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1. Mucho hay que decir acerca del fin y estilo que Dios tiene en
dar estas visiones, para levantar a una alma de su bajeza a su
divina unión, de lo cual todos los libros espirituales tratan, y
en este nuestro tratado tambien el estilo que llevamos es darlo a
entender. Y por eso, en este capítulo, solamente dire lo que basta
para satisfacer a nuestra duda, la cual era: que, pues, en estas
visiones sobrenaturales hay tanto peligro y embarazo para ir
adelante, como habemos dicho, ¿por que Dios, que es sapientísimo y
amigo de apartar de las almas tropiezos y lazos, se las ofrece y
comunica?
2. Para responder a esto, conviene primero poner tres fundamentos.
El primero es de san Pablo ad Romanos (13, 1), donde dice: Quae
autem sunt, a Deo ordinata sunt, que quiere decir: Las obras que
son hechas, de Dios son ordenadas.
El segundo es del Espíritu Santo en el libro de la Sabiduría (8,
1), diciendo: Disponit omnia suaviter. Y es como si dijera: La
Sabiduría de Dios, aunque toca desde un fin hasta otro fin, es a
saber, desde un extremo hasta otro extremo, dispone todas las
cosas con suavidad.
El tercero es de los teólogos, que dicen que omnia movet secundum
modum eorum, esto es: Dios mueve todas las cosas al modo de ellas.
3. Según, pues, estos fundamentos, está claro que para mover Dios
al alma y levantarla del fin y extremo de su bajeza al otro fin y
extremo de su alteza en su divina unión, halo de hacer
ordenadamente y suavemente y al modo de la misma alma. Pues, como
quiera que el orden que tiene el alma de conocer, sea por las
formas e imágenes de las cosas criadas, y el modo de su conocer y
saber sea por los sentidos, de aquí es que, para levantar Dios al
alma al sumo conocimiento, para hacerlo suavemente ha de comenzar
y tocar desde el bajo fin y extremo de los sentidos del alma, para
así irla llevando al modo de ella hasta el otro fin de su
sabiduría espiritual, que no cae en sentido. Por lo cual, la lleva
primero instruyendo por formas e imágenes y vías sensibles a su
modo de entender, ahora naturales, ahora sobrenaturales, y por
discursos, a ese sumo espíritu de Dios.
4. Y esta es la causa por que Dios le da las visiones y formas,
imágenes y las demás noticias sensitivas e inteligibles
espirituales; no porque no quisiera Dios darle luego en el primer
acto la sabiduría del espíritu, si los dos extremos, cuales son
humano y divino, sentido y espíritu, de vía ordinaria pudieran
convenir y juntarse con un solo acto, sin que intervengan primero
otros muchos actos de disposiciones que ordenada y suavemente
convengan entre sí, siendo unas fundamento y disposición para las
otras, así como en los agentes naturales; y así, las primeras
sirven a las segundas, y las segundas a las terceras, y de ahí
adelante, ni más ni menos. Y así va Dios perfeccionando al hombre
al modo del hombre, por lo más bajo y exterior, hasta lo más alto
e interior.
De donde primero le perfecciona el sentido corporal, moviendole a
que use de buenos objetos naturales perfectos exteriores, como oír
sermones, misas, ver cosas santas, mortificar el gusto en la
comida, macerar con penitencia y santo rigor el tacto.
Y cuando ya están estos sentidos algo dispuestos, los suele
perfeccionar más, haciendoles algunas mercedes sobrenaturales y
regalos para confirmarlos más en el bien, ofreciendoles algunas
comunicaciones sobrenaturales, así como visiones de santos o cosas
santas corporalmente, olores suavísimos y locuciones, y en el
tacto grandísimo deleite; con que se confirma mucho el sentido en
la virtud y se enajena del apetito de los malos objetos.
Y allende de eso, los sentidos corporales interiores, de que aquí
vamos tratando, como son imaginativa y fantasía, juntamente se los
va perfeccionando y habituando al bien con consideraciones,
meditaciones y discursos santos, y en todo esto instruyendo al
espíritu.
