Solemnidad de Pentecostés A: Comentarios de Sabios y Santos - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F. - Sobre la Primera Lectura
(Hechos 2, 1-11)
Exégesis: R.P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Centralidad de Pentecostés en
la obra de Lucas
Comentario Teológico: San Juan Pablo Magno - El testimonio del día de
Pentecostés
Comentario Teológico a las 3 Lecturas
Comentario Teológico: ¿Qué es Pentecostés?
Santos Padres: San Gregorio Magno - "Recibid del Espíritu Santo"
Aplicación: Benedicto XVI - El Espíritu Santo es tempestad y fuego
Aplicación: Anónimo - También hoy el Espíritu está actuando en los creyentes
Aplicación: Gerardo
Soler - Pentecostés
Aplicación: San Juan de Ávila - ¿Ha venido a ti este tal Consolador?
Aplicación: R.P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Viento, fuego y paloma
Aplicación: Alessandro Pronzato - 'Con las puertas cerradas'
Aplicación: Hans Urs von Balthasar - 'El viento sopla donde quiere'
Ejemplos
Directorio
Homilético: La Solemnidad de Pentecostés
Falta un dedo: Celebrarla
COMENTARIOS A LA PALABRA DE LA SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS
Comentario Teológico a las 3 Lecturas
LA PRIMERA LECTURA (Hch 2,1-11),
LA SEGUNDA LECTURA (1 Cor 12,3-7.12-13)
LA PRIMERA LECTURA (Hch 2,1-11),
El relato de Pentecostés, es el cumplimiento de la
promesa hecha por Jesús al final del evangelio de Lucas y al inicio del libro
de los Hechos (Lc 24,49: «Por mi parte, les voy a enviar el don prometido por
mi Padre... quédense en la ciudad hasta que sean revestidos de la fuerza que
viene de lo alto»; Hch 1,5.8: «Ustedes serán bautizados con Espíritu Santo
dentro de pocos días... ustedes recibirán la fuerza del Espíritu Santo»). Con
esta narración Lucas profundiza un aspecto fundamental del misterio pascual:
Jesús resucitado ha enviado el Espíritu Santo a la naciente comunidad,
capacitándola para una misión con horizonte universal. La efusión del Espíritu
en Pentecostés, en efecto, marca el inicio de la misión de la Iglesia de la
misma forma que el bautismo de Jesús indica el comienzo de la vida pública del
Señor. En ambos casos se habla de un «descenso» del Espíritu (Lc 3,22: «El
Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como de una paloma»; cf. Hch
2,3); se dona el Espíritu para la misión (Lc 4,18: «El Espíritu del Señor está
sobre mí porque me ha ungido para anunciar la buena nueva a los pobres»; cf.
Hch 2,14-41); y en las dos ocasiones el descenso del Espíritu concluye un
período de preparación e inaugura el de la actividad pública (cf. Lc 4,14-15).
El relato de Hechos 2 inicia dando algunas indicaciones
relativas al tiempo, al lugar y a las personas implicadas en el evento. Todo
ocurre «al llegar el día de Pentecostés» (Hch 2,1). Pentecostés es una fiesta
judía conocida como «fiesta de las semanas» (Ex 34,22; Num 28,26; Dt 16,10.16;
etc.) o «fiesta de la cosecha» (Ex 23,16; Num 28,26; etc.), que se celebraba
siete semanas después de la pascua. Parece ser que en algunos ambientes judíos
en época tardía, en esta fiesta se celebraban las grandes alianzas de Dios con
su pueblo, particularmente la del Sinaí ligada al don de la Ley. Aunque Lucas
no desarrolla esta temática en el relato de Pentecostés, seguramente conocía
esta tradición y es probable que haya querido asociar el don del Espíritu,
enviado por Cristo resucitado, al don de la Ley recibido en el Sinaí. En la
comunidad de Qumrán, contemporánea a Jesús, por ejemplo, Pentecostés había
llegado a ser la fiesta de la Nueva Alianza que aseguraba la efusión del
Espíritu de Dios al nuevo pueblo purificado (cf. Jer 31,31-34; Ez 36). Lucas
añade: «estaban todos juntos en un mismo lugar» (Hch 2,1). Con esta indicación
quiere sugerir que los presentes están unidos no sólo en un mismo sitio sino
con el corazón. Aunque no se habla de una reunión cultual no sería extraño que
Lucas imaginara a los creyentes en oración, esperando la venida del Espíritu,
de la misma forma que Jesús estaba orando cuando el Espíritu bajó sobre él en
el bautismo (Lc 3,21: «Mientras Jesús oraba.... el Espíritu Santo bajó sobre
él»; Hch 1,14: «Solían reunirse de común acuerdo para orar en compañía de
algunas mujeres, de María la madre de Jesús y de los hermanos de éste»).
«De repente vino del cielo un ruido, semejante a una ráfaga de viento
impetuoso y llenó la casa donde se encontraban» (Hch 2,2). No obstante los
discípulos estaban a la espera del cumplimiento de la promesa del Señor
resucitado, el evento ocurre «de repente» y, por tanto, en forma imprevisible y
repentina. Es una forma de subrayar que se trata de una manifestación divina,
ya que el actuar de Dios no puede ser calculado ni previsto por el hombre. El
ruido llega «del cielo», es decir, del lugar de la trascendencia, desde Dios. Su
origen es divino. Y es como el rumor de un ráfaga de viento impetuoso. El
evangelista quiere describir el descenso del Espíritu Santo como poder, como
potencia y dinamismo y, por tanto, el viento era un elemento cósmico adecuado
para expresarlo. Además, tanto en hebreo como en griego, espíritu y viento se
expresan con la misma palabra (hebreo: ruah; griego: pneuma). No es extraño,
por tanto, que el viento sea uno de los símbolos bíblicos del Espíritu. Basta
pensar al gesto de Jesús en el evangelio de hoy, cuando «sopla» sobre los
discípulos y les dice: «Reciban el Espíritu Santo» (Jn 20,22), o a la visión de
los esqueletos calcinados narrada en Ezequiel 37, donde el viento–espíritu de
Dios hace que aquellos huesos se revistan de tendones y de carne, recreando el
nuevo pueblo de Dios.
«Entonces aparecieron lenguas como de fuego, que se repartían y se
posaban sobre cada uno de ellos» (Hch 2,3). Lucas se sirve de otro elemento
cósmico que era utilizado frecuentemente para describir las manifestaciones
divinas en el Antiguo Testamento: el fuego, que es símbolo de Dios como fuerza
irresistible y trascendente. La Biblia habla de Dios como un «fuego devorador»
(Dt 4,24; Is 30,27; 33,14); «una hoguera perpetua» (Is 33,14). Todo lo que
entra en contacto con él, como sucede con el fuego, queda transformado. El
fuego es también expresión del misterio de la trascendencia divina. En efecto,
el hombre no puede retener el fuego entre sus manos, siempre se le escapa; y,
sin embargo, el fuego lo envuelve con su luz y lo conforta con su calor. Así es
el Espíritu: poderoso, irresistible, trascendente.
El evento extraordinario expresado simbólicamente en los vv. 2-3 se
explicita en el v. 4: «Todos quedaron llenos del Espíritu Santo». Dios mismo
llena con su poder a todos los presentes. No se les comunica un auxilio
cualquiera, sino la plenitud del poder divino que se identifica en la Biblia
con esa realidad que se llama: el Espíritu. Se trata de un evento único que
marca la llegada de los tiempos mesiánicos y que permanecerá para siempre en el
corazón mismo de la Iglesia. Desde este momento, el Espíritu será una presencia
dinámica y visible en la vida y la misión de la comunidad cristiana. «Y
comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según el Espíritu Santo les concedía
expresarse» (v. 4). La fuerza interior y transformadora del Espíritu, descrita
antes con los símbolos del viento y del fuego, se vuelve ahora capacidad de
comunicación que inaugura la eliminación de la antigua división entre los
hombres a causa de la confusión de lenguas en Babel (Gen 11). En Jerusalén, no
en la casa donde están los discípulos, en el espacio cerrado de unos pocos
elegidos, sino en el espacio abierto donde hay gente de todos las naciones (v.
5), en la plaza y en la calle, el Espíritu reconstruye la unidad de la
humanidad entera e inaugura la misión universal de la Iglesia. El pecado
condenado en el relato de la torre de Babel es la preocupación egoísta de los
hombres que se cierran y no aceptan la existencia de otros grupos y otras
sociedades, sino que desean permanecer unidos alrededor de una gran ciudad cuya
torre toque el cielo. El día de Pentecostés el Espíritu ha venido a perdonar y
a renovar a los hombres para que no se repitan más las tragedias causadas por
el racismo, la cerrazón étnica y los integrismos religiosos.
El Espíritu de
Pentecostés inaugura una nueva experiencia religiosa en la historia de la
humanidad: la misión universal de la Iglesia. La palabra de Dios, gracias a la
fuerza del Espíritu, será pronunciada una y otra vez a lo largo de la historia
en diversas lenguas y será encarnada en todas las culturas. El día de
Pentecostés, la gente venida de todas las partes de la tierra «les oía hablar
en su propia lengua» (Hch 2,6.8). El don del Espíritu que recibe la Iglesia, al
inicio de su misión, la capacita para hablar de forma inteligible a todos los
pueblos de la tierra.
LA SEGUNDA LECTURA (1 Cor 12,3-7.12-13)
Pablo, utilizando un esquema trinitario, atribuye a Dios todos los dones espirituales que enriquecen y vitalizan a la comunidad cristiana. Del Espíritu Santo vienen los carismas (v. 4: «Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo»), del Señor Jesús la diversidad de ministerios (v. 5: «Hay diversidad de servicios, pero el Señor es el mismo»), y del Padre la energía vital (v. 6: «pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos»). Y en el v. 7 afirma: «A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos». En cada miembro de la Iglesia se manifiesta el poder y la creatividad del Espíritu a través de la diversidad de dones y carismas, no para el uso privado sino para la construcción de la comunidad y para el servicio del prójimo en la caridad. El Espíritu es la fuente de los diversos dones. Bajo la acción del Espíritu la Iglesia se construye en la «unidad» a través de la «diversidad» de carismas y servicios. El Espíritu, por tanto, unifica diferenciando, y diversifica construyendo la unidad. El Espíritu reconcilia lo distinto y distingue en la comunión. Vive según el Espíritu quien promueve y valoriza la diversidad suscitada por él en función de la edificación del único Cuerpo del Señor, que es la Iglesia. En cambio, rechaza el Espíritu quien crea división, promueve la masificación y no es capaz de aceptar la diversidad.
EL EVANGELIO (Jn 20,19-23)
Jesús resucitado les comunica a los discípulos cuatro
dones fundamentales: la Paz, el gozo, la misión, y el Espíritu Santo. Los dones
pascuales por excelencia son la paz (el shalom bíblico) y el gozo (la járis
bíblica), que no son dados para el goce egoísta y exclusivo, sino para que se
traduzcan en misión universal. Una única misión: la que el Hijo ha recibido del
Padre ahora se vuelve también misión de la Iglesia para la cual el Señor dona
su Espíritu. Jesús, como Dios cuando creó al hombre en Gen 2,7 o como Ezequiel
que invoca el viento de vida sobre los huesos secos en Ez 37, «sopló sobre
ellos». Con el don del Espíritu el Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y
con el envío de los discípulos comienza un nuevo Israel que cree en Cristo y
testimonia la verdad de la resurrección. Como «hombres nuevos», llenos del
aliento del Espíritu, los discípulos deberán continuar la misión del «Cordero
que quita el pecado del mundo»: la renovación de la humanidad como nueva obra
creadora en virtud del poder vivificante del Resucitado.
Exégesis: R.P. José María Solé Roma, C.M.F. - Sobre la Primera
Lectura (Hechos 2, 1-11)
Resurrección-Apariciones-Ascensión, son ya Era del Espíritu Santo: 'Que
después de la Resurrección se apareció visiblemente a todos sus discípulos
y, ante sus ojos, fue elevado al cielo para hacernos compartir su divinidad'
(Pref.): San Lucas, que presentó a Jesús siempre dirigido por el Espíritu,
presenta así ahora a su Iglesia:
- La Era Mesiánica era esperada como efusión de Espíritu Santo. Los Profetas
así lo prometen: Joel es el más explícito: 'Derramaré mi Espíritu sobre toda
carne. Obraré prodigios en los cielos y sobre la tierra' (Jl 3, 1). Y
Habacuc nos describe la nueva Teofanía en luz y en fuego, en huracán y
terremoto (Hab 3, 3). Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, el
comienzo de una nueva Era; el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo.
La Era Mesiánica será la Era del Espíritu Santo. Se inicia con un diluvio de
'Fuego' (Espíritu Santo).
- Dios habla en 'signos' que es el mensaje que todos entienden. Los 'signos'
que anuncian solemnemente la misión del Espíritu a la Iglesia son: Un ruido
del cielo; un viento impetuoso; un diluvio de fuego en forma de lenguas
ígneas. Este fragor celeste, este huracán, esta lluvia de fuego son
expresivos símbolos de la llegada y de la obra que va a realizar el Espíritu
Santo: Fragor celeste que despierta; Llama que enardece; Viento que eleva,
espiritualiza; Fuego que ilumina, purifica, caldea. De hecho los Apóstoles,
recibido el Espíritu, quedan transmudados, re-nacen. Son ya valientes,
iluminados, puros, fieles, espirituales. A la luz del Espíritu Santo
penetran el sentido de las enseñanzas de Cristo, hasta entonces enigmáticas
para ellos.
- El don de lenguas, o 'glosolalia', es un carisma para alabar a Dios (cf.
1Cor 10, 14). Como en estado extático cantan los Apóstoles la Gloria de Dios
en todas las lenguas. Los oyentes, a su vez, a la luz del Espíritu, los
comprenden y se unen a ellos. Este fenómeno sobrenatural quiere demostrar
que han cesado las disgregaciones (de lengua, raza, cultura, religión) que
pesaban como maldición sobre los hombres (Gn 11, 19). El Espíritu Santo hará
de todos los redimidos por Cristo un único Pueblo de Dios. La única
condición para ser beneficiarios de esa gracia, de esa nueva creación, es la
conversión y la fe: 'Convertíos y recibid el Bautismo en el nombre de
Jesucristo en remisión de vuestros pecados. Y recibiréis el don del Espíritu
Santo' (Hch 2, 38). Si el orgullo produjo discordia y frustración, la fe nos
da armonía y salvación.
Sobre la Segunda Lectura (1Cor 12, 3-7. 12-13)
San Pablo nos presenta un cuadro muy interesante de la actuación interior
del Espíritu Santo en las almas; y también de las manifestaciones
carismáticas y maravillosas que enriquecieron desde los principios a la
Iglesia y la mostraron: 'Sacramento universal de Salvación' (Lumen Gentium
48):
- El don de la fe y la confesión de la fe son gracias del Espíritu. Sin esta
gracia no podemos llegar a la zona de la fe (3 b). A la vez, la gracia del
Espíritu salvaguarda de todo error y desorientación nuestra fe (3 a). Si
queremos que nuestra fe no sufra titubeos, confusionismos y desviaciones,
pidamos humildemente la gracia del Espíritu Santo.
- En las primitivas Comunidades, en las que la jerarquía no podía actuar con
la trabazón e institución que adquirió con el desarrollo de la iglesia, el
Espíritu Santo suplía con una profusión de dones carismáticos los que hoy
llama la teología: 'Gracias gratis datas'. Los carismas, de nuevo puestos de
relieve por el Vaticano II, no se dan al fiel para su santificación, sino
para el bien inmediato de la Comunidad (7). Fueron en las primeras
Comunidades cristianas un factor importante para la consolidación de la fe y
para su propagación. San Pablo nos da diferentes listas de los carismas más
importantes (8-10; 12, 27-28; Rom. 12, 6-8; Ef. 4,11). Siempre insiste en
que no se dan para provecho propio, ni menos para fomento de vanidad, ni
como exhibicionismo religioso. Todos provienen del mismo Espíritu y van
ordenados al bien de la Iglesia; y sobre todos ellos está la caridad, don
esencial del Espíritu Santo, al que todos debemos aspirar y al que debemos
valorizar más que los carismas.
