Fiesta de la Transfiguración del Señor: Preparemos la Acogida de la Palabra de Dios por medio de los comentarios de sabios y santos
Recursos adicionales para la preparación
Directorio Homilético (sólo los números 554-556, 568)
Exégesis: W. Trilling - Transfiguración de Jesús (Mt 17,1-9 Lc 9, 28-36)
Comentario Teológico: Benedicto XVI - La Transfiguración
Santos Padres: San Agustín - La transfiguración (Mt 17,1-9 Lc 9, 28-36).
Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La Transfiguración (Mt 17,1-19 Lc 9, 28-36)
Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - La Transfiguración Lc 9, 28-36 (Mt 17, 1-9; Mc 9, 2-10)
¿Cómo acoger la Palabra de Dios?
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Directorio Homilético: La Transfiguración
CEC 554-556, 568: la Transfiguración
Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.
554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de
Dios vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a
Jerusalén, y sufrir ... y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día"
(Mt 16, 21): Pedro rechazó este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo
comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc 9, 45). En este contexto se sitúa el
episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús (cf. Mt 17, 1-8 par.: 2 P
1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por él: Pedro,
Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes
como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que
estaba para cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó
una voz desde el cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle"
(Lc 9, 35).
555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la
confesión de Pedro. Muestra también que para "entrar en su gloria" (Lc 24,
26), es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían
visto la gloria de Dios en la Montaña; la Ley y los profetas habían
anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La Pasión de Jesús es
la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de Dios (cf.
Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: "Tota Trinitas
apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara"
("Apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el
Espíritu en la nube luminosa" (Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2):
Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la medida en que ellos eran
capaces, tus discípulos han contemplado Tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de
que cuando te vieran crucificado comprendiesen que Tu Pasión era voluntaria
y anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre
(Liturgia bizantina, Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración,)
556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la
Pascua, la Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el
misterio de la primera regeneración": nuestro bautismo; la Transfiguración
"es es sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección
(Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2). Desde ahora nosotros participamos en la
Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que actúa en los sacramentos
del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una visión anticipada
de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable cuerpo
nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos
recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para
entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22):
Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la montaña
(cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte.
Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en
la tierra, para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida
desciende para hacerse matar; el Pan desciende para tener hambre; el Camino
desciende para fatigarse andando; la Fuente desciende para sentir la sed; y
tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín, serm. 78, 6).
568 La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los
Apóstoles ante la proximidad de la Pasión: la subida a un "monte alto"
prepara la subida al Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo
que su cuerpo contiene e irradia en los sacramentos: "la esperanza de la
gloria" (Col 1, 27) (cf. S. León Magno, serm. 51, 3).
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Exégesis: W. Trilling - Transfiguración de Jesús (Mt 17,1-9)
1 Seis días después, toma Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y
los conduce a un monte alto, aparte. 2 Y allí se transfiguró delante de
ellos: su rostro resplandeció como el sol, y sus vestidos se volvieron
blancos como la luz. 3 En aquel momento se les aparecieron Moisés y Elías,
que conversaban con él. 4 Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: ¡Señor,
qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres, haré aquí tres tiendas: una para
ti, otra para Moisés y otra para Elías.
De nuevo en la vida de Jesús se habla de un monte, el lugar de la proximidad
de Dios y del encuentro con Dios. Jesús toma consigo a tres de los primeros
apóstoles que fueron llamados. Esta vez quiere tener testigos, a diferencia
del coloquio nocturno entre el Padre y el Hijo (14,23). En la obscuridad de
la noche se transfigura ante ellos. La palabra griega (metamorphei) designa
una transformación, un cambio de la apariencia visible. Los apóstoles
perciben otra figura de su Maestro, de una forma semejante como sucederá más
tarde después de la resurrección. Su rostro brilla como el sol y los
vestidos son blancos como la luz. La gloria de Dios resplandece en él y luce
a través de él. "Porque es Dios que dijo: De entre las tinieblas brille la
luz, él es quien hizo brillar la luz en nuestros corazones, para que
resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo"
(2Co_4:6). La gloria refulgente de
Dios que dio origen a la luz de la creación, irradia en el rostro de
Jesucristo. En él se reconoce la gloria de Dios. Cuando Moisés después del
encuentro con Dios bajó de la montaña, brillaba su semblante, de tal forma
que los hijos de Israel no lo podían mirar, no podían soportar el fulgor
luminoso y tenían miedo (Exo_34:29 s). El semblante de Moisés reflejaba la
gloria de Dios. Aquí la gloria de Dios es sumamente intensa y brillante, ya
que en ninguna parte Dios está tan próximo, más aún, corporalmente presente
como en Jesús.
La gloria de Dios no solamente hace que el rostro resplandezca sino que
atraviesa con sus rayos todo el cuerpo, de tal forma que éste aparece
sumergido en la gloria de Dios y absorbido por ella. ¿No es una respuesta a
la confesión de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente"
(Exo_16:16)? "La gloria que me has dado, yo se la he dado a ellos"
(Jua_17:22a). En el reino del Padre los justos también "resplandecerán como
el sol" (Mt_13:43) y los rayos de la gloria se transparentarán en ellos como
en Jesús en este monte. Además se hacen visibles Moisés y Elías, el primer
legislador y el primer profeta. Están al lado de Jesús como dos testigos.
Moisés ha dado la ley que el Mesías ha llevado a la última perfección. Elías
ha renovado la verdadera adoración de Dios, que Jesús perfecciona. Los dos
"conversan" con Jesús. No hay ninguna grieta entre la antigua alianza y la
nueva, no hay solución de continuidad con el gran tiempo pasado.
5 Todavía estaba él hablando, cuando una nube luminosa los envolvió y de la
nube salió una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me he
complacido; escuchadle. 6 Al oír esto los discípulos, cayeron rostro en
tierra y quedaron sobrecogidos de espanto. 7 Entonces se acercó Jesús, los
tocó y les dijo: Levantaos y no tengáis miedo 8 y cuando ellos alzaron los
ojos, no vieron a nadie, sino a él, a Jesús solo. 9 Y mientras iban bajando
del monte, les mandó Jesús: No digáis a nadie esta visión, hasta que el Hijo
del hombre haya resucitado de entre los muertos.
Sobre el monte desciende una nube luminosa, la nube de la presencia divina.
Se puso sobre el Sinaí, como se dice en el libro del éxodo: cuando "Moisés
subió al monte, lo cubrió luego una nube. Y la gloria del Señor se manifestó
en el Sinaí, cubriéndolo con la nube por seis días..." (Exo_24:15 s). La
gloria de Dios llena el templo: "Al salir los sacerdotes del santuario, una
niebla llenó la casa del Señor; de manera que los sacerdotes no podían estar
allí para ejercer su ministerio por causa de la niebla; porque la gloria del
Señor llenaba la casa del Señor" (1Re_8:10 s). La nube indica y al mismo
tiempo encubre. Dios permanece en escondido y encubierto. Desde la nube
resuena una voz que dice lo mismo que en el bautismo del Jordán: Este es mi
Hijo amado, en quien me he complacido. Ahora el mismo Padre testifica lo que
Pedro había confesado por divina revelación (Mt_16:17).
