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1. El tercer genero de palabras interiores decíamos que eran
palabras sustanciales, las cuales, aunque tambien son formales,
por cuanto muy formalmente se imprimen en el alma, difieren,
empero, en que la palabra sustancial hace efecto vivo y sustancial
en el alma, y la solamente formal no así. De manera que, aunque es
verdad que toda palabra sustancial es formal, no por eso toda
palabra formal es sustancial, sino solamente aquella que, como
arriba dijimos, imprime sustancialmente en el alma aquello que
ella significa. Tal como si nuestro Señor dijese formalmente al
alma: "Se buena", luego sustancialmente sería buena; o si la
dijese: "Amame", luego tendría y sentiría en sí sustancia de amor
de Dios; o si, temiendo mucho, la dijese: "No temas", luego
sentiría gran fortaleza y tranquilidad. Porque el dicho de Dios y
su palabra, como dice el Sabio (Ecli. 8, 4), es llena de potestad;
y así hace sustancialmente en el alma aquello que le dice. Porque
esto es lo que quiso decir David (Sal. 67, 34) cuando dijo: Catad,
que el dará a su voz, voz de virtud. Y así lo hizo con Abraham,
que, en diciendo que le dijo: Anda en mi presencia y se perfecto
(Gn. 17, 1), luego fue perfecto y anduvo siempre acatando a Dios.
Y este es el poder de su palabra en el Evangelio, con que sanaba
los enfermos, resucitaba los muertos, etc., solamente con decirlo.
Y a este talle hace locuciones a algunas almas, sustanciales. Y
son de tanto momento y precio, que le son al alma vida y virtud y
bien incomparable, porque la hace más bien una palabra de estas
que cuanto el alma ha hecho toda su vida.
2. Acerca de estas, ni tiene el alma que hacer (ni que querer, ni
que no querer, ni que desechar, ni que temer.
No tiene que hacer) en obrar lo que ellas dicen, porque estas
palabras sustanciales que se las dice Dios para que ella las ponga
por obra, sino para obrarlas en ella; lo cual es diferente en las
formales y sucesivas.
Y digo que no tiene que querer ni no querer, porque ni es menester
su querer para que Dios las obre, ni bastan con no querer para que
dejen de hacer el dicho efecto; sino háyase con resignación y
humildad en ellas.
No tiene que desechar, porque el efecto de ellas queda sustanciado
en el alma y lleno del bien de Dios, al cual, como le recibe
pasivamente, su acción es menos en todo.
Ni tiene que temer algún engaño, porque ni el entendimiento ni el
demonio pueden entrometerse en esto ni llegar a hacer pasivamente
efecto sustancial en el alma, de manera que la imprima el efecto y
hábitos de su palabra, si no fuese que el alma estuviese dada a el
por pacto voluntario y, morando en ella como señor de ella, le
imprimiese los tales efectos, no de bien, sino de malicia. (Que,
por cuanto aquella alma estaba ya unida en nequicia voluntaria,
podría fácilmente el demonio imprimirle los efectos de los dichos,
y palabras en malicia). Porque, aun por experiencia, vemos que aun
a las almas buenas en muchas cosas les hace harta fuerza por
sugestión, poniendoles grande eficacia en ellas; que, si fuesen
malas, las podría consumar en ellas. Mas los efectos verisímiles a
estos buenos no los puede imprimir, porque no hay comparación de
palabras de Dios. Todas son como si no fuesen, puestas con ellas;
ni su efecto es nada, puesto con el de ellas. Que, por eso, dice
Dios por Jeremías (23, 2829): ¿Que tienen que ver las pajas con
el trigo? ¿Por ventura mis palabras no son como fuego y como
martillo que quebranta las peñas? Y así, estas palabras
sustanciales sirven mucho para la unión del alma con Dios, y
cuanto más interiores, más sustanciales (son) y más aprovechan.
¡Dichosa el alma a quien Dios las hablare! Habla, Señor, que tu
siervo oye (1 Sm. 3, 10).
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