FIESTA DEL BAUTISMO DEL SEÑOR A - El Hijo amado del Padre es el Hijo-siervo: Comentarios de Sabios y Santos I - Preparemos con ellos la Acogida de la Palabra de Dios proclamada durante la Celebración Dominical
Recursos adicionales para la preparación
A su disposición
Exégesis: José María Solé - Roma, C.M.F. - Bautismo del Señor
Exégesis: Bruno
Maggioni - El Relato de Mateo
Comentario Teológico: Benedicto XVI - EL BAUTISMO DE JESÚS
Comentario teológico: Joan Guiteras - El Bautismo de Cristo
Santos Padres: San Juan Crisóstomo EN LA HUMILDAD DEL SEÑOR BRILLA SU
GRANDEZA
Santos Padres: San Agustín - Mt 3,13-17: Bautice Pedro o Pablo o Judas, es
Cristo quien bautiza
Aplicación: Benedicto XVI - El Señor los ama, los conoce
Aplicación:
Martínez de Vadillo - Jesús es el centro
Aplicación: Francisco Bartolomé González - Cristo sacerdote, profeta y rey
Aplicación: Ana M. Cortés - Vió a Jesús que venía hacia él
Aplicación:
Santos Benetti - Bautismo en el Espíritu
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
Comentarios a Las Lecturas de la Fiesta
Exégesis: José María Solé - Roma, C.M.F. - Bautismo del Señor
Isaías 42, 1-4. 6. 7:
Leemos en la Liturgia de hoy el primer canto del Poema del "Siervo de
Yahvé". De entre todas las profecías del A. T., es la de mayor densidad
teológica y la que más eco alcanza en los escritos del N. T.
- En este canto se nos hace la presentación del Mesías como "Siervo" y como
"Elegido" de Dios. Elegido y Siervo, en la Biblia, se corresponden e
implican (Is 24, 15; 2 Sam 7, 5). Con maravillosa inspiración esta profecía
nos prepara la economía del "Elegido" por antonomasia, "Siervo" por
antonomasia: el Mesías.
- El Mesías es el "Siervo". Su misión: un "Servicio" muy duro y cruento:
obedece a un plan salvador de Dios. Plan que se realizará no según módulos
humanos de poderío y de fuerza, sino con el servicio supremo del Mesías, en
humildad, anonadamiento, dolor y muerte. Jesús se aplica la profecía del
Siervo cuando dice de Sí mismo: "El Hijo del hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir, y a dar su vida como rescate por todos" (Mc 10, 45).
- El Profeta presenta al Mesías:
Como "Siervo" y "Elegido'" (v 1); como repleto de Espíritu Santo, y con
misión de Doctor espiritual de todas las naciones (v 2); como poseedor de un
don espiritual de penetrar en las almas directamente, sin voces ni griterío
exterior (v 2); como Profeta manso y humilde (v 3); como Enviado fiel y
valiente que no desmaya ni vacila en la misión que tiene de Dios encomendada
(v 4); Dios, que le ha dado la misión de salvamos, le tiene asido de la mano
(v 6); si misión es: "ser Alianza del Pueblo (Israel) y Luz de las naciones;
iluminar a todos los ciegos y liberar a todos los esclavos" (vv 6-7). Es
claro que todo se refiere a la Persona y Obra de Cristo. Y los Evangelistas
y los Escritores inspirados del N. T. nos lo certifican reiteradamente.
Hechos de los apóstoles 10, 34-38:
Es un resumen de un sermón de San Pedro en el momento que abre las puertas
de la Iglesia al primer
gentil: Cornelio. Momento, por tanto, trascendental en la Historia
Salvífica:
- La Era Mesiánica acaba con la vieja discriminación entre judíos y
gentiles. El Mesías ha sido enviado como Luz de las naciones, Libertador de
todos los esclavos del pecado, Señor de todos.
- Los vv 37-38 son una clara alusión al Mesías Siervo de Yahvé de Isaías:
cuanto dijo el Profeta se ha cumplido en Jesús: "Ungido de Espíritu San to"
(Is 42, 2); "Elegido y Muy amado" (Is 42, 1); "Maestro manso y humilde" (Is
42, 3); "Pasó haciendo el bien": "Libertador y Redentor de todos los
oprimidos" (Is 42, 7).
- San Pedro nos concreta cuál sea la esclavitud de que nos libera Cristo: la
del pecado: "Curando a los oprimidos por el Diablo" (y 38). Es evidente que
todas las opresiones son obra diabólica. Y toda auténtica libertad es don
que debemos al "Siervo Redentor": el que nos ha liberado de todas las
servidumbres: del Maligno, de la Muerte, del Pecado; esta liberación se
actualiza en nosotros por el sacramento eucarístico; a la vez, la gracia
salvífica que nos da es en nosotros unción profética: luz y vigor, dinamismo
y amor.
Mateo 3, 13-17:
En el Bautismo de Jesús en el Jordán y los prodigios celestes que lo
acompañan, ven los Evangelistas el inicio de la carrera Mesiánica de Jesús;
y sobre todo cómo la función Mesiánica de Jesús se orienta en la línea de
las profecías del "Siervo de Yahvé":
- Muy sorprendente es que Jesús se presente entre la turba de pecadores a
recibir el Bautismo de Juan, Bautismo para pecadores. Es aquel misterio de
solidaridad por el que Jesús ha tomado nuestra naturaleza: "en carne
semejante a la carne de pecado y víctima por el pecado" (Rom 8, 3). Y así es
el "Cordero de Dios que lleva sobre Sí el pecado del mundo" (In 1, 29), es
decir: "El Siervo de Yahvé que lleva sobre Sí nuestras miserias; tratado
como impío por nuestros crímenes, aplastado por nuestras iniquidades; el
castigo de nuestra salvación recae sobre Él; y por sus heridas somos
curados" (Is 53, 5).
- Los prodigios que luego ocurren son el sello visible, la confirmación
sensible y milagrosa de la grandeza, y de la misión y función mesiánica de
Jesús. Se abren los cielos, es decir, Dios hace una teofanía o revelación.
El Espíritu Santo, en signo sensible (Paloma), desciende y reposa sobre
Jesús. Significa que Jesús-Mesías queda ungido y repleto de Espíritu Santo
para su función y misión de Doctor y Redentor (Is 61, 1). Su misión es
henchir de Espíritu Santo la nueva creación de Dios; formar la nueva familia
de los hijos de Dios.
- La voz celeste que le proclama: "Tú eres mi Hijo, el Amado, el
Predilecto", nos indica cómo las profecías que nos prometían el
"Siervo-Elegido-Redentor", todas convergen en Jesús. En Él se cumplen. San
Mateo es el Evangelista siempre interesado por hacernos ver cómo en Jesús se
"cumple" todo el A.T. Y con ello no sólo intenta decirnos que todas las
profecías, promesas y esperanzas se han ya "cumplido", sino que, más aún: Se
han "plenificado"; es decir, han alcanzado una plenitud tal -que supera
cuanto los mismos profetas y los hombres todos pudieran imaginar ni desear.
Aquí tenemos un ejemplo: El "Siervo"-Redentor de las profecías es el "Hijo
muy Amado", el Unigénito de Dios. La voz del Jordán (17), la del Tabor (17,
5) y, sobre todo, la gloria de la Resurrección y la Luz de Pentecostés- nos
iluminan las profecías del "Siervo de Yahvé".
- Los prodigios del Jordán- son la epifanía de la misión y función redentora
y salvadora de Jesús:
"Hoy Cristo se hunde en las aguas del Jordán para lavar los pecados del
mundo.
Juan lo anuncia: "Ved el Cordero de Dios, el que carga el pecado del mundo."
Hoy el Espíritu Santo sobrenada las aguas del Jordán en forma de paloma.
Quiere significar que al modo que aquella paloma anunció a Noé el término
del diluvio, así ésta indica el final del perpetuo naufragio del mundo"
(Pedro Crisólogo: P.L. 52, 620).
