en su vida pública, como
"señal de contradicción."
(DE TUYA, M., Evangelio de San Juan, en PROFESORES DE SALAMANCA, Biblia
Comentada, Tomo Vb, BAC, Madrid, 1977)
Comentario Teológico I: P. Leonardo Castellani - Misa de la noche EVANGELIO
DEL NACIMIENTO (Lc.2,1-14)
En la noche de Navidad la Iglesia lee en las dos primeras misas la mitad del
Capítulo II de San Lucas; y en la ter-cera, el Prólogo del Evangelio de San
Juan, que se lee también al final de todas las misas del año. En San Lucas
están los pormenores tan conocidos del nacimiento del Salvador, que el arte
cristiano ha popularizado en todo el mundo.
Primero está marcado el tiempo: fue en el tiempo del gran Censo o
empadronamiento general ordenado por Augusto César en todo el Imperio; y en
la Siria -de que era gobernante-, por el Propretor Quirinius en el año 42
del César[1]. Por este orden, debió bajar de Nazareth José con su esposa
encinta a la ciudad-cabeza Bethleem, patria del Rey David, de quien ambos
descendían; para que se cumpliera la Escritura:
Mas tu, Bethleem de Ephratah
pequeña entre los millares de Judá,
De ti me saldrá el que señoreará a Israel
y su origen de muy antiguo,
de Los días de mayor antigüedad.
El Jahué los entregará [a los judíos] hasta el tiempo
en que la que ha de parir parirá
y los demás hermanos volverán a Israel.
Y se robustecerá con la fortaleza de Jahué
con la majestad del nombre de su Dios Jahué
Y entonces habrá seguridad
porque su prestigio irá hasta los fines de la tierra
(Miqueas V, 1-3)
Dante Alighieri dice muy alegre que Cristo es romano, porque eligió nacer en
el Imperio Romano y obedeciendo a una orden del Emperador... Sí, nació en el
Imperio para pagar un nuevo impuesto, y para no encontrar una alcoba donde
nacer; y al fin de su vida, los soldados imperiales lo crucificarán. Cristo
es de todo el mundo, así como antes de encarnarse no era deste mundo.
Parejamente el P. Lombardi dice que Dios ha prometido a Italia el "primado
religioso" en el mundo, porque los vicarios de Cristo viven en Roma. Son
cuentos; cuentos patrióticos, como el del negro Falucho... un negro que no
existió.
El lugar fue una caravanera y un pesebre. "Y dio a luz a su hijo
primogénito, y lo envolvió en pañales y lo reclinó en un pesebre; porque no
había para ellos lugar en la posada". No hubo para Cristo recién nacido ni
un cubículo de fonda; y este rasgo asombroso y de tan gran patetismo está
puesto por Lucas de paso, en una frase incidental. ¡Si habrán decantado
sobre él los predicadores!
Cristo quiso nacer en la mayor pobreza, quiso hacemos ese obsequio a los
pobres. La piedad cristiana se enter-nece sobre ese rasgo y hace muy bien;
pero ese rasgo no es lo esencial de este misterio: no es el misterio. El
misterio inconmensurable es que Dios haya nacido. Aunque hubiese nacido en
el Palatino, en local de mármoles y cuna de seda, con la guardia pretoriana
rindiendo honores, y Augusto postrado ante El, el misterio era el mismo. El
Dios invisible e incorpóreo, que no cabe en el Universo, tomó cuerpo y alma
de hombre, y apareció entre los hombres, lleno de gracia y de verdad; ése es
el misterio de la Encarnación, la suma de todos los misterios de la Fe.
Bueno es que los niños se enternezcan ante las pajas del pesebre, la mula y
el buey; que los poetas canten:
Caído se le ha un clavel
Hoy a la Aurora del seno
¡Qué glorioso que está el heno!
Porque ha caído sobre él.
Las pajas del pesebre
Niño de Belén
Hoy son flores y rosas
Mañana serán hiel;
y que los predicadores derramen lágrimas sobre la pobreza del Verbo
Encarnado; pero los adultos han de hacerse capaces de la grandeza del
misterio y han de espantarse no tanto de que Dios sea un niño pobre, sino
simplemente de que sea un niño.
La herejía contemporánea, que consiste en una especie de naturalización del
dogma, no tiene inconveniente en celebrar la "Fiesta de la Familia" y en
enternecerse ante el "niño divino"; con tal que sea divino como todos los
otros niños son "divinos". El cristiano debe estar atento: no es un niño
como los otros niños. El profeta Miqueas dice en el mismo capítulo del
nacimiento:
Aquel día te quitaré los caballos
dice Jahué, y destruiré tus carros
Y abatiré las ciudades de tu tierra
y arruinaré todos tus fortines
Y te quitaré de las manos las hechicerías
y no habrá cabe ti agorerías
Destruiré tus ídolos y tus cipos
y no te postrarás ante la obra de tus manos
Y arrancaré del medio tus lucos sacros,
y derribaré tus árboles idolátricos.
Y en ira y furor haré venganza en tus gentes
que no quisieron escucharme.
Los paganos de hoy celebran "el día del Niño" y después se vuelven a sus
espiritismos; cuando no lo celebran con hechicerías o con excesos paganos o
animales. El cristiano celebra la Noche-Buena con santa alegría, pero con
profundo sobrecogimiento.
Os anuncio una gran alegría
Que será para todos los pueblos:
Hoy os nació en la ciudad de David
Un Salvador, el Mesías y el Señor.
Y ésta es la señal: encontraréis un niñito
envuelto en pañales
y reclinado en un pesebre,
dijo el Ángel a los pastores.
El acontecimiento de los acontecimientos fue anunciado antes que a todos a
unos pobres pastores que velaban en tomo de una hoguera en la noche helada.
Ellos creyeron, y corrieron, y hallaron "lo que el Señor les había hecho
saber"; aunque al ver al espíritu luminoso "temieron grandemente"; mas no
pudieron temer al rey de los ángeles hecho niño pequeño. Ellos fueron los
primeros ciudadanos del Reino, y sus primeros evangelistas. Ellos
presenciaron el júbilo de los "ejércitos celestiales" sobre la caravanera,
después de María y José, y antes que los Magos. Salieron contando el suceso
y hubo pasmo y una gran esperanza entre la pobre gente. "Pero María
conservaba todas estas palabras rumiándolas en su corazón". De ella sin duda
las obtuvo muchos años después el médico griego meturgemán de San Pablo
llamado Lucas, el evangelista de la niñez de Cristo y de la virginidad de
María, de quien se dice también que hizo una pintura de Nuestra Señora;
porque era tan mal médico y mal pintor como excelente "recitador".
Tunc prius ignaris pastoribus ille creatus
Emicuit, quia Pastor erat. ..,
canta el poeta latino Sedulius:
Por eso primero que a todos a pobres pastores
Mostróse; porque era Pastor....
La palabra "primogénito" que pone San Lucas, ha dado pie a muchos herejes
(Joviniano, Hevidio, Ebión y Euno-mio; así como algunas sectas protestantes)
para aseverar que la Santísima Virgen Nuestra Señora tuvo después de Cristo
otros hijos; cosa que reproduce el judío Schalom Asch en su pesado novelón
que como "historia de Cristo" escribió con el título de El Nazareno. Pero la
palabra griega protótokon significa tanto primogénito, como unigénito, según
los peritos. Es como la palabra primeriza que usan los libros de Medicina,
que se refiere al primer parto sin determinar si es único; o uno seguido de
otros.
El cántico de los ángeles sobre el khan de Belén ("Gloria a Dios en las
alturas y paz en la tierra a los hombres de
buena voluntad"[2]) ha sido traducido diversamente y dado pie a muchas
discusiones. La traducción más exacta es:
Gloria
en el cielo
a Dios; paz
en la tierra
a los hombres del beneplácito.
Tés eudokías significa en griego a los hombres bien enseñados; es decir, a
los creyentes; de los cuales los primeros fueron los Pastores; que si fueron
tres pastores -como dice San Agustín- o doce pastores -como dice Teofilacto-
no lo sabemos.
San Lucas dice que María "dio a luz su hijo, lo fajó y lo reclinó en el
pesebre", sin ayuda de obstétricas o comadronas: el nacimiento de Cristo fue
milagroso y virginal. "Los pañales -escribe San Cipriano de África- están en
lugar de las púrpuras, y las fajas en lugar de las holandas de los reyes. La
misma madre que da a luz es la obstetriz que presta al recién nacido sus
cuidados: lo toca, lo abraza, lo besa, lo amamanta; todo ello inundada de
gozo. No hay en este parto dolor ni lesión alguna... Por sí mismo se
desprendió del árbol este fruto maduro".
