Anónimo inglés del Siglo XIV

La Nube del No-Saber


 
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Que así como comenzamos a entender lo espiritual
allí donde termina el conocimiento del sentido,
de la misma manera llegamos mucho más fácilmente
a la altísima comprensión de Dios, posible en esta vida
con ayuda de la gracia, donde termina nuestro
conocimiento espiritual

Persevera, pues, penetrando en esta nada que no está en ninguna parte, y no trates de emplear los sentidos de tu cuerpo ni sus percepciones. Repito, no están adaptados a esta obra. Tus ojos están destinados a ver las cosas materiales de tamaño, forma, color y posición. Tus oídos funcionan ante el estimulo de las ondas sonoras. Tu nariz está modelada para distinguir entre los buenos y malos olores, y tu gusto para distinguir lo dulce de lo agrio, lo salado de lo fresco, lo agradable de lo amargo. Tu sentido del tacto te indica lo que es caliente o frío, duro o blando, suave o áspero.

Pero, como tú sabes, ni la cualidad ni la cantidad son propiedades que pertenezcan a Dios ni a nada espiritual. Por tanto, no trates de usar tus sentidos internos o externos para captar lo espiritual. Los que se disponen a trabajar en el espíritu pensando que pueden ver, oír, gustar y sentir lo espiritual, interior o exteriormente, se engañan grandemente y violan el orden natural de las cosas. La naturaleza destinó los sentidos a adquirir el conocimiento del mundo material, no a entender las realidades íntimas del espíritu. Lo que quiero decir es que el hombre conoce las cosas del espíritu más por lo que no son que por lo que son. Cuando en la lectura o conversación topamos con cosas que nuestras facultades naturales no pueden escudriñar, podemos estar seguros de que son realidades espirituales.

Nuestras facultades espirituales, por otra parte, están igualmente limitadas en relación al conocimiento de Dios tal como es. Pues, por mucho que el hombre pueda saber sobre todas las cosas espirituales creadas, su entendimiento nunca podrá comprender la verdad espiritual increada que es Dios. Pero hay un conocimiento negativo que sí entiende a Dios. Procede afirmando de todo lo que conoce: esto no es Dios, hasta que finalmente llega a un punto en que el conocimiento se agota. Tal es la postura de san Dionisio, que dijo: «El conocimiento más divino de Dios es el que conoce por el no-conocer».

Quien lea el libro de Dionisio verá confirmado en él todo lo que he venido tratando de enseñar en este libro desde el principio hasta el final. A excepción de esta única frase no quiero citarle más a él ni a ningún otro maestro de la vida interior sobre esta materia. Hubo un tiempo en que era considerado como modestia el no decir nada de tu propia cosecha sin confirmarlo con textos de la Escritura o de otros maestros conocidos. Hoy en cambio, esta clase de cosas se considera una moda yana en los engreídos círculos intelectuales. Por mi parte, no quisiera molestarte con todo esto, ya que no lo necesitas para nada.

El que tenga oídos para oír, que me oiga, y el que se sienta movido a creerme, que acepte con sencillez lo que digo por el valor que en si tiene, pues en realidad no cabe otra posibilidad.

 
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Que algunas personas experimentan la perfección
de la contemplación en raros momentos de éxtasis,
llamados «raptos», mientras que otras
lo experimentan cuando están en medio
de su trabajo rutinario de cada día

Algunos creen que la contemplación es una experiencia tan difícil y tan terrible que ningún hombre puede lograrla sin una gran lucha y que sólo raras veces se goza de ella en los momentos de éxtasis llamados raptos. Contestaré a estas personas lo mejor que pueda.

