Domingo 28 del Tiempo Ordinario A - 'Venid a la Boda' - Comentarios de Sabios y Santos I: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: Dr. Isidro Gomá y Tomás - Parábola de los convidados a una boda
regia: Mt. 22, 1-14
Comentario: Hans Urs von Balthasar - La invitación del rey.
Santos Padres: San Agustín Mt 22,1-14: Nadie es pobre para llevar ese
vestido nupcial
Aplicación: Elvira «Gato
por liebre»
Aplicación: Benjamin Oltra Colomer - Sobrevivir no es vivir
Aplicación: P. Octavio Ortiz - Nexo entre las lecturas
Aplicación: Leonardo Castellani - Parábola del convite regio.
Aplicación: P. Juan B. Lehman - La comunión sacrílega
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Dr. Isidro Gomá y Tomás - Parábola de los convidados a una
boda regia: Mt. 22, 1-14
Explicación. — Aunque ofrece esta hermosa parábola algunas semejanzas con la
del gran convite. Lc. 14. 16-24, con todo, difiere ciertamente de ella, por
su misma redacción, por el tiempo en que fue pronunciada, y hasta por el
argumento que, siendo en la apariencia análogo, es en el fondo absolutamente
distinto. En efecto, en esta parábola enseña Jesús claramente que los
judíos, antes nación favorecida de Dios, no secundarán las repetidas
invitaciones que se le hacen para que entre en el reino mesiánico; que
maquinarán la muerte de los Apóstoles, por lo que perecerán ellos, y su
ciudad será destruida por el fuego, siendo en su lugar llamados los
gentiles; pero éstos, después de entrar en el reino mesiánico, deberán ser
hallados por Dios sin pecado. Es una profecía que se ha realizado ya en casi
todas sus partes.
Los convidados primero (1-7). — Habían los sinedristas formado el propósito
de perder a Jesús tan luego hubo expuesto la parábola de los viñadores.
Entrando en su intención maligna, les propone el Señor otra parábola, cuya
doctrina es una explicación o desarrollo de la anterior: en ésta les había
anunciado su reprobación; ahora les anuncia su suerte desgraciada. Y
respondiendo Jesús a su pensamiento de venganza, les volvió a hablar en
parábolas, diciendo...
Semejante es el Reino de los cielos, sucede en el reino mesiánico lo que le
sucedió a un hombre rey, que celebró las bodas de su hijo: el rey es Dios
Padre; el Mesías, Hijo de Dios, es el esposo (cf. Ps. 44; loh. 3, 29; Mt. 97
15); la esposa es la Iglesia (cf. 2 Cor. 11, 2; Eph. 5, 25-27); los
convidados son todos los hombres llamados por Dios a los beneficios inmensos
de estas bodas divinas.
Y, conforme era costumbre entre los judíos, envió sus siervos a llamar a los
convidados a las bodas, y estos no quisieron venir: estos siervos son el
Bautista y los apóstoles y discípulos del Señor, que por aquellos tiempos
habían llamado al reino mesiánico a los que ya de antiguo habían sido
invitados a él por los profetas, esto es, el pueblo judío, que en su mayor
parte fue refractario al llamamiento. El rey, Dios, apela a nuevos recursos
de su bondad para que vengan los incorrectos convidados a las bodas: Envió
de nuevo otros siervos, que fueron los mismos Apóstoles después de la
ascensión del Señor, anunciando que estaba ya dispuesto todo lo relativo al
gran banquete de las bodas del Hijo de Dios humanado con la Iglesia:
inmolado el Cordero inmaculado para la redención y santificación del mundo,
instituidos los sacramentos, abiertas las fuentes copiosas de la gracia,
confirmándolo todo con milagros con que urgían los siervos de Dios la
entrada de aquel pueblo en la Iglesia: Diciendo: Decid, a los convidados:
Mirad que he preparado mi banquete, mis tesoros y los animales cebados están
ya muertos, y todo está a punto: venid a las bodas.
Fue indigna la conducta de los invitados con tanta amabilidad a un convite
tan regiamente preparado: Mas ellos no hicieron caso, altiva y groseramente
despreciaron la invitación: Y marcharon, el uno a su granja, y el otro a su
tráfico: prefirieron vivir despreocupados del reino mesiánico, entregados
unos a sus placeres, y otros absorbidos por sus negocios terrenos. Hubo
otros que fueron aún más malvados; se rebelaron contra los enviados del rey,
que hicieron víctimas de su furor insano: Y los demás echaron mano de los
siervos, y después de haberlos ultrajado, los mataron: son los judíos de la
primera generación cristiana, que hicieron víctimas de su odio a Esteban, a
Santiago el Mayor y a Santiago el Menor, y movieron contra todos terribles
persecuciones, como es de ver en los Hechos de los Apóstoles y en las cartas
de San Pablo.
Contra el crimen de los invitados fulminó Dios sanción terrible, efecto de
su justa ira: Y el rey, cuando lo oyó, se irritó: y enviando sus tropas,
acabó con aquellos homicidas y abrasó la ciudad de ellos. Es la predicción
de la ruina de aquel pueblo y del incendio de Jerusalén por el ejército de
Tito y Vespasiano, llamado ejército de Dios, aunque fuese reclutado entre
los gentiles romanos, porque fue el instrumento de su justicia (cf. Is. 3,
13; Ez. 29. 18): cuéntase que el misino Tito atribuyó aquel hecho a la
divinidad.
Vocación de los gentiles (8-14). — Aunque esta vocación fue simultánea con
la de los judíos, se prescinde del tiempo, como ocurre a veces en las
visiones proféticas, para el mejor ordenamiento de la parábola. No quiere el
rey que por la descortesía y maldad de los primeros invitados, los judíos,
se frustren sus planes y sea frustrada su generosidad: Entonces dijo a sus
siervos, los predicadores posteriores y los mismos que sufren repulsa: Las
bodas ciertamente están preparadas, mas los que habían sido convidados, no
fueron dignos: es la definitiva exclusión de los judíos. Lo que
posteriormente hará el Apóstol (Act. 13, 46), lo preludia ya Jesús: dejará a
los judíos y llamará a los gentiles: Id, pues, a las salidas de los caminos,
a las encrucijadas, a los lugares de las ciudades adonde confluyen las rutas
de todo horizonte, y donde se juntan las multitudes, y a cuantos
encontrareis, convidadlos a las bodas, a todos, sin distinción alguna.
Y habiendo salido sus siervos a los caminos, predicando los Apóstoles en
todas las encrucijadas del mundo, reunieron cuantos hallaron, a todos, sin
preocuparse de sus cualidades morales, malos y buenos, a saber: aquellos que
vivían en el gentilismo vida honrada, siguiendo los dictados de la ley
natural, y los que vivían abandonados a sus pasiones. El resultado fue
magnífico; y la sala de las bodas se llenó de comensales, aun no pudiendo
contarse con los judíos: es la eficacia de la palabra de Dios.
Pero no basta entrar en la Iglesia. Si Dios llama a todos los hombres a las
bodas de su Hijo, ello es a condición de que los invitados trabajen en
lograr su santidad personal: Y entró el rey para ver a los comensales, y vio
allí a un hombre que no estaba vestido con vestidura de boda: es tan
diligente el anfitrión real, Dios, que entre tanta multitud no se le escapa
un solo hombre que no ha hecho a sus bodas el honor debido, presentándose a
ellas con el vestido ordinario. Y le dijo, sin aspereza, antes dejando al
juicio del mismo réprobo su propia condenación: Amigo, buen hombre, ¿cómo
has entrado aquí no teniendo vestido de boda? El vestido de boda es la
santidad cristiana, la vida ajustada a la ley de Jesús; nadie puede entrar
en la Iglesia que no deje las malas obras de su pasada vida. El hombre, que
bien sabía a qué le obligaba la asistencia al convite, calla, en lo que se
reconoce culpable: Mas él enmudeció.
