Domingo 2 de Pascua A - Comentarios de Sabios y Santos: con ellos preparamos la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Comentario Teológico
Santos Padres: San Agustín - El creer se lo confía al tacto
Aplicación: Pere Llabrés
- La Resurrección
Aplicación: Hans Urs von Balthasar - Pascua la fiesta del perdón divino
Aplicación: Equipo MD -
A los ocho dias
Aplicación:
Benedicto XVI
Comentario a la Carta de San Pedro
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas del Domingo
Comentario Teológico
La primera lectura (Hch 2,42-47) de hoy es una descripción
de esa nueva forma de "vivir" y de "convivir" que surge de la fe en la
resurrección del Señor y que constituye la comunidad cristiana. El cuadro
que Lucas nos ofrece de aquella primera iglesia, aunque ciertamente presenta
algunos rasgos idealizados, es vivísimo y entusiasmante. El texto pertenece
al tipo de relatos conocidos como "sumarios", en los cuales Lucas ofrece
breves resúmenes de la vida de la iglesia con el objeto de marcar algunos
momentos de transición y ofrecer al lector una pausa de reflexión acerca del
sentido de los acontecimientos relatados. El sumario de Hch 2,42-47 está
estructurado en base a cuatro elementos que constituían como las columnas
básicas de la vida de la iglesia de Jerusalén.
(a) La enseñanza (didajé) de los apóstoles hace referencia al conjunto de la
predicación apostólica, normativa y fundamental para la iglesia entera.
(b) La comunión (koinonía) indica la unidad entre los creyentes (cf. Hch
4,32) que se manifiesta externamente en la solidaridad, en la comunión de
bienes materiales y en la total igualdad socio-económica. El término
"koinonía", que aparece en la obra de Lucas sólo en Hch 2,42, no se reduce a
una unidad de ideales espirituales ni a la reunión de los creyentes durante
el culto, sino que subraya la solidaridad y la igualdad económica que brota
entre los creyentes en Jesús Resucitado los cuales tienen "un sólo corazón y
una sola alma" (cf. Hch 2,44; 4,32.34). Se abandonan incluso los propios
bienes, no por el deseo de ser pobre, sino con el fin de que no hayan pobres
entre los hermanos. No se trata tanto de un ideal de renuncia o de pobreza
voluntaria sino de una caridad concreta y realista (cf. Hch 2,45).
(c) La fracción del pan es una expresión que con toda probabilidad indica la
Eucaristía, que era celebrada durante las comidas en común en las casas (cf.
Hch 20,7; 1 Cor 10,16). Lucas subraya que eran comidas celebradas con el
"gozo por haber creído" (cf Hch 16,34) y con la convicción de la presencia
del Señor en medio a los suyos reunidos para la Eucaristía (cf Lc 24,31.35).
(d) Las oraciones hacen referencia muy probablemente a la práctica orante en
el Templo de Jerusalén a horas fijas (tres veces al día), según el uso judío
y como es atestiguado en la Diadajé (Did 8; cf. Hch 3,1). Como para todo
judío de Jerusalén, el templo era frecuentado cotidianamente por los
cristianos. En efecto, dice Lucas: "acudían diariamente al Templo" (Hch
2,46). Los primeros cristianos, por tanto, se insertan en el centro
religioso de Israel, en continuidad con el ejemplo de Jesús (cf. Lc 19,47) y
de los discípulos (cf. Lc 24,53). "Alaban a Dios" (Hch 2,47), afirma Lucas.
La alabanza gozosa es también un rasgo de la iglesia como espacio y testigo
del tiempo de la salvación. Los primeros cristianos alababan a Dios, tanto
en el Templo como en las casas, y así la oración abrazaba la vida entera de
los creyentes.
En síntesis, ¿cuál es la imagen de iglesia que el lector de los Hechos
puede deducir de este sumario?
