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1. De este cuarto daño no hay mucho que decir, por cuanto está ya
declarado a cada paso en este 3º libro, en que habemos probado
cómo, para que el alma se venga a unir con Dios en esperanza, ha
de renunciar toda posesión de la memoria, pues que, para que la
esperanza sea entera de Dios, nada ha de haber en la memoria que
no sea Dios; y como, tambien habemos dicho, ninguna forma, ni
figura, ni imagen, ni otra noticia que pueda caer en la memoria,
sea Dios ni semejante a el, ahora celestial, ahora terrena,
natural o sobrenatural, según enseña David (Sal. 85, 8), diciendo:
Señor, en los dioses ninguno hay semejante a ti, de aquí es que,
si la memoria quiere hacer alguna presa de algo de esto, se impide
para Dios: lo uno, porque se embaraza, y lo otro, porque, mientras
más tiene de posesión, tanto menos tiene de esperanza.
2. Luego necesario le es al alma quedarse desnuda y olvidada de
formas y noticias distintas de cosas sobrenaturales para no
impedir la unión, según la memoria, en esperanza perfecta con
Dios.
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