Solemnidad del Sagrado Corazón C: Comentarios de Sabios y Santos - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios al participar en la Eucaristía
A su disposición
Exégesis: Alois Stöger - El escándalo farisaico y el gozo por la oveja
encontrada (Lc 15, 1-7)
COMENTARIO TEOLÓGICO: ENCICLOPEDIA CATÓLICA - DEVOCIÓN AL SAGRADO CORAZÓN DE
JESÚS
Santos Padres: San Agustín comenta la 2a. Lectura - Rom 5,5-11: ¿Valíamos
tanto cuando aún éramos pecadores?
Santos Padres: San Agustín comenta el evangelio - Lc 15,3-7: La gracia que
hace volver
APLICACIÓN: SAN JUAN PABLO II (I) - EL MISTERIO DEL CORAZÓN DE CRISTO
SAN JUAN
PABLO II (II) - EL CORAZÓN Y LA SANGRE
PROMESAS DEL SAGRADO CORAZÓN
Aplicación: Directorio Homilético - Solemnidad del Sacratísimo Corazón de
Jesús
EJEMPLOS
Meditaciones de Juan Pablo II sobre las Letanías del Sagrado Corazón para
cada día del mes
Abundantes recursos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas de la solemnidad
Exégesis: Alois Stöger - El escándalo farisaico y el gozo por la
oveja encontrada (Lc 15, 1-7)
1 Íbanse acercando a él, para escucharlo, todos los publicanos y pecadores.
2 y tanto los fariseos como los escribas murmuraban, diciendo: ¡Este hombre
acoge a los pecadores y come con ellos!
Grandes multitudes del pueblo acompañan a Jesús, pero también se le acercan
todos los publicanos y pecadores. Los publicanos se cuentan entre la gente
más despreciable. Se enumeran juntos: el publicano y el ladrón; el publicano
y el bandido; el publicano y el gentil; cambistas y publicanos; publicanos y
meretrices; bandidos, engañadores, adúlteros y publicanos; asesinos,
bandidos y publicanos. Son designados como pecadores todos aquellos cuya
vida inmoral es notoria y los que ejercen una profesión nada honorable o que
induce a faltar a la honradez, como los jugadores de dados, los usureros,
los pastores, arrieros, buhoneros curtidores. También pasa por pecador el
que no conoce la interpretación farisea de la ley, pues si no conoce la
interpretación de la ley, tampoco la observa.
Jesús es profeta, poderoso en obras y palabras (24,19). Los publicanos y los
pecadores han visto sus obras y le han visto a él. Vienen a él para
escucharlo. Lo que han visto se hace comprensible por la palabra. Jesús
ofrece la salud y exige conversión, reforma de las costumbres. Escuchar es
el comienzo de la fe, y la fe es el comienzo de la conversión y del perdón.
La coronación del hecho de escuchar es la obediencia que se cifra en la fe,
y la fe que se cifra en obedecer. Los pecadores se acercan a Jesús y por él,
el profeta, a Dios. El profeta es portador del oráculo de Dios. Se acercan
para oír a Dios. De ellos se puede decir: «Buscadme y me hallaréis. Sí.
Cuando me busquéis de todo corazón, yo me mostraré a vosotros... y trocaré
vuestra suerte, y os reuniré de entre todos los pueblos y de todos los
lugares a que os arrojé... y os haré volver a este lugar del que os eché»
(Jer_29:12 ss).
Los fariseos y los escribas hablan despectivamente de Jesús: Este hombre. Lo
observan en toda ocasión, pues se sienten responsables de la santidad del
pueblo. Descontentos, murmuran: Tolera que se le acerquen los pecadores, los
acoge y se sienta con ellos a la mesa (Jer_5:29). Con tal manera de proceder
hace vano el empeño que tienen por la santidad del pueblo escogido.
Su lema es: «El hombre no debe mezclarse con los impíos.» Hay que aislar a
los transgresores de la ley y a los pecadores. Hay que expulsarlos de la
comunidad del pueblo santo de Dios. Así es como se ha de castigar el pecado,
estigmatizar el vicio, proscribir al pecador, restaurar el orden y conservar
la santidad. Lo que hace Jesús debe parecer necesariamente escandaloso.
Además él se presenta como profeta que pretende obrar y hablar en nombre de
Dios.
Jesús responde a los fariseos con una trilogía de parábolas. Las dos
primeras responden al reproche de que acoge a los pecadores; la tercera, que
culmina en el banquete festivo, responde al reproche de que Jesús come con
ellos. Jesús tiene conciencia de proclamar el mensaje de Dios y no tiene
nada de qué retractarse. Los pobres reciben la buena nueva, el Evangelio, y
entre los pobres se cuentan también los pecadores que están dispuestos a
convertirse.
Gozo por hallar al extraviado (Lc 15, 03-7)
3 Entonces les propuso esta parábola: 4 ¿Quién de vosotros, teniendo cien
ovejas y habiendo perdido una de ellas, no abandona las noventa y nueve en
el desierto, y va en busca de la que se le ha perdido, hasta encontrarla? 5
Y cuando la encuentra, se la pone sobre los hombros, lleno de alegría, 6 y
apenas llega a casa, reúne a los amigos y vecinos, y les dice: Alegraos
conmigo, que ya encontré la oveja que se me había perdido. 7 Os digo que
igualmente habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se
convierte, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de
conversión.
Palestina es una tierra en que abundan los rebaños de ovejas y de cabras.
Todo el mundo conoce al pastor y su género de vida. Lo que Jesús enfoca e
ilustra en el ejemplo del pastor es su solicitud por el rebaño y su amor a
los animales. Desde antiguo, en el pueblo de Israel, es presentado Dios bajo
la imagen del pastor por profetas, poetas y sabios (Isa_40:11; Isa_49:10;
Zac_10:8; Sal_13:1-4; Sal_78:52; Eco_18:13.).
La parábola comienza con una pregunta (cf. 14,28.31). El que la oye juzgará
por su propia experiencia. El pastor obra como dice Jesús. Toma sobre sí
toda solicitud y fatiga por cada animal descarriado de su rebaño, como si no
tuviera otro, como si no contaran los otros noventa y nueve. Ninguno le es
indiferente, no quiere perder ni uno solo. Que le queden noventa y nueve no
le resarce de la pérdida de uno. El pastor pone sobre sus hombros la oveja
hallada. Esto está observado de la vida misma. Cuando la oveja se extravía
del rebaño, va corriendo sin meta de una parte a otra, se echa al suelo sin
fuerzas y es preciso cargar con ella. El pastor la trata con más delicadeza
que a las otras. Sin embargo, la búsqueda por un terreno montañoso y
pedregoso le impone esfuerzos y fatigas. Pero todo lo olvida cuando recobra
la oveja perdida.
Su alegría es tan grande que no puede guardarla para sí. La anuncia a los
amigos y vecinos. Una y otra vez tiene que repetir: Ya encontré la oveja que
se me había perdido.
Como se alegra el pastor por una única oveja que se había perdido y se ha
vuelto a encontrar, así se alegra Dios por uno solo que era pecador y se
convierte. Así es Dios. Ni un solo pecador le es indiferente. No se consuela
con los muchos justos. Busca al pecador, también éste es suyo; nunca lo
abandona. Le causa preocupación y dolor, aun cuando va por caminos
extraviados.
Cuando el pecador extraviado se convierte y se deja encontrar, no le
aguardan reproches, recelos ni duras prescripciones. Dios salva, perdona,
recibe en casa con alegría y con toda clase de demostraciones de amor.