- Una iglesia que es consciente de ser depositaria de las promesas hechas a
Israel y que, por tanto, vive su condición de pueblo de Dios en comunión con
la religión de los padres. El cristiano de Jerusalén se esforzaba en ser un
judío modelo. Una iglesia igualmente fiel a Jesús y que, a imitación suya y
en continuidad con él, frecuenta el Templo y celebra la fracción del pan,
pero que al mismo tiempo comienza a distinguirse del judaísmo a través de
unos valores nuevos y una práctica religiosa propia.
- Una iglesia fiel al anuncio evangélico, a la enseñanza apostólica y a la
catequesis; fiel al amor fraterno solidario y activo a través de obras
concretas de caridad en favor de los más pobres; una iglesia fiel a la
Eucaristía que es su centro y la fuente de su existencia; una iglesia fiel a
la oración que es su fuerza vital; una iglesia que vive en la pobreza y en
el gozo constante, disfrutando al mismo tiempo de la estima de todo el
pueblo. Una iglesia abierta a Israel y al mundo entero, que fue punto de
referencia para las iglesias del tiempo de Lucas y que lo será para la
iglesia de todos los tiempos.
El evangelio (Jn 20,19-31) nos presenta la Resurrección de
Jesús en términos de "encuentro con el Resucitado", para mostrar cómo los
primeros testigos de la pascua llegaron a la fe y cómo podemos llegar
también nosotros a creer. La composición del texto es muy sencilla: tiene 2
partes (vv. 19-23 y vv. 26-27) unidas por la explicación de los vv. 24-25
sobre la ausencia de Tomás. Las dos partes inician con la misma indicación
sobre los discípulos reunidos y en ambas Jesús se presenta con el saludo de
la paz (vv. 19.26)
En la primera parte del texto, en el bloque compuesto por los vv. 19-23, se
nos da una indicación temporal (es el primer día de la semana) y una
indicación espacial (las puertas del lugar están cerradas). La referencia al
primer día de la semana, es decir, el día siguiente al sábado (el domingo)
evoca las celebraciones dominicales de la comunidad primitiva y nuestra
propia experiencia pascual que se renueva cada domingo. La indicación de las
puertas cerradas quiere recordar el miedo de los discípulos que todavía no
creen, y al mismo tiempo quiere ser un testimonio de la nueva condición
corporal de Jesús que se hará presente en el lugar. Jesús atravesará ambas
barreras: las puertas exteriores cerradas y el miedo interior de los
discípulos. A pesar de todo, están juntos, reunidos, lo que parece ser en la
narración una condición necesaria para el encuentro con el Resucitado; de
hecho Tomás sólo podrá llegar a la fe cuando está con el resto del grupo.
Jesús "se presentó en medio de ellos" (v.19). El texto habla de
"resurrección" como venida del Señor. Cristo Resucitado no se va, sino que
viene de forma nueva y plena a los suyos (cf. Jn 14,28: "me voy y volveré a
vosotros"; Jn 16,16-17) y les comunica cuatro dones fundamentales: la Paz,
el gozo, la misión, y el Espíritu Santo. Los dones pascuales por excelencia
son la paz (el shalom bíblico) y el gozo (la járis bíblica), que no son
dados para el goce egoísta y exclusivo, sino para que se traduzcan en misión
universal. Una única misión: la que el Hijo ha recibido del Padre ahora se
vuelve también misión de la Iglesia para la cual el Señor dona su Espíritu.
En el texto sobresale el tema de la nueva creación: Jesús, como Yahvé cuando
creó al hombre en Gen 2,7 o como Ezequiel que invoca el viento de vida sobre
los huesos secos en Ez 37, "sopló sobre ellos". Con el don del Espíritu el
Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos se
inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la
resurrección. Como "hombres nuevos", llenos del aliento del Espíritu en
virtud de la resurrección de Jesús, deberán continuar la misión del "Cordero
que quita el pecado del mundo": la misión de la Iglesia que continúa la obra
de Cristo realiza la renovación de la humanidad como en una nueva obra
creadora en virtud del poder vivificante del Resucitado.
