Santo Cura de Ars: Sermón sobre LA LIMOSNA
Date eleemosynan, et ecce omnia munda sunt
vobis.
Haced limosna, y os serán borrados vuestros pecados.
(S. Luc., XI, 41.)
¿Qué cosa podremos imaginarnos más consoladora para un cristiano que
tuvo la desgracia de pecar, que el hallar un medio tan fácil de
satisfacer a la justicia de Dios por sus pecados? Jesucristo, nuestro
divino Salvador, sólo piensa en nuestra felicidad, y no ha despreciado
medio para proporcionárnosla.
Por la limosna podemos fácilmente rescatarnos de la esclavitud de los
pecados y atraer sobre nosotros y sobre todas nuestras cosas las más
abundantes bendiciones del cielo, mejor dicho, por la limosna podemos
librarnos de caer en las penas eternas. ¡Cuan bueno es un Dios que con
tan poca cosa se contenta!
De haberlo querido Dios, todos seríamos iguales. Mas no fue así, pues
previó que, por nuestra soberbia, no habríamos resistido a someternos
unos a otros. Por esto puso en el mundo ricos y pobres, para que unos a
otros nos ayudáramos a salvar nuestras almas. Los pobres se salvarán
sufriendo con paciencia su pobreza y pidiendo con resignación el auxilio
de los ricos. Los ricos, por su parte, hallarán modo de satisfacer por
sus pecados, teniendo compasión de los pobres y aliviándolos en lo
posible. Ya veis pues, cómo de esta manera todos nos podemos salvar. Si
es un deber de los pobres sufrir pacientemente la indigencia e implorar
con humildad el socorro de los ricos, es también un deber indispensable
de los ricos dar limosna a los pobres, sus hermanos, en la medida de sus
posibilidades, ya que de tal cumplimiento depende su salvación. Pero
será muy aborrecible a los ojos de Dios aquel que ve sufrir a su
hermano, y, pudiendo aliviarle, no lo hace.
Para animaros a dar limosna, siempre que vuestras posibilidades lo
permitan, y a darla con pura intención, solamente por Dios, voy a
mostraros:
1.° Cuán poderosa sea la limosna ante Dios para alcanzar cuanto
deseamos;
2.° Cómo la limosna libra, a los que la hacen, del temor del juicio
final;
3.° Cuán ingratos seamos al mostrarnos ásperos para con los pobres, ya
que, al despreciarlos, es al mismo Jesucristo a quien menospreciamos.
I. Bajo cualquier aspecto que consideremos la limosna, hallaremos ser
ella de un valor tan grande que resulta imposible haceros comprender
todo su mérito; solamente el día del juicio final llegaremos a conocer
todo el valor de la limosna. Si queréis saber la razón de esto, aquí la
tenéis: podemos decir que la limosna sobrepuja a todas las demás buenas
acciones, porque una persona caritativa posee ordinariamente todas las
demás virtudes.
Leemos en la Sagrada Escritura que el Señor dijo al profeta Isaías:
"Vete a decir a mi pueblo que me han irritado tanto sus crímenes que no
estoy dispuesto a soportarlos por más tiempo: voy a castigarlos
perdiéndolos para siempre jamás". Presentóse el profeta en medio de
aquel pueblo reunido en asamblea, y dijo: "Escucha, pueblo ingrato y
rebelde, he aquí lo que dice el Señor tu Dios: Tus crímenes han excitado
de tal manera mi furor contra tus hijos, que mis manos están llenas de
rayos para aplastaros y perderos para siempre. Ya veis, les dice Isaías,
que os halláis sin saber a dónde recurrir; en vano elevaréis al Señor
vuestras oraciones, pues Él se tapará los oídos para no escucharlas; en
vano lloraréis, en vano ayunaréis, en vano cubriréis de ceniza vuestras
cabezas, pues Él no volverá a vosotros sus ojos; si os mira, será en
todo caso para destruiros. Sin embargo, en medio de tantos males como os
afligen, oíd de mis labios un consejo: seguirlo, será de gran eficacia
para ablandar el corazón del Señor, de tal suerte que podréis en alguna
manera forzarle a ser misericordioso para con vosotros. Ved lo que
debéis hacer: dad una parte de vuestros bienes a vuestros hermanos
indigentes; dad pan al que tiene hambre, vestido al que está desnudo, y
veréis cómo súbitamente va a cambiarse la sentencia contra vosotros
pronunciada".
En efecto, en cuanto hubieron comenzado a poner en práctica lo que el
profeta les aconsejara, el Señor llamó a Isaías, y le dijo: "Profeta, ve
a decir a los de mi pueblo, que me han vencido, que la caridad ejercida
con sus hermanos ha sido más potente que mi cólera. Diles que los
perdono y que les prometo mi amistad." ¡Oh hermosa virtud de la
caridad!, ¿eres hasta poderosa para doblegar la justicia de Dios? Mas
¡ay! ¡cuán desconocida eres de la mayor parte de los cristianos de
nuestros días! Y ¿a qué es ello debido? Proviene de que estamos
demasiado aferrados a la tierra, solamente pensamos en la tierra, como
si sólo viviésemos para este mundo y hubiésemos perdido de vista, y no
los apreciásemos en lo que valen, los bienes del cielo.
Vemos también que los santos la estimaron hasta tal punto la caridad
para con los demás, que tuvieron, por imposible salvarse sin ella.