La tradición del pueblo cristiano ha retenido desde los primeros tiempos que
había en el khan de Belén una mula y un buey: los Santos Padres antiguos se
han complacido en aplicar a los dos humildes animales el versículo de
Isaías, I, 3: "Conocerá el buey a su dueño - Y el asno el pesebre de su
Señor". La tradición española tiene que San José llevaba el buey para pagar
el tributo al Déspota Imperial, y la mula para cabalgadura de María; puesto
que de Nazareth a Belén hay cuatro días de camino a pie. El bueno de
Maldonado se opone a esta tradición, diciendo que si tenían una mula no eran
tan pobres, y no les hubieran negado lugar en la fonda. Pero ¿no se puede
ser pobre y tener una pobre mula?
Para mí que la mula fue prestada.
Y así pasó esa noche que habría de ser recordada como Buena por excelencia
en todo el mundo por siglos sin fin, sin que nada pasara en el mundo fuera
de un movimiento de pastores y una nueva estrella desconocida que vieron
tres astrónomos caldeos en el cielo de Oriente. El Verbo de Dios se hizo
hombre, y los periodistas de aquel tiempo no se enteraron de nada. Pasó la
noche y vino el Alba y un nuevo día. "Caído se le ha un clavel - Hoy a la
Aurora del seno...".
"Y pecaron los hombres como todos los días", dijo el poeta Paúl Fort. Esto
se puede poner en verso ¿por qué no? por lo menos para no aparecer como
enemigo de los "villancicos".
Hoy ha nacido un niño y hay un gran parabién
Hay cánticos de ángeles y hay luces en Belén.
Hoy ha nacido un niño: una mula lo aceza
Un obrero lo adora y una virgen lo besa.
Hoy ha nacido un niño; y unos pobres pastores
Vienen de prisa a verlo con corderos y flores.
Gloria a Dios en los cielos, paz a los que han creído
¿Cuál pensáis será el nombre de este recién nacido?
Paz a los que han creído y a los que han de creer
¿Quién pensáis será Este nacido de mujer?
Hoy ha nacido un niño muy antiguo de días
Más que el Hermón nevado con su testa de armiño
Que viene de las últimas místicas lejanías
Hoy ha nacido un niño y es Dios que se ha hecho niño
Y pecaron los hombres como todos los días.
El pueblo judío era un buey pesado y bruto; y era cabezudo como una mula y
tan ignorante y mistificado como el pueblo argentino: tenía que haber
pensado que si Dios se hacía hombre -si se realizaba en el mundo la
perfección de la Humanidad en un hombre- ese hombre iba a pasar
desapercibido, y que había que abrir bien los ojos. Así que el buey
reconoció a su Señor; y el Pueblo Elegido pasó la Noche Buena como todas las
otras noches; y sigue pasándola.
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires,
1977, p. 426 - 432)
Comentario Teológico II: P. Leonardo Castellani - Misa del día EVANGELIO DEL
ADVENIMIENTO
El Prólogo del Evangelio de San Juan, cuya estructura lingüística hemos
ilustrado someramente, contiene la doc-trina de Logos, o Verbo de Dios. Es
una palabra griega original en el Evangelio, que Jesucristo no usó; pero que
corresponde a la palabra sophía o sapiencia, que Jesús usó y que entronca en
los libros sapienciales del Antiguo Testamento. Cristo, dice San Juan, es el
Logos, o la Sabiduría, del Padre; y es Dios y es hombre; y es la vida del
hombre.
Logos significaba en ese tiempo para los griegos "palabra, razón,
conocimiento, comprensión, sentido, ciencia, cordura, sabiduría...". Era un
concepto sumamente compresivo y sumamente prestigioso -cuasi mágico- en los
medios helenísticos, cultivados en la filosofía de Heráclito, de Platón y de
Filón de Alejandría.
La escuela de crítica racionalista, que nace en el siglo pasado del
protestantismo -con Lessing- y desemboca en el ateísmo -con Wrede, Brandes-
pretendió que San Juan se había apoderado del concepto de Logos divino de la
filosofía panteísta griega y lo había injertado en la tradición evangélica;
haciendo así de Cristo un Dios, cosa que a Cristo y sus primeros discípulos
no se les habría ocurrido nunca. Y para eso identifican el Logos de San Juan
con el Logos de Philón: filósofo judío del siglo I, que construyó un sistema
de filosofía platónica sobre la base de los libros mosaicos, fuertemente
teñida de panteísmo.
La verdad es que entre el Logos de Juan y el de Philón media un abismo: el
Logos de Philón-tomado de la filosofía estoica, que a su vez lo recibiera de
Heráclito y Anaxágoras-es la Razón de Dios, la cual es el instrumento de la
creación del mundo, a la manera de la razón operativa o la técnica del
artista, por intermedio de la cual el artista crea la obra de arte. Mas el
Logos de San Juan es una persona divina que se encarna en un hombre; y que
no solamente está en -el seno de- Dios sino que está con o cabe Dios; puesto
que el verbo era (eén) significa identidad en griego y la preposición cabe
(pará) significa una distinción. La inteligencia de Dios tiene en Dios una
vida personal, tanto que pudo bajar a la tierra y hacerse hombre: "y el
Verbo se hizo carne y habitó entre [y en] nosotros".
Juan tomó el término del vocabulario filosófico de su tiempo; y también su
sentido principal, concretándolo y aplicándolo al "Hijo del Hombre" e "Hijo
de Dios" de los Sinópticos; entre otros motivos, para significar un modo de
generación enteramente espiritual, no asimilable a la generación carnal que
conocemos: "Los que no de las sangres, ni de la voluntad de la carne, ni de
la voluntad del varón; sino que de Dios son nacidos". Los musulmanes
actuales, lo mismo que los gnósticos antiguos, no pueden acordar -y con
razón- que Dios haya tenido un Hijo-carnal. Mas la generación del Verbo no
es carnal.
La generación eterna del Verbo no puede compararse -y aun así permanece
arcana- sino con la formación misteriosa del conocer en el alma del Hombre.
Dios se conoce a sí mismo, y en sí a todas las cosas, y ese cono-cimiento es
su "Hijo". Esta es la última palabra que el intelecto humano, bajo el
influjo de la Revelación, puede pronunciar sobre el misterio de la vida
divina, inaccesible naturalmente a sus alcances.
Qué era el Logos para la cultura helénica? Era. para algunos, un ser
intermediario entre Dios y el mundo (Plotino); para otros (Philón) era la
razón divina esparcida por la creación, distinguiendo a los seres y
organizándolos; pero era también otra cosa, pues el término no había llegado
a esos sentidos técnicos sino acompañado por una nube de asociaciones que lo
matizaban. Todo lo que hay de serio de razonable, de ordenado (lo bello, lo
regulado, lo conveniente, lo legítimo), todo lo que era universal, armonioso
y musical se agrupaba para el espíritu griego en torno del Logos, que era
como la medida y el ideal de las cosas. Para formarse una idea piénsese en
lo que significaba para los hombres del siglo XVIII el nombre mágico de
Razón: liberamiento, sapiencia, virtud, progreso, luces; todo lo que
inspira, desde hace cien años, la palabra Ciencia; lo que sugiere a nuestros
contemporáneos el término Vida; palabras-símbolo de significado
indeterminado y fuerte carga afectiva: los talismanes o banderines de la
época. Son como resúmenes del ideal de una época, llenos de sugestión por su
misma vaguedad; indicadores de una solución que todo el mundo busca, pero no
la solución misma, a no ser como silueta y como germen...
La solución que tendrá más chances de triunfar será aquella que hará tomar
cuerpo de la manera más clara a un mayor número de nociones apuntadas y de
aspiraciones inquietas, que vivían como en difusión en la Gran Palabra.
Ahora bien, San Juan respondió maravillosamente a ese movimiento de
gestación aplicando la Palabra Magnética en forma precisa a Jesús de
Nazareth, el Hijo de Dios -fiel a la tradición bíblica del Libro de la
Sabiduría-; y así respondió a los deseos de las almas griegas, a las cuales
la teoría de un Logos nebuloso, difundido impersonalmente en las cosas,
intermedio más bien que mediador, sombra de Dios más bien que Dios, no podía
llenar perfectamente. Juan "evangeliza" a la vez para los judíos y para los
gentiles.
Después de haber señalado a Cristo como el Verbo del Padre, Juan lo hace
sucesivamente la Vida, la Luz la Gloria, la Gracia y la Verdad de Dios;
Engendrador a su vez de una nueva vida en "todos cuantos lo recibieren". El
comienza por ser la luz de todos los nacidos, porque imprime en toda alma
mortal la imagen de Dios en forma de razón y de conciencia; y es después el
principio de la luz sobrenatural de la fe, por la cual el hombre es
levantado a una nueva filiación, la adopción divina. La gracia y la verdad
son sus dones, de cuya plenitud todos recibimos; una verdad trascendente que
sólo se da por la gracia, gratuitamente.
