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Una de las cosas más arduas y dificultosas que hay en esta vida es
saber ir a Dios y tratar familiarmente con él. Y por esto no se
puede este camino andar sin alguna buena guía, ni tampoco sin algunos
avisos para no perderse en él, y por esto será necesario apuntar
aquí algunos con la nuestra acostumbrada brevedad. Entre los cuales,
el primero sea acerca del fin que en estos ejercicios se ha de tener.
Para lo cual es de saber que (como esta comunicación con Dios sea
una cosa tan dulce y tan deleitable, según dice el Sabio) de aquí
nace que muchas personas atraídas con la fuerza de esta maravillosa
suavidad (que es sobre todo lo que se puede decir) se llegan a Dios y
se dan a todos los espirituales ejercicios, así de lección como de
oración y uso de Sacramentos, por el gusto grande que hallan en
ellos, de tal manera, que el principal fin que a esto les lleva es el
deseo de esta maravillosa suavidad. Éste es un muy grande y muy
universal engaño en que caen muchos. Porque como el principal fin de
todas nuestras obras haya de ser amar a Dios y buscar a Dios, esto
más es amar a sí y buscar a sí, conviene saber, su propio gusto y
contentamiento, que es el fin que los filósofos pretendían en su
contemplación. Y esto es también -como dice un Doctor- un linaje
de avaricia, lujuria y gula espiritual, que no es menos peligrosa que
la otra sensual.
Y lo que es más, de este mismo engaño se sigue otro no menor, que
es juzgar el hombre a sí y a los otros por estos gustos y
sentimientos, creyendo que tanto tiene cada uno más o menos de
perfección, cuanto más o menos gusta de Dios, que es un engaño muy
grande. Pues contra estos dos engaños sirve este aviso y regla
general: que cada uno entienda que el fin de todos estos ejercicios y
de toda la vida espiritual es la obediencia de los mandamientos de Dios
y el cumplimiento de la divina voluntad, para lo cual es necesario que
muera la voluntad propia, para que así viva y reine la divina, pues
es tan contraria a ella.
Y porque tan gran victoria como ésta no se puede alcanzar sin muy
grandes favores y regalos de Dios, por esto principalmente se ha de
ejercitar la oración, para que por ella se alcancen estos favores y se
sientan estos regalos para salir con esta empresa. Y de esta manera y
para tal fin se pueden pedir y procurar los deleites de la oración
(según arriba dijimos), como los pedía David cuando decía:
Vuélveme, Señor, la alegría de tu salud, y confírmame con tu
espíritu principal (Ps.50,14). Pues conforme a esto,
entenderá el hombre cuál ha de ser el fin que ha de tener en estos
ejercicios, y por aquí también entenderá por dónde ha de estimar y
medir su aprovechamiento y el de los otros, conviene saber, no por los
gustos que hubiere recibido de Dios, sino por lo que por él hubiese
padecido, así por hacer la voluntad divina, como por negar la
propia.
Que éste haya de ser el fin de todas nuestras lecciones y oraciones,
no quiero traer para esto más argumentos que aquella divina oración o
salmo: Beati immaculati in via (Ps.118,1), que teniendo
ciento setenta y siete versos (porque es el mayor del salterio) no se
hallará en él uno solo que no haga mención de la ley de Dios y de la
guarda de sus mandamientos, lo cual quiso el Espíritu Santo que así
fuese, para que por aquí viesen los hombres cómo todas sus oraciones
y meditaciones se habían de ordenar en todo y en parte a este fin, que
es la obediencia y guarda de la ley de Dios, y todo lo que va fuera de
aquí, es uno de los muy sutiles y más colorados engaños del
enemigo, con el cual hace creer á los hombres que son algo, no
siéndolo. Por lo cual dicen muy bien los Santos que la verdadera
prueba del hombre no es el gusto de la oración, sino la paciencia de
la tribulación, la abnegación de sí mismo y el cumplimiento de la
divina voluntad, aunque para todo esto aprovecha grandemente así la
oración como los gustos y consolaciones que en ellas se dan.