En la segunda parte del texto, en el bloque compuesto por los vv. 26-27, se
nos narra una experiencia similar vivida ocho días después. La primera vez
Tomás, uno de los discípulos, no estaba presente y no cree en el testimonio
de los otros que han visto al Señor (vv. 23-25). Tomás incrédulo representa
al hombre de todos los tiempos que exige pruebas, que sólo cree a través de
los milagros. Quiere identificar a Jesús con las huellas de la cruz. Ocho
días después otra vez están todos, incluido Tomás, y Jesús "viene" (v. 26).
Es significativo el hecho que el relato utilice el verbo "venir" en presente
y no en pasado: es una manera de decir que aquella experiencia se repite una
y otra vez en la vida de la Iglesia. Jesús le reprocha a Tomás el no haber
creído al testimonio de los otros discípulos, y lo invita a dejar de ser
apistós (no-creyente) y llegar a ser pistós (creyente). El testimonio de los
otros tendría que haber sido suficiente para que creyera. Es una llamada de
atención para cuantos en el futuro llegarán a creer, siempre a través de la
palabra, la mediación y el testimonio apostólico de los que "vieron" a
Jesús. A Tomás no se le revela en particular sino en medio de la comunidad;
allí - y no en otro sitio - podrá Tomás ver al Señor y profesar su fe.
Después de haber visto como los otros, Tomás cree y su profesión de fe es
plena: "Señor mío y Dios mío" (cf. Sal 35,23).
El texto concluye con unas palabras de Jesús que originalmente eran la
conclusión del evangelio de Juan antes de que le fuera añadido el capítulo
21: "Dichosos los que han creído sin haber visto" (Jn 20,29). La fe pascual
en el futuro estará siempre fundamentada en el testimonio de aquellos
primeros discípulos que "vieron" a Jesús y han dado testimonio de ello. Esta
es la verdadera fe pascual: "todavía no lo han visto, pero lo aman; sin
verlo creen en él y se alegran con un gozo indescriptible y radiante, así
recibirán la salvación, que es la meta de su fe" (1 Pe 1,8).
Volver Arriba
Santos Padres: San Agustín - Jn 20,19-31: El creer se lo
confía al tacto
La lectura del santo evangelio de hoy ha relatado de nuevo la manifestación
del Señor a sus siervos, de Cristo a los apóstoles y el convencimiento del
discípulo incrédulo. El apóstol Tomás, uno de los doce discípulos, no dio
crédito ni a las mujeres ni a los varones cuando le anunciaban la
resurrección de Cristo el Señor. Y era ciertamente un apóstol que iba a ser
enviado a predicar el evangelio.
Cuando comenzó a predicar a Cristo, ¿cómo podía pretender que le creyeran lo
que él mismo no había creído? Pienso que se llenaba de vergüenza propia
cuando increpaba a los incrédulos. Le dicen sus condiscípulos y coapóstoles
también: Hemos visto al Señor. Y él respondió: Si no introduzco mis manos en
su costado y no toco las señales de los clavos no creeré. Quería asegurar su
fe tocándole. Y si el Señor había venido para que lo tocasen, ¿cómo dice a
María en el texto anterior: No me toques, pues aún no he subido al Padre (Jn
20,17). A la mujer que cree le dice: No me toques, mientras dice al varón
incrédulo: «Tócame». María ya se había acercado al sepulcro y, creyendo que
era el hortelano el Señor que estaba allí de pie, comienza diciéndole:
Señor, si tú le has quitado, dime dónde le has puesto y yo lo tomaré. El
Señor la llama por su nombre: María. Ella reconoció al instante que era el
Señor al oír que la llamaba por su nombre; él la llamó y ella lo reconoció.