El camino hacia Jerusalén ya está tomado y el objetivo de la muerte ya está
ante la mirada. Sobre este camino resuena la voz del Padre. Al Hijo ha dado
el Padre su gloria, que no se destruye ni extingue en la muerte. Irradiará
con el más intenso fulgor en la más profunda obscuridad. Y así Jesús puede
decir en el Evangelio de san Juan que "tiene que ser levantado" (Jua_3:14).
La más profunda humillación en realidad será el más alto ensalzamiento. Los
enemigos injurian a Jesús y blasfeman contra él incluso en las horas de la
pasión, en las que se le golpea, se hace burla de él y se le humilla. En
toda circunstancia descansará sobre él la complacencia de Dios. Jesús es el
siervo obediente, que recorre el camino de la pasión y de la expiación
vicaria. Esta obediencia y esta humillación voluntaria son muy agradables a
Dios. La unidad y el amor entre el Padre y el Hijo no se alteran, sino que
se profundizan. Como conclusión, la voz exhorta: Escuchadle.
Cuando Jesús anunció la pasión, encontró oídos sordos y corazones embotados
(Mt_16:23). Los pensamientos de Dios todavía son extraños y están cerrados
para los pensamientos de los hombres, ¿Logrará Jesús formar a los hombres y
hacerles penetrar en los pensamientos divinos? La voz del cielo confirma la
doctrina del Mesías, sobre todo la necesidad de padecer la pasión
(Mt_16:21), e invita a rechazar la tentación satánica salida de labios de
Pedro (Mt_16:23). Lo que dirá Jesús, otra vez lleva el sello de la
confirmación divina. Jesús había exhortado a "oir" (Mt_13:9) y "escuchar"
(Mt_13:18); ahora Dios interviene, y manda escuchar con autoridad todavía
superior. Los discípulos caen atemorizados rostro en tierra y tienen que ser
alentados por Jesús: "Levantaos y no tengáis miedo." Cuando se ponen en pie,
solamente está Jesús. Han desaparecido los dos testigos, la nube y el fulgor
luminoso de la figura de Jesús. Parece haber sido un sueño y sin embargo fue
una realidad. El velo del mundo de Dios se dejó por un momento a un lado, y
los testigos contemplaron la gloria descubierta. Dios se revela por medio
de la palabra y de la figura. Da testimonio de sí a nuestros principales
sentidos, el oído y la vista.
El camino normal de Dios es el camino que conduce a nuestro oído y, mediante
el oído, a la obediencia del corazón. Pero a algunos elegidos Dios también
se ofrece por medio de la visión. En el reino consumado la visión cabrá en
suerte a todos: "Y nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejando
como en un espejo la gloria del Señor, su imagen misma, nos vamos
transfigurando de gloria en gloria..." (2Co_3:18). "Sabemos que, cuando se
manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal como es"
(1Jn_3:2)... Al descender del monte Jesús ordena a los testigos que a nadie
digan nada de la visión, antes que el Hijo del hombre haya resucitado de
entre los muertos (Mt_17:9). Así como deben mantener oculta la mesianidad de
Jesús (Mt_16:20), así también han de mantener oculto lo que acaban de ver.
La razón es la misma. Los hombres deben obtener la salvación escuchando y
obedeciendo, por medio del conocimiento de las señales y de la inteligencia
creyente, y no por medio de noticias sensacionales. Sólo cuando Dios haya
hablado definitiva y públicamente, y la mesianidad haya triunfado, en la
resurrección de entre los muertos, se puede hablar de estos acontecimientos.
Entonces la obra de Jesús queda concluida, y el alma creyente podrá
descubrir y clasificar en Jesús los caminos de Dios. Así lo han hecho para
nuestra fe los evangelistas en sus libros.
(TRILLING, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su
mensaje, Herder, Barcelona, 1969)
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Comentario Teológico: Benedicto XVI - La Transfiguración
En los tres sinópticos la confesión de Pedro y el relato de la
transfiguración de Jesús están enlazados entre sí por una referencia
temporal. Mateo y Marcos dicen: "Seis días después tomó Jesús consigo a
Pedro, a Santiago y a su hermano Juan" (Mt 17, 1; Mc 9, 2). Lucas escribe:
"Unos ocho días después..." (Lc 9, 28). Esto indica ante todo que los dos
acontecimientos en los que Pedro desempeña un papel destacado están
relacionados uno con otro. En un primer momento podríamos decir que, en
ambos casos, se trata de la divinidad de Jesús, el Hijo; pero en las dos
ocasiones la aparición de su gloria está relacionada también con el tema de
la pasión. La divinidad de Jesús va unida a la cruz; sólo en esa
interrelación reconocemos a Jesús correctamente. Juan ha expresado con
palabras esta conexión interna de cruz y gloria al decir que la cruz es la
"exaltación" de Jesús y que su exaltación no tiene lugar más que en la cruz.
Pero ahora debemos analizar más a fondo esa singular indicación temporal.
Existen dos interpretaciones diferentes, pero que no se excluyen una a otra.
(...)
Pasemos a tratar ahora del relato de la transfiguración. Allí se dice que
Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, y los llevó a un monte
alto, a solas (cf. Mc 9, 2). Volveremos a encontrar a los tres juntos en el
monte de los Olivos (cf. Mc 14, 33), en la extrema angustia de Jesús, como
imagen que contrasta con la de la transfiguración, aunque ambas están
inseparablemente relacionadas entre sí. No podemos dejar de ver la relación
con Éxodo 24, donde Moisés lleva consigo en su ascensión a Aarón, Nadab y
Abihú, además de los setenta ancianos de Israel.
De nuevo nos encontramos -como en el Sermón de la Montaña y en las noches
que Jesús pasaba en oración- con el monte como lugar de máxima cercanía de
Dios; de nuevo tenemos que pensar en los diversos montes de la vida de Jesús
como en un todo único: el monte de la tentación, el monte de su gran
predicación, el monte de la oración, el monte de la transfiguración, el
monte de la angustia, el monte de la cruz y, por último, el monte de la
ascensión, en el que el Señor -en contraposición a la oferta de dominio
sobre el mundo en virtud del poder del demonio- dice: "Se me ha dado pleno
poder en el cielo y en la tierra" (Mt 28, 18). Pero resaltan en el fondo
también el Sinaí, el Horeb, el Moria, los montes de la revelación del
Antiguo Testamento, que son todos ellos al mismo tiempo montes de la pasión
y montes de la revelación y, a su vez, señalan al monte del templo, en el
que la revelación se hace liturgia.
En la búsqueda de una interpretación, se perfila sin duda en primer lugar
sobre el fondo el simbolismo general del monte: el monte como lugar de la
subida, no sólo externa, sino sobre todo interior; el monte como liberación
del peso de la vida cotidiana, como un respirar en el aire puro de la
creación; el monte que permite contemplar la inmensidad de la creación y su
belleza; el monte que me da altura interior y me hace intuir al Creador. La
historia añade a estas consideraciones la experiencia del Dios que habla y
la experiencia de la pasión, que culmina con el sacrificio de Isaac, con el
sacrificio del cordero, prefiguración del Cordero definitivo sacrificado en
el monte Calvario. Moisés y Elías recibieron en el monte la revelación de
Dios; ahora están en coloquio con Aquel que es la revelación de Dios en
persona.