El agua, en virtud de la sangre del Redentor, puede ser ya sacramento de
purificación de los pecados.
Y los que éramos náufragos y pecadores, redimidos ya por Cristo, nos
convertimos en templos del Espíritu Santo.
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona,
1979, p. 57 - 60)
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Exégesis:
Bruno Maggioni - El Relato de Mateo
El Mesías que viene a hacerse bautizar desconcierta a Juan, que esperaba un
Mesías juez y un bautismo de fuego (3,11-12); en lugar de ello, ve venir
hacia él a un hombre confundido entre la multitud. Así, Juan y Jesús
representan dos concepciones mesiánicas. La afirmación me parece importante,
y conviene documentarla con mayor cuidado. En el capítulo 3 se pueden
distinguir tres unidades literarias, determinadas por la repetición de
"entonces" (adverbio que Mateo usa con mucha frecuencia para relacionar las
diversas escenas de un relato): 3,5.13.15.
En la primera unidad, el Bautista censura enérgicamente la religiosidad
demasiado segura de sí, demasiado confiada en su patrimonio nacional,
demasiado legalista. Juan invita a esta religiosidad a convertirse en
profundidad. ¿Motivo? Va a sonar la hora del juicio, la hora en que el hacha
está puesta en la raíz. Es el lenguaje de los profetas.
En la segunda unidad literaria (3,13-15a), al presentarse Jesús al bautismo
como uno más de la multitud, desconcierta el proyecto mesiánico del
Bautista. No es el juez, sino el siervo del Señor; se diría que más que el
juicio le conviene la mansedumbre (tema predilecto de Mateo); aunque mejor
podríamos hablar quizá de "solidaridad". El Mesías vive una profunda
solidaridad con el pueblo judío; se muestra solidario con el momento
penitencial que está llamado a vivir el pueblo, y todo ello por obedecer al
plan de Dios.
La tercera unidad literaria (3,15b), brevísima, cuenta que el Bautista se
sometió a Jesús. Así pues, ambos mesianismos se encontraron frente a frente,
y el del Bautista (no así el de los fariseos y los saduceos) se abrió al
proyecto de Jesús, lo aceptó y se sometió a él; un ejemplo de cómo hubiera
debido comportarse todo el pueblo judío y, en mayor escala, de cómo debe
conducirse cualquiera otra expectativa del hombre.
JUSTICIA/CUMPLIRLA: Ahora podemos entender mejor una afirmación ya expuesta:
"cumplir toda justicia" significa someterse al plan de Dios revelado por las
sagradas Escrituras, plan de Dios que se revela como proyecto de humildad y
de solidaridad. En el gesto de Cristo, que se confunde con la muchedumbre de
los pecadores, se contiene ya aquella lógica que le llevará a la cruz, a
morir por los pecados del pueblo.
No podemos pasar por alto el hecho de que las primeras palabras (3,15) de
Jesús sean: "Conviene que se cumpla toda justicia".
Estas breves palabras, las primeras de Jesús, definen su actitud profunda;
ha venido a cumplir el plan de Dios, y no permite que nada le aparte de él.
Su actitud profunda es la sumisión, la obediencia que se expresa como una
lógica de humildad y de solidaridad con todo el pueblo pecador.
Mateo subraya luego que estas actitudes de Cristo, que definen la lógica de
toda su existencia, suponen ciertamente una ruptura con las expectativas
mesiánicas de su tiempo, pero no con el verdadero significado del AT.
Ruptura con el judaísmo, pero no con lo que pretendían las Escrituras. La
conversión a que son invitados el Bautista y todo el judaísmo es una vuelta
a sus propios orígenes. El verdadero judío es el que se hace cristiano.
-La Voz Celestial. Obviamente, no podemos reducir todo el significado del
bautismo al diálogo que hemos examinado. Hemos de tomar en consideración
otros elementos de gran importancia.
Para comprender el significado fundamental de la apertura de los cielos y
del descenso del Espíritu, hay que referirse a Isaías 63,19: "¡Oh, si tú
abrieses los cielos y bajases; ante tu rostro vacilarían los montes!" Se
trata de un versículo que pertenece a un salmo (63,7-64,11), en el cual el
que ora pide a Dios que vuelva a abrir el cielo, que se manifieste y
descienda en medio del pueblo, a fin de llevar a cabo un nuevo éxodo y guiar
otra vez al pueblo hacia la libertad. Tal es el significado de nuestro
episodio; después de un largo silencio por parte de Dios y por parte de su
Espíritu, ahora comienza el tiempo esperado, el tiempo de la salvación, en
el cual Dios de nuevo se da a los hombres y vuelve a hablar. Mateo modifica,
respecto a Marcos y Lucas, las palabras de la voz celestial; la proclamación
no está en segunda, sino en tercera persona: "Este es mi hijo amado". No es
una revelación dirigida a Jesús, sino una revelación sobre Jesús dirigida a
los hombres. Con ello Mateo encuadra el episodio en una perspectiva
eclesial, convirtiéndolo en una profesión de fe hoy. Invita a los lectores a
reconocer en Jesús al Hijo de Dios.
(BRUNO MAGGIONI, EL RELATO DE MATEO, EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 37)
Comentario Teológico: Benedicto XVI - EL BAUTISMO DE JESÚS
La vida pública de Jesús comienza con su bautismo en el Jordán por Juan el
Bautista. Mientras Mateo fecha este acontecimiento sólo con una fórmula
convencional -"en aquellos días"-, Lucas lo enmarca intencionalmente en el
gran contexto de la historia universal, permitiendo así una datación bien
precisa.
En los relatos de la infancia, Lucas ya había dado dos datos temporales
importantes. Sobre el comienzo de la vida del Bautista nos dice que habría
que datarlo "en tiempos de Herodes, rey de Judea" (1, 5). Mientras que el
dato temporal sobre el Bautista queda así dentro de la historia judía, el
relato de la infancia de Jesús comienza con las palabras: "Por entonces
salió un decreto del emperador Augusto." (2,1). Aparece como trasfondo,
pues, la gran historia universal representada por el imperio romano.
Este hilo conductor lo retoma Lucas en la introducción a la historia del
Bautista, en el comienzo de la vida pública de Jesús. Nos dice en tono
solemne y con precisión: "El año quince del reinado del emperador Tiberio,
siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, Herodes virrey de Galilea, su
hermano Felipe virrey de Iturea y Traconítide, y Lisanio virrey de Abilene,
bajo el sumo sacerdocio de Anas y Caifas..."(3, ls). Con la mención del
emperador romano se indica de nuevo la colocación temporal de Jesús en la
historia universal: no hay que ver la aparición pública de Jesús como un
mítico antes o después, que puede significar al mismo tiempo siempre y
nunca; es un acontecimiento histórico que se puede datar con toda la
seriedad de la historia humana ocurrida realmente; con su unicidad, cuya
contemporaneidad con todos los tiempos es diferente a la intemporalidad del
mito.
No se trata sin embargo sólo de la datación: el emperador y Jesús
representan dos órdenes diferentes de la realidad, que no tienen por qué
excluirse mutuamente, pero cuya confrontación comporta la amenaza de un
conflicto que afecta a las cuestiones fundamentales de la humanidad y de la
existencia humana. "Lo que es del César, pagádselo al César, y lo que es de
Dios, a Dios" (Mc 12,17), dirá más tarde Jesús, expresando así la
compatibilidad esencial de ambas esferas. Pero si el imperio se considera a
sí mismo divino, como se da a entender cuando Augusto se presenta a sí mismo
como portador de la paz mundial y salvador de la humanidad, entonces el
cristiano debe "obedecer antes a Dios que a los hombres" (Hch 5, 29); en ese
caso, los cristianos se convierten en "mártires", en testigos del Cristo que
ha muerto bajo el reinado de Poncio Pilato en la cruz como "el testigo fiel"
(Ap 1,5). Con la mención del nombre de Poncio Pilato se proyecta ya desde el
inicio de la actividad de Jesús la sombra de la cruz. La cruz se anuncia
también en los nombres de Herodes, Anas y Caifas.
