|
1. El segundo genero de palabras interiores son palabras formales
que algunas veces se hacen al espíritu por vía sobrenatural sin
medio de algún sentido, ahora estando el espíritu recogido, ahora
no. Y llámolas "formales" porque formalmente al espíritu se las
dice tercera persona, sin poner el nada en ello. Y por eso son muy
diferentes que las que acabamos de decir; porque no solamente
tienen la diferencia en que se hacen sin que el espíritu ponga de
su parte algo en ellas, como hace en las otras, pero, como digo,
acaecenle a veces sin estar recogidos, sino muy fuera de aquello
que se le dice; lo cual no es así en las primeras sucesivas,
porque siempre son acerca de lo que estaba considerando.
2. Estas palabras, a veces, son muy formadas, a veces no tanto;
porque muchas veces son como conceptos en que se le dice algo,
ahora respondiendo, ahora en otra manera hablándole al espíritu.
Estas, a veces, son una palabra, a veces dos o más; a veces son
sucesivas, como las pasadas, porque suelen durar, enseñando o
tratando algo con el alma, y todas sin que ponga nada de suyo el
espíritu, porque son todas como cuando habla una persona con otra.
Como leemos haberle acaecido a Daniel (9, 22), que dice hablaba el
ángel en el, lo cual era formal y sucesivamente razonando en su
espíritu y enseñándole, según allí tambien dice el ángel, diciendo
que había venido para enseñarle.
3. Estas palabras, cuando no son más que formales, el efecto que
hacen en el alma no es mucho; porque, ordinariamente, sólo son
para enseñar o dar luz en alguna cosa; y para hacer este efecto no
es menester que hagan otro más eficaz que el fin que ellas traen.
Y este, cuando son de Dios, siempre le obran en el alma, porque
ponen al alma pronta y clara en aquello que se le manda o enseña,
puesto que algunas veces no quitan al alma la repugnancia y
dificultad, antes se la suelen poner mayor; lo cual hace Dios para
mayor enseñanza, humildad y bien del alma. Y esta repugnancia más
ordinariamente se la deja cuando le manda cosas de mayoría o cosas
en que puede haber alguna excelencia para el alma; y en las cosas
de humildad y bajeza les pone más facilidad y prontitud. Y así
leemos en el Exodo (c. 34) que, cuando mandó Dios a Moises que
fuese a Faraón y librase al pueblo, tuvo tanta repugnancia, que
fue menester mandárselo tres veces y mostrarle señales, y, con
todo eso, no aprovechaba, hasta que Dios le dio por compañero a
Aarón, que llevase parte de la honra.
4. Al contrario acaece cuando las palabras y comunicaciones son
del demonio, que en las cosas de más valer pone facilidad y
prontitud, y en las bajas, repugnancia. Que, cierto, aborrece Dios
tanto el ver las almas inclinadas a mayorías, que aún cuando el se
lo manda y las pone en ellas no quiere que tengan prontitud que
comúnmente pone Dios en estas palabras formales al alma, son
diferentes de esotras sucesivas, que no mueven tanto al espíritu
como estas, ni le ponen tanta prontitud, por ser estas (más)
formales y en que menos se entremete el entendimiento de suyo.
Aunque no quita que algunas veces hagan más efecto algunas
sucesivas, por la gran comunicación que a veces hay del Divino
Espíritu con el humano; mas el modo es en mucha diferencia. En
estas palabras formales no tiene el alma que dudar si las dice
ella, porque bien se ve que no, mayormente cuando ella no estaba
en lo que se le dijo; y si lo estaba, siente muy clara y
distintamente que aquella viene de otra parte.
5. De todas estas palabras formales tan poco caso ha de hacer el
alma como de las otras sucesivas; porque, demás de que ocuparía el
espíritu de lo que no es legítimo y próximo medio para la unión de
Dios, que es la fe, podría facilísimamente ser engañada del
demonio; porque, a veces, apenas se conocerán cuáles sean dichas
por buen espíritu y cuáles por malo. Que como estas no hacen mucho
efecto, apenas se pueden distinguir por los efectos, porque aun a
veces las del demonio ponen más eficacia en los imperfectos que
esotras de buen espíritu en los espirituales. No se ha de hacer lo
que ellas dijeren, ni hacer caso de ellas, sean de bueno o mal
espíritu; pero se han de manifestar al confesor maduro o a persona
discreta y sabia, para que de doctrina y vea lo que conviene en
ello y de su consejo, y se haya en ellas resignada y
negativamente. Y si no fuere hallada la tal persona experta, más
vale, no haciendo caso de las tales palabras, no dar parte a
nadie, porque fácilmente encontrará con algunas personas que antes
le destruyan el alma que la edifiquen. Porque las almas no las ha
de tratar cualquiera, pues es cosa de tanta importancia errar o
acertar en tan grave negocio.
6. Y adviertase mucho en que el alma jamás de su parecer, ni haga
cosa ni la admita, de lo que aquellas palabras le dicen sin mucho
acuerdo y consejo ajeno. Porque en esta materia acaecen engaños
sutiles y extraños; tanto, que tengo para mí que el alma que no
fuere enemiga de tener las tales cosas, no podrá dejar de ser
engañada en muchas de ellas (o en poco o en mucho).
7. Y porque de estos engaños y peligros y de la cautela para ellos
está tratado de propósito en el capítulo 17, 18, 19 y 20 de este
libro, a los cuales me remito, no me alargo más aquí. Sólo digo
que la principal doctrina es no hacer caso de ello en nada.
|
|