Entonces, convicto el reo, el rey dijo a sus ministros, a los ejecutores de
su justicia: Atado de pies y manos, arrojadlo a las tinieblas exteriores. De
pies y manos es atado forzosamente, sin que pueda huir de la justicia
divina, el que voluntariamente se ligó al pecado. Las tinieblas exteriores
se llaman así por oposición a la sala del festín, espléndidamente iluminada;
las tinieblas representan la pena de daño, la exclusión del reino de la luz
eterna; y la de sentido, las palabras siguientes: Allí será, el llorar y el
crujir de dientes: sin alivio, sin esperanza, en medio de tormentos y dolor
eterno.
Termina Jesús su parábola con estas palabras: Porque muchos son los
llamados, y pocos los escogidos. Formulada esta parábola principalmente para
indicar la reprobación del pueblo de Dios, debe entenderse la frase en el
sentido de que, siendo llamados todos los judíos, sólo algunos respondieron
a la invitación. Puede asimismo aplicarse a los gentiles, de los que sólo el
menor número han entrado en la santa Iglesia. Y aun puede aplicarse el texto
a los pocos que de la misma Iglesia se salvan, habida cuenta del inmenso
número de creyentes.
Lecciones morales. — A) v. 2. — Semejante... a un hombre rey, que celebró
las bodas de su hijo. — Estas bodas, regias de verdad, porque son bodas
divinas, son las que contrajo el Verbo de Dios humanado con la santa
Iglesia. ¡Qué dignidad la de los desposados! El Esposo es el mismo Hijo de
Dios hecho hombre; una persona divina con dos naturalezas, la divina y la
humana; Persona que es la santidad esencial como Dios, y que es la máxima
santidad a que puede llegar una criatura en cuanto es Hombre-Dios. La Esposa
no tiene mancha ni arruga; el mismo Jesús la adquirió con su sangre, de
precio infinito. Tálamo de estos divinos desposorios es el seno inmaculado
de María, la Madre de Jesús y la Madre de adopción de la misma Iglesia. Y el
Padre, que hizo estas bodas, llama, hace ya siglos, a todos los hombres, y
les dice: ¡Venid a las bodas! Es condición indispensable para vuestra
felicidad ser partícipes de ellas; ellas son, no el símbolo, sino el camino
único y verdadero para llegar a las bodas definitivas y eternas del cielo.
¡Qué sabiduría, y qué generosidad, y qué magnanimidad la de Dios al
prepararnos estas bodas inefables!
B) v. 3. — No quisieron venir. — En su sentido directo, la frase se refiere
a los judíos, que rechazaron la predicación de Jesús. Pero, ¿por qué no
podemos quejarnos amargamente de que son los mismos cristianos, que ya
aceptaron la invitación y entraron en el regio festín de la Iglesia, los que
no quieren venir, no quieren estar en el festín, están en él indiferentes,
no gustan los divinos manjares que en la Iglesia se les ofrecen, viven como
pudiera vivir uno que no perteneciera al gremio de la santa Esposa del Hijo
de Dios? ¿Qué les importan a muchos las voces de invitación de los ministros
del Esposo, los sacramentos, la gracia, la ley cristiana, las Escrituras, el
culto, todo aquello, en fin, que la espléndida generosidad de Dios preparó
en la Iglesia de las almas?
c) v. 4. — Mirad que he preparado mi banquete... —Este banquete, dicen los
Padres, es el opulentísimo banquete de la verdad divina que Dios nos ha
revelado: banquete de robustos, porque en él se suministra al humano
pensamiento cuanto hay en el mundo de más alto y fuerte en el orden del
conocimiento. Banquete regaladísimo, donde los fuertes manjares de la
inteligencia se aderezan en las formas más agradables y más fáciles de
asimilar por toda criatura racional. ''Toros y aves: todo está preparado."
¡Y los hombres no vienen a: este banquete divino! Y con todo, sólo la
palabra de Dios, en la que van envueltos estos manjares, es la que puede
salvar nuestras almas (Iac. 1, 21). Es decir, que nadie puede sentarse en el
banquete de la dicha eterna, donde se dará Dios a sí mismo en pasto a
nuestras almas, que quedarán saciadas, si antes no se sienta en este
banquete de la verdad, que es como preludio y degustación intelectual del
banquete eterno de la gloria.
D) v. 9. — Id, pues, a las salidas de los caminos... —Los caminos, dice el
Crisóstomo, son todas las profesiones de este mundo, como la filosofía, la
milicia, etc.; y en este sentido, la invitación se refiere a la
universalidad de estados o maneras de vivir. O bien se entiende por caminos
las distintas maneras de vivir de los hombres, buenas o malas, como se dice
que andamos por buenos o malos caminos; y así la invitación se refiere al
orden moral en que cada uno vive. Que nadie desespere, pues. Ni hay
condición ajena a la vida cristiana, porque ante Dios no hay acepción de
estados ni personas (Act. 10, 34; Gal. 3, 28); ni vida tan infeliz que no
sienta el llamamiento de Dios, que ha querido que a muchos precedieran los
publícanos y meretrices en el Reino de los cielos (Mt. 21, 31).
E) v. 11. — Y entró el rey para ver a los comensales... — No que Dios deje
de estar en alguna parte, dice el Crisóstomo, sino porque se dice presente
donde quiere mirar para: juicio, y parece ausente de donde no quiere
hacerlo. Y el día del escrutinio judicial es el día del juicio, cuando
visitará a los cristianos que se sentaron a la mesa de sus Escrituras.
F) v. 12. — ¿Cómo has entrado aquí no teniendo vestido de boda? — ¿Qué
debemos entender por el vestido nupcial sino la divina caridad?, dice San
Gregorio; porque ella fue la que vistió el Señor cuando vino para desposarse
con su Iglesia. Entra en las bodas, pero sin vestido nupcial, el que tiene
fe, pero carece de la caridad. O entra en la Iglesia sin el vestido nupcial
el que no busca la gloria del Esposo, sino la suya propia, dice San Agustín.
O el vestido nupcial son los preceptos del Señor y las obras realizadas
según la ley y el Evangelio y que constituyen la vestidura del hombre nuevo,
dice San Jerónimo.
(DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS, “El Evangelio Explicado” Vol. IV, Ed Casulleras
1949, Barcelona, Pág. 45 y ss)
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Comentario: Hans Urs von Balthasar - La invitación del rey.
1. El rey del evangelio es Dios Padre, que prepara un banquete para celebrar
la boda de su Hijo. Esta comida es descrita en la primera lectura como un
festín del tiempo mesiánico, porque a él están convidados no solamente
Israel sino todos los pueblos. El velo del duelo que cubría a los paganos ha
sido arrancado, han desaparecido todos los motivos de tristeza, incluso la
muerte. Sobre la imagen veterotestamentaria no planea sombra alguna. La
imagen neo-testamentaria, por el contrario, está cubierta con múltiples
sombras.
Preguntémonos primero qué tipo de comida prepara Dios Padre para su Hijo: un
banquete de bodas; el Apocalipsis lo llama las bodas del Cordero (Ap 19,7;
21,9ss). El Cordero es el Hijo que, por su entrega perfecta, consuma no
solamente como Esposo sino también en la Eucaristía su unión nupcial con la
Iglesia-Esposa. El Padre es el anfitrión en la celebración eucarística:
«Tengo preparado el banquete», y encarga a sus criados que digan a los
invitados: «Venid a la boda». En la plegaria eucarística, la Iglesia da las
gracias al Padre por su don supremo y más precioso: el Hijo como pan y vino.