"Y se transfiguró delante de ellos", dice simplemente Marcos, y añade, con
un poco de torpeza y casi balbuciendo ante el misterio: "Sus vestidos se
volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero
del mundo" (9, 2s). Mateo utiliza ya palabras de mayor aplomo: "Su rostro
resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz"
(17, 2). Lucas es el único que había mencionado antes el motivo de la
subida: subió "a lo alto de una montaña, para orar"; y, a partir de ahí,
explica el acontecimiento del que son testigos los tres discípulos:
"Mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de
blanco" (9, 29). La transfiguración es un acontecimiento de oración; se ve
claramente lo que sucede en la conversación de Jesús con el Padre: la íntima
compenetración de su ser con Dios, que se convierte en luz pura. En su ser
uno con el Padre, Jesús mismo es Luz de Luz. En ese momento se percibe
también por los sentidos lo que es Jesús en lo más íntimo de sí y lo que
Pedro trata de decir en su confesión: el ser de Jesús en la luz de Dios, su
propio ser luz como Hijo.
Aquí se puede ver tanto la referencia a la figura de Moisés como su
diferencia: "Cuando Moisés bajó del monte Sinaí... no sabía que tenía
radiante la piel de la cara, de haber hablado con el Señor" (Ex 34, 29). Al
hablar con Dios su luz resplandece en él y al mismo tiempo, le hace
resplandecer. Pero es, por así decirlo, una luz que le llega desde fuera, y
que ahora le hace brillar también a él. Por el contrario, Jesús resplandece
desde el interior, no sólo recibe la luz, sino que Él mismo es Luz de Luz.
Al mismo tiempo, las vestiduras de Jesús, blancas como la luz durante la
transfiguración, hablan también de nuestro futuro.
En la literatura apocalíptica, los vestidos blancos son expresión de
criatura celestial, de los ángeles y de los elegidos. Así, el Apocalipsis de
Juan habla de los vestidos blancos que llevarán los que serán salvados (cf.
sobre todo 7, 9.13; 19, 14). Y esto nos dice algo más: las vestiduras de los
elegidos son blancas porque han sido lavadas en la sangre del Cordero (cf.
Ap 7, 14). Es decir, porque a través del bautismo se unieron a la pasión de
Jesús y su pasión es la purificación que nos devuelve la vestidura original
que habíamos perdido por el pecado (cf. Ec 15, 22). A través del bautismo
nos revestimos de luz con Jesús y nos convertimos nosotros mismos en luz.
Ahora aparecen Moisés y Elías hablando con Jesús. Lo que el Resucitado
explicará a los discípulos en el camino hacia Emaús es aquí una aparición
visible. La Ley y los Profetas hablan con Jesús, hablan de Jesús. Sólo Lucas
nos cuenta -al menos en una breve indicación- de qué hablaban los dos grandes
testigos de Dios con Jesús: "Aparecieron con gloria; hablaban de su muerte,
que iba a consumar en Jerusalén" (9, 31). Su tema de conversación es la
cruz, pero entendida en un sentido más amplio, como el éxodo de Jesús que
debía cumplirse en Jerusalén. La cruz de Jesús es éxodo, un salir de esta
vida, un atravesar el "mar Rojo" de la pasión y un llegar a su gloria, en la
cual, no obstante, quedan siempre impresos los estigmas.
Con ello aparece claro que el tema fundamental de la Ley y los Profetas es
la "esperanza de Israel", el éxodo que libera definitivamente; que, además,
el contenido de esta esperanza es el Hijo del hombre que sufre y el siervo
de Dios que, padeciendo, abre la puerta a la novedad y a la libertad. Moisés
y Elías se convierten ellos mismos en figuras y testimonios de la pasión.
Con el Transfigurado hablan de lo que han dicho en la tierra, de la pasión
de Jesús; pero mientras hablan de ello con el Transfigurado aparece evidente
que esta pasión trae la salvación; que está impregnada de la gloria de Dios,
que la pasión se transforma en luz, en libertad y alegría.
En este punto hemos de anticipar la conversación que los tres discípulos
mantienen con Jesús mientras bajan del "monte alto". Jesús habla con ellos
de su futura resurrección de entre los muertos, lo que presupone obviamente
pasar primero por la cruz. Los discípulos, en cambio, le preguntan por el
regreso de Elías anunciado por los escribas. Jesús les dice al respecto:
"Elías vendrá primero y lo restablecerá todo. Ahora, ¿por qué está escrito
que el Hijo del hombre tiene que padecer mucho y ser despreciado? Os digo
que Elías ya ha venido y han hecho con él lo que han querido, como estaba
escrito de él" (Mc 9, 9-13). Jesús confirma así, por una parte, la esperanza
en la venida de Elías, pero al mismo tiempo corrige y completa la imagen que
se habían hecho de todo ello. Identifica la Elías que esperan con Juan el
Bautista, aun sin decirlo: en la actividad del Bautista ha tenido lugar la
venida de Elías.
Juan había venido para reunir a Israel y prepararlo para la llegada del
Mesías. Pero si el Mesías mismo es el Hijo del hombre que padece, y sólo así
abre el camino hacia la salvación, entonces también la actividad
preparatoria de Elías ha de estar de algún modo bajo el signo de la pasión.
Y, en efecto: "Han hecho con él lo que han querido, como estaba escrito de
él" (Mc 9, 13). Jesús recuerda aquí, por un lado, el destino efectivo del
Bautista, pero con la referencia a la Escritura hace alusión también a las
tradiciones existentes, que predecían un martirio de Elías: Elías era
considerado "como el único que se había librado del martirio durante la
persecución; a su regreso... también él debe sufrir la muerte" (Pesch,
Markusevangelium II, p. 80).
De este modo, la esperanza en la salvación y la pasión son asociadas entre
sí, desarrollando una imagen de la redención que, en el fondo, se ajusta a
la Escritura, pero que comporta una novedad revolucionaria respecto a las
esperanzas que se tenían: con el Cristo que padece, la Escritura debía y
debe ser releída continuamente. Siempre tenemos que dejar que el Señor nos
introduzca de nuevo en su conversación con Moisés y Elías; tenemos que
aprender continuamente a comprender la Escritura de nuevo a partir de Él, el
Resucitado.
Volvamos a la narración de la transfiguración. Los tres discípulos están
impresionados por la grandiosidad de la aparición. El "temor de Dios" se
apodera de ellos, como hemos visto que sucede en otros momentos en los que
sienten la proximidad de Dios en Jesús, perciben su propia miseria y quedan
casi paralizados por el miedo. "Estaban asustados", dice Marcos (9, 6). Y
entonces toma Pedro la palabra, aunque en su aturdimiento "... no sabía lo
que decía" (9, 6): "Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres
chozas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (9, 5).
Se ha debatido mucho sobre estas palabras pronunciadas, por así decirlo, en
éxtasis, en el temor, pero también en la alegría por la proximidad de Dios.
