Preciosos consejos de María santísima, y cómo asiste a sus devotos en la hora de la muerte.
REVELACIÓN 21

Dos señoras hay en este mundo, le dice la Virgen a santa Brígida, la una no tiene nombre ni merece tenerlo; la otra es la humildad, y a ésta le doy yo mi nombre, y se llama María. A la primera la acompaña siempre el demonio, porque es a quien ella sirve, y el que de ella se enamora, le dice: Señora, dispuesto estoy a hacer en todo vuestro gusto, con sólo que una vez alcance vuestro amor: mirad que yo soy valiente, de corazón generoso, nada temo y estoy resuelto a morir por vos. Pesponde la señora: Servidor mío, mucho es el amor que me tienes; pero yo ocupo un sitio muy elevado, y no tengo sino un asiento, y entre nosotros dos median tres puertas. La primera es tan estrecha, que no puede entrar por ella hombre alguno que no deje todo cuanto trae en su cuerpo; la segunda es tan aguda, que penetra y corta hasta los nervios, y la tercera está tan abrasada por un contínuo fuego, que todo el que por ella entra se derreite al punto como el bronce. Yo estoy sentada en sitio muy alto, y el que deseare sentarse a mi lado, como no tengo sino un solo asiento, caerá a un gran abismo debajo de mí. Responde él: Daré por vos mi vida, y nada me importa lo demás.

Esta señora, dijo la Virgen, es la soberbia, a la cual sirven y se aficionan los hombres vanos, y por gozar de ella pasan tres puertas. La primera es, que todo cuanto hacen es para que los hombres los alaben y para ensoberbecerse; y si no tienen nada de que puedan ser alabados, cifran todo su empeño en tratar de conseguirlo. La segunda puerta es, que todo su conato y fuerzas, todo su pensamiento y desvelo se encamina solamente a ensoberbecerse, y si lo despedazasen, lo tendrían por bien, a cambio de alcanzar honra y riquezas. La tercera puerta es, que nunca el soberbio se aquieta, ni está sosegado, sino ardiendo como el fuego, hasta alcanzar la honra o categoria que desea: pero después de haber conseguido lo que quiere, no puede permanecer mucho en el mismo estado, y cae miserablemente. Mas con todo eso, la soberbia existe en el mundo.
La segunda señora, que es la humildad, soy yo misma, que me llamo María. Estoy sentada en muy rica silla, y por encima de mí no hay sol, ni luna, ni estrellas, ni aun nubes, sino una claridad serena, hermosa e inestimable, que procede de la extraordinaria hermosura de la Majestad de Dios. Debajo de mí tampoco hay tierra ni piedras, sino el incomparable descanso en la virtud de Dios.

A mi lado no hay muro o pared, sino el glorioso ejército de los ángeles y de las almas santas. Y aunque estoy tan sublimada, oigo a mis devotos que están en la tierra clamando y gimiendo diariamente por mí; veo sus trabajos y sus obras más aventajadas que las de los que sirven a la soberbia. Por tanto, los visitaré y los colocaré conmigo en mi asiento, que es tan espacioso que todos caben en él. Mas, todavía no pueden venir a sentarse a mi lado, porque hay entre ellos dos muros, por los que con mi ayuda los pasaré para que lleguen a mí. El primer muro es el mundo, el cual es estrecho y miserable, y por tanto consolaré en él a mis siervos. El segundo muro es la muerte; pero, yo, su amantísima Señora y Madre, les saldré al encuentro, para que hasta en la misma muerte reciban consolación y refrigerio; y los colocaré conmigo en el asiento del gozo celestial, para que en los brazos del perpetuo amor y de la gloria eterna descansen con inmenso gozo por eternidad de eternidades.