La doctrina del Logos en Juan se resume por tanto así: el Cristo, el Hijo
del Hombre, el Hijo de Dios son uno, y ese uno es uno con su Padre, y se ha
unido a la naturaleza humana tomando su carne y alma; él llama a todos los
hombres a la verdad, y por ella a la unidad. Pero la unidad del Verbo con el
Hombre siendo en la carne, y permaneciendo los discípulos en el mundo, esa
unidad debe volverse y hacerse sensible; y se vuelve sensible en una
sociedad humana, simbolizada en la imagen del Rebaño y el Pastor. Y como el
Buen Pastor natural y primogénito se aleja por un tiempo de este mundo, ha
designado un Sub-Pastor en la persona de Pedro. Cuando Juan escribía, Pedro
había seguido ya a su Maestro; pero esto no turba a Juan: sabe que la
Providencia ha proveído a la necesidad de la clave de estructura de la
sociedad cristiana en la persona de los sucesores de Pedro. Como está
repetido tantas veces en el largo Sermón-Despedida de Cristo antes de su
Pasión, esta unidad de la sociedad cristiana está asegurada; y ella se
verifica en la fe y en la caridad.
Los que sienten tan fuertemente hoy día la necesidad de la unión de los
discípulos de Cristo, deben advertir que esa unión sólo es posible en la fe
y en la caridad. Hoy día hay algunos que, dejando de lado la fe, insisten en
efectuar la unión en la caridad: es imposible. El protestantismo hoy día -no
así en sus comienzos- agotado en la discusión interminable de las
variaciones dogmáticas producidas por el "libre examen", ha acabado por
arrojar "los dogmas" por la borda y forcejea por unificar a los cristianos
en una vaga adhesión personal a Cristo, que se vuelve un puro
sentimentalismo. Pero el primer lazo de unión es la verdad, y la verdad no
puede ser diferente y contradictoria dentro de sí misma. Otros en cambio
pretenden mantener la unión sobre la fe sola.
Este es el estado de las iglesias católicas cuando decaen: sus fieles creen
todos lo mismo así media a bulto (recitan el mismo Credo de memoria) pero no
están unidos entre sí en hermandad real: ni se conocen entre ellos a veces;
oyen misa codo con codo en un gran edificio -que fácilmente puede ser
quemado- reciben la "comunión" cada uno por su lado, y después se van a sus
negocios; y quiera Dios que no a tirarse, unos a otros, flechazos o coces.
No es esta una "iglesia" propiamente hablando; no hay Iglesia de Cristo sin
caridad. La fe sin obras es muerta, y la obra por excelencia de la fe es la
caridad, la comunión de las almas. "obras obras!" decía Santa Teresa; en el
mismo tiempo en que Lutero clamaba "¡Fe, fe!" y declaraba a las obras (a las
obras exteriores al principio, después a todas en general) como inútiles
para la salvación. Y realmente, si hubiesen estado vigentes las "obras" de
Santa Teresa (obras de verdadera caridad, externas e internas a la vez) en
la Alemania de Lutero, el renegado sajón no se hubiese levantado, o hubiese
caído de inmediato, sin separar de la Iglesia un medio mundo.
El sifilítico Enrique VIII escribió una obra en defensa de la fe en el
Santísimo Sacramento contra Lutero, que le mereció de la Santa Sede el
título honorífico de "Defensor fidei", que aún llevan los Reyes de
Inglaterra; pero eso no le impidió quebrar el vínculo de la Iglesia inglesa
con la Iglesia Universal, y precipitar a Inglaterra y con ella a media
Europa en el cisma primero y luego en la herejía. Nunca renegó de la fe;
pero se divorció de la caridad. (Y, entre paréntesis, inventó el divorcio).
Porque la fe debe engendrar caridad, y la caridad debe vivir de la fe; y sin
eso, no hay unidad. Roguemos por la [3]
Iglesia Argentina .
(CASTELLANI, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires,
1977, p. 144-150)
[1] Según las fechas que pone Josefo en sus Antigüedades Judaicas, el
Propretor Cirino o Quirinus fue enviado a hacer esta "capitación" de la
Siria, muerto ya Herodes y desterrado a las Galias su hijo Arquelao; lo cual
pone una discrepancia de 11 años con la cronología de Lucas. Lo probable es
que Flavio Josefo haya confundido las fechas más bien que Lucas. Otros
resuelven la dificultad diciendo que había dos legados de Augusto, uno para
el empadronamiento y otro jefe del ejército: Saturnino y Quirino; y que
Lucas nombró solamente a Quirino, como al jefe principal, omitiendo a
Saturnino, que es el legado mencionado por el historiador judío.
[2] Vulgata latina.
[3] Estas homilías se acabaron de escribir el día del Sagrado Corazón de
Jesús de 1955. Laus Deo
Santos Padres: San Agustín - El nacimiento del Señor.
1. Se llama día del nacimiento del Señor a la fecha en que la Sabiduría de
Dios se manifestó como niño y la Palabra de Dios, sin palabras, emitió la
voz de la carne. La divinidad oculta fue anunciada a los pastores por la voz
de los ángeles e indicada a los magos por el testimonio del firmamento. Con
esta festividad anual celebramos, pues, el día en que se cumplió la
profecía: La verdad ha brotado de la tierra y la justicia ha mirado desde el
cielo.
La verdad que mora en el seno del Padre ha brotado de la tierra para
estar también en el seno de una madre. La verdad que contiene al mundo, ha
brotado de la tierra para ser llevada por manos de mujer. La verdad que
alimenta de forma incorruptible la bienaventuranza de los ángeles, ha
brotado de la tierra para ser amamantada por pechos de carne. La verdad a la
que no le basta el cielo, ha brotado de la tierra para ser colocada en un
pesebre. ¿En bien de quién vino con tanta humildad tan grande excelsitud?
Ciertamente, no vino para bien suyo, sino nuestro, a condición de que
creamos. ¡Despierta, hombre; por ti, Dios se hizo hombre!
¡Levántate, tú que duermes; levántate de entre los muertos, y Cristo te
iluminará! Por ti, repito, Dios se hizo hombre. Estarías muerto para la
eternidad si él no hubiera nacido en el tiempo. Nunca te podrías liberar de
la carne de pecado si él no hubiese tomado la semejanza de la carne de
pecado. Una miseria inacabable te dominaría sí no hubiera tenido lugar esta
misericordia. No hubieses revivido si él no se hubiese asociado a tu muerte.
Hubieses desfallecido si él no te hubiese socorrido. Hubieses perecido si él
no hubiese venido.
2. Celebremos con alegría la llegada de nuestra salvación y redención.
Celebremos este día de fiesta en que el día grande y eterno desde aquel día
grande y eterno vino a este nuestro día, breve y temporal. Él se hizo para
nosotros justicia, santificación y redención, para que, como está escrito,
quien se gloríe, se gloríe en el Señor.
Para que no nos asemejemos a la soberbia de los judíos, que, ignorando
la justicia de Dios y queriendo establecer la suya propia, no se sometieron
a la de Dios, después de haber dicho la verdad ha brotado de la tierra,
añadió inmediatamente y la justicia ha mirado desde el cielo. Con esta
finalidad: para que no se la arrogase a sí misma la debilidad mortal; para
que no dijera que era suya, y creyendo el hombre que se justificaba por sí
mismo, es decir, que el ser justo era obra propia, rechazara la justicia de
Dios.
La verdad, pues, ha brotado de la tierra: Cristo, que dijo Yo soy la verdad,
nació de una virgen. Y la justicia ha mirado desde el cielo: el hombre no se
justifica a sí mismo, sino que es justificado por Dios, si cree en el que ha
nacido. La verdad ha brotado de la tierra: La Palabra se hizo carne. Y la
justicia ha mirado desde el cielo: Todo óptimo regalo y todo don perfecto
viene de arriba. La verdad ha brotado de la tierra: la carne, de María.
Y la justicia ha mirado desde el cielo: Nada puede recibir el hombre que no
le sea dado desde el cielo.
3. Justificados, pues, por la fe, tengamos paz con Dios por nuestro Señor
Jesucristo, por quien tenemos también acceso a esta gracia en que vivimos y
nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Me deleita asociar a
estas palabras del Apóstol, que vosotros, hermanos, habéis reconocido
conmigo, otras pocas del salmo leído y advertir cómo van de acuerdo.
Justificados por la fe, tengamos paz con Dios: La justicia y la paz se han
besado. Por nuestro Señor Jesucristo: La verdad ha brotado de la tierra. Por
quien tenemos acceso también a esta gracia en que vivimos y nos gloriamos en
la esperanza de la gloria de Dios -no dice "de nuestra gloria", sino de la
gloria de Dios-; en efecto, la justicia no ha salido de nosotros, sino que
ha mirado desde el cielo.