¿Tienen que ver con la fiesta de las Tiendas, en cuyo día final tuvo lugar
la aparición? Hartmut Gese lo discute y opina que el auténtico punto de
referencia en el Antiguo Testamento es Éxodo 33, 7ss, donde se describe la
"ritualización del episodio del Sinaí": según este texto, Moisés montó
"fuera del campamento" la tienda del encuentro, sobre la que descendió
después la columna de nube. Allí el Señor y Moisés hablaron "cara a cara,
como habla un hombre con su amigo" (33, 11). Por tanto, Pedro querría aquí
dar un carácter estable al evento de la aparición levantando también tiendas
del encuentro; el detalle de la nube que cubrió a los discípulos podría
confirmarlo. (…)
(…)
Teniendo en cuenta esta panorámica, volvamos de nuevo al relato de la
transfiguración. "Se formó una nube que los cubrió y una voz salió de la
nube: Éste es mi Hijo amado; escuchadlo" (Mc 9, 7). La nube sagrada, es el
signo de la presencia de Dios mismo, la shekiná. La nube sobre la tienda del
encuentro indicaba la presencia de Dios. Jesús es la tienda sagrada sobre la
que está la nube de la presencia de Dios y desde la cual cubre ahora "con su
sombra" también a los demás. Se repite la escena del bautismo de Jesús,
cuando el Padre mismo proclama desde la nube a Jesús como Hijo: "Tú eres mi
Hijo amado, mi preferido" (Mc 1, 11).
Pero a esta proclamación solemne de la dignidad filial se añade ahora el
imperativo:
"Escuchadlo". Aquí se aprecia de nuevo claramente la relación con la subida
de Moisés al Sinaí que hemos visto al principio como trasfondo de la
historia de la transfiguración. Moisés recibió en el monte la Torá, la
palabra con la enseñanza de Dios. Ahora se nos dice, con referencia a Jesús:
"Escuchadlo". Hartmut Gese comenta esta escena de un modo bastante acertado:
"Jesús se ha convertido en la misma Palabra divina de la revelación. Los
Evangelios no pueden expresarlo más claro y con mayor autoridad: Jesús es la
Torá misma" (p. 81). Con esto concluye la aparición: su sentido más profundo
queda recogido en esta única palabra. Los discípulos tienen que volver a
descender con Jesús y aprender siempre de nuevo: "Escuchadlo".
Si aprendemos a interpretar así el contenido del relato de la
transfiguración como irrupción y comienzo del tiempo mesiánico-, podemos
entender también las oscuras palabras que Marcos incluye entre la confesión
de Pedro y la instrucción sobre el discipulado, por un lado, y el relato de
la transfiguración, por otro: "Y añadió: "Os aseguro que algunos de los aquí
presentes no morirán hasta que vean venir con poder el Reino de Dios"" (9,
1). ¿Qué significa esto? ¿Anuncia Jesús quizás que algunos de los presentes
seguirán con vida en su Parusía, en la irrupción definitiva del Reino de
Dios? ¿O acaso preanuncia otra cosa?
Rudolf Pesch (II 2, p, 66s) ha mostrado convincentemente que la posición de
estas palabras justo antes de la transfiguración indica claramente que se
refieren a este acontecimiento. Se promete a algunos -los tres que acompañan
a Jesús en la ascensión al monte- que vivirán una experiencia de la llegada
del Reino de Dios "con poder". En el monte, los tres ven resplandecer en
Jesús la gloria del Reino de Dios. En el monte los cubre con su sombra la
nube sagrada de Dios. En el monte -en la conversación de Jesús transfigurado
con la Ley y los Profetas- reconocen que ha llegado la verdadera fiesta de
las Tiendas. En el monte experimentan que Jesús mismo es la Torá viviente,
toda la Palabra de Dios. En el monte ven el "poder" (dýnamis) del reino que
llega en Cristo.
Pero precisamente en el encuentro aterrador con la gloria de Dios en Jesús
tienen que aprender lo que Pablo dice a los discípulos de todos los tiempos
en la Primera Carta a los Corintios: "Nosotros predicamos a Cristo
crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los griegos; pero para
los llamados a Cristo -judíos o griegos-, poder (dýnamis) de Dios y
sabiduría de Dios" (1, 23s) Este "poder" (dýnamis) del reino futuro se les
muestra en Jesús transfigurado, que con los testigos de la Antigua Alianza
habla de la "necesidad" de su pasión como camino hacia la gloria (cf. Lc 24,
26s). Así viven la Parusía anticipada; se les va introduciendo así poco a
poco en toda la profundidad del misterio de Jesús.
(JOSEPH RATZINGER - BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret (Primera Parte),
Editorial Planeta, Santiago de Chile, 2007, p. 356-70)
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Santos Padres: San Agustín - La transfiguración (Mt 17,1-9 Lc
9,28-36).
1. Hermanos amadísimos, debemos contemplar y comentar esta visión que el
Señor hizo manifiesta en la montaña. En efecto, a ella se refería al decir:
En verdad os digo que hay aquí algunos de los presentes que no gustarán la
muerte hasta que vean al Hijo del hombre en su reino. Con estas palabras
comenzó la lectura que ha sido proclamada. Después de seis días, mientras
decía esto, tomó a tres discípulos, Pedro, Juan y Santiago, y subió a la
montaña. Estos tres eran de los que había dicho hay aquí algunos que no
gustarán la muerte hasta que no vean al Hijo del hombre en su reino. No es
una cuestión sencilla. Pues no ha de tomarse la montaña como si fuese el
reino. ¿Qué es una montaña para quien posee el cielo? Esto no solamente lo
leemos, sino que en cierto modo lo vemos con los ojos del corazón. Llama
reino suyo a lo que en muchos pasajes denomina reino de los cielos. El reino
de los cielos es el reino de los santos. Los cielos, en efecto, proclaman la
gloria de Dios. De esos cielos se dice a continuación en el salmo: No hay
discurso ni palabra de ellos que no se oiga. A toda la tierra alcanza su
pregón y hasta los confines de la tierra su lenguaje. ¿De quiénes, sino de
los cielos? Por tanto, de los apóstoles y de todos los fieles predicadores
de la palabra de Dios. Reinarán los cielos con aquel que hizo los cielos.
Ved lo que hizo para manifestar esto.
2. El mismo Señor Jesús resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron
blancos como la nieve y hablaban con él Moisés y Elias. El mismo Jesús
resplandeció como el sol, para significar que él es la luz que ilumina a
todo hombre que viene a este mundo. Lo que es este sol para los ojos de la
carne, es aquél para los del corazón; y lo que es éste para la carne, lo es
aquél para el corazón. Sus vestidos, en cambio, son su Iglesia. Los
vestidos, si no tienen dentro a quienes los llevan, caen. Pablo fue como la
última orla de estos vestidos. El mismo dice: Yo, ciertamente, soy el más
pequeño de los Apóstoles, y en otro lugar: Yo soy el último de los
Apóstoles. La orla es la parte última y más baja de un vestido. Por eso,
como aquella mujer que padecía flujo de sangre y al tocar la orla del Señor
quedó salvada, así la Iglesia procedente de los gentiles se salvó por la
predicación de Pablo. ¿Qué tiene de extraño señalar a la Iglesia en los
vestidos blancos, oyendo al profeta Isaías que dice: Y si vuestros pecados
fueran como escarlata, los blanquearé como nieve? ¿Qué valen Moisés y Elias,
es decir, la ley y los profetas, si no hablan con el Señor? Si no da
testimonio del Señor, ¿quién leerá la ley? ¿Quién los profetas? Ved cuan
brevemente dice el Apóstol: Por la ley, pues, el conocimiento del pecado;
pero ahora sin la ley se manifestó la justicia de Dios: he aquí el sol.