La verdad es que Dios, en su sabiduría, determina el curso y el carácter de la dirección contemplativa de cada uno, según los talentos y los dones que le ha dado. Es cierto que algunas personas no llegan a la contemplación sin pasar por un largo y difícil proceso espiritual, y aun entonces sólo raras veces conocen su perfección en la delicia del éxtasis llamado rapto. Hay otros, sin embargo, tan transformados espiritualmente por la gracia, que han llegado a una intimidad tan grande con Dios en la oración, que parecen poder estar en profundo abismamiento, o volver a él cuando quieren, aun en medio de su rutina diaria, ya estén sentados, de pie, caminando o de rodillas. Se las arreglan para mantener el pleno control y uso de sus facultades físicas y espirituales en todo momento, no sin alguna dificultad quizá, pero no mucha.

En Moisés tenemos un tipo de contemplativo de la primera clase, y en Aarón un tipo de la segunda. El Arca de la Alianza representa la gracia de la contemplación, y los hombres cuya vida estuvo más vinculada al Arca (como refiere la historia) representan a los llamados a la contemplación. Hablando con más propiedad, el Arca simboliza los dones de la contemplación, pues así como el Arca contenía todas las joyas y tesoros del templo, de la misma manera este pequeño amor dirigido hacia Dios en la nube del no-saber contiene todas las virtudes del espíritu humano, que, como sabemos, es el templo de Dios.

Antes de que le fuera dado contemplar el Arca y recibiera su diseño, Moisés tuvo que subir el largo y penoso sendero de la montaña y morar en ella rodeado por una oscura nube durante seis días. Al séptimo día, el Señor le mostró el diseño para la construcción del Arca. Moisés perseveró en esta dura tarea, y en la tardía iluminación que finalmente recibió podemos ver el modelo de los que parecen tener que sufrir mucho antes de llegar a las cimas de la contemplación y sólo raras veces pueden disfrutarla en plenitud.

Lo que Moisés ganó con tanto esfuerzo y disfrutó tan raras veces, lo consiguió Aarón al parecer con poco trabajo. Pues su oficio de sacerdote le permitía entrar en el Santo de los Santos y contemplar el Arca tantas veces como quería. Aarón, pues, representa a las personas que he mencionado arriba y que por su sabiduría espiritual y la asistencia de la gracia divina gozan del fruto perfecto de la contemplación tantas veces como quieren.

 
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Que un contemplativo no debe tomar
su propia experiencia como criterio
para otros contemplativos

Es importante comprender que en la vida interior no debemos tomar nunca nuestras propias experiencias (o la falta de ellas) como norma para otro cualquiera. Quien trabajó duro para llegar a la contemplación y después raras veces goza de la perfección de esta obra, fácilmente puede llevarse a engaño al hablar, pensar o juzgar a otras personas en base a su propia experiencia. En el mismo sentido, el hombre que con frecuencia experimenta las delicias de la contemplación -al parecer, casi siempre que quiere- puede errar si mide a los otros por si mismo. No pierdas el tiempo en estas comparaciones. Pues, quizá por un sabio designio de Dios, puede ser que si bien al principio lucharon larga y difícilmente en la oración y sólo gustaron sus frutos ocasionalmente, puedan experimentarlos después siempre que quieran y en gran abundancia. Así sucedió a Moisés. Al principio sólo se le concedió contemplar el Arca alguna que otra vez y no sin haber luchado duro en la montaña, pero después, cuando se instaló en el valle, pudo gozar de ella a placer.

 
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Que el Arca de la Alianza es figura
de la contemplación; que Moisés, Besalel y Aarón
y su comunicación con el Arca representan
tres caminos de contemplación

Como narran las Escrituras, hubo tres hombres muy vinculados al Arca: Moisés, Besalel y Aarón. En la montaña, Moisés aprendió de Dios cómo había de ser construida. Sirviéndose del proyecto que Moisés había recibido de Dios, Besalel la construyó en el valle. Y Aarón cuidó de ella en el templo, viéndola y tocándola cuantas veces quiso.