Y el agradecimiento viene de la Iglesia, que precisamente mediante este
banquete se convierte en Esposa. El Padre da lo más precioso, lo mejor que
tiene, no tiene nada más; por eso el que menosprecia este don preciosísimo
no puede ya esperar nada más: se juzga a sí mismo y se condena.
2. Formas de rechazar la invitación son el desprecio de la invitación a la
boda y la participación indigna en ella. Mateo une estas dos formas de ser
indigno del don supremo del Padre. La primera es la indiferencia: los
invitados no se preocupan de la gracia que se les ofrece, tienen cosas más
importantes que hacer, sus tareas terrestres son más urgentes. Pero Dios,
que ha pactado una alianza de gracia con el hombre, no puede permitir
semejante desprecio de su invitación. Al igual que Jeremías tuvo que
anunciar en la Antigua Alianza el fin de Jerusalén, así también el
evangelista predice aquí el fin definitivo de la ciudad santa: los romanos
«prendieron fuego» a la ciudad. La segunda forma de indignidad es,
contrariamente a la indiferencia de los invitados, la indiferencia
totalmente distinta del hombre que entra en la fiesta, en la celebración
eucarística, como si entrara en un bar. ¿Para qué molestarse en llevar traje
de fiesta?: el rey debería estar contento de que yo venga, de que todavía
participe, de que me tome la molestia de salir de mi banco para meterme en
la boca el trocito de pan. A éste ciertamente se le pedirán cuentas: ¿No te
das cuenta de que estás participando en la fiesta suprema del rey del mundo
y comiendo el más exquisito de los manjares, un manjar que sólo Dios puede
ofrecer? «El otro no abrió la boca». Quizá sólo después de su expulsión del
banquete se dé cuenta de lo que ha despreciado con su grosería.
3. Comprender el espíritu de la invitación.
Dios nos da dones inmensos. Pero nos los da en el fondo para que aprendamos
de él a dar sin ser tacaños y calculadores. Pablo se alegra en la segunda
lectura de que su comunidad lo haya comprendido. Se regocija no tanto por
los dones que él ha recibido de ella cuanto porque la comunidad ha aprendido
a dar. En este nuestro dar de todo aquello que nos ha sido regalado por el
rey, se cumple plenamente el sentido de la Eucaristía. Ciertamente jamás
podremos agradecer lo bastante a Dios los dones con que nos colma, pero la
mejor forma de agradecérselo, la que a él más le gusta y alegra, es que
aprendamos algo de su espíritu de entrega: que lo comprendamos y que lo
pongamos en práctica.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 110 s.)
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Santos Padres: San Agustín Mt 22,1-14: Nadie es pobre para llevar
ese vestido nupcial
¿Qué cosa es el vestido nupcial? Investiguémoslo en la Sagrada Escritura.
¿Qué es el vestido nupcial? Sin duda alguna, se trata de algo que no tienen
en común los buenos y los malos. Hallando esto, habremos hallado el vestido
nupcial. Entre los dones de Dios, ¿cuál es el que no tienen en común los
buenos y los malos? El ser hombres y no bestias es un don de Dios, pero lo
poseen tanto buenos como malos. El que nos llegue la luz del cielo, el que
las nubes descarguen la lluvia, las fuentes manen, los campos den fruto, es
don de Dios, pero común a buenos y malos.
Entremos a la boda; dejemos de lado a quienes no vinieron a pesar de haber
sido llamados. Centrémonos en los comensales, es decir, en los cristianos.
Don de Dios es el bautismo; lo tienen buenos y malos. El sacramento del
altar lo reciben tanto buenos como malos. Profetizó el inicuo Saúl, enemigo
de aquel varón santo y justísimo; profetizó mientras lo perseguían (1 Re
19). ¿Acaso se afirma que sólo los buenos creen? También los demonios creen,
pero tiemblan (Sant 2,19). ¿Qué he de hacer? He tocado todo y aún no he
llegado al vestido nupcial. He abierto mi bolso, he revisado todo o casi
todo y todavía no he llegado a aquel vestido. En cierto lugar el apóstol
Pablo me presentó un gran bolso repleto de cosas extraordinarias; las expuso
en mi presencia y yo le dije: «Muéstramelo, si es que has hallado el vestido
nupcial». Comenzó a sacar esas cosas una a una, y a decir: Si hablara las
lenguas de los hombres y de los ángeles, si tuviera toda la ciencia y toda
la profecía y toda la fe, hasta trasladar los montes, si distribuyere todos
mis bienes a los pobres. Preciosos vestidos; sin embargo, aún no ha
aparecido el vestido nupcial. Preséntanoslo ya de una vez. ¿Por qué nos
tienes en vilo, ¡oh Apóstol!? Quizá es la profecía el don de Dios que no
tienen en común los buenos y los malos. Si no tengo caridad -dijo- de nada
me sirve (1 Cor 13,1-3).
He aquí el vestido nupcial; vestíos con él, ¡oh comensales!, para estar
sentados con tranquilidad. No digáis: «Somos pobres para llevar ese
vestido». Vestid y seréis vestidos. Es invierno, vestid a los desnudos.
Cristo está desnudo y a quienes no tienen el vestido nupcial él se lo dará.
Corred a él, pedídselo. Sabe santificar a sus fieles, sabe vestir a los
desnudos. Para que teniendo el vestido nupcial, no quepa el miedo a las
tinieblas exteriores, a ser atado de miembros, manos y pies, nunca os falten
las obras. Si faltan, cuando tenga atadas las manos, ¿qué ha de hacer?
¿Adónde ha de huir con los pies atados? Tened ese vestido nupcial, ponéoslo
y sentaos tranquilos, cuando él venga a inspeccionar. Llegará el día del
juicio. Ahora se concede un largo plazo; quien se hallaba desnudo, vístase
de una vez.
(San Agustín, Sermón 95,7)
Aplicación: Elvira
«Gato por liebre»
El evangelio de hoy nos produce, cuando menos, asombro. «¿Cómo es posible
--nos preguntamos-- que este hombre que envía las invitaciones para la boda
de su hijo se sienta, así, tan abrumadoramente desairado?» Nadie quiso ir al
banquete, nadie. Vivimos en una época en la que, por el mínimo motivo, se
multiplican los banquetes: bodas, bautizos, primeras comuniones... Y es tal
el atractivo de estas expansiones que, el que más y el que menos, dejan
cualquier otro compromiso para no perderse el festejo. Pues, ya veis. El
Señor habla de unos hombres «invitados» que menospreciaron «lo que era más»
por preferir «lo que era menos», es decir, esas otras cosas que parece que
«podían esperar».
Y ésa es la intención de la parábola de hoy: poner de relieve nuestras
desconcertadas «preferencias». Suele decirse que «sobre gustos, no hay nada
escrito». Pero está claro que el saber discernir en las diferentes opciones
de la vida, tener bien organizada una sabia jerarquía de valores, de más
necesarios a menos, distinguir lo «auténtico» de lo «efímero», no pertenece
al terreno de los «gustos», sino a la más elemental y necesaria sabiduría
del hombre.
Eso es lo que planteó Ignacio de Loyola a Francisco de Javier: «¿Qué te
importa ganar todo el mundo si...?» Es decir, ¿cómo puedes rechazar «el gran
banquete» por otras aventuras más o menos subordinadas? Francisco Javier se
convenció de que «no es oro todo lo que reluce». Y, a continuación, puso en
juego dos cualidades que deberíamos imitar: la listeza y la decisión.
Porque es ahí donde nos atolondramos tanto los hombres de hoy. Una serie de
«antivalores» están atrayendo a muchas gentes, con preterición alarmante de
los «valores» fundamentales y eternos. El consumismo, la droga, la
diversión, el placer físico, incluso la violencia, se han impuesto de tal
manera en nuestro vivir moderno que, por seguir sus dictados, hemos vuelto
la espalda al sueño de Dios, que quiso que fuéramos su imagen: «Creó Dios al
hombre y a la mujer: a imagen de Dios los creó».