«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que el que cree
en él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jua_3:16). Habrá alegría
en el cielo, cerca de Dios. La alegría se pone en futuro. Dios se alegrará
en el juicio final cuando a uno de los más pequeños notifique su sentencia
de absolución. Dios se goza en perdonar, no en condenar. La historia de la
salvación hasta el juicio final está penetrada de la misericordia de Dios.
Más alegría habrá por un solo pecador que se convierta que por noventa y
nueve justos que no tienen necesidad de conversión. También los doctores
judíos contraponen a los «hombres de la conversión» (que hacen penitencia y
se convierten) los «justos perfectos». Unos y otros pueden decir: «Bien haya
el que no ha pecado y aquel a quien se ha perdonado el pecado.» Jesús dice
más. También el Antiguo Testamento sabe que Dios no se complace en la muerte
del pecador, sino más bien en que se convierta y viva (Eze_18:23). Jesús se
esfuerza por hallar palabras cuando quiere describir el amor de Dios que
perdona y que salva. Los hombres hablamos de mayor alegría cuando ésta viene
de donde no se esperaba. El pecador se había perdido y ha sido encontrado.
Grande, serio, incomprensible es el amor de Dios, su voluntad de perdonar.
La mayor alegría celebra la omnipotencia creadora del amor cuando éste pone
un nuevo comienzo.
Dado que a Dios causa alegría perdonar a los pecadores y volverlos al hogar,
también Jesús debe cuidarse de los pecadores y sentarse a la mesa con ellos.
El tiempo de salvación que él anuncia es tiempo de misericordia y de
alegría. Dios se alegra cuando perdona, los pecadores se alegran cuando son
perdonados; ¿habrán de murmurar los «buenos»? ¿Repudiarán ellos cuando Dios
busca? ¿Se amargarán cuando alborea el tiempo de júbilo? Jesús justifica su
amor a los pecadores al justificar el amor que les tiene Dios. Defensa
paradójica: tener que defender al Dios santo contra los reproches de los
hombres... Sólo el que cree que se ha inaugurado el reino de Dios y que Dios
reina por su misericordia, puede creer que el amor a los pecadores puede
santificar al pueblo. Los fariseos no comprenden que ha llegado la gran
mutación de los tiempos, porque no aceptan el mensaje de Jesús.
(STÖGER, ALOIS, El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
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Comentario Teológico: Enciclopedia Católica - Devoción al Sagrado
Corazón de Jesús
Contenido:
1. Explicaciones doctrinales
1.1 El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón
1.2 Fundamentos de la devoción
1.3 El acto propio de la devoción
(…)
Explicaciones doctrinales
La devoción al Sagrado Corazón no es sino una forma especial de devoción a
Jesús. Al esclarecer su objeto, sus fundamentos y sus actos propios
conoceremos qué es exactamente y qué hace distinta a esta devoción.
El objeto especial de la devoción al Sagrado Corazón
La naturaleza de esta cuestión es ya de por sí compleja y las dificultades
que nacen a causa de la terminología la hacen aún más compleja. Sin
profundizar en términos que son extremadamente técnicos, estudiaremos las
ideas en sí mismas y, con el fin de saber pronto dónde estamos, nos
detendremos en el significado y en el uso que se da a la palabra corazón en
el lenguaje normal. (a) La palabra corazón despierta en nosotros, antes que
nada, la idea del órgano vital que palpita en nuestro pecho y del que
sabemos, aunque quizás vagamente, que está íntimamente conectado no sólo con
nuestra vida física, sino también con nuestra vida moral y emocional. Tal
relación explica, también, que el corazón de carne sea universalmente
aceptado como emblema de nuestra vida moral y emocional, y que por
asociación, la palabra corazón ocupe el sitio que tiene en el lenguaje
simbólico y que esa palabra se aplique igualmente a las cosas mismas que son
simbolizadas por el corazón. (Cfr. Jer. 31,33; Dt. 6,5; 29,3; Is. 29,13; Ez.
36,26; Mt. 6,21; 15,19; Lc. 8,15; Rm. 5,5; Catecismo de la Iglesia Católica,
nos. 368, 2517, N.T.). Pensemos, por ejemplo, en expresiones como "abrir
nuestro corazón", "entregar el corazón", etc. Llega a pasar que el símbolo
es despojado de su significado material y en vez del signo se percibe sólo
lo que es significado. De igual manera, en el lenguaje corriente la palabra
alma ya no despierta la idea de aliento, y la palabra corazón sólo nos trae
a la mente las ideas de valor o amor. Claro que aquí hablamos de figuras del
lenguaje o de metáforas, más que de símbolos. El símbolo es un signo real,
mientras que la metáfora es sólo un signo verbal.
El símbolo es algo que significa algo distinto de si mismo, mientras que la
metáfora es una palabra utilizada para dar a entender algo distinto de su
significado propio. Por último, en el lenguaje normal, nosotros pasamos
continuamente de la parte al todo y, gracias a una forma muy natural de
hablar, usamos la palabra corazón para referirnos a la persona. Todas estas
ideas nos ayudarán a determinar el objeto de la devoción al Sagrado Corazón.
El problema comienza cuando se debe distinguir entre los significados
material, metafórico y simbólico de la palabra corazón. Se trata de saber si
el objeto de la devoción es el corazón de carne, como tal, o el amor de
Jesucristo significado metafóricamente por la palabra corazón, o el corazón
de carne en cuanto símbolo de la vida emocional y moral de Jesús,
especialmente de su amor hacia nosotros. Afirmamos que se da debido culto al
corazón de carne en cuanto éste simboliza y recuerda el amor de Jesús y su
vida emocional y moral (Cfr. Pío XII, encíclica "Haurietis Aquas", 18,21,24,
N.T.). De tal forma, aunque la devoción se dirige al corazón material, no se
detiene ahí: incluye el amor, ese amor que constituye su objeto principal
pero que únicamente se alcanza a través del corazón de carne, símbolo y
signo de ese amor. La devoción al solo Corazón de Jesús, tomado éste como
una parte noble de su divino cuerpo, no sería equivalente a la devoción al
Sagrado Corazón tal y como la entiende y aprueba la Iglesia.
Y lo mismo se puede decir de la devoción al amor de Jesús, como si se
tratara de una parte separada de su corazón de carne, o sin más relación con
este último que la sugerida por una palabra tomada en su sentido metafórico.
(Cfr. Gaudium et Spes, 22,2, N.T.) Pues hay que considerar que en esta
devoción existen dos elementos: uno sensible, el corazón de carne, y uno
espiritual, el que es representado y traído a la mente por el corazón de
carne. Estos dos elementos no son dos objetos distintos, simplemente
coordinados, sino que realmente constituyen un objeto solo, del mismo modo
como lo hacen el alma y el cuerpo, y el signo y la cosa significada. De esos
dos elementos el principal es el amor, que es la causa y la razón de la
existencia de la devoción, tal como el alma es el elemento principal en el
[[hombre. Consecuentemente, la devoción al Sagrado Corazón puede ser
definida como una devoción al Corazón Adorable de Jesucristo en cuanto él
representa y recuerda su amor. O, lo que equivale a lo mismo, se trata de la
devoción al amor de Jesucristo en cuanto que ese amor es recordado y
simbólicamente representado por su corazón de carne (Cfr. Encíclica de S.S.
León XIII, Annum Sacrum; Catecismo de la Iglesia Católica nos. 479, 609.