Atestiguada por la ley y los profetas: he aquí su resplandor.
3. Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, es bueno
estarnos aquí. Sufría el tedio de la turba, había encontrado la soledad de
la montaña. Allí tenía a Cristo, pan del alma. ¿Para qué salir de allí hacia
las fatigas y los dolores, teniendo los santos amores de Dios y, por tanto,
las buenas costumbres? Quería que le fuera bien, por lo que añadió: Si
quieres, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para
Elias. Nada respondió a esto el Señor, pero Pedro recibió, sí, una
respuesta. Pues mientras decía esto, vino una nube refulgente y los cubrió.
El buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para nosotros
es una sola cosa lo que el sentido humano quería dividir. Cristo es el Verbo
de Dios, Verbo de Dios en la ley, Verbo de Dios en los profetas. ¿Por qué
quieres dividir, Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero comprende
también la unidad.
4. Al cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda, sonó
desde ella una voz que decía: Este es mi Hijo amado. Allí estaba Moisés,
allí Elias. No se dijo: "Estos son mis hijos amados". Una cosa es, en
efecto, el Único, y otra los adoptados. Se recomendaba a aquél de donde
procedía la gloria a la ley y los profetas. Este es, dice, mi hijo amado, en
quien me he complacido; escuchadle, puesto que en los profetas a él
escuchasteis y lo mismo en la ley. Y ¿dónde no le oísteis a él? Oído esto,
cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de Dios. En
ella está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como Señor; la ley
en Moisés, la profecía en Elías, en condición de servidores, de ministros.
Ellos, como vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y
escribían, pero cuanto fluía de ellos, de él lo tomaban.
5. El Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no
vieron a nadie más que a Jesús solo. ¿Qué significa esto? Oísteis, cuando se
leía al Apóstol, que ahora vemos en un espejo, en misterio, pero entonces
veremos cara a cara. Hasta las lenguas desaparecerán cuando venga lo que
ahora esperamos y creemos. En el caer a tierra simbolizaron la mortalidad,
puesto que se dijo a la carne: Eres tierra y a la tierra irás. Y cuando el
Señor los levantó, indicaba la resurrección. Después de ésta, ¿para qué la
ley, para qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni Elias ni Moisés.
Te queda el que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto a
Dios, y el Verbo era Dios. Te queda el que Dios es todo en todo. Allí estará
Moisés, pero no ya la ley. Veremos allí a Elias, pero no ya al profeta. La
ley y los profetas dieron testimonio de Cristo, de que convenía que
padeciese, resucitase al tercer día de entre los muertos y entrase en su
gloria. Allí se realiza lo que Dios prometió a los que lo aman: El que me
ama será amado por mi Padre y yo también lo amaré. Y como si le preguntase:
"Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?" Y me mostraré a él. ¡Gran don y gran
promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él mismo. ¿Por
qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo prometió? Te crees rico; pero si
no tienes a Dios, ¿qué tienes? Otro puede ser pobre, pero si tiene a Dios,
¿qué no tiene?
6. Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende,
predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta,
increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos
tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las
buenas obras,
lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor. Cuando se lee al
Apóstol, oímos en elogio de la caridad: No busca lo propio. No busca lo
propio, porque entrega lo que tiene. Y en otro lugar dijo algo que, si no lo
entiendes bien, puede ser peligroso; siempre con referencia a la caridad, el
Apóstol ordena a los fieles miembros de Cristo: Nadie busque lo suyo, sino
lo ajeno. Oído esto, la avaricia, como buscando lo ajeno a modo de negoció,
maquina fraudes para embaucar a alguien y conseguir, no lo propio, sino lo
ajeno. Reprímase la avaricia y salga adelante la justicia; escuchemos y comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio, sino lo ajeno.
Pero a ti, avaro, que ofreces resistencia y te amparas en este precepto para
desear lo ajeno, hay que decirte: "Pierde lo tuyo". En la medida en que te
conozco, quieres poseer lo tuyo y lo ajeno.
Cometes fraudes para obtener lo ajeno; sufre un robo que te haga perder lo
tuyo tú que no quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces
esto, no obras bien. Oye, ¡oh avaro!; escucha. En otro lugar te expone el
Apóstol con más claridad estas palabras: Nadie busque lo suyo, sino lo
ajeno. Dice de sí mismo: "Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos, para
que se salven. Pedro aún no entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en
el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo reservaba para después de su muerte.
Ahora, no obstante, dice: "Desciende a trabajar a la tierra, a servir en la
tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la vida
para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el camino
para cansarse en el camino; descendió el manantial para tener sed, y
¿rehúsas trabajar tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad;
entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad".
(SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón
78, 1-6, BAC Madrid 1983, 430-35)
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Aplicación: P. José A. Marcone, IVE - La Transfiguración (Mt 17,1-19)
Introducción
La vida pública de Jesucristo se divide en tres etapas bien marcadas. La
primera dura aproximadamente 12 meses y se desarrolla en general en la zona
de Judea (el Jordán cerca del Mar Muerto y Jerusalén). Esta es una etapa
preparatoria donde va preparando el pasaje del AT al NT. La segunda dura
aproximadamente 21 meses y se desarrolla en Galilea. Es la etapa central y
más importante, donde Él expone toda su doctrina y donde forma la Iglesia.
La tercera dura aproximadamente 7 meses y está expresada, sobre todo en San
Lucas, como una única subida a Jerusalén para sufrir su muerte.
En el horizonte entre la segunda y la tercera etapa de la vida pública de
Jesús se encuentra la Transfiguración de Nuestro Señor Jesucristo. Ella es
culmen y colofón de la segunda etapa y el inicio de la tercera. Ella está
íntimamente ligada a los últimos sucesos de la segunda etapa y es
preparación próxima para la tercera etapa, que consiste en la subida de
Jesús a Jerusalén para sufrir la cruz2.
Que está íntimamente ligada a los sucesos últimos de la segunda etapa lo
demuestra el modo en que inicia la narración de la Transfiguración en los
tres sinópticos. Los tres comienzan diciendo "seis días después…"3. Es muy
rara esta indicación temporal en los sinópticos. Esta indicación conecta la
Transfiguración con lo sucedido seis días antes. ¿Y qué es lo que había
sucedido seis días antes? La confesión de Pedro, la institución de Pedro
como piedra fundamental de la Iglesia y la predicción de la pasión4. De esta
manera el Espíritu Santo nos indica que la confesión de Pedro, la
institución de Pedro como piedra fundamental de la Iglesia, el anuncio de la
muerte de Jesús, la protesta de Pedro contra Jesús cuando éste anunció su
muerte, la enseñanza del seguimiento en el camino de la cruz y la
Transfiguración están íntimamente ligados.
En Cesaréa de Filipo Jesús pregunta: "Vosotros, ¿quién decís que soy yo?"
Pedro va responder con seguridad: "Tu eres el Mesías y eres Dios hecho
hombre". A esto Jesús responde haciéndolo piedra fundamental de la Iglesia.