En primer término os diré que Jesucristo, que en todo quiso servirnos de
modelo, la practicó hasta lo sumo. Si abandonó la diestra de su Padre
para bajar a la tierra, si nació en la más humilde pobreza, si vivió en
medio del sufrimiento y murió en el colino del dolor, fue porque a ello
le llevó la caridad para con nosotros. Viéndonos totalmente perdidos, su
caridad le condujo a realizar toda cuanto realizó, a fin de salvarnos
del abismo de males eternos en que nos precipitara el pecado. Durante el
tiempo que moró en la tierra, vemos su corazón tan abrasado de caridad,
que, al hallarse en presencia de enfermos, muertos, débiles o
necesitados, no podía pasar sin aliviarlos o socorrerlos. Y aun iba más
lejos: movido por su inclinación hacia los desgraciados, llegaba hasta
el punto de realizar en su provecho grandes milagros. Un día, al ver que
los que le seguían para oír sus predicaciones estaban sin alimentos, con
cinco panes y algunos peces alimentó hasta saciarlos, a cuatro mil
hombres sin contar a los niños y a las mujeres; otro día alimentó cinco
mil. No se detuvo aún aquí.
Para mostrarles cuánto se interesaba por sus necesidades, dirigiáse a
sus apóstoles, diciendo con el mayor afecto y ternura: "Tengo compasión
de ese pueblo que tantas muestras de adhesión me manifiesta; no puedo
resistir más: voy a obrar un milagro para socorrerlos. Temo que, si los
despido sin darles de comer, van a morir de hambre por el camino. Haced
que se sienten; distribuidles estas pocas provisiones; mi poder suplirá
a su insuficiencia" (Math., 15, 32-38.). Quedó tan contento con poderlos
aliviar, que llegó a olvidarse de sí mismo. ¡Oh, virtud de la caridad,
cuán bella eres, cuán abundantes y preciosas san las gracias que traes
aparejadas! Hasta vemos cómo los santos del Antiguo Testamento parecían
prever ya cuán apreciada sería del Hijo de Dios esta virtud, y así
podemos observar cómo muchos de ellos ponen su dicha y emplean todo el
tiempo de su vida en ejercitar tan hermosa y amable virtud. Leemos en la
Sagrada Escritura que Tobías, santo varón que había sido desterrado de
su tierra por causa de la cautividad, ponía el colmo de su gozo en
practicar la caridad con los desgraciados. Por la mañana y por la noche,
distribuía entre sus hermanos pobres todo cuanto tenía, sin reservarse
nada para sí. Unas veces se le veía junto a los enfermos exhortándolos a
padecer y a conformarse con la voluntad de Dios, y mostrándoles cuán
grande iba a ser su recompensa en el cielo; otras veces veíasele
desprenderse de sus propios vestidos para darlos a los pobres, sus
hermanos. Cierto día se le dijo que había fallecido un pobre, sin que
nadie se
prestase a darle sepultura. Estaba comiendo y se levantó al momento,
cargóselo sobre sus hombros y se lo llevó al lugar donde tenía que ser
sepultado. Cuando creyó llegado el fin de su vida, llamó a su hijo junto
al lecho de muerte: "Hijo mío, le dijo, creo que dentro de poco el Señor
va a llevarme de este mundo. Antes de morir tengo que recomendarte una
cosa de gran importancia. Prométeme, hijo mío, que la observarás. Da
limosna todos los días de tu vida; no desvíes jamás tu vista de los
pobres. Haz limosna según la medida de tus posibilidades. Si tienes
mucho, da mucho, si tienes poco, da poco, pero pon siempre el corazón en
tus dádivas y da además con alegría. Con ello acumularás grandes tesoros
para el día del Señor. No olvides jamás que la limosna borra nuestros
pecados y preserva caer en otros muchos. El Señor ha prometido que un
alma caritativa no caerá en las tinieblas del infierno, donde ya no hay
lugar a la misericordia. No, hijo mío, no desprecies jamás a los pobres,
ni tengas tratos con los que menosprecian, pues el Señor te perderá. La
casa, le dijo, del que da limosna, pone sus cimientos sobre la dura
piedra que no se derrumbará nunca, mientras que la del que se resiste a
dar limosna será una casa que caerá por la debilidad de sus cimientos";
con lo cual nos quiere manifestar, que una casa caritativa jamás será
pobre, y, por el contrario, que aquellos que son duros con los
indigentes perecerán junto con sus bienes.
El profeta Daniel nos dice: "Si queremos inducir al Señor a olvidar
nuestros pecados, hagamos limosna, en seguida el Señor los borrará de su
memoria". Habiendo el rey Nahucodonosor tenido un sueño que le
aterrorizó, llamó ante su presencia al profeta Daniel y le suplicó le
interpretara aquel sueño. Díjole el profeta: "Príncipe, vais a ser
echado de la compañía de los hombres, comeréis hierbas como una bestia,
el rocío del cielo mojará vuestro cuerpo y permaneceréis siete años en
tal estado, a fin de que reconozcáis que todos los reinos pertenecen a
Dios, que los entrega y los quita a quien le place. Príncipe, añadió el
profeta, he aquí el consejo que voy a daros: satisfaced por vuestros
pecados mediante la limosna, y libraos de vuestras inquietudes mediante
las buenas obras que realicéis en favor de los desgraciados". En efecto,
el Señor dejóse conmover de tal manera por las limosnas y por todas las
buenas obras que hizo el rey en favor de los pobres que le devolvió el
reino y le perdonó sus pecados. (Dan., 4.).