Y ya estos dispuestos con este ejercicio natural, suele Dios
ilustrarlos y espiritualizarlos más con algunas visiones
sobrenaturales, que son las que aquí vamos llamando imaginaria, en
las cuales juntamente, como habemos dicho, se aprovecha mucho el
espíritu, el cual, así en las unas como en las otras, se va
desenrudeciendo y reformando poco a poco. Y de esta manera va Dios
llevando al alma de grado en grado hasta lo más interior. No
porque sea siempre necesario guardar este orden de primero y
postrero tan puntual como eso, porque a veces hace Dios uno sin
otro, y por lo más interior lo menos interior, y todo junto, que
eso es como Dios ve que conviene al alma o como le quiere hacer
las mercedes. Pero la vía ordinaria es conforme a lo dicho.
5. De esta manera, pues, la va Dios instruyendo y haciendola
espiritual, comenzándole a comunicar lo espiritual desde las cosas
exteriores, palpables y acomodadas al sentido, según la pequeñez y
poca capacidad del alma, para que mediante la corteza de aquellas
cosas sensibles, que de suyo son buenas, vaya el espíritu haciendo
actos particulares y recibiendo tantos bocados de comunicación
espiritual, que venga a hacer hábito en lo espiritual y llegue a
actual sustancia de espíritu, que es ajena de todo sentido; al
cual, como habemos dicho, no puede llegar el alma sino muy poco a
poco, a su modo, por el sentido, a que siempre ha estado asida.
Y así, a la medida que va llegando más al espíritu acerca del
trato con Dios, se va más desnudando y vaciando de las vías del
sentido, que son las del discurso y meditación imaginaria. De
donde, cuando llegare perfectamente al trato con Dios de espíritu,
necesariamente ha de haber evacuado todo lo que acerca de Dios
podía caer en sentido (cf. 1 Cor. 13, 10), así como cuanto más una
cosa se va arrimando más a un extremo, más se va alejando y
enajenando del otro, y cuando perfectamente se arrimare,
perfectamente se habrá tambien apartado del otro extremo. Por lo
cual, comúnmente se dice un adagio espiritual, y es: Gustato
spiritu, desipit omnis caro, que quiere decir: Acabado de recibir
el gusto y sabor del espíritu, toda carne es insipiente. Esto es:
no aprovechan ni entran en gusto todas las vías de la carne; en lo
cual se entiende de todo trato de sentido acerca de lo espiritual.
Y está claro, porque si es espíritu, ya no cae en sentido, y si es
que puede comprehenderlo el sentido, ya no es puro espíritu.
Porque cuanto más de ello puede saber el sentido y aprehensión
natural, tanto menos tiene de espíritu y (de) sobrenatural, como
arriba queda dado a entender.
6. Por tanto, el espíritu ya perfecto no hace caso del sentido, ni
recibe por el, ni principalmente se sirve ni ha menester servirse
de el para con Dios, como hacía antes cuando no había crecido en
espíritu. Y esto es lo que quiere decir aquella autoridad de san
Pablo a los Corintios (1 Cor. 13, 11), diciendo: Cum essem
parvulus, loquebar ut parvulus, sapiebam ut parvulus, cogitabam ut
parvulus. Quando autem factus sum vir, evacuavi quae erant
parvuli; quiere decir: Cuando era yo pequeñuelo, sabía como
pequeñuelo, hablaba como pequeñuelo, pensaba como pequeñuelo; pero
cuando fui hecho varón, vacie las cosas que eran de pequeñuelo.
Ya habemos dado a entender cómo las cosas del sentido y el
conocimiento que el espíritu puede sacar por ellas son ejercicio
de pequeñuelo. Y así, si el alma se quisiese siempre asir a ellas
y no desarrimarse de ellas, nunca dejaría de ser pequeñuelo niño,
y siempre hablaría de Dios como pequeñuelo, y sabría de Dios como
pequeñuelo, y pensaría de Dios como pequeñuelo; porque, asiendose
a la corteza del sentido, que es el pequeñuelo, nunca vendría a la
sustancia del espíritu, que es el varón perfecto. Y así, no ha de
querer el alma admitir las dichas revelaciones, para ir creciendo,
aunque Dios se las ofrezca; así como el niño ha menester dejar el
pecho, para hacer su paladar a manjar más sustancial y fuerte.
7. Pues luego direis: ¿será menester que el alma, cuando es
pequeñuelo, las quiera tomar, y las deje cuando es mayor: así como
el niño es menester que quiera tomar el pecho para sustentarse,
hasta que sea mayor para poderle dejar?