N.T.).
Es este simbolismo lo que de da su significado y su unidad, y su fuerza
simbólica queda admirablemente completada al ser representado el corazón
como herido. Como el Corazón de Jesús se nos presenta como el signo sensible
de su amor, la herida visible en el Corazón nos recuerda la invisible herida
de su amor ("Sólo el corazón de Cristo, que conoce las profundidades del
amor de su Padre, pudo revelarnos el abismo de su misericordia de una manera
tan llena de simplicidad y de belleza", Catecismo de la Iglesia Católica,
1439, N.T.).
Ese simbolismo también nos deja en claro que la devoción, si bien concede al
corazón un lugar especial, poco está interesada en los detalles anatómicos.
Dado que en las imágenes del Sagrado Corazón la expresión simbólica debe
predominar sobre todo lo demás, no se busca nunca la congruencia anatómica;
ésta afectaría negativamente la devoción al debilitar la evidencia del
simbolismo. Es de primera importancia que el corazón como emblema se pueda
distinguir del corazón anatómico; lo apropiado de la imagen debe ser
favorable a la expresión de la idea. En una imagen del Sagrado Corazón es
necesario un corazón visible, pero éste debe ser, además de visible,
simbólico. Y se puede afirmar algo semejante en el ámbito de la fisiología,
porque el corazón de carne que constituye el objeto de la devoción, y que
debe dejar ver el amor de Jesús, es el Corazón de Jesús, el Corazón real,
viviente, que en verdad amó y sufrió; el que, como lo experimentamos en
nuestros corazones, tuvo relación con las emociones y la vida moral de
Cristo; el que, por el conocimiento, así sea rudimentario, que tenemos a
partir de las operaciones de nuestra propia vida humana, jugó igual papel en
las operaciones de la vida del Maestro. Sin embargo, la relación entre el
Corazón y el Amor de Cristo no tiene un carácter puramente convencional,
como es el caso entre la palabra y la cosa, o entre la bandera y el país que
ésta representa.
Ese Corazón ha estado y está inseparablemente vinculado con la vida de
Cristo, vida de bondad y amor. Basta, empero, que en nuestra devoción
simplemente conozcamos y sintamos esta relación tan íntima. No tenemos por
qué preocuparnos por la anatomía del Sagrado Corazón, ni con determinar
cuáles son sus funciones en la vida diaria. Sabemos que el simbolismo del
corazón se funda en la realidad y que constituye el objeto de nuestra
devoción al Sagrado Corazón, la cual no está en peligro de caer en el error.
Es precisamente esa característica la que define naturalmente a la devoción
al Sagrado Corazón. Es más, ya que la devoción se dirige al amante Corazón
de Jesús, ella debe abarcar todo aquello que es abrazado por ese amor. Y, en
ese contexto, ¿no fue ese amor la causa de toda acción y sufrimiento de
Cristo?. ¿No fue su vida interior, más que la exterior, dominada por ese
amor? Por otro lado, teniendo la devoción al Sagrado Corazón como objeto al
Corazón viviente de Jesús, eso mismo familiariza al devoto con toda la vida
interna del Maestro, con sus virtudes y sentimientos y, finalmente, con
Jesús mismo, infinitamente amante y amable. Consecuentemente, de la devoción
al Corazón amante se procede, primero, al conocimiento íntimo de Jesús, de
sus sentimientos y virtudes, de toda su vida emocional y moral; del Corazón
amante se extiende a las manifestaciones de su amor. Hay otra forma de
extensión que, teniendo la misma significación, se realiza, sin embargo, de
diverso modo, pasando del Corazón a la Persona. Transición que, por otra
parte, es algo que se realiza naturalmente. Cuando hablamos de un "gran
corazón" siempre hacemos alusión a una persona, del mismo modo que cuando
mencionamos el Sagrado Corazón nos referimos a Jesús. Esto no sucede porque
ambas cosas sean sinónimas sino porque la palabra corazón se utiliza para
indicar una persona, y esto es posible porque expresamos que tal persona
está relacionada con su propia vida moral y emocional.
Del mismo modo, cuando nos referimos a Jesús como el Sagrado Corazón, lo que
en realidad queremos expresar es al Jesús que manifiesta su Corazón, el
Jesús amante y amable. Jesús entero queda recapitulado en su Corazón
Sagrado, al igual que todas las cosas son recapituladas en Jesús. Dios
continuamente se lamenta de ello en las Sagradas Escrituras; los santos
siempre han escuchado en sus corazones la queja de ese amor no
correspondido. Una de las fases esenciales de la devoción es la percepción
de que el amor de Jesús por nosotros es ignorado y despreciado. El mismo
Jesús reveló esa verdad a Santa Margarita María Alacoque, ante la que se
quejó de ello amargamente.
Únicamente ese amor puede explicar a Jesús, así como sus palabras y obras.
Empero, su amor brilla más resplandeciente en ciertos misterios a través de
los que nos llegan grandes bienes, y en los cuales Jesús se manifiesta más
generoso en la entrega de si mismo. Podemos pensar, por ejemplo, en la
Encarnación, la Pasión y la
Eucaristía. Estos misterios, además, tienen un lugar especial en la devoción
que, buscando a Jesús y los signos de su amor y su gracia, los encuentra
aquí con una intensidad mayor que en cualquier evento particular.
Ya se dijo arriba que la devoción al Sagrado Corazón, dirigida al Corazón de
Jesús como emblema de su amor, pone especial atención a su amor por la
humanidad. Lógicamente, esto no excluye su amor a Dios, pues está incluido
en su amor por los hombres. Se trata, entonces, de la devoción al "Corazón
que tanto ha amado a los hombres", según las palabras citadas por Santa
Margarita María.
Por último, surge la pregunta de si el amor al que honramos con esta
devoción es el mismo con el que Jesús nos ama en cuanto hombre o se trata de
aquel con el que nos ama en cuanto Dios. O sea, si se trata de un amor
creado o de uno increado; de su amor humano o de su amor divino. Sin lugar a
dudas se trata del amor de Dios hecho hombre, el amor del Verbo Encarnado.
Ningún devoto separa estos dos amores, como tampoco separa las dos
naturalezas de Cristo (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, No. 470,
N.T.). Y aunque quisiésemos debatir este punto y solucionarlo a toda costa,
sólo encontraremos que hay diferentes opiniones entre los autores. Algunos,
por considerar que el corazón de carne sólo puede vincularse con el amor
humano, concluyen que no puede simbolizar el amor divino que, a su vez, no
es propio de la persona de Jesús y que, por tanto, el amor divino no puede
ser objeto de la devoción. Otros afirman que el amor divino no puede ser
objeto de la devoción si se le separa del Verbo Encarnado, o sea que sólo es
tal cuando se le considera como el amor del Verbo Encarnado y no ven porqué
no pueda ser simbolizado por el corazón de carne ni porqué la devoción
debiera circunscribirse solamente al amor creado.