Vemos también que, en los primeros tiempos del cristianismo, parecía que
los fieles solamente se complacían en poseer bienes para tener el gusto
de entregarlos a Jesucristo en la persona de los pobres; leemos en los
Actos de
los Apóstoles que su caridad era muy grande, que nada querían poseer en
particular. Muchos vendían sus bienes para dar el dinero a los
indigentes ( Act.,
2,. 44-45.). Nos dice San Justino: "Mientras no tuvimos la dicha de
conocer a Jesucristo, siempre estábamos con el temor de que el pan nos
faltase; mas desde que tenemos la suerte de conocerle, ya no amamos las
riquezas. Si nos reservamos algunas, es para hacer participantes de
ellas a nuestros hermanos pobres; y ahora que sólo buscamos a Dios,
vivirnos mucho más contentos".
Escuchad lo que el mismo Jesucristo nos dice en el Evangelio: "Si dais
limosnas, yo bendeciré vuestros bienes de un modo especial. Dad, nos
dice, y se os dará; si dais en abundancia, se os dará también en
abundancia" (Luc., 6. 38). El Espíritu Santo nos dice por boca del
Sabio: "Queréis haceros ricos? Dad limosna, ya que el seno del indigente
es un campo tan fértil que rinde ciento por uno" (Prov., 29. 15.). San
Juan, conocido con el sobrenombre de "el Limosnero", por razón de la
gran caridad que por los pobres sentía, nos dice que cuanto más daba,
más recibía: "Un día, refiere él, encontré a un pobre sin vestido, y le
entregué el que yo llevaba. En seguida una persona me facilitó medios
con qué proporcionarme muchos". El Espíritu Santo nos dice que quien
desprecie al pobre será desgraciado todos los días de su vida (Prov.,
17. 5.).
EL santo rey David nos dice: "Hijo mío, no permitas que tu hermano muera
de miseria si tienes algo para darle, ya que el Señor promete una
abundante bendición al que alivie al pobre; y El mismo atenderá a su
conservación (Ps., 40.50.). Y añade después, que aquellos que sean misericordiosos para con
los
pobres el Señor los librará de tener desgraciada muerte (Ps., 111. 7.).
Vemos de ello un ejemplo elocuente en la persona de la viuda de Sarepta.
EL Señor le envió el profeta Elías para que la socorriese en su pobreza,
mientras dejó que todas las viudas de Israel padeciesen los rigores del
hambre. ¿Queréis saber la razón de ello? "Es porque -dice el Señor a su
profeta- ella había sido caritativa todos los días de su vida." Y el
profeta dijo a la viuda: "Tu caridad te mereció una muy especial
protección de Dios; los ricos, con todo su dinero, perecerán de hambre;
mas ya que fuiste tan caritativa para con los pobres, serás aliviada,
pues tus provisiones no disminuirán hasta que termine el hambre general"
(3.Reg., 17.).
II. Hemos dicho, en segundo lugar, que aquellos que hayan practicado la
limosna, no temerán el juicio final. Es muy cierto que aquellos momentos
serán terribles: el profeta Joel lo llama el día de las venganzas del
Señor, día sin misericordia, día de espanto y desesperación para el
pecador (Joel., 2. 2.).
"Mas, nos dice este Santo, ¿queréis que aquel día deje de ser para
vosotros de desesperación y se convierta en día de consuelo? Dad limosna
y podéis estar tranquilos." Otro santo nos dice: "Si no queréis temer el
juicio, haced limosnas y seréis bien recibidos por parte de vuestro
juez". Después de esto, ¿no podremos decir que nuestra salvación depende
de la limosna? En efecto, Jesucristo, al anunciar el juicio a que nos
habrá de someter, habla únicamente de la limosna, y de que dirá a los
buenos: "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de
beber; estaba desnudo, y me vestisteis; estaba encarcelado, y me
visitasteis. Venid a poseer el reino de mi Padre, que os está preparado,
desde el principio del mundo".
En cambio, dirá a los pecadores:"Apartaos de mí, malditos: tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve
sed, y
no me disteis de beber; estaba desnudo, y no me vestisteis; estaba
enfermo y encarcelado, y no me visitasteis". "Y ¿en qué ocasión le dirán
los pecadores, dejamos de practicar para con Vos todo lo que decís? "
"Cuantas veces dejasteis de hacerlo con los ínfimos de los míos que son
los pobres" (Math.,25.) ¡Ya veis, pues, cómo todo el juicio versa sobre la limosna.
¿Os admira esto tal vez? Pues, no es ello difícil de entender. Esto
proviene de que quien está adornado del verdadero espíritu de caridad,
sólo busca a Dios y no quiere otra cosa que agradarle, posee todas las
demás virtudes en un alto grado de perfección, según vamos a ver ahora.
