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1. Parece que ha mucho que el lector desea preguntar que si es de
fuerza que, para llegar a este alto estado de perfección, ha de
haber precedido mortificación total en todos los apetitos, chicos
y grandes, y que si bastará mortificar algunos de ellos y dejar
otros, a lo menos aquellos que parecen de poco momento; porque
parece cosa recia y muy dificultosa poder llegar el alma a tanta
pureza y desnudez, que no tenga voluntad y afición a ninguna cosa.
2. A esto respondo: lo primero que, aunque es verdad que no todos
los apetitos son tan perjudiciales unos como otros ni embarazan al
alma, (todos en igual manera se han de mortificar. Hablo de los
voluntarios, porque los apetitos naturales poco o nada impiden
para la unión al alma) cuando no son consentidos; ni pasan de
primeros movimientos todos aquellos en que la voluntad racional
antes ni despues tuvo parte; porque quitar estos, que es
mortificarlos del todo, en esta vida es imposible, y estos no
impiden de manera que no se pueda llegar a la divina unión, aunque
del todo no esten, como digo, mortificados; porque bien los puede
tener el natural, y estar el alma, según el espíritu racional, muy
libre de ellos, porque (aún) acaecerá a veces, que este el alma en
harta unión de oración de quietud en la voluntad, y que
actualmente moren estos en la parte sensitiva del hombre, no
teniendo en ellos parte la parte superior que está en oración.
Pero todos los demás apetitos voluntarios, ahora sean de pecado
mortal, que son los más graves; ahora de pecado venial, que son
menos graves; ahora sean solamente de imperfecciones, que son los
menores, todos se han de vaciar y de todos ha el alma de carecer
para venir a esta total unión, por mínimos que sean. Y la razón es
porque el estado de esta divina unión consiste en tener el alma,
según la voluntad, con tal transformación en la voluntad de Dios,
de manera que no haya en ella cosa contraria a la voluntad de
Dios, sino que en todo y por todo su movimiento sea voluntad
solamente de Dios.
3. Que esta es la causa por que en este estado llamamos estar
hecha una voluntad de Dios, la cual es voluntad de Dios, y esta
voluntad de Dios es tambien voluntad del alma. Pues si esta alma
quisiese alguna imperfección que no quiere Dios, no estaría hecha
una voluntad de Dios, pues el alma tenía voluntad de lo que no la
tenía Dios. Luego claro está que, para venir el alma a unirse con
Dios perfectamente por amor y voluntad, ha de carecer primero de
todo apetito de voluntad, por mínimo que sea; esto es, que
advertidamente y conocidamente no consienta con la voluntad en
imperfección, y venga a tener poder y libertad para poderlo hacer
en advirtiendo.
Y digo conocidamente, porque sin advertirlo y conocerlo, o sin ser
en su mano, bien caerá en imperfecciones y pecados veniales y en
los apetitos naturales que habemos dicho; porque de estos tales
pecados no tan voluntarios y subrepticios está escrito (Pv. 24,
16) que el justo caerá siete veces en el día y se levantará. Mas
de los apetitos voluntarios, que son pecados veniales de
advertencia, aunque sean de mínimas cosas, como he dicho, basta
uno que no se venza para impedir.
Digo no mortificando el tal hábito, porque algunos actos, a veces,
de diferentes apetitos, aún no hacen tanto cuando los hábitos
están mortificados; aunque tambien estos ha de venir a no los
haber, porque tambien proceden de hábito de imperfección; pero
algunos hábitos de voluntarias imperfecciones, en que nunca acaban
de vencerse, estos no solamente impiden la divina unión, pero el
ir adelante en la perfección.
4. Estas imperfecciones habituales son: como una común costumbre
de hablar mucho, un asimientillo a alguna cosa que nunca acaba de
querer vencer, así como a persona, a vestido, a libro, celda, tal
manera de comida y otras conversacioncillas y gustillos en querer
gustar de las cosas, saber y oír, y otras semejantes. Cualquiera
de estas imperfecciones en que tenga el alma asimiento y hábito,
es tanto daño para poder crecer e ir adelante en virtud, que, si
cayese cada día en otras muchas imperfecciones y pecados veniales
sueltos, que no proceden de ordinaria costumbre de alguna mala
propiedad ordinaria, no le impedirán tanto cuanto el tener el alma
asimiento a alguna cosa. Porque, en tanto que le tuviere, excusado
es que pueda ir el alma adelante en perfección, aunque la
imperfección sea muy mínima. Porque eso me da que una ave este
asida a un hilo delgado que a uno grueso, porque, aunque sea
delgado, tan asida se estará a el como al grueso, en tanto que no
le quebrare para volar. Verdad es que el delgado es más fácil de
quebrar; pero, por fácil que es, si no le quiebra, no volará. Y
así es el alma que tiene asimiento en alguna cosa, que, aunque mas
virtud tenga, no llegará a la libertad de la divina unión.