Fundamentos de la devoción
Esta cuestión puede ser estudiada bajo tres aspectos: el histórico, el
teológico y el científico.
a. Fundamentos históricos
Al aprobar la devoción al Sagrado Corazón, la Iglesia no simplemente confió
en las visiones de Santa Margarita María, sino que, haciendo abstracción de
ellas, examinó el culto en si mismo. Las visiones de Santa Margarita María
podían ser falsas, pero ello no debía repercutir en la devoción, haciéndola
menos digna o firme. Sin embargo, el hecho es que la devoción se propagó
principalmente bajo la influencia del movimiento que se inició en
Paray-le-Monial. Antes de su beatificación, las visiones de Santa Margarita
María fueron críticamente examinadas por la Iglesia, cuyo juicio, en tales
casos, aunque no es infalible, sí implica una certeza humana suficiente para
garantizar las palabras y acciones que se sigan de él.
b. Fundamentos teológicos:
El Corazón de Jesús merece adoración, como lo hace todo lo que pertenece a
su persona. Pero no la merecería si se le considerase como algo aislado o
desvinculado de ésta. Definitivamente, al Corazón de Jesús no se le
considera de ese modo, y Pío VI, en su bula de 1794, "Auctorem fidei",
defendió con su autoridad este aspecto de la devoción contra las calumnias
jansenistas. Si bien el culto se rinde al Corazón de Jesús, va más allá del
corazón de carne, para dirigirse al amor cuyo símbolo expresivo y vivo es el
corazón. No se requiere justificar la devoción acerca de esto. Es la Persona
de Jesús a quien se dirige, y esta Persona es inseparable de su divinidad.
Jesús, la manifestación viviente de la bondad de Dios y de su amor paternal;
Jesús, infinitamente amable y amante, visto desde la principal manifestación
de su amor, es el objeto de la devoción al Sagrado Corazón, del mismo modo
que lo es de toda la religión cristiana. La dificultad reside en la unión
del corazón y el amor, y en la relación que la devoción supone que existe
entre ambos. Pero, ¿no es esto un error que ya ha sido superado hace mucho?.
Sólo queda por ver si la devoción, bajo este aspecto, está bien
fundamentada.
c. Fundamentos filosóficos y científicos:
En este aspecto ha habido cierta falta de certeza entre los teólogos. No
obviamente en lo tocante a la base del asunto, sino en lo que respecta a las
explicaciones. En ocasiones ellos han hablado como si el corazón fuera el
órgano del amor, aunque este punto no tiene relación con la devoción, para
la cual basta que el corazón sea el símbolo del amor y sobre ello no cabe
duda: sí hay una vinculación real entre el corazón y las emociones. Nadie
niega el hecho de que el corazón es símbolo del amor y todos experimentamos
que el corazón se convierte en una especie de eco de nuestros sentimientos.
Un estudio de esta especie de resonancia sería muy interesante, pero no le
hace falta a la devoción, ya que es un hecho atestiguado por la experiencia
diaria; un hecho del cual la medicina puede dar razones y explicar las
condiciones, pero que no es parte del presente estudio, ni su objeto
requiere ser conocido por nosotros.
El acto propio de la devoción
El objeto mismo de la devoción exige un acto apropiado, si se considera que
la devoción al amor de Jesús por nosotros debe ser, antes que nada, una
devoción al amor a Jesús. Su característica debe ser la reciprocidad del
amor; su objeto es amar a Jesús que nos ama tanto; pagar amor con amor. Más
aún, habida cuenta que el amor de Jesús se manifiesta al alma devota como
despreciado y airado, sobre todo en la Eucaristía, el amor propio de la
devoción deberá manifestarse como un amor de reparación. De ahí la
importancia de los actos de desagravio, como la comunión de reparación, y la
compasión por Jesús sufriente. Mas ningún acto, ninguna práctica, puede
agotar las riquezas de la devoción al Sagrado Corazón. El amor que
constituye su núcleo lo abraza todo y, entre más se le entiende, más
firmemente se convence uno de que nada puede competir con él para hacer que
Jesús viva en nosotros y para llevar a quien lo vive a amar a Dios, en unión
con Jesús, con todo su corazón, su alma y sus fuerzas.
(…)
(Bainvel, Jean. "Devotion to the Sacred Heart of Jesus." The Catholic
Encyclopedia. Vol. 7. New York: Robert Appleton Company, 1910,
http://www.newadvent.org/cathen/07163a.htm)
Traducido por Javier Algara Cossío.
Santos Padres: San Agustín comenta la 2a. Lectura - Rom 5,5-11:
¿Valíamos tanto cuando aún éramos pecadores?
Sabemos lo que hemos cantado y lo recordamos perfectamente: La muerte de los
santos es preciosa a los ojos del Señor (Sal 115,15). La muerte de los
santos es preciosa por su precio. Nada tiene de extraño que sea preciosa la
muerte de quienes fueron comprados a tal precio. El mundo no puede ponerse
en la misma balanza con la sangre de aquel por quien fue hecho el mundo.
Para tener sangre que derramar por nosotros, la Palabra se hizo carne y
habitó entre nosotros (Jn 1,14). En efecto, el precio pagado por nosotros es
la sangre de aquel que la derramó por el perdón de los pecados. ¿Qué valían
los pecados, o en cuánto los tasaba? ¿Era, en verdad, aquella sangre el
precio justo por los pecados? Ved que Cristo murió por los impíos. Escucha
al Apóstol: Dios -dijo- muestra su amor para con nosotros en el hecho de
que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom 5,8). ¿Valíamos
tanto cuando aún éramos pecadores? Al contrario; nuestro valor sería nulo,
si permaneciésemos en el pecado. Aquel nuestro comprador purificó con el
precio pagado lo que había comprado. ¿Cómo hubiera sido comprado a tal
precio el pecador, de no haber sido purificado con el mismo precio?
No miremos, pues, lo que éramos antes de que él nos comprase, para no
quedarnos en el camino. No centremos nuestra atención en ello, pero
retengámoslo, no obstante, en la memoria. En efecto, si nos fijamos en ello,
a ello volvemos; si lo olvidamos, nos hacemos ingratos. Es cosa buena
recordar lo que fuimos y odiarlo enseguida; recordarlo, para ser
agradecidos, y odiarlo, para no volver a las andadas. Ni siquiera Jesús
murió por los pecadores porque amase a los pecadores. Si consideramos esto
superficialmente, sale al paso luego la dificultad del problema. ¿Cómo es
que no amó a aquellos por quienes murió? ¿Quiénes son aquellos por los que
quiso morir? Habéis oído al Apóstol: Cuando aún éramos pecadores, Cristo
murió por nosotros. En consecuencia, si amó a aquellos por quienes murió, si
murió por los pecadores, amó a los pecadores. Calle el pecador y hable el
Salvador. ¿De dónde procede lo que dices, ¡oh pecador!? Amas el ser pecador.
En verdad, no dirías que el Salvador amó a los pecadores si no quisieras ser
pecador. Calle, pues, -como dije-, el pecador; hable el Salvador. ¿Qué dice
el Salvador? Mira que ya estás sano; no peques más, no sea que te ocurra
algo peor (Jn 5,14). ¡Con qué amenazas te prohibió lo que amabas! ¿Ama,
pues, él lo que quisiste ser tú, si te amenaza con tales cosas si vuelves a
las andadas?
¿Cómo entonces murió por los pecadores, si no amó a los pecadores? Murió por
los pecadores, precisamente porque no los amaba. Entiéndelo y se acabarán
tus dificultades. Tú me preguntas cómo no amó a los pecadores quien murió
por ellos. Responde primero a mi pregunta, y tú mismo te darás la respuesta
a lo que me habías preguntado. Quien ama una cosa, ¿quiere que exista o que
no exista? Pienso que, si amas a tus hijos, quieres que vivan; pues si no
quieres que vivan no los amas. Sea lo que sea lo que amas, quieres que
exista y en ningún modo amas lo que no quieres que exista. ¿Qué quiso, por
tanto, el Señor al morir por nosotros? ¿Que fuéramos pecadores, o librarnos
de los pecados? Si murió por nosotros precisamente para borrar nuestros
pecados, ¿amó, acaso, lo que destruyó? ¿Quién destruye lo que ama? Si eres
fiel, si has creido en él, si tienes en alto tu corazón, para escribir lo
que eres; tuvo que borrar lo que habías sido...
