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Este día pensarás en las miserias de la vida humana para que por ella
veas cuán vana sea la gloria del mundo y cuán digna de ser
menospreciada, pues se funda sobre tan flaco cimiento como esta tan
miserable vida; y aunque los defectos y miserias de esta vida sean casi
innumerables, tú puedes ahora señaladamente considerar estas siete.
Primeramente, considera cuán breve sea esta vida, pues el más largo
tiempo de ella es de setenta u ochenta años, porque todo lo demás,
si algo queda, como dice el Profeta (Ps.89,10), es trabajo y
dolor, y si de aquí se saca el tiempo de la niñez, que más es vida
de bestias que de hombres, el que se gasta durmiendo, cuando no usamos
de los sentidos ni de la razón (que nos hace hombres), hallaremos
ser aún más breve de lo que parece. Y si sobre todo esto lo comparas
con la eternidad de la vida venidera, apenas te parecerá un punto.
Por donde verás cuán desvariados son los que por gozar de este soplo
de vida tan breve se ponen a perder el descanso de aquella que para
siempre ha de durar. Lo segundo, considera cuán incierta sea esta
vida (que es otra miseria sobre la pasada), porque no basta ser de
suyo tan breve como es, sino que ese poco que hay de vida no está
seguro, sino dudoso. Porque ¿cuántos llegan a esos setenta u
ochenta años que dijimos? ¿A cuántos se corta la tela en
comenzándose a tejer? ¿Cuántos se van en flor, como dicen, o en
agraz? No sabéis, dice el Salvador (Mc.13,35) cuándo
vendrá vuestro Señor, si a la mañana, si al medio día, si a la
media noche, si al canto del gallo.
Aprovecharte ha, para mejor sentir esto, acordarte de la muerte de
muchas personas que habrás conocido -en este mundo, especialmente de
tus amigos y familiares, y de algunas personas ilustres y señaladas,
a las cuales salteó la muerte en diversas edades, y dejó burlados
todos sus propósitos y esperanzas.
Lo tercero, piensa cuán frágil y quebradiza sea esta vida, y
hallarás que no hay vaso de vidrio tan delicado como ella es, pues un
aire, un sol, un jarro de agua fría, un vaho de un enfermo, basta
para despojarnos de ella, como parece por las experiencias cotidianas
de muchas personas, a las cuales en lo más florido de su edad basta
para derribar cualquier ocasión de las sobredichas.
Lo cuarto, considera cuán mudable es y cómo nunca permanece en un
mismo ser. Para lo cual debes considerar cuánta sea la mudanza de
nuestros cuerpos, los cuales nunca permanecen en una misma salud y
disposición, y cuánto mayor la de los ánimos, que siempre andan
como la mar alterados con diversos vientos y olas de pasiones y apetitos
y cuidados que a cada hora nos perturban y, finalmente, cuántas sean
las mudanzas que dicen de la fortuna, que nunca consiente mucho
permanecer, ni en un mismo estado, ni en una misma prosperidad y
alegría las cosas de la vida humana, sino siempre rueda de un lugar a
otro. Y, sobre todo esto, considera cuán continuo sea el movimiento
de nuestra vida, pues día y noche nunca para, sino siempre va
perdiendo de su derecho. Según esto, ¿qué es nuestra vida sino una
candela, que siempre se está gastando, y
mientras más arde y resplandece, más se gasta? (Iob.14,2):
¿ Qué es nuestra vida, sino una flor que abre a la mañana y al
medio día se marchita, y a la tarde se seca?
Pues por razón de esta continua mudanza, dice Dios por Isaías
(Is.40,6): Toda carne es heno, y toda la gloria de ella es
como la flor del campo. Sobre las cuales palabras dice San
Jerónimo: Verdaderamente, quien considerare la fragilidad de
nuestra carne, y cómo en todos los puntos y momentos de tiempo
crecemos y decrecemos, sin jamás permanecer en un mismo estado, y
cómo esto que ahora estamos hablando, trazando y escudriñando, se
está quitando de nuestra vida, no dudará llamar a nuestra carne
heno, y toda su gloria como la flor del campo. El que ahora es niño
de teta, súbitamente se hace muchacho, y el muchacho, mozo, y el
mozo muy pronto llega a la vejez, y primero se halla viejo que se
maraville de ver cómo ya no es mozo. Y la mujer hermosa, que llevaba
tras sí las manadas de los mozuelos locos, muy presto descubre la
frente arada con arrugas, y la que antes era amable, de ahí a poco
viene a ser aborrecible.
Lo quinto, considera cuán engañosa sea (que por ventura es lo'
peor que tiene, pues a tantos engaña, y tantos y tan ciegos amadores
lleva tras sí), pues siendo fea nos parece hermosa, siendo amarga
nos parece dulce, siendo breve, a cada uno la suya, le parece larga,
y siendo tan miserable, parece tan amable, que no hay peligro ni
trabajo a que no se pongan los hombres por ella, aunque sea con
detrimento de la vida perdurable, haciendo cosas por donde vengan a
perder la vida perdurable.
Lo sexto, considera cómo además de ser tan breve, etc. (según
está dicho), eso poco que hay de vida está sujeto a tantas
miserias, así del ánima como del cuerpo, que todo ello no es otra
cosa sino un valle de lágrimas y un piélago de infinitas miserias.
Escribe San Jerónimo que Jerjes, aquel poderosísimo rey que
derribaba los montes y allanaba los mares, como se subiese a un monte
alto a ver desde allí un ejército que tenía juntado de infinitas
gentes, después que lo hubo bien mirado, dice que se paró a llorar.
Y preguntado por qué lloraba, respondió: Lloro porque de aquí a
cien años no estará vivo ninguno de cuantos allí veo presentes.
¡Oh si pudiésemos (dice San Jerónimo) subirnos a alguna
atalaya, que dende allá pudiésemos ver toda la tierra debajo de
nuestros pies! Dende ahí verías las caídas y miserias de todo el
mundo, y gentes destruidas por gentes, y reinos por reinos. Verías
cómo a unos atormentan, a otros matan; unos se ahogan en la mar,
otros son llevados cautivos. Aquí verás bodas, allí llanto; aquí
matar unos, allí morir otros; unos abundar en riquezas, otros
mendigar. Y finalmente verías no solamente el ejército de jerjes,
sino a todos los hombres del mundo que ahora son, los cuales de aquí a
pocos días acabarán. Discurre por todas las enfermedades y trabajos
de los cuerpos humanos y por todas las aflicciones y cuidados de los
espíritus, y por los peligros que hay, así en todos los estados como
en todas las edades de los hombres, y verás aún más claro cuántas
sean las miserias de esta vida, pues que viendo tan claramente cuán
poco es todo lo que el mundo puede dar, más fácilmente menosprecies
tanto lo que hay en él.
A todas estas miserias sucede la última, que es morir, la cual,
así para lo del cuerpo como para lo del ánima, es la última de todas
las cosas terribles; pues el cuerpo será en un punto despojado de
todas las cosas, y del ánima se ha de determinar entonces lo que para
siempre ha de ser.
Todo esto te dará a entender cuán breve y miserable sea la gloria del
mundo (pues tal es la vida de los mundanos sobre que se funda) y, por
consiguiente, cuán digna sea ella de ser hollada y menospreciada.
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