La hizo feliz con su llamada otorgándole el poder reconocerlo. Tan pronto
como oyó su nombre con la autoridad y voz acostumbrada, respondió también
ella como solía: Rabí. María, pues, ya había creído; pero el Señor le dice:
No me toques, pues aún no he subido al Padre. Según la lectura que acaba de
sonar en vuestros oídos, ¿qué oísteis que dijo Tomás? «No creeré, si no
toco». Y el Señor dijo al mismo Tomás: «Ven, tócame; introduce tus manos en
mi costado y no seas incrédulo, sino creyente. Si piensas, dijo, que es poco
el que me presente a tus ojos, me ofrezco también a tus manos. Quizás seas
de aquellos que cantan en el salmo: En el día de mi tribulación busqué al
Señor con mis manos, de noche, en su presencia». ¿Por qué buscaba con las
manos? Porque buscaba de noche. ¿Qué significa ese buscar de noche? Que
llevaba en su corazón las tinieblas de la infidelidad.
Mas esto se hizo no sólo por él, sino también por aquellos que iban a negar
la verdadera carne del Señor. Efectivamente, Cristo podía haber curado las
heridas de la carne sin que hubiesen quedado ni las huellas de sus
cicatrices; podía haberse visto libre de las señales de los clavos de sus
manos y de la llaga de su costado; pero quiso que quedasen en su carne las
cicatrices para eliminar de los corazones de los hombres la herida de la
incredulidad y que las señales de las heridas curasen las verdaderas
heridas. Quien permitió que continuasen en su cuerpo las señales de los
clavos y de la lanza, sabía que iban a aparecer en algún momento herejes tan
impíos y perversos que dijesen que Jesucristo nuestro Señor mintió en lo
referente a su carne y que a sus discípulos y evangelistas profirió palabras
mendaces al decir: «Toma y ve». Ved que Tomás duda. ¿Es verdad que duda? «Si
no toco, no creeré». El creer se lo confía al tacto. Si no toco, no creeré.
¿Qué opinamos que dijo Manés? Tomás lo vio, lo tocó, palpó los lugares de
los clavos y, no obstante su carne era falsa. Por tanto, de haberse hallado
allí, ni aún tocando hubiera creído.
(Sermón 375 C,1-2).
Jn 20,19-31: Quería creer con los dedos
Escuchasteis cómo el Señor alaba a los que creen sin haber visto por encima
de los que creen porque han visto y hasta han podido tocar. Cuando el Señor
se apareció a sus discípulos, el apóstol Tomás estaba ausente; habiéndole
dicho ellos que Cristo había resucitado, les contestó: Si no meto mi mano en
su costado, no creeré (Jn 20,25). ¿Qué hubiese pasado si el Señor hubiese
resucitado sin las cicatrices? ¿O es que no podía haber resucitado su carne
sin que quedaran en ella rastro de las heridas? Lo podía; pero si no hubiese
conservado las cicatrices en su cuerpo, no hubiera sanado las heridas de
nuestro corazón. Al tocarle lo reconoció. Le parecía poco el ver con los
ojos; quería creer con los dedos. «Ven -le dijo-; mete aquí tus dedos, no
suprimí toda huella, sino que dejé algo para que creyeras; mira también mi
costado, y no seas incrédulo, sino creyente» (ib., 27). Tan pronto como le
manifestó aquello sobre lo que aún le quedaba duda, exclamó: «¡Señor mío y
Dios mío!» (ib., 28). Tocaba la carne y proclamaba la divinidad. ¿Qué tocó?
El cuerpo de Cristo. ¿Acaso el cuerpo de Cristo era la divinidad de Cristo?
La divinidad de Cristo era la Palabra; la humanidad, el alma y la carne. Él
no podía tocar ni siquiera el alma, pero podía advertir su presencia, puesto
que el cuerpo, antes muerto, se movía ahora vivo. Aquella Palabra, en
cambio, ni cambia ni se la toca, ni decrece ni acrece, puesto que en el
principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra
era Dios (Jn 1,1). Esto proclamó Tomás; tocaba la carne e invocaba la
Palabra, porque la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn 1,14).
(Sermón 145 A)
Aplicación: Pere
Llabrés - Resurrección
1. "AL ANOCHECER DE AQUEL DÍA... A LOS OCHO DÍAS..."