- En la ordenación, y regulación y uso de los carismas hay que tener
presente: al defender la unidad de la Iglesia no impidamos la diversidad de
los carismas. Al respetar la diversidad de los carismas, no dañemos la
unidad de la Iglesia. E ilustra su enseñanza con el símil del cuerpo humano:
uno con variedad de miembros; pero en el que todos los miembros actúan en
razón de la unidad. En el Cuerpo Místico, que es la Iglesia, el Espíritu es
el Alma que lo informa, lo vivifica, lo santifica, lo vigoriza, lo unifica:
'Bautizados en un Espíritu para formar un Cuerpo' (13). 'Envió, Padre, al
Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas
las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo' (Pleg. Euc. IV).
Sobre el Evangelio (Juan 20, 19-23)
San Juan nos da en este contexto la misión del Espíritu Santo que San Lucas
describe en Pentecostés.
- El Resucitado se presenta a sus Apóstoles y les enseña las cicatrices de
sus llagas, precio con el cual nos ha ganado el Espíritu Santo. Y les da el
'Signo' de la misión del Espíritu Santo: 'Sopla sobre ellos' (20). En
hebreo, soplo y Espíritu se indican con la misma palabra.
- Con el don del Espíritu Santo les inunda de Paz: 'Paz a vosotros' (19.
20). 'Paz' en la Escritura es la síntesis de todos los bienes; y, ya en
clave de Espíritu Santo, indica todos los dones, frutos y carismas del
Paráclito. Los Apóstoles tendrán en todo primacía y plenitud.
- Para la Era del Espíritu Santo estaba prometida la remisión de los pecados
(Jer 31, 34). Queda en manos de los Apóstoles el poder de perdonar (23),
pues Cristo los envía como continuadores de su Obra Salvífica y les entrega
la plenitud de sus poderes y autoridad (21).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra, Ciclo B, Herder, Barcelona,
1979)
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Exégesis: R.P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Centralidad de
Pentecostés en la obra de Lucas
El libro de los Hechos de los Apóstoles es la segunda parte de una sola obra
de San Lucas conformada por el tercer Evangelio y por los Hechos, obra
unitaria que nosotros llamaríamos hoy "Historia de los orígenes del
Cristianismo".
En el cuadro general de la obra lucana la narración de Pentecostés
constituye el inicio de la segunda parte de la obra (el libro de los
Hechos), así como la inauguración del ministerio de Jesús constituye el
encauzamiento de la primera (el Evangelio de San Lucas). Al primer bautismo
de Jesús en el agua y en el Espíritu Santo (Lc 3,21 ss.) corresponde el
primer bautismo de la Iglesia en el Espíritu Santo y en el fuego (Act
2,1-5). El primer capítulo del libro de los Actos, paralelamente a Lc 1-2,
es como el antecedente o el hecho previo narrado para preparar y explicar lo
que vendrá después. En cambio, con el capítulo segundo se abre paso la
historia de la Iglesia naciente: la historia de la palabra predicada y
escuchada, la historia de la fe propuesta y abrazada, la historia del
Espíritu donado y participado, la historia de la salvación en el tiempo y en
el espacio.
Lucas nos dice que Pentecostés es el punto de partida de toda la historia de
salvación. Lucas narra en detalle este punto de partida, por eso primero
describe el hecho histórico de Pentecostés (2,1-13) y, en segundo lugar, nos
transmite el discurso de Pedro, el cual, después de haber sido, junto con
los otros, testigo y partícipe del hecho, se convierte en intérprete delante
de los demás (2,14-41).
Nosotros analizaremos ahora la narración del hecho histórico de Pentecostés
(2,1-13). A) En primer lugar, Lucas adopta un género literario llamado
teofánico. B) Además hace referencia a ciertos textos del AT que conectan el
Pentecostés cristiano con el Pentecostés hebreo. C) Por otro lado,
contrapone claramente el Pentecostés cristiano con la confusión de lenguas
en Babel. D) Finalmente Lucas hace uso de ciertos vocablos que nos hablan de
su intención de hacer una verdadera teología de la historia. Todos estos
elementos nos permiten entender ya desde el inicio la concepción
profundamente teológica que Lucas tiene de Pentecostés como hecho histórico
y evento salvífico. Veamos cada uno de estos puntos.
A) Para Lucas Pentecostés es el antitipo de las teofanías
veterotestamentarias. San Lucas, al narrar el hecho histórico de Pentecostés
lo hace al modo como se narraban en el Antiguo Testamento las teofanías de
Yahveh, es decir, la manifestaciones de Dios (cf. Ex.3,2ss; 19,16-20;
Lev.9,23ss; Deut.4,11b.12.33-36; 5,4.22ss.; 1Re.19,11b-13; Is.6; Ez.1;
Sal.18,8-16; 68,8s.; 77,16-20; 97,1-6; etc.). De esta manera Lucas pone de
relieve su significado teológico: Pentecostés, para Lucas, es el antitipo de
las teofanías antiguas entre las cuales está en primer lugar la del Sinaí
(Ex 19,16-20). De manera que Pentecostés es la realidad por excelencia, es
la teofanía por antonomasia (mientras las antiguas eran sólo sombras); es un
momento histórico privilegiado en el cual Dios lleva adelante su plan de
salvación, revelándose en modo aún más explícito por medio de Cristo y en el
Espíritu.
B) Pero el Pentecostés cristiano, para Lucas, es también el cumplimiento del
pentecostés hebreo. La fiesta hebrea que con el tiempo se llamó
'Pentecostés' era la fiesta de la siega, la fiesta de la cosecha. Esta
fiesta se debía celebrar siete semanas después de la Pascua y por eso el
nombre original era el de 'Fiesta de las Semanas'. Existen dos puntos de
contacto textual entre el decreto del Deuteronomio (16,9-13) donde se
establece legalmente la fiesta, y el relato lucano de Pentecostés. En primer
lugar, la mención explícita de la fiesta en uno y otro texto (Deut 16,9;
Act.2,1: "Al llegar el día de Pentecostés..."). En segundo lugar, la
correspondencia entre el regocijo con que festejarán los israelitas "en el
lugar elegido por Yahveh tu Dios para morada de su nombre" (Deut 16,11) y el
hecho de que "todos quedaron llenos del Espíritu Santo" (Act 2,4; cf.
también Act 2,13.15). Lo que Lucas quiere expresar con todo esto es lo
siguiente: con la nueva efusión del Espíritu, Dios no se manifiesta más bajo
el velo de su nombre sino directamente con su Espíritu. La presencia de Dios
no se da ya por la habitación del nombre de Yahveh en un lugar material sino
por la presencia del Espíritu mismo. Éste, en vez de habitar en un lugar
físico, llena las personas. Todo esto queda remarcado si recordamos, como
dijimos recién, que Lucas ve en el hecho de Pentecostés una teofanía, es
decir, una manifestación de Dios Espíritu Santo.
Si ponemos esto en contacto con Act 2,5-13 (los beneficios de Pentecostés
llegan a todos los hombres de toda la tierra) concluimos que este don del
Espíritu Santo es ofrecido a todos; todos pueden beneficiarse de él, sin
tener necesidad como antes de una peregrinación al templo, sino con la sola
invocación del nombre del Señor Jesús. Notemos, finalmente, que la alegría
con que el pueblo israelita debía celebrar la fiesta (Deut 16,11) se
convierte ahora en la alegría mesiánica de todos los pueblos (2,5-13), los
cuales se congratulan del advenimiento de la salvación en el "día grande del
Señor" (Act 2,20; citación de Joel 3,4).
El Pentecostés cristiano es también cumplimiento del Pentecostés hebreo en
cuanto éste se había convertido, además de fiesta de la cosecha, también en
fiesta de la renovación de la Alianza realizada en el Sinaí. En el
Pentecostés cristiano la teofanía de Dios que se realiza en el Espíritu
Santo establece la Nueva y definitiva Alianza, que va a consistir
principalmente en la presencia interior del Espíritu Santo en el alma del
creyente.
C) Pentecostés, en el pensamiento de Lucas, se contrapone claramente también
a Babel. Según Gen 11,1-9 el pecado de orgullo de los hombres manifestado en
el querer desafiar al cielo con la construcción de una torre, fue castigado
por Dios con una doble punición: la confusión de los lenguajes (11,7) y la
dispersión por toda la tierra (11,8). De allí proviene el nombre de 'Babel',
que significa 'confusión'. En Deut 32,8 se hace mención a esta división y
dispersión de los hombres por toda la tierra: "El Altísimo dividió las
naciones". Hay aquí una referencia a Gen 11,8. Ahora bien, S. Lucas, para
describir el don del Espíritu hace uso de un verbo (diamerízo = dividir,
repartir) que en toda la Biblia aparece solamente dos veces: justamente en
Deut 32,8 ("repartió las naciones") y en Act 2,3 ("se repartieron las
lenguas de fuego"). El verbo no ha sido elegido por casualidad: S. Lucas
quiere insinuar que en Pentecostés, Cristo ha restaurado la unión entre los
hombres y esto mediante el Espíritu Santo, que es causa eficiente de unidad.
Así como a causa del orgullo del hombre éstos quedaron 'repartidos' por toda
la tierra, así ahora a causa del Espíritu de unidad que se 'reparte' por
todos los hombres éstos vuelven a configurar una unidad.
En los vv. 5-13 se narra la glosolália como efecto de la venida del Espíritu
Santo, es decir el carisma de hablar en lenguas (cf. 1Cor 12,10; 14,2).
Todos los hombres de todos los pueblos escuchan hablar a los apóstoles en su
propia lengua. La enumeración de los pueblos de los vv. 9-11 es la de los
pueblos mediterráneos. En conjunto se los describe de este a oeste y de
norte a sur. De esta manera se contrapone el pecado de orgullo de Babel que
trajo como efecto la confusión de lenguas, con la venida del Espíritu Santo
que restituye la unidad en el lenguaje. De esta manera quedan remediadas las
dos 'heridas' profundísimas creadas por el pecado de orgullo: la división de
los hombres y la confusión de lenguas.
D) Otro indicio que nos hace conocer la teología escondida en la narración
del hecho de Pentecostés es el verbo sumploroústhai, característico y
exclusivo de Lucas (además en Lc 8,23; 9,51). Este verbo tiene un
significado espacial: 'llenar' (el de Lc 8,23: la barca "se llenaba" con las
olas); y otro significado temporal: 'cumplirse' el tiempo (el de Lc 9,511 y
Act 2,3: "habiéndose cumplido el tiempo" o "habiendo llegado el tiempo"). De
esta manera Lucas le da a Pentecostés un matiz de "plenitud de los tiempos",
es un kairós en la historia de la salvación, es un momento extraordinario de
culminación del movimiento salvífico2. Si es un momento de culminación en la
historia de salvación, evidentemente está haciendo relación al pasado (es
culminación de un proceso que se fue dando a lo largo del tiempo), y alude a
la realización de las promesas antiguas y recientes (Lc 24,49; Act 1,8;
ambas son promesas del Espíritu Santo hechas por Jesús). Pero dice también
relación al presente en el cual confluyen las esperas del pasado y del cual
parten las líneas de apertura hacia el futuro. Esto último se concreta en
Act 2,5-13 porque el misterio de la glosolalia es símbolo y anticipación
maravillosa de la misión universal de los apóstoles (cf. Act 2,39). Es este
el primer esbozo de una teología de la historia que el discurso pentecostal
de Pedro se encargará de perfeccionar.
(R.P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Centralidad de Pentecostés en la obra
de Lucas)
1 Esta citación tiene una importancia particular porque marca un momento
clave del evangelio de San Lucas, el que marca el comienzo de la subida
(éxodo) de Jesús a Jerusalén, el famoso "Iter Lucanum".
2 En el NT hay dos formas de decir tiempo: kairós y jrónos. Pero tienen
matices muy diferentes. El segundo hace mención a la sucesión del tiempo
según un antes y un después; el primero, en cambio, hace referencia a un
momento determinado de la historia que está cuajado de significado para la
historia que pasó y la que vendrá.
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Comentario Teológico: Beato Juan Pablo Magno - El testimonio del día
de Pentecostés
30. El día de Pentecostés encontraron su más exacta y directa confirmación
los anuncios de Cristo en el discurso de despedida y, en particular, el
anuncio del que estamos tratando: " El Paráclito... convencerá al mundo en
la referente al pecado ". Aquel día, sobre los apóstoles recogidos en
oración junto a María, Madre de Jesús, bajó el Espíritu Santo prometido,
como leemos en los Hechos de los Apóstoles: " Quedaron todos llenos del
Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu
les concedía expresarse ",1 " volviendo a conducir de este modo a la unidad
las razas dispersas, ofreciendo al Padre las primicias de todas las naciones
".2
Es evidente la relación entre este acontecimiento y el anuncio de Cristo. En
él descubrimos el primero y fundamental cumplimiento de la promesa del
Paráclito. Este viene, enviado por el Padre, " después " de la partida de
Cristo, como " precio " de ella. Esta es primero una partida a través de la
muerte de Cruz, y luego, cuarenta días después de la resurrección, con su
ascensión al Cielo. Aún en el momento de la Ascensión Jesús mandó a los
apóstoles " que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la
Promesa del Padre "; " seréis bautizados en el Espíritu Santo dentro de
pocos días "; " recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre
vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y
hasta los confines de la tierra ".3
Estas palabras últimas encierran un eco o un recuerdo del anuncio hecho en
el Cenáculo. Y el día de Pentecostés este anuncio se cumple fielmente.
Actuando bajo el influjo del Espíritu Santo, recibido por los apóstoles
durante la oración en el Cenáculo ante una muchedumbre de diversas lenguas
congregada para la fiesta, Pedro se presenta y habla. Proclama lo que
ciertamente no habría tenido el valor de decir anteriormente: " Israelitas
... Jesús de Nazaret, hombre acreditado por Dios entre vosotros con
milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros... a
éste, que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento
de Dios, vosotros lo matasteis clavándole en la cruz por mano de los impíos;
a éste, pues, Dios lo resucitó librándole de los dolores de la muerte, pues
no era posible que quedase bajo su dominio ".4
Jesús había anunciado y prometido: " El dará testimonio de mí... pero
también vosotros daréis testimonio ". En el primer discurso de Pedro en
Jerusalén este " testimonio " encuentra su claro comienzo: es el testimonio
sobre Cristo crucificado y resucitado. El testimonio del Espíritu Paráclito
y de los apóstoles. Y en el contenido mismo de aquel primer testimonio, el
Espíritu de la verdad por boca de Pedro " convence al mundo en lo referente
al pecado ": ante todo, respecto al pecado que supone el rechazo de Cristo
hasta la condena a muerte y hasta la Cruz en el Gólgota. Proclamaciones de
contenido similar se repetirán, según el libro de los Hechos de los
Apóstoles, en otras ocasiones y en distintos lugares.5
31. Desde este testimonio inicial de Pentecostés, la acción del Espíritu de
la verdad, que " convence al mundo en lo referente al pecado " del rechazo
de Cristo, está vinculada de manera inseparable al testimonio del misterio
pascual: misterio del Crucificado y Resucitado. En esta vinculación el mismo
" convencer en lo referente al pecado " manifiesta la propia dimensión
salvífica. En efecto, es un " convencimiento " que no tiene como finalidad
la mera acusación del mundo, ni mucho menos su condena. Jesucristo no ha
venido al mundo para juzgarlo y condenarlo, sino para salvarlo.6 Esto está
ya subrayado en este primer discurso cuando Pedro exclama: " Sepa, pues, con
certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo a este
Jesús a quien vosotros habéis crucificado ".7 Y a continuación, cuando los
presentes preguntan a Pedro y a los demás apóstoles: " ¿Qué hemos de hacer,
hermanos? " él les responde: " Convertíos y que cada uno de vosotros se haga
bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y
recibiréis el don del Espíritu Santo ".8
De este modo el " convencer en lo referente al pecado " llega a ser a la vez
un convencer sobre la remisión de los pecados, por virtud del Espíritu
Santo. Pedro en su discurso de Jerusalén exhorta a la conversión, como Jesús
exhortaba a sus oyentes al comienzo de su actividad mesiánica.9 La
conversión exige la convicción del pecado, contiene en sí el juicio interior
de la conciencia, y éste, siendo una verificación de la acción del Espíritu
de la verdad en la intimidad del hombre, llega a ser al mismo tiempo el
nuevo comienzo de la dádiva de la gracia y del amor: a Recibid el Espíritu
Santo ".10 Así pues en este " convencer en lo referente al pecado "
descubrimos una doble dádiva: el don de la verdad de la conciencia y el don
de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es el Paráclito. El
convencer en lo referente al pecado, mediante el ministerio de la
predicación apostólica en la Iglesia naciente, es relacionado -bajo el
impulso del Espíritu derramado en Pentecostés- con el poder redentor de
Cristo crucificado y resucitado.
