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1. Y porque esta doctrina no quede confusa, convendrá en este
capítulo dar a entender a que tiempo y sazón convendrá que el
espiritual deje la obra del discursivo meditar por las dichas
imaginaciones y formas y figuras, porque no se dejen antes o
despues que lo pide el espíritu. Porque, así como conviene
dejarlas a su tiempo para ir a Dios, porque no impidan, así
tambien es necesario no dejar la dicha meditación imaginaria antes
de tiempo para no volver atrás. Porque, aunque no sirven las
aprehensiones de estas potencias para medio próximo de unión a los
aprovechados, todavía sirven de medio remoto a los principiantes
para disponer y habituar el espíritu a lo espiritual por el
sentido y para de camino vaciar del sentido todas las otras formas
e imágenes bajas, temporales y seculares y naturales. Para lo cual
diremos aquí algunas señales y muestras que ha de haber en sí el
espiritual, en que conozca si convendrá dejarlas o no en aquel
tiempo.
2. La primera es ver en sí que ya no puede meditar ni discurrir
con la imaginación, ni gustar de ello como de antes solía; antes
halla ya sequedad en lo que de antes solía fijar el sentido y
sacar jugo. Pero en tanto que sacare jugo y pudiere discurrir en
la meditación, no la ha de dejar, si no fuere cuando su alma se
pusiere en la paz y quietud que se dice en la tercera señal.
3. La segunda es cuando ve no le da ninguna gana de poner la
imaginación ni el sentido en otras cosas particulares, exteriores
ni interiores. No digo que no vaya y venga, que esta aun en mucho
recogimiento suele andar suelta, sino que no guste el alma de
ponerla de propósito en otras cosas.
4. La tercera y más cierta es si el alma gusta de estarse a solas
con atención amorosa a Dios, sin particular consideración, en paz
interior y quietud y descanso y sin actos y ejercicios de las
potencias, memoria, entendimiento y voluntad -a lo menos
discursivos, que es ir de uno en otro- sino sólo con la atención y
noticia general amorosa que decimos, sin particular inteligencia y
sin entender sobre que.
5. Estas tres señales ha de ver en sí juntas, por lo menos, el
espiritual para atreverse seguramente a dejar el estado de
meditación y del sentido y entrar en el de contemplación y del
espíritu.
6. Y no basta tener la primera sola sin la segunda, porque podría
ser que no poder ya imaginar y meditar en las cosas de Dios como
antes, fuese por su distracción y poca diligencia; para lo cual ha
de ver tambien en sí la segunda, que es no tener gana ni apetito
de pensar en otras cosas extrañas. Porque, cuando procede de
distracción o tibieza el no poder fijar la imaginación y sentido
en las cosas de Dios, luego tiene apetito y gana de ponerla en
otras cosas diferentes y motivo de irse de allí.
Ni tampoco basta ver en sí la primera y segunda señal, si no viere
juntamente la tercera; porque, aunque se vea que no puede
discurrir ni pensar en las cosas de Dios, y que tampoco le da gana
pensar en las que son diferentes, podría proceder de melancolía o
de alguno otro jugo de humor puesto en el cerebro o en el corazón,
que suelen causar en el sentido cierto empapamiento y suspensión
que le hacen no pensar en nada, ni querer ni tener gana de
pensarlo, sino de estarse en aquel embelesamiento sabroso. Contra
lo cual ha de tener la tercera, que es noticia y atención amorosa
en paz, etc., como habemos dicho.
7. Aunque verdad es que a los principios, cuando comienza este
estado, casi no se echa de ver esta noticia amorosa. Y es por dos
causas: la una, porque a los principios suele ser esta noticia
amorosa muy sutil y delicada y casi insensible; y la otra, porque,
habiendo estado habituada el alma al otro ejercicio de la
meditación, que es totalmente sensible, no echa de ver ni casi
siente estotra novedad insensible, que es ya pura de espíritu,
mayormente cuando, por no lo entender ella, no se deja sosegar en
ello, procurándole otro más sensible, con lo cual, aunque más
abundante sea la paz interior amorosa, no se da lugar a sentirla y
gozarla. Pero, cuanto más se fuere habituando el alma en dejarse
sosegar, irá siempre creciendo en ella y sintiendose más aquella
amorosa noticia general de Dios, de que gusta ella más que de
todas las cosas, porque le causa paz, descanso, sabor y deleite
sin trabajo.
8. Y, porque lo dicho quede más claro, daremos las causas y
razones en este capítulo siguiente, por donde parecerán necesarias
las dichas tres señales para caminar al espíritu.
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