No cabe duda que la muerte causa espanto a los pecadores y hasta a los
más justos, a causa de la terrible cuenta que habremos de dar a Dios,
quien en aquel momento no dará lugar a la misericordia. Este pensamiento
hacía temblar a San Hilarión, el cual por espacio de más de setenta años
estuvo llorando sus pecados: y a San Arsenio, que había abandonado la
corte del emperador para dejar consumir su vida entre dos peñas y allí
llorar sus pecados hasta el fin de sus días. Cuando pensaba en el
juicio, temblaba todo su cuerpo achacoso. El santo rey David, al pensar
en sus pecados, exclamaba: "¡Ah! Señor, no os acordéis más de mis
pecados". Y nos dice además: "Repartid limosnas con vuestras riquezas y
no temeréis aquel momento tan espantoso para el pecador". Escuchad al
mismo Jesucristo cuando nos dice: "Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia" (Math., 5. 7.). Y en otra parte
habla así: "De la misma manera que tratareis a vuestro hermano pobre,
seréis tratados" (Math., 7. 2.).
Es decir, que si habéis tenido compasión de vuestro hermano pobre, Dios
tendrá compasión de vosotros.
Leemos en los Hechos de los Apóstoles que en Joppe había una viuda muy
buena que acababa de morir. Los pobres corrieron en busca de San Pedro
para rogarle la resucitara; unos le presentaban los vestidos que les
había hecho aquella buena mujer, otros le mostraban otra dádiva (Hechos,
cap. 9.). A San Pedro se le escaparon las lágrimas: "El Señor es
demasiado bueno, les dijo, para dejar de concederos lo que le pedís".
Entonces acercóse a la muerta, y le dijo: "Levántate, tus limosnas te
alcanzarán la vida por segunda vez". Ella se levantó, y San Pedro la
devolvió a sus pobres. Y no serán solamente los pobres los que rogarán
por vosotros, sino las mismas limosnas, las cuales vendrán a ser como
otros tantos protectores cerca del Señor que implorarán benevolencia en
vuestro favor. Leemos en el Evangelio que el reino de los cielos es
semejante a un rey que llamó a sus siervos para que rindiesen cuentas de
lo que le debían. Presentóse uno que debía diez mil talentos. Como no
tenía con qué pagar el rey mandó encarcelarle junto con toda su familia
hasta que hubiese pagado cuanto le debía. Mas el siervo arrojóse a los
pies de su señor y le suplicó por favor que le concediese algún tiempo
de espera, que le pagaría tan pronto como le fuese posible. EL señor,
movido a compasión, le perdonó todo cuanto le debía. EL mismo siervo, al
salir de la presencia de su señor, encontróse con un compañero suyo que
le debía cien dineros, y, abalanzándose a él, le sujetó por la garganta
y le dijo: "Devuélveme lo que me debes". El otro le suplicó que le
concediese algún tiempo para pagarle; mas él no accedió, sino que hizo
meterle en la cárcel hasta que hubiese pagado. Irritado el señor por una
tal conducta, le dijo:
"Servidor malvado, ¿por qué no tuviste compasión de tu hermano como yo
la tuve de ti ?" (Math., 18.).
Ved, cómo tratará Jesucristo en el día del juicio a los que se habrán
manifestado bondadosos y misericordiosos para con sus hermanos los
pobres, representados por la persona del deudor; ellos serán objeto de
la misericordia del mismo Jesucristo; mas a los que habrán sido duros y
crueles para con los pobres les acontecerá como a ese desgraciado, a
quien el Señor, que es Jesucristo, mandó fuese atado de pies y manos y
arrojado después a las tinieblas exteriores, donde sólo hay llanto y
rechinar de dientes. Ya veis cómo es imposible que se condene una
persona verdaderamente caritativa.
III. En tercer lugar, la razón que debe inducirnos a dar limosnas de
todo corazón y con alegría es el pensar que las damos al mismo
Jesucristo. Leemos en la vida de Santa Catalina de Sena que, al
encontrarse una vez con un pobre, le dio una cruz; en otra ocasión, dio
su ropa a una pobre mujer. Algunos días después, apareciósele
Jesucristo, y le manifestó haber recibido aquella cruz y aquella ropa
que ella había puesto en manos de sus pobres, y que le habían complacido
tanto que esperaba el día del juicio para mostrar aquellos presentes a
todo el universo. San Juan Crisóstomo nos dice: "Hijo mío, da un
mendrugo de pan a tu hermano pobre, y recibirás el paraíso; da un poco,
y recibirás mucho; da los bienes perecederos, y recibirás los bienes
eternos. Por los presentes que hicieres a Jesucristo en la persona de
los pobres, recibirás una recompensa eterna; da un poco de tierra, y
recibirás el cielo". San Ambrosio nos dice que la limosna es casi un
segundo bautismo y un sacrificio de propiciación que aplaca la cólera de
Dios y nos ayuda a hallar la gracia delante de Él. Es tan cierto esto,
que cuando damos algo, es al mismo Dios a quien lo damos.
Leemos en la vida de San Juan de Dios que un día encontróse con un pobre
totalmente cubierto de llagas, y se hizo cargo de él para conducirlo al
hospital que el Santo había fundado para albergar a los pobres y una vez
llegado allí, al lavarle los pies para colocarle después en su lecho,
vio que los pies del pobre estaban agujereados. Admiróse el Santo, y
alzando los ojos, reconoció al mismo Jesucristo, que se había
transformado en la figura de un pobre para excitar su compasión. Y
entonces el Señor le dijo: "Juan, estoy muy contento al ver el cuidado
que te tomas por los míos y por los pobres". En otra ocasión, halló a un
niño muy miserable; cargósele sobre sus hombros, y al pasar cerca de una
fuente, suplicó el niño que le bajase, pues estaba sediento y quería
beber agua. Vio también que era el mismo Jesucristo, el cual le dijo:
"Juan, lo que haces con mis pobres es cual si a mí lo hicieses".