Pero, al poner al emperador y a los príncipes entre los que se dividía la
Tierra Santa unos junto a otros, se manifiesta algo más. Todos estos
principados dependen de la Roma pagana. El reino de David se ha derrumbado,
su "casa" ha caído (cf. Am 9, lis); el descendiente, que según la Ley es el
padre de Jesús, es un artesano de la provincia de Galilea, poblada
predominantemente por paganos. Una vez más, Israel vive en la oscuridad de
Dios, las promesas hechas a Abraham y David parecen sumidas en el silencio
de Dios. Una vez más puede oírse el lamento: ya no tenemos un profeta,
parece que Dios ha abandonado a su pueblo. Pero precisamente por eso el país
bullía de inquietudes.
La aparición del Bautista llevaba consigo algo totalmente nuevo. El bautismo
al que invita se distingue de las acostumbradas abluciones religiosas. No es
repetible y debe ser la consumación concreta de un cambio que determina de
modo nuevo y para siempre toda la vida. Está vinculado a un llamamiento
ardiente a una nueva forma de pensar y actuar, está vinculado sobre todo al
anuncio del juicio de Dios y al anuncio de alguien más Grande que ha de
venir después de Juan. El cuarto Evangelio nos dice que el Bautista "no
conocía" a ese más Grande a quien quería preparar el camino (cf. Jn 1,
30-33). Pero sabe que ha sido enviado para preparar el camino a ese
misterioso Otro, sabe que toda su misión está orientada a Él.
En los cuatro Evangelios se describe esa misión con un pasaje de Isaías:
"Una voz clama en el desierto: " ¡Preparad el camino al Señor! ¡Allanadle
los caminos!"" (Is 40, 3). Marcos añade una frase compuesta de Malaquías 3,
1 y Éxodo 23, 20 que, en otro contexto, encontramos también en Mateo (11,
10) y en Lucas (1, 76; 7, 27): "Yo envío a mi mensajero delante de ti para
que te prepare el camino" (Mc 1,2). Todos estos textos del Antiguo
Testamento hablan de la intervención salvadora de Dios, que sale de lo
inescrutable para juzgar y salvar; a Él hay que abrirle la puerta,
prepararle el camino. Con la predicación del Bautista se hicieron realidad
todas estas antiguas palabras de esperanza: se anunciaba algo realmente
grande.
Podemos imaginar la extraordinaria impresión que tuvo que causar la figura y
el mensaje del Bautista en la efervescente atmósfera de aquel momento de la
historia de Jerusalén. Por fin había de nuevo un profeta cuya vida también
le acreditaba como tal. Por fin se anunciaba de nuevo la acción de Dios en
la historia. Juan bautiza con agua, pero el más Grande, Aquel que bautizará
con el Espíritu Santo y con el fuego, está al llegar. Por eso, no hay que
ver las palabras de san Marcos como una exageración: "Acudía la gente de
Judea y de Jerusalén, confesaban sus pecados y él los bautizaba en el
Jordán" (1,5). El bautismo de Juan incluye la confesión: el reconocimiento
de los pecados. El judaísmo de aquellos tiempos conocía confesiones
genéricas y formales, pero también el reconocimiento personal de los
pecados, en el que se debían enumerar las diversas acciones pecaminosas
(Gnilka I, p. 68). Se trata realmente de superar la existencia pecaminosa
llevada hasta entonces, de empezar una vida nueva, diferente. Esto se
simboliza en las diversas fases del bautismo. Por un lado, en la inmersión
se simboliza la muerte y hace pensar en el diluvio que destruye y aniquila.
En el pensamiento antiguo el océano se veía como la amenaza continua del
cosmos, de la tierra; las aguas primordiales que podían sumergir toda vida.
En la inmersión, también el río podía representar este simbolismo. Pero, al
ser agua que fluye, es sobre todo símbolo de vida: los grandes ríos -Nilo,
Eufrates, Tigris- son los grandes dispensadores de vida. También el Jordán
es fuente de vida para su tierra, hasta hoy. Se trata de una purificación,
de una liberación de la suciedad del pasado que pesa sobre la vida y la
adultera, y de un nuevo comienzo, es decir, de muerte y resurrección, de
reiniciar la vida desde el principio y de un modo nuevo. Se podría decir que
se trata de un renacer. Todo esto se desarrollará expresamente sólo en la
teología bautismal cristiana, pero está ya incoado en la inmersión en el
Jordán y en el salir después de las aguas.
Toda Judea y Jerusalén acudía para bautizarse, como acabamos de escuchar.
Pero ahora hay algo nuevo: "Por entonces llegó Jesús desde Nazaret de
Galilea a que Juan lo bautizara en el Jordán" (Mc 1, 9). Hasta entonces, no
se había hablado de peregrinos venidos de Galilea; todo parecía restringirse
al territorio judío. Pero lo realmente nuevo no es que Jesús venga de otra
zona geográfica, de lejos, por así decirlo. Lo realmente nuevo es que Él
-Jesús- quiere ser bautizado, que se mezcla entre la multitud gris de los
pecadores que esperan a orillas del Jordán. El bautismo comportaba la
confesión de las culpas (ya lo hemos oído). Era realmente un reconocimiento
de los pecados y el propósito de poner fin a una vida anterior malgastada
para recibir una nueva. ¿Podía hacerlo Jesús? ¿Cómo podía reconocer sus
pecados? ¿Cómo podía desprenderse de su vida anterior para entrar en otra
vida nueva? Los cristianos tuvieron que plantearse estas cuestiones. La
discusión entre el Bautista y Jesús, de la que nos habla Mateo, expresa
también la pregunta que él hace a Jesús: "Soy yo el que necesito que me
bautices, ¿y tú acudes a mí?" (3, 14). Mateo nos cuenta además: "Jesús le
contestó: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así toda justicia. Entonces
Juan lo permitió" (3, 15).
No es fácil llegar a descifrar el sentido de esta enigmática respuesta. En
cualquier caso, la palabra árti -por ahora- encierra una cierta reserva: en
una determinada situación provisional vale una determinada forma de
actuación. Para interpretar la respuesta de Jesús, resulta decisivo el
sentido que se dé a la palabra "justicia": debe cumplirse toda "justicia".
En el mundo en que vive Jesús, "justicia" es la respuesta del hombre a la
Torá, la aceptación plena de la voluntad de Dios, la aceptación del "yugo
del Reino de Dios", según la formulación judía. El bautismo de Juan no está
previsto en la Torá, pero Jesús, con su respuesta, lo reconoce como
expresión de un sí incondicional a la voluntad de Dios, como obediente
aceptación de su yugo.
Puesto que este bautismo comporta un reconocimiento de la culpa y una
petición de perdón para poder empezar de nuevo, este sí a la plena voluntad
de Dios encierra también, en un mundo marcado por el pecado, una expresión
de solidaridad con los hombres, que se han hecho culpables, pero que tienden
a la justicia. Sólo a partir de la cruz y la resurrección se clarifica todo
el significado de este acontecimiento. Al entrar en el agua, los bautizandos
reconocen sus pecados y tratan de liberarse del peso de sus culpas. ¿Qué
hizo Jesús? Lucas, que en todo su Evangelio presta una viva atención a la
oración de Jesús, y lo presenta constantemente como Aquel que ora -en
diálogo con el Padre-, nos dice que Jesús recibió el bautismo mientras oraba
(cf. 3, 21). A partir de la cruz y la resurrección se hizo claro para los
cristianos lo que había ocurrido: Jesús había cargado con la culpa de toda
la humanidad; entró con ella en el Jordán. Inicia su vida pública tomando el
puesto de los pecadores. La inicia con la anticipación de la cruz. Es, por
así decirlo, el verdadero Jonás que dijo a los marineros: "Tomadme y
lanzadme al mar" (cf. Jon 1, 12). El significado pleno del bautismo de
Jesús, que comporta cumplir "toda justicia", se manifiesta sólo en la cruz:
el bautismo es la aceptación de la muerte por los pecados de la humanidad, y
la voz del cielo -"Este es mi Hijo amado" (Mc 3,17)- es una referencia
anticipada a la resurrección. Así se entiende también por qué en las
palabras de Jesús el término bautismo designa su muerte (cf. Mc 10, 38; Lc
12, 50).