No cabe duda de que Dios ama a los pecadores; no cabe duda tampoco de que,
por su sangre, los pecadores no son lo que fueron. ¿Cómo son amados, si
Cristo el Señor amó a los justos y no a los pecadores? Amó lo que tenía en
vista hacer, no lo que encontró en ellos. El médico si cumple con la función
para la que ha sido llamado, ama a los sanos, no a los enfermos. Y hasta me
atrevo a decir, y es cierto, que se acercó hasta el enfermo precisamente
porque no amaba al enfermo. Parece que he dicho algo contradictorio, pero yo
pregunto: «¿Por qué se acercó hasta el enfermo?». Para volverlo sano.
Entonces no ama al enfermo. Ama lo que tiene en vista hacer de él, no lo que
quiere eliminar.
Así, pues, los santos mártires, comprados a tan elevado precio, redimidos
por su creador, recobraron la salud. Son siervos dos veces: en cuanto
creados y en cuanto redimidos. La libertad les llegó de donde les había
llegado la servidumbre: son siervos del Creador y hermanos del Redentor.
Para ver que son siervos, lee el evangelio como documento que lo atestigua;
ve en él cómo han sido comprados. Fíjate en el contrato: la bolsa que
contenía su precio fue colgada del madero, rasgada y derramada. Derramó lo
que contenía, y con ella compró. Si lees el evangelio, encuentras en él el
documento que atestigua su condición de siervos. De siervos los hizo
hermanos, y lo que era documento de su condición de siervos, se convirtió en
testamento para los hijos. Amén.
Sermón 335 I,1-3.5.
Santos Padres: San Agustín comenta el evangelio - Lc 15,3-7: La
gracia que hace volver
Y se acordó de que son carne, soplo que pasa y no vuelve (Sal 77.,39). Por
eso él mismo los encamina hacia sí llamándolos y compadeciéndose mediante la
gracia, puesto que por sí mismos no pueden volver. Pero ¿cómo vuelve la
carne, soplo que pasa y no vuelve, al impelirse a sí misma al profundísimo
abismo por el peso de las detestables acciones, si no es eligiendo la
gracia? Gracia que no se da como recompensa por méritos contraídos, sino
como don gratuito, para justificar al impío y hacer retornar a la oveja
perdida, no como por sus propias fuerzas, sino transportada sobre los
hombros del pastor (Lc 15,5). La oveja pudo vagar libremente, pero no
encontrarse a si misma, ni en absoluto se hubiera encontrado de no haberlo
hecho la misericordia del pastor.
También es esta oveja aquel hijo perdido que, volviendo a sí mismo, se dijo:
Me levantaré e iré hacia mi padre. Así, pues, por una inspiración interior y
una llamada misteriosa también él fue buscado y resucitado únicamente por
quien vivifica todas las cosas; y fue hallado por quien vino a buscar y
salvar lo que se había perdido, pues había muerto y ha revivido, se había
perdido y ha sido hallado (Lc 15,18.24). De este modo se soluciona aquel
problema, no pequeño, que plantea un texto del libro de los Proverbios.
Hablando del camino de la iniquidad, dice la Escritura: Los que caminan por
él, no volverán (Prov 2,19). Así dicho, parece como si hubiera que perder
toda esperanza respecto a los malvados. Pero la Escritura encareció la
gracia, puesto que por sí mismo el hombre puede caminar por caminos
perversos, mas no puede volver por sí mismo a no ser que la gracia vuelva a
llamarlo.
Comentario al salmo 77,24.
Aplicación: Beato Juan Pablo Magno (I) - El misterio del Corazón de Cristo
1. Pasado mañana, próximo viernes, la liturgia de la Iglesia se concentra,
con una adoración y un amor especial, en torno al misterio del Corazón de
Cristo. Quiero, pues, ya hoy, anticipando este día y esta fiesta, dirigir
junto con vosotros la mirada de nuestros corazones sobre el misterio de ese
Corazón. El me ha hablado desde mi juventud. Cada año vuelvo a este misterio
en el ritmo litúrgico del tiempo de la Iglesia.
Es sabido que el mes de junio está consagrado especialmente al Corazón
Divino, al Sagrado Corazón de Jesús. Le expresamos nuestro amor y nuestra
adoración mediante las letanías que hablan con profundidad particular de sus
contenidos teológicos en cada una de sus invocaciones.
Por esto quiero detenerme, al menos brevemente, con vosotros ante este
Corazón, al que se dirige la Iglesia como comunidad de corazones humanos.
Quiero hablar, siquiera brevemente de este misterio tan humano, en el que
con tanta sencillez y a la vez con profundidad y fuerza se ha revelado Dios.
2. Hoy dejamos hablar a los textos de la liturgia del viernes, comenzando
por la lectura del Evangelio según Juan. El Evangelista refiere un hecho con
la precisión del testigo ocular. "Los judíos, como era el día de la
Parasceve, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el día de sábado, por
ser día grande aquel sábado, rogaron a Pilato que les rompiesen las piernas
y los quitasen. Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al
primero y al otro que estaba crucificado con Él; pero llegando a Jesús, como
le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los
soldados le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre y
agua" (Jn 19, 31-34).
Ni siquiera una palabra sobre el corazón.
El Evangelista habla solamente del golpe con la lanza en el costado, del que
salió sangre y agua. El lenguaje de la descripción es casi médico,
anatómico. La lanza del soldado hirió ciertamente el corazón, para comprobar
si el Condenado ya estaba muerto. Este corazón —este corazón humano— ha
dejado de latir. Jesús ha dejado de vivir. Pero, al mismo tiempo, esta
apertura anatómica del corazón de Cristo, después de la muerte —a pesar de
toda la "crudeza" histórica del texto— nos induce a pensar incluso a nivel
de metáfora. El corazón no es sólo un órgano que condiciona la vitalidad
biológica del hombre. El corazón es un símbolo. Habla de todo el hombre
interior. Habla de la interioridad espiritual del hombre. Y la tradición
entrevió rápidamente este sentido de la descripción de Juan. Por lo demás,
en cierto sentido, el mismo Evangelista ha inducido a esto cuando,
refiriéndose al testimonio del testigo ocular, que era él mismo, ha hecho
referencia, a la vez, a esta frase de la Escritura: "Mirarán al que
traspasaron" (Jn 19, 37; Zac 12, 10).
En realidad así mira la Iglesia; así mira la humanidad. Y de hecho, en la
transfixión de la lanza del soldado todas las generaciones de cristianos han
aprendido y aprenden a leer el misterio del Corazón del Hombre crucificado,
que era el Hijo de Dios.
3. Es diversa la medida del conocimiento que de este misterio han adquirido
muchos discípulos y discípulas del Corazón de Cristo, en el curso de los
siglos. Uno de los protagonistas en este campo fue ciertamente Pablo de
Tarso, convertida de perseguidor en Apóstol. También nos habla él en la
liturgia del próximo viernes con las palabras de la Carta a los efesios.