Respondo que, acerca de la meditación y discurso natural en que
comienza el alma a buscar a Dios, es verdad que no ha de dejar el
pecho del sentido para ir(se) sustentando, hasta que llegue a
sazón y tiempo que pueda dejarle, que es cuando Dios pone al alma
en trato más espiritual, que es la contemplación, de lo cual dimos
ya doctrina en el capítulo 13 de este libro. Pero cuando son
visiones imaginarias u otras aprehensiones sobrenaturales que
pueden caer en el sentido sin el albedrío del hombre, digo que en
cualquier tiempo y sazón, ahora sea en estado perfecto, ahora en
menos perfecto, aunque sean de parte de Dios, no las ha el alma de
querer admitir, por dos cosas:
La una porque el, como habemos dicho, hace en el alma su efecto,
sin que ella sea parte para impedirlo, aunque impida y pueda
impedir la visión, lo cual acaece muchas veces. Y, por
consiguiente, aquel efecto que había de causar en el alma mucho
más se le comunica en sustancia, aunque no sea en aquella manera.
Porque, como tambien dijimos, el alma no puede impedir los bienes
que Dios le quiere comunicar, ni es parte para ello, si no es con
alguna imperfección y propiedad. Y en renunciar estas cosas con
humildad y recelo, ninguna imperfección ni propiedad hay.
La segunda es por librarse del peligro y trabajo que hay en
discernir las malas de las buenas, y conocer si es ángel de luz o
de tinieblas (2 Cor. 11, 14); en que no hay provecho ninguno, sino
gastar tiempo y embarazar el alma con aquello y ponerse en
ocasiones de muchas imperfecciones y de no ir adelante, no
poniendo el alma en lo que hace al caso, desembarazándola de
menudencias de aprehensiones e inteligencias particulares según
queda dicho de las visiones corporales y de estas se dirá más
adelante.
8. Y esto se crea: que si Nuestro Señor no hubiese de llevar el
alma al modo de la misma alma, como aquí diremos, nunca le
comunicaría la abundancia de su espíritu por esos arcaduces tan
angostos de formas y figuras y particulares inteligencias, por
medio de las cuales da el sustento al alma por meajas. Que por eso
dijo David (Sal. 147, 17): Mitit crystallum suam sicut buccellas;
que es tanto como decir: Envía su sabiduría a las almas como a
bocados. Lo cual es harto de doler que, teniendo el alma capacidad
infinita, la anden dando a comer por bocados del sentido, por su
poco espíritu e inhabilidad sensual. Y por eso tambien a san Pablo
le daba pena esta poca disposición y pequeñez para recibir el
espíritu, cuando, escribiendo a los de Corinto (1 Cor. 3, 12),
dijo: Yo, hermanos, como viniese a vosotros, no os pude hablar
como a espirituales, sino como a carnales; porque no pudisteis
recibirlo, ni tampoco ahora podeis. Tamquam parvulis in Christo
lac potum vobis dedi, non escam, esto es: Como a pequeñuelos en
Cristo os di a beber leche y no a comer manjar sólido.
9. Resta, pues, ahora saber que el alma no ha de poner los ojos en
aquella corteza de figuras y objeto que se le pone de delante
sobrenaturalmente, ahora sea acerca del sentido exterior, como son
locuciones y palabras al oído y visiones de santos a los ojos, y
resplandores hermosos, y olores a las narices, y gustos y
suavidades en el paladar, y otros deleites en el tacto, que suelen
proceder del espíritu, lo cual es más ordinario a los
espirituales; ni tampoco los ha de poner en cualesquier visiones
del sentido interior, cuales son las imaginarias; antes
renunciarlas todas. Sólo ha de poner los ojos en aquel buen
espíritu que causan, procurando conservarle en obrar y poner por
ejercicio lo que es de servicio de Dios ordenadamente, sin
advertencia de aquellas representaciones ni de querer algún gusto
sensible. Y así, se toma de estas cosas sólo lo que Dios pretende
y quiere, que es el espíritu de devoción, pues que no las da para
otro fin principal; y se deja lo que el dejaría de dar, si se
pudiese recibir en el espíritu sin ello (como habemos dicho, que
es el ejercicio y aprehensión del sentido).
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