Sólo a partir de aquí se puede entender el bautismo cristiano. La
anticipación de la muerte en la cruz que tiene lugar en el bautismo de
Jesús, y la anticipación de la resurrección, anunciada en la voz del cielo,
se han hecho ahora realidad. Así, el bautismo con agua de Juan recibe su
pleno significado del bautismo de vida y de muerte de Jesús. Aceptar la
invitación al bautismo significa ahora trasladarse al lugar del bautismo de
Jesús y, así, recibir en su identificación con nosotros nuestra
identificación con Él. El punto de su anticipación de la muerte es ahora
para nosotros el punto de nuestra anticipación de la resurrección con Él. En
su teología del bautismo (cf. Rm 6), Pablo ha desarrollado esta conexión
interna sin hablar expresamente del bautismo de Jesús en el Jordán.
Mediante su liturgia y teología del icono, la Iglesia oriental ha
desarrollado y profundizado esta forma de entender el bautismo de Jesús. Ve
una profunda relación entre el contenido de la fiesta de la Epifanía
(proclamación de la filiación divina por la voz del cielo; en Oriente, la
Epifanía es el día del bautismo) y la Pascua. En las palabras de Jesús a
Juan: "Está bien que cumplamos así toda justicia" (Mt 3, 15), ve una
anticipación de las palabras pronunciadas en Getsemaní: "Padre. .. no se
haga mi voluntad, sino la tuya" (Mt 26,39); los cantos litúrgicos del 3 de
enero corresponden a los del Miércoles Santo, los del 4 de enero a los del
Jueves Santo, los del 5 de enero a los del Viernes Santo y el Sábado Santo.
La iconografía recoge estos paralelismos. El icono del bautismo de Jesús
muestra el agua como un sepulcro líquido que tiene la forma de una cueva
oscura, que a su vez es la representación iconográfica del Hades, el
inframundo, el infierno. El descenso de Jesús a este sepulcro líquido, a
este infierno que le envuelve por completo, es la representación del
descenso al infierno: "Sumergido en el agua, ha vencido al poderoso" (cf. Lc
11, 22), dice Cirilo de Jerusalén. Juan Crisóstomo escribe: "La entrada y la
salida del agua son representación del descenso al infierno y de la
resurrección". Los troparios de la liturgia bizantina añaden otro aspecto
simbólico más: "El Jordán se retiró ante el manto de Elíseo, las aguas se
dividieron y se abrió un camino seco como imagen auténtica del bautismo, por
el que avanzamos por el camino de la vida" (Evdokimov, p. 246).
El bautismo de Jesús se entiende así como compendio de toda la historia, en
el que se retoma el pasado y se anticipa el futuro: el ingreso en los
pecados de los demás es el descenso al "infierno", no sólo como espectador,
como ocurre en Dante, sino con-padeciendo y, con un sufrimiento
transformador, convirtiendo los infiernos, abriendo y derribando las puertas
del abismo. Es el descenso a la casa del mal, la lucha con el poderoso que
tiene prisionero al hombre (y ¡ cómo es cierto que todos somos prisioneros
de los poderes sin nombre que nos manipulan!). Este poderoso, invencible con
las meras fuerzas de la historia universal, es vencido y subyugado por el
más poderoso que, siendo de la misma naturaleza de Dios, puede asumir toda
la culpa del mundo sufriéndola hasta el fondo, sin dejar nada al descender
en la identidad de quienes han caído. Esta lucha es la "vuelta" del ser, que
produce una nueva calidad del ser, prepara un nuevo cielo y una nueva
tierra. El sacramento -el Bautismo- aparece así como una participación en la
lucha transformadora del mundo emprendida por Jesús en el cambio de vida que
se ha producido en su descenso y ascenso.
Con esta interpretación y asimilación eclesial del bautismo de Jesús, Vinos
hemos alejado demasiado de la Biblia? Conviene escuchar en este contexto el
cuarto Evangelio, según el cual Juan el Bautista, al ver a Jesús, pronunció
estas palabras: "Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo"
(1, 29). Mucho se ha hablado sobre estas palabras, que en la liturgia romana
se pronuncian antes de comulgar. ViQué significa "cordero de Dios"? ViCómo
es que se denomina a Jesús "cordero" y cómo quita este "cordero" los pecados
del mundo, los vence hasta dejarlos sin sustancia ni realidad?
Joachim Jeremías ha aportado elementos decisivos para entender correctamente
esta palabra y poder considerarla -también desde el punto de vista
histórico- como verdadera palabra del Bautista. En primer lugar, se puede
reconocer en ella dos alusiones veterotestamentarias. El canto del siervo de
Dios en Isaías 53,7 compara al siervo que sufre con un cordero al que se
lleva al matadero: "Como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la
boca". Más importante aún es que Jesús fue crucificado durante una fiesta de
Pascua y debía aparecer por tanto como el verdadero cordero pascual, en el
que se cumplía lo que había significado el cordero pascual en la salida de
Egipto: liberación de la tiranía mortal de Egipto y vía libre para el éxodo,
el camino hacia la libertad de la promesa. A partir de la Pascua, el
simbolismo del cordero ha sido fundamental para entender a Cristo. Lo
encontramos en Pablo (cf. 1 Co 5, 7), en Juan (cf. 19, 36), en la Primera
Carta de Pedro (cf. 1,19) y en el Apocalipsis (cf. por ejemplo, 5,6).
Jeremías llama también la atención sobre el hecho de que la palabra hebrea
talja significa tanto "cordero" como "mozo", "siervo" (ThWNT I 343). Así,
las palabras del Bautista pueden haber hecho referencia ante todo al siervo
de Dios que, con sus penitencias vicarias, "carga" con los pecados del
mundo; pero en ellas también se le podría reconocer como el verdadero
cordero pascual, que con su expiación borra los pecados del mundo. "Paciente
como un cordero ofrecido en sacrificio, el Salvador se ha encaminado hacia
la muerte por nosotros en la cruz; con la fuerza expiatoria de su muerte
inocente ha borrado la culpa de toda la humanidad" (ThWNT 1343s). Si en las
penurias de la opresión egipcia la sangre del cordero pascual había sido
decisiva para la liberación de Israel, Él, el Hijo que se ha hecho siervo
-el pastor que se ha convertido en cordero- se ha hecho garantía ya no sólo
para Israel, sino para la liberación del "mundo", para toda la humanidad.
Con ello se introduce el gran tema de la universalidad de la misión de
Jesús. Israel no existe sólo para sí mismo: su elección es el camino por el
que Dios quiere llegar a todos. Encontraremos repetidamente el tema de la
universalidad como verdadero centro de la misión de Jesús. Aparece ya al
comienzo del camino de Jesús, en el cuarto Evangelio, con la frase del
cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
La expresión "cordero de Dios" interpreta, si podemos decirlo así, la
teología de la cruz que hay en el bautismo de Jesús, de su descenso a las
profundidades de la muerte. Los cuatro Evangelios indican, aunque de formas
diversas, que al salir Jesús de las aguas el cielo se "rasgó" (Mc), se
"abrió" (Mt y Lc), que el espíritu bajó sobre Él "como una paloma" y que se
oyó una voz del cielo que, según Marcos y Lucas, se dirige a Jesús: "Tú
eres...", y según Mateo, dijo de él: "Éste es mi hijo, el amado, mi
predilecto" (3, 17). La imagen de la paloma puede recordar al Espíritu que
aleteaba sobre las aguas del que habla el relato de la creación (cf. Gn 1,
2); mediante la partícula "como" (como una paloma) ésta funciona como
"imagen de lo que en sustancia no se puede describir." (Gnilka, I, p. 78).
