EL ESPIRITU SANTO, DADOR DE VIDA, EN LA IGLESIA, AL CRISTIANO: 3.4 VIDA SEGUN EL ESPIRITU
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a) El Espíritu germen de nueva vida
b) Vivir en el Espíritu lleva a vivir según el Espíritu
c) Espíritu de gracia (Heb 10,29)
d) El Espíritu guía la vida del cristiano
3.
a) El Espíritu, germen de nueva vida
Ser cristiano es "ser en Cristo". El Espíritu de Cristo en nosotros nos
hace "ser en Cristo", es decir, que "Cristo, esperanza de la gloria,
esté en nosotros" (Col 1,27). El Espíritu, que hizo fecunda a María, es
el que hace fecunda a la Iglesia y al cristiano. Los Padres de la
Iglesia han identificado con el Espíritu Santo el "germen", "semilla" o
"esperma de Dios",[1] por
el que nosotros nacemos de Dios, como hijos suyos, citando siempre 1Jn
3,9:
Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque su germen
permanece en él;y no puede pecar porque ha nacido de Dios.
Este germen, que permanece en quien ha renacido del agua y del Espíritu,
es "la unción que hemos recibido de Cristo y que permanece en nosotros"
(1Jn 2,27). Dios Padre, por su Espíritu, que permanece como huésped
en nosotros, hace que Cristo habite en nuestros corazones, en lo más
íntimo de nosotros, allí donde nace la orientación de nuestra vida:
Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda
familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la
riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción del
Espíritu Santo en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en
vuestros corazones, para que arraigados y cimentados en el
amor...lleguéis hasta la Plenitud de Dios (Ef 3,14-17.19).
Por la fe y el bautismo (1Cor 1,13ss), el creyente comienza una vida en
y por el Espíritu, bajo el régimen del Espíritu" (Rom 7,6;8,2). Es un
entrar y caminar en el camino santo: "Dios os ha escogido para la
salvación del Espíritu y por la fe en la verdad" (2Tes 2,13;1Tes 4,7-8).
Todo el capítulo 8 de la carta a los romanos describe esta vida según el
Espíritu. Es una vida de hijos de Dios:
Porque todos los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son
hijos suyos. Y vosotros no recibisteis un espíritu que os haga esclavos
y os lleve de nuevo al temor, sino que recibisteis un Espíritu que os
hace hijos adoptivos en virtud del cual clamamos: ¡Abba! ¡Padre!
El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de
Dios. Y si hijos, también herederos, herederos de Dios y coherederos de
Cristo... (Rom 8,14-17;Gál 4,5-7).
Y san Juan exclamará, lleno de asombro: "Mirad qué amor nos ha tenido el
Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!". Ciertamente "ahora
somos hijos de Dios, pero aún no se ha manifestado lo que seremos.
Sabemos que cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le
veremos tal cual es" (1Jn 3,1-2). Nuestra herencia es escatológica. Pero
ya se nos ha dado el Espíritu "como arras de nuestra herencia" (Ef
1,14). "Y el que nos ha destinado a eso es Dios, que nos dio la fianza
del Espíritu" (2Cor 5,5).
b) Vivir en el Espíritu lleva a vivir según el Espíritu
Se trata de una prenda real, arras fecundas, que fructificarán en vida
eterna. Pero supone no malgastarlas. Pues "habiendo empezado por el
Espíritu, podría terminarse en la vida de la carne" (Gál 3,3). Por ello
es preciso que "si vivimos por el Espíritu, caminemos también según el
Espíritu" (Gál 5,25).
La vida en Cristo bajo la acción del Espíritu es una vida filial. "El
Espíritu nos lleva al Hijo, y el Hijo nos lleva al Padre" como repiten los
Padres. Jesús descendió del cielo como Hijo Unigénito del Padre y volvió a
El como "primogénito de una multitud de hermanos" (Rom 8,28):
Cristo es, a la vez, el Hijo único y el Hijo primogénito. Es el Hijo único
como Dios; es el Hijo primogénito por la unión salvadora que ha constituido
entre nosotros y El, haciéndose hombre. Por ello, nosotros, en El y por El,
somos hechos hijos de Dios, por naturaleza y por gracia. Lo somos por
naturaleza en El y sólo en El; lo somos por participación y por gracia, por
El, en el Espíritu2.
El Espíritu nos lleva a la comunión con el Hijo (1Cor 1,9) para que el Hijo
único sea realmente Hijo primogénito. Sobre Jesús descendió el Espíritu, al
mismo tiempo que escuchaba la palabra del Padre: "Tú eres mi Hijo amado; en
ti me complazco" (Mc 1,11). Desde entonces la vida de Jesús se nos muestra
como vida filial, de obediencia y confianza en el Padre:
El Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo
que hace El, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre ama al
Hijo y le muestra todo lo que hace (Jn 5,19-20).
"Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a término
su obra" (Jn 4-34;6,38; 10,18)."No es mi voluntad lo que busco, sino la
voluntad del que me ha enviado" (5,30)."Mi doctrina no es mía, sino del que
me envió" (7,16). "Nada hago por mi cuenta, sino que, lo que el Padre me ha
enseñado, eso es lo que hablo...porque yo hago siempre lo que le agrada a
El" (8,28-29). "Porque yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que
me ha enviado, él me ha mandado lo que tengo que decir y hablar, y yo sé que
su mandato es vida eterna. Por eso lo que yo hablo, lo hablo como el Padre
me lo ha dicho a mí" (12,49-50). "Pues el mundo tiene que saber que yo amo
al Padre, y que según el Padre me ordenó así actúo" (14,31)...
Pero este Hijo, que, cuando lleve a término la obra encomendada por el
Padre, "se someterá al Padre, para que Dios sea todo en todos" (1Cor 15,28,
no es únicamente nuestra cabeza, Cristo, sino también su cuerpo, del que
somos los miembros. Hijos de Dios, somos el cuerpo del Hijo único3.
Dios nos infunde su Espíritu, que nos lleva a vivir en fidelidad a
Dios: "Os infundiré mi Espíritu y haré que os conduzcáis según mis preceptos
y practiquéis mis normas" (Ez 36,27).
La vida según el Espíritu, infundido en el corazón, es un don de Dios, que
nos comunica su mismo amor y nos hace vivir de su amor. Pentecostés es el
inicio de una vida y de un estilo de vida nuevos. La vida y la moral
cristiana son fruto del Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, en
nosotros, que nos lleva a amar con el mismo amor con que nos ama el Padre,
amor manifestado en su Hijo Jesucristo, que dio la vida por nosotros,
cuando éramos pecadores (Rom 5,8), capacitándonos para amar como Cristo nos
ha amado: "Amaos como yo os he amado" (Jn 15,12).
El Espíritu Santo, presente en el corazón del cristiano, es la fuente íntima
de la vida nueva con la que Cristo vivifica a los que creen en El: una vida
según el Espíritu. Esta es la nueva economía, instaurada por Cristo, en la
que la ley cede el puesto al Espíritu. El Espíritu es la nueva ley.
Repitamos con san Pablo: "No estáis bajo la ley, sino en la gracia" (Rom
6,4), entendiendo por gracia la presencia del Espíritu en nosotros: "pues
si os dejáis conducir por el Espíritu, no estáis bajo la ley" (Gál 5,18):
La ley nueva se identifica ya con la persona del Espíritu Santo, ya con la
actividad del Espíritu Santo en nosotros4.
La vida filial nuestra, conducida por el Espíritu, es la vida "conforme al
Hijo", en obediencia al Padre, con la confianza de hijos, "transfigurados
en la imagen del Hijo por el Señor, que es Espíritu" (2Cor 3,18):
Cuando el Espíritu unido al alma se une con el hombre, a causa de la efusión
del Espíritu, el hombre se hace espiritual y perfecto; y éste es el hombre
hecho a imagen y semejanza de Dios5.
Por eso, el núcleo de nuestra vida filial consiste en unirnos a Jesús en su
oración confiada, entrañable, transida de familiaridad con el Padre. Para
ello "el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad. Pues nosotros no
sabemos orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con
gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la
aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según
Dios" (Rom 8,26-27).
Esta presencia del Espíritu de Cristo en nosotros nos permite orar como
hijos: "¡Abba, Padre!6,
lo mismo que el Hijo Unigénito, que bajo la acción del Espíritu,
exclamaba: "Yo te bendigo, Padre" (Lc 10,21),"Padre, glorifica a tu hijo"
(Jn 17,1),"Abba, Padre" (Mc 14,36;Lc 22,42),"Padre, en tus manos encomiendo
mi espíritu" (Lc 23,46).
c) Espíritu de la gracia (Heb 10,29)
Sólo por la invitación del Hijo y gracias al Espíritu, que la articula en
nuestro espíritu, nos atrevemos a decir: "Padre nuestro" (Lc 11,2;Mt 6,9).
Pero, como dirán los Padres antes de la entrega del Padrenuestro a los
neófitos, invocar a Dios con el nombre de Padre supone tener el Espíritu y
los sentimientos del Hijo del Padre, que se resume, como hemos visto en
"hacer la voluntad del Padre".