De este modo se cumple la promesa referente al Espíritu Santo hecha antes de
Pascua: " recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros ". Por tanto,
cuando Pedro, durante el acontecimiento de Pentecostés, habla del pecado de
aquellos que " no creyeron " 11 y entregaron a una muerte ignominiosa a
Jesús de Nazaret, da testimonio de la victoria sobre el pecado; victoria que
se ha alcanzado, en cierto modo, mediante el pecado más grande que el hombre
podía cometer: la muerte de Jesús, Hijo de Dios, consubstancial al Padre. De
modo parecido, la muerte del Hijo de Dios vence la muerte humana: " Seré tu
muerte, oh muerte ".12 Como el pecado de haber crucificado al Hijo de Dios "
vence " el pecado humano. Aquel pecado que se consumó el día de Viernes
Santo en Jerusalén y también cada pecado del hombre. Pues, al pecado más
grande del hombre corresponde, en el corazón del Redentor, la oblación del
amor supremo, que supera el mal de todos los pecados de los hombres. En base
a esta creencia, la Iglesia en la liturgia romana no duda en repetir cada
año, en el transcurso de la vigilia Pascual, " Oh feliz culpa ", en el
anuncio de la resurrección hecho por el diácono con el canto del " Exsultet
".
32. Sin embargo, de esta verdad inefable nadie puede " convencer al mundo ",
al hombre y a la conciencia humana , sino es el Espíritu de la verdad. El es
el Espíritu que " sondea hasta las profundidades de Dios ".13 Ante el
misterio del pecado se deben sondear totalmente " las profundidades de Dios
". No basta sondear la conciencia humana, como misterio íntimo del hombre,
sino que se debe penetrar en el misterio íntimo de Dios, en aquellas "
profundidades de Dios " que se resumen en la síntesis: al Padre, en el Hijo,
por medio del Espíritu Santo. Es precisamente el Espíritu Santo que las "
sondea " y de ellas saca la respuesta de Dios al pecado del hombre. Con esta
respuesta se cierra el procedimiento de " convencer en lo referente al
pecado ", como pone en evidencia el acontecimiento de Pentecostés.
Al convencer al " mundo " del pecado del Gólgota -la muerte del Cordero
inocente-, como sucede el día de Pentecostés, el Espíritu Santo convence
también de todo pecado cometido en cualquier lugar y momento de la historia
del hombre, pues demuestra su relación con la cruz de Cristo. El " convencer
" es la demostración del mal del pecado, de todo pecado en relación con la
Cruz de Cristo. El pecado, presentado en esta relación, es reconocido en la
dimensión completa del mal, que le es característica por el " misterio de la
impiedad " 14 que contiene y encierra en sí. El hombre no conoce esta
dimensión, -no la conoce absolutamente- fuera de la Cruz de Cristo. Por
consiguiente, no puede ser " convencido " de ello sino es por el Espíritu
Santo: Espíritu de la verdad y, a la vez, Paráclito.
En efecto, el pecado, puesto en relación con la Cruz de Cristo, al mismo
tiempo es identificado por la plena dimensión del " misterio de la piedad
",15 como ha señalado la Exhortación Apostólica postsinodal " Reconciliatio
et paenitentia ".16 El hombre tampoco conoce absolutamente esta dimensión
del pecado fuera de la Cruz de Cristo. Y tampoco puede ser " convencido " de
ella sino es por el Espíritu Santo: por el cual sondea las profundidades de
Dios.
(JUAN PABLO II, Encíclica Dominum et Vivificantem, nn. 30-32)
1 Act 2, 4.
2 Cf. S. Ireneo, Adversus haereses, III, 17, 2:
SC 211, p. 330-332.
3 Act 1, 4. 5. 8.
4 Act 2, 22-24.
5 Cf. Act 3, 14 s.; 4, 10. 27 s.; 7, 52; 10, 39;
13, 28 s. etc.
6 Cf. Jn 3, 17; 12, 47.
7 Act 2, 36.
8 Act 2, 37 s.
9 Cf. Mc 1,15.
10 Jn 20, 22.
11 Cf. Jn 16, 9.
12 Os 13, 14 Vg; cf. 1 Cor 15, 55.
13 Cf. 1 Cor 2, 10.
14 Cf. 2 Tes 2, 7.
15 Cf. 1 Tim 3, 16.
16 Cf. Reconciliatio et paenitentia (2 de
diciembre de 1984), 19-22: AAS 77 (1985), pp. 229-233.
Santos Padres: San Gregorio Magno - "Recibid del Espíritu Santo"
1. La primera cuestión que de esta lección asalta al pensamiento es: ¿cómo
después de la resurrección fue el verdadero cuerpo de Jesús el que, estando
cerradas las puertas, pudo entrar a donde estaban los apóstoles?
Mas debemos reconocer que la obra de Dios deja de ser admirable si la razón
la comprende, y que la fe carece de mérito cuando la razón adelanta la
prueba. En cambio, esas mismas obras de Dios que de ningún modo pueden
comprenderse por sí mismas, deben cotejarse con alguna otra obra suya, para
que otras obras más admirables nos faciliten la fe en las que son
sencillamente admirables.
Pues bien, aquel mismo cuerpo que, al nacer, salió del seno cerrado de la
Virgen, entró donde estaban los discípulos hallándose cerradas las puertas.
¿Qué tiene, pues, de extraño el que después de la resurrección, ya
eternamente triunfante, entrara estando cerradas las puertas el que,
viniendo para morir, salió a luz sin abrir el seno de la Virgen? Pero, como
dudaba la fe de los que miraban aquel cuerpo que podía verse, les mostró en
seguida las manos y el costado; ofreció para que palparan el cuerpo que
había introducido estando cerradas las puertas.
En lo cual pone de manifiesto dos cosas admirables y para la razón humana
harto contrarias entre sí, y fue mostrar, después de su resurrección, su
cuerpo incorruptible y a la vez tangible, puesto que necesariamente se
corrompe lo que es palpable, y lo incorruptible no puede palparse.
No obstante, por modo admirable e incomprensible, nuestro Redentor, después
de resucitar, mostró su cuerpo incorruptible y a la vez palpable, para, con
mostrarle incorruptible, invitar a los premios y, con presentarle palpable,
afianzar la fe; además se mostró incorruptible y palpable, sin duda, para
probar que, después de la resurrección, su cuerpo era de la misma
naturaleza, pero tenía distinta gloria.
2. Y les dijo: La paz sea con vosotros. Como mi Padre me envió, así os envío
yo también a vosotros. Esto es, como mi Padre, Dios, me envió a mí, Dios
también, yo, hombre, os envío a vosotros, hombres.
El Padre envió al Hijo, quien, por determinación suya, debía encarnarse para
la redención del género humano, y el cual, cierto es, quiso que padeciera en
el mundo; pero, sin embargo, amó al Hijo, que enviaba para padecer.
Asimismo, el Señor, a los apóstoles, que eligió, los envió, no a gozar en el
mundo, sino a padecer, como Él había sido enviado. Luego, así como el Padre
ama al Hijo y, no obstante, le envía a padecer, así también el Señor ama a
los discípulos, a quienes, sin embargo, envía a padecer en el mundo.
Rectamente, pues, se dice: Como el Padre me envió a mí, así os envío yo
también a vosotros; esto es: cuando yo os mando ir entre las asechanzas de
los perseguidores, os amo con el mismo amor con que el Padre me ama al
hacerme venir a sufrir tormentos.
Aunque también puede entenderse que es enviado según la naturaleza divina. Y
entonces se dice que el Hijo es enviado por el Padre, porque es engendrado
por el Padre; pues también el Hijo, cuando les dice (Is 15, 26): Cuando
viniere el Paráclito, que yo os enviaré del Padre, manifiesta que Él les
enviará el Espíritu Santo, el cual, aunque es igual al Padre y al Hijo, pero
no ha sido encarnado. Ahora, si ser enviado debiera entenderse tan sólo de
ser encarnado, cierto que no se diría en modo alguno que el Espíritu Santo
sería enviado, puesto que jamás encarnó, sino que su misión es la misma
procesión, por la que a la vez procede del Padre y del Hijo. De manera que,
como se dice que el Espíritu Santo es enviado porque procede, así se dice, y
no impropiamente, que el Hijo es enviado porque es engendrado.
3. Dichas estas palabras, alentó hacia ellos y les dijo: Recibid el Espíritu
Santo. Debemos inquirir qué significa el que nuestro Señor enviara una sola
vez el Espíritu Santo cuando vivía en la tierra y otra sola vez cuando ya
reinaba en el cielo; pues en ningún otro lugar se dice claramente que fuera
dado el Espíritu Santo, sino ahora, que es recibido mediante el aliento, y
después, cuando se declara que vino del cielo en forma de varias lenguas.
¿Por qué, pues, se da primero en la tierra a los discípulos y luego es
enviado desde el cielo, sino porque es doble el precepto de la caridad, a
saber, el amor de Dios y el del prójimo? Se da en la tierra el Espíritu
Santo para que se ame al prójimo, y se da desde el cielo el Espíritu para
que se ame a Dios.
Así como la caridad es una sola y sus preceptos dos, el Espíritu es uno y se
da dos veces: la primera, por el Señor cuando vive en la tierra; la segunda,
desde el cielo, porque en el amor del prójimo se aprende el modo de llegar
al amor de Dios; que por eso San Juan dice (1 Jn 4,20): El que no ama a su
hermano, a quien ve, a Dios, a quien no ve, ¿cómo podrá amarle? Cierto que
antes ya estaba el Espíritu Santo en las almas de los discípulos para la fe;
pero no se les dio manifiestamente sino después de la resurrección. Por eso
está escrito (Jn 7, 39): Aún no se había comunicado el Espíritu Santo,
porque Jesús no estaba todavía en su gloria. Por eso también se dice por
Moisés (Dt 32, 13): Chuparon la miel de las peñas y el aceite de las más
duras rocas. Ahora bien, aunque se repase todo el Antiguo Testamento, no se
lee que, conforme a la Historia, sucediera tal cosa; jamás aquel pueblo
chupó la miel de la piedra ni gustó nunca tal aceite; pero como, según San
Pablo (1 Co 10, 4), la piedra era Cristo, chuparon miel de la piedra los que
vieron las obras y milagros de nuestro Redentor, y gustaron el aceite de la
piedra durísima, porque merecieron ser ungidos con la efusión del Espíritu
Santo después de la resurrección. De manera que, cuando el Señor, mortal
aún, mostró a los discípulos la dulzura de sus milagros, fue como darles
miel de la piedra; [4] y derramó el aceite de la piedra cuando, hecho ya
impasible después de su resurrección, con su hálito hizo fluir el don de la
santa unción. De este óleo se dice por el profeta (Is 10, 27): Se pudrirá el
yugo por el aceite. En efecto, nos hallábamos sometidos al yugo del poder
del demonio, pero fuimos ungidos con el óleo del Espíritu Santo, y como nos
ungió con la gracia de la liberación, se pudrió el yugo del poder del
demonio, según lo asegura San Pablo, que dice (2 Co 3, 17): Donde está el
Espíritu del Señor, allí hay libertad.
Mas es de saber que los primeros que recibieron el Espíritu Santo, para que
ellos vivieran santamente y con su predicación aprovecharan a algunos,
después de la resurrección del Señor, le recibieron de nuevo
ostensiblemente, precisamente para que pudieran aprovechar, no a pocos, sino
a muchos. Por eso en esta donación del Espíritu se dice: Quedan perdonados
los pecados de aquellos a quienes vosotros se los perdonareis, y retenidos
los de aquellos a quienes se los retuviereis.
Pláceme fijar la atención en el más alto grado de gloria a que fueron
sublimados aquellos discípulos, llamados a sufrir el peso de tantas
humillaciones. Vedlos, no sólo quedan asegurados ellos mismos, sino que
además reciben la potestad de perdonar las deudas ajenas y les cabe en
suerte el principado del juicio supremo, para que, haciendo las veces de
Dios, a unos retengan los pecados y se los perdonen a otros.
Así, así correspondía que fueran exaltados por Dios los que habían aceptado
humillarse tanto por Dios. Ah lo tenéis: los que temen el juicio riguroso de
Dios quedan constituidos en jueces de las almas, y los que temían ser ellos
mismos condenados condenan o libran a otros.
4. El puesto de éstos lo ocupan ahora ciertamente en la Iglesia los obispos.
Los que son agraciados con el régimen, reciben la potestad de atar y de
desatar.
Honor grande, sí; pero grande también el peso o responsabilidad de este
honor. Fuerte cosa es, en verdad, que quien no sabe tener en orden su vida
sea hecho juez de la vida ajena; pues muchas veces sucede que ocupe aquí el
puesto de juzgar aquel cuya vida no concuerda en modo alguno con el puesto,
y, por lo mismo, con frecuencia ocurre que condene a los que no lo merecen,
o que él mismo, hallándose ligado, desligue a otros. Muchas veces, al atar o
desatar a sus súbditos, sigue el impulso de su voluntad y no lo que merecen
las causas; de ahí resulta que queda privado de esta misma potestad de atar
y de desatar quien la ejerce según sus caprichos y no por mejorar las
costumbres de los súbditos. Con frecuencia ocurre que el pastor se deja
llevar del odio o del favor hacia cualquiera prójimo; pero no pueden juzgar
debidamente de los súbditos los que en las causas de éstos se dejan llevar
de sus odios o simpatías. Por eso rectamente se dice por el profeta (Ez 13,
19) que mataban a las almas que no están muertas y daban por vivas a las que
no viven. En efecto, quien condena al justo, mata al que no está muerto, y
se empeña en dar por vivo al que no ha de vivir quien se esfuerza en librar
del suplicio al culpable.
5. Deben, pues, examinarse las causas y luego ejercer la potestad de atar y
de desatar. Hay que conocer qué culpa ha precedido o qué penitencia ha
seguido a la culpa, a fin de que la sentencia del pastor absuelva a los que
Dios omnipotente visita por la gracia de la compunción; porque la absolución
del confesor es verdadera cuando se conforma con el fallo del Juez eterno.
Lo cual significa bien la resurrección del muerto de cuatro días, pues ella
demuestra que el Señor primeramente llamó y dio vida al muerto, diciendo (Jn
11, 43): Lázaro, sal afuera; y que después, el que había salido afuera con
vida, fue desatado por los discípulos, según está escrito (Jn 11, 44):
Cuando hubo salido afuera el que estaba atado de pies y manos con fajas,
dijo entonces a sus discípulos: Desatadle y dejadle ir. Ahí lo tenéis: los
discípulos desatan a aquel que ya vivía, al cual, cuando estaba muerto,
había resucitado el Maestro. Si los discípulos hubieran desatado a Lázaro
cuando estaba muerto, habría hecho manifiesto el hedor más bien que su
poder.
De esta consideración debe deducirse que nosotros, por la autoridad pastoral
debemos absolver a los que conocemos que nuestro Autor vivifica por la
gracia suscitante; vivificación que sin duda se conoce ya antes de la
enmienda en la misma confesión del pecado. Por eso, al mismo Lázaro muerto
no se le dice: Revive, sino: Sal afuera.
En efecto, mientras el pecador guarda en su conciencia la culpa, ésta se
halla oculta en el interior, escondida en sus entrañas; pero, cuando el
pecador voluntariamente confiesa sus maldades, el muerto sale afuera. Decir,
pues, a Lázaro: Sal afuera, es como si a cualquier pecador claramente se
dijera: ¿Por qué guardas tus pecados dentro de tu conciencia? Sal ya afuera
por la confesión, pues por tu negación estás para ti oculto en tu interior.
Luego decir: salga afuera el muerto, es decir: confiese el pecador su culpa;
pero decir: desaten los discípulos al que sale fuera, es como decir que los
pastores de la Iglesia deben quitar la pena que tuvo merecida quien no se
avergonzó de confesarse.
He dicho brevemente esto por lo que respecta al ministerio de absolver, para
que los pastores de la Iglesia procuren atar o desatar con gran cautela.
Pero, no obstante, la grey debe temer el fallo del pastor, ya falle justa o
injustamente, no sea que el súbdito, aun cuando tal vez quede atado
injustamente, merezca ese mismo fallo por otra culpa.