Por lo que se refiere a la "voz", la volveremos a encontrar con ocasión de
la transfiguración de Jesús, cuando se añade sin embargo el imperativo:
"Escuchadle". En su momento trataré sobre el significado de estas palabras
con más detalle.
Aquí deseo sólo subrayar brevemente tres aspectos. En primer lugar, la
imagen del cielo que se abre: sobre Jesús el cielo está abierto. Su comunión
con la voluntad del Padre, la "toda justicia" que cumple, abre el cielo, que
por su propia esencia es precisamente allí donde se cumple la voluntad de
Dios. A ello se añade la proclamación por parte de Dios, el Padre, de la
misión de Cristo, pero que no supone un hacer, sino su ser: Él es el Hijo
predilecto, sobre el cual descansa el beneplácito de Dios. Finalmente,
quisiera señalar que aquí encontramos, junto con el Hijo, también al Padre y
al Espíritu Santo: se preanuncia el misterio del Dios trino, que
naturalmente sólo se puede manifestar en profundidad en el transcurso del
camino completo de Jesús. En este sentido, se perfila un arco que enlaza
este comienzo del camino de Jesús con las palabras con las que el Resucitado
enviará a sus discípulos a recorrer el "mundo": "Id y haced discípulos de
todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del
Espíritu Santo" (Mt 28, 19). El bautismo que desde entonces administran los
discípulos de Jesús es el ingreso en el bautismo de Jesús, el ingreso en la
realidad que El ha anticipado con su bautismo. Así se llega a ser cristiano.
Una amplia corriente de la teología liberal ha interpretado el bautismo de
Jesús como una experiencia vocacional: Jesús, que hasta entonces había
llevado una vida del todo normal en la provincia de Galilea, habría tenido
una experiencia estremecedora; en ella habría tomado conciencia de una
relación especial con Dios y de su misión religiosa, conciencia madurada
sobre la base de las expectativas entonces reinantes en Israel, a las que
Juan había dado una nueva forma, y a causa también de la conmoción personal
provocada en El por el acontecimiento del bautismo. Pero nada de esto se
encuentra en los textos. Por mucha erudición con que se quiera presentar
esta tesis, corresponde más al género de las novelas sobre Jesús que a la
verdadera interpretación de los textos. Éstos no nos permiten mirar la
intimidad de Jesús. Él está por encima de nuestras psicologías (Romano
Guardini). Pero nos dejan apreciar en qué relación está Jesús con "Moisés y
los Profetas"; nos dejan conocer la íntima unidad de su camino desde el
primer momento de su vida hasta la cruz y la resurrección. Jesús no aparece
como un hombre genial con sus emociones, sus fracasos y sus éxitos, con lo
que, como personaje de una época pasada, quedaría a una distancia insalvable
de nosotros. Se presenta ante nosotros más bien como "el Hijo predilecto",
que si por un lado es totalmente Otro, precisamente por ello puede ser
contemporáneo de todos nosotros, "más interior en cada uno de nosotros que
lo más íntimo nuestro" (cf. San Agustín, Confesiones, III, 6,11).
(RATZINGER, J. - BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Tomo I, Ed. Planeta, 2007,
Santiago de Chile, p. 31-47)
Comentario teológico: Joan Guiteras - El Bautismo de Cristo
He aquí otro hecho epifánico. Es el día en que el Señor -según reza la
oración sobre las ofrendas- ha manifestado a su Hijo predilecto. La liturgia
nos hace mirar "a mi siervo, a quien prefiero" y recuerda como "Dios ungió a
Jesús con la fuerza del Espíritu Santo".
La fiesta tiene un precioso decorado en el que aparecen los cielos abiertos,
signo de la comunicación plena de Dios a los hombres. Y, como en toda
teofanía, hay también un elemento acústico; se trata de la voz del Padre:
"Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto", referencia al siervo de Yavé.
El bautismo de Jesús, tan repetido en la iconografía de los baptisterios
cristianos, remite al misterio del nuevo bautismo y a la unción de Jesús
para que los hombres le reconociesen como Mesías.
-El Siervo que pasó haciendo el bien
Isaías, en el cántico de este domingo, habla del Siervo de Dios. Es un
elegido, un preferido. Tiene el espíritu de Dios para traer el derecho a las
naciones. Pero, su actuación no será una suerte de rompe y rasga. No, será
una misión delicada, de manera que salvará todo lo salvable; cosa que dice
bellamente con esta expresión: "La caña cascada no la quebrará, al pábilo
vacilante no lo apagará". No obstante, su hacer será fuerte y certero,
conseguirá lo que se propone. Este elegido de Dios llegará a ser alianza del
pueblo y luz de las naciones. Será portador de verdad y de libertad.
La lectura cristiana de este pasaje no da lugar a dudas. Porque las palabras
proféticas cuadran perfectamente con la figura de Jesucristo. Corroboran
esta visión los dichos de Pedro y también es confirmada por la voz del Padre
en el momento del bautismo de Jesús. Resultan muy interesantes, pues, las
palabras de Pedro cuando, después de exponer que Dios no hace acepción de
personas, se refiere a "lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan
predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús
de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó
haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba
con él".
El texto de los Hechos resulta delicioso. "Lo que sucedió" quiere decir el
hecho Jesús. Y este hecho se origina en Galilea. Luego el ungido -Mesías o
Cristo_, "pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo".
¡Bonita contemplación la de nuestro Señor que pasó haciendo el bien! ¡Una
indicación programática para el hacer de la ruta cristiana! Cada cristiano
debe imitar a Cristo en el bien y en la lucha contra el pecado. A la luz de
los aspectos que acabamos de indicar, el corazón puede dar gracias con la
expresión responsorial: "El Señor bendice a su pueblo con la paz". La paz
que Dios da a los que con fe escuchan la palabra del Hijo. Y que, con esta
escucha, pueden llamarse hijos de Dios, y serlo en verdad.
-El bautismo
La escena del bautismo de Jesús tiene, en Lucas, una visión especial. El
clima es la expectación reinante sobre si Juan es el Mesías o no. Es el
mismo Bautista quien aclara que "viene el que puede más que yo" y que éste
"bautizará con Espíritu Santo". Jesús se pone en la numerosa fila de los que
desean bautizarse. Parece uno más. No teme el meterse entre los pecadores.
Ha venido para estar entre ellos y salvarlos. Fijémonos en un detalle: Jesús
se bautiza y, mientras está orando, se abre el cielo, baja el Espíritu y
resuena la voz del Padre celestial. Este proclama distintamente: "Tú eres mi
Hijo, el amado, el predilecto".
Nosotros adoramos al Hijo de Dios. Profesamos la fe: "Tú eres el Mesías, el
Hijo del Dios vivo". Queremos vivir identificados con el Hijo y ser, a la
vez, hijos en el Hijo. Nos admira como los hechos revelatorios suceden
mientras Cristo está en oración. He aquí un elemento importante en Lucas.
Hará fijar muchas veces la mirada del discípulo en el Jesús orante.
El bautismo de Cristo en el Jordán ofrece perspectivas al bautismo de los
cristianos. El prefacio de la misa lo remarca. El ritual del bautismo se
referirá a él de este modo: "Oh Dios, cuyo Hijo, al ser bautizado en el agua
del Jordán, fue ungido por el Espíritu Santo". Estas palabras son
pronunciadas también en la bendición del agua en la Vigilia Pascual.
Tenemos, pues, aquí iluminado nuestro bautismo: fue un renacer del agua y
del Espíritu. Una buena oportunidad para agradecer la gracia del bautismo. Y
para sentir la dicha de estar bautizados. Ciertamente, nuestros padres nos
transmitieron lo mejor que ellos tenían. Sabemos que ha sido esta la
herencia más pródiga. Una entrada en la vida, en la verdadera dimensión que
se abre a la trascendencia.
-Una plegaria
Hemos indicado la alabanza del Señor que bendice a su pueblo con la paz. La
petición puede ser para merecer la permanencia en la paz-Cristo y el ser
fieles a los compromisos bautismales.
