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Este día pensarás en la Oración del Huerto, y en la Pasión del
Salvador, y en la entrada y afrentas de la casa de Anás.
Considera, pues, primeramente cómo acabada aquella misteriosa
Cena, se fue -el Señor con sus discípulos al monte Olivete a
hacer oración antes que entrase en la batalla de su pasión, para
enseñarnos cómo en todos los trabajos y tentaciones de esta vida hemos
siempre de recurrir a la oración como a una sagrada áncora, por cuya
virtud o nos será quitada la carga de la tribulación, o se nos darán
fuerzas para llevarla, que es otra gracia mayor. Para compañía de
este camino tomó consigo aquellos tres amados discípulos, San
Pedro, Santiago y San Juan (Mt.17), los cuales habían sido
testigos de su gloriosa Transfiguración, para que ellos mismos viesen
cuán diferente figura tomaba ahora por amor de los hombres el que tan
glorioso se les había mostrado en aquella visión. Y porque
entendisen que no eran menores los trabajos interiores de su ánima que
los que por de fuera comenzaba a descubrir, díjoles aquellas tan
dolorosas palabras: Triste está mi ánima hasta la muerte.
Esperadme aquí, y velad conmigo (Mt.26,37). Acabadas estas
palabras, apartóse el Señor de los discípulos cuanto un tiro de
piedra, y, postrado en tierra con grandísima reverencia, comenzó su
oración diciendo: Padre, si es posible, traspasa de Mí este
cáliz: mas no se haga como Yo lo quiero, sino como Tú
(Mt.17,39). Y hecha esta oración tres veces, a la tercera
fue puesto en tan grande agonía, que comenzó a sudar gotas de
sangre, que iban por todo su sagrado Cuerpo hilo a hilo hasta caer en
tierra. Considera, pues, al Señor en este paso tan doloroso, y
mira cómo representándosele allí todos los tormentos que había de
padecer, aprendiendo perfectísimamente tan crueles dolores como se
aparejaban para el más delicado de los cuerpos, y poniéndosele
delante todos los pecados del mundo (por los cuales padecía) y el
desagradecimiento de tantas ánimas, que no habían de reconocer este
beneficio, ni aprovecharse de tan grande y costoso remedio fue su
ánima en tanta manera angustiada, y sus sentidos y carne delicadísima
tan turbados, que todas las fuerzas y elementos de su cuerpo se
destemplaron, y la carne bendita se abrió por todas partes y dio lugar
a la sangre que manase por toda ella en tanta abundancia que corriese
hasta la tierra. Y si la carne, que de sola recudida padecía esos
dolores, tal estaba, ¿qué tal estaría el ánima que derechamente
los padecía? Mira después cómo, acabada la oración, llegó aquel
falso amigo con aquella infernal compañía, renunciado ya el oficio
del Apostolado y hecho adalid y capitán del ejército de Satanás.
Mira cuán sin vergüenza se adelantó primero que todos, y llegando
al buen Maestro, lo vendió con beso de falsa paz. En aquella hora
dijo el Señor a los que le venían a prender (Mt.17,39):
Así como a ladrón salisteis a Mí con espadas y lanzas; y habiendo
yo estado con vosotros cada día en el Templo, no extendisteis las
manos en Mí; mas ésta es vuestra hora y el poder de las tinieblas.
¿Qué cosa de mayor espanto que ver al Hijo de Dios tomar imagen,
no solamente de pecador, sino también de condenado?
(Lc.22,53): Ésta es, dice Él, vuestra hora y el poder de
las tinieblas. De las cuales palabras se saca que por aquella hora fue
entregado aquel inocentísimo Cordero en poder de los príncipes de las
tinieblas, que son los demonios, para que por medio de sus ministros
ejecutasen en él todos los tormentos y crueldades que quisiesen.
Piensa, pues, ahora tú hasta dónde se abajó aquella Alteza divina
por ti, pues llegó al postrero de todos los males, que es a ser
entregado en poder de los demonios. Y porque la pena que tus pecados
merecían era ésta, Él se quiso poner a esta pena por que tú
quedases libre de ella.
Dichas estas palabras arremetió luego toda aquella manada de lobos
hambrientos con aquel manso Cordero, y unos lo arrebatan por una
parte, otros por otra, cada uno como podía. ¡Oh, cuán
inhumanamente le tratarían, cuántas descortesías le dirían,
cuántos golpes y estirones le darían, qué de gritos y voces
alzarían, como suelen hacer los vencedores cuando se ven ya con la
presa! Toman aquellas santas manos, que poco antes habían obrado
tantas maravillas, y átanlas muy fuertemente con unos lazos
corredizos, hasta de sollarle los cueros de los brazos y hasta hacerle
reventar la sangre, y así lo llevan atado por las calles públicas,
con grande ignominia. Míralo muy bien cuál va por este camino
desamparado de"sus discípulos, acompañado de sus enemigos, el paso
corrido, el huelgo apresurado, la color mudada y el rostro ya
encendido y sonrosado con la prisa del caminar. Y contempla en tan mal
tratamiento de su Persona tanta mesura en su rostro, tanta gravedad en
sus ojos y aquel semblante divino que en medio de todas las
descortesías del mundo nunca pudo ser oscurecido.
Luego puedes ir con el Señor a la casa de Anás, y mira cómo
allí, respondiendo el Señor cortésmente a la pregunta que el
Pontífice le hizo sobre sus discípulos y doctrina, uno de aquellos
malvados, que presentes estaban, dio una gran bofetada en su rostro,
diciendo (Io.18,22): ¿Así has de responder al Pontífice?
A cual el Salvador, benignamente, respondió: Si mal hablé,
muéstrame en qué, y si bien, ¿por qué me hieres? Mira, pues
aquí, oh ánima mía, no solamente la mansedumbre de esta respuesta,
sino también aquel divino rostro señalado y colorado con la fuerza del
golpe, y aquella muestra de ojos tan serenos y tan sin turbación en
aquella afrenta y aquella ánima santísima en lo interior tan humilde y
tan aparejada para volver la otra mejilla, si el verdugo lo demandara.
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