El pastor, por consiguiente, tema atar o absolver indiscretamente; mas el
que está bajo la obediencia del pastor tema quedar atado, aunque sea
indebidamente, y no reproche, temerario, el juicio del pastor, no sea que,
si quedó ligado injustamente, por ensoberbecerse de la desatinada
reprensión, incurra en una culpa que antes no tenía.
(SAN GREGORIO MAGNO, Homilías sobre el Evangelio, Homilía VI, BAC Madrid
1958, pp. 660-665)
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Aplicación: Benedicto XVI - El Espíritu Santo es tempestad y fuego
Queridos hermanos y hermanas:
Cada vez que celebramos la eucaristía vivimos en la fe el misterio que se
realiza en el altar; es decir, participamos en el acto supremo de amor que
Cristo realizó con su muerte y su resurrección. El único y mismo centro de
la liturgia y de la vida cristiana -el misterio pascual-, en las diversas
solemnidades y fiestas asume "formas" específicas, con nuevos significados y
con dones particulares de gracia. Entre todas las solemnidades Pentecostés
destaca por su importancia, pues en ella se realiza lo que Jesús mismo
anunció como finalidad de toda su misión en la tierra. En efecto, mientras
subía a Jerusalén, declaró a los discípulos: "He venido a arrojar un fuego
sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera encendido!" (Lc 12, 49).
Estas palabras se cumplieron de la forma más evidente cincuenta días después
de la resurrección, en Pentecostés, antigua fiesta judía que en la Iglesia
ha llegado a ser la fiesta por excelencia del Espíritu Santo: "Se les
aparecieron unas lenguas como de fuego (...) y quedaron todos llenos del
Espíritu Santo" (Hch 2, 3-4). Cristo trajo a la tierra el fuego verdadero,
el Espíritu Santo. No se lo arrebató a los dioses, como hizo Prometeo, según
el mito griego, sino que se hizo mediador del "don de Dios" obteniéndolo
para nosotros con el mayor acto de amor de la historia: su muerte en la
cruz.
Dios quiere seguir dando este "fuego" a toda generación humana y,
naturalmente, es libre de hacerlo como quiera y cuando quiera. Él es
espíritu, y el espíritu "sopla donde quiere" (cf. Jn 3, 8). Sin embargo, hay
un "camino normal" que Dios mismo ha elegido para "arrojar el fuego sobre la
tierra": este camino es Jesús, su Hijo unigénito encarnado, muerto y
resucitado. A su vez, Jesucristo constituyó la Iglesia como su Cuerpo
místico, para que prolongue su misión en la historia. "Recibid el Espíritu
Santo", dijo el Señor a los Apóstoles la tarde de la Resurrección,
acompañando estas palabras con un gesto expresivo: "sopló" sobre ellos (cf.
Jn 20, 22). Así manifestó que les transmitía su Espíritu, el Espíritu del
Padre y del Hijo.
Ahora, queridos hermanos y hermanas, en esta solemnidad, la Escritura nos
dice una vez más cómo debe ser la comunidad, cómo debemos ser nosotros, para
recibir el don del Espíritu Santo. En el relato que describe el
acontecimiento de Pentecostés, el autor sagrado recuerda que los discípulos
"estaban todos reunidos en un mismo lugar". Este "lugar" es el Cenáculo, la
"sala grande en el piso superior" (cf. Mc 14, 15) donde Jesús había
celebrado con sus discípulos la última Cena, donde se les había aparecido
después de su resurrección; esa sala se había convertido, por decirlo así,
en la "sede" de la Iglesia naciente (cf. Hch 1, 13). Sin embargo, los Hechos
de los Apóstoles, más que insistir en el lugar físico, quieren poner de
relieve la actitud interior de los discípulos: "Todos ellos perseveraban en
la oración con un mismo espíritu" (Hch 1, 14). Por consiguiente, la
concordia de los discípulos es la condición para que venga el Espíritu
Santo; y la concordia presupone la oración.
Esto, queridos hermanos y hermanas, vale también para la Iglesia hoy; vale
para nosotros, que estamos aquí reunidos. Si queremos que Pentecostés no se
reduzca a un simple rito o a una conmemoración, aunque sea sugestiva, sino
que sea un acontecimiento actual de salvación, debemos disponernos con
religiosa espera a recibir el don de Dios mediante la humilde y silenciosa
escucha de su Palabra. Para que Pentecostés se renueve en nuestro tiempo,
tal vez es necesario -sin quitar nada a la libertad de Dios- que la Iglesia
esté menos "ajetreada" en actividades y más dedicada a la oración.
Nos lo enseña la Madre de la Iglesia, María santísima, Esposa del Espíritu
Santo. Este año Pentecostés cae precisamente el último día de mayo, en el
que de ordinario se celebra la fiesta de la Visitación. También la
Visitación fue una especie de pequeño "pentecostés", que hizo brotar el gozo
y la alabanza en el corazón de Isabel y en el de María, una estéril y la
otra virgen, ambas convertidas en madres por una intervención divina
extraordinaria (cf.Lc 1, 41-45). (...)
Los Hechos de los Apóstoles, para indicar al Espíritu Santo, utilizan dos
grandes imágenes: la de la tempestad y la del fuego. Claramente, san Lucas
tiene en su mente la teofanía del Sinaí, narrada en los libros del Éxodo (Ex
19, 16-19) y el Deuteronomio (Dt 4, 10-12.36).
En el mundo antiguo la tempestad se veía como signo del poder divino, ante
el cual el hombre se sentía subyugado y aterrorizado. Pero quiero subrayar
también otro aspecto: la tempestad se describe como "viento impetuoso", y
esto hace pensar en el aire, que distingue a nuestro planeta de los demás
astros y nos permite vivir en él. Lo que el aire es para la vida biológica,
lo es el Espíritu Santo para la vida espiritual; y, como existe una
contaminación atmosférica que envenena el ambiente y a los seres vivos,
también existe una contaminación del corazón y del espíritu, que daña y
envenena la existencia espiritual. Así como no conviene acostumbrarse a los
venenos del aire -y por eso el compromiso ecológico constituye hoy una
prioridad-, se debería actuar del mismo modo con respecto a lo que corrompe
el espíritu. En cambio, parece que nos estamos acostumbrando sin dificultad
a muchos productos que circulan en nuestras sociedades contaminando la mente
y el corazón, por ejemplo imágenes que enfatizan el placer, la violencia o
el desprecio del hombre y de la mujer.
También esto es libertad, se dice, sin reconocer que todo eso contamina,
intoxica el alma, sobre todo de las nuevas generaciones, y acaba por
condicionar su libertad misma. En cambio, la metáfora del viento impetuoso
de Pentecostés hace pensar en la necesidad de respirar aire limpio, tanto
con los pulmones, el aire físico, como con el corazón, el aire espiritual,
el aire saludable del espíritu, que es el amor.
La otra imagen del Espíritu Santo que encontramos en los Hechos de los
Apóstoles es el fuego. Al inicio alud a la comparación entre Jesús y la
figura mitológica de Prometeo, que recuerda un aspecto característico del
hombre moderno. Al apoderarse de las energías del cosmos -el "fuego"-,
parece que el ser humano hoy se afirma a sí mismo como dios y quiere
transformar el mundo, excluyendo, dejando a un lado o incluso rechazando al
Creador del universo. El hombre ya no quiere ser imagen de Dios, sino de sí
mismo; se declara autónomo, libre, adulto. Evidentemente, esta actitud
revela una relación no auténtica con Dios, consecuencia de una falsa imagen
que se ha construido de él, como el hijo pródigo de la parábola evangélica,
que cree realizarse a sí mismo alejándose de la casa del padre. En las manos
de un hombre que piensa así, el "fuego" y sus enormes potencialidades
resultan peligrosas: pueden volverse contra la vida y contra la humanidad
misma, como por desgracia lo demuestra la historia. Como advertencia perenne
quedan las tragedias de Hiroshima y Nagasaki, donde la energía atómica,
utilizada con fines bélicos, acabó sembrando la muerte en proporciones
inauditas.
En verdad, se podrían encontrar muchos ejemplos menos graves, pero
igualmente sintomáticos, en la realidad de cada día. La Sagrada Escritura
nos revela que la energía capaz de mover el mundo no es una fuerza anónima y
ciega, sino la acción del "espíritu de Dios que aleteaba por encima de las
aguas" (Gn 1, 2) al inicio de la creación. Y Jesucristo no "trajo a la
tierra" la fuerza vital, que ya estaba en ella, sino el Espíritu Santo, es
decir, el amor de Dios que "renueva la faz de la tierra" purificándola del
mal y liberándola del dominio de la muerte (cf. Sal 104, 29-30). Este
"fuego" puro, esencial y personal, el fuego del amor, vino sobre los
Apóstoles, reunidos en oración con María en el Cenáculo, para hacer de la
Iglesia la prolongación de la obra renovadora de Cristo.
Los Hechos de los Apóstoles nos sugieren, por último, otro pensamiento: el
Espíritu Santo vence el miedo. Sabemos que los discípulos se habían
refugiado en el Cenáculo después del arresto de su Maestro y allí habían
permanecido segregados por temor a padecer su misma suerte. Después de la
resurrección de Jesús, su miedo no desapareció de repente. Pero en
Pentecostés, cuando el Espíritu Santo se posó sobre ellos, esos hombres
salieron del Cenáculo sin miedo y comenzaron a anunciar a todos la buena
nueva de Cristo crucificado y resucitado. Ya no tenían miedo alguno, porque
se sentían en las manos del más fuerte.
Sí, queridos hermanos y hermanas, el Espíritu de Dios, donde entra, expulsa
el miedo; nos hace conocer y sentir que estamos en las manos de una
Omnipotencia de amor: suceda lo que suceda, su amor infinito no nos
abandona. Lo demuestra el testimonio de los mártires, la valentía de los
confesores de la fe, el ímpetu intrépido de los misioneros, la franqueza de
los predicadores, el ejemplo de todos los santos, algunos incluso
adolescentes y niños. Lo demuestra la existencia misma de la Iglesia que, a
pesar de los límites y las culpas de los hombres, sigue cruzando el océano
de la historia, impulsada por el soplo de Dios y animada por su fuego
purificador.
Con esta fe y esta gozosa esperanza repitamos hoy, por intercesión de María:
"Envía tu Espíritu, Señor, para que renueve la faz de la tierra".
(BENEDICTO XVI, Homilía en la Misa de Pentecostés en la Basílica de San
Pedro, 31 de mayo de 2009)
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Aplicación: R.P. José Antonio Marcone, I.V.E. - Viento, fuego y
paloma
Introducción
Pentecostés es una palabra griega que significa 'cincuenta días'. Según el
calendario de las fiestas religiosas judías, durante los cincuenta días
siguientes a la Pascua se celebraba una fiesta religiosa llamada 'fiesta de
la siega' o 'fiesta de las semanas'. Los festejos de esta fiesta culminaban
el día número 50 (de allí el nombre griego de 'pentecostés') y señalaba el
fin de la cosecha de trigo. Era, por excelencia, la fiesta de la fecundidad.
Para el judío, como en realidad debe ser, todos los acontecimientos
importantes en la vida del hombre estaban empapados de sacralidad. Todo lo
referían al Creador.
Posteriormente se asoció a esta 'fiesta de la siega o de las semanas' el
recuerdo de la promulgación de la Ley del Sinaí, y por eso Pentecostés se
había convertido para los judíos también en la fiesta de la renovación de la
Alianza.
Dios, en su infinita providencia, quiso que el ritmo, por así decirlo, de
los misterios de Cristo y la Iglesia con los que ha renovado el mundo
estuviera marcado por las grandes fiestas del AT. Es lógico, ya que esas
fiestas son la preparación del misterio de Cristo.
Pero ¿porqué usar una palabra griega para expresar una fiesta judía? Porque
para los judíos de la época de Jesús les era más común la traducción griega
de la Biblia hebrea que la Biblia hebrea misma. Jesucristo, cuando cita la
Sagrada Escritura, lo hace refiriéndose a esa traducción griega llamada de
los LXX.
Hoy se cumplen 50 días desde la Resurrección de Cristo. Hoy es la fiesta de
Pentecostés, la fiesta de la fecundidad. Y hoy ha querido Jesucristo, desde
el cielo, cumplir con su promesa de enviarnos el Consolador y el Abogado de
nuestras almas. Por lo tanto, Pentecostés es la fiesta de la fecundidad, la
fiesta de la vida, es decir, la fiesta del Espíritu que da vida.
1. En qué consiste la Solemnidad de hoy
¿En qué consiste fundamentalmente este misterio que hoy celebramos? Consiste
en que Jesucristo se sustrae a la vista de nuestros ojos corporales
(Solemnidad de la Ascensión, domingo pasado) porque quiere estar presente de
un modo nuevo en nuestras almas, un modo más íntimo, más interior a nuestro
corazón, es decir, más espiritual. Su figura corporal sensible hubiera sido
un obstáculo para esto. Y quiere que esa presencia suya nueva en el alma de
los cristianos sea hecha, sea causada por el Espíritu Santo. Y por eso es
que hoy lo envía. En esto consiste, entonces, en primer lugar, el misterio
de hoy: el Espíritu Santo causa en nosotros, en nuestros corazones la
presencia espiritual e íntima de Cristo.
Pero además Cristo quiere que el Espíritu Santo tome las riendas de la vida
de cada cristiano, de la vida de la Iglesia y de la vida del mundo. Es
decir, hoy Cristo desde el cielo, nos revela al Espíritu Santo. El día de
Pentecostés, desde su plenitud, Cristo, el Señor (cf. Hch. 2,36), derrama
profusamente el Espíritu, y el Espíritu Santo "se manifiesta, da y comunica
como Persona divina" (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 731). "En este
día se revela plenamente la Santísima Trinidad. (...) Con su venida, que no
cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los 'últimos tiempos', el
tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado"
(Catecismo de la Iglesia Católica,732).
En estas dos cosas, entonces, fundamentalmente, consiste la Solemnidad de
Pentecostés: en primer lugar, el Espíritu Santo, enviado por Cristo, se da a
conocer y se entrega como Persona Divina a los que creen en Cristo; y en
segundo lugar, el Espíritu Santo viene a formar a Cristo en el corazón del
creyente.
Con otras palabras: se revela como la tercera persona de la Santísima
Trinidad que obra la presencia de Cristo en el cristiano, en la Iglesia y en
el mundo.
2. ¿Cómo es el Espíritu Santo?
Pocas preguntas tan difíciles como esta. Sin embargo, la Biblia nos lo
revela a través de imágenes.
Viento
La primera imagen con que la Sagrada Escritura nos revela al Espíritu Santo
es la del viento. De hecho hoy en el Cenáculo donde estaban reunidos los
Apóstoles con María se manifestó en un impetuoso viento que llenó la casa en
la que estaban. Además el mismo nombre Espíritu en hebreo, (ruah) significa
'viento', 'soplo'.
Antes de comenzar a narrar la creación del mundo, el libro del Génesis, en
sus primeros versículos, dice que sobre las aguas informes aleteaba el ruah,
el viento, el soplo. Y luego relata la creación. Con esto se quiere
manifestar que el Espíritu tiene una parte activa en la creación y es el que
da la vida.
Luego cuando Dios crea al hombre, lo hace tomándolo del barro, y le infunde
el soplo de vida, el ruah.
Vemos entonces porque Dios eligió la fiesta de Pentecostés, fiesta de
fecundidad para enviar el Espíritu: porque el Espíritu Santo es Dador de
Vida, como dice el así llamado Credo largo, el niceno-constaninopolitano.
En este sentido, ¿cómo actúa el Espíritu Santo ahora en nosotros?; ¿Cómo
actúa en nosotros el Espíritu que es 'viento' de vida? Nos saca de la muerte
y nos da la vida de la gracia y obra en nosotros la conformación con Cristo.
Todo lo que en lo espiritual puede llevar el nombre de 'vida', viene del
Espíritu Santo.
Pero además de ser el soplo que da vida al mundo y al alma, el Espíritu es
un viento impetuoso que empuja las nubes a cumplir con su cometido y a los
barcos hacia alta mar. El Espíritu empuja a las almas a realizar grandes
empresas por Dios y a emprender la aventura más hermosa y peligrosa que
pueda existir: la búsqueda de la santidad. "¡Duc in altum!", ¡vayamos al
mar! ¡aventurémonos en la búsqueda de Jauja, la isla perdida, que es la
unión con Dios! En este sentido el Espíritu Santo es energía, vigor, fuerza,
ánimo, brío, movilidad y dinamicidad ("recibiréis la fuerza, que es el
Espíritu Santo", Hech.1,8).