Son tan agradables a Dios los servicios prestados a los pobres y
enfermos, que
muchas veces se vio bajar a los ángeles del cielo para ayudar a San Juan
a servir a sus enfermos con sus propias manos, los cuales desaparecieron
después.
Leemos en la vida de San Francisco Javier que, yendo a predicar en un
país de gentiles, halló en su camino a un pobre totalmente cubierto de
lepra, y le dio limosna. Cuando hubo andado algunos pasos, arrepintióse
de no haberle abrazado para manifestarle cuán de veras sentía sus penas.
Volvióse para mirarle, y no vio a nadie: era un ángel que había tomado
la forma de pobre. Decidme, ¡que pesar espera en el día del juicio a
aquellos que habrán
abandonado y despreciado a las pobres, cuando Jesucristo les muestre
cómo es a ÉL mismo a quien hicieron la injuria! Mas también, ¡cuál será
la alegría de aquellos que verán que todo el bien que hicieron a los
pobres, es al mismo Jesucristo a quien lo hicieron! "Sí, les dirá
Jesucristo, era a mí a quien fuisteis a visitar en la persona de ese
pobre; era a mí a quien prestasteis tal servicio; aquella limosna que
repartisteis en la puerta de vuestra casa, era a mí a quien la disteis."
....¿No nos autoriza todo esta para confirmar que nuestra salvación está
íntimamente ligada con la limosna?
Ved lo que sucedió a San Martín yendo de camino. Encontró a un pobre en
extremo miserable, cuya situación le conmovió tanto que, no teniendo con
qué socorrerle, cortó la mitad de su capa y se la entregó. A la noche
siguiente, apareciósele Jesús cubierto con aquella media capa de que se
había desprendido, rodeado de una gran corte de ángeles, y le dijo:
"Martín, que es todavía catecúmeno, me ha dado la mitad de su capa"
(aunque San Martín se la había dado a un pobre viandante).
No, no
hallaremos ningún linaje de acciones en atención a las cuales haga Dios
tantos milagros como a favor de las limosnas. Refiérese que, en cierta
ocasión, un caballero halló a un pobre miserable y conmovióse tanto ante
su miseria que llegó a derramar lágrimas. No tuvo necesidad de otras
excitaciones para despojarse de su ropa exterior y dársela al pobre.
Algunos días después, supo que el pobre había vendido aquel vestido, de
lo cual tuvo pena el caballero. Estando en oración, decía a Jesús: "Dios
mío, veo muy bien que no era merecedor ese pobre de llevarse mi
vestido". Nuestro Señor apareciósele entonces sosteniendo aquel vestido
en sus manos y le dijo:
"¿Reconoces esta vestidura?" El caballero exclamo: "Ah, Dios mío, es la
misma
que di al pobre. -Ya ves, pues, cómo no se ha perdido, y cómo realmente
me complaciste al entregármela en la persona del indigente."
Nos cuenta San Ambrosio que, mientras daba limosna a varios pobres, se
encontró un día con un ángel mezclado entre ellos, el cual recibió la
limosna sonriendo y desapareció. De una persona caritativa, por
miserable que ella sea, podemos afirmar que se pueden concebir grandes
esperanzas de que se salvará. Leemos en los Hechos de los Apóstoles que,
después de la Resurrección, Jesucristo se le apareció a San Pedro y le
dijo: "Vete al encuentro del centurión Cornelio, pues sus limosnas han
llegado hasta mí; ellas le merecieron su salvación". Fuese San Pedro a
ver a Cornelio, al cuál halló en oración, y le dijo: "Tus limosnas han
sido tan agradables a Dios, que Él me envía para anunciarte el reino de
los cielos, y para bautizarte" (Act., 10.). Ya veis cómo las
limosnas del centurión fueron causa de que él y toda su familia fuesen
bautizados.
¡Mas ved un ejemplo que os mostrará cuánto poder tiene la limosna para
detener la justicia de Dios. Refiérese en la historia que el emperador
Zenón tenia gran satisfacción en socorrer a los pobres, mas también era
muy sensual y libertino, hasta el punto de haber raptado a la hija de
una dama honesta y virtuosa y abusando de ella con gran escándalo del
pueblo. Aquella pobre madre, desconsolada casi hasta la desesperación,
iba con frecuencia al templo de Nuestra Señora a llorar los ultrajes que
contra su hija se cometían: "Virgen Santísima, le decía ella, ¿no sois
por ventura el refugio de los miserables, el asilo de los afligidos y la
protectora de los débiles? ¡Cómo permitís, pues, esa opresión tan
injusta, ese deshonor que cae sobre mi familia?" La Virgen Santísima se
le apareció y le dijo: "Has de saber, bija mía, que desde hace mucho
tiempo, mi Hijo habría tomado venganza de la injuria que se os hace; mas
ese emperador tiene una mano que sujeta a la de mi Hijo y detiene el
curso de su justicia. Las limosnas que en gran abundancia reparte, le
han preservado hasta el presente de recibir el merecido castigo".