Habla como el hombre que ha recibido una gracia grande, porque se le ha
concedido "anunciar a los gentiles la insondable riqueza de Cristo e
iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los
siglos en Dios, Creador de todas las cosas" (Ef 3, 8-9).
Esa "riqueza de Cristo" es, al mismo tiempo, el "designio eterno de
salvación" de Dios que el Espíritu Santo dirige al "hombre interior", para
que así "Cristo habite por la fe en nuestros corazones" (Ef 3, 16-17). Y
cuando Cristo, con la fuerza del Espíritu, habite por la fe en nuestros
corazones humanos, entonces estaremos en disposición "de comprender con
nuestro espíritu humano" (es decir, precisamente con este "corazón") "cuál
es la anchura, la longura, la altura y la profundidad, y conocer la caridad
de Cristo, que supera toda ciencia..." (Ef 3, 18-19).
Para conocer con el corazón, con cada corazón humano, fue abierto, al final
de la vida terrestre, el Corazón divino del Condenado y Crucificado en el
Calvario.
Es diversa la medida de este conocimiento por parte de los corazones
humanos. Ante la fuerza de las palabras de Pablo, cada uno de nosotros
pregúntese a sí mismo sobre la medida del propio corazón. "...Aquietaremos
nuestros corazones ante Él, porque si nuestro corazón nos arguye, mejor que
nuestro corazón es Dios, que todo lo conoce" (1 Jn 3, 19-20). El Corazón del
Hombre-Dios no juzga a los corazones humanos. El Corazón llama. El Corazón
"invita". Para esto fue abierto con la lanza del soldado.
4. El misterio del corazón, se abre a través de las heridas del cuerpo; se
abre el gran misterio de la piedad, se abren las entrañas de misericordia de
nuestro Dios (San Bernardo, Sermo 61, 4; PL 183, 1072).
Cristo dice en la liturgia del viernes: "Aprended de mí, que soy manso y
humilde de corazón" (Mt 11, 29).
Quizá una sola vez el Señor Jesús nos ha llamado con sus palabras al propio
corazón. Y ha puesto de relieve este único rasgo: "mansedumbre y humildad".
Como si quisiera decir que sólo por este camino quiere conquistar al hombre;
que quiere ser el Rey de los corazones mediante "la mansedumbre y la
humildad". Todo el misterio de su reinado está expresado en estas palabras.
La mansedumbre y la humildad encubren, en cierto sentido, toda la "riqueza"
del Corazón del Redentor, sobre la que escribió San Pablo a los efesios.
Pero también esa "mansedumbre y humildad" lo desvelan plenamente; y nos
permiten conocerlo y aceptarlo mejor; lo hacen objeto de suprema admiración.
Las hermosas letanías del Sagrado Corazón de Jesús están compuestas por
muchas palabras semejantes, más aún, por las exclamaciones de admiración
ante la riqueza del Corazón de Cristo. Meditémoslas con atención ese día.
5. Así, al final de este fundamental ciclo litúrgico de la Iglesia, que
comenzó con el primer domingo de Adviento, y ha pasado por el tiempo de
Navidad, luego por el de la Cuaresma, de la Resurrección hasta Pentecostés,
domingo de la Santísima Trinidad y Corpus Christi, se presenta discretamente
la fiesta del Corazón divino, del Sagrado Corazón de Jesús. Todo este ciclo
se encierra definitivamente en Él; en el Corazón del Dios-Hombre. De Él
también irradia cada año toda la vida de la Iglesia.
Este Corazón es "fuente de vida y de santidad".
(BEATO JUAN PABLO II, El misterio del corazón de Cristo, Audiencia General
del miércoles 20 de junio de 1979)
Beato Juan Pablo Magno (II) - El Corazón y la Sangre
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. El viernes pasado celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús,
el Corazón que hace dos mil años comenzó a latir en el seno de María
santísima y que trajo al mundo el fuego del amor de Dios.
El Corazón de Cristo encierra un mensaje para todo hombre; habla también al
mundo de hoy. En una sociedad, en la que la técnica y la informática se
desarrollan a un ritmo creciente y la gente se siente atraída por una
infinidad de intereses, a menudo contrastantes, el hombre corre el riesgo de
perder su centro, el centro de sí mismo. Al mostrarnos su Corazón, Jesús nos
recuerda ante todo que allí, en la intimidad de la persona, es donde se
decide el destino de cada uno, la muerte o la vida en sentido definitivo. Él
mismo nos da en abundancia la vida, que permite a nuestro corazón,
endurecido a veces por la indiferencia y el egoísmo, abrirse a una forma de
vida más elevada.
El Corazón de Cristo crucificado y resucitado es la fuente inagotable de
gracia donde todo hombre puede encontrar siempre, y particularmente durante
este año especial del gran jubileo, amor, verdad y misericordia.
2. La Sangre de Cristo nos ha redimido. Esta es la verdad que proclamamos
precisamente ayer, al inicio del mes de julio, dedicado tradicionalmente a
la preciosísima Sangre de Cristo, con ocasión del jubileo de la Unión
Sanguis Christi.
¡Cuánta sangre se ha derramado injustamente en el mundo! ¡Cuánta violencia,
cuánto desprecio por la vida humana!
Esta humanidad, a menudo herida por el odio y la violencia, necesita
experimentar, hoy más que nunca, la eficacia de la Sangre redentora de
Cristo. La Sangre que no fue derramada en vano, sino que contiene en sí toda
la fuerza del amor de Dios y es prenda de esperanza, de rescate y de
reconciliación. Pero, para sacar de esta fuente, es necesario volver a la
cruz de Cristo, fijar la mirada en el Hijo de Dios, en su Corazón
traspasado, en su Sangre derramada.
3. Al pie de la cruz estaba María, copartícipe de la pasión de su Hijo. Ella
ofrece su Corazón de Madre como refugio a todo el que busca perdón,
esperanza y paz, como nos lo ha recordado la fiesta de su Corazón
Inmaculado. María enjugó la sangre de su Hijo crucificado. A ella le
encomendamos la sangre de las víctimas de la violencia, para que sea
rescatada por la que Jesús derramó para la salvación del mundo.
(BEATO JUAN PABLO II, Alocución en el Ángelus, domingo 2 de julio de 2000)
Promesas del Sagrado Corazón
Promesas principales hechas por el Sagrado Corazón de Jesús a Santa
Margarita de Alacoque:
1. A las almas consagradas a mi Corazón, les daré las gracias necesarias
para su estado.
2. Daré la paz a las familias.
3. Las consolaré en todas sus aflicciones.
4. Seré su amparo y refugio seguro durante la vida, y principalmente en la
hora de la muerte
5. Derramaré bendiciones abundantes sobre sus empresas
6. Los pecadores hallarán en mi Corazón la fuente y el océano infinito de la
misericordia
7. Las almas tibias se harán fervorosas
8. Las almas fervorosas se elevarán rápidamente a gran perfección
9. Bendeciré las casas en que la imagen de mi Sagrado Corazón esté expuesta
y sea honrada.
10. Daré a los sacerdotes la gracia de mover los corazones empedernidos
11. Las personas que propaguen esta devoción, tendrán escrito su nombre en
mi Corazón y jamás será borrado de él.
12. A todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes continuos, el
amor omnipotente de mi Corazón les concederá la gracia de la perseverancia
final.
Ejemplos
Jesús realmente te ama
Todos los sábados por la tarde, después del catecismo en la iglesia,
encargaban a los niños repartir volantes a cada persona que veían. Este
sábado en particular, cuando llegó la hora de ir al pueblo a repartir los
volantes, el tiempo estaba muy frío y comenzó a lloviznar. Un niño se puso
su ropa para el frío y le dijo a su padre, ’OK, papá, estoy listo’.