Estos tres hombres ilustran los tres caminos por los que la gracia nos puede llevar a la contemplación. A veces, como Moisés, debemos ascender a la montaña y luchar sólo con la ayuda de la gracia, antes de llegar a la contemplación, para después, como él, disfrutar sus frutos, si bien raras veces. (Quiero, sin embargo, en este contexto dejar claro que la revelación personal de Dios a Moisés fue un don y no la recompensa a su esfuerzo). Nuestro progreso en la contemplación puede también realizarse por nuestra propia penetración espiritual ayudada de la gracia; entonces somos Besalel, que no pudo contemplar el Arca hasta que hubo trabajado para modelarla con sus propios esfuerzos, si bien ayudado por el diseño dado a Moisés en la montaña. Hay otras veces, por fin, en que la gracia nos arrastra, sirviendo como instrumento las palabras de otros. Entonces somos como Aarón, a quien se le confió el cuidado del Arca que Besalel modeló y preparó con la habilidad de sus manos.

Mi querido joven amigo, ¿te das cuenta de lo que trato de decir? Aunque lo he expresado de una manera infantil y torpe y aunque soy un pobre e indigno maestro, te propongo el oficio de Besalel al explicar y poner en tus manos, como si dijéramos, esta arca espiritual. Pero tú puedes superar con creces mi rudo trabajo si quieres ser Aarón entregándote continuamente a la contemplación por los dos. Te pido que lo hagas por amor de Dios todopoderoso. Él nos ha llamado a los dos a esta obra, pero te pido, por el amor de Dios, que suplas con tu ardor lo que me falta a mi 

74
Que todo aquel que está llamado a la contemplación
podrá reconocer algo afín a su espíritu al leer
este libro y que sólo a esta persona se le debiera
permitir leerlo o escucharlo;
se repiten las observaciones del prólogo

Si el tipo de oración que he descrito en este libro te parece inadecuado para ti espiritual o temperamentalmente, siéntete perfectamente libre para dejarlo, y confiadamente y con la ayuda de un sabio consejero busca otro. En tal caso confío en que me excusarás por cuanto llevo escrito aquí. Con toda verdad he escrito solamente llevado de mi simple entender de estas cosas y sin otra intención que ayudarte. Por eso, vuélvelo a leer dos o tres veces. Cuanto más lo leas, mejor; pues tanto mejor captarás su sentido. Partes que parecen difíciles y oscuras en una primera lectura, quizá aparezcan obvias y claras en una segunda.

Mi opinión es que todo aquel a quien la gracia ha llevado a la contemplación no puede leer este libro (o escuchar su lectura) sin sentir que habla de algo afín a su propio espíritu. Si tú lo sientes así y lo encuentras provechoso, da gracias a Dios de todo corazón y por su amor ruega por mi.

Espero sinceramente que harás esto. Pero te pido con insistencia, por amor de Dios, que no compartas este libro con nadie más a menos que estés convencido de que es una persona que lo ha de entender y apreciar. Lee de nuevo el capítulo en que describo el tipo de persona que debe comenzar la obra de contemplación y sabrás a qué clase de persona me refiero. Y si lo compartes con otro, insiste, por favor, en la importancia de leerlo del principio al fin. Hay partes, sin duda, que no se comprenden por si solas sino que requieren la clarificación y la explicación de otras. Si una persona lee solamente una sección y deja las que la completan, puede fácilmente caer en error. Haz, pues, lo que te pido. Y si crees que algunas partes necesitan una mayor clarificación, hazme saber las que son y lo que piensas de ellas, y yo las revisaré lo mejor que pueda, según mi simple conocimiento de estas cosas.

No quiero que se apoderen de este libro chismes mundanos, ni halagadores ni esa clase de personas que en todo encuentran reparos, tampoco alcahuetes y entrometidos o simplemente curiosos -educados o no. Nunca me propuse escribir para esta clase de personas ni quiero siquiera que oigan hablar de él. No dudo que algunas de ellas sean personas buenas, incluso quizá muy entregadas en la vida activa, pero este libro no responde a sus necesidades.