La liturgia de este domingo tiene su punto específico en la proclamación del
evangelio de Juan 20, 19-31. Cada año leemos lo mismo precisamente porque
nos acerca el misterio de este domingo. Primero remarca que el domingo
proviene del Señor. El primer domingo de Pascua es el día de la
manifestación del Resucitado, primero a las mujeres, después a los
discípulos. La primera preocupación del Señor es reunir a los discípulos
después del escándalo de la cruz. El segundo domingo, el primer día de la
semana, esto es, hoy, el Resucitado vuelve a reunir a los discípulos para
confirmarlos en la fe.
Así, el Señor nos indicó que su día era el domingo porque este era el día en
el que él quería encontrarse con los discípulos. Juan, el discípulo
desterrado en Patmos, se encontró precisamente en el día del Señor con aquél
que había muerto y ahora vive eternamente, el primero y el último, que tiene
las llaves de la muerte y de su reino porque la ha vencido. El evangelio de
Juan nos hace conscientes de la importancia y el sentido de la celebración
del domingo, el día del Señor. En este día celebramos nuestro encuentro con
los hermanos: es aquí donde por la fe y por la Eucaristía nos encontramos
con el Señor.
2. "DICHOSOS LOS QUE CREAN SIN HABER VISTO"
Es la bienaventuranza del Resucitado, la que mira a las generaciones que
vendrán después de los testimonios oculares de la vida, muerte y
resurrección de Jesús. Creer, nos dice el evangelio de hoy, es renunciar a
ver con los ojos de la carne, a tocar con las manos, a meter el dedo en las
heridas del crucificado para identificar al resucitado. Creer es buscar y
encontrar al Señor, nuestro Dios, en la asamblea de los que creen que Jesús
es el Mesías, de los que encuentran en los sacramentos la vida que ha
brotado de la cruz. No hemos conocido a Jesús según la carne, no buscamos
visiones o hechos extraordinarios donde apoyar nuestra fe. La felicidad que
nos salva ahora es la presencia vivificante del Señor que nos reúne por el
Espíritu en la Iglesia donde no cesa de predicarnos el Evangelio y de partir
para nosotros el pan. Cada domingo somos felices por este encuentro con el
Señor.
3. "RECIBID EL ESPÍRITU SANTO"
Antes de la resurrección, no había venido el Espíritu Santo (Jn 7, 39). La
tarde del primer domingo de Pascua, Jesús resucitado dio el Espíritu Santo a
los apóstoles, exhalando su aliento sobre ellos. El Espíritu es el aliento
de la nueva creación. El Espíritu es la fuerza que reciben los apóstoles que
los hace hombres nuevos, luchadores contra el mal, liberadores del pecado,
para ir formando dentro del mundo la nueva creación.
El Espíritu es el primer fruto de la Pascua del Señor y el que da la
plenitud. Fijémonos cómo Juan sitúa en la tarde de Pascua, en el primer
encuentro de los discípulos con el Resucitado, la donación del Espíritu
Santo, lo que Lucas ve realizado cincuenta días después en la Pascua
granada. Anticipemos que para Pentecostés también leemos la primera parte
del evangelio de hoy. Lo que hay que recordar es que el gran don del
Resucitado es el Espíritu.
Esta memoria del Espíritu, aliento de la nueva creación, ha de ser más
intensa en el tiempo que transcurre entre la Pascua y Pentecostés, cuando
celebramos y recordamos los sacramentos de la iniciación cristiana que, por
obra del Espíritu, nos hace criaturas nuevas. Esto concuerda con la colecta
de la misa de hoy en la que pedimos comprender mejor "la inestimable riqueza
del bautismo que nos ha purificado, del espíritu que nos ha hecho renacer y
de la sangre que nos ha redimido".
4. LA MISIÓN PASCUAL
En la Historia de la Salvación, quien recibe un don es porque se le confía
una misión. No puede haber un don en vano. La donación del Espíritu por
parte del Resucitado incluye la misión, como sucede también al final de los
tres evangelios: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo". Los
discípulos son enviados a continuar la misión del Hijo de Dios, muerto y
resucitado, misión que éste recibió del Padre. El Espíritu hará efectiva
esta misión para destruir el reino del pecado y de la muerte, desvaneciendo
el pecado, haciendo una creación nueva, en la que resida la "paz"
eternamente, la "paz" que es un don mesiánico por excelencia y que el
Resucitado comunica también hoy, de entrada, a sus discípulos.