Orar pidiendo el don de la oración. Tener un coloquio con el Espíritu que
habita en nuestro interior y nos hace hijos en el Hijo.
La colecta de la misa ruega así: "concede a tus hijos, renacidos del agua y
del Espíritu Santo, la perseverancia continua en el cumplimiento de tu
voluntad".
(JOAN GUITERAS, ORACIÓN DE LAS HORAS 1991, 12.Pág. 425 ss.)
Santos Padres: San Juan Crisóstomo EN LA HUMILDAD DEL SEÑOR BRILLA SU
GRANDEZA
1. El Señor viene a bautizarse entre los esclavos, el Juez entre los reos.
Pero no te turbes, porque en estas bajezas es donde brilla mejor su alteza.
El que quiso ser llevado por tanto tiempo en un vientre virginal y salir de
allí con nuestra naturaleza, el que quiso luego ser abofeteado y crucificado
y sufrir todo lo demás que sufrió, qué maravilla es que quisiera también ser
bautizado y acercarse, confundido entre la turba, a quien era siervo suyo?
Lo de verdad maravilloso es que, siendo Dios, quisiera hacerse hombre. Lo
demás es ya pura consecuencia. Por eso también Juan se adelantó a decir todo
lo que dijo sobre que él no era digno de desatar la correa de su sandalia, y
todo lo demás: que Él es juez, y ha de dar a cada uno conforme a su merecido
y que a todos haría, copiosamente, don del Espíritu Santo. Con esto, al
verle cómo se acerca para ser bautizado, ningún pensamiento bajo debemos
tener sobre Él. De ahí que el mismo Juan, cuando llega Jesús, trata de
impedírselo, diciendo: Yo soy el que tengo necesidad de ser por ti
bautizado, y ¿tú vienes a mí? El bautismo de Juan era simple lavatorio de
arrepentimiento y que sólo llevaba a la confesión de las propias culpas.
Ahora bien, porque nadie pensara que también Jesús venía a él con esa
intención, de antemano corrige Juan semejante idea, llamándole cordero de
Dios y redentor de los pecados de la tierra entera. Porque quien tenía poder
de quitar los pecados de todo el género humano, mucho más había de estar Él
mismo sin pecado. De ahí que no dijo Juan: "Mirad al impecable", sino lo que
era mucho más: Mirad al que quita el pecado del mundo. De este modo, y con
absoluta plenitud, por lo uno habéis de recibir lo otro, y así recibido, ya
podéis comprender que hubieron de ser otros los intentos de Jesús al
acercarse para ser bautizado. Por eso, cuando Jesús llega, le dice Juan: Yo
soy el que necesita ser por ti bautizado, y ¿tú vienes a mí? Y no dijo: "¿Y
tú vas a ser por mi bautizado?" Pues aun esto temió decir. Pues ¿qué dijo?
¿Y tú vienes a mí?
¿Qué hace entonces Cristo? Lo que más adelante había de hacer con Pedro, eso
hace aquí con Juan. También Pedro se oponía a que Jesús le lavara los pies;
pero el Señor le dijo: Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; [1] más
adelante lo comprenderás. Y luego: No tendrás parte conmigo . Y Pedro
inmediatamente desistió de su oposición y cambió totalmente de sentir. Por
modo semejante, le dijo aquí Jesús a Juan: Déjame por ahora, pues de esta
manera es conveniente que cumplamos toda justicia. Y Juan obedeció
inmediatamente. Porque ni Pedro ni Juan eran desmedidamente contumaces, sino
que mostraban a par su amor y su obediencia, y en todo trataban de seguir la
ordenación del Señor. Mas considerad cómo justamente por el motivo que hacía
a Juan recelar, por ése le lleva Cristo a bautizarle. Porque no le dijo:
"Así es justo", sino: Así es conveniente. Lo que por más indigno tenía Juan
era que el Señor fuera bautizado por un esclavo suyo, y eso justamente es lo
que el Señor le opone para bautizarse. Como si dijera: "¿Tú huyes y rehúsas
bautizarme por tenerlo por cosa inconveniente? Pues por eso justamente,
déjame por ahora, pues es la cosa más conveniente del mundo". Y no dijo
simplemente: Déjame, sino: Déjame por ahora. No siempre será así-parece
decirle el Señor-; ya me verás un día como tú deseas. Por ahora, sin
embargo, soporta esto. Y seguidamente le hace ver por qué es eso
conveniente, ¿Por qué, pues, es conveniente? Porque de esta manera cumplimos
toda la ley.
Eso quiso decir al hablar de toda justicia. Porque justicia es el
cumplimiento perfecto de los mandamientos. Como quiera, pues, dice Jesús,
que he ya cumplido todos los mandamientos y sólo esto me queda por cumplir,
quiero también cumplir esto. Yo he venido para destruir la maldición que se
fundaba en la transgresión de la ley. Antes, pues, tengo que cumplirla yo
toda, tengo que libraros a vosotros de la condenación, y entonces poner
término a la ley. Es conveniente, pues, que yo cumpla toda la ley, porque
conveniente es también que destruya la maldición contra vosotros que está
escrita en la ley. Para este fin tomé carne y he venido al mundo. Entonces
le dejó. Y, una vez bañado. Jesús subió inmediatamente del agua, y he aquí
que se le abrieron los cielos. Y vió al Espíritu de Dios que bajaba como una
paloma y se posaba sobre Él.
LOS JUDÍOS TENÍAN A JUAN POR SUPERIOR A JESÚS
2. Las gentes tenían a Juan por muy superior a Jesús. Juan había pasado toda
su vida en el desierto, era hijo de un sumo sacerdote, había nacido de una
madre estéril, iba ahora vestido de aquel extraño atuendo y llamaba a todos
para que se bautizaran; a Jesús, empero, todo el mundo le tenía por hijo de
una pobre mujer, pues todavía no se había hecho a todos manifiesto su
nacimiento virginal; se había criado en su casa, su trato era corriente con
todos y vestía como todo el mundo. De ahí que se le tuviera por inferior a
Juan, como quiera que nada se sabía aún de aquellos inefables misterios. Por
añadidura, vino a que Juan le bautizara, lo que, aun sin todo lo otro,
-confirmaba el prestigio en que se tenía al Bautista. A Jesús se le tenía
por uno de tantos. Porque, de no ser efectivamente uno de tantos, no hubiera
acudido a bañarse confundido entre la muchedumbre. Juan, en cambio, era muy
superior a Jesús y hombre maravilloso. Pues bien, por qué esta opinión no
prevaleciera entre la muchedumbre, apenas se bañó Jesús, se le abren los
cielos y desciende el Espíritu Santo, y, juntamente con el Espíritu Santo,
se oye una voz que pregona la dignidad del Unigénito allí presente. Sin
embargo, aun aquella voz que decía: Este es mi Hijo amado, podía parecer a
las turbas que más bien convenía a Juan que a Jesús; porque no dijo la voz:
"Este que se está bañando", sino simplemente: Éste. Cualquiera que la oyera,
la hubiera antes bien aplicado al que bañaba que no al bañado, primero por
la dignidad misma del bautizante y luego por todo lo anteriormente dicho. De
ahí que viniera el Espíritu Santo en forma de paloma para fijar la voz sobre
Jesús y hacer patente a todo el mundo que aquel Éste no se dijo por Juan que
bautizaba, sino por Jesús, que era bautizado.
POR QUÉ NO CREYERON LOS JUDÍOS
-¿Y cómo es-me diréis-que no creyeron los judíos ante estos prodigios?