Fuego
Además, el Espíritu Santo hoy también se revela bajo la imagen del fuego,
ese fuego que se posa sobre las cabezas de los Apóstoles. También S. Pablo
concibe al Espíritu Santo como fuego, y por eso dice: "No extingáis el
Espíritu" (1Tes.5,19).
Uno de los primeros usos del fuego es el de iluminar. Y por eso también es
que se posa sobre la cabeza de los apóstoles y no, por ejemplo, en sus
pechos. El Espíritu Santo ilumina la inteligencia del cristiano para que
conozca el misterio de Cristo y sepa cómo actuar según los mandatos de
Cristo.
Al fuego se lo usa para quemar. En el norte de Argentina se queman grandes
extensiones de terreno para que el pasto surja con más fuerza. El fuego
purifica y transforma. Cuando el fuego toma una madera primero le hace echar
humo porque la purifica de todas sus impurezas. Luego se hace una brasa
ardiendo y ya casi no se distingue entre la madera y el fuego: se han hecho
una sola cosa. Así también el Espíritu Santo que entra en un alma, primero
la purifica quemándole todos los pecados, vicios y defectos. Luego la va
convirtiendo en S Mismo, hasta que el alma está tan unida al Espíritu que ya
no se distingue entre la acción del Espíritu y la del alma. A esto se
refería San Juan Bautista cuando decía que Jesús bautizaría con Espíritu
Santo y fuego (Lc.3,16). Podría también traducirse legítimamente de esta
manera: "con el Espíritu Santo que es fuego".
Y esto se logra por el amor que el alma le profesa al Espíritu y el amor que
el Espíritu tiene por el alma. Por eso el fuego es también símbolo del amor
que transforma al alma en el Amado. De hecho, el Espíritu, en Dios, es la
Persona-Amor. A esto se refería N. S. Jesucristo cuando decía: "He venido a
traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese ardiendo!"
(Lc.12,49). El fuego que Jesucristo vino a traer a la tierra es el fuego del
Espíritu Santo, el fuego del amor.
El cristiano debe dejarse quemar completamente por ese fuego devorador que
es el Espíritu Santo, consumirse en el amor a los demás, arder como arde la
lámpara del Santísimo, en eterna oración; debe dejarse quemar como se quema
el aceite de dicha lámpara. En un muro de las cercanías de mi parroquia leí
un graffitti en contra de la Iglesia, irónico e instigando a la persecución
religiosa, que decía: "La Iglesia que no arde, no ilumina". A pesar de ser
escrita por los enemigos de la Iglesia, sin embargo esa frase es muy cierta.
El cristiano que no arde en el fuego del Espíritu Santo no puede convertirse
en luz para los demás. También nosotros debemos arder en el fuego del
Espíritu Santo para iluminar y dar calor a los demás.
Paloma
Otra de las imágenes que usa la Sagrada Escritura para revelarnos al
Espíritu Santo es la paloma: "Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en
esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma de
paloma y venía sobre él" (Mt.3,16). Así como la paloma desciende y reposa
sobre Cristo, así el Espíritu Santo "desciende y reposa en el corazón
purificado de los bautizados" (Catecismo de la Iglesia Católica,701).
Al final del diluvio es una paloma la que vuelve con una rama tierna de
olivo en la boca, signo de que la tierra es habitable de nuevo (cf.
Gén.8,8-12). Aquí la paloma es símbolo de obediencia, de fidelidad y causa
de alegría; también símbolo de vida. El Espíritu nos induce a la obediencia
a Dios, a la fidelidad y llena de alegría el corazón del que lo acepta.
Las virtudes de la paloma son: mansedumbre (no se irrita), docilidad (acepta
las gracias y las secunda), sumisión (no es rebelde), obediencia, humildad
(no busca desordenadamente su propia excelencia), paz, sencillez,
simplicidad, ingenuidad, inocencia, candidez, candor, sosiego, quietud,
fidelidad. Todo eso es el Espíritu Santo. De hecho, estas características de
la paloma son similares a los frutos del Espíritu Santo que enumera San
Pablo: "El fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza" (Gál.5,22-23).
Son comunes en nuestra sociedad actual algunos vicios contrarios a estas
cualidades del Espíritu, que debemos desterrar de nosotros:
- La falsedad, el doblez de corazón, la falta de sinceridad, fingimiento,
hipocresía, simulación, deslealtad, engaño, impostura, traición.
- La inestabilidad en los juicios, la inconstancia, la falta de criterios
propios y justos, la falta de convicciones altas, la facilidad para ser
influenciados por otros, incumplimiento.
- La ingratitud, desagradecimiento.
- La superficialidad, la chabacanería (ordinariez en el trato de cosas
importantes, rebajándolas).
- Calumnia, murmuración, habladuría.
- Desconfiados, mal pensados: estamos más inclinados a creer en el mal que
no vemos que a aceptar el bien que vemos.
Conclusión
El culto litúrgico de la Iglesia, como es la Solemnidad que hoy estamos
celebrando, no es un mero recuerdo de lo que ha sucedido sino que hace
presente el misterio que se celebra. Por eso, al celebrar litúrgicamente la
venida del Espíritu Santo a la Iglesia y a todos sus fieles, estamos
recibiendo realmente el Espíritu enviado por Jesús.
Que el Espíritu Santo, que es soplo que da vida, viento que empuja, fuego
que consume en el amor y paloma que nos enseña la obediencia, penetre en lo
más profundo de nuestras almas y las transforme. Se lo pedimos a aquella que
es la hija de Dios Padre, la madre de Dios Hijo y la esposa de Dios Espíritu
Santo.
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Aplicación: San Juan de Ávila - ¿Ha venido a ti este tal Consolador?
A) Exordio
'Quien de tierra es, de tierra habla; el que viene del cielo, sobre todo es
(Jn. 3, 31). ¿Qué hará el hombre, que le está mandado que hable cosas del
cielo?... Si hubiésemos de hablar de cosas de aquí abajo, daríamos buenas
señas; pero hablar del Espíritu Santo... ¿Qué haremos para bien hablar? Es
menester mucho la gracia del Espíritu Santo.
No en balde fue dada a los apóstoles para hablar... Fueron llenos de esta
celestial gracia para dar a entender que nadie debe hablar ni predicar de
este Santo Espíritu sino lleno y muy lleno de este don celestial y de este
santo fuego... No han de ser las lenguas que han de hablar cosas de Dios y
sus maravillas de agua, no de viento, no han de ser de tierra.
Venimos a oír la palabra de Dios, venimos a oír sus sermones, y venimos como
a farsa, sin más amor y reverencia. Les digo de verdad que un gran riesgo
corremos todos los que oímos sermones; gran peligro corremos si no oímos
como debemos oír, con corazón encendido... Para tan gran negocio menester
hemos la gracia, menester hemos el mismo Espíritu Santo, que se infunda en
nuestros corazones y los ablande... La oración que no es inspirada del mismo
Espíritu Santo, poco vale.
¿Qué remedio? Que nos vayamos a la Sacratísima Virgen. En gran manera es muy
amiga del Espíritu Santo y El de ella... Conoce muy bien el Espíritu Santo
las entrañas de la Virgen; conoce muy bien aquél su corazón limpísimo... No
hizo la Virgen, ni pensó, ni habló cosa que en un punto desagradase al
Espíritu Santo. En todo le agradó... Supliquémosla, pues tan amiga es de
este Santo Espíritu, nos comunique su gracia para hablar de tan alto
Huésped'.
B) Condiciones para su venida
a) Desearla y obrar según Él
'Si recibisteis al Espíritu Santo por la fe, creyendo, dijo una vez San
Pablo a unos (Act. 19,2): ¿Habéis recibido al Espíritu Santo? Respondieron:
No sabemos si lo hay, cuanto más haberlo recibido... ¡Oh si dijésedes
verdad! ¿Habéislo recibido?¿Amáislo? ¿Habéislo servido? ¿Deseáislo? ¿Tenéis
gran deseo que se infunda en vuestros corazones? Ni aun sabéis si lo hay. No
aprovecha nada que lo deseéis; no basta que digáis que venga, que lo queréis
recibir; todo no aprovecha si no hay obras dignas y que merezcan su venida.
Factis autem negant (Tit. 1,16)'.
b) Gustar de su palabra
'Yo me voy, y rogaré a mi Padre que os envié otro consolador en mi nombre
(Jn. 14, 16). Hasta aquí yo os he consolado; yo me iré, y yéndome yo, os
enviaré otro consolador, otra persona... Dijo Jesucristo: El que me ama
guardará mis palabras, y mi Padre lo amará, y a él vendremos y morada cerca
de él haremos (Jn. 14, 23).
Que estudie y rumie sus palabras y las cumpla y guarde; esto os da por señal
y prenda de su amor. Y, hermano, decid, ¿cómo os va cuando oís la palabra de
Cristo? ¿Holgáisos cuando os hablan de El? ¿Alégraseos el corazón cuando le
oís nombrar, cuando le predican, alaban y bendicen y glorifican en los
púlpitos? Más os alegráis con invenciones, con novedades; esto oís de buena
gana'.
c) Renuncia
'El que guardare mi palabra., éste me ama. ¿Cómo es eso? ¿Cómo tengo de
guardar sus palabras? ¿Cómo le tengo de amar?
Habéislo de amar, y en esto mostraréis que verdaderamente le amáis, si por
le amar olvidarédes y dejáredes todo cuanto os estorbare para lo amar y
verdaderamente servir. Si vuestro ojo derecho, si la cosa que así la amáis
como a vuestros ojos, os escandalizare menester, si vuestra mano derecha, si
cualquiera cosa que mucho la habéis os apartare de este santo propósito,
cortadla' (cf. Mt. 5, 29; 18, 9).
-¡Cosa recia es, padre! -Habéis de tener una navaja tan afilada, que, aunque
os pongan delante padre y madre, hermanos y parientes, y amigos, y todo
cuanto así se pudiera decir, si os aparta del amor de Jesucristo, cortadlo,
no lo dejéis, holladlo, pasad, sobre ello; que, aunque esto parece género de
crueldad, es gran piedad (cf. San Jerónimo, Epist. 14 ad Heliod. 2: PL
22,348).
'¡Cosa recia!... ¿Y que no solamente no tome la hacienda ajena, pero que
tengo que dar la mía? ¿Y no solamente no tengo de hacer mal a nadie, pero
hacer todo cuanto bien pudiere? Cosa recia y trabajosa es ésta... Poned
algún consuelo, poned algún premio.
Pláceme. Mi Padre le amará; mi Padre le querrá bien -dice Jesucristo-, y el
galardón que por cumplir mis palabras y guardar mis mandamientos le daré (en
esto se les pagarán sus trabajos), que el Eterno Padre pondrá sus ojos sobre
él, y a él vendremos y morada cerca de él haremos. No será la venida de
pasada, pues ha de pararse a hacer morada y mansión...'
C) No contristéis al Espíritu Santo
a) Atención permanente al Huésped Divino
'El que espera o tiene este Huésped, así se ata, o para le recibir mejor o
con mejor aparejo, o para, si fuere venido, conservarle para que no se
vaya... ¿Por qué no hacéis como los otros? ¿Por qué sois tan enojosos?
Desenvolveos, sed para algo... Si viéredes así alguno que hace esto, y que
traiga cuidado sobre sí, y no sabe responder por sí, no defenderse, aquél lo
tiene en el corazón; con aquél posa este Huésped; señales son éstas del
Espíritu Santo. Nolite contristare Spiritum Sanctum (Ef. 4, 30). Mira cómo
vives, no entristezcas al Espíritu Santo, que mora en nosotros. Vive con
cuidado, como el que tiene un gran señor por Huésped, que no osa ir a
fiestas ni a juegos; luego se acuerda de su Huésped y dice: ¿Quién lo
servirá?... Quiero ir a mi casa, no me haya menester, no me eche menos, no
haga falta... Corres, y juegas, y burlas, y comes y bebes sin temor de
perderlo y sin ningún cuidado de le esperar y de lo recibir. ¡Oh qué dolor!
Si lo esperas, y quieres y deseas, que venga, ¿qué es del cuidado? No hay
hombre, por pobre que sea, que si le dicen que ha de venir el rey a reposar
en su casa...'.
b) Vida limpia
'Cuando te convidaren con algún pecado, con alguna mala tentación, responde
luego: Estoy esperando a la limpieza; ¿cómo me ensuciaré? Estoy esperando a
mi Señor, ¿cómo me iré fuera de casa?.. Nescitis, quoniam membra vestra
templum sunt Spiritus Sancti? (1 Cor. 6, 19). Miraos bien, que vuestros
ojos, vuestras manos y vuestra boca, templo es del Espíritu Santo; no
ensuciéis la casa del gran Señor. Pasas un deleite en tu carne, luego se va
el Espíritu Santo. No se puede sufrir en ninguna manera el Espíritu Santo en
el espíritu sucio; no pueden vivir juntos. No hay medio: o has de tomar lo
uno o lo otro. Si has de tomar el Espíritu Santo, todo pecado y suciedad has
de echar fuera; y si con algo te quieres quedar, irse ha el Espíritu Santo.
Mira, pues, ahora cuál vale más, tener al Espíritu Santo consolador en tu
corazón con limpieza o perder tan gran bien por un deleite que lo pasan las
bestias en el campo'.
D) Cristo lo envía
Espanta el que Cristo enviase su Espíritu a los mismos que le crucificaron.
Por tanto, también nos lo enviará a nosotros.
'-Es limpio; ¿cómo ha de venir a mí, que soy sucio?
-Ahí está el punto. ¿Por qué quiso tanto el Espíritu Santo a Jesucristo?
Porque se puso Jesucristo tan de buena gana en la cruz, obedeciendo al Padre
Eterno y al Espíritu Santo, por eso vendrá en nombre suyo a vosotros, y no
tendrá asco de nuestra miseria; no dejará de venir; no se tapará las narices
de ti. -¿Quién juntó oro con cieno, limpieza con la basura, rico con extrema
pobreza, alteza con bajeza, tan grande bien con tanta flaqueza y poquedad?
-Así es verdad que el hombre no es lugar propio para el Espíritu Santo, ni
la cruz era lugar adonde pusieron a nuestro Redentor Jesucristo; mas por
esta junta de Dios con la cruz es esotra del Espíritu Santo con el hombre.
El Espíritu Santo amonestó e inspiró a Jesucristo que se pusiere en aquel
lugar tan bajo y tan hediondo de la cruz, y por eso el Espíritu Santo viene
a este otro lugar tan hediondo y bajo, que es el hombre. Rogádselo,
importunádselo, llamadle en nombre de Jesucristo nuestro Señor, que cierto
vendrá, y dárseos ha con todos sus dones; esclareceros ha el entendimiento;
encenderá vuestra voluntad en amor suyo y daros ha gracia y gloria.
Entre las obras del santo figuran dos tratados que en realidad son dos
sermones sobre esta festividad. Transcribimos el segundo
(Cf. Obras completas del santo Juan de Ávila, Tomo 2, BAC, pp. 429-445).
Comentario Teológico: ¿Qué es Pentecostés?
PENTECOSTÉS es la celebración del amor porque «el amor ha sido
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado»
(Rom 5,5) y «el fruto del Espíritu es amor» (Gal 5,22). Hoy celebramos todas
las expresiones humanas de amor y de justicia, de paz y de fraternidad.
PENTECOSTÉS es la celebración de la purificación por la que el
hombre es perdonado y recreado como «nueva creatura» (Jn 20,22-23)
PENTECOSTÉS es la celebración de los carismas y, por tanto, la
celebración de la diversidad en la vida de la Iglesia y de los dones divinos
que hacen viva y dinámica la comunidad cristiana.
PENTECOSTÉS es la celebración del universalismo y, por tanto, la
celebración de la capacidad de la Iglesia para anunciar y encarnar el evangelio
en todas las culturas y por luchar para destruir los egoísmos étnicos y
raciales. Celebramos que el Espíritu «sopla donde quiere» (Jn 3, 8), obra en
todas partes, dentro y fuera de la Iglesia, sin exclusivismos ni rigideces, sin
exclusiones ni prejuicios.