Nosotros, todos los creyentes, presididos por los sucesores de los
apóstoles, continuamos esta misión. De acuerdo con todo esto pedimos, en
esta octava de Pascua, que "la fuerza del sacramento pascual persevere
siempre en nosotros" (poscomunión).
(PERE LLABRÉS, MISA DOMINICAL 1998, 6, 19-20)
Aplicación: Hans Urs von Balthasar - Pascua la fiesta del perdón
divino
1. Confesión y fe.
El evangelio tiene estos dos centros de gravedad: Jesús, procedente de los
infiernos, se aparece a los discípulos y les trae la gran absolución del
cielo por el pecado del mundo, que él ha llevado y por así decirlo confesado
sobre la cruz. Pascua es la fiesta en la que se da a la Iglesia el poder de
perdonar a todos aquellos que se arrepienten de sus pecados, y para ello
recibe el Espíritu Santo de Jesús. La confesión no es una penitencia, sino
un ser agraciado personalmente con el perdón concedido por Dios por medio de
la Iglesia, que nos transforma, a nosotros seres manchados e impuros, en
hombres puros «como niños recién nacidos» (1 P 2,2). Pero esto en la fe que
Dios deja actuar en nosotros, y no en la terquedad del que quiere percibir
esta acción también psicológicamente. Por eso se añade inmediatamente
después el episodio del incrédulo Tomás, que tiene que oír estas palabras
dirigidas a él y a todas las generaciones futuras: «Dichosos los que crean
sin haber visto» (v. 29). Lo que Dios obra en nosotros es mucho más grande
que lo que entra en el pequeño recipiente de nuestra experiencia.
2. No ver y sin embargo alegrarse.
Por eso Pedro, en la segunda lectura, pronuncia un elogio memorable de
aquellos que aman al Señor sin verlo; y esto no bajo la coacción de una fe
impuesta, sino con un «gozo inefable y transfigurado», un gozo que irradia a
partir de la entrega de la fe, sin que el cristiano quiera acaparar para sí
esa irradiación gozosa. Se trata de una fe alimentada por la «esperanza
viva» propiciada «por la resurrección de Jesucristo», una fe que se afirma
también y sobre todo en las pruebas terrenales de la fe, que avanza hacia su
«meta» en el seguimiento fiel del Señor sufriente y resucitado. Si se quiere
llamar «experiencia» a este gozo inefable que brota de la fe, se trata
ciertamente de una experiencia que no quiere entretenerse con los placeres
del presente, sino liberarse de ellos para poder alcanzar cuanto antes la
«meta» deseada. Pero no es que nosotros hayamos obtenido o alcanzado algo,
sino que nosotros hemos sido alcanzados por Cristo, que obtuvo esa meta para
nosotros (cfr. Flp 3,12).
3. En comunión.
Esta «experiencia» de la fe, deseosa de llegar cuanto antes a la meta de la
esperanza, el cristiano la tiene en la comunidad de la Iglesia. La primera
lectura no habla de otra cosa. Tomás, como hombre incrédulo y escéptico, se
había convertido en un ser aislado con respecto a la comunidad de los
discípulos. Jesús le devuelve a la comunión, le integra de nuevo en esta
comunidad. Se trata de una comunidad de oración unánime, de comida en común
e incluso de posesión común de los bienes materiales. En el fondo esta
comunidad de fe en Jesucristo se mantiene por la celebración en común de la
Eucaristía; pues los creyentes comprenden definitivamente que esta comunidad
no la forman ellos, en un plano puramente humano, sino que es una fundación
del Señor: sólo en él y por él son todos Iglesia, en la que la fe de cada
uno de ellos es confirmada por la de todos los demás, como una cuerda
compuesta de múltiples hilos.
(HANS URS von BALTHASAR, LUZ DE LA PALABRA, Comentarios a las lecturas
dominicales A-B-C, Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 64 s.)