Ya sé que cada caso es cada caso. Y no se pueden hacer análisis globales. Y
sólo Dios verá desde su omnipresencia los vericuetos, ramificaciones y
revueltas que han llevado a este hombre determinado a su «opción» decidida
por la droga, la violencia, el hedonismo o el atractivo consumista,
olvidando otras llamadas superiores.
Por eso justamente hay que subrayar ese toque de atención de la parábola de
hoy. Es como si Jesús nos dijera: «¡Ojo con los espejismos! ¡Ojo con las
engañosas visiones del desierto! ¡Ojo, sobre todo, con aquel que quiera
ofreceros «gato por liebre»!
Y para que nadie piense, por otra parte, que esa invitación al banquete del
Reino está destinada a una especie de «jet-set» de cristianos, la segunda
parte de la parábola pinta bien claramente esa llamada impresionante que
hizo a continuación aquel señor: «Salid por las calles y plazas; y, a
cuantos encontréis, hacedles entrar». Dándonos a entender que la llamada de
lo alto es para todos.
Pero eso sí, todos han de presentarse «con el vestido nupcial», con la
«marca de origen», con nuestro carné de identidad, que no es otro que
nuestra «estima y aprecio de la divina gracia». Lo contrario lleva a las
«tinieblas exteriores».
(ELVIRA-1.Págs. 86 s.)
Aplicación: Benjamin Oltra Colomer - Sobrevivir no es vivir
En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y
a los senadores del pueblo, diciendo: «El Reino de los cielos se parece a un
rey que celebró la boda de su hijo. Mandó criados para que avisaran a los
convidados, pero no quisieron ir. Volvió a mandar criados encargándoles que
dijeran: "Tengo preparado el banquete, he matado terneros y reses cebadas y
todo está a punto. Venid a la boda ". Los criados no hicieron caso; uno se
marchó a sus tierras, otro a sus negocios, los demás les echaron mano a los
criados y los maltrataron hasta matarlos El rey montó en cólera, envió
tropas, que acabaron con aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad».
El hombre es un ser contradictorio: tiene hambre de infinito pero la
búsqueda de lo inmediato, de lo inminente, le absorbe hasta el punto de
paralizar y ahogar en él su verdadera dimensión. Lo urgente le imposibilita
lo importante; el ahora, el ya y el aquí le impiden ver en profundidad. Se
enzarza en sus mil y un asuntos, lucha por sobrevivir y se olvida de vivir.
. .
Hay un momento para cada cosa y lo que no se vive en su momento no consiente
reediciones intempestivas, pasa. Sólo hay un momento para cada cosa. A veces
lo urgente será saber esperar.
"Uno se marchó a sus tierras, otro a sus negocios. . .»
Las personas que se encierran en sus propios intereses, en su propia
felicidad, acaban perdiéndola porque la causa de la felicidad es el amor y
amar es participar, (tomar parte). Tratar de ser feliz sin amar es un
imposible, como es imposible tratar de ser feliz sin participar de la vida
con otras personas.
La vida es un misterio, es sublime, nos desborda; en ella participamos,
tomamos parte, como invitados. La vida es pura gratuidad, la recibimos como
regalo inmerecido y lo que ella espera de nosotros es un estilo o una
actitud de agradecimiento. No se nos dio para que la explotáramos ni la
tiráramos, sino para que creáramos armonía. La armonía de la vida, vivir
acordes, es vivir en concierto con la creación y con el Creador, que es lo
que produce la felicidad/salvación. Rebelarse y creer que uno solo puede y
puede a solas es fuente de desdichas. Sólo uno puede, pero no puede solo;
necesita de los demás: buenos y malos, sin discriminación alguna. Todos nos
necesitamos porque todos somos llamados al mismo banquete que es la vida y
todos, por igual, somos importantes.
«Luego dijo a sus criados: "La boda está preparada, pero los convidados no
se la merecían. Id ahora a los cruces de los caminos y a todos los que
encontréis, convidadlos a la boda". Los criados salieron a los caminos y
reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos. La sala del banquete
se llenó de comensales. Cuando el rey entró a saludar a los comensales
reparó en uno que no llevaba traje de fiesta y le dijo: "Amigo, ¿Cómo has
entrado aquí sin vestirte de fiesta?" El otro no abrió la boca. Entonces el
rey dijo a los camareros: "Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las
tinieblas. Allí será el llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son
los llamados y pocos los escogidos"».
La salvación/felicidad que Dios ofrece es universal. («Para todos los
pueblos» Is 25, 6). No importa tu ayer ni tu hoy, ni tu mañana, no importa
nada. Importas tú, («En pobreza o en abundancia» Flp 4, 12). Dios te quiere
a ti en particular, tal y como eres. Sólo tienes que colaborar con la
Gracia, participar de la vida que es asistir plenamente al banquete de Dios.
Convertirte, cambiarte de traje para vestirte de fiesta: Dejar de ser como
eres para ser como Dios manda.
Fiarte del Creador y dejar en sus manos tu vida, (la vida), aceptando lo que
nos ocurra como lo mejor para ese momento. Procurando una lectura positiva
de los acontecimientos.
«Muchos son los llamados y pocos los escogidos».
El precio de la Gracia es la conversión. Pero en religión Dios no se impone,
se propone. En religión el hombre es el que dispone, porque Dios nos creó
libres y acepta el juego de la libertad.
Pero recuerda que un excesivo interés por tus asuntos, por tus negocios, lo
pagas siempre con el desinterés por ti mismo. Y eso es el peor negocio, es
un desequilibrio personal. Fijaos y veréis cómo los muy interesados en sus
asuntos acaban siendo poco interesantes para los demás, se descapitalizan,
al final no hay quien pague nada por ellos. No valen la pena. Lo único que
consiguen, la única ventaja que alcanzan, es no hacer cola cuando visitan al
director de su banco, pues tienen lo que el director busca.
Para acabar: Amar es preferir y eso se traduce por dedicar tiempo. Quien ama
y prefiere más a sus asuntos e intereses que a sí mismo se equivoca, pues
quien dedica más tiempo a sus sueños, asuntos e intereses que a su propia
realidad la destroza. Hay que divorciarse de los sueños para casarse con la
realidad, la vida.
El peor pecado, la más grave equivocación en la búsqueda de la
felicidad/salvación es no esperar nada de nadie, creer que sólo tú puedes y
que tienes tiempo para todo, (campos, negocios. . .); pero al final no lo
tienes para lo que es verdaderamente fundamental: para ti mismo.
(BENJAMIN OLTRA COLOMER, SER COMO DIOS MANDA, Una lectura pragmática de San
Mateo,EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 117-120)
Aplicación: P. Octavio Ortiz - Nexo entre las lecturas
La lectura del profeta Isaías es sumamente consoladora. Nos muestra la
intención salvífica de Dios que prepara para los tiempos mesiánicos un
festín suculento en el monte Horeb. Dios se dispone a enjugar las lágrimas
de todos los rostros y se prepara para alejar todo oprobio y sufrimiento. La
promesa de la salvación se verá cabalmente cumplida (1L). Por su parte, el
evangelio también nos habla de un banquete, pero los tonos y circunstancias
son distintos. Se trata de la parábola de los invitados descorteses,
aquellos que no escucharon la invitación para participar en el banquete
nupcial (Ev). En el texto del profeta Isaías se subrayaba, de modo especial,
el don que Dios prepara para los tiempos mesiánicos invitando a todos los
pueblos de la tierra. En la parábola evangélica, en cambio, se pone de
relieve la libertad y la responsabilidad de los invitados al banquete. La
boda estaba preparada, pero los invitados no se la merecían. De manera
indigna habían echado mano a los criados y los habían cubierto de golpes
hasta matarlos. ¡Qué extraño proceder de uno que ha sido invitado a un
banquete! ¡Qué trágico y dramático el fin de aquellos invitados descorteses:
las tropas del rey prenden fuego a la ciudad y acaban con los asesinos! Se
trata, pues, de una parábola en relación con la que leímos el domingo
precedente (Viñadores homicidas), e indica que aquellos elegidos para
participar en el banquete se han comportado de modo indigno, no han
reconocido su condición de invitados o de labradores predilectos. Han
querido hacerse con la posesiones del rey, han querido suplantarlo
desairarlo, y se han perdido, se han hecho asesinos.