E inmediatamente les declara qué tipo de Mesías es: un Mesías venido para
salvar a los hombres de sus pecados a través del sufrimiento y de la muerte
en cruz. Pedro se rebela ante esta idea y protesta fieramente. Jesucristo
rechaza abierta y duramente su actitud y les enseña que el único camino de
un discípulo es el camino de la cruz. Y en este momento viene la
Transfiguración.
Por eso dice San Juan Pablo II: "El episodio de la Transfiguración marca un
momento decisivo en el ministerio de Jesús. Es un acontecimiento de
revelación que consolida la fe en el corazón de los discípulos, les prepara
al drama de la Cruz y anticipa la gloria de la resurrección"5. Consolida la
fe de los discípulos porque les confirma la confesión de Pedro en Cesarea de
Filipo; los prepara para la cruz, porque serán los tres Apóstoles que
estarán con Él en la agonía del Monte de los Olivos; anticipa la gloria de
su resurrección porque les mostró algo de la gloria de su persona divina
redundando sobre su cuerpo.
Los tres evangelistas sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, narran la
Transfiguración. Y los tres la traen precedida del anuncio que Jesús hace de
su pasión, muerte y resurrección. Jesús anuncia con toda claridad que
sufrirá mucho y finalmente será asesinado. En seguida después de este
anuncio, Jesús sube a un monte a orar. La tradición siempre ha señalado que
ese monte es el Monte Tabor, que se encuentra en Galilea, en medio de la
llanura del Esdrelón y Yizreel6. Va allí con tres de sus apóstoles: Pedro,
Juan y Santiago, que serán los mismos tres que estarán presentes en la gran
desolación de Jesús en el Huerto de los Olivos. Estando Jesús orando, su
rostro se iluminó como el sol y sus vestidos se volvieron resplandecientes
como la nieve. Dice Santo Tomás de Aquino que esa claridad del cuerpo de
Jesús era la claridad de su gloria, la claridad de su divinidad7. Junto a
Cristo aparecieron Moisés y Elías, también resplandecientes, y San Lucas
dice que conversaban con Jesús acerca de su partida (éxodos, en griego) que
iba a suceder en Jerusalén, es decir, acerca de su pasión y muerte.
1. Manifestación de su divinidad
La Transfiguración es sobre todo y en primer lugar la manifestación de la
divinidad de Jesucristo a través de la luminosidad de su cuerpo. "Aquella
claridad que Cristo asumió en la Transfiguración, fue la claridad de la
gloria en cuanto a su esencia, no sin embargo en cuanto a su modo de ser.
Pues la claridad del cuerpo glorioso se deriva de la claridad del alma (…).
Y de manera similar la claridad del cuerpo de Cristo en la Transfiguración
se deriva de su divinidad y de la gloria de su alma. Pues el hecho que desde
El principio de la concepción de Cristo la gloria del alma no redundara en
el cuerpo, fue hecho por cierta dispensación divina, para que en un cuerpo
pasible se pudieran cumplir los misterios de nuestra redención. Sin embargo,
no por esto fue quitada a Cristo la potestad de derivar la gloria de su alma
al cuerpo"8. Por lo tanto, de la persona divina del Verbo se derivaba al
alma una gloria de la cual Cristo siempre gozó, pero que no redundaba en su
cuerpo por un milagro, por una dispensa divina, para que pudiera sufrir y
salvarnos a través del sufrimiento. Ahora, en la Transfiguración, se deja
libre a esa gloria de la cual gozaba siempre el alma para que redunde
momentáneamente sobre el cuerpo de Cristo y resplandezca como resplandece un
cuerpo cuya alma está unida a la divinidad hipostáticamente, es decir,
personalmente. Por lo tanto, como dijimos, la Transfiguración es la
revelación de la divinidad de Cristo.
Esto que acabamos de afirmar, que la Transfiguración es la revelación de la
divinidad de Cristo, es el sentido literal del texto evangélico donde se
narra el hecho. Los exégetas racionalistas modernos y el llamado progresismo
cristiano se esfuerzan por negar el Evangelio y el Nuevo Testamento en
general afirmen con claridad la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Por
eso es conveniente citar a un gran exégeta contemporáneo, el P. Klemens
Stock quien afirma con claridad que la Transfiguración es revelación de la
divinidad de Jesucristo: "Los tres discípulos reciben aquí la más alta y
perfecta revelación sobre la identidad de Jesús, que será definitivamente
confirmada a través de su resurrección. No será cambiada nunca más, sólo
será profundizada. Encontramos en esta parte del ministerio de Jesús, al
inicio de su camino hacia Jerusalén, una concentración de las más relevantes
revelaciones. Pedro, preparado y provocado por Jesús, confiesa al Cristo,
define el rol de Jesús para con el pueblo de Dios. Jesús dice abiertamente
cuál será, según la voluntad de Dios, su ulterior camino. Finalmente, Dios
mismo revela el hecho fundamental, la relación de Jesús con Él, la filiación
divina de Jesús, su perfecta paridad y unión con Dios"9.
Jesucristo les manda que no digan nada hasta después de su resurrección.
Pero este mandato encierra también el mandato de que, después de la
resurrección, anuncien este hecho a todos los hombres, "hasta los confines
del mundo" (Hech 1,8). La revelación de la divinidad de Cristo realizada en
la Transfiguración a tres de sus discípulos está destinada a todos a través
del testimonio de estos tres. Así lo hace San Pedro en su segunda carta
cuando dice: "Él fue honrado y glorificado por Dios Padre, cuando la suprema
gloria le dirigió esta voz: "Éste es mi Hijo, el Amado, en quien tengo mis
complacencias". Y esta voz venida del cielo la oímos nosotros estando con él
en el monte santo" (2Pe 1,17-18).
La voz del Padre que viene desde la nube no hace sino confirmar que se trata
de una revelación
de la divinidad de Jesucristo. El Padre lo denomina 'Hijo', igual a Él.
2. El éxodo de Jesús
Es importantísima la aclaración que hace San Lucas cuando narra la
Transfiguración: "Y he aquí que conversaban con él dos hombres, que eran
Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y hablaban de su partida,
que iba a cumplir en Jerusalén" (Lc 9,30-31). La palabra que usa en griego
San Lucas para decir 'partida' es la palabra éxodos y se refiere a su muerte
y partida de este mundo, aunque también implica su resurrección y ascensión
al cielo. 'Que iba a cumplir en Jerusalén' está expresado con necesidad
teológica. Encontramos el mismo instrumento lingüístico que usa Jesucristo
cuando anuncia su muerte, es decir, el pasivo teológico para expresar que se
trata de una voluntad absoluta de Dios y debe cumplirse. De esta manera
vemos que también la Transfiguración es una revelación de la muerte de
Cristo y está orientada a una revelación completa de la identidad de
Jesucristo y de su misión en esta tierra: es Dios hecho hombre, es Mesías,
Rey y Pastor de su pueblo, que morirá en la cruz para salvar a los hombres
de los pecados y evitar que vayan al infierno, y llevarlos al cielo. Todo
esto está revelado en esta iluminación del rostro y de los vestidos de
Jesús, y en las palabras que los tres, Jesús, Moisés y Elías hablan entre
sí, es decir, acerca de la muerte de Cristo, acerca de la partida de Cristo
de este mundo.