Ya veis cuán poderosa es la limosna para impedir que el Señor nos
castigue a pesar de hacernos repetidamente merecedores de ello. San Juan
el Limosnero, patriarca de Alejandría, nos refiere un ejemplo muy
notable que le aconteció a Él mismo. Dice el Santo que un día vio un
grupo de hombres sentados, tomando el sol para mitigar los rigores del
invierno; se ocupaban en referirse mutuamente las casas cuyos moradores
daban limosna y aquellas donde se les daba de mala gana o donde no
recibían nunca nada. Hubieron de hablar de la casa de un mal rico que
nunca les había dado la más insignificante limosna; hablaban muy mal de
él, cuando se levantó uno entre ellos y dijo que, si querían apostar
algo, él iría a pedir limosna con la seguridad de que algo recibiría.
Los demás le dijeron que no tenían inconveniente en apostar, mas que
estuviese
enteramente seguro de que nada iba a recibir, antes bien sería
rechazado; no habiendo dado nunca nada, no querría empezar entonces a
desprenderse de algo. Mientras le aguardaban juntos, fuese aquél a
encontrar al rico y con gran humildad le pidió quisiese darle algo en
nombre de Jesucristo. El rico se enfureció en gran manera, y no hallando
a mano ninguna piedra para echársele encima, y viendo a su criado que
venía de casa del panadero a hacer provisión de pan para sus perros,
tomó un pan con gran furia y se lo arrojó a la cabeza. El pobre, con el
ánimo de ganar la apuesta hecha con sus compañeros, corrió con presteza
a recogerlo y se lo llevó a sus camaradas como prueba de que aquel
rico le había dado una buena limosna ( Véase Act. s.s., t III, 30 jan.,
Vita S. Joan Eleemosyn., p. 119 137. La historia llama a este rico "San
Pedro el publicano").
Dos días después, aquel rico cayó enfermo, y estando ya a punto de
morir,
parecióle ver en sueños que estaba ante el tribunal de Dios para ser
juzgado. Le pareció ver cómo alguien presentaba una balanza donde pesar
el bien y el mal. Vio que a una parte estaba Dios, y al otro lado el
demonio que cuidaba de presentar todos los pecados que en su vida había
cometido, los cuales eran en gran número. El ángel de la guarda no tenía
nada para poner en su platillo de la balanza; no acertaba a ver ni una
buena acción que pudiera servir de contrapeso. Dios le preguntó qué es
lo que tenía que poner en el lado que le correspondía. El ángel bueno,
muy triste por no tener nada, le dijo llorando:
"¡Ay! Señor, no hay nada". Mas Jesucristo le dijo: "¿Y aquel pan que
arrojó a la
cabeza de aquel pobre ? Ponlo en la balanza y él aligerará el peso de
sus pecados". En efecto, colocó el ángel aquel pan en la balanza, y ella
se cayó de aquel lado. Entonces el ángel miró al rico y le dijo:
"Miserable, a no ser por este pan, ibas a ser echado al infierno; ve a
practicar cuantas penitencias te sean posibles y da a los pobres cuanto
posees, sin lo cual habrás de condenarte". Al despertarse, se fue al
encuentro de San Juan el Limosnero, contóle aquella visión y toda su
vida, llorando amargamente su ingratitud con Dios, de quien había
recibido cuanto poseía, y su dureza con los pobres, y dijo:"
¡Ah! padre mío, si un solo pan dada de mala gana a un pobre, me saca de
las
garras del demonio, ¡cuán propicio puedo hacerme a Dios dándole todos
mis, bienes en la persona de los pobres! " Y llegó a tal extremo en sus
resoluciones, que, al hallarse con un pobre, si no llevaba nada,
quitábase el vestido y lo cambiaba con el del pobre; empleó el resto de
su vida en llorar sus pecados, dando a los pobres cuanto poseía.
¿Qué decís a todo esto? ¿Verdad que nunca os habíais formado cabal
concepto de la magnitud de la limosna?
Mas aquel hombre aun llegó a más. Vais a verle cómo, al pasar por una
calle, se encontró con un criado que en otro tiempo había estado a su
servicio; sin miedo al respeto humano ni a nada, le dijo: "Amigo mío,
tal vez no te retribuí bastante las molestias que te causé al estar a mi
servicio; hazme un favor: condúceme a la ciudad, y allí me venderás como
esclavo, a fin de que quedes indemnizado del perjuicio que te hubiera
podido causar no dándote salario suficiente". El criado le vendió por
treinta dineros. Rebosante de alegría por verse reducido al último grado
de pobreza, servía a su señor con increíble
gusto; lo cual causaba tanta envidia a los demás esclavos, que le
despreciaban, y le golpeaban a menudo. Nunca se le vio abrir la boca
para quejarse. Habiendo observado el señor los tratos de que era objeto
su esclavo predilecto, reprendió duramente a los demás por tratarle de
tal suerte. Llamó después al rico convertido, cuyo nombre ignoraba aún,
y le preguntó quien era y cuál fuese su condición. El rico, le refirió
cuanto le había acontecido, lo cual conmovió en gran manera al señor,
quien era nada menos que el mismo emperador, que se puso a derramar
abundantes lágrimas, convirtióse sin tardanza y empleó su vida
repartiendo cuantas limosnas le era posible. Decidme: ¿habéis ahora
penetrado la excelsitud del mérito de la limosna, y cuán provechosa sea
ella para el que la hace? De la limosna y de la devoción a la Santísima
Virgen os diré que es imposible que se pierda quien las practica de
corazón. No nos extrañemos, pues, de que esta virtud haya sido común a
los santos del Antiguo y del Nuevo Testamento.