Dios invita al hombre, en Jesucristo, al banquete eterno, le ofrece la
salvación. Por parte de Dios todo está hecho; pero es el hombre quien libre
y generosamente debe acudir al banquete. Como san Pablo, hay que hacer la
experiencia de Cristo y de su amor para afrontar cualquier dificultad de la
vida: Todo lo puedo en aquel que me conforta (2L).
Mensaje doctrinal
1. En los tiempos mesiánicos Dios enjugara las lágrimas de todos los
rostros. Dice un himno de la liturgia de las horas: Señor, no sólo me diste
los ojos para llorar, sino también para contemplar. En verdad, en algunos
momentos de la vida, el hombre puede creer que su existencia no es sino un
llanto y sufrimiento ininterrumpido. ¡Son tantos los sufrimientos de los
hombres! Sufrimientos de pueblos enteros sumidos en la pobreza, en la
miseria, azotados por la enfermedad del Aids o malaria; sufrimientos de
miles de jóvenes aherrojados por las tenazas de la droga, del sexo, de la
pérdida de sentido; sufrimientos de tantos enfermos incurables, en estado
terminal, o en estado crítico; sufrimientos de familias desunidas. El Señor
no es ajeno a todos estos sufrimientos. Él recoge nuestras lágrimas entre
sus manos, como bien expresa el salmo 56:
De mi vida errante llevas tú la cuenta,
¡recoge mis lágrimas en tu odre! Sal 56,9
El Señor "ve nuestras lágrimas" (Cfr. 2 Re 20,5), "escucha nuestras
lágrimas" (Sal 39, 13). El Señor se conmueve ante las lágrimas de los
hombres. "Míralo en la palma de mis manos te tengo tatuada y tus muros están
ante mí perpetuamente" (Is 49,16). El Señor nos cuida como un padre cuida a
sus hijos: Yo enseñé a Efraím a caminar, tomándole por los brazos, pero
ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos. 4 Con cuerdas humanas los
atraía, con lazos de amor, y era para ellos como los que alzan a un niño
contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer. (Os 11,3-4)
El Señor prepara, pues, un banquete para el fin de los tiempos. En su Hijo,
Él nos ha expresado todo su beneplácito; en Él nos ha hecho ver cuán valiosa
es a los ojos de Dios la vida del hombre, pues ha enviado a su Hijo en
sacrificio: para rescatar al esclavo, entregó al Hijo. Él se cuida de
nosotros y ninguno de nuestros caminos le son desconocidos. Él va a
buscarnos allá donde el pecado nos tenía despeñados. Sí, el Señor no sólo
enjugará al final de los tiempos toda lágrima de quien a Él se acoge, sino
que ya, desde ahora, es el consuelo y alegría del corazón contrito y
humillado. Abramos a Él nuestro corazón, porque Él se cuida de nosotros.
En la profecía de Isaías, por primera vez, se postula el tema de la
inmortalidad: El Señor de los ejércitos aniquilará la muerte para siempre.
2. Dios nos da las fuerzas para superar las adversidades. En la segunda
lectura, Pablo se dirige a los Filipenses haciéndoles ver que él está
acostumbrado a todo. Sabe vivir en pobreza y en abundancia. Conoce la
hartura y la privación y se ha ejercitado en la paciencia de frente a las
grandes dificultades de su ministerio. Todo lo puede en aquel que lo
conforta. El cristiano, como Pablo, también es consciente de que en Cristo
encuentra la fortaleza necesario para perseverar en el bien y cumplir su
misión. Sabe que nunca está sólo en los avatares de la vida. Sabe que él va
reproduciendo con su vida, con su sufrimiento y con su amor, el misterio de
Cristo. Por ello, podemos decir que:
- El amor a Cristo nos da la constancia en el cumplimiento de nuestros
deberes. Nuestro deber de estado constituye nuestra primera obligación. Por
medio de esta fidelidad a las tareas diarias vamos construyendo el Reino de
Cristo en el mundo. ¡Cuántos son los santos, religiosos o laicos, que
llegaron a la santidad precisamente a través del cumplimiento ordinario de
sus deberes.
- El amor a Cristo nos da la paciencia para tolerar las adversidades. No son
pocas ni pequeñas las adversidades que debe afrontar un hombre, un
cristiano, una persona amante de la justicia y la verdad. Adversidades de
todo tipo, a veces, interiores, íntimas profundas; a veces, exteriores,
ataques de los enemigos, incomprensión de los amigos, enfermedades, muerte,
desuniones.... Sólo el amor de Cristo y el amor a Cristo son capaces de dar
una respuesta convincente al misterio del mal.
- El amor a Cristo nos da el valor para vencer nuestros temores y
desconfianzas. El Papa no cesa de repetir, ahora en su ancianidad, que no
debemos temer; que debemos luchar por el bien, que debemos "remar mar
adentro", que debemos ser los "centinelas de la mañana" que anuncian que la
noche está pasando y que llega la esperanza de un nuevo día. En Cristo
encontraremos la fuerza para superar nuestros miedos.
- El amor a Cristo nos da la fuerza para cumplir nuestra misión en la vida.
Cada persona tiene su propia misión en esta vida. No siempre se sienten las
fuerzas necesarias para llevarla adelante. Uno puede sentirse frágil o
agotado o desalentado ante la magnitud de la misión. Pues bien, es Cristo
quien fortalece al que está por caer. Son hermosas las palabras que el Papa
pronunció el pontificado: "A Cristo Redentor he elevado mis sentimientos y
mi pensamiento el día 16 de octubre del año pasado, cuando después de la
elección canónica, me fue hecha la pregunta: «¿Aceptas?». Respondí entonces:
«En obediencia de fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y
de la Iglesia, no obstante las graves dificultades, acepto». Juan Pablo II
Redemptor hominis 2.
Sugerencias pastorales
1. La experiencia del amor de Dios. El 13 de mayo de 1981 el Santo Padre
sufrió un atentado de manos de Alí Agca. Su vida estuvo en grave peligro.
Aquel hecho, que ha ocasionado al santo Padre un largo y penoso sufrimiento
que todavía no conoce fin, es, a los ojos del Pontífice, una gracia muy
especial de Dios. A través de esta experiencia, ha llegado a una mejor
comprensión del misterio del dolor y de la necesidad de ofrecer su sangre
por Cristo y por su Iglesia. Sólo unos días después del atentado, estando su
salud todavía bastante comprometida, el Papa grabó en la habitación del
hospital Gemelli unas palabras para que fueran transmitidas en el Ángelus.
En ellas decía que ofrecía sus sufrimientos por el bien de la Iglesia y del
mundo. Encuentran aquí un especial sentido el verso del cardenal Wojtyla
tomado de su poesía Stanislaw: "Si la palabra no ha convertido, será la
sangre la que convierta".
