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1. Por todo lo que queda dicho arriba, se colige y entiende bien
cuánto daño se le puede seguir al alma, por vía de estas
aprehensiones sobrenaturales, de parte del demonio, pues no
solamente puede representar en la memoria y fantasía muchas
noticias y formas falsas que parezcan verdaderas y buenas,
imprimiendolas en el espíritu y sentido con mucha eficacia y
certificación por sugestión, de manera que le parezca al alma que
no hay otra cosa, sino que aquello es así como se le asienta
(porque, como se transfigura en ángel de luz, parecele al alma
luz); y tambien en las verdaderas que son de parte de Dios puede
tentarla de muchas maneras, moviendole los apetitos y afectos,
ahora espirituales, ahora sensitivos, desordenadamente acerca de
ellas. Porque si el alma gusta de las tales aprehensiones, esle
muy fácil al demonio hacerle crecer los apetitos y afectos y caer
en gula espiritual y otros daños.
2. Y para hacer esto mejor, suele el sugerir y poner gusto, sabor
y deleite en el sentido acerca de las mismas cosas de Dios, para
que el alma, enmelada y encandilada en aquel sabor, se vaya
cegando con aquel gusto y poniendo los ojos más en el sabor que en
el amor, a lo menos ya no tanto en el amor, y que haga más caso de
la aprehensión que de la desnudez y vacío que hay en la fe y
esperanza y amor de Dios, y de aquí vaya poco a poco engañándola y
haciendola creer sus falsedades con gran felicidad.
Porque al alma ciega, ya la falsedad no le parece falsedad, y lo
malo no le parece malo, etc.; porque le parecen las tinieblas luz,
y la luz tinieblas, y de ahí viene a dar en mil disparates, así
acerca de lo natural, como de lo moral, como tambien de lo
espiritual; y ya lo que era vino se le volvió vinagre. Todo lo
cual le viene porque al principio no fue negando el gusto de
aquellas cosas sobrenaturales; del cual, como al principio es poco
o no es tan malo, no se recata tanto el alma, y dejale estar y
crece, como el grano de mostaza en árbol grande (Mt. 13, 32).
Porque pequeño yerro, como dicen, en el principio, grande es en el
fin.
3. Por tanto, para huir este daño grande del demonio, conviene
mucho al alma no querer gustar de las tales cosas, porque
certísimamente irá cegándose en el tal gusto y cayendo; porque el
gusto y deleite y sabor, sin que en ello ayude el demonio, de su
misma cosecha ciegan al alma. Y así lo dio a entender David (Sal.
138, 11) cuando dijo: Por ventura en mis deleites me cegarán las
tinieblas, y tendre la noche por mi luz.
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