Por tanto, quien se gloríe, no se gloríe en sí, sino en el Señor. Por esto,
pues, una vez nacido de la virgen el Señor, cuya natividad celebramos hoy,
resonó el canto angélico: Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a
los hombres de buena voluntad. ¿A qué se debe que haya paz en la tierra sino
a que la verdad ha brotado de la tierra, es decir, a que Cristo ha nacido de
la carne? Él es también nuestra paz, que de dos pueblos hizo uno, para que
nos convirtamos en hombres de buena voluntad, dulcemente unidos en el
vínculo de la caridad.
Gocémonos, pues, en esta gracia para que sea nuestra gloria el testimonio de
nuestra conciencia, donde no nos gloriemos en nosotros mismos, sino en el
Señor. De aquí que se haya dicho: Tú eres mi gloria y el que levanta mi
cabeza. Pues ¿qué mayor gracia de Dios pudo brillar para nosotros que,
teniendo un hijo unigénito, lo hiciera hijo del hombre, y del mismo modo,
pero al revés, hiciera hijo de Dios al hijo del hombre? Busca el mérito,
busca el motivo, busca la justicia, y ve si encuentras otra cosa que no sea
la gracia.
(SAN AGUSTÍN, Sermones (4º) (t. XXIV), Sermón 185, 1-3, BAC Madrid 1983,
7-10)
Santos Padres: San León Magno - sermón 9 de la Natividad del Señor
La grandeza de las obras divinas excede ciertamente, dilectísimos, y
sobrepuja a cuanto pueden expresar las palabras humanas, y de ahí nace la
imposibilidad de hablar de donde se origina el motivo que nos impide callar.
Por lo que dice el profeta de Cristo Jesús, Hijo de Dios, ¿quién podrá
contar su generación? (Is., 53, 8), se refiere a él no sólo en cuanto Dios;
sino también en cuanto hombre. Que dos naturalezas se junten en una sola
persona si la fe no lo dijera, nuestra razón no lo explica; de ahí nunca
falta materia de alabanza, porque nadie puede agotar los motivos de alabar.
Alegrémonos, pues, de ser incapaces de celebrar misterio tan grande de
misericordia; y al no poder explicar la sublimidad de nuestra redención,
tengamos a dicha el ser vencidos por este beneficio. Nadie está más cercano
del conocimiento de la verdad, en tratándose de cosas divinas, que quien
comprende que a pesar de haber avanzado mucho (en su conocimiento), aún le
queda más por investigar. Pues quien crea haber llegado a la meta de su
investigación no sólo no ha dado con lo que buscaba, sino que ha fracasado
en su inquisición. Mas para no acongojarnos por la limitación de nuestra
debilidad, nos ayudan las voces evangélicas y proféticas, que de tal modo
nos enfervorizan e instruyen, que podemos celebrar la natividad del Señor,
por lo cual el Verbo se hizo carne, no sólo como cosa pasada sino como algo
presente y actual. Pues lo que el Ángel anunció a los pastores mientras
velando guardaban sus rebaños, también resuena en nuestros oídos. Y por lo
mismo estamos al frente de las ovejas del Señor, porque las palabras
anunciadas desde el cielo las conservamos en los oídos del corazón, como si
se nos dijera en la fiesta de hoy: Os anuncio un gran gozo, que será también
para todo el pueblo; os ha nacido en el día de hoy el Salvador, que es el
Cristo Señor, en la ciudad de David (Luc., 2, 10). Como colofón de semejante
nueva únese el regocijo de innumerables ángeles (para que resultase más
excelente el testimonio con los cánticos de la milicia celestial), que
cantaba esta alabanza en honor de Dios: Gloria a Dios en las alturas, y en
la tierra paz a los hombres de buena voluntad (Luc., 2, 14). Es gloria de
Dios la infancia de Cristo, naciendo de una madre virgen y la redención del
género humano redunda con razón en alabanza de su autor, porque ya a la
misma Santa María había dicho el ángel Gabriel, enviado por Dios: El
Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su
sombra, y por ello lo santo que nazca de ti será llamado Hijo de Dios (Luc.,
1, 35). En la tierra es concedida aquella paz que hace a los hombres de
buena voluntad. Con los mismos sentimientos con que nació Cristo de las
entrañas de una madre virgen así renace el cristiano del seno de la Santa
Iglesia y para él la verdadera paz debe consistir en no separarse de la
voluntad de Dios y gozarse únicamente en lo que agrada a Dios.
Al celebrar, carísimos hermanos, el día del nacimiento del Señor, que es el
día más señalado entre los de tiempos pasados, aunque haya transcurrido el
orden de las acciones corporales (de Cristo) conforme al eterno consejo, y
toda la humildad del Redentor ha sido sublimada hasta la gloria de la
majestad del Padre, tanto que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en
los cielos, en la tierra y en los infiernos, y toda lengua confiese que el
Señor Jesús está en la gloria del Padre (Fil., 2, 10), sin embargo, nosotros
adoramos continuamente el parto de la salutífera Virgen, y aquella
indisoluble unión del Verbo y la carne no menos la reverenciamos postrada en
el pesebre que sentada en el trono de la majestad paterna. La divinidad
inmutable, aunque dentro de si continuaba encerrando su gloria y su poder,
no porque estuviera oculta a la vista humana iba a dejar de estar unida al
recién nacido, mas por unos principios tan extraños de hombre verdadero
debía reconocérsele al engendrado como Señor e hijo a la vez de David. Este
había dicho con espíritu profético: Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi
derecha. Con este testimonio, como refiere el evangelio, fue refutada la
impiedad de los judíos. Como al preguntar Jesús a los judíos de quién decía
hijo al Cristo, le contestasen de David, al momento, acusando el Señor su
ceguera, respondió: ¿Cómo, pues, David le llama en espíritu Señor, diciendo:
Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha? Os cerrasteis, oh judíos,
el camino de inteligencia, y al no querer ver más que la naturaleza carnal,
os privasteis de toda la luz de la verdad. No considerando, conforme a
vuestras particulares invenciones, en el hijo de David más que su
procedencia corporal, al no poner vuestra esperanza más que en el hombre,
rechazáis a Dios. Hijo de Dios; y de esta manera, lo que nosotros tenemos
por honra confesar no os puede a vosotros aprovechar.
Pues también nosotros, cuando nos preguntan de quién es hijo Cristo,
contestamos con palabras del Apóstol, que nació de descendencia de David,
según la carne (Rom., 1, 2), y esto mismo lo aprendemos del comienzo de la
predicación evangélica al leer: Libro de la generación de Jesucristo, hijo
de David (Mt., 1,1). Pero precisamente nos apartamos de vuestra impiedad,
porque al mismo que reconocemos como nacido de la familia de David, según
que el Verbo se hizo carne (Jo., 1, 14), le creemos Dios coeterno de Dios
Padre. Por tanto, oh Israel, si conservaras la dignidad de tu nombre y
repasaras los anuncios proféticos sin corazón obcecado, Isaías te
descubriría la verdad evangélica, y de no estar sordo oirías lo que dice por
inspiración divina: He aquí que una virgen concebirá en su seno y parirá un
hijo, y será llamado su nombre Emmanuel, que quiere decir, Dios con nosotros
(Is., 7, 14-17). Mas si no lo veías claro en el significado propio de nombre
tan divino, al menos lo habrías aprendido en las mismas palabras de David y
no negarías a Jesucristo como hijo de David en contra de lo que testifican
el nuevo y viejo Testamento, ya que no le confiesas Señor de David.
Por lo cual, muy amado, puesto que por la inefable gracia de Dios la Iglesia
de los fieles gentiles ha conseguido lo que la sinagoga de los judíos
carnales no mereció, al decir David: El Señor ha revelado su salvación,
entre las gentes ha revelado su justicia (Ps., 92, 2); y predicando lo mismo
Isaías: El pueblo que estaba sentado en tinieblas ha visto una gran luz, a
los que moraban en la región de sombras mortales les ha nacido un resplandor
(Is., 9,2), y también: Las gentes que no te conocían, te invocarán, y los
pueblos que no tenían noticia de ti, irán hacia ti (Is., 55, 5),
regocijémonos en el día de nuestra salvación y elegidos por el Nuevo
Testamento para tomar parte con aquél, a quien dice el Padre por el profeta:
Tú eres mi Hijo, y hoy te he engendrado. Pídeme y te daré las gentes como
herencia y por posesión los confines de la tierra (Ps., 2, 7), gloriémonos
en la misericordia del que nos adopta, porque como dice el apóstol: No
habéis recibido espíritu de esclavos en temor, sino que habéis recibido
espíritu de adopción de hijos, con él cual clamamos, Abba, Padre (Rom., 8,
15). Es por todo digno y conveniente que la voluntad manifestada por el
Padre se cumpla por los hijos en adopción, y al decir el Apóstol, Si
padecemos juntamente, juntamente seremos glorificados (Rom., 8, 17), sean
ahora participantes de las humillaciones de Cristo, los que serán
coherederos de la gloria venidera. Honremos en su infancia al Señor, ni
tengamos como menoscabo de la divinidad estos comienzos y crecimientos
corporales, porque a la naturaleza que no cambia (la naturaleza divina) nada
le añade ni le quita nuestra naturaleza, sino que aquél que quiso hacerse
como los hombres en la semejanza de la carne, permanece igual al Padre en la
unidad de divinidad; con quien el Espíritu Santo vive y reina por los siglos
de los siglos. Amén.