Aplicación:
Equipo MD - A los ocho dias
"El día primero de la semana entró Jesús y se puso en medio de ellos. A los
ocho días estaban otra vez reunidos y llegó Jesús". Cuando el evangelista
Juan nos da esos datos, seguramente nos quiere hacer notar el valor de ese
día que hoy llamamos domingo y que es a la vez el día primero y el octavo.
El día primero de la creación por parte de Dios, al principio de los
tiempos, y también el día primero de la resurrección de Jesús.
Es el día que llamamos con razón "día del Señor" y en el que desde hace dos
mil años la comunidad cristiana se va reuniendo para celebrar la Eucaristía
de su Señor, a fin de participar de su doble don: la mesa de la Palabra y la
mesa de su Cuerpo y Sangre. Es el día en que experimentamos de una manera
más intensa la presencia del Resucitado. Cada domingo podemos decir que se
nos "aparece" Jesús, también a nosotros, en nuestra reunión eucarística.
-Cada semana, Pascua El domingo debería producir en nosotros aumento de
alegría y esperanza. Aquellos primeros discípulos estaban desanimados y
llenos de miedo a los judíos. Pero la presencia de Jesús les llenó de
alegría, y cambió sus vidas.
Nosotros celebramos cada ocho días la Pascua del Señor. No sólo recordamos
que resucitó en este día, sino que nos está presente, aunque no le veamos.
Está presente en la comunidad reunida, en la Palabra proclamada, y de un
modo especial en ese Pan y Vino en los que él mismo ha querido dársenos como
alimento para el camino. Todos los días de la semana nos está presente. Pero
el domingo es como un "sacramento" condensado de esa presencia, como lo era
para los primeros discípulos.
De ahí vienen todos los valores que se juntan en el domingo: la alegría, el
descanso, la vida de familia, el encuentro con nosotros mismos, con los
demás, con la naturaleza y, sobre todo, con Dios Padre Creador, con Jesús
Resucitado y con su Espíritu. Es el día del Señor y el día del hombre. El
día que da sentido y llena de esperanza a la semana y a toda nuestra
historia.
Esta es la primera invitación que nos hacen las lecturas de hoy: vivir en
cristiano y pascualmente cada domingo.
-Programa pascual para la comunidad Pero hay también otro aspecto que nos
interpela, sobre todo como comunidad. En el libro de los Hechos de los
Apóstoles -el libro que nos acompañará como primera lectura a lo largo de
estos domingos de Pascua- se nos ha descrito cómo era aquella primera
comunidad.
Es una comunidad de creyentes. Nosotros somos personas que hemos respondido
con fe al anuncio de la Buena Noticia. Creemos "que Jesús es el Mesías, el
hijo de Dios", como dice el evangelio; y aunque "no hemos visto
personalmente a Jesucristo, lo amamos; no le vemos, pero creemos firmemente
en él", como nos decía san Pedro en su carta. Todos tenemos eso en común:
creemos en Cristo Jesús.
La comunidad cristiana es además sacramental. La fe en Cristo se expresa y
alimenta en los sacramentos. En el Bautismo, por el que "nacemos de nuevo"
-nos lo ha dicho san Pedro- y por el que somos agregados a la Iglesia. En el
sacramento de la Reconciliación penitencial, que Jesús encargó a su Iglesia,
como hemos leído en el evangelio. Y en la Eucaristía, el sacramento que más
veces celebramos, como memorial y participación en la Pascua del Señor.
La comunidad cristiana es también fraterna y misionera. Ojalá se pudiera
decir también de nosotros lo que Lucas afirma de los primeros cristianos:
que vivían unidos, que todo lo tenían en común, que eso hacia creíble su
testimonio en medio de la sociedad y que, gracias a ese ejemplo, "el Señor
iba agregando al grupo los que se iban salvando". Los cristianos no sólo nos
preocupamos de salvarnos cada uno, o de construir fraternidad entre
nosotros, sino que somos "misioneros", queremos evangelizar -llenar de la
Buena Noticia- la sociedad en que vivimos, empezando por nuestras propias
familias.
