|
1. Las aprehensiones sobrenaturales ya dichas de la memoria son
tambien a los espirituales grande ocasión para caer en alguna
presunción o vanidad, si hacen caso de ellas para tenerlas en
algo. Porque, así como está muy libre de caer en este vicio el que
no tiene nada de eso, pues no ve en sí de que presumir; así, por
el contrario, el que lo tiene, tiene la ocasión en la mano de
pensar que ya es algo, pues tiene aquellas comunicaciones
sobrenaturales. Porque, aunque es verdad que lo pueden atribuir a
Dios y darle gracias teniendose por indignos, con todo eso se
suele quedar cierta satisfacción oculta en el espíritu y
estimación de aquello y de sí, de que, sin sentirlo, les hace
harta soberbia espiritual.
2. Lo cual pueden ver ellos bien claramente en el disgusto que les
hace y desvío con quien no les alaba su espíritu ni les estima
aquellas cosas que tienen, y la pena que les da cuando piensan o
les dicen que otros tienen aquellas cosas o mejores. Todo lo cual
nace de secreta estimación y soberbia, y ellos no acaban de
entender que por ventura están metidos en ella hasta los ojos. Que
piensan que basta cierta manera de conocimiento de su miseria,
estando juntamente con esto llenos de oculta estimación y
satisfacción de sí mismos, agradándose más de su espíritu y bienes
espirituales que del ajeno; como el fariseo que daba gracias a
Dios que no era como los otros hombres y que tenía tales y tales
virtudes, en lo cual tenía satisfacción de sí y presunción (Lc.
18, 1112). Los cuales, aunque formalmente no lo digan como este,
lo tienen habitualmente en el espíritu. Y aun algunos llegan a ser
tan soberbios, que son peores que el demonio; que como ellos ven
en sí algunas aprehensiones y sentimientos devotos y suaves de
Dios, a su parecer, ya se satisfacen de manera que piensan están
muy cerca de Dios, y aún que los que no tienen aquello están muy
bajos, y los desestiman como el fariseo (al publicano).
3. Para huir este pestífero daño, a los ojos de Dios aborrecible,
han de considerar dos cosas. La primera, que la virtud no está en
las aprehensiones y sentimientos de Dios, por subidos que sean, ni
en nada de lo que a este talle pueden sentir en sí; sino, por el
contrario, está en lo que no sienten en sí, que es en mucha
humildad y desprecio de sí y de todas sus cosas -muy formado y
sensible en el alma-, y gustar de que los demás sientan de el
aquello mismo, no queriendo valer nada en el corazón ajeno.
4. Lo segundo, han menester advertir que todas las visiones y
revelaciones y sentimientos del cielo y cuanto más ellos quisieren
pensar, no valen tanto como el menor acto de humildad, la cual
tiene los efectos de la caridad, que no estima sus cosas ni las
procura, ni piensa mal sino de sí, y de sí ningún bien piensa,
sino de los demás (1 Cor. 13, 47). Pues, según esto, conviene que
no les hinchan el ojo estas aprehensiones sobrenaturales, sino que
las procuren olvidar para quedar libres.
|
|