(SAN LEÓN MAGNO, Sermones escogidos, sermón 9 de la natividad del Señor,
Apostolado Mariano Sevilla 1990, 30-
33)
Aplicación: Beato Juan Pablo II - Natividad del Señor
1. "Populus, quí ambulabat in tenebris, vidit lucem magnam - El pueblo que
caminaba en las tinieblas vio una luz grande" (Is 9, 1).
Todos los años escuchamos estas palabras del profeta Isaías, en el contexto
sugestivo de la conmemoración litúrgica del nacimiento de Cristo. Cada año
adquieren un nuevo sabor y hacen revivir el clima de expectación y de
esperanza, de estupor y de gozo, que son típicos de la Navidad.
Al pueblo oprimido y doliente, que caminaba en tinieblas, se le apareció
"una gran luz". Sí, una luz verdaderamente "grande", porque la que irradia
de la humildad del pesebre es la luz de la nueva creación. Si la primera
creación empezó con la luz (cf. Gn 1, 3), mucho más resplandeciente y
"grande" es la luz que da comienzo a la nueva creación: ¡es Dios mismo hecho
hombre!
La Navidad es acontecimiento de luz, es la fiesta de la luz: en el Niño de
Belén, la luz originaria vuelve a resplandecer en el cielo de la humanidad y
despeja las nubes del pecado. El fulgor del triunfo definitivo de Dios
aparece en el horizonte de la historia para proponer a los hombres un nuevo
futuro de esperanza.
2. "Habitaban tierras de sombras, y una luz les brilló" (Is 9, 1).
El anuncio gozoso que se acaba de proclamar en nuestra asamblea vale también
para nosotros, hombres y mujeres en el alba del tercer milenio. La comunidad
de los creyentes se reúne en oración para escucharlo en todas las regiones
del mundo. Tanto en el frío y la nieve del invierno como en el calor tórrido
de los trópicos, esta noche es Noche Santa para todos.
Esperado por mucho tiempo, irrumpe por fin el resplandor del nuevo Día. ¡El
Mesías ha nacido, el Emmanuel,
Dios con nosotros! Ha nacido Aquel que fue preanunciado por los profetas e
invocado constantemente por cuantos "habitaban en tierras de sombras". En el
silencio y la oscuridad de la noche, la luz se hace palabra y mensaje de
esperanza.
Pero, ¿no contrasta quizás esta certeza de fe con la realidad histórica en
que vivimos? Si escuchamos las tristes noticias de las crónicas, estas
palabras de luz y esperanza parecen hablar de ensueños. Pero aquí reside
precisamente el reto de la fe, que convierte este anuncio en consolador y,
al mismo tiempo, exigente. La fe nos hace sentirnos rodeados por el tierno
amor de Dios, a la vez que nos compromete en el amor efectivo a Dios y a los
hermanos.
3. "Ha aparecido la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los
hombres" (Tt 2, 11).
En esta Navidad, nuestros corazones están preocupados e inquietos por la
persistencia en muchas regiones del mundo de la guerra, de tensiones
sociales y de la penuria en que se encuentran muchos seres humanos. Todo
buscamos una respuesta que nos tranquilice.
El texto de la Carta a Tito que acabamos de escuchar nos recuerda cómo el
nacimiento del Hijo unigénito del Padre "trae la salvación" a todos los
rincones del planeta y a cada momento de la historia. Nace para todo hombre
y mujer el Niño llamado "Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre
perpetuo, Príncipe de la paz" (Is 9, 5). Él tiene la respuesta que puede
disipar nuestros miedos y dar nuevo vigor a nuestras esperanzas.
Sí, en esta noche evocadora de recuerdos santos, se hace más firme nuestra
confianza en el poder redentor de la Palabra hecha carne. Cuando parecen
prevalecer las tinieblas y el mal, Cristo nos repite: ¡no temáis! Con su
venida al mundo, Él ha derrotado el poder del mal, nos ha liberado de la
esclavitud de la muerte y nos ha readmitido al convite de la vida.
Nos toca a nosotros recurrir a la fuerza de su amor victorioso, haciendo
nuestra su lógica de servicio y humildad. Cada uno de nosotros está llamado
a vencer con Él "el misterio de la iniquidad", haciéndose testigo de la
solidaridad y constructor de la paz. Vayamos, pues, a la gruta de Belén para
encontrarlo, pero también para encontrar, en Él, a todos los niños del
mundo, a todo hermano lacerado en el cuerpo u oprimido en el espíritu.
4. Los pastores "se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que
habían visto y oído; todo como les habían dicho" (Lc 2, 17).
Al igual que los pastores, también nosotros hemos de sentir en esta noche
extraordinaria el deseo de comunicar a los demás la alegría del encuentro
con este "Niño envuelto en pañales", en el cual se revela el poder salvador
del Omnipotente. No podemos limitarnos a contemplar extasiados al Mesías que
yace en el pesebre, olvidando el compromiso de ser sus testigos.
Hemos de volver de prisa a nuestro camino. Debemos volver gozosos de la
gruta de Belén para contar por doquier el prodigio del que hemos sido
testigos. ¡Hemos encontrado la luz y la vida!
En Él se nos ha dado el amor.
5. "Un Niño nos ha nacido..."
Te acogemos con alegría, Omnipotente Dios del cielo y de la tierra, que por
amor te has hecho Niño "en Judea,
en la ciudad de David, que se llama Belén" (cf. Lc 2, 4).
Te acogemos agradecidos, nueva Luz que surges en la noche del mundo.
Te acogemos como a nuestro hermano, "Príncipe de la paz", que has hecho "de
los dos pueblos una sola cosa" (Ef 2, 14).
Cólmanos de tus dones, Tú que no has desdeñado comenzar la vida humana como
nosotros. Haz que seamos hijos de Dios, Tú que por nosotros has querido
hacerte hijo del hombre (cf. S. Agustín, Sermón 184).
Tú, "Maravilla de Consejero", promesa segura de paz; Tú, presencia eficaz
del "Dios poderoso"; Tú, nuestro único Dios, que yaces pobre y humilde en la
sombra del pesebre, acógenos al lado de tu cuna.
¡Venid, pueblos de la tierra y abridle las puertas de vuestra historia!
Venid a adorar al Hijo de la Virgen María,
que ha venido entre nosotros en esta noche preparada por siglos.
Noche de alegría y de luz.
¡Venite, adoremus!
(Homilia del beato Juan Pablo II en la Noche Buena del 24 diciembre de 2001)
Aplicación: Benedicto XVI - Natividad del Señor
Queridos hermanos y hermanas:
"A María le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo
envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la
posada" (cf. Lc 2,6s). Estas frases, nos llegan al corazón siempre de nuevo.
Llegó el momento anunciado por el Ángel en Nazaret: "Darás a luz un hijo, y
le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo" (Lc
1,31). Llegó el momento que Israel esperaba desde hacía muchos siglos,
durante tantas horas oscuras, el momento en cierto modo esperado por toda la
humanidad con figuras todavía confusas: que Dios se preocupase por nosotros,
que saliera de su ocultamiento, que el mundo alcanzara la salvación y que Él
renovase todo. Podemos imaginar con cuánta preparación interior, con cuánto
amor, esperó María aquella hora. El breve inciso, "lo envolvió en pañales",
nos permite vislumbrar algo de la santa alegría y del callado celo de
aquella preparación. Los pañales estaban dispuestos, para que el niño se
encontrara bien atendido. Pero en la posada no había sitio. En cierto modo,
la humanidad espera a Dios, su cercanía. Pero cuando llega el momento, no
tiene sitio para Él. Está tan ocupada consigo misma de forma tan exigente,
que necesita todo el espacio y todo el tiempo para sus cosas y ya no queda
nada para el otro, para el prójimo, para el pobre, para Dios. Y cuanto más
se enriquecen los hombres, tanto más llenan todo de sí mismos y menos puede
entrar el otro.