Sé muy bien que el hombre de corazón duro es avaro e insensible a las
miserias del prójimo; hallará mil excusas para no tener que dar limosna.
Así, algunos de vosotros me diréis: "Hay pobres que son buenos, pero hay
otros que no valen nada: unos gastan en las tabernas lo que se les da;
otros lo disipan en el juego o en glotonerías". Esto es muy cierto, muy
pocos son los pobres que emplean bien los dones que reciben de manos de
los ricos, lo cual demuestra que son muy pocos los pobres buenos. Unos
murmuran de su pobreza, cuando no se les da tanto como ellos quisieran;
otros envidian a los ricos, hasta los maldicen, y les desean que Dios
les haga perder sus riquezas, a fin, dicen ellos, de que aprendan lo que
es la miseria. Convengamos en que todo esto está muy mal; tales gentes
son precisamente lo que se llaman malos pobres. Pero a todo esto sólo he
de contestar con una palabra: y es que a esos pobres a quienes
recrimináis porque malgastan las limosnas, porque no se portan bien,
porque sufren una pobreza buscada, no os piden la limosna en nombre
propio, sino en el de Jesucristo. Que sean buenos o malos, poco importa,
ya qué es al mismo Jesucristo a quien entregáis vuestra limosna, según
acabarnos de ver en lo que hemos dicho anteriormente. Es, pues, el mismo
Jesucristo quien os recompensará.
Poro, me diréis, éste es un mal hablado, un vengativo, un ingrato. Mas,
amigo mío, esto no te afecta a ti: ¿tienes con qué dar limosna en nombre
de Jesucristo, con la mira de ayudar a Jesucristo, de satisfacer por tus
pecados? Deja a un lado todo lo demás; tú tienes que entendértelas con
Dios; queda tranquilo; tus limosnas no se perderán, aunque vayan a parar
en los malos
pobres que tanto desprecias. Además, amigo mío, aquel pobre que te
escandalizó, que aun no hace ocho días sorprendiste abusando del vino o
metido en cualquier otro desorden, ¿quién té dice que a estas horas no
esté ya convertido, y sea ya agradable a Dios? ¿Quieres saber, amigo
mío, por qué hallas tantos pretextos para eximirte de la limosna?
Escucha lo que voy a decirte, que en ello habrás de reconocer la verdad,
si no en estos momentos, a lo menos a la hora de la muerte: es que la
avaricia ha echado raíces en tu corazón: arranca esa maldita planta y
hallarás gusto en dar limosna; quedarás contento al hacerla, cifrarás en
ello tu alegría.
-¡Ah!, dirás, cuando me hace falta algo, nadie me da
nada!- ¿Nadie te da nada? ¡Ah! amigo mío, ¿de quién procede todo cuanto
tienes? ¿No viene de la mano de Dios que te lo dio, con preferencia a
tantos otros que son pobres y no tan pecadores como tú? Piensa, pues, en
Dios, amigo mío... Si quieres dar algo con creces, dalo; de este modo te
cabrá la dicha de satisfacer por tus pecados haciendo bien al prójimo.
¿Sabéis por qué nunca tenemos algo para dar a los pobres, y por qué
nunca estamos satisfechos con lo que poseemos? No tenéis con qué hacer
limosna, pero bien tenéis con qué comprar tierras; siempre estáis
temiendo que la tierra os falte. ¡Ah! amigo mío, deja llegar el día en
que tengas tres o cuatro pies de tierra sobre tu cabeza, entonces podrás
quedar satisfecho. ¿ No es verdad, padre de familia, que no tienes con
qué dar limosna, pero lo posees abundante para comprar fincas? Di mejor,
que poco te importa salvarte o condenarte, con tal de satisfacer tu
avaricia. Te gusta aumentar tus caudales, porque los ricos son honrados
y respetados, mientras que a los pobres se les desprecia. ¿No es verdad,
madre de familia, que no tienes nada para dar a los pobres, pero es
porque has de comprar objetos de vanidad para tus hijas, has de comprar
pañuelos con encajes, han de llevar bien adornado el cuello y el pecho,
has de regalarles pendientes, cadenas, una gargantilla? -¡Ah! me dirás,
aunque les haga llevar todo esto, que es necesario, no pido nada a
nadie; no puede usted enojarse por ello- Madre de familia, yo te digo
ahora esto porque viene a tono, para que en el día del juicio tengas
bien presente que te lo advertí: no pides nada a nadie, es verdad; mas
debo decirte que no resultas menos culpable, tan culpable como si, yendo
de camino, hallases a un pobre y le quitases el poco dinero que lleva.
-¡Ah!, me diréis, si gasto este dinero para mis hijos, sé muy bien lo
que cuesta- Mas yo te diré también, aunque no me hagas caso, que a los
ojos de Dios eres culpable, y esto es suficiente para perderte. - Me
preguntarás: ¿por qué razón?- Amigo mío, porque tus bienes no son más
que un depósito que Dios ha puesto, en tus manos; fuera de lo necesario
para tu
sustento y el de tu familia, lo demás es de los pobres.