3. Caduca el Antiguo y comienza el Nuevo Testamento
Hay algo más que es importante en este hecho de la Transfiguración: con la
voz del Padre que pide que el Hijo sea escuchado, pronunciada ante la
presencia de Moisés y Elías, se está dando por terminado el Antiguo
Testamento e iniciado solemnemente el Nuevo, de una manera análoga al hecho
del Bautismo de Jesús pero de una manera mucho más explícita. "Moisés y
Elías y todos los profetas eran siervos de Dios (cf. 2Re 17,23). Pero en
Jesús vino el Hijo de Dios. Y cuando Dios lo revela, precisamente en
presencia de Moisés y Elías, agrega inmediatamente: '¡Escúchenlo!'. Esto es
de una relevancia fundamental para la relación entre la revelación de Dios a
través de Moisés y Elías (la Ley y los Profetas; el Antiguo Testamento) y su
revelación mediante su Hijo Jesús (el Nuevo Testamento). De ahora en más se
debe escuchar a Jesús. Moisés y Elías (las revelaciones y las disposiciones
del Antiguo Testamento) no deben ser nunca más escuchadas directamente, sino
solo a través del Hijo, en cuanto son confirmadas e interpretadas por Jesús.
Un ejemplo de esta interpretación es su enseñanza sobre el matrimonio (Mc
10,2-12; cf. Mt 5,21-48; Gal 4,4-7)"10.
Conclusión
Por lo tanto, esta revelación hecha por Jesús a Pedro, Santiago y Juan
cambia sensiblemente el conocimiento que ellos tenían de Jesús. Ahora Jesús
les mostró, por decir así, su divinidad. Lo que ya creían ahora lo ven
confirmado de un modo nuevo, uniendo a esta revelación de su divinidad la
confirmación de su muerte en cruz. El anonadamiento que significará su cruz
se ve iluminado por la gloria futura de su resurrección. El anuncio de su
pasión y muerte también incluía el anuncio de su resurrección. El escándalo
experimentado por Pedro cuando Jesucristo le habló de su cruz, ahora se ve
atenuado por la revelación de su divinidad y de su gloria. Pedro, y con él
todos los discípulos, deben comprender que Jesús es Dios que se hizo hombre
para sufrir por nuestros pecados y luego resucitar para siempre.
El contenido de esta revelación, la revelación de sus sufrimientos y su
muerte en cruz, es algo tan fuerte y tan impresionante que debe ser
confirmado con la manifestación explícita de su divinidad. Pedro y los
discípulos deben mantener unidas tres cosas que son aparentemente
contradictorias: la divinidad de Jesucristo, su mesianidad y su muerte en
cruz. Deben evitar a toda costa lo que San Pablo llama 'el escándalo de la
cruz': "Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría,
nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos,
necedad para los gentiles; mas para los llamados, lo mismo judíos que
griegos, un Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (1Cor
1,22-24). A Pedro y los discípulos les cuesta mucho adquirir y abrazar esta
'sabiduría de Dios' que les
es revelada en la Transfiguración.
Este conocimiento nuevo que adquieren los discípulos acerca de la divinidad
de Jesús condiciona de una manera nueva todas las enseñanzas y hechos
anteriores y posteriores del ministerio de Jesús. Cada uno de los hechos
sucedidos anteriormente es iluminado con una luz nueva, la misma luz de la
Transfiguración, es decir, con la luz que proviene de la revelación de su
divinidad. Sin embargo, no debemos pensar que se habían apartado de la mente
de los discípulos todas las tinieblas. Solamente con la venida del Espíritu
Santo en Pentecostés la fe plena y perfecta iluminará sus inteligencias de
modo de alejar toda duda y cobardía. Que las tinieblas todavía oscurecerían
sus mentes hasta Pentecostés queda de manifiesto en lo que dice San Lucas
con motivo del tercer anuncio de su pasión: "Ellos nada de esto
comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y no entendían lo que
decía" (Lc 18,34). De todas maneras, a partir de la Transfiguración el modo
de comprender la identidad de Jesús, su misión y sus enseñanzas por parte de
sus discípulos cambió totalmente.
Notas
2 Respecto a esto dice el Catecismo de la Iglesia Católica: "En el umbral de
la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la
Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la
primera regeneración": nuestro bautismo; la Transfiguración "es el
sacramento de la segunda regeneración": nuestra propia resurrección (Santo
Tomás, s.th.
3, 45, 4, ad 2)" (CEC, 556)
3 Lucas dice: "Alrededor (hoseí, en griego) de ocho días después…". La
concordancia entre los tres evangelios se logra
fácilmente al considerar ese 'alrededor', y también si se cuentan el primero
y el último día como parte de la cantidad de día s.
4 Dice Klemens Stock: "Entre el bloque de los eventos antecedentes:
confesión mesiánica, primera predicción de la suerte de Jesús, protesta de
Pedro, instrucción de la multitud y de los discípulos sobre el seguimiento
(Mc 8,27 -9,1), y la subida sobre el monte de la Transfiguración (Mc 9,2-9)
pasan seis días. Esta indicación distingue, pero también conecta las dos
unidades. Respecto a este intervalo de seis días el evangelista no refiere
nada. Aparece como un tiempo extrañamente vacío, casi como una pausa de
reflexión. Aquello que precede, desde la confesión mesiánica hasta la
instrucción sobre el seguimiento, es de tal
manera nuevo, relevante e impresionante (sconvolgente) que se necesita un
intervalo tranquilo, sin nuevas impresiones, para
poderlo aceptar y asimilar. Los misteriosos seis días parecen ser ese tal
intervalo" (STOCK, K., Vangelo secondo Marco, Edizioni Messaggero Padova,
Padova, 2002, p. 146; traducción nuestra).
5 SAN JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Postsinodal Vita Consecrata,
1996, nº 15.
6 Tabor significa 'ombligo' y hace mención al hecho que se presenta como el
ombligo en medio de esa fértil llanura.
7 Cf. SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 45, a. 2.
8 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Suma Teológica, III, q. 45, a. 2 c.
9 STOCK, K., Vangelo secondo Marco…, p. 154; traducción nuestra. Y dice el
P. Stock un poco más adelante, haciendo mención a la divinidad de Cristo
revelada en la Transfiguración: "También hoy, ya sea implícitamente en las
discusiones, ya sea explícitamente en los modos de vivir, hay tantas
controversias sobre la persona de Jesús. Los escritos del Nuevo Testamento y
la tradición eclesial nos presentan un testimonio y una fe unánime sobre la
igualdad de Jesús con Dios Padre.
Indicamos solo algunos ejemplos. El prólogo del evangelio de Juan dice al
inicio: 'En el principio era el Verbo, y el Verbo
era con Dios, y el Verbo era Dios'. Y confirma al final: 'El único Hijo, que
es Dios y está en el seno del Padre, es Él quien lo ha revelado' (Jn
1,1.18). San Pablo dice: Cristo Jesús 'aun siendo de condición divina, no
consideró su bien exclusivo el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí
mismo' (Fil 2,6-7). En la segunda gran visión del Apocalipsis encontramos de
una parte a Dios y al Cordero (que es Jesús crucificado y resucitado)
juntos, y por otra parte, a todas las creaturas que los adoran (5 ,13- 14).