Juan, en su Evangelio, fijándose en lo esencial, ha profundizado en la breve
referencia de san Lucas sobre la situación de Belén: "Vino a su casa, y los
suyos no lo recibieron" (1,11). Esto se refiere sobre todo a Belén: el Hijo
de David fue a su ciudad, pero tuvo que nacer en un establo, porque en la
posada no había sitio para él. Se refiere también a Israel: el enviado vino
a los suyos, pero no lo quisieron. En realidad, se refiere a toda la
humanidad: Aquel por el que el mundo fue hecho, el Verbo creador primordial
entra en el mundo, pero no se le escucha, no se le acoge.
En definitiva, estas palabras se refieren a nosotros, a cada persona y a la
sociedad en su conjunto. ¿Tenemos tiempo para el prójimo que tiene necesidad
de nuestra palabra, de mi palabra, de mi afecto? ¿Para aquel que sufre y
necesita ayuda? ¿Para el prófugo o el refugiado que busca asilo? ¿Tenemos
tiempo y espacio para Dios? Puede entrar Él en nuestra vida? ¿Encuentra un
lugar en nosotros o tenemos ocupado todo nuestro pensamiento, nuestro
quehacer, nuestra vida, con nosotros mismos?
Gracias a Dios, la noticia negativa no es la única ni la última que hallamos
en el Evangelio. De la misma manera que en Lucas encontramos el amor de su
madre María y la fidelidad de san José, la vigilancia de los pastores y su
gran alegría, y en Mateo encontramos la visita de los sabios Magos, llegados
de lejos, así también nos dice Juan: "Pero a cuantos lo recibieron, les da
poder para ser hijos de Dios" (Jn1,12). Hay quienes lo acogen y, de este
modo, desde fuera, crece silenciosamente, comenzando por el establo, la
nueva casa, la nueva ciudad, el mundo nuevo. El mensaje de Navidad nos hace
reconocer la oscuridad de un mundo cerrado y, con ello, se nos muestra sin
duda una realidad que vemos cotidianamente. Pero nos dice también que Dios
no se deja encerrar fuera. Él encuentra un espacio, entrando tal vez por el
establo; hay hombres que ven su luz y la transmiten. Mediante la palabra del
Evangelio, el Ángel nos habla también a nosotros y, en la sagrada liturgia,
la luz del Redentor entra en nuestra vida. Si somos pastores o sabios, la
luz y su mensaje nos llaman a ponernos en camino, a salir de la cerrazón de
nuestros deseos e intereses para ir al encuentro del Señor y adorarlo. Lo
adoramos abriendo el mundo a la verdad, al bien, a Cristo, al servicio de
cuantos están marginados y en los cuales Él nos espera.
En algunas representaciones navideñas de la Baja Edad media y de comienzo de
la Edad Moderna, el pesebre se representa como edificio más bien
desvencijado. Se puede reconocer todavía su pasado esplendor, pero ahora
está deteriorado, sus muros en ruinas; se ha convertido justamente en un
establo. Aunque no tiene un fundamento histórico, esta interpretación
metafórica expresa sin embargo algo de la verdad que se esconde en el
misterio de la Navidad. El trono de David, al que se había prometido una
duración eterna, está vacío. Son otros los que dominan en Tierra Santa.
José, el descendiente de David, es un simple artesano; de hecho, el palacio
se ha convertido en una choza. David mismo había comenzado como pastor.
Cuando Samuel lo buscó para ungirlo, parecía imposible y contradictorio que
un joven pastor pudiera convertirse en el portador de la promesa de Israel.
En el establo de Belén, precisamente donde estuvo el punto de partida,
vuelve a comenzar la realeza davídica de un modo nuevo: en aquel niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre.
El nuevo trono desde el cual este David atraerá hacia sí el mundo es la
Cruz. El nuevo trono -la Cruz- corresponde al nuevo inicio en el establo.
Pero justamente así se construye el verdadero palacio davídico, la verdadera
realeza. Así, pues, este nuevo palacio no es como los hombres se imaginan un
palacio y el poder real. Este nuevo palacio es la comunidad de cuantos se
dejan atraer por el amor de Cristo y con Él llegan a ser un solo cuerpo, una
humanidad nueva. El poder que proviene de la Cruz, el poder de la bondad que
se entrega, ésta es la verdadera realeza. El establo se transforma en
palacio; precisamente a partir de este inicio, Jesús edifica la nueva gran
comunidad, cuya palabra clave cantan los ángeles en el momento de su
nacimiento: "Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que
Dios ama", hombres que ponen su voluntad en la suya, transformándose en
hombres de Dios, hombres nuevos, mundo nuevo.
Gregorio de Nisa ha desarrollado en sus homilías navideñas la misma temática
partiendo del mensaje de Navidad en el Evangelio de Juan: "Y puso su morada
entre nosotros" (Jn 1,14). Gregorio aplica esta palabra de la morada a
nuestro cuerpo, deteriorado y débil; expuesto por todas partes al dolor y al
sufrimiento. Y la aplica a todo el cosmos, herido y desfigurado por el
pecado. ¿Qué habría dicho si hubiese visto las condiciones en las que hoy se
encuentra la tierra a causa del abuso de las fuentes de energía y de su
explotación egoísta y sin ningún reparo? Anselmo de Canterbury, casi de
manera profética, describió con antelación lo que nosotros vemos hoy en un
mundo contaminado y con un futuro incierto: "Todas las cosas se encontraban
como muertas, al haber perdido su innata dignidad de servir al dominio y al
uso de aquellos que alaban a Dios, para lo que habían sido creadas; se
encontraban aplastadas por la opresión y como descoloridas por el abuso que
de ellas hacían los servidores de los ídolos, para los que no habían sido
creadas" (PL 158, 955s). Así, según la visión de Gregorio, el establo del
mensaje de Navidad representa la tierra maltratada. Cristo no reconstruye un
palacio cualquiera. Él vino para volver a dar a la creación, al cosmos, su
belleza y su dignidad: esto es lo que comienza con la Navidad y hace saltar
de gozo a los ángeles. La tierra queda restablecida precisamente por el
hecho de que se abre a Dios, que recibe nuevamente su verdadera luz y, en la
sintonía entre voluntad humana y voluntad divina, en la unificación de lo
alto con lo bajo, recupera su belleza, su dignidad.
Así, pues, Navidad es la fiesta de la creación renovada. Los Padres
interpretan el canto de los ángeles en la Noche santa a partir de este
contexto: se trata de la expresión de la alegría porque lo alto y lo bajo,
cielo y tierra, se encuentran nuevamente unidos; porque el hombre se ha
unido nuevamente a Dios. Para los Padres, forma parte del canto navideño de
los ángeles el que ahora ángeles y hombres canten juntos y, de este modo, la
belleza del cosmos se exprese en la belleza del canto de alabanza. El canto
litúrgico -siempre según los Padres- tiene una dignidad particular porque es
un cantar junto con los coros celestiales. El encuentro con Jesucristo es lo
que nos hace capaces de escuchar el canto de los ángeles, creando así la
verdadera música, que acaba cuando perdemos este cantar juntos y este sentir
juntos.
En el establo de Belén el cielo y la tierra se tocan. El cielo vino a la
tierra. Por eso, de allí se difunde una luz para todos los tiempos; por eso,
de allí brota la alegría y nace el canto. Al final de nuestra meditación
navideña quisiera citar una palabra extraordinaria de san Agustín.
Interpretando la invocación de la oración del Señor: "Padre nuestro que
estás en los cielos", él se pregunta: ¿qué es esto del cielo? Y ¿dónde está
el cielo? Sigue una respuesta sorprendente: Que estás en los cielos
significa: en los santos y en los justos. "En verdad, Dios no se encierra en
lugar alguno. Los cielos son ciertamente los cuerpos más excelentes del
mundo, pero, no obstante, son cuerpos, y no pueden ellos existir sino en
algún espacio; mas, si uno se imagina que el lugar de Dios está en los
cielos, como en regiones superiores del mundo, podrá decirse que las aves
son de mejor condición que nosotros, porque viven más próximas a Dios. Por
otra parte, no está escrito que Dios está cerca de los hombres elevados, o
sea de aquellos que habitan en los montes, sino que fue escrito en el Salmo:
"El Señor está cerca de los que tienen el corazón atribulado" (Sal 34 [33],
19), y la tribulación propiamente pertenece a la humildad. Mas así como el
pecador fue llamado "tierra", así, por el contrario, el justo puede llamarse
"cielo"" (Serm. in monte II 5,17). El cielo no pertenece a la geografía del
espacio, sino a la geografía del corazón. Y el corazón de Dios, en la Noche
santa, ha descendido hasta un establo: la humildad de Dios es el cielo. Y si
salimos al encuentro de esta humildad, entonces tocamos el cielo. Entonces,
se renueva también la tierra. Con la humildad de los pastores, pongámonos en
camino, en esta Noche santa, hacia el Niño en el establo. Toquemos la
humildad de Dios, el corazón de Dios. Entonces su alegría nos alcanzará y
hará más luminoso el mundo. Amén.