Pues, conforme a esto, el que quisiere ver cuánto ha aprovechado en
este camino de Dios, mire cuánto crece cada día en humildad interior
y exterior. ¿Cómo sufre las injusticias de los otros? ¿Cómo sabe
dar pasada a las flaquezas ajenas? ¿Cómo acude a las necesidades de
sus prójimos? ¿Cómo se compadece y no se indigna contra los
defectos ajenos? ¿Cómo sabe esperar en Dios en el tiempo de la
tribulación? ¿Cómo rige su lengua? ¿Cómo guarda su corazón?
¿Cómo trae domada su carne con todos sus apetitos y sentidos? ¿
Cómo se sabe valer en las prosperidades y adversidades? ¿Cómo se
repara y provee en todas las cosas con gravedad y discreción? Y,
sobre todo esto, mire si está muerto el amor de la honra, y del
regalo, y del mundo, y según lo que en esto hubiere aprovechado o
desaprovechado, así se juzgue, y no según lo que siente o no siente
de Dios. Y por esto siempre ha de tener él un ojo, y el más
principal en la mortificación, y el otro en la oración, porque esa
misma mortificación no se puede perfectamente alcanzar sin el socorro
de la oración.
SEGUNDO AVISO
Y si no debemos desear consolaciones y deleites espirituales para sólo
parar en ellos sino por los provechos que nos causan, mucho menos se
deben desear visiones o revelaciones o arrebatamientos y cosas
semejantes que pueden ser más peligrosas a. los que no están fundados
en humildad. Y no tenga el hombre miedo de ser en esto desobediente a
Dios, porque cuando Él quiere revelar algo, Él lo sabe descubrir
por tales modos que por más que el hombre huya El se lo certificará
de manera que no pueda dudar aunque quiera.
TERCER AVISO
Debe asimismo ser avisado en callar los favores o regalos que Nuestro
Señor le hiciere, si no fuere a sólo su maestro espiritual. Por lo
cual dice San Bernardo que el varón devoto ha de tener en la celda
escritas estas palabras: Mi secreto para mí, mi secreto para mi.
CUARTO AVISO
También debe el hombre tener aviso de tratar con Dios con la mayor
humildad y reverencia que le sea posible, de manera que nunca el ánima
ha de estar tan regalada y favorecida de Dios, que no vuelva los ojos
hacia dentro y mire su vileza y recoja sus alas y se humille delante de
tan grande majestad, como lo hacía San Agustín, de quien se dice
que había aprendido a alegrarse en la presencia de Dios con temor.
QUINTO AVISO
Dijimos arriba que el siervo de Dios ha de trabajar para tener sus
tiempos señalados para vacar a Dios, pues allende de este ordinario
de cada día debe desocuparse a tiempos de todo género de negocios,
aunque sean tantos, para entregarse del todo a los espirituales
ejercicios, y dar a su ánima un abundante pasto, con el cual se
reparte lo que con los defectos de cada día se gasta, y se cobren
nuevas fuerzas para pasar adelante. Y aunque esto se debe hacer en
otros tiempos, más especialmente se debe hacer en las fiestas
principales del año y en los tiempos de tribulaciones y trabajos, y
después de algunos caminos largos y de algunos negocios que han causado
distraimiento y derramamiento en el corazón para tornar a recogerlo.
SEXTO AVISO
Algunos hay también que tienen poco tiempo y discreción en sus
ejercicios cuando les va bien con Dios. A los cuales su misma
prosperidad viene a ser ocasión de su peligro. Porque hay muchos a
quien parece que se les da esta gracia a manos llenas, los cuales,
como hallan tan suave la comunicación del Señor, entréganse tanto a
ella y alargan tanto los tiempos de la oración y las vigilias y
asperezas corporales, que la naturaleza, no pudiendo sufrir a la
continua tanta carga, viene a dar con ella en tierra.
