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1. Mucho pudieramos alargarnos en esta materia de la noche del
sentido, diciendo de lo mucho que hay que decir de los daños que
causan los apetitos, no sólo en las maneras dichas, sino en otras
muchas. Pero, para lo que hace a nuestro propósito, lo dicho
basta; porque parece queda dado a entender cómo se llama noche la
mortificación de ellos y cuánto convenga entrar en esta noche para
ir a Dios. Sólo lo que se ofrece, antes que tratemos del modo de
entrar en ella, para concluir con esta parte, es una duda que
podría ocurrir al lector sobre lo dicho.
2. Y es lo primero, si basta cualquier apetito para obrar y causar
en el alma los dos males ya dichos, es a saber: privativo, que es
privar al alma de la gracia de Dios, y el positivo, que es causar
en ella los cinco daños principales que habemos dicho.
Lo segundo, si basta cualquier apetito, por mínimo que sea, y de
cualquiera especie que sea, a causar todos estos (cinco daños)
juntos, o solamente unos causan unos y otros otros, como unos
causan tormento, otros cansancio, otros tiniebla, etc.
3. A lo cual respondiendo, digo a lo primero que, cuanto al daño
privativo, que es privar al alma de Dios, solamente los apetitos
voluntarios que son de materia de pecado mortal pueden y hacen
esto totalmente, porque ellos privan en esta vida al alma de la
gracia y en la otra de la gloria, que es poseer a Dios.
A lo segundo digo que, así estos que son de materia de pecado
mortal como los voluntarios de materia de pecado venial y los que
son de materia de imperfección, cada uno de ellos basta para
causar en el alma todos estos daños positivos juntos. Los cuales,
aunque en cierta manera son privativos, llamámoslos aquí
positivos, porque responden a la conversión de la criatura, así
como el privativo responde a la aversión de Dios. Pero hay esta
diferencia: que los apetitos de pecado mortal causan total
ceguera, tormento e inmundicia y flaqueza, etc.; y los otros de
materia de venial o imperfección no causan estos males en total y
consumado grado, pues no privan de la gracia, de donde depende la
posesión de ellos, porque la muerte de ella es vida de ellos; pero
cáusanlos en el alma remisamente, según la remisión de la gracia
que los tales apetitos causan en el alma. De manera que aquel
apetito que más entibiare la gracia, más abundante tormento,
ceguera y suciedad causará.
4. Pero es de notar que, aunque cada apetito causa estos males,
que aquí llamamos positivos, unos hay que principal y derechamente
causan unos, y otros otros, y los demás por el consiguiente.
Porque, aunque es verdad que un apetito sensual causa todos estos
males, pero principal y propiamente ensucia al alma y cuerpo. Y,
aunque un apetito de avaricia tambien los causa todos, principal y
derechamente causa (aflicción. Y, aunque un apetito de vanagloria,
no más ni menos, los causa todos, principal y derechamente causa)
tinieblas y ceguera. Y, aunque un apetito de gula los causa todos,
principalmente causa tibieza en la virtud. Y así de los demás.
5. Y la causa por que cualquier acto de apetito voluntario produce
en el alma todos estos efectos juntos, es por la contrariedad que
derechamente tienen contra todos los actos de virtud que producen
en el alma los efectos contrarios. Porque, así como un acto de
virtud produce en el alma y cría juntamente suavidad, paz,
consuelo, luz, limpieza y fortaleza, así un apetito desordenado
causa tormento, fatiga, cansancio, ceguera y flaqueza. Todas las
virtudes crecen en el ejercicio de una, y todos los vicios crecen
en el de uno y los dejos de ellos en el alma. Y aunque todos estos
males no se echan de ver al tiempo que se cumple el apetito,
porque el gusto de el entonces no da lugar, pero antes o despues
bien se sienten sus malos dejos. Lo cual se da muy bien a entender
por aquel libro que mandó el ángel comer a san Juan en el
Apocalipsis (10, 9), el cual en la boca le hizo dulzura y en el
vientre le fue amargor. Porque el apetito, cuando se ejecuta, es
dulce y parece bueno, pero despues se siente su amargo efecto; lo
cual podrá bien juzgar el que se deja llevar de ellos. Aunque no
ignoro que hay algunos tan ciegos e insensibles que no lo sienten,
porque, como no andan en Dios, no echan de ver lo que les impide a
Dios.
6. De los demás apetitos naturales que no son voluntarios, y de
los pensamientos que no pasan de primeros movimientos, y de otras
tentaciones no consentidas no trato aquí, porque estos ningún mal
de los dichos causan al alma. Porque aunque a la persona por quien
pasan le haga parecer la pasión y turbación que entonces le causan
que la ensucian y ciegan, no es así, antes la causan los provechos
contrarios. Porque, en tanto que los resiste, gana fortaleza,
pureza, luz y consuelo y muchos bienes. Según lo cual dijo Nuestro
Señor a san Pablo (2 Cor. 12, 9) que la virtud se perfeccionaba en
la flaqueza. Mas los voluntarios, todos los dichos y más males
hacen. Y por eso el principal cuidado que tienen los maestros
espirituales es mortificar luego a sus discípulos de cualquiera
apetito, haciendoles quedar en vacío de lo que apetecían, por
librarles de tanta miseria.
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