PENTECOSTÉS es la celebración de la libertad porque «donde está el
Espíritu del Señor está la libertad» (2 Cor 3,17). Es la fiesta de los hijos de
Dios, de los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios (cf. Rom 12,14) para
vivir en el amor, la plenitud de la libertad. Es la fiesta del Espíritu que
guía el corazón del hombre más allá y con mayor eficacia que cualquier ley y
cualquier norma, porque «la letra mata, mientras el Espíritu da vida» (2 Cor
3,6).
Aplicación: Anónimo - También hoy el Espíritu está actuando en los creyentes
Las Profecías del Antiguo
Testamento
El Espíritu Santo unge a Jesús
Fraternidad signo de la presencia
del Espíritu Santo
Introducción
No sé si han leído los Hechos de los
Apóstoles alguna vez de manera continuada. Los leí ya en mi niñez porque había
historias interesantísimas: la de Pedro y luego lo de San Pablo. Los Hechos de
los Apóstoles son el libro del Espíritu Santo. Un escritor de los tiempos
antiguos ya dijo que el Antiguo Testamento era el evangelio de Dios Padre, que
los Evangelios lo eran de Dios Hijo y que los Hechos de los Apóstoles eran el
evangelio del Espíritu Santo. La primera comunidad cristiana es muy consciente
de la presencia del Espíritu Santo en su vida y en sus decisiones. Cuando se
trata de decidir la cuestión
fundamental si uno se salva por la fe en Jesucristo o si uno tiene que
observar además la Ley de Moisés, los apóstoles escribieron una carta a todos
los cristianos de entonces diciendo: "Hemos decidido el Espíritu Santo y
nosotros no imponerles carga adicional". Ellos sabían que su palabra era
la palabra del Espíritu Santo. Les sugiero que lean de un tirón los Hechos de
los Apóstoles y probablemente les pasará lo mismo que a mí: les dará envidia
porque en aquel entonces el Espíritu Santo se manifestó en signos prodigiosos,
expulsión de demonios, curación de enfermos, conversión de miles de personas,
les decía a los apóstoles lo que tenían que hacer. ¿Y nosotros? ¿Dónde existen
hoy estos signos? ¿Acaso Dios no quiere que experimentemos lo mismo?
Las Profecías del Antiguo Testamento
En el Antiguo
Testamento, la primera parte de la Biblia que se extiende desde de la creación
hasta la era de Jesús, leemos que el Espíritu Santo obró en personas dela
Antigua Alianza con signos prodigiosos, también en los profetas. En nombre de
Dios ellos anuncian la Nueva Alianza. Sus palabras hablan ante todo de Cristo
pero indudablemente son también para nosotros que en Cristo somos uno con Dios
y los hermanos: "Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en
toda carne (es decir, en todos los hombres). Vuestros hijos y vuestras hijas
profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños. Hasta en los siervos y siervas
derramaré mi Espíritu"(Jl 3,1-2).
Como es de suponer los profetas
hablaron de manera muy especial del Mesías que iba a venir como alguien sobre quien
x reposará el Espíritu Santo de manera muy especial: "He aquí mi siervo a
quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma, (dice el Señor). He
puesto mi Espíritu sobre él, dictará ley a las naciones""(Is 42,1).
Así habla el profeta Isaías en el capítulo 42, y Jesús mismo cita al profeta
cuando habla en su tierra sobre su misión: "El Espíritu del Señor está
sobre mí, por cuanto me ha ungido el Señor. A anunciar la Buena Nueva a los
pobres me ha enviado, a vendar corazones rotos, a pregonar a los cautivos la
liberación y a los reclusos la liberación, a pregonar un año de gracia de Dios,
día de venganza de nuestro Dios; a consolar a los que lloran" (Is 61,1-2).
El Espíritu Santo unge a Jesús
Jesús vivía en la oscuridad del
anonimato por treinta años. Sólo unas
pocas personas se habían enterado de que el Hijo de Dios se había hecho
hombres y estos ni siquiera tenían una idea cabal de ello. ¿Qué es lo que
cambió a Jesús, qué es lo que lo empujó
a iniciar su vida publica? Fue la unción del Espíritu Santo. Jesús se hace
bautizar por San Juan Bautista y cuando sale del agua : "Bajó sobre él el
Espíritu Santo en forma de paloma"(Lc 3,21). Así fue "como Dios
ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10,38).
En Jesús reside la plenitud del Espíritu Santo según la Escritura:
"Reposará sobre él el Espíritu del Señor, Espíritu de sabiduría e
inteligencia, de ciencia y de temor del Señor" (Is 11,2). En ese poder
Jesús de Nazaret habla con autoridad,
con ese poder realiza signos que hacen exclamar a la gente: "Todo lo ha
hecho bien". Cuando Juan desde la cárcel manda preguntar a Jesús:
"¿Eres tú el enviado o debemos esperar a otro?", Jesús le manda el
siguiente mensaje:" Vayan di cuenten a Juan lo que han visto: los ciegos
ven, los cojos andan, los muertos son resucitados y a o los pobres se les
anuncia la buena noticia”.
Jesús quiere que compartamos con El
ese Espíritu. A manera de presagio, tal
como sucede en la Antigua Alianza que
es promesa de lo que va a cumplirse de manera superabundante en la Nueva
Alianza pactada en la sangre de Cristo, Jesús grita a los oídos de todos una
maravillosa profecía. Quiero leerles sólo una cita de las muchas que nos hablan
del deseo de Jesús a que recibamos el Espíritu. Escribe san Juan: "El último
día de la fiesta, el más solemne, Jesús, puesto de pie, gritó: ‘Si alguno tiene
sed, venga a mí y beba , el que crea en mi, como dice la escritura: De su seno
correrán ríos de agua viva’. Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a
recibir los que creyeran en Él. Porque aún no había Espíritu pues todavía Jesús
no había sido glorificado"(Jn 7,37-39). La glorificación de Jesús se
realizará en su muerte y resurrección. Así el don del Espíritu Santo es un
regalo que Jesús nos consigue por medio de su entrega en la cruz.
El Espíritu Santo en nosotros
Dios no miente. Él cumple lo que ha
prometido. Comenzando con los apóstoles
el día de Pentecostés, ha derramado su Espíritu con abundancia sobre su
Iglesia y sobre sus hijos. No hay tiempo para comentar todo lo que nos dice la
Sagrada Escritura sobre la acción del Espíritu Santo en nosotros. Escuchen sólo
una enumeración escueta:
El Espíritu Santo es principio de
vida nueva en nosotros, lo recibimos por la fe en Cristo Jesús. Por el bautismo
habita en cada cristiano - nos hace templo de Dios – y nos convierte en hijos
de Dios - es principio de nuestra resurrección - produce en nosotros la fe -
nos regala un conocimiento de los sobrenatural, es decir, un conocimiento
especial de las cosas de Dios - nos hace crecer en santidad - nos da intrepidez
apostólica - fortalece nuestra esperanza - derrama en nuestros corazones el
amor - nos une con Cristo - ora en nosotros - nos une con los demás cristianos
en el Cuerpo Místico de Jesús - perdona nuestros pecados - nos da dones a cada
uno para edificación de la Iglesia.;
Fraternidad signo de la presencia del Espíritu Santo
Permítanme comentar un poco más sólo
uno de estos regalos que nos hace el Espíritu Santo: el regalo de la
fraternidad. Como hemos escuchado en la segunda lectura, nadie pueda decir a
siquiera "Jesús es el Señor" si no se lo da el Espíritu. Y escuchen
esto: "Todos hemos sido bautizados en un mismo Espíritu para formar un
único cuerpo". Continúa diciendo el Apóstol: “Todos, ya seamos judíos o
griegos, esclavos ó libres (¿puedo actualizar?: ya seamos limeños o
provincianos, cholos o blancos, ricos o pobres, académicos o analfabetas),
todos somos miembros del único cuerpo y a todos se nos ha dado de beber del
único Espíritu”.
Les he enumerado lo que hace el
Espíritu Santo en nosotros desde nuestro bautismo. ¿Por qué no vemos sus
signos? De un lado la Escritura no miente pero del otro lado el Espíritu Santo
respeta nuestra libertad. Creo que esta es la razón porque el Espíritu no entra
con poder en nuestra persona y en nuestra comunidad. Vivimos una vida
opuesta a nuestra vocación, no
obedecemos al Espíritu Santo.
Las divisiones que existen entre
nosotros son una de las razones porque el Espíritu Santo no pueda desplegar su
poder. Invoquemos, pues, al Espíritu Santo, pidamos a Jesús que cambie nuestro
corazón para que sepamos dejar de lado discriminaciones y marginaciones y
podamos comenzar a vivir nuestra vocación : ser miembros de un único Cuerpo del
que Cristo es la cabeza. Cuando
comencemos en serio a obedecer las inspiraciones del Espíritu Santo, estoy seguro que obrará también en nuestros
tiempos y estaremos contemplando los mismos signos de poder y de paz y de
santidad. Amén.
Aplicación: Hans Urs von Balthasar - 'El viento sopla donde quiere'
1. «Se llenaron todos del Espíritu Santo».
El Espíritu Santo es la persona más misteriosa en Dios, por lo que puede
manifestarse de múltiples formas: como viento recio y fuego, tal y como lo
presenta la primera lectura, en la que se narra el acontecimiento de
Pentecostés; pero también de una forma enteramente suave, silenciosa e
interior, como se lo describe en la segunda lectura, donde de lo que se
trata es de dejarse guiar por su voz y su moción interior. Sea cual sea la
forma en que se nos comunique, el Espíritu Santo es siempre el intérprete de
Cristo, quien nos lo envía para que comprendamos el significado de su
persona, de su palabra, de su vida y de su pasión en su verdadera
profundidad.
La llegada del Espíritu como un viento recio nos muestra su libertad: «El
viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni a
dónde va» (Jn 3,8). Y si además desciende en forma de lenguas de fuego que
se posan encima de cada uno de los discípulos, es para que las lenguas de
los testigos, que empiezan a hablar enseguida, se tornen espiritualmente
ardientes y de este modo puedan inflamar también los corazones de sus
oyentes. Los fenómenos exteriores tienen siempre en el Espíritu un sentido
interior: su ruido, como de un viento recio, hace acudir en masa a los
oyentes y su fuego permite a cada uno de ellos comprender el mensaje en una
lengua que les es íntimamente familiar; este mensaje que los convoca no es
un mensaje extraño que primero tengan que estudiar y traducir, sino que toca
lo más íntimo de su corazón.
2. «Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios». Con esto estamos ya en
la segunda lectura, que nos muestra al Espíritu que actúa en los corazones y
en las conciencias de los cristianos. También aquí tiene todavía algo del
viento impetuoso por el que debemos «dejarnos llevar» si queremos ser hijos
de Dios; pero ciertamente debemos dejarnos llevar como hijos libres, para
diferenciarnos de los esclavos, que se mueven por una orden extraña y
exterior. A este «espíritu de esclavitud» Pablo lo llama «carne», es decir,
una manera de entender, buscar y codiciar los bienes terrenos, perecederos y
a menudo humillantes, que nos fascinan y esclavizan. Pero si seguimos al
Espíritu de Dios en nosotros, nos damos cuenta de que esta fascinación que
ejerce sobre nosotros lo terreno en modo alguno es una fatalidad: «Estamos
en deuda, pero no con la carne para vivir carnalmente», sino que podemos ya,
como hombres espirituales, ser dueños de nuestros instintos. Pero esto no
por un desprecio orgulloso de la carne, sino porque, como hijos del Dios que
se ha hecho carne, podemos ser hijos de Dios. Esto es lo distintivo del
Espíritu divino: que no hace de nosotros hombres espirituales orgullosos o
arrogantes, sino que hace resonar en nosotros el grito del Hijo: «¡Abba!
(Padre)».
3. «El Espíritu Santo será quien os lo enseñe todo». El evangelio explica
esta paradoja: el Espíritu se nos envía para introducirnos en la verdad
completa de Cristo, que nos revela al Padre. Es el Espíritu del amor entre
el Padre y el Hijo, y nos introduce en este amor. Al comunicarse a nosotros,
nos comunica el amor trinitario, y para nosotros criaturas el acceso a este
amor es el Hijo como revelador del Padre. De este modo el Espíritu
acrecienta en nosotros el recuerdo y profundiza la inteligencia de todo lo
que Jesús nos ha comunicado de Dios mediante su vida y su enseñanza.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994. Pág. 252 ss.)
Aplicación: Alessandro Pronzato - 'Con las puertas cerradas'
H-13. "...Estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por
miedo a los judíos". Jesús encuentra a los discípulos atrincherados en casa,
atenazados por el miedo, replegados sobre sí mismos masticando la propia
desilusión.
El que ha hecho saltar los barrotes de la prisión de la muerte, ahora debe
hacer saltar la prisión en que están atrincherados, asustados, los que van a
ser mensajeros de la buena noticia.
En su ánimo la fe tomará el puesto del miedo, la paz sustituirá a la
turbación. Hombres aplastados bajo el peso de la tragedia, que ha caído
sobre ellos en los últimos días, serán puesto en pie, "equipados" con el
poder de triunfar la fuerza del pecado. Un pelotón de gente que se obstina
en mirar en dirección del pasado será proyectado hacia el futuro.
"Paz a vosotros". Es necesario precisar, como dice B. Maggioni, que "la paz
y la alegría se dan únicamente al hombre que ha roto el apego a sí mismo y,
consiguientemente, ya no es de ninguna manera rescatable para el mundo: la
paz y la alegría nacen en la libertad, en la verdad, en el don de sí".
"Les enseñó las manos y el costado". El detalle no sirve tanto para
demostrar la realidad de la resurrección, cuanto para subrayar el vínculo
que une al Jesús del Calvario con el Jesús de la Pascua. Juan une
estrechamente al resucitado con el crucificado. ¡El crucificado es el que ha
resucitado!.
Las cicatrices de la pasión sirven, más que como un elemento apto para
establecer la identidad de Jesús, para poner en evidencia la continuidad
entre pasión y resurrección. La resurrección supone la cruz, no la suprime.
La resurrección no es una especie de "revancha" que permita olvidar la cruz,
como al despertar se disipan las imágenes de una pesadilla. La pascua no
anula la pasión. Al contrario, la eterniza, dándonos la certeza de que el
amor manifestado en el Gólgota permanece siempre presente en medio de
nosotros (J. Perron). Jesús muestra los signos del amor que le han conducido
a la cruz, para asegurar que ese amor "llevado hasta el extremo" no decaerá
nunca.
Hay que subrayar también la alusión al costado, exclusiva de Juan, quien en
su evangelio da mucha importancia al golpe de lanza asestado por el soldado
a Jesús ya muerto. El agua y la sangre salidos del costado abierto del
condenado asumen un valor simbólico preciso: indican el don del Espíritu y
de los sacramentos. Por eso, aquí "el resucitado no hace otra cosa que
conferir a los discípulos lo que les había conseguido en el Calvario" (J.
Perron).
"... Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: recibid el Espíritu
santo...". La segunda escena, como decíamos más arriba, se centra en la
misión de los apóstoles. Y esta misión es una continuidad con la de Cristo,
que ha "partido" del Padre. El Padre ha enviado a su propio Hijo al mundo. Y
el Hijo, a su vez, envía a los discípulos para que completen el designio
universal de salvación.
La misión de la Iglesia, prolongación de la de Cristo (y no simple
analogía), es obra del Espíritu. Solamente es posible a través del poder del
Espíritu. Pero al Espíritu aquí no se le ve únicamente como "fuerza" que
hace posible y fecunda la misión.
Es significativo, a propósito de esto, el verbo "exhalar", que no aparece en
ninguna otra parte del nuevo testamento.
En la biblia griega aparece en dos ocasiones.
La primera vez para indicar la creación de Adán (/Gn/02/07).
La segunda en la visión de los huesos descarnados y llamados a la vida
(/Ez/37/09). La semejanza es muy iluminadora.
Sobre todo, pentecostés se realiza el sexto día del Génesis. El acto
realizado por el resucitado es un acto de creación. Asistimos, la tarde de
pascua, a una nueva creación. Nace el hombre nuevo, ya no revestido con las
"túnicas de piel", signo del pecado, sino con el vestido de luz y de gloria,
como el resucitado. El hombre vuelve a ser "a imagen y semejanza de Dios".