¡Maravillosa enseñanza la que nos ofrece el Santo Padre! Aprendamos como él
a hacer experiencia de Dios y de su amor en las diversas circunstancias de
la vida. Así, el dolor y las penas se convertirán en fuente de gracia, de
purificación y transformación en Cristo. "Todo lo podemos en aquel que nos
conforta"
2. La respuesta a la invitación de Dios y a las inspiraciones del Espíritu
Santo. La parábola de los invitados al banquete nos alerta sobre la
necesidad de responder a las invitaciones de Dios. El Señor llama a nuestra
puerta a través de las mociones interiores y de las inspiraciones del
Espíritu Santo. Seamos personas de vida interior, capaces de escuchar la voz
suave del Espíritu Santo. Personas generosas que no dejan pasar las
oportunidades para expresar a Dios su amor. Esto lo podemos hacer en nuestra
vida cotidiana, en el esfuerzo de cada día, en las relaciones familiares o
profesionales.
(P. Octavio Ortiz)
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Aplicación: Leonardo Castellani - Parábola del convite regio
Otra vez tenemos aquí la Parábola del Convite Regio, de que hablé no hace
mucho; en la forma cruda y amenazante con que está en San Mateo; y situada
al final de la prédica de Cristo, antes del Sermón Parusíaco. Esta situación
posterior de la Parábola junto a la diferencia del auditorio, es lo que
explica la diferencia en la forma de la Parábola (el fondo es el mismo) en
Mateo y en Lucas. El fondo es un rechazo de Dios.
La Parábola en Mateo tiene dos partes, una sobre el rechazo nacional del
pueblo judío, otra sobre el rechazo singular de un individuo. Los motivos
son diferentes: en el rechazo del pueblo judío, el rechazo es motivado
porque ellos no oyeron a los Profetas; más aún, los mataron; en el rechazo
de un individuo, es que no tiene la vestidura nupcial y está en la sala del
Convite; o sea, hablando hoy, está dentro de la Iglesia pero no tiene la
gracia santificante, "no está en gracia", como decimos. Es decir, que de los
que se pierden, algunos rechazan la fe, no creen; y otros no rechazan la fe
pero no viven conforme a la fe. O sea, como decían antes, ateísmo teórico y
ateísmo práctico.
Los antiguos predicadores tomaban aquí el segundo caso del hombre particular
que por no tener o no haber conservado la gracia es arrojado a las
"tinieblas de afuera", o sea al Infierno: procuraban pues suscitar en los
oyentes el temor de Dios. ¿Por qué? Porque hablaban a oyentes que tenían la
fe, pero vivían mal, simplemente. Hoy día existe ese caso por supuesto; pero
ha surgido un problema más grave, la fe. Estamos tentados en la fe, dudamos
o luchamos. Una inmensa cantidad de hombres hoy día dice en puridad: "Ese
Dios que Ustedes predican no nos interesa: no nos ayuda en nada" —o repiten
crudamente la frase de Nietzsche: "Dios ha muerto", o ni siquiera nombran o
recuerdan a Dios.
Yo no les predicaré aquí el temor de Dios tratando de atemorizarlos con los
posibles castigos de la vida futura, como Bourdaloue, Ségneri, Luis de
Granada y tantos otros predicadores antiguos. Hoy día lo que necesitamos no
es tanto angustia, aunque sea angustia religiosa, sino más bien consuelo y
sobre todo coraje. Tomo pues la primera parte, el destino del pueblo judío,
profetizado aquí con terrible precisión por Cristo; que aunque parece una
cosa pasada y por ende, sin interés actual, es una cosa actual.
Este destino del pueblo judío es la tragedia más grande de la historia;
Cristo mismo lo dijo, comparándolo con el Diluvio y también con la situación
de los últimos tiempos, o sea con la Gran Apostasía. El Cardenal Newman y
antes que él el P. Lacunza la han retratado con elocuencia.
La tragedia del pueblo hebreo es en suma la siguiente: he aquí un pueblo que
durante 2.000 años giró en torno de la esperanza del Mesías; y cuando viene
el Mesías, lo desconoce, rechaza y mata. Toda la razón de ser dése pueblo
"elegido" está en la esperanza del Gran Rey Salvador, Rey de parte de Dios;
esa esperanza religiosa creó la literatura religiosa más importante del
mundo; los Salmos, los Profetas, los Libros Sapienciales que actualmente
usamos nosotros en el servicio divino, en el Misal, el Breviario, los
Sacramentos —en toda la Liturgia. Y con toda esa esperanza, que inspiraba
toda la vida del pueblo hebreo; y con todos esos libros ("Biblia" significa
libros), tenían que caer en el error horrible de matar al Mesías, una
especie de suicidio, que se podría decir "confundir a Dios con el Diablo":
"los milagros que tú haces los haces por virtud del Diablo". La causa dése
error horrible es una corrupción horrible, una corrupción de la religión, el
fariseísmo. Dije antes que los judíos vivieron de la esperanza del Mesías
durante 2.000 años; durante 4.000 en realidad, porque han seguido lo mismo,
esperando todavía con obstinación al Mesías que ya vino.
Esta situación debe movernos a una gran compasión; pero también a un gran
respeto, pues siguen siendo el pueblo elegido aunque castigado, dice San
Pablo. Que debe movernos a la judaización del Cristianismo, lo cual vemos
hoy día, es otra historia. Un cristiano que se judaiza deja de ser cristiano
sin llegar a ser judío: es simplemente una corrupción, que no tiene nombre
adecuado en ninguna lengua. Bueno, es una singular apostasía.
—Bueno, los judíos cayeron, que se embromen. No. Lo grave y lo actual del
asunto es que así como los judíos erraron respecto a la Primera Venida, los
cristianos pueden errar respecto a la Segunda Venida; y está predicho que
van a errar —la Gran Apostasía: "nisi venerit Discessio primum", profetiza
San Pablo: primero vendrá la Apostasía, antes de la Parusía. Y por eso el
peligro actual, como dije antes, no es tanto la vida inmoral, que Ustedes no
llevan, sino el peligro de flaquear en la fe. Pero si está predicho que
todos van a flaquear en la fe, entonces ¿qué podemos hacer? —Está predicho
que muchos van a flaquear en la fe; pero no está predicho que yo tenga que
flaquear en la fe; eso depende de mí.
He leído el Nº 23 de una revista teológica "CONCILIUM" que sale en 4 ó 5
idiomas, español incluso, dirigida por Rahner, un teólogo agudo no muy
seguro, dedicada toda ella (200 páginas) al problema del ateísmo. Dicen que
el ateísmo es un fenómeno actual, que debemos analizar el ateísmo, que la
Iglesia debe convertir a los ateos, que hay que buscar un camino nuevo hacia
los ateos —todo lo cual es verdad. Pero dice también que muchos ateos son
inculpables, lo cual negaba la antigua teología; que gran parte de la culpa
del ateísmo la tenemos los católicos romanos, lo cual es cargarnos demasiado
la romana; que hay que establecer un diálogo con los ateos, por el cual
diálogo algunos destos teologazos ya han sido arrollados o contaminados.
Todo eso lo refieren al Concilio, pero confesando que el Concilio no lo
dijo. Lo que dijo el Concilio es que hay ateos culpables; y puede haber, por
excepción, ateos inculpables; y pare Ud. de contar. Pero esa cuestión de si
Ateo Fulano tiene culpa o no, pertenece a Dios, que es el único que penetra
en el fondo de los corazones; para nosotros es una cuestión ociosa. Lo que
nosotros sabemos cierto es que el ateísmo en sí mismo es un tremendo pecado
contra Dios, un pecado de impiedad, el peor que se puede cometer; y que el
hecho de que cunda hoy día es un hecho del Diablo, y no un hecho de la
Ciencia, o la Civilización Moderna, o nosotros los católicos. Esas pueden
ser causas incidentales, pero nunca la causa principal. Si vemos que un tipo
mata a otro, podemos pensar que quizá no tiene culpa ante Dios; pero el
homicidio queda homicidio.