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De ciertos signos por los que el hombre puede saber
si Dios le llama o no a la contemplación

Querría dejar claro que no todo el que lea este libro (u oyera su lectura) y lo encuentre interesante, está ya llamado a la contemplación. La excitación interior que siente quizá no sea tanto la atracción de la gracia como el despertar de una curiosidad natural. Te daré algunos signos para ayudarte a examinar esta atracción y discernir su causa verdadera.

En primer lugar, examínese el hombre a sí mismo y vea si ha hecho todo lo que está en su poder para purificar su conciencia de pecado deliberado según los preceptos de la santa Iglesia y el consejo de su padre espiritual. Si está satisfecho de su labor, todo va bien. Pero, para estar más seguro, examine si le atrae más la simple oración contemplativa que cualquier otra devoción espiritual. Y entonces, si su conciencia no le deja en paz en ninguna obra, tanto exterior como interior, hasta que hace de este secreto y pequeño amor dirigido a la nube del no-saber su principal preocupación, es señal de que Dios le llama a esta actividad. Pero si faltan estos signos, te aseguro que no llama.

No digo que todos los llamados a la contemplación vayan a sentir el impulso del amor de una forma continua y permanente desde el principio, pues no es este el caso. De hecho, el joven aprendiz de contemplativo puede dejar de experimentarlo completamente por diversas razones. A veces Dios puede quitarlo con el fin de que no comience a presumir de que es cosa suya,

o que lo puede controlar a voluntad. Semejante presunción es orgullo. Siempre que se retira la sensación de la gracia, la causa es el orgullo. Pero no necesariamente porque uno haya cedido al orgullo, sino porque sí esta gracia no se retirara de cuando en cuando, el orgullo echaría ciertamente raíces. Dios en su misericordia protege al contemplativo en este camino, aunque algunos neófitos insensatos lleguen a pensar que se ha convertido en su enemigo. No aciertan a ver cuán verdadera es su amistad. Otras veces Dios puede retirar su don cuando el joven aprendiz avanza despreocupado y comienza a considerarlo como algo natural. Si esto sucede, se verá muy probablemente abrumado por amargas congojas y remordimientos. Pero ocasionalmente nuestro Señor puede diferir su devolución, de manera que habiendo sido perdido y encontrado de nuevo pueda ser más hondamente apreciado.

Uno de los signos más claros y ciertos por los que una persona puede saber si ha sido llamada a esta actividad es la actitud que detecta en si cuando ha vuelto a encontrar el don perdido de la gracia. Pues, si después de una larga demora e incapacidad para ejercer esta actividad, siente que su deseo hacia ella se renueva con mayor pasión y un anhelo más profundo de amor -tanto más si (como pienso a menudo) el dolor que sintió por su pérdida le parece como nada al lado de su alegría por haberlo encontrado de nuevo-, no tema equivocarse al creer que Dios le llama a la contemplación, sin tener en cuenta la clase de persona que es ahora o ha sido en el pasado. Dios no ve con sus ojos misericordiosos lo que eres ni lo que has sido, sino lo que deseas ser. San Gregorio declara que «todos los santos deseos se elevan en intensidad con la

demora de su cumplimiento, y el deseo que se desvanece con la demora nunca fue santo». Pues si un hombre experimenta cada vez menos alegría cuando descubre nuevamente la súbita presencia de los grandes deseos que había abrigado anteriormente, esto es señal de que su primer deseo no era santo. Sintió posiblemente una tendencia natural hacia el bien, pero esta no ha de confundirse con el deseo santo. San Agustín explica lo que quiero decir con deseo santo, cuando afirma que «la vida entera de un buen cristiano no es nada menos que un santo deseo».

Mi querido amigo, me despido de ti con la bendición de Dios y la mía. Que Dios te dé a ti y a todos los que le aman paz verdadera, sabio consejo y su propia alegría interior en la plenitud de la gracia. Amén.

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