--También en tiempo de Moisés hubo muchos prodigios, siquiera no fueran como
éstos; sin embargo, después de aquellos prodigios, después de las voces, las
trompetas y los relámpagos del Sinaí, se fundieron el becerro de oro y se
iniciaron en los ritos de Beelphegor. Y estos mismos que estaban entonces
presentes al bautismo de Jesús y que vieron luego resucitado a Lázaro,
estuvieron tan lejos de creer al que tales, prodigios obraba, que muchas
veces intentaron quitarle la vida. Si, pues, con un muerto resucitado ante
sus ojos fueron tan malvados, ¿de qué os sorprendas que no recibieran una
voz bajada del cielo? Cuando un alma es insensata y está pervertida y, sobre
todo, dominada por la peste de la envidia, nada de todo eso la conmueve; así
como, por lo contrario, un alma bien dispuesta; todo lo acepta con facilidad
y hasta, en parte, todo eso huelga para ella. No digáis, pues, que no
creyeron. Preguntaos más bien si no sucedió cuanto había de suceder para que
pudieran creer. A la verdad, ya por boca de su profeta, Dios se prepara este
modo de defensa contra todo lo que contra Él pudieran decir. Tenían que
perecer los judíos y ser entregados al último castigo. Pues bien, por qué
nadie pudiera culpar a su providencia de lo que sólo a malicia de ellos
mismos se debía, les pregunta Dios: ¿Qué tenía yo que hacer por
esta viga que no lo haya hecho?[2] Aquí también, considerad qué tuvo que
suceder y no sucedió. Y, si alguna vez delante de ti se habla contra la
providencia divina, válete de este mismo argumento para defenderla de
quienes pretenden echarle la culpa de lo que es sólo maldad de los hombres.
Mirad, si no, qué prodigios se obran aquí: no se abre el paraíso, sino el
cielo mismo. Y eso sólo como preludio de los que habían de venir.
POR QUÉ SE ABREN LOS CIELOS EN EL BAUTISMO DE JESÚS
Más aplacemos para otra ocasión nuestro discurso contra los judíos. Ahora,
con la ayuda de Dios, volvamos a nuestro propósito. Y, una vez bañado Jesús,
subió del agua, y he aquí que se le abrieron los cielos. -¿Por qué razón,
pues, se abren los cielos? -Porque os deis cuenta de que también en vuestro
bautismo se abre el cielo, os llama Dios a la patria de arriba y quiere que
no tengáis ya nada de común con la tierra. Aun cuando no lo veáis, no por
eso habéis de dejar de creerlo. A los comienzos se dan siempre esos
prodigios, y las cosas espirituales vienen a hacerse sensibles y visibles;
se dan prodigios como el del Jordán en atención a los más rudos y que
necesitan de visión sensible, pues son incapaces de toda idea de la
naturaleza espiritual. Sólo a lo visible levantan la cabeza. De este modo,
aun cuando después no se hacen ya aquellos prodigios, se puede aceptar por
la fe lo que una vez al principio nos pusieron ellos de manifiesto. También
en el tiempo de los apóstoles se produjo aquel bramido de viento impetuoso y
aparecieron sobre sus cabezas las lenguas de fuego; pero ello no fue por los
apóstoles, sino por los judíos allí presentes. Sin embargo, aun cuando ahora
no se den esos signos sensibles, nosotros aceptamos lo que ellos pusieron
una vez de manifiesto. La paloma apareció entonces para señalar como con el
dedo a los allí presentes y a Juan mismo que Jesús era Hijo de Dios; mas no
sólo para eso, sino para que tú también adviertas que en tu bautismo viene
también sobre ti el Espíritu Santo.
POR QU�� APARECE EL ESPÍRITU SANTO EN FORMA DE PALOMA
3. Mas ahora ya no necesitamos de visión sensible, pues la fe nos basta por
todo. Los signos, en efecto, no son para los que creen, sino para los que no
creen. -Mas ¿por qué apareció el Espíritu Santo en forma de paloma? -
-Porque la paloma es un ave mansa y pura. Como el Espíritu Santo es espíritu
de mansedumbre, aparece bajo la forma de paloma. La paloma, por otra parte,
nos recuerda también la antigua historia. Porque bien sabéis que, cuando
nuestro linaje sufrió naufragio universal y estuvo a punto de desaparecer,
apareció la paloma para señalar la terminación de la tormenta, y, llevando
un ramo de olivo, anunció la buena nueva de la paz sobre toda la tierra.
Todo lo cual era figura de lo por venir. A la verdad, la situación de los
hombres entonces era peor que la de ahora y merecía mayor castigo. Ahora
bien, para que no desesperéis, el Señor os trae a la memoria esta historia.
Y, en efecto, cuando entonces las cosas habían llegado a estado de
desesperación, todavía hubo solución y remedio. Mas entonces fue por medio
de castigo; ahora, empero, por gracia y don inefable. Por eso aparece ahora
la paloma, no para traer un ramo de olivo en el pico, sino para señalarnos
al que venía a librarnos de todos nuestros males y para infundirnos las más
bellas esperanzas. Esa paloma no venía para sacar a un solo hombre del arca,
sino para levantar al cielo la tierra entera, y, en lugar del ramo de olivo,
trae a todo el género humano la filiación divina.
EL ESPÍRITU SANTO NO ES INFERIOR AL HIJO
Considerad, pues, la grandeza de ese don, y no pensaréis que el Espíritu
Santo sea inferior al Hijo por haber aparecido en esa forma. Realmente, oigo
decir a algunos que la misma diferencia que va del hombre a la paloma, ésa
va de Cristo al Espíritu Santo, pues el uno apareció en nuestra naturaleza y
el otro bajo la forma de paloma. ¿Qué puede responderse a esto? A esto se
responde que el Hijo de Dios tomó realmente la naturaleza humana; pero el
Espíritu Santo no tomó naturaleza de paloma. Por eso no dice el evangelista
que el Espíritu Santo apareció en naturaleza de paloma, sino en forma de
paloma. Y todavía se trata de caso único-la aparición bajo esta figura-, que
ya no se repitió posteriormente. Y si por esta razón decimos que el Espíritu
Santo es menor que el Hijo, según esto habrá también que convenir en que los
querubines son mucho mejores que Él, y tanto cuanto un águila es mejor que
una paloma. Figura, en efecto, de águila tomaron los querubines. Mejores
también los simples ángeles, que han aparecido muchas veces en figura de
hombres. Pero no, no hay nada de eso. A la verdad, una cosa es la realidad
de la encarnación, y otra la condescendencia divina en una aparición
pasajera. No seáis, pues, ingratos para con vuestro bienhechor, ni le
paguéis con lo contrario a quien os ha abierto la fuente de la
bienaventuranza, Porque donde se da la dignidad de la filiación divina, allí
no puede existir mal ninguno, allí se nos dan juntos todos los bienes.
EL BAUTISMO DE JESÚS PONE FIN AL DE JUAN
Por ello justamente, el bautismo judaico cesa y empieza el nuestro. Lo que
sucedió con la pascua, eso mismo sucede también con el bautismo. Allí, en
efecto, celebrando el Señor las dos pascuas, a la una le puso término y dio
principio a la otra; aquí también, al cumplir el bautismo judaico, abrió las
puertas de la Iglesia. Como otrora en una sola mesa, así aquí, en un solo
río, Cristo está juntamente describiendo la sombra y realizando la verdad.
Porque sólo el bautismo de Cristo contiene el don del Espíritu Santo; el de
Juan nada tiene que ver con ese don. De ahí que ningún prodigio se cumple en
ninguno de los otros bautizados; sí solo al bautizarse Aquel que nos ha-bía
de dar este bautismo. Con ello quiso el Señor que advirtierais, aparte lo ya
dicho, que no fue la pureza del que bautizaba, sino la virtud del que era
bautizado, la que hizo todo aquello. Sólo por Él se abrieron los cielos y
descendió el Espíritu Santo. Porque, desde aquel momento, nos saca de la
vida vieja a la nueva, nos abre las puertas de arriba, nos manda desde allí
al Espíritu Santo y nos convida a nuestra patria celeste. Y no sólo nos
convida, sino que, a par, nos otorga la máxima dignidad. Porque no nos hizo
ángeles o arcángeles, sino hijos amados de Dios; de este modo nos conduce a
aquella herencia celeste.