De donde nace que muchos vienen a estragarse los estómagos y la
cabeza, con lo que se hacen inhábiles no sólo para los otros trabajos
corporales, sino también para esos mismos ejercicios de oración.
Por lo cual conviene tener mucho tiento en estas cosas, mayormente a
los principios, donde los fervores y consolaciones son mayores, y la
experiencia y discreción menos, para que de tal modo tratemos la
manera de caminar que no faltemos a medio camino.
Otro extremo contrario es el de los regalados, que, so color de
discreción, hurtan el cuerpo a los trabajos, el cual, aunque en todo
género de persona sea muy dañoso, mucho más lo es en los que
comienzan, porque, como dice San Bernardol, imposible es que
persevere mucho en la vida religiosa el que siendo novicio es ya
discreto; siendo principiante, quiere ser prudente, y siendo aún
nuevo y mozo, comienza a tratarse y regalarse como viejo.
Y no es fácil de juzgar cuál de estos dos extremos sea más
peligroso, sino que la indiscreción (como dice muy bien Gerson) es
más incurable porque mientras el cuerpo está sano esperanza hay que
podrá haber remedio; mas después de ya estragado con la
indiscreción, mal se puede remediar.
SÉPTIMO AVISO
Otro peligro hay también en este camino, y por ventura mayor que
todos los pasados, el cual es que muchas personas, después que
algunas veces han experimentado la virtud inestimable de la oración y
visto por experiencia cómo todo el concierto de la vida espiritual
depende de ella, paréceles que ella sola es el todo, y que ella sola
basta para ponerlos en salvo, y así vienen a olvidarse de las otras
virtudes y aflojar en todo lo demás. De donde también procede que,
como todas las otras virtudes ayuden a esta virtud, faltando el
fundamento, también falta el edificio; y así, mientras el hombre
procura esta virtud, menos puede salir con ella.
Por esto, pues, el siervo de Dios debe poner los ojos no en una
virtud sola, por grande que sea, sino en todas las virtudes; porque
así como en la vihuela una sola voz no hace armonía si no suenan
todas, así una virtud sola no basta para hacer esta espiritual
consonancia si todas no responden con ella. Y así como un reloj si se
embaraza un solo punto para todo, así también acaece en el reloj de
la vida espiritual si falta una sola virtud.
OCTAVO AVISO
Aquí también conviene avisar que todas estas cosas que hasta aquí se
han dicho para ayudar a la devoción se han de tomar como unos aparejos
con que el hombre se dispone para la divina gracia; ocupándose
diligentemente en ellos, y quitando la confianza de ellos y poniéndola
en sólo Dios. Digo esto porque hay algunas personas que hacen como
arte de todas estas reglas y documentos, pareciéndoles que así como
el que aprende un oficio, guardadas bien las reglas de él, por virtud
de ellas saldrá luego buen oficial, así también el que estas reglas
guardare, por virtud de ellas, alcanzará luego lo que desea, sin
mirar que esto es hacer arte de la gracia, y atribuir a reglas y
artificios humanos lo que es pura, dádiva y misericordia del Señor.
Pues por esto conviene tomar estos negocios no como cosa de arte, sino
como de gracia, porque tomándolo de esta manera sabrá el hombre que
el principal medio que para esto se requiere es una profunda humildad y
conocimiento de su propia miseria, con grandísima confianza en la
divina misericordia, para que del conocimiento de lo uno y de lo otro
procedan siempre continuas lágrimas y oraciones, con las cuales,
entrando el hombre por la puerta de la humildad, alcance lo que desea
por humildad y lo conserve con humildad y lo agradezca con humildad,
sin tener ninguna repunta de confianza, ni en su manera de ejercicios,
ni en cosa que sea suya.
Fin del libro de la oración.
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