Y la visión de Ezequiel introduce un elemento complementario. Simboliza la
restauración, la "resurrección" de Israel como pueblo. Ya no una comunidad
de muertos, sino una comunidad de vivientes. He aquí entonces que este nuevo
acto creador de pentecostés asume una dimensión particular. Ya no es un acto
individual, como para la creación de Adán, sino que afecta a los discípulos
en su conjunto.
CREACION/C: La creación tiene por objeto una comunidad reunida (pentecostés,
en hebreo, significa literalmente "hacer asamblea", "reunirse").
ES/INDIVIDUALISMO: "La naturaleza humana ha recibido pues su nueva creación
espiritual bajo forma de Iglesia" afirma con mucho acierto Matta-el-Meskïn,
padre espiritual del monasterio de San Marcario en Egipto. Y añade: "No
existe individualismo en la nueva creación. De la Iglesia recibimos la
naturaleza de hombre nuevo".
Por eso pentecostés es considerado la fiesta de la Iglesia, el aniversario
de su nacimiento.
Y consiguientemente pentecostés es también la fiesta de la vida según el
Espíritu, para aquellos que viven insertos en Cristo. Finalmente, muchos
comentaristas evidencian cómo el relato de Juan tiene un tono litúrgico. Se
precisa "el día primero de la semana". Nueva creación. Inauguración de un
tiempo nuevo. Es el primer día de la semana. Parece entreverse una alusión
al domingo cristiano.
Alguien nos descubre un esquema de celebración: saludo ("paz a vosotros"),
invocación del Espíritu, fórmula de absolución. Y la presencia de Cristo
reclama la mesa de la Palabra del Pan.
Detalles aparte, queda el hecho de que la asamblea que celebra realiza la
presencia del Señor como el día de pascua. "En cada celebración se renueva
el acontecimiento pascual, Cristo resucitado viene trayendo a sus fieles los
mismos dones que la tarde de la resurrección: la alegría de su presencia, la
paz, el perdón de los pecados, el poder del Espíritu para continuar en el
mundo su misión" (D. Mollat).
Pero esta comunidad no goza de los dones pascuales "estáticamente", cerrada
en sí misma. Esas personas son inmediatamente desalojadas, obligadas a
moverse, a salir. Los discípulos pasan del miedo a la alegría y a la paz. Y
parece que no tenemos tiempo de consumir tranquilamente esa paz que se nos
ha ofrecido hace un momento. Se diría que la paz es arrebatada enseguida. En
efecto, inmediatamente son enviados a afrontar un mundo hostil, a combatir
los poderes del mal.
En una palabra: "Os doy la paz" y "Os quito la paz". Pentecostés se
convierte así en la fiesta de la Iglesia que sale del temor, de la timidez,
del lamento estéril. Una Iglesia que nace del poder del Espíritu no puede
ser marginada. Ni tiene derecho a quejarse de ser marginada, impedida en su
actuar, y de que no "cuenta". El único "bloqueo", el único impedimento es su
miedo. No son los enemigos quienes la pueden "marginar", o limitar su
presencia. Sólo ella puede perder su propia colocación exacta: en el centro
del mundo. También los apóstoles estaban en casa por miedo a los judíos.
Pero en el momento en que reciben el Espíritu, en que han sido investidos de
aquel "soplo", los papeles se han invertido. Los adversarios son quienes
temen esa presencia fastidiosa.
Los apóstoles no han reivindicado, preliminarmente, el reconocimiento del
derecho a actuar. Han obligado a los otros a levantar acta de su acción
revolucionaria. El viaje de la Iglesia -como el de los discípulos- no puede
ser más que un viaje del miedo a la fe, del temor al coraje. Si se realiza
al revés, ese viaje revela que la Iglesia ha perdido las huellas del
resucitado.
Cuando no se sigue el impulso, los ritmos del Espíritu, entonces es cuando
nos atrincheramos en casa para hacer el censo de los enemigos.
(ALESSANDRO PRONZATO, PAN-DOMINGO/B. Pág. 108 ss)
Aplicación:
Gerardo Soler - Pentecostés
La fiesta de Pentecostés es una manifestación del misterio de la Trinidad:
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Hoy celebramos a JC resucitado,
haciendo memoria "de la pasión salvadora" de Jesús, y de su "admirable
resurrección y ascensión al cielo", como se dice en la Plegaria eucarística.
Y esto lo podemos hacer por obra del Espíritu Santo, que es el Espíritu del
Padre y del Hijo. Desde la tarde de la Resurrección a la mañana de
Pentecostés, el efecto de la resurrección de Jesús es permanente: dar,
comunicar su Espíritu.
Por eso podemos decir que siempre es Pascua de Resurrección y siempre es
Pentecostés. Con el "don" del Espíritu de JC resucitado podemos decir que
Dios es definitivamente el "Emmanuel", el Dios-con-nosotros. Y donde está el
Espíritu, está también el Padre y el Hijo.
"Estaban los discípulos en casa, con las puertas cerradas por miedo a los
judíos". Es una descripción muy clara de una comunidad que no ha
experimentado el Espíritu de JC resucitado.
Todavía estaban con el desconcierto de la pasión y de la muerte de Jesús.
Pasión y muerte que para ellos fue también un escándalo. Por eso cuando
experimentan y creen en JC resucitado "se llenaron de alegría". Alegría,
gozo, paz, son "dones" del Espíritu Santo.
Podríamos preguntarnos hoy, nosotros que somos la comunidad que vivimos y
creemos en el Espíritu de Jesús resucitado, por nuestros miedos. Miedo
porque quizás somos pocos; miedo porque parece que en nuestra sociedad vamos
perdiendo influencia; miedo porque no vemos el camino claro; miedo porque
tenemos pocas vocaciones... ¡Como si no tuviéramos la fuerza del Espíritu!
"Exhaló su aliento sobre ellos". En este "exhalar" de JC resucitado sobre
sus discípulos, contemplamos que son creados de nuevo. En la primera
creación se nos dice que "Dios insufló en sus narices aliento de vida, y
resultó el hombre un ser viviente" (/Gn/02/07). Como nosotros por el
bautismo y la confirmación hemos recibido el Espíritu para una vida nueva.
No la del hombre egoísta y pecador, sino la que valora y vive aquello que no
pasará nunca. Nosotros, por el bautismo y la confirmación, nos hacemos
portadores del Espíritu a los hombres hermanos, y trabajamos para que de
hombres pecadores y dispersos vayamos construyendo el pueblo de Dios que es
templo del Espíritu.
"Se llenaron todos de Espíritu Santo". El Espíritu Santo, que es el Espíritu
de Jesús resucitado, viene como un viento irresistible, que sopla donde
quiere. Y la comunidad está reunida, y está reunida "en compañía de algunas
mujeres, de María, la madre de Jesús". La comunidad reunida en oración, y
"con María la madre de Jesús". Estos son aspectos fundamentales de todo
grupo cristiano si quiere ser una comunidad que experimente y viva del
Espíritu: comunidad que reza, y en la que "María la madre de Jesús" está muy
presente.
"Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas que se repartían". Estamos en
la nueva y definitiva Alianza, inaugurada por obra del Espíritu que el Padre
y el Hijo envían. En la alianza del Sinaí aparecen también el "ruido" y el
"fuego". Es el "fuego" del Espíritu, la llama del amor viviente. Fuego que
significa amor, amor nupcial, celoso, fiel, exclusivo, posesivo; amor más
fuerte que la muerte. Fuego que es indomable e incontrolable. El Espíritu
Santo, como dicen los Padres de la Iglesia, es "Fuego que procede del
Fuego". El Espíritu Santo es el "amor que procede del Amor". Por eso
dejémonos inflamar por Él; dejémonos amar por Él.
-Siempre es Pentecostés.
Pentecostés en griego significa 50, que en el simbolismo de los números
bíblicos significa la perfección, plenitud, cumplimiento. San Lucas nos
describe cinco "pentecostés", venidas del Espíritu Santo en diferentes
momentos de la vida de la comunidad cristiana, para mostrarnos que siempre
que viene el Espíritu es Pentecostés. No fue un solo y aislado Pentecostés.
Nuestro bautismo fue Pentecostés, en la confirmación recibimos como "Don" el
mismo de Pentecostés; la Eucaristía es acción del Espíritu Santo que nos
reúne, nos comunica y hace entender la Palabra, y hace que la Palabra se
haga Pan que alimenta, y nos envía a hacer las obras que el Padre quiere en
favor de los hermanos.
Todos nosotros somos testigos de cómo el Espíritu nos va transformando,
personal y comunitariamente; cómo el Espíritu va suscitando hombres y
mujeres que luchan para la transformación de nuestro mundo.
"Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo Espíritu". Por eso el
misterio de Pentecostés está actuando siempre. Es el Espíritu que nos da la
fe por la que confesamos que "Jesús es Señor". Es el Espíritu que nos
congrega y nos hace una comunidad, la Iglesia. Es el Espíritu que suscita
múltiples carismas, servicios, dones, regalos, ministerios, al servicio de
la comunidad. El Espíritu es el que hace posible que siendo muchos, y
teniendo distintas maneras de pensar y actuar, sepamos amarnos y ser "uno".
El Espíritu Santo nos hace superar todas las divisiones, fruto del pecado, y
salta todas las barreras sociales, de raza, de religión. El Espíritu Santo
es la única bebida que da la Vida de Dios.
(GERARDO SOLER, MISA DOMINICAL 1988, 11)
La organización secreta
Sho Yi, una joven estudiante católica de Shanghái, fue obligada a
tomar parte en los cursos comunistas sobre política. Ella se limitó a
guardar silencio o a contestar en monosílabas. Un día esta conducta
exasperaba al profesor. Dio un fuerte puñetazo en la mesa y rugió: "Los
católicos sois todos iguales, o calláis o respondéis siempre lo mismo.
Debéis tener una organización secreta. Confiésalo, ¿qué organización es
esta?" "Sho Yi respondió: "Ya que pregunta usted le diré que nuestra
organización secreta es el Espíritu Santo. En la Manchuria, en Arica, en
América y aquí en la China creemos y decimos lo mismo, porque el Espíritu
Santo habla por medio de nosotros. (Man 2, 297).
¿Quién soy yo...?
La Virgen María conoce por el Arcángel San Gabriel que su pariente
Isabel va a tener un hijo en su vejez. Inmediatamente se pone en camino.
Cruza Palestina y va a felicitarla y ayudarla en su trabajo. Cuando llega a
su casa y le saluda, Isabel, llena del Espíritu Santo, exclama:
-"¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a visitarme?". (Lc. 1,
39-45).
Ese desconcierto -y mucho más- debería sentir el hombre, cada
hombre, ante la venida del Espíritu Santo. ¿Quién soy yo para que todo un Dios venga a mí y a
por mí?.
Parafraseando a San Juan, podemos decir: Tanto amó Dios al
hombre que no ha parado hasta hacerse Él mismo hombre.
Un salto de verdadera locura. La distancia de Dios a hombre es infinita.
Poco calamos en esa realidad si no nos desconcierta. "¿Qué tengo yo que mi
amistad procuras?. ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío...?". Pidamos al
Espíritu Santo que nos asista también a reconocerlo presente y a asombrarnos
de su amor.
Humildad y docilidad.
Cuando el cardenal Sarto, luego Papa San Pío X, era patriarca de
Venecia tuvo que marchar a Roma para asistir al cónclave convocado por el
fallecimiento de León XIII. Una señora veneciana le dijo al cardenal que
había rezado para que el Espíritu Santo iluminara a los cardenales y le
otorgaran el voto a él. El cardenal le contestó, sonriendo:
¡"Qué mala opinión tiene usted del Espíritu Santo!". Pero no
iba desacertada la señora.
El Espíritu Santo sabe lo que hace. Y eligió al que se creía inelegible, al
humilde: "Porque ha mirado la poca cosa, la bajeza, de su esclava" (Lc. 1,
48).
No es la calidad, sino la humildad y docilidad de los instrumentos lo que le
importa a Dios.
El águila real se resignó a vivir como
gallina.
Un hombre encontró un huevo de águila. Se lo llevó a casa y lo colocó en el
nido de una gallina de corral. El huevo de águila fue incubado y nació junto
con los demás pollitos, creció con la nidada y a lo largo de toda su vida
hizo lo mismo que hacían los otros pollos. Escarbaba la tierra en busca de
gusanos e insectos, piaba como los demás y nunca tentó de volar, sino que
como todas las gallinas no podía sino saltar y volar por algunos metros no
más.
Pero un día, levantando los ojos, vio allá arriba en el cielo una magnífica
ave que flotaba elegante y majestuosa por entre las corrientes de aire,
moviendo apenas sus poderosas alas. El aguilucho miraba asombrado hacia
arriba. ¿"Qué es eso"? Preguntó a una gallina que estaba junto a él. "Es el
águila, el rey de las aves" respondió la gallina. Pero no pienses en ello,
Tú y yo somos diferentes" .Y el águila, criada con las gallinas vivió y
murió creyendo que era una gallina de corral. Había renunciado a ser lo que
era, un águila real.
Un famoso dicho reza así:: "Decíme con quien andas y te diré quién eres".
Nos conformamos fácilmente con los de nuestro grupo de amigo o compañeros.
No tenemos la fuerza de voluntad para vivir según nuestro convencimiento y
nuestra fe. Nos acobardamos
Hechos a imagen y semejanza con Dios, y sobre todo, renacidos por el agua y
el Espíritu Santo nos olvidamos de nuestra dignidad de hijos de Dios y
discípulos del Señor. Jesús. Como Pedro en el patio del tribunal donde se
juzgaba a Jesús, nos acobardamos a la primera contrariedad y no somos
capaces de profesar con seguridad nuestra fe. Vivimos como los demás, nos
conformamos con este mundo del cual Jesús no nos quiso alejar pero del cual
nos quiso defender. "No te pido Padre que los saques del mundo, pero sí que
los defiendas del Maligno" (Jn 17,15)
Si nuestro interés se concentra únicamente en los bienes materiales, si
cortamos las alas a nuestros deseos de algo superior, corremos el riesgo de
conformarnos a este mundo y reducir nuestras aspiraciones que nos
conducirían a ser verdaderos discípulos de Jesús, auténticos cristianos. Nos
limitamos a ser bautizados, a haber nacido de Dios, pero no nos comportamos
como tales. Tal cual el aguilucho que aunque había nacido de un águila se
conformó a vivir como gallina. Recordemos: ¡Somos templo del Espíritu Santo!
Directorio Homilético: Solemnidad de Pentecostés
CEC 696, 726, 731-732, 737-741, 830, 1076, 1287, 2623: Pentecostés
CEC 599, 597,674, 715: el testimonio apostólico en Pentecostés
CEC 1152, 1226, 1302, 1556: el misterio de Pentecostés continúa en la
Iglesia
CEC 767, 775, 798, 796, 813, 1097, 1108-1109: la Iglesia, comunión del
Espíritu
696 El fuego. Mientras que el agua significaba el nacimiento y la fecundidad
de la Vida dada en el Espíritu Santo, el fuego simboliza la energía
transformadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta Elías que "surgió
como el fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha" (Si 48, 1), con su
oración, atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte Carmelo
(cf. 1 R 18, 38-39), figura del fuego del Espíritu Santo que transforma lo
que toca. Juan Bautista, "que precede al Señor con el espíritu y el poder de
Elías" (Lc 1, 17), anuncia a Cristo como el que "bautizará en el Espíritu
Santo y el fuego" (Lc 3, 16), Espíritu del cual Jesús dirá: "He venido a
traer fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviese encendido!"
(Lc 12, 49). Bajo la forma de lenguas "como de fuego", como el Espíritu
Santo se posó sobre los discípulos la mañana de Pentecostés y los llenó de
él (Hch 2, 3-4). La tradición espiritual conservará este simbolismo del
fuego como uno de los más expresivos de la acción del Espíritu Santo (cf.
San Juan de la Cruz, Llama de amor viva). "No extingáis el Espíritu"(1 Te 5,
19).
726 Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la
"Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cf.
Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que
"perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el
amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a inaugurar en la
mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.
V EL ESPIRITU Y LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS TIEMPOS
Pentecostés
731 El día de Pentecostés (al término de las siete semanas pascuales), la
Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se
manifiesta, da y comunica como Persona divina: desde su plenitud, Cristo, el
Señor (cf. Hch 2, 36), derrama profusamente el Espíritu.
