CAPÍTULO II.7. EL DOMINGO

Este día pensarás en los beneficios divinos, para dar gracias al Señor por ellos y encenderte más en el amor de quien tanto bien te hizo. Y aunque estos beneficios sean innumerables, más puedes tú, a lo menos, considerar estos cinco más principales, conviene a saber: de la Creación, Conservación, Redención, Vocación, con los otros beneficios particulares y ocultos.

Y primeramente, cuando al beneficio de la creación, considera con mucha atención lo que eras antes que fueses criado, y lo que Dios hizo contigo, y te dio, ante todo merecimiento, conviene a saber: ese cuerpo con todos sus miembros y sentidos, y esa tan excelente ánima, con aquellas tres tan notables potencias, que son entendimiento, memoria y voluntad. Y mira bien que darte esta tal ánima fue darte todas las cosas, pues ninguna perfección hay en alguna criatura que el hombre no la tenga en su manera, por donde parece que darnos esta pieza sola fue darnos de una vez todas las cosas juntas.

Cuando al beneficio de la conservación, mira cuán colgado está todo tu ser de la Providencia divina; cómo no vivirías un punto, ni darías un paso, si no fuese por Él; cómo todas las cosas del mundo crió para tu servicio: la mar, la tierra, las aves, los peces, los animales, las plantas, hasta los mismos ángeles del cielo. Considera con esto la salud que te da, las fuerzas, la vida, el mantenimiento, con todos los otros socorros temporales. Y, sobre todo esto, pondera mucho las miserias y desastres en que cada día ves caer los otros hombres, en los cuales pudieras tú también haber caído si Dios, por su piedad, no te hubiera preservado.

Cuanto al beneficio de la redención, puedes considerar dos cosas: la primera, cuántos y cuán grandes hayan sido los bienes que nos dio mediante el beneficio de la redención; y la segunda, cuántos y cuán grandes hayan sido los males que padeció en su cuerpo y ánima santísima, para ganarnos estos bienes; y para sentir más lo que debes a este Señor por lo que por ti padeció, puedes considerar estas cuatro principales circunstancias en el misterio de su Sagrada Pasión, conviene a saber: quién padece, qué es lo que padece, por quién padece y por qué causa lo padece. ¿Quién padece? Dios.

¿Qué padece? Los mayores tormentos y deshonras que jamás se padecieron. ¿Por quién padece? Por criaturas infernales y abominables, y semejantes a los mismos demonios en sus obras. ¿Por qué causa padece? No por su provecho ni por nuestro merecimiento, sino por las entrañas de su infinita caridad y misericordia.

Cuanto al beneficio de la vocación, considera primeramente cuán grande merced de Dios fue hacerte cristiano, y llamarte a la fe por medio del bautismo y hacerte también participante de los otros sacramentos. Y si después de este llamamiento, perdida ya la inocencia, te sacó de pecado, y volvió a su gracia, y te puso en estado de salud, ¿cómo te podrás alabar por este beneficio? ¡Qué tan grande misericordia fue aguardarte tanto tiempo y sufrirte tantos pecados, y enviarte tantas inspiraciones, y no cortarte el hilo de la vida como se cortó a otros en ese mismo estado; y, finalmente, llamarte con tan poderosa gracia que resucitases de muerte a vida y abrieses los ojos a la luz! ¡Qué misericordia fue, después de ya convertido, darte gracia para no volver al pecado, y vencer al enemigo y perseverar en lo bueno! Éstos son los beneficios públicos y conocidos: otros hay secretos, que no los conoce sino el que los ha recibido, y aun otros hay tan secretos, que el mismo que los recibió no los conoce, sino sólo aquel que los hizo. ¡Cuántas veces habrás en este mundo merecido por tu soberbia, o negligencia, o desagradecimiento, que Dios te desamparase, como habrá desamparado a otros muchos por alguna de estas causas, y no lo ha hecho! ¡Cuántos males, y ocasiones de males, habrá prevenido el Señor con su providencia deshaciendo las redes del enemigo, y acortándole los pasos, y no dando lugar a sus tratos y consejos! ¡Cuántas veces habrá hecho con cada uno de nosotros aquello que él dijo a San Pedro (Lc.22,31): Mira que Satanás andaba muy negociado para aventaros a todos como a trigo, mas yo he rogado por ti, que no desfallezca tu fe! Pues, ¿quién podrá saber esos secretos sino Dios? Los beneficios Positivos, bien los puede a veces conocer el hombre, mas los privativos, que no consisten en hacernos bienes, sino en librarnos de males, ¿quién los conocerá? Pues así por éstos, como por los otros, es razón que demos siempre gracias al Señor, y que entendamos cuán alcanzados andamos de cuenta, y cuánto más es lo que le debemos que lo que le podemos pagar, pues aún no lo podemos entender.




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