No hay ninguna duda sobre el testimonio del Nuevo Testamento" (STOCK, K.,
Vangelo secondo Marco…, p. 155-156).
10 STOCK, K., Vangelo secondo Marco…, p. 153.
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, IVE - La Transfiguración Lc 9, 28-36 (Mt 17,
1-9; Mc 9, 2-10)
La transfiguración es, de alguna manera, una anticipación del Reino
definitivo de Jesús, de la Jerusalén celeste, de la santidad.
Muchos elementos hablan de este Reino: Jesús transfigurado con su cuerpo
glorioso "su rostro se transformó y su vestido se volvió blanco y
resplandeciente", sus interlocutores, Moisés y Elías que "aparecieron
gloriosos". Vieron "su gloria" dice el Evangelio.
Tuvieron una visión que tenía por fin confortarlos para la pronta pasión y
cruz. Ya Jesús había puesto el fundamento de su Reino en la persona de Pedro
y tenía que unirlo al del cielo pasando por su muerte y resurrección. Jesús
une en esta visión los dos aspectos del misterio pascual. La cruz de la que
hablaban Moisés y Elías, la ley y los profetas, y la resurrección dada en
esa visión a los apóstoles. Es necesaria la cruz para la gloria y Jesús lo
enseña con palabras y con su ejemplo. La voz que escuchan confirma lo que
les había enseñado y lo que les iba a enseñar "escuchad a mi Hijo amado",
dice el Padre.
"Este es mi Hijo amado, escuchadle"
El relato de la transfiguración tiene un paralelismo con la revelación que
tuvo Moisés en el Monte Horeb y muchos elementos son comunes. Dios por medio
de Moisés dio su ley al pueblo de Israel y lo primero que dice al pueblo es
"escucha"11. En el monte Tabor el Padre señala al nuevo Moisés, Jesús, el
nuevo legislador y dice escuchadle. San Ambrosio12 comentando el pasaje del
Deuteronomio (6, 4) dice que lo primero que pide Dios es que se lo escuche.
También Moisés habla del profeta que surgirá del pueblo y hará su oficio de
legislador y al cual hay que escuchar (Dt 18, 15)13.
Como la revelación bíblica es esencialmente palabra de Dios al hombre, el
hombre debe escuchar a Dios. La respuesta del hombre a la revelación es la
fe pero la fe requiere escuchar la voz de Dios. La fe nace de la audición14.
Todos los profetas del Antiguo Testamento enseñan que el creyente debe
escuchar a Dios15 y también el sabio16. Los judíos tenían como norma la Semá
para no olvidarse de la enseñanza de Dios17. También Jesús quiere que
escuchen18.
Según el sentido hebraico de la palabra Semá, escuchar es no sólo prestar
atención sino también abrir el corazón19 y poner en práctica lo escuchado20,
es obedecer. Tal es la obediencia de la fe que requiere la predicación oída
(Rm 1, 5; 10, 14 s)21.
Vivimos es un mundo que poco escucha. Se oye mucho pero se escucha poco.
Muchas veces, la multitud de sonidos no nos permite escuchar.
Escuchar es un acto de humildad. El que escucha se pone en actitud de
discípulo respecto al que
Escuchar es propiedad de la sabiduría22. Escuchar ayuda a crecer en la
caridad.
Si estas características de escuchar son útiles al hombre respecto del
hombre, ¡cuanto más
escuchar a Jesús!
Muchas veces, no nos disponemos a escuchar a Jesús. Escuchar a Jesús
requiere silencio a los demás sonidos. Silencio interior. Escuchar y
retener. No como oyente olvidadizo que dice el apóstol Santiago23. Escuchar,
retener y poner por obra24.
Jesús es la Sabiduría encarnada. Escucharlo nos lleva a adquirir la
verdadera sabiduría. Jesús es ejemplo de discípulo porque siempre escucha la
voz del Padre25 y nos ama infinitamente revelándonos la verdad que ha
conocido del Padre26.
Dios escucha a los sencillos, a los simples27, a los que hacen su voluntad28
y piden según su voluntad29. Escucha a los que piden por medio de su Hijo30
porque siempre lo escucha31.
Sólo Dios puede abrir el oído de su discípulo32, profundizárselo para que
obedezca33. Jesús curó al sordomudo para que oyese34 y al siervo del sumo
sacerdote (Lc 22, 50s)35. Es muy importante escuchar al Hijo amado del
Padre. En los Evangelios se relata lo que
hizo y habló Jesús. Escuchemos lo que nos dice. Hagamos silencio a los demás
sonidos, tanto externos como internos. Meditemos lo que escuchamos y
pongámoslo por obra36. Cuando no entendamos recurramos al mismo Jesús y Él a
solas nos explicará todo.
Aprendamos a escuchar también a nuestros hermanos. Escuchar nos ayuda a
comprendernos mejor. Nos ayuda a aliviar las penas. Nos ayuda a solucionar
problemas. Nos ayuda a superar el egoísmo.
La transfiguración tiene por fin confortar a los apóstoles, más bien,
animarlos a imitar a Jesús. La visión busca que los tres apóstoles amen la
cruz. Jesús deja desbordar el desenlace de su vida, la cual ocultaba
humorísticamente en su humanidad. La gloria, la resurrección es el fin de la
carrera pero el medio es la cruz y la muerte. El Reino de Jesús se funda y
se mantiene con el amor, pero no hay mayor amor que dar la vida por el
amado. La pasión es un exceso de dolor y amor, como lo es la santidad.
Pedro inspirado por el Espíritu Santo había visto en su Maestro al Hijo de
Dios hecho hombre, al Mesías y ese don del Espíritu llevó consigo otro don:
ser el fundamento de la Iglesia de Jesús. (…)
No es extraño que diga Pedro "que bien estamos aquí". La meta conocida da
fuerza para caminar. El gozo del reposo es buen lente para mirar y
comprender el dolor y la cruz, que así mirado, también se hace, él mismo,
gozo.
Notas
11 Dt 6, 4
12 Cf. SAN AMBROSIO, Sobre los misterios, 1, 2, 7. Cit. en La Biblia
Comentada por los Padres de la Iglesia. Antiguo
Testamento (3), Ciudad Nueva Madrid 2003, 372.
13 Cf. JSALÉN. al pasaje de la Transfiguración.
14 Cf. Rm 10, 17
15 Am 3, 1; Jr 7, 2
16 Pr 1, 8
17 Dt 6, 4; Mc 12, 29
18 Mc 4, 3.9
19 Hch 16, 14
20 Mt 7, 24ss.
21 Cf. Vocabulario de Teología Bíblica, Herder Barcelona 200-219, 289-290.
22 Cf. Pr 10, 19; 15, 31.32; 18, 15; 22, 17; 23, 12, etc.
23 St 1, 25
24 St 1, 22-23
25 Jn 8, 28
26 Jn 15, 15
27 Mt 11, 25ss
28 1 P 3, 12
29 1 Jn 5, 14ss
30 Jn 15, 7.16
31 Jn 11, 41-42
32 Is 50, 5; Cf. 1 S 9, 15; Jb 36, 10
33 Cf. Sal 39, 7ss
34 Mc 7, 33ss
35 Cf. Diccionario de la Biblia, Herder Barcelona 200010, 1359.
36 Mt 7, 24-26
cortesía ivaargentina.org