Este retrato ideal de la comunidad cristiana nos plantea interrogantes:
- ¿cuidamos nuestra vida de fe y la de nuestros hijos? ¿nos preocupamos de
nuestra formación permanente? ¿damos el debido espacio a la oración y a la
lectura de la Palabra de Dios en nuestra vida de fe?
- ¿es activa nuestra participación en los sacramentos, sobre todo en la
Eucaristra? ¿aprovechamos el sacramento del perdón, como el medio que Cristo
ha pensado de reparar los efectos del mal en nosotros?,
- a la vez que cuidamos la fraternidad interna en la Iglesia, ¿nos
preocupamos de que sea más creíble nuestro testimonio en la sociedad en que
vivimos? ¿participamos en las campañas de ayuda a los más necesitados, del
Tercer Mundo o del mundo más cercano a nosotros? ¿es "misionero" nuestro
corazón?
Celebrar la Pascua es algo más que cantar aleluyas y poner flores en la
iglesia. Es vivir la Pascua en nuestra existencia personal y comunitaria.
(EQUIPO MD, MISA DOMINICAL 1999/06/17-18)
¿Por qué los
cristianos no tienen cara de resucitados?
"¡Cristianos!: ¿Qué han hecho de la alegría que le anunciaron hace dos mil
años" Así escribió el gran filósofo Nietzsche, criticando a los cristianos
que, por un lado se dicen discípulos de Cristo resucitado y por otro lado
manifiestan una cara apagada y triste.
Julien Green, cuando la idea de la conversión comenzaba a rondarle la
cabeza, solía apostarse a la puerta de las iglesias para ver los rostros de
los que de ella salían y pensaba: "Si ahí se encuentran con Dios y si ahí
asisten a la muerte y resurrección de Jesucristo, tendrían que salir con
rostros alegres, serenos, luminosos. Y se preguntaba: ¿dónde dejaron la
alegría de la Pascua?.
Es verdad que nosotros los cristianos por un lado nos decimos discípulos de
un hombre que venció la muerte con su resurrección y nos prometió que lo
seguiríamos todos hasta donde él se iba, y por otro lado manifestamos una
cara de gente golpeada y amargada..
Nos resuenan como una denuncia las palabras de Nietzsche: " Tendrían que
cantarme mejores cánticos para que yo aprendiera a creer en su Salvador;
sería necesario que tuvieran un aire más alegre, de resucitados".
¿Cómo podemos decirnos discípulos de Jesucristo resucitado si no damos
testimonio de alegría?
(cortesía NBCD)
Ejemplo
Una historia sobre la importancia del sacerdote como medio del perdón de
Dios en la confesión
Cierto día, en Misa un amigo dirigiéndose a otro le comentaba:
-Me alegra que por fin te hayas decidido a confesarte... y comulgar.
- ¿Confesarme yo?, decía el interpelado. No, no soy tan tonto. Los curas no
son necesarios; son hombres como tú y como yo. Lo que hago es confesarme con
Dios: le cuento lo que me pasa, le pido perdón y listo.
- Es asombroso -respondió su amigo- lo inteligente que eres. La verdad, es
posible que tengas razón y que todos los demás seamos unos imbéciles. Lo que
no me cabe en la cabeza es como un hombre de tu inteligencia se queda en la
mitad.
- ¿La mitad?. No te entiendo, preguntó a la vez el otro.
- Sí hombre, contestó. Tú has comulgado y te has arrodillado ante el
Sagrario. Pues bien, dada tu mente inteligente y abierta lo más lógico sería
que fueses al mercado comprases un poco de pan, lo consagrases tú,
comulgases, y te guardases el resto en una urna, ¿no? Pero ¿quedarte a
medias?...
- Yo no puedo consagrar; ese poder Dios se lo dió sólo a los sacerdotes,
y... gracias amigo, me has hecho ver claro. Tengo suerte, aún hay un
confesionario.
Agustin Filgueiras/aciprensa