732 En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el
Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la
humildad de la carne y en la fe, participan ya en la Comunión de la
Santísima Trinidad. Con su venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace
entrar al mundo en los "últimos tiempos", el tiempo de la Iglesia, el Reino
ya heredado, pero todavía no consumado:
Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial, hemos
encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque ella nos
ha salvado (Liturgia bizantina, Tropario de Vísperas de Pentecostés;
empleado también en las liturgias eucarísticas después de la comunión)
El Espíritu Santo y la Iglesia
737 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia,
Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia
desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el
Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su
gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les
recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su
Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la
Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios,
para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).
738 Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu
Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha
sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el
Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad (esto será el objeto del
próximo artículo):
Todos nosotros que hemos recibido el mismo y único espíritu, a saber, el
Espíritu Santo, nos hemos fundido entre nosotros y con Dios ya que por mucho
que nosotros seamos numerosos separadamente y que Cristo haga que el
Espíritu del Padre y suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu
único e indivisible lleva por sí mismo a la unidad a aquellos que son
distintos entre sí ... y hace que todos aparezcan como una sola cosa en él .
Y de la misma manera que el poder de la santa humanidad de Cristo hace que
todos aquellos en los que ella se encuentra formen un solo cuerpo, pienso
que también de la misma manera el Espíritu de Dios que habita en todos,
único e indivisible, los lleva a todos a la unidad espiritual (San Cirilo de
Alejandría, Jo 12).
739 Puesto que el Espíritu Santo es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza
del Cuerpo, quien lo distribuye entre sus miembros para alimentarlos,
sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a
dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el
mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su
Espíritu, Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo (esto será el
objeto de la segunda parte del Catecismo).
740 Estas "maravillas de Dios", ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos
de la Iglesia, producen sus frutos en la vida nueva, en Cristo, según el
Espíritu (esto será el objeto de la tercera parte del Catecismo).
741 "El Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no
sabemos pedir como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros
con gemidos inefables" (Rm 8, 26). El Espíritu Santo, artífice de las obras
de Dios, es el Maestro de la oración (esto será el objeto de la cuarta parte
del Catecismo).
III LA IGLESIA ES CATOLICA
Qué quiere decir "católica"
830 La palabra "católica" significa "universal" en el sentido de "según la
totalidad" o "según la integridad". La Iglesia es católica en un doble
sentido:
Es católica porque Cristo está presente en ella. "Allí donde está Cristo
Jesús, está la Iglesia Católica" (San Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8, 2). En
ella subsiste la plenitud del Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza (cf Ef 1,
22-23), lo que implica que ella recibe de Él "la plenitud de los medios de
salvación" (AG 6) que Él ha querido: confesión de fe recta y completa, vida
sacramental íntegra y ministerio ordenado en la sucesión apostólica. La
Iglesia, en este sentido fundamental, era católica el día de Pentecostés (cf
AG 4) y lo será siempre hasta el día de la Parusía.
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1076 El día de Pentecostés, por la efusión del Espíritu Santo, la Iglesia se
manifiesta al mundo (cf SC 6; LG 2). El don del Espíritu inaugura un tiempo
nuevo en la "dispensación del Misterio": el tiempo de la Iglesia, durante el
cual Cristo manifiesta, hace presente y comunica su obra de salvación
mediante la Liturgia de su Iglesia, "hasta que él venga" (1 Co 11,26).
Durante este tiempo de la Iglesia, Cristo vive y actúa en su Iglesia y con
ella ya de una manera nueva, la propia de este tiempo nuevo. Actúa por los
sacramentos; esto es lo que la Tradición común de Oriente y Occidente llama
"la Economía sacramental"; esta consiste en la comunicación (o
"dispensación") de los frutos del Misterio pascual de Cristo en la
celebración de la liturgia "sacramental" de la Iglesia.
Por ello es preciso explicar primero esta "dispensación sacramental"
(capítulo primero). Así aparecerán más clarame nte la naturaleza y los
aspectos esenciales de la celebración litúrgica (capítulo segundo).
1287 Ahora bien, esta plenitud del Espíritu no debía permanecer únicamente
en el Mesías, sino que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico (cf
Ez 36,25-27; Jl 3,1-2). En repetidas ocasiones Cristo prometió esta efusión
del Espíritu (cf Lc 12,12; Jn 3,5-8; 7,37-39; 16,7-15; Hch 1,8), promesa que
realizó primero el día de Pascua (Jn 20,22) y luego, de manera más
manifiesta el día de Pentecostés (cf Hch 2,1-4). Llenos del Espíritu Santo,
los Apóstoles comienzan a proclamar "las maravillas de Dios" (Hch 2,11) y
Pedro declara que esta efusión del Espíritu es el signo de los tiempos
mesiánicos (cf Hch 2, 17-18). Los que creyeron en la predicación apostólica
y se hicieron bautizar, recibieron a su vez el don del Espíritu Santo (cf
Hch 2,38).
2623 El día de Pentecostés, el Espíritu de la promesa se derramó sobre los
discípulos, "reunidos en un mismo lugar" (Hch 2, 1), que lo esperaban
"perseverando en la oración con un mismo espíritu" (Hch 1, 14). El Espíritu
que enseña a la Iglesia y le recuerda todo lo que Jesús dijo (cf Jn 14, 26),
será también quien la formará en la vida de oración.
"Jesús entregado según el preciso designio de Dios"
599 La muerte violenta de Jesús no fue fruto del azar en una desgraciada
constelación de circunstancias. Pertenece al misterio del designio de Dios,
como lo explica S. Pedro a los judíos de Jerusalén ya en su primer discurso
de Pentecostés: "fue entregado según el determinado designio y previo
conocimiento de Dios" (Hch 2, 23). Este lenguaje bíblico no significa que
los que han "entregado a Jesús" (Hch 3, 13) fuesen solamente ejecutores
pasivos de un drama escrito de antemano por Dios.
Los Judíos no son responsables colectivamente de la muerte de Jesús
597 Teniendo en cuenta la complejidad histórica manifestada en las
narraciones evangélicas sobre el proceso de Jesús y sea cual sea el pecado
personal de los protagonistas del proceso (Judas, el Sanedrín, Pilato) lo
cual solo Dios conoce, no se puede atribuir la responsabilidad del proceso
al conjunto de los judíos de Jerusalén, a pesar de los gritos de una
muchedumbre manipulada (Cf. Mc 15, 11) y de las acusaciones colectivas
contenidas en las exhortaciones a la conversión después de Pentecostés (cf.
Hch 2, 23. 36; 3, 13-14; 4, 10; 5, 30; 7, 52; 10, 39; 13, 27-28; 1 Ts 2,
14-15). El mismo Jesús perdonando en la Cruz (cf. Lc 23, 34) y Pedro
siguiendo su ejemplo apelan a "la ignorancia" (Hch 3, 17) de los Judíos de
Jerusalén e incluso de sus jefes. Y aún menos, apoyándose en el grito del
pueblo: "¡Su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos!" (Mt 27, 25), que
significa una fórmula de ratificación (cf. Hch 5, 28; 18, 6), se podría
ampliar esta responsabilidad a los restantes judíos en el espacio y en el
tiempo:
Tanto es así que la Iglesia ha declarado en el Concilio Vaticano II: "Lo que
se perpetró en su pasión no puede ser imputado indistintamente a todos los
judíos que vivían entonces ni a los judíos de hoy...no se ha de señalar a
los judíos como reprobados por Dios y malditos como si tal cosa se dedujera
de la Sagrada Escritura" (NA 4).
Todos los pecadores fueron los autores de la Pasión de Cristo
674 La Venida del Mesías glorioso, en un momento determinad o de la historia
se vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11, 26; Mt 23,
39) del que "una parte está endurecida" (Rm 11, 25) en "la incredulidad"
respecto a Jesús (Rm 11, 20). San Pedro dice a los judíos de Jerusalén
después de Pentecostés: "Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros
pecados sean borrados, a fin de que del Señor venga el tiempo de la
consolación y envíe al Cristo que os había sido destinado, a Jesús, a quien
debe retener el cielo hasta el tiempo de la restauración universal, de que
Dios habló por boca de sus profetas" (Hch 3, 19-21). Y San Pablo le hace
eco: "si su reprobación ha sido la reconciliación del mundo ¿qué será su
readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm 11, 5). La
entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11, 12) en la salvación
mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles (Rm 11, 25; cf. Lc
21, 24), hará al Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13)
en la cual "Dios será todo en nosotros" (1 Co 15, 28).
715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu
Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el
lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf.
Ez. 11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo
cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf. Hch 2,
17-21).Según estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor
renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá
y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera
creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz.
1152 Signos sacramentales. Desde Pentecostés, el Espíritu Santo realiza la
santificación a través de los signos sacramentales de su Iglesia. Los
sacramentos de la Iglesia no anulan, sino purifican e integran toda la
riqueza de los signos y de los símbolos del cosmos y de la vida social. Aún
más, cumplen los tipos y las figuras de la Antigua Alianza, significan y
realizan la salvación obrada por Cristo, y prefiguran y anticipan la gloria
del cielo.
El bautismo en la Iglesia
1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el
santo Bautismo. En efecto, S. Pedro declara a la multitud conmovida por su
predicación: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don
del Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los Apóstoles y sus colaboradores ofrecen el
bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos
(Hch 2,41; 8,12-13; 10,48; 16,15). El Bautismo aparece siempre ligado a la
fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás tú y tu casa", declara S. Pablo
a su carcelero en Filipos. El relato continúa: "el carcelero inmediatamente
recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch 16,31-33).
III LOS EFECTOS DE LA CONFIRMACION
1302 De la celebración se deduce que el efecto del sacramento es la efusión
especial del Espíritu Santo, como fue concedida en otro tiempo a los
Apóstoles el día de Pentecostés.
1556 "Para realizar estas funciones tan sublimes, los Apóstoles se vieron
enriquecidos por Cristo con la venida especial del Espíritu Santo que
descendió sobre ellos. Ellos mismos comunicaron a sus colaboradores,
mediante la imposición de las manos, el don espiritual que se ha transmitido
hasta nosotros en la consagración de los obispos" (LG 21).
La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo
767 "Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la
tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés para que
santificara continuamente a la Iglesia" (LG 4). Es entonces cuando "la
Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión
del evangelio entre los pueblos mediante la predicación" (AG 4). Como ella
es "convocatoria" de salvación para todos los hombres, la Iglesia, por su
misma naturaleza, misionera enviada por Cristo a todas las naciones para
hacer de ellas discípulos suyos (cf. Mt 28, 19-20; AG 2,5-6).
775 "La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la
unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano "(LG 1): Ser
el sacramento de la unión íntima de los hombres con Dios es el primer fin de
la Iglesia. Como la comunión de los hombres radica en la unión con Dios, la
Iglesia es también el sacramento de la unidad del género humano. Esta unidad
ya está comenzada en ella porque reúne hombres "de toda nación, raza, pueblo
y lengua" (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es "signo e instrumento" de
la plena realización de esta unidad que aún está por venir.
798 El Espíritu Santo es "el principio de toda acción vital y verdaderamente
saludable en todas las partes del cuerpo" (Pío XII, "Mystici Corporis": DS
3808). Actúa de múltiples maneras en la edificación de todo el Cuerpo en la
caridad(cf. Ef 4, 16): por la Palabra de Dios, "que tiene el poder de
construir el edificio" (Hch 20, 32), por el Bautismo mediante el cual forma
el Cuerpo de Cristo (cf. 1 Co 12, 13); por los sacramentos que hacen crecer
y curan a los miembros de Cristo; por "la gracia concedida a los apóstoles"
que "entre estos dones destaca" (LG 7), por las virtudes que hacen obrar
según el bien, y por las múltiples gracias especiales [llamadas "carismas"]
mediante las cuales los fieles quedan "preparados y dispuestos a asumir
diversas tareas o ministerios que contribuyen a renovar y construir más y
más la Iglesia" (LG 12; cf. AA 3).
796 La unidad de Cristo y de la Iglesia, Cabeza y miembros del Cuerpo,
implica también la distinción de ambos en una relación personal. Este
aspecto es expresado con frecuencia mediante la imagen del Esposo y de la
Esposa. El tema de Cristo esposo de la Iglesia fue preparado por los
profetas y anunciado por Juan Bautista (cf. Jn 3, 29). El Señor se designó a
sí mismo como "el Esposo" (Mc 2, 19; cf. Mt 22, 1-14; 25, 1-13). El apóstol
presenta a la Iglesia y a cada fiel, miembro de su Cuerpo, como una Esposa
"desposada" con Cristo Señor para "no ser con él más que un solo Espíritu"
(cf. 1 Co 6,15-17; 2 Co 11,2). Ella es la Esposa inmaculada del Cordero
inmaculado (cf. Ap 22,17; Ef 1,4; 5,27), a la que Cristo "amó y por la que
se entregó a fin de santificarla" (Ef 5,26), la que él se asoció mediante
una Alianza eterna y de la que no cesa de cuidar como de su propio Cuerpo
(cf. Ef 5,29):
He ahí el Cristo total, cabeza y cuerpo, un solo formado de muchos ... Sea
la cabeza la que hable, sean los miembros, es Cristo el que habla. Habla en
el papel de cabeza ["ex persona capitis"] o en el de cuerpo ["ex persona
corporis"]. Según lo que está escrito: "Y los dos se harán una sola carne.
Gran misterio es éste, lo digo respecto a Cristo y la Iglesia."(Ef 5,31-32)
Y el Señor mismo en el evangelio dice: "De manera que ya no son dos sino una
sola carne" (Mt 19,6). Como lo habéis visto bien, hay en efecto dos personas
diferentes y, no obstante, no forman más que una en el abrazo conyugal ...
Como cabeza él se llama "esposo" y como cuerpo "esposa" (San Agustín, psalm.
74, 4:PL 36, 948-949).
I LA IGLESIA ES UNA
"El sagrado Misterio de la Unidad de la Iglesia" (UR 2)
813 La Iglesia es una debido a su origen: "El modelo y principio supremo de
este misterio es la unidad de un solo Dios Padre e Hijo en el Espíritu
Santo, en la Trinidad de personas" (UR 2). La Iglesia es una debido a su
Fundador: "Pues el mismo Hijo encarnado, Príncipe de la paz, por su cruz
reconcilió a todos los hombres con Dios... restituyendo la unidad de todos
en un solo pueblo y en un solo cuerpo" (GS 78, 3). La Iglesia es una debido
a su "alma": "El Espíritu Santo que habita en los creyentes y llena y
gobierna a toda la Iglesia, realiza esa admirable comunión de fieles y une a
todos en Cristo tan íntimamente que es el Principio de la unidad de la
Iglesia" (UR 2). Por tanto, pertenece a la esencia misma de la Iglesia ser
una:
¡Qué sorprendente misterio! Hay un solo Padre del universo, un solo Logos
del universo y también un solo Espíritu Santo, idéntico en todas partes; hay
también una sola virgen hecha madre, y me gusta llamarla Iglesia (Clemente
de Alejandría, paed. 1, 6, 42).
1097 En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción litúrgica,
especialmente la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos es un
encuentro entre Cristo y la Iglesia. La asamblea litúrgica recibe su unidad
de la "comunión del Espíritu Santo" que reúne a los hijos de Dios en el
único Cuerpo de Cristo. Esta reunión desborda las afinidades humanas,
raciales, culturales y sociales.
La comunión del Espíritu Santo
1108 La finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica
es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo. El Espíritu Santo es
como la savia de la viña del Padre que da su fruto en los sarmientos (cf Jn
15,1-17; Ga 5,22). En la Liturgia se realiza la cooperación más íntima entre
el Espíritu Santo y la Iglesia. El Espíritu de Comunión permanece
indefectiblemente en la Iglesia, y por eso la Iglesia es el gran sacramento
de la comunión divina que reúne a los hijos de Dios dispersos. El fruto del
Espíritu en la Liturgia es inseparablemente comunión con la Trinidad Santa y
comunión fraterna (cf 1 Jn 1,3-7).
1109 La Epíclesis es también oración por el pleno efecto de la comunión de
la Asamblea con el Misterio de Cristo. "La gracia de nuestro Señor
Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo" (2 Co
13,13) deben permanecer siempre con nosotros y dar frutos más allá de la
celebración eucarística. La Iglesia, por tanto, pide al Padre que envíe el
Espíritu Santo para que haga de la vida de los fieles una ofrenda viva a
Dios mediante la transformación espiritual a imagen de Cristo, la
preocupación por la unidad de la Iglesia y la participación en su misión por
el testimonio y el servicio de la caridad.