¡Cuántos hay que
tienen atesorada gran cantidad de dinero, al paso que tantos pobres
mueren de hambre! ¡Cuántos otros poseen gran abundancia de vestidos,
mientras muchos pobres padecen frío! ¿Es que, amigo mío, no estás en
condiciones, no tienes con qué hacer limosna, puesto que sólo dispones
de tu salario? Si quisieras, tendrías fácilmente algo que dar a los
pobres; bien tienes con qué llevar a tus hijas a la condenación; bien
tienes con qué ir al café, a la taberna, al baile. -Me dirás empero:
Nosotros somos pobres; apenas tenemos lo necesario para vivir.- Amigo
mío, si el día de la fiesta mayor no gastases tan superfluamente algo te
quedaría para los pobres. ¡Cuántas veces habrás ido a Villafranca, a
Montmerle o a otras partes solamente para recrearte sin tener nada que
hacer allí! No ahondemos más, bastante clara está la verdad: no vamos a
fastidiaros con enumeraciones prolijas. Si los santos hubiesen obrado
como nosotros, tampoco habrían hallado con qué dar limosna; mas ellos
sabían muy bien cuán necesaria les era para su santificación, y
ahorraban cuanto les era posible a tal objeto, y así disponían siempre
de algunas reservas. Por otra parte, la caridad no se practica sólo con
el dinero. Podéis visitar a un enfermo, hacerle un rato de compañía,
prestarle algún servicio, arreglarle la cama, prepararle los remedios,
consolarle en sus penas, leerle algún libro piadoso.
No obstante, en honor de la verdad, hay que reconocer que sentís
generalmente inclinación a socorrer a los desgraciados, y os compadecéis
de sus miserias. Mas veo también cómo son contados los que dan la
limosna en forma adecuada para hacerse acreedores a una espiritual
recompensa, según vais a ver: unos lo hacen a fin de ser tenidos por
personas de bien; otros, por sentimentalismo, porque se sienten
conmovidos ante las miserias ajenas; otros, para que se les aprecie, se
les diga que son buenos y sea alabada su manera de vivir; tal vez hasta
algunos para que se les pague con algún servicio, o en espera de algún
favor. Pues bien, todos esos que, al dar limosnas, tienen únicamente
tales miras, carecen de las cualidades necesarias para hacer que la
caridad sea meritoria. Hay quienes tienen sus pobres predilectos a los
cuales les darían cuanto poseen; mas para los otros muestran un corazón
cruel. Portarse así no es más que obrar como los gentiles.
Mas, pensaréis vosotros, ¿cómo debe hacerse la limosna para que sea
meritoria? Atended bien, en dos palabras voy a decíroslo: en todo el
bien que hacemos a nuestro prójimo, hemos de tener como objetivo el
agradar a Dios y salvar nuestra alma. Cuando vuestras limosnas no vayan
acompañadas de estas dos intenciones, la buena obra resultará perdida
para el cielo. Esta es la causa
por qué serán tan escasas las buenas obras que nos acompañen ante el
tribunal de Dios, pues las realizamos de una manera tan humana. Nos
complace que se nos agradezcan, que se hable de ellas, que se nos
devuelvan con algún favor, y hasta nos gusta hablar de nuestras buenas
acciones para manifestar que somos caritativos. Tenernos nuestras
preferencias; a unos les damos sin medida, mas a otros nos negamos a
darles nada, antes bien los despreciamos.
Cuando no queramos o no podamos socorrer a los indigentes, cuidemos de
no
despreciarlos, pues es al mismo Jesucristo a quien despreciamos. Lo poco
que damos, démoslo de corazón, con la mira de agradar a Dios y de
satisfacer por nuestros pecados. El que tiene verdadera caridad no
guarda preferencias de ninguna clase, lo mismo favorece a sus amigos que
a sus enemigos, con igual diligencia la alegría da a unos que a otros.
Si alguna preferencia hubiésemos de tener, sería para con los que nos
han dado algún disgusto. Esto es lo que hacía San Francisco de Sales.
Algunos, cuando han favorecido a alguien, si los favorecidos les causan
después algún disgusto, en seguida les echan en cara los servicios que
les prestaron. Con esto os engañáis, ya que así perdéis toda recompensa.
¿No sabéis que aquella persona os ha implorado caridad en nombre de
Jesucristo, y que vosotros la habéis socorrido para agradar a Dios y
satisfacer por vuestros pecados? La pobreza no es más que un instrumento
del cual Dios se sirve para impulsarnos a obrar bien.
Ved todavía otro
lazo que el demonio os tenderá con frecuencia, y con el cual sorprende a
muchas almas: consiste en representar nuestras buenas acciones ante
nuestra mente, para que nos gocemos en ellas, y así de este modo,
hacernos perder la recompensa a que nos hicimos acreedores. Así pues,
cuando el demonio nos pone delante tales consideraciones, hemos de
apartarlas presto como un mal pensamiento.
¿Qué debemos sacar de todo esto? Vedlo: que la limosna es de gran mérito
a los ojos de Dios, y tan poderosa para atraer sobre nosotros sus
misericordias, que parece como si asegurase nuestra salvación. Mientras
estamos en este mundo, es preciso hacer cuantas limosnas podamos;
siempre seremos bastante ricos, si tememos la dicha de agradar a Dios y
salvar nuestra alma; mas es necesario hacer la limosna con la más pura
intención. ¡Cuán felices seríamos si todas las limosnas que habremos
hecho durante nuestra vida nos acompañasen delante del tribunal de Dios
para ayudarnos a ganar el cielo!