Tus ojos, esposa mía, dice Jesucristo, han de ser claros y serenos, para que veas los males que has hecho y los bienes que has dejado de hacer. Tu boca, que es tu mente, no ha de tener mancha alguna: los labios han de ser parecidos a dos deseos; el uno de dejar por mí todas las cosas, y el otro de estar siempre conmigo; y estos labios han de ser encarnados porque es el color más decente y se ve de más lejos. El color significa la hermosura, y la hermosura de todos consiste en las virtudes; y es más aceptable a Dios cuando el hombre le ofrece aquello que más ama, y de donde los otros puedan sacar mayor motivo para edificarse. Por consiguiente, debe darse a Dios lo que el hombre más quiere, ya con el afecto, ya por las obras. Por esto se lee que Dios se alegró después de concluir sus obras; y así también se alegra Dios, cuando el hombre se le ofrece todo a su disposición, queriendo padecer o gozar, según sea la volundad divina.
Los brazos deben estar ligeros y flexibles para honrar a Dios; el brazo izquierdo representa la consideración de las mercedes y beneficios que te he hecho, creándote y redimiéndote, y cuán ingrata has sido: el brazo derecho debe ser un amor tan fervoroso, que desees pasar por mil tormentos, antes que perderme o enojarme. Entre estos dos brazos reposo yo de buena gana, y tu corazón será el mío, porque yo soy fuego de amor divino, y quiero ser amado fervorosamente.
Las costillas que defienden el corazón, son tus padres, no los carnales, sino los que yo te he elegido, a los cuales has de amar espiritualmente como a mí mismo, y mucho más que a los padres carnales; porque con razón son tus padres, pues te regeneraron para la vida eterna.
La piel o cutis del alma ha de estar tan limpia y hermosa, que no tenga mancha alguna. Por la piel se entiende tu prójimo, al que si amares como a ti misma, conservarás en ti intacto mi amor y el de mis santos, pero si lo aborreces, haces daño a tu corazón y las costillas quedan descarnadas, esto es, se disminuye para contigo el amor de mis santos. Por consiguiente, no ha de tener la piel mancha alguna, porque no debes aborrecer a tu prójimo, sino amarlo por Dios a todos, porque entonces todo mi corazón está con el tuyo.
Ya he dicho que quiero ser fervorosamente amado, porque soy fuego de amor divino, y en este fuego hay tres cosas admirables: primera, que siempre está ardiendo y nunca se quema; segunda, que nunca se apaga, y tercera, que siempre arde y nunca se consume. Del mismo modo, desde el principio estaba en mi Divinidad mi amor al hombre, el cual ardió mas al tomar yo mi Humanidad, y arde tanto, el cual ardió más al tomar yo mi Humanidad, y arde tanto, que nunca se apaga; pero hace fervorosa el alma y no la consume, sino que la fortalece cada vez más, como acontece con el ave fénix, que según cuenta la fábula, cuando se ve vieja, coge leña de un monte altísimo, y encendiéndola con los rayos del sol, se arroja al fuego, se abrasa y después revive de sus cenizas. Igualmente, el alma que se enciende en el fuego del amor divino, sale de allí rejuvenecida y con más fuerzas.
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