LLEVEMOS VIDA DIGNA DE NUESTRA DIGNIDAD
4. Considerando todo esto, llevemos vida digna del amor de quien nos ha
llamado, digna de la vida misma del cielo, digna del honor que se nos ha
concedido. Crucificados al mundo y crucificando en nosotros mismos al mundo,
llevemos con toda perfección la vida misma del cielo. No porque vuestro
cuerpo no haya sido aún transportado al cielo, penséis que tenéis aún nada
que ver con la tierra. Vuestra cabeza-Cristo--, allí la tenéis ya sentada. Y
por eso, cuando el Señor vino al mundo, se trajo acá consigo a los ángeles;
luego te tomó a ti y se volvió a los cielos; por que aprendas que, aun antes
de subir allí, es posible llevar en la tierra vida del cielo. Conservemos,
pues, la nobleza que hemos recibido desde el principio, suspiremos cada día
por los celestes palacios, tengamos todo lo presente por sombra y sueño. Si
un rey te hiciera de pronto hijo suyo-- a ti, pobre mendigo-, a fe que no te
acordarías más de tu tugurio ni de su miseria. Y, sin embargo, no sería
tanta la diferencia de un estado a otro. No penséis, pues, tampoco ahora en
nada de vuestra vida pasada, pues mucho
mejor es aquello a que habéis sido llamados. El que os llama es el dueño
soberano de los ángeles, los dones que os ofrece sobrepasan toda razón y
toda inteligencia. Porque no te llama de tu tierra a otra tierra, como lo
haría un rey de acá, sino de la tierra al cielo, de la naturaleza mortal a
la gloria inmortal e inefable, que sólo entonces comprenderemos claramente
cuando de ella gocemos.
Cuando estáis, pues, destinados a participar de tan altos bienes, ¿aún os
acordáis del dinero y os pegáis a las apariencias de acá, y no consideráis
que todo lo visible es más vil que los harapos de un mendigo? ¿No os
mostráis indignos del honor que se os ha concedido? ¿Y qué defensa podréis
alegar? O, por mejor decir, ¿qué castigo no sufriréis si después de don tan
alto volvéis al vómito? Porque ya no seréis castigados simplemente por haber
pecado como hombres, sino como hijos de Dios, y la grandeza misma del honor
recibido se os convertirá en motivo de mayor castigo. A la verdad, tampoco
nosotros castigamos del mismo modo a los esclavos y a los hijos, aun cuando
se trate de las mismas faltas; señaladamente cuando han recibido grandes
beneficios de nosotros. Ahora bien, si el que había obtenido por morada el
paraíso, tantos males hubo de sufrir por un solo acto de desobediencia
después del honor recibido, ¿qué perdón tendremos nosotros, a quienes se nos
ha prometido el cielo mismo y hemos sido hechos coherederos con el Unigénito
del Padre? ¿Qué perdón, repito, tendremos si después de recibir a la paloma
corremos tras la serpiente?
Ya no se nos dirá como a Adán: Tierra eres y a la tierra volverás; o aquello
de: Con sudor trabajarás la tierra[3], ni lo otro de que antes habla la
Escritura, sino cosas mucho más terribles: las tinieblas exteriores, las
cadenas irrompibles, el gusano venenoso, el crujir de dientes. Y con mucha
razón. Porque quien con tan grande beneficio no se ha hecho mejor, bien
merece sufrir el último y más duro suplicio. En otro tiempo, Elías abrió y
cerró el cielo, pero sólo para que lloviera o no lloviera; más para vosotros
no se abre así el cielo, sino para que podáis subir a él; y no sólo para que
subáis vosotros, sino para que llevéis, si queréis, también a otros; tal
confianza, tal autoridad, os ha dado el Señor en todas sus cosas. Nuestra
casa está en el cielo; llevemos allí nuestros bienes. Así, pues, como
tenemos en el cielo nuestra casa, allí hemos de depositar todas nuestras
cosas, sin dejar aquí nada, para no exponernos a perderlas. Aquí, por más
que eches la llave, y pongas puertas y cerrojos, y des tus órdenes a miles
de criados, y ganes por la mano a tantos granujas, y logres esquivar las
miradas de los envidiosos; aun cuando pudieras detener la acción destructora
de la polilla y del tiempo-lo que es imposible-; por lo menos, jamás
escaparás a la muerte, y en un abrir y cerrar de ojos se te arrebatará todo
lo que tienes. Y no sólo se te arrebatará, sino que con frecuencia irá a
parar a manos de tus mismos enemigos. Más, si todo lo trasladas a tu casa
del cielo, estarás al abrigo de todos esos trances. Allí no necesitas ni
llaves ni puertas ni cerrojos: tal es la virtud de aquella ciudad, tan
seguro es aquel lugar, inaccesible a toda corrupción y malicia.
(SAN JUAN CRISÓSTOMO, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía
12, 1-4, BAC Madrid 1955, 219-31)
[1] Jn 13, 7-8
[2] Is 5, 4
[3] Gn 3, 19; 4, 12
Santos Padres: San Agustín - Mt 3,13-17: Bautice Pedro o Pablo o
Judas, es Cristo quien bautiza
¿Pues qué, hermanos míos? ¿Quién no ve lo que no ven los donatistas? No os
extrañe que no quieran volver; se parecen al cuervo que salió del arca.
¿Quién no ve lo que ellos no ven? ¡Qué ingratos son para con el Espíritu
Santo! La paloma desciende sobre el Señor, pero sobre el Señor bautizado. Y
allí se manifestó también la santa y verdadera Trinidad, que para nosotros
es un único Dios. Salió el Señor del agua, como leemos en el evangelio: Y he
aquí que se le abrieron los cielos y vio descender al Espíritu en forma de
paloma y se posó sobre él, e inmediatamente le siguió una voz: «Tú eres mi
Hijo amado en quien me he complacido» (Mt 3,16-17). Aparece claramente la
Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre y el Espíritu en la
paloma. Veamos lo que vemos y que extrañamente ellos no ven, en esta
Trinidad en cuyo nombre fueron enviados los apóstoles. En realidad no es que
no vean, sino que cierran los ojos a lo que les entra por ellos. Los
discípulos son enviados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo por el mismo de quien se dice: Éste es el que bautiza. Esto ha dicho a
sus ministros quien se ha reservado para sí la potestad de bautizar.
Esto es lo que vio Juan en él y conoció lo que aún no sabía. No ignoraba que
Jesús era el Hijo de Dios, que era el Señor, el Cristo, el que había de
bautizar en el agua y el Espíritu Santo; todo esto ya lo sabía. Pero lo que
le enseña la paloma es que Cristo se reserva esta potestad, que no trasmite
a ninguno de sus ministros. Esta potestad que Cristo se reserva
exclusivamente, sin transferirla a ninguno de sus ministros, aunque se sirva
de ellos para bautizar, es el fundamento de la unidad de la Iglesia, de la
que se dice: Mi paloma es única, única para su madre (Cant 6,8). Si, pues,
como ya dije, hermanos míos, el Señor comunicase esta potestad al ministro,
habría tantos bautismos como ministros, y se destruiría así la unidad del
bautismo.
Prestad atención, hermanos. La paloma bajó sobre nuestro Señor Jesucristo
después del bautismo. En ella conoció Juan algo propio del Señor, de acuerdo
con las palabras: Aquel sobre quien vieres que desciende el Espíritu en
forma de paloma y que se posa sobre él, ése es el que bautiza en el Espíritu
Santo (Jn 1,33).
Juan sabía que era él quien bautizaba en el Espíritu Santo, antes de que
nuestro Señor se presentara a ser bautizado. Pero entonces aprendió, por una
gracia que recibió allí, que la potestad de bautizar era tan personal que no
la transfería a nadie. ¿Cómo probamos que Juan sabía ya antes que el Señor
iba a bautizar en el Espíritu Santo? ¿De dónde se deduce que aprendió en la
paloma que el Señor iba a bautizar en el Espíritu Santo, de forma que esa
potestad no era transferible a ningún hombre? ¿Qué prueba tenemos? La paloma
desciende cuando el Señor había sