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Será bien tratar ahora de las tentaciones más comunes de las personas
que se dan a la oración y de sus remedios, las cuales, por la mayor
parte, son las siguientes: Las faltas de las consolaciones
espirituales. La guerra de los pensamientos importunos. Los
pensamientos de blasfemia e infidelidad. El temor desordenado. El
sueño demasiado. La desconfianza de aprovechar. La presunción de
estar ya muy aprovechado. El apetito demasiado de saber. El
indiscreto celo de aprovechar. Éstas son las más comunes tentaciones
que hay en este camino, los remedios de las cuales son los siguientes:
PRIMER AVISO
Primeramente, al que le faltaren las consolaciones espirituales, el
remedio es que no por eso deje el ejercicio de la oración
acostumbrada, aunque le parezca desabrida y de poco fruto, sino
póngase en la presencia de Dios como reo y culpado, y examine su
conciencia, y mire si por ventura perdió esta gracia por su culpa,
suplique al Señor con entera confianza le perdone, y declare las
riquezas inestimables de su paciencia y misericordia en sufrir y
perdonar a quien otra cosa no sabe sino ofenderle. De esta manera
sacará provecho de su sequedad, tomando ocasión para más se
humillar, viendo lo mucho que peca, y para más amar a Dios, viendo
lo mucho que le perdona. Y aunque no halle gusto en estos ejercicios,
no desista de ellos, porque no se requiere que sea siempre sabroso lo
que ha de ser provechoso. A lo menos esto se halla por experiencia,
que todas las veces que el hombre persevera en la oración con un poco
de atención y cuidado haciendo buenamente lo que puede, al cabo sale
de allí consolado y alegre, viendo que hizo de su parte algo de lo que
era en sí. Mucho hace en los ojos de Dios quien hace todo lo que
puede, aunque pueda poco. No mira Nuestro Señor tanto al caudal
del hombre, cuanto a su posibilidad y voluntad. Mucho da quien desea
dar mucho, quien da todo lo que tiene, quien no deja nada para sí.
No es mucho durar mucho en la oración, cuando es mucha la
consolación. Lo mucho es que, cuando la devoción es poca, la
oración es mucha, y mucha mayor la humildad, y la paciencia y la
perseverancia en el bien obrar.
También es necesario en estos tiempos andar con mayor solicitud y
cuidado que en los otros, velando sobre la guarda de sí mismo y
examinando con mucha atención sus pensamientos, y palabras, y obras;
porque como entonces nos falte la alegría espiritual (que es el
principal remo de esta navegación), es menester suplir con cuidado y
diligencia lo que falta de gracia. Cuando así te vieres, has de
hacer cuenta (como dice San Bernardo) que se te han dormido las
velas que te guardaban, y que se te han caído los muros que te
defendían. Y por eso toda la esperanza de salud está en las armas,
pues ya no te ha de defender el muro, sino la espada y la destreza en
el pelear. ¡Oh cuánta es la gloria del ánima que de esta manera
batalla, que sin escudo se defiende, y que sin armas pelea, y sin
fortaleza es fuerte y, hallándose en la batalla sola,toma el esfuerzo
y ánimo por compañía!
No hay mayor gloria en el mundo que imitar en las virtudes al
Salvador. Y entre sus virtudes se cuenta por muy principal haber
padecido lo que padeció, sin admitir en su ánima ningún género de
consuelo. De manera que el que así padeciere y peleare, tanto será
mayor imitador de Cristo cuanto más careciere de todo género de
consuelo. Y esto es beber el cáliz de la obediencia puro, sin mezcla
de otro licor. Éste es el toque principal en que se prueba la fineza
de los amigos, si son verdaderos o no lo son.
SEGUNDO AVISO
Contra la tentación de los pensamientos importunos que nos suelen
combatir en la oración, el remedio es pelear varonil y
perseverantemente contra ellos, aunque esta resistencia no ha de ser
con demasiada fatiga y congoja de espíritu, porque no es este negocio
tanto de fuerza, cuanto de gracia y humildad. Y por esto cuando el
hombre se hallare de esta manera, debe volverse a Dios sin escrúpulo
y sin congoja (pues esto o no es culpa, o es muy liviana), y con
toda humildad y devoción le diga: «Veis aquí, Señor mío,
quién soy yo, qué se esperaba de este muladar, sino semejantes
olores? ¿Qué se esperaba de esta tierra que Vos maldijisteis, sino
zarzas y espinas? Éste es el fruto que ella puede dar si Vos,
Señor, no la limpiáis». Y dicho esto, torne a atar su hilo como
de antes, y espere con paciencia la visitación del Señor, que nunca
falta a los humildes. Y si todavía te inquietaren los pensamientos,
y tú todavía perseverantemente les resistieres e hicieres lo que es en
ti, debes tener por cierto que mucha más tierra ganas en esta
resistencia que si estuvieras gozando de Dios a todo sabor.
TERCER AVISO
Para remedio de las tentaciones de blasfemia es de saber que así como
ningún linaje de tentaciones es más penoso que éste, así ninguno
hay menos peligroso, y así el remedio es no hacer caso de las
tentaciones, pues el pecado no está en el sentimiento, sino en el
consentimiento y en el deleite, el cual aquí no hay, sino antes al
contrario; y así, más se puede llamar ésta pena, que culpa,
porque cuan lejos está el hombre de recibir alegría con estas
tentaciones, tan lejos está de tener culpa en ellas. Y por eso el
remedio (como dije) es menospreciarlas y no temerlas; porque cuando
demasiadamente se temen, el mismo temor las despierta y las levanta.
CUARTO AVISO
Contra las tentaciones de infidelidad, el remedio es que acordándose
el hombre por un cabo de la pequeñez humana, y por otro de la grandeza
divina, piense en lo que Dios le manda, y no sea curioso en querer
escudriñar sus obras, pues vemos que muchas de ellas exceden a nuestro
saber.
Y, por tanto, el que quiere entrar en el santuario de las obras
divinas, ha de entrar con mucha hu- mildad y reverencia, y llevar
consigo ojos de paloma sencilla y no de serpiente maliciosa, y corazón
de discípulo y no de juez temerario. Hágase como niño pequeño,
porque a los tales enseña Dios sus secretos. No cure de saber el
porqué de las obras divinas, cierre el ojo de la razón y abra sólo
el de la fe, porque éste es el instrumento con que se han de tantear
las obras de Dios. Para mirar las obras humanas muy bueno es el ojo
de la razón humana; mas para mirar las divinas, no hay cosa más
desproporcionada que él. Mas porque ordinariamente esta tentación es
al hombre penosísima, el remedio es el de la pasada, que es no hacer
caso de ella, pues más es ésta pena que culpa, porque no puede haber
culpa en lo que la voluntad está contraria, como allí se declaró.
QUINTO AVISO
Algunos hay que son combatidos de grandes temores y fantasías, cuando
se apartan sólo de noche a orar. Contra esta tentación el remedio es
hacerse el hombre fuerza y perseverar en su ejercicio; porque huyendo
crece el temor, y peleando, la osadía. Aprovecha también
considerar que ni el demonio, ni otra cosa es poderosa para nos
dañar, sin licencia de Nuestro Señor. También aprovecha
considerar que tenemos al Ángel de nuestra Guarda a nuestro lado, y
en la oración mejor que en otra parte, porque allí existe él para
nos ayudar y llevar nuestras oraciones al cielo y defendernos del
enemigo, que no nos puede hacer mal.
SEXTO AVISO
Contra el sueño demasiado, el remedio es considerar que el sueño
unas veces procede de necesi- dad, y entonces el remedio es no negar
al cuerpo lo que es suyo, porque no nos impida lo que es nuestro.
Otras procede de enfermedad y entonces no debe el hombre congojarse por
eso, pues no tiene culpa, ni tampoco debe dejarse del todo vencer,
sino hacer de su parte lo que buenamente pudiere, para que del todo no
se pierda la oración, sin la cual no tenemos seguridad ni alegría
verdadera en esta vida. Otras veces nace el sueño de pereza o del
demonio que lo procura. Entonces el remedio es el ayuno, no beber
vino, beber poca agua, estar de rodillas, o en pie, o en cruz y no
arrimado, hacer alguna disciplina u otra cualquiera aspereza que
despierte y punce la carne.
Finalmente, el único y general remedio, así para este mal como para
los otros, es pedirlo a Aquel que está aparejado para dar, si
hubiere quien siempre le quiera pedir.
SÉPTIMO AVISO
Contra las tentaciones de la desconfianza y de la presunción; que son
vicios contrarios, es forzado que haya diversos remedios. Para la
desconfianza, el remedio es considerar que este negocio no se ha de
alcanzar por solas tus fuerzas, sino por la divina gracia, la cual
tanto más presto se alcanza, cuanto más el hombre desconfía de su
propia virtud y confía en sólo la bondad de Dios, a quien todo es
posible.
Para la presunción, el remedio es considerar que no hay más claro
indicio de estar el hombre muy lejos, que creer que está muy cerca,
porque en este camino los que van descubriendo más tierra, ésos se
dan mayor prisa por ver lo mucho que les falta; y por eso nunca hacen
caso de lo que tienen en comparación de lo que desean. Mírate,
pues, como en un espejo, en la vida de los Santos y en las de otras
personas señaladas que ahora viven en carne, y verás que eres ante
ellos como un enano en presencia de un gigante, y así no presumirás.
OCTAVO AVISO
Contra la tentación del demasiado apetito de saber y estudiar, el
primer remedio es considerar cuánto más excelente es la virtud que la
ciencia, y cuánto más excelente la sabiduría divina que la humana,
para que por aquí vea el hombre cuánto más se debe ocupar en los
ejercicios por do se alcanza la una que la otra. Tenga la gloria de la
sabiduría del mundo, las grandezas que quisiere, que al fin se acaba
esta gloria con la vida. Pues, ¿qué cosa puede ser más miserable
que adquirir con tanto trabajo lo que tampoco se ha de gozar? Todo lo
que aquí puedes saber es nada. Y si te ejercitares en el amor a
Dios, presto le irás a ver, y en él verás todas las cosas. «Y
el día del juicio no nos preguntarán qué leímos, sino qué
hicimos; ni cuán bien hablamos o predicamos, sino cuán bien
obramos».
NOVENO AVISO
Contra la tentación del indiscreto celo de aprovechar a otros, el
principal remedio es que de tal manera entendamos en el provecho del
prójimo, que no sea con perjuicio nuestro. Y que de tal manera
entendamos en los negocios de las conciencias ajenas, que tomemos
tiempo para las nuestras, el cual ha de ser tanto, que baste para
traer a la continua el corazón devoto y recogido, porque esto es andar
en espíritu, como dice el Apóstol, que es andar el hombre más en
Dios que en sí mismo. Pues como esto sea raíz y principio de todo
nuestro bien, todo nuestro trabajo ha de ser procurar de tener tan
larga y tan profunda oración, que baste para traer siempre el corazón
con esta manera de recogimiento y de devoción, para lo cual no basta
cualquier manera de recogimiento y oración, sino es menester que sea
muy larga y muy profunda.
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