Porque el apetito y asimiento del alma tienen la propiedad que
dicen tiene la remora con la nao, que, con ser un pece muy
pequeño, si acierta a pegarse a la nao, la tiene tan queda, que no
la deja llegar al puerto ni navegar. Y así es lástima ver algunas
almas como unas ricas naos cargadas de riquezas, y obras, y
ejercicios espirituales, y virtudes, y mercedes que Dios las hace,
y por no tener ánimo para acabar con algún gustillo, o asimiento,
o afición -que todo es uno-, nunca van adelante, ni llegan al
puerto de la perfección, que no estaba en más que dar un buen
vuelo y acabar de quebrar aquel hilo de asimiento o quitar aquella
pegada remora, de apetito.
5. Harto es de dolerse que haya Dios hecholes quebrar otros
cordeles más gruesos de aficiones de pecados y vanidades, y por no
desasirse de una niñería que les dijo Dios que venciesen por amor
de el, que no es más que un hilo y que un pelo, dejen de ir a
tanto bien. Y lo que peor es, que no solamente no van adelante,
sino que, por aquel asimiento, vuelven atrás, perdiendo lo que en
tanto tiempo con tanto trabajo han caminado y ganado, porque ya se
sabe que, en este camino, el no ir adelante es volver atrás, y el
no ir ganando es ir perdiendo. Que eso quiso Nuestro Señor darnos
a entender cuando dijo: El que no es conmigo, es contra mí; y el
que conmigo no allega, derrama (Mt. 12, 30).
El que no tiene cuidado de remediar el vaso por una pequeña
resquicia que tenga basta para que se venga a derramar todo el
licor que está dentro. Porque el Eclesiástico (19, 1) nos lo
enseñó bien, diciendo: El que desprecia las cosas pequeñas, poco a
poco ira cayendo. Porque, como el mismo dice (11, 34), de una sola
centella se aumenta el fuego. Y así, una imperfección basta para
traer otra, y aquellas otras; y así, casi nunca se verá un alma
que sea negligente en vencer un apetito, que no tenga otros
muchos, que salen de la misma flaqueza e imperfección que tiene en
aquel; y así, siempre van cayendo. Y ya habemos visto muchas
personas a quien Dios hacía merced de llevar muy adelante en gran
desasimiento y libertad, y por sólo comenzar a tomar un
asimientillo de afición -y so color de bien- de conversación y
amistad, írseles por allí vaciando el espíritu y gusto de Dios y
santa soledad, caer de la alegría y enterez en los ejercicios
espirituales y no parar hasta perderlo todo. Y esto, porque no
atajaron aquel principio de gusto y apetito sensitivo, guardándose
en soledad para Dios.
6. En este camino siempre se ha de caminar para llegar, lo cual es
ir siempre quitando quereres, no sustentándolos. Y si no se acaban
todos de quitar, no se acaba de llegar. Porque así como el madero
no se transforma en el fuego por un solo grado de calor que falte
en su disposición, así no se transformará el alma en Dios por una
imperfección que tenga, aunque sea menos que apetito voluntario;
porque, como despues se dirá en la noche de la fe, el alma no
tiene más de una voluntad, y esta, si se embaraza y emplea en algo
no queda libre, sola y pura, como se requiere para la divina
transformación.
7. De lo dicho tenemos figura en el libro de los Jueces (2, 3),
donde se dice que vino el ángel a los hijos de Israel y les dijo
que, porque no habían acabado con aquella gente contraria, sino
antes se habían confederado con algunos de ellos, por eso se los
había de dejar entre ellos por enemigos, para que les fuesen
ocasión de caída y perdición. Y, justamente, hace Dios esto con
algunas almas, a las cuales, habiendolas el sacado del mundo, y
muertoles los gigantes de sus pecados, y acabado la multitud de
sus enemigos, que son las ocasiones que en el mundo tenían (sólo
porque ellos entraran con más libertad en esta tierra de promisión
de la unión divina) y ellos todavía traban amistad y alianza con
la gente menuda de imperfecciones, no acabándolas de mortificar,
por eso, enojado Nuestro Señor, les deja ir cayendo en sus
apetitos de peor en peor.
8. Tambien en el libro de Josue (6, 21) tenemos figura acerca de
lo dicho, cuando le mandó Dios a Josue, al tiempo que había de
comenzar a poseer la tierra de promisión, que en la ciudad de
Jericó de tal manera destruyese cuanto en ella había, que no
dejase cosa en ella viva, desde el hombre hasta la mujer, y desde
el niño hasta el viejo, y todos los animales, y que de todos los
despojos no tomasen ni codiciasen nada. Para que entendamos cómo,
para entrar en esta divina unión, ha de morir todo lo que vive en
el alma, poco y mucho, chico y grande, y el alma ha de quedar sin
codicia de todo ello y tan desasida, como si ello no fuese para
ella ni ella para ello. Lo cual nos enseña bien san Pablo ad
Corinthios (1 Cor. 7, 2931), diciendo: Lo que os digo, hermanos,
es que el tiempo es breve; lo que resta y conviene es que los que
tienen mujeres, sean como si no las tuviesen; y los que lloran por
las cosas de este mundo, como si no llorasen; y los que huelgan,
como si no holgasen; y los que compran, como si no poseyesen; y
los que usan de este mundo, como si no usasen. Esto nos dice el
Apóstol, enseñándonos cuán desasida nos conviene tener el alma de
todas las cosas para ir a Dios.
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