(Homilía del Papa Benedicto XVI en la Basílica Vaticana 25 de diciembre de
2007)
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La alegría, la cruz y la
Eucaristía (Lc 2,1-14)
Introducción
Todo el evangelio de San Lucas está como impregnado de alegría. La actitud
más 'normal' ante una acción de Dios en la narración de San Lucas es la
alegría. San Lucas remarca y hace notar la alegría que sienten los hombres
ante cada obra de Dios. Hay alegría ante el anuncio de la salvación (1,14s;
2,10s; 6,23; 813); hay alegría ante los milagros de Jesús (10,17;
13,17;19,37), hay alegría ante el perdón otorgado por Dios (Lc 15; 19,6),
hay alegría ante la resurrección de Cristo (Lc 24), hay alegría en la
primera comunidad cristiana porque sus miembros viven unidos (Hech 2,46).
1. La alegría del Nacimiento
Pero están impregnados de alegría sobre todo los dos primeros capítulos del
Evangelio de San Lucas, donde se narra el nacimiento y la infancia de Jesús.
El anuncio del nacimiento de Jesús empieza con una invitación a la alegría:
Jaíre María, 'Alégrate María'. Ya el Antiguo Testamento con anticipación
invitaba a la Virgen María a alegrarse por ser la Madre del Dios-que-salva y
le decía por boca del profeta Sofonías: "¡Lanza gritos de gozo, hija de
Sion, lanza clamores, Israel; alégrate y exulta de todo corazón, hija de
Jerusalén! (...)
¡Yahveh, Rey de Israel, está en medio de ti, no temerás ya ningún mal!"
¿Cuál es la causa de esta invitación a la alegría? La causa es que va a ser
madre de un niño que es Dios hecho hombre y porque ese niño se va a llamar
Jesús (Yehoshua, en arameo) que significa Dios Salva, porque salvará al
pueblo de sus pecados (Mt 1,21).
Llevando en su seno a Dios hecho hombre y en su corazón esa inmensa alegría,
María va con presteza a visitar a su pariente Isabel que está embarazada de
Juan el Bautista. Y cuando entra en casa de Isabel y saluda a Isabel, el
niño que estaba en el seno de Isabel, dice San Lucas, "saltó de gozo en su
seno e Isabel quedó llena del Espíritu Santo" (1,41). Otra vez la alegría
por el contacto con ese niño que es Dios hecho hombre y que todavía está en
el seno de María. Es maravilloso cómo los dos niños entran en contacto sin
siquiera verse, sin siquiera tener todavía los órganos desarrollados para
percibir las realidades sensibles. Y sin embargo hay una sintonía
espiritual, una 'química' como dicen ahora, que traspasa todas las barreras
de los sentidos. Se trata de un encuentro puramente espiritual, es un
contacto de alma a alma, de espíritu a espíritu. Y en ese contacto la
primera reacción es la alegría.
¿Y cómo responde María a ese saludo de Isabel? Con una explosión de alegría.
Porque entona un cántico con fuerte voz donde expresa toda su alegría,
diciendo: "Mi espíritu se alegra en Dios mi salvador" (Lc 1,47). Este
cántico se llama Magnificat, porque magnificar significa proclamar la
grandeza de alguien y María comienza diciendo: "Proclama mi alma la grandeza
del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador", es decir, en
Yehoshua.
Y cuando Jesús nace pobre y humilde en un pesebre en Belén, pareciera que
todo el cielo se revuelve de alegría y busca transmitir esa alegría. Y por
eso el ángel va a los pastores que duermen a la intemperie cuidando sus
rebaños y les dice: "Les anuncio una gran alegría: hoy les nació un
Salvador, Jesucristo" (Lc 2,10).
Por eso también nosotros en esta noche, como nos enseña San Lucas, debemos
alegrarnos por el nacimiento de este niño. Pero no tenemos que dejar que
nuestra alegría esté fundamentada en las cosas secundarias que rodean este
nacimiento, que rodean cada Navidad en esta, nuestra sociedad del
consumismo. Nuestra alegría no debe estar basada ciertamente en el hecho de
comer o beber más; no debe estar basada en el hecho de salir de fiesta; ni
siquiera para los niños la Navidad debe estar basada en la presencia de los
regalos y juguetes. Todo eso es la consecuencia sensible de una alegría que
tiene como causa lo mismo que alegró a María, lo mismo que alegró a Juan
Bautista, lo mismo que alegró a Isabel y que alegró a los pastores: que Dios
se hizo hombre y que se hizo hombre para salvarnos. Y esto hay que saberlo
bien y explicárselo a los niños. En Italia, por ejemplo, el 75 % de los
niños no saben nada de qué es la Navidad. Y sin embargo el 100 % de los
habitantes de Italia salen a hacer grandes gastos para festejar... ¿la
Navidad? Festejan algo que no conocen.
Por eso nosotros debemos saber bien y explicárselo a los niños: ese Niño que
está en el pesebre es Dios, es Dios que se hizo hombre. Por su inmenso amor
quiso hacerse uno de nosotros. Y para salvarnos de nuestros pecados. Por eso
festejamos, por eso tratamos de hacer una comida mejor a la de todos los
días, por eso repartimos regalos, por eso nos alegramos, no por otra cosa.
2. Belén, la casa de pan
Hay una profunda analogía entre el nacimiento de Jesús en la gruta de Belén
y el sacrificio de la cruz. El Directorio Homilético nos lo dice
explícitamente: "Una de las finalidades fundamentales de la homilía de
Navidad es (…) la de anunciar el Misterio Pascual de Cristo. Los textos de
la Navidad ofrecen explícitas oportunidades para hacerlo"1.
La primera de estas oportunidades de las que habla el Directorio es el mismo
nombre de 'Jesús'. Este nombre ya está adelantando que su nacimiento, por
muy lleno de alegría que esté, tiene como desenlace final y necesario la
muerte en cruz. En efecto, el término 'Jesús' significa 'Yahveh salva', y
esa salvación se realizará por su muerte en cruz.
En segundo lugar, dice Benedicto XVI: "María envolvió al niño en pañales.
(…). La tradición de los iconos, basándose en la teología de los Padres, ha
interpretado también teológicamente el pesebre y los pañales. El niño
envuelto y bien ceñido en pañales aparece como una referencia anticipada a
la hora de su muerte: es desde el principio el Inmolado, como veremos
todavía con más detalle al reflexionar sobre la palabra acerca del
primogénito. Por eso el pesebre se representaba como una especie de altar"2.
Y si existe una profunda analogía entre el nacimiento de Jesús en Belén y el
sacrificio de la cruz, entonces existe la misma analogía con la Eucaristía,
porque la Eucaristía, primero y principalmente, es la actualización del
mismo sacrificio de Cristo en la cruz. El Directorio Homilético pone
explícitamente en relación la Navidad, el Misterio Pascual y la Eucaristía:
"Otra finalidad de la homilía es la de conducir a la comunidad hacia el
Sacrificio Eucarístico, en el que el misterio Pascual se hace presente. (…).
Las lecturas y las oraciones de Navidad ofrecen un rico alimento al pueblo
de Dios peregrino en esta vida; revelando a Cristo como Luz del mundo, nos
invitan a sumergirnos en el Misterio Pascual de nuestra redención a través
del "hoy" de la Celebración Eucarística"3.
Un punto de partida seguro para esta analogía entre Navidad y Eucaristía lo
encontramos en el mismo texto del evangelio de hoy en las palabras que el
ángel dice a los pastores: "Éste es el signo (semeîon) para
vosotros: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un
pesebre". El signo para reconocer a Dios hecho hombre está constituido por
realidades absolutamente sencillas y pobres. Del mismo modo, la Eucaristía,
la presencia verdadera, real y sustancial de Dios hecho hombre, se da en la
pobreza de los accidentes eucarísticos del pan y del vino. Respecto a esto
dice el Directorio Homilético: "Para los pastores el gran "signo" fue,
simplemente, un pobre niño clocado en el pesebre, aunque en su recuerdo
glorificaban y alababan a Dios por lo que habían visto. Con la mirada de la
fe tenemos que percibir al mismo Cristo, nacido hoy, bajo los signos del pan
y del vino. El admirabile commercium del que nos habla la colecta del día de
Navidad, según la cual Cristo comparte nuestra humanidad y nosotros su
divinidad, se manifiesta de modo particular en la Eucaristía, como sugieren
las oraciones de la celebración"4.