Su papá, le dijo, ¿Listo para qué?’
Papá, es hora de ir afuera y repartir los volantes que me encargó mi
maestra. El papá respondió, ‘Hijo, esta muy frío afuera y está lloviznando.’
El niño miró sorprendido a su padre y le dijo, ’Pero Papá, la gente se está
yendo al infierno aún en los días lluviosos.’
El Papá contestó, ’Hijo yo no voy a ir afuera con este tiempo.’
Con desespero, el niño dijo, ’Papá, ¿puedo ir yo solo? ¿Por favor?
Su padre titubeó por un momento y luego dijo, ’Hijo, puedes ir, ten
cuidado.’
’Gracias papá’
Y con esto, el hijo se fue debajo de la lluvia. El niño de 11 años caminó
todas las calles del pueblo, repartiendo los volantes a las personas que
veía.
Después de 2 horas caminando bajo la lluvia, con frío y su último volante,
se detuvo en una esquina y miró a ver si veía a alguien a quien darle el
volante, pero las calles estaban totalmente desiertas. Entonces él se volteó
hacia la primera casa que vio, caminó hasta la puerta del frente, tocó el
timbre varias veces y esperó, pero nadie salió.
Finalmente el niño se volteó para irse, pero algo lo detuvo. El niño se
volteó nuevamente hacia la puerta y comenzó a tocar el timbre y a golpear la
puerta fuertemente con los nudillos. Él seguía esperando, algo lo aguantaba
ahí frente a la puerta. Tocó nuevamente el timbre y esta vez la puerta se
abrió suavemente.
Salió una señora con una mirada muy triste y suavemente le preguntó, ’Qué
puedo hacer por ti, hijo.’ Con unos ojos radiantes y una sonrisa que le
cortaba las palabras, el niño dijo, ’Señora, lo siento si la molesté, pero
sólo quiero decirle que *JESÚS REALMENTE LA AMA* y vine para darle mi último
volante, que habla sobre JESÚS y SU GRAN AMOR. El niño le dio el volante y
se fue.
Ella lo llamó y le dijo, “GRACIAS, HIJO, y que DIOS te bendiga”.
Bien, el siguiente domingo por la mañana el sacerdote estaba en el ambón y
cuando terminó la misa, una señora mayor se puso de pie. Cuando empezó a
hablar, una mirada radiante y gloriosa brotaba de sus ojos, ’Nadie en esta
iglesia me conoce. Nunca había estado aquí, incluso todavía el domingo
pasado no era Creyente. Mi esposo murió hace un tiempo atrás dejándome
totalmente sola en este mundo.
El domingo pasado fue un día particularmente frío y lluvioso, y también lo
fue en mi corazón; ese día llegué al final del camino, ya que no tenía
esperanza alguna ni ganas de vivir. Entonces tomé una silla y una soga y
subí hasta el ático de mi casa. Amarré y aseguré bien un extremo de la soga
a las vigas del techo; entonces me subí a la silla y puse el otro extremo de
la soga alrededor de mi cuello.
Parada en la silla, tan sola y con el corazón destrozado, estaba a punto de
tirarme cuando de repente escuché el sonido fuerte del timbre de la puerta.
Entonces pensé, ’Esperaré un minuto y quien quiera que sea se irá’. Yo
esperé y esperé, pero el timbre de la puerta cada vez era más insistente, y
luego la persona comenzó a golpear la puerta con fuerza. Entonces me
pregunté, ¿QUIEN PODRÁ SER? Jamás nadie toca mi puerta ni vienen a verme.
Solté la soga de mi cuello y fui hasta la puerta, mientras el timbre seguía
sonando cada vez con mayor insistencia.
Cuando abrí la puerta no podía creer lo que veían mis ojos, frente a mi
puerta estaba el más radiante y angelical niño que jamás había visto. Su
sonrisa, ohhh, ¡nunca podré describirla! Las palabras que salieron de su
boca hicieron que mi corazón, muerto hace tanto tiempo, volviera a la vida,
cuando dijo con voz de querubín, ’SEÑORA, sólo quiero decirle que JESÚS
REALMENTE LA AMA.’ - ’Cuando el pequeño ángel desapareció entre el frío y la
lluvia, cerré mi puerta y leí cada palabra del volante. Entonces fui al
ático para quitar la silla y la soga. Ya no las necesitaría más.
Como ven ---- ahora reconozco que soy una hija de DIOS. Como la dirección de
la iglesia estaba en la parte de atrás del volante, yo vine personalmente a
decirle GRACIAS a ese pequeño ÁNGEL DE DIOS que está sentado en la primera
fila y que llegó justo a tiempo y, de hecho, a rescatar mi vida de una
eternidad en el infierno.’
Todos lloraban en la iglesia, y le daban Gloria y honor al REY DE REYES. El
Sacerdote bajó del pulpito hasta la primera banca del frente, donde estaba
sentado el pequeño ángel; con su papá para felicitarlo por su acción, pero
el papá tomó al niño en sus brazos y alabó a Dios con todo su amor y lloró
mucho por no haberlo acompañado ese día.
Aplicación: Directorio Homilético - Solemnidad del Sacratísimo
Corazón de Jesús
CEC 210-211, 604: la misericordia de Dios
CEC 430, 478, 545, 589, 1365, 1439, 1825, 1846: el amor de Cristo por el
prójimo
CEC 2669: el Corazón de Cristo es digno de adoración
CEC 766, 1225: la Iglesia nace del costado abierto de Cristo
CEC 1432, 2100: el amor de Cristo conmueve a nuestros corazones
"Dios misericordioso y clemente"
210Tras el pecado de Israel, que se apartó de Dios para adorar al becerro de
oro (cf. Ex 32), Dios escucha la intercesión de Moisés y acepta marchar en
medio de un pueblo infiel, manifestando así su amor (cf. Ex 33,12-17). A
Moisés, que pide ver su gloria, Dios le responde: "Yo haré pasar ante tu
vista toda mi bondad (belleza) y pronunciaré delante de ti el nombre de
YHWH" (Ex 33,18-19). Y el Señor pasa delante de Moisés, y proclama: "YHWH,
YHWH, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y
fidelidad" (Ex 34,5-6). Moisés confiesa entonces que el Señor es un Dios que
perdona (cf. Ex 34,9).
211 El Nombre Divino "Yo soy" o "El es" expresa la fidelidad de Dios que, a
pesar de la infidelidad del pecado de los hombres y del castigo que merece,
"mantiene su amor por mil generaciones" (Ex 34,7). Dios revela que es "rico
en misericordia" (Ef 2,4) llegando hasta dar su propio Hijo. Jesús, dando su
vida para librarnos del pecado, revelará que él mismo lleva el Nombre
divino: "Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo
soy" (Jn 8,28)
Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal
604 Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su
designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a
todo mérito por nuestra parte: "En esto consiste el amor: no en que nosotros
hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como
propiciación por nuestros pecados" (1 Jn 4, 10; cf. 4, 19). "La prueba de
que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por
nosotros" (Rm 5, 8).