Al salir de los intrincadísimos análisis y los intrincadísimos remedios de
la última palabra de la Nueva Teología que es esta revista "CONCILIUM", lo
que se nota más fuerte que un dedo en un ojo es que:
1º- No recuerdan nunca la Gran Apostasía.
2º- No tienen en cuenta la Segunda Venida.
3º- Tienen como un dogma inconcuso que la Iglesia y el Mundo tienen que ir
adelante, ir adelante, ir adelante siempre, lo menos durante 17 millones de
años; y eso no solamente es un error en la fe sino un disparate ante la
razón. No valía la pena sustituir la esperanza en la Parusía, que es un
dogma de fe, por semejante macanazo.
Por supuesto que estos teólogos no lo dicen en la forma brutal en que lo he
puesto: son de mucho talento y aun dicen muchas cosas buenas; incluso yo
diría que todo lo que dicen es bueno pero no es bueno el enfoque general: la
"connotación", como dicen los lógicos. Y así ya que me he olvidado del
precepto del Cura Brochero de poner un chiste en cada sermón, recordaré el
cuento del marido que al llegar a casa dice a su mujer: "Ha aumentado el
precio de los tapados de visón" y ella dice: "Sí, ya sé: ya sé que no me
querés más".
En este sermón he hecho lo de la mujer del cuento. La Iglesia vieja, que es
la mía, dice: "Sí, ya sé: ya sé que lo que dicen Uds. es un hecho; pero Uds.
no me quieren más".
(Leonardo Castellani, “Domingueras Predicas” Ed. Jauja, 1997, Pag. 263 y
ss.)
Aplicación: P. Juan B. Lehman - La comunión sacrílega
"Amigo, ¿cómo has entrado tú aquí sin vestido de boda?"
(Mat. 22, 12).
La cena nupcial del rey de que nos habla el Evangelio de hoy, representa en
primer lugar la participación del reino de Dios en la tierra (la Iglesia
Católica) y la posesión del reino de Dios en el cielo. Pero podemos también
referirlo a la Sagrada Comunión, que es el banquete real, al que Dios nos
convida diariamente, pero con una sola condición: la de no comparecer sin
vestido nupcial.
En otras palabras: que comulguemos dignamente, y no sacrílegamente. Puesto
que la Comunión sacrílega es:
1º La Comunión sacrílega es un terrible crimen .
— a) Sacrilegio de Baltasar. ¿Conocéis la historia del rey Baltasar de
Babilonia? Con ocasión de un gran banquete, mandó buscar los vasos de oro y
plata que su abuelo Nabucodonosor había robado del templo de Jerusalén, y
los profanó bebiendo en ellos con sus mujeres y convidados. Entonces
aparecieron unos dedos como de mano humana que escribieron en la pared,
frente al rey: Mane, Técel, Fares. Asustado el rey, palideció y comenzó a
temblar. Convocó a todos los sabios de su reino para interpretar las
misteriosas palabras, pero ninguno supo hacerlo. Mandó entonces llamar al
profeta Daniel, quien le dijo con toda franqueza: "Rey, tú te has levantado
contra el dominador del cielo, y has hecho traer a tu presencia los vasos
sagrados de su santo templo, y en ellos has bebido el vino tú, y los grandes
de tu corte, y tus mujeres, y tus concubinas; has dado también culto a los
dioses de plata, y de oro, y de cobre, y de hierro, y de madera, y de
piedra, los cuales no ven, ni oyen, ni sienten; pero aquel Dios de cuyo
arbitrio pende tu respiración y cualquiera movimiento tuyo, a ése no le has
glorificado. Por lo cual envió El los dedos de aquella mano que ha escrito
eso que está señalado. Mane: Ha numerado Dios tu reinado, y le ha puesto
término. Técel: Has sido pesado en la balanza, y has sido hallado falto.
Fares: Dividido ha sido tu reino, y se ha dado a los Medos y a los Persas".
Aquella noche misma fue muerto Baltasar, rey de los Caldeos" (Dan., 5,
23-30).
El acto de Baltasar fue una profanación de los vasos sagrados. Pero el que
comulga sacrílegamente comete una profanación, un crimen, contra el mismo
Dios tres veces santo. Este acto es mucho peor, más impío y abominable que
el de Baltasar. "Reo será del cuerpo y de la sangre del Señor", dice San
Pablo (I Cor., 11, 27), del que comete un sacrilegio. Este tal fuerza al
Señor a entrar en su alma, la cual por el pecado volvióse horrible,
desfigurada, y hasta muerta y en putrefacción; procede como los soldados y
sayones, que en el Huerto de las Olivas amarraron a Jesús con cuerdas y lo
llevaron preso.
b) Torturas de Maximiano. Cuando el Emperador romano Maximiano, quería
torturar especialmente a los cristianos, mandaba que los atasen a un cadáver
en descomposición: ojos con ojos, boca con boca, pecho con pecho del muerto.
Así hacía que permaneciera el cristiano hasta que muriera de repugnancia y
terror. ¡Qué horror! Pues algo semejante hace el que comulga sacrílegamente.
El alma en pecado mortal está muerta, tan horrible y detestable ante Dios,
como un cadáver putrefacto. Y en tal estado obliga el pecador a Jesús a que
se una a ella en la comunión sacrílega. ¡Jesús, la santidad misma, obligado
a entrar en ese cubil de pecados! ¡Jesús, la suprema belleza, tiene que
morar en ese antro horripilante! ¡Jesús, verdadero Dios, constreñido a morar
con el demonio! ¡Oh! ¡Qué crimen contra la sagrada Carne y Sangre de Jesús!
¿Y cómo los ángeles del cielo no ahuyentan de la Sagrada Mesa al sacrílego
criminal?
2º La Comunión sacrílega es una ruda ingratitud.
— a) Judas. El Apóstol Judas, cuando Jesús fue apresado en el Huerto de las
Olivas, dio al Salvador un beso, en señal de amistad. Exteriormente procedía
como si amase a Jesús; pero en realidad lo estaba vendiendo por treinta
monedas de plata.
¡Qué felonía! ¡Qué bajeza! ¡Qué hipocresía! ¡Qué ingratitud! ¿Es ése, oh
Judas, tu agradecimiento al Salvador por todo el amor y bondad que te
manifestó durante tres años? ¿Con un beso entregas al Hijo del hombre? ¡Oh
Judas! ¿Comulgaste en realidad sacrílegamente, o saliste antes del Cenáculo?
¡Oh! si allí comulgaste, cometiste una acción enormemente grave, que daría
testimonio de la más negra ingratitud para con Jesús.
El que se aproxima indignamente a la Sagrada Mesa, es un perfecto imitador
de Judas. Procede exteriormente como si amase a Jesús; se acerca al sagrado
Banquete como los demás; recibe la Sagrada Hostia, pero su corazón está muy
lejos de Jesús. ¡Se aprovecha del más santo de los Sacramentos para causar a
Jesús la mayor afrenta, en lugar de agradecérselo de todo corazón! Olvídase
de los beneficios del Señor y le ofende del modo más grosero. El Salvador le
llama por medio de la conciencia, como en otro tiempo a Judas: "Amigo, ¿a
qué has venido? Amigo, ¿cómo osaste entrar sin vestido nupcial?" Pero el
infeliz no se deja ablandar por la gracia; arrodíllase hipócritamente en el
Comulgatorio, y recibe en sus sacrílegos labios el Sagrado Cuerpo del Señor.