Es lo que no habían entendido algunos corintios. La comunidad de Corinto
"enriquecida en todo, sin carecer de ningún don" (1Cor 1,5-7), se siente
acosada por muchos peligros, inmersa como está entre tantas corrientes de
ideas. Cada uno goza de los dones del Espíritu, sin vivir según el
Espíritu, que crea la comunión. Se deleitan en hablar lenguas y hacer
profecías, sin preocuparse del servicio ni de la unidad de la comunidad, de
ahí los clanes y divisiones (c.6), el individualismo en las asambleas,
incluso en las eucaristías (11, 17ss). Se sentían encantados por las
manifestaciones externas del Espíritu, viviendo un laxismo moral con toda
clase de problemas (C.5,6,12;10,23).
San Pablo, primero, se burla de ellos: "¡Ya os sentís saciados!¡Ya os habéis
hecho ricos!¡Ya habéis logrado el reino sin nosotros! Nosotros, insensatos
por Cristo; vosotros, sensatos; nosotros, débiles; vosotros, fuertes;
vosotros, estimados; nosotros, despreciados (4,8-10). Luego, Pablo, les
grita: "¡Despertad!" (15,34), diciéndoles: "Ya que aspiráis con ardor a los
dones del Espíritu, procurad tenerlos en abundancia para edificación de
la asamblea" (14,12).
No existe la Iglesia del Espíritu, ni individualismo de la inspiración, ni
un gozo individual de los dones del Espíritu. Pablo relaciona todo, en
primer lugar, con Cristo, al que se dirige toda la acción del
Espíritu: "Nadie que habla con el Espíritu de Dios dice:¡Maldito sea Jesús!;
y nadie puede decir: ¡Jesús es el Señor!, sino en el Espíritu Santo"
(12,3).
Cristo es el único fundamento de la fe (3,11), El es todo en nosotros
(1,30-31); es juez (4,4-5); existimos en El (3,23), vivimos en El, de El
(1,9;4,15-17;6,11). Es el Cristo crucificado; la única sabiduría es la de
la cruz (1,23ss;2,2). El hombre espiritual es el que tiene la mente en
Cristo (2,16).
A los corintios, en realidad, no les interesa el Espíritu Santo, sino los
dones del Espíritu. El Espíritu une a Cristo y a su cuerpo eclesial y da sus
dones para la edificación de la Iglesia (12,17). Por ello, "si no tengo
amor...no soy nada" (c.13).
Esta manera de entender los dones o carismas variados del Espíritu en vistas
a la construcción de la Iglesia la mantiene Pedro (1Pe 4,10), los Padres y
la liturgia de la Iglesia...Y el Vaticano II lo ha refrendado ampliamente
(LG,n.12;AA,n.3). Los carismas son dones puestos por el Espíritu Santo al
servicio de la construcción de la comunidad y del Cuerpo de Cristo.
Los renacidos del Espíritu, "son hijos de Dios, siendo hijos de la
resurrección...,que viven para Dios" (Lc 20,36.38), de igual manera que en
Cristo Resucitado, "su vida es un vivir para Dios. Así también vosotros,
consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom
6,10-11). "Pues Dios no nos llamó a una vida impura, sino a la santidad.
Así, pues, el que desprecia esto, no desprecia a un hombre, sino a Dios,
que os hace don de su Espíritu Santo" (1Tes 4,7-8). Por ello, Pablo gritará
con fuerza a los corintios:
¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en
vosotros y habéis recibido de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido
comprados a buen precio!¡Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo
(1Cor 6,19-20).
d) El Espíritu guía la vida del cristiano
El Espíritu actúa en toda la vida del cristiano. Actúa dando poder y
eficacia a la palabra predicada (1Tes 1,5;1Pe 1, 12); actúa en la escucha de
esa palabra, abriendo el corazón para acogerla (He 16,14); da testimonio
de Jesús (Jn 15,26) y hace testigos de El (He 1,8;Ap 19, 10). El Espíritu,
como Espíritu de la verdad, interioriza, actualiza y fortalece la fe de
los discípulos (Jn 14,17;15,26; 16,13). El Espíritu, que actúa plenamente en
Cristo, desvela la Escritura:
Porque hasta el día de hoy en la lectura del Antiguo Testamento perdura el
mismo velo. El velo no se ha descorrido, pues sólo en Cristo desaparece.
Hasta el día de hoy, siempre que se lee a Moisés, un velo está puesto sobre
sus corazones. Y cuando se convierten al Señor, se arranca el velo. Porque
el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la
libertad (2Cor 3,14-17).