I JESUS
430 Jesús quiere decir en hebreo: "Dios salva". En el momento de la
anunciación, el ángel Gabriel le dio como nombre propio el nombre de Jesús
que expresa a la vez su identidad y su misión (cf. Lc 1, 31). Ya que "¿Quién
puede perdonar pecados, sino sólo Dios?"(Mc 2, 7), es él quien, en Jesús, su
Hijo eterno hecho hombre "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21). En
Jesús, Dios recapitula así toda la historia de la salvación en favor de los
hombres.
El Corazón del Verbo encarnado
478 Jesús, durante su vida, su agonía y su pasión nos ha conocido y amado a
todos y a cada uno de nosotros y se ha entregado por cada uno de nosotros:
"El Hijo de Dios me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2, 20). Nos ha
amado a todos con un corazón humano. Por esta razón, el sagrado Corazón de
Jesús, traspasado por nuestros pecados y para nuestra salvación (cf. Jn 19,
34), "es considerado como el principal indicador y símbolo...del amor con
que el divino Redentor ama continuamente al eterno Padre y a todos los
hombres" (Pio XII, Enc."Haurietis aquas": DS 3924; cf. DS 3812).
545 Jesús invita a los pecadores al banquete del Reino: "No he venido a
llamar a justos sino a pecadores" (Mc 2, 17; cf. 1 Tim 1, 15). Les invita a
la conversión, sin la cual no se puede entrar en el Reino, pero les muestra
de palabra y con hechos la misericordia sin límites de su Padre hacia ellos
(cf. Lc 15, 11-32) y la inmensa "alegría en el cielo por un solo pecador que
se convierta" (Lc 15, 7). La prueba suprema de este amor será el sacrificio
de su propia vida "para remisión de los pecados" (Mt 26, 28).
589 Jesús escandalizó sobre todo porque identificó su conducta
misericordiosa hacia los pecadores con la actitud de Dios mismo con respecto
a ellos (cf. Mt 9, 13; Os 6, 6). Llegó incluso a dejar entender que
compartiendo la mesa con los pecadores (cf. Lc 15, 1-2), los admitía al
banquete mesiánico (cf. Lc 15, 22-32). Pero es especialmente, al perdonar
los pecados, cuando Jesús puso a las autoridades de Israel ante un dilema.
Porque como ellas dicen, justamente asombradas, "¿Quién puede perdonar los
pecados sino sólo Dios?" (Mc 2, 7). Al perdonar los pecados, o bien Jesús
blasfema porque es un hombre que pretende hacerse igual a Dios (cf. Jn 5,
18; 10, 33) o bien dice verdad y su persona hace presente y revela el Nombre
de Dios (cf. Jn 17, 6-26).
1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un
sacrificio. El carácter sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las
palabras mismas de la institución: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por
vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada
por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que
por nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos
para remisión de los pecados" (Mt 26,28).
1439 El proceso de la conversión y de la penitencia fue descrito
maravillosamente por Jesús en la parábola llamada "del hijo pródigo", cuyo
centro es "el Padre misericordioso" (Lc 15,11-24): la fascinación de una
libertad ilusoria, el abandono de la casa paterna; la miseria extrema en que
el hijo se encuentra tras haber dilapidado su fortuna; la humillación
profunda de verse obligado a apacentar cerdos, y peor aún, la de desear
alimentarse de las algarrobas que comían los cerdos; la reflexión sobre los
bienes perdidos; el arrepentimiento y la decisión de declararse culpable
ante su padre, el camino del retorno; la acogida generosa del padre; la
alegría del padre: todos estos son rasgos propios del proceso de conversión.
El mejor vestido, el anillo y el banquete de fiesta son símbolos de esta
vida nueva, pura, digna, llena de alegría que es la vida del hombre que
vuelve a Dios y al seno de su familia, que es la Iglesia. Sólo el corazón de
Cristo que conoce las profundidades del amor de su Padre, pudo revelarnos el
abismo de su misericordia de una manera tan llena de simplicidad y de
belleza.
1825 Cristo murió por amor a nosotros cuando éramos todavía enemigos (cf Rm
5,10). El Señor nos pide que amemos como él hasta nuestros enemigos (cf Mt
5,44), que nos hagamos prójimos del más lejano (cf Lc 10,27-37), que amemos
a los niños (cf Mc 9,37) y a los pobres como a él mismo (cf Mt 25,40.45).
El apóstol S. Pablo ofrece una descripción incomparable de la caridad: "La
caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa. no es
jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita;
no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la
verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta (1 Co
13,4-7).
1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de
Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y
en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice:
"Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26,28).
2669 La oración de la Iglesia venera y honra al Corazón de Jesús, como
invoca su Santísimo Nombre. Adora al Verbo encarnado y a su Corazón que, por
amor a los hombres, se dejó traspasar por nuestros pecados. La oración
cristiana practica el Vía Crucis siguiendo al Salvador. Las estaciones desde
el Pretorio, al Gólgota y al Sepulcro jalonan el recorrido de Jesús que con
su santa Cruz nos redimió.
766 Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por
nuestra salvación, anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado
en la Cruz. "El agua y la sangre que brotan del costado abierto de Jesús
crucificado son signo de este comienzo y crecimiento" (LG 3 ."Pues del
costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda
la Iglesia" (SC 5). Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán
adormecido, así la Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en
la Cruz (cf. San Ambrosio, Luc 2, 85-89).
1225 En su Pascua, Cristo abrió a todos los hombres las fuentes del
Bautismo. En efecto, había hablado ya de su pasión que iba a sufrir en
Jerusalén como de un "Bautismo" con que debía ser bautizado (Mc 10,38; cf Lc
12,50). La sangre y el agua que brotaron del costado traspasado de Jesús
crucificado (cf. Jn 19,34) son figuras del Bautismo y de la Eucaristía,
sacramentos de la vida nueva (cf 1 Jn 5,6-8): desde entonces, es posible
"nacer del agua y del Espíritu" para entrar en el Reino de Dios (Jn 3,5).
Considera donde eres bautizado, de donde viene el Bautismo: de la cruz de
Cristo, de la muerte de Cristo. Ahí está todo el misterio: El padeció por
ti. En él eres rescatado, en él eres salvado. (S. Ambrosio, sacr. 2,6).
1432 El corazón del hombre es rudo y endurecido. Es preciso que Dios dé al
hombre un corazón nuevo (cf Ez 36,26-27). La conversión es primeramente una
obra de la gracia de Dios que hace volver a él nuestros corazones:
"Conviértenos, Señor, y nos convertiremos" (Lc 5,21). Dios es quien nos da
la fuerza para comenzar de nuevo. Al descubrir la grandeza del amor de Dios,
nuestro corazón se estremece ante el horror y el peso del pecado y comienza
a temer ofender a Dios por el pecado y verse separado de él. El corazón
humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron (cf Jn
19,37; Za 12,10).
2100 El sacrificio exterior, para ser auténtico, debe ser expresión del
sacrificio espiritual. "Mi sacrificio es un espíritu contrito..." (Sal
51,19). Los profetas de la Antigua Alianza denunciaron con frecuencia los
sacrificios hechos sin participación interior (cf Am 5,21-25) o sin amor al
prójimo (cf Is 1,10-20). Jesús recuerda las palabras del profeta Oseas:
"Misericordia quiero, que no sacrificio" (Mt 9,13; 12,7; cf Os 6,6). El
único sacrificio perfecto es el que ofreció Cristo en la cruz en ofrenda
total al amor del Padre y por nuestra salvación (cf Hb 9,13-14). Uniéndonos
a su sacrificio, podemos hacer de nuestra vida un sacrificio para Dios.
(Cortesía: iveargentina.org et alii)