Respecto a esto dice Benedicto XVI: "San Agustín ha interpretado el
significado del pesebre con un razonamiento que en un primer momento parece
casi impertinente, pero que, examinado con más atención, contiene en cambio
una profunda verdad. El pesebre es donde los animales encuentran su
alimento. Sin embargo, ahora yace en el pesebre quien se ha indicado a sí
mismo como el verdadero pan bajado del cielo, como el verdadero alimento que
el hombre necesita para ser persona humana. Es el alimento que da al hombre
la vida verdadera, la vida eterna. El pesebre se convierte de este modo en
una referencia a la mesa de Dios, a la que el hombre está invitado para
recibir el pan de Dios. En la pobreza del nacimiento de Jesús se perfila la
gran realidad en la que se cumple de manera misteriosa la redención de los
hombres"5.
Además, la misma palabra 'Belén' nos conduce a reconocer en la Navidad una
analogía con la Eucaristía. En efecto, Belén significa 'casa del pan' o
'casa de pan'. En hebreo, 'casa' se dice báyit. Pero para decir 'casa de',
se dice beth6. Y léhem, en hebreo, significa 'pan'. Beth-léhem = 'casa del
pan' o 'casa de pan'.
'Casa del pan', es decir, casa de Jesús. En este caso, 'pan' suple por
'Jesús'. Belén es la casa donde vive el 'pan de Vida', Jesús7.
Pero Belén también significa 'casa de pan'. En este caso, 'pan' suple por
las especies eucarísticas, es decir, por los accidentes del pan, los cuales
permanecen luego de la transustanciación. En este caso la metáfora es la
siguiente: Belén es una gruta (una casa) hecha de pan, dentro de la cual (su
sustancia) está Jesús vivo, es decir, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su
Divinidad, existiendo al modo de la sustancia. Así como Belén es la 'casa de
pan' donde está el Niño que es Dios y hombre verdadero, así también la
Eucaristía es la 'casa de pan' donde está el mismo Niño que es Dios y hombre
verdadero.
Conclusión
La alegría de la Navidad no debe impedirnos ignorar el sufrimiento al que
está destinado el Niño que hoy adoramos tan tiernamente en el pesebre. La
religiosidad popular del Norte argentino, profundamente influenciada por la
evangelización española, ha captado esta paradoja de alegría y sufrimiento.
Un gran poeta salteño, Arturo Dávalos, compuso una canción cuyo mismo título
expresa esta dualidad de gozo y dolor. Dicha canción se llama 'Tristeza de
Navidad'. En las dos primeras estrofas habla de la alegría del pastor andino
que quiere ofrendarle al Niño Dios sus mejores dones.
Pero en el estribillo nos sorprende con una metáfora audaz. La estrella de
Belén, que llenó a los Reyes Magos de una alegría tan honda (cf. Mt 2,10),
es una estrella que forma parte de la constelación llamada 'Cruz del Sur'.
Entonces, esa misma estrella que fue la que llenó de alegría al mundo
entero, se convierte en uno de los clavos de la cruz de Cristo. Esa
estrella, la misma de Belén y ya desde el nacimiento en Belén, llora por la
futura cruz del Niño: "He visto brillar en la Cruz del Sur / gotas de rocío.
/ Llorarán también tu muerte, Señor, / las estrellas que alumbran por tu
amor".
Pero el pastor no se contenta con ver llorar a las estrellas por la futura
cruz del Niño. El verdadero pastor busca cómo consolar al Niño. Y por eso
dice en la última estrofa: "Quién como el zorzal, mi Niño Jesús, / cantara
si pudiera para velar / tu sueño feliz, porque al despertar / ya comenzarás
a llevar la cruz". Hay una disposición interior a ayudar a Jesús a llevar su
cruz8.
En realidad, la primera en ver la profunda analogía entre Navidad, Cruz y
Eucaristía fue la Virgen María. Ella, como toda madre amorosa, quería
'comérselo' a su Niño. Y de hecho María, después de la Ascensión de Jesús a
los cielos, comulgó muchas veces en la celebración eucarística. Por eso dice
San Juan Pablo II, haciendo relación al misterio de Navidad y a la comunión
eucarística: "Hay una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María
a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el
cuerpo del Señor. (…) Y la mirada embelesada de María al contemplar el
rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso
el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión
eucarística?"9.
Notas
1 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, 2014, nº 116.
2 BENEDICTO XVI, La infancia de Jesús, Editorial
Planeta, Barcelona, 2012, p. 43 - 44. La mejor analogía entre los pañales
con los que el
Niño Dios estaba fuertemente ceñido y las
mortajas de un cadáver, la encontramos en la narración de la resurrección de
Lázaro: "Y
salió el muerto, atado de pies y manos con vendas
y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: 'Desatadlo y dejadle
andar'" (Jn
11,44).
3 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, 2014, nº 117.119.
4 CONGREGACIÓN PARA EL CULTO DIVINO Y LA
DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS, Directorio Homilético, 2014, nº 117. La
oración sobre las ofrendas de la Misa de la Aurora de Navidad muestra
también la analogía que hay entre la pobreza del pesebre y la pobreza de las
especies eucarísticas: "Señor, que estas ofrendas sean signo del Misterio de
Navidad que estamos celebrando; y así como tu Hijo, hecho hombre, se
manifestó como Dios, así nuestras ofrendas de la tierra nos hagan partícipes
de los dones del cielo".
5 BENEDICTO XVI, La infancia de Jesús…, p. 44.
6 Beth es lo que en la sintaxis de la lengua
hebrea se llama el 'constructo' de báyit.
7 A Jesús también pueden aplicarse aquellas
expresiones populares para indicar a una persona absolutamente buena: 'Es
más bueno que el pan', se suele decir. O también: 'Es un pan de Dios'. En el
caso de Jesús, 'pan de Dios' es un nombre estrictísimo.
NAVIDAD, FIESTA DE ESPERANZA
Los que más disfrutan de la Navidad son los niños y los que tienen un alma
de niño.
Hay que ser como niño para poder llevar ante el pequeño Jesús todos los
pecados, preocupaciones, tristezas, todos los desalientos, las caídas y
desesperanzas y para no tener pena de acercarse a ese Redentor. Un enfermo
no tiene miedo de ir al médico puesto que sabe que lo va a intentar curar.
El que sufre una enfermedad del alma va en busca de Cristo Redentor, ¿quién
tiene miedo de ese Salvador que tiene cara de niño?
Y se necesita ser niño para decirle: "Te necesito. Vengo cansado de ir por
tantos caminos de la vida. No he encontrado la verdadera paz lejos de Ti.
Por eso, me pongo en fila donde está Zaqueo y María Magdalena, el buen
ladrón y tantos otros pecadores que van con la mano abierta para pedir esa
felicidad y esa paz que no han encontrado". Y pedir con fe, para saber que
se va recibir esa gracia.
Ser como niño para pedir con la fuerza de la necesidad cuando de veras se
siente. Un pobre que pide limosna no necesita inventar un discurso para
decir que tiene hambre. Nosotros no necesitamos inventarlo para decirle a
Dios que tenemos hambre y sed de una verdadera felicidad.
Se necesita ser niño para estar seguros que ese Redentor puede curar todos
nuestros males. Puede convertir mi tristeza en alegría porque es
todopoderoso, mi enfermedad en salud, mi desesperanza en confianza, mis
tinieblas en luz.
Cristo ha sido para millones de seres humanos, el camino, la verdad y la
vida. También puede ser eso mismo para mi, para ti en esta Navidad.
Para todos los pecados, infidelidades y debilidades, hay perdón. Para todas
las dudas, problemas, dificultades, los "no puedo", hay respuesta y ayuda.
Para todas las ilusiones muertas hay probabilidades de una resurrección.
Para ti, para mí hay solución. Tú tienes solución, si te acercas a ese Niño
con fe y le dices con los labios, con el corazón y la mente: "¡Señor, si
quieres, puedes curarme!"
Brindo por ese Dios que no nos trae propaganda, palabras o promesas vacías,
por ese Redentor que sabe la grave enfermedad del hombre y que se arriesga a
venir (...).
Brindo también por ese Dios que sigue esperando que el hombre le vuelva a
decir en esta Navidad: "te sigo amando". Ese Dios, ese Redentor, ese Niño de
Belén es tuyo.
Si alguna vez de niño, joven o de adulto viviste una Navidad auténticamente
feliz, en paz con Dios, contigo mismo y con los demás, esta Navidad puede
ser igual, puede incluso ser mejor todavía.
Deseo a cada uno una verdadera Navidad que es aquella en la que Dios es
aceptado dentro de casa.
(cortesía iveargentina.org y otros)