¡Oh! ¡Qué ingratitud! Que los infieles, que los enemigos de Cristo profanen
el Santísimo Sacramento, es cosa horripilante; pero se puede decir, en ese
caso: "¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen!" Pero que lo hagan
los Cristianos, los católicos, ¡oh! eso es infinitamente peor ¡Eso debe
doler sobre toda ponderación al Corazón de Jesús!
b) Bruto. Refiere la historia que el emperador romano Cayo Julio César, fue
atacado por una gavilla de conspiradores. Cuando los enemigos, puñal en
mano, se precipitaron sobre él para matarle, César se defendió
valientemente. De pronto, entre los conjurados divisa a Bruto, a Bruto, a
quien había adoptado por hijo, a quien había amado paternalmente y colmado
de beneficios. Tal ingratitud hirió su alma llevándole a exclamar: "Tu
quoque, Brute!" ¡Oh Bruto, tú también...! Y cubriéndose con su toga, dejó de
defenderse y cayó muerto. ¿No podría Jesús decir de igual manera al divisar
al sacrílego que se acerca a recibirle: "¿Tú también, cristiano mío, amigo
mío, hermano mío? ¡También tú, a quien colmé de favores! ¿Así me pagas
ahora, con tal ingratitud y tal afrenta? ¡Qué horrible ingratitud!"
3º La Comunión sacrílega es una gran desgracia . La Comunión sacrílega es
una gran desgracia, porque lejos de producir gracia alguna, no trae consigo
más que castigos. Ya lo anunció el Apóstol (I Cor. 11, 29): "Porque quien lo
come y bebe indignamente, se traga y bebe su propia condenación, no haciendo
discernimiento del cuerpo del Señor"; es decir, castígase a sí mismo, porque
sobre sí mismo atrae los castigos de Dios y la condenación eterna. Al
sacrílego profanador ha de sucederle lo que a Heliodoro, que se atrevió a
robar el tesoro del templo de Jerusalén, quien pisoteado por el caballo de
un ángel, fue después terriblemente azotado hasta que cayó en tierra
envuelto en oscuridad y tinieblas (II Ma. 3, 25.)
La Comunión dignamente recibida es la vida con Jesús. "Satanás se apoderó de
Judas." (Lc. 22, 3.) "Era ya de noche." (Juan 13, 30.).
La Comunión dignamente recibida aumenta la vida de la gracia. La Comunión
sacrílega destruye la gracia santificante. La Comunión digna produce en el
alma gusto y vigor para practicar el bien; la indigna, en cambio, produce
indiferencia y embotamiento para todo lo religioso, y la ceguera y
endurecimiento del corazón.
La Comunión digna perdona los pecados veniales y preserva de los mortales;
la indigna va añadiendo nuevos y terribles pecados mortales a los que el
alma ya tenía.
La Comunión digna es prenda de la vida eterna del cielo. "Quien come mi
carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el último
día." (Juan 6, 55.) La indigna, al contrario, acarrea la eterna condenación
en el infierno. "Atado de pies y manos, arrojadle fuera a las tinieblas;
donde no habrá sino llanto y crujir de dientes." (Mateo 22, 13.)
"Recíbenle los buenos y los malos, Mas con distinta y contrapuesta suerte De
inmortal vida o de funesta muerte. Es vida para el bueno, y para el malo,
Muerte. ¡Ved, de igual "pan", carne divina, Cuan diferente efecto se
origina!"
(Sto. TOMÁS DE AQUINO.)
¿No os aterran los efectos de la Comunión sacrílega? Penetraos profundamente
de este saludable temor, pues, en verdad, es lo más terrible: un crimen
horrible, una ruda ingratitud, y una inmensa desgracia.
No temáis, sin embargo, por vuestras Comuniones pasadas, por si hubieran
podido ser indignas ¡No! Sólo comulga sacrílegamente el que lo hace
conscientemente, sabiendo que se halla en pecado mortal.
Aun más: aunque alguno hubiera venido en realidad comulgando indignamente
muchas veces, no debe por eso desesperarse como Judas después de su
traición; antes bien debe despertar en su alma un profundo dolor, —a
imitación de San Pedro después que por tres veces negó a su divino Maestro—,
confesarse sinceramente y comulgar dignamente. Así Jesús se le mostrará
clemente y misericordioso.
Practiquemos todos las enseñanzas de San Pablo: "Examínese a sí mismo el
hombre; y de esta suerte coma de aquel pan, y beba de aquel cáliz." (I Cor.
11, 28.) Si así lo hacemos no llegará a decirse: "Las prevenciones para las
bodas están hechas, mas los convidados no eran dignos de asistir a ellas."
(Mat. 22, 8.) Recibamos con frecuencia el celestial banquete; nos convida el
Señor, y hasta nos fuerza; pero primero oremos con la Iglesia: "Señor mío
Jesucristo, que este vuestro cuerpo que aunque indigno, pretendo recibir, no
sea para mí causa de juicio y de condenación, sino que, por vuestra piedad,
sirva de defensa para mi alma y cuerpo, y de remedio para todos mis males."
(Ordinario de la Santa Misa.)
(R.P. JUAN B. LEHMANN V.D.,“Salió el Sembrador…” Ed. Guadalupe, Buenos
Aires, 1947, Pág. 294 y ss.)
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EJEMPLOS
La historia del rabino Eliecer
La invitación
La visita del rey a una ciudad.
Cuando una ciudad aguarda a su rey, las calles y plazas se limpian y
atildan; por doquier se ven guirnaldas de follaje y cintas vistosas, se
levantan arcos de triunfo en el curso que seguirá la comitiva real, en
azoteas y balcones ondean banderas y gallardetes, las gentes se atavían con
sus galas más lucidas y un aire de fiesta llena los ámbitos de la ciudad.
Cuando en la Sagrada Comunión el Rey de Cielos y Tierra se dispone a
visitarnos recibámosle de manera semejante. Que nuestra alma esté limpia y
sin mácula, una confesión bien hecha la tornará más lucida que un sol;
adornémosla luego con nuestras buenas obras, con las guirnaldas de la fe,
con las flores de la caridad, con las banderas y estandartes del amor a
Jesucristo. No olvidemos el ayunar y el entregarnos a una oración profunda y
detenida antes de recibir al Señor. Agustín nos enseña: "Nadie pruebe del
Cuerpo de Jesús, si no estuvo antes en oración."
(Tomado de Catecismo en ejemplos, Ed. Políglota, Dr. F. Spirago)
Lo exterior signo de lo interior
-En ocasiones llega Dios a castigar con graves enfermedades a quienes
indignamente le reciben en la Sagrada Comunión, como lo demuestra el hecho
siguiente. Lotario II de Lorena (855-875) incurrió en censuras
eclesiásticas, a causa de su vida escandalosa y desarreglada. Cuando murió
el Papa Nicolás I, que había fulminado contra él sentencia de excomunión,
Lotario fue a Roma rodeado de fastuoso séquito para pedir al Papa Adriano II
la absolución de la censura. Como todos los miembros de su séquito
corroboraran la sinceridad del monarca, el Papa le recibió y le administró
la Sagrada Comunión. No podían sus ojos penetrar las conciencias del rey y
de sus acompañantes, y mucho menos suponer que estaban representando una
farsa. La absolución impartida al falso penitente fue, pues, inválida. El
alma del rey quedó manchada con dos grandes sacrilegios. Regresó éste a su
reino, mas llovieron sobre él los castigos del cielo. En el camino de
regreso fueron enfermando y muriendo todos los miembros de su comitiva. Y el
mismo rey, a poco de terminar su viaje, cayó gravemente enfermo y murió sin
dar la menor señal de arrepentimiento. La Comunión sacrílega conduce a la
impenitencia final.
(“Salió el Sembrador…” Ed. Guadalupe, Buenos Aires, 1947, Pág. 268)
(Cortesía NBCD e iveargentina)