El Espíritu Santo, el "único que escudriña las profundidades de Dios", nos
revela el misterio íntimo de Dios:
Porque a nosotros nos lo reveló Dios por medio del Espíritu; y el Espíritu
todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios...Nadie conoce lo íntimo de
Dios, sino el Espíritu de Dios. Y nosotros no hemos recibido el espíritu del
mundo, sino el Espíritu que viene de Dios, para que conozcamos las
gracias que Dios nos ha concedido. Este es también nuestro lenguaje, que
no consiste en palabras aprendidas de humana sabiduría, sino en palabras
aprendidas del Espíritu,
expresando las realidades del Espíritu con lenguaje espiritual. El hombre
naturalmente no capta las cosas del Espíritu de Dios; son necedad para él
(1Cor 2,10-14).
San Agustín, cuando predica, es consciente de que sólo el Espíritu Santo
puede hacer penetrar su palabra y sellarla en el corazón de los oyentes:
El sonido de nuestras palabras hiere el oído, pero el Maestro está dentro.
¿Acaso no oísteis todos este sermón? Y, sin embargo, ¡cuántos saldrán de
aquí sin instruirse! Por lo que a mí toca, a todos hablé; pero a aquellos a
quienes no habla aquella unción, a quienes el Espíritu Santo no enseña
interiormente, se van sin haber recibido nada. El magisterio externo
consiste en ciertas ayudas y avisos. Pero quien instruye los corazones
tiene la cátedra en el cielo. En vano voceamos nosotros si no os habla
interiormente aquel que os creó, os rescató, os llamó y habita en vosotros
por la fe y el Espíritu Santo7.
Pero la vida según el Espíritu es expresión de su presencia en todos los
actos del cristiano:
Hagamos todas las cosas con la fe de que El mora en nosotros, a fin de ser
nosotros templos suyos, y El en nosotros Dios nuestro (Ef 15,3)8.
Con la venida del Espíritu Santo, la nueva Alianza, anunciada por los
profetas, supone un cambio radical en la relación del hombre con Dios. La
ley de Dios, en vez de ser una norma externa, escrita en tablas de piedra,
se convierte, gracias al Espíritu, en ley interna "grabada en lo profundo
del ser humano", en su mismo corazón:
Esta será la alianza que yo pactaré con la casa de Israel, después de
aquellos días -oráculo de Yahveh-: pondré mi ley en su interior, la
escribiré en sus corazones (Jr 31,33).
Esta ley se resume en el amor (Mt 22,40), escrito, derramado (Rom 5,5) en
el corazón de los fieles:
Evidentemente sois una carta de Cristo, redactada por ministerio nuestro,
escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de
piedra, sino en tablas de carne, en los corazones (2Cor 3,3).
La ley del Espíritu es el mismo Espíritu Santo, que desde el interior del
cristiano le enseña y guía en toda su vida. Esta es la ley del Evangelio,
ley de libertad:
La ley del Espíritu, que da la vida en Cristo Jesús, te liberó de la ley del
pecado y de la muerte. Pues lo que era imposible a la ley, reducida a la
impotencia por la carne, Dios, habiendo enviado a su propio Hijo en una
carne semejante a la del pecado, condenó el pecado en la carne, a fin de que
la justicia de la ley se cumpliera en nosotros que seguimos una conducta
no según la carne, sino según el Espíritu...Pues, si vivís según la
carne, moriréis. Pero si con el Espíritu hacéis morir las obras de la carne,
viviréis (Rom 8,2-4.12-13).
La vida en el Espíritu es una vida sacramental que lleva al cristiano a
vivir según el Espíritu en todos sus actos:
Por la gracia del Espíritu Santo, los nuevos ciudadanos de la sociedad
humana quedan constituidos en hijos de Dios para perpetuar el pueblo de Dios
en el correr de los tiempos: Los bautizados son consagrados como casa
espiritual y sacerdocio santo por la regeneración y por la unción del
Espíritu Santo, para que, por medio de todas las obras del hombre cristiano,
ofrezcan sacrificios y anuncien las maravillas de quien los llamó de las
tinieblas a la luz admirable (1Pe 2,4-10) (LG, n.10).
[1] SAN
IRENEO, Adv.Haer.,IV,31,2; SAN AMBROSIO une la palabra y el
Espíritu: "Cui nupsit Ecclesia, quae Verbi semine et Spiritu Santo
plena, Cristi corpus effudit, populum scilicet christianum"(In Lucam
III,38). Y SANTO TOMAS, al explicar nuestra filiación divina, dice:
"Semen auten spirituale a Patre procedens est Spiritus Sanctus"(In
Rom,c.8,lect 3.
[3]
SAN AGUSTIN, De div. quest., LXXXIII, t.69,10;Epist.
Ioan ad Parthos, t.X,V,9; In Joan.Ev.,t.XX,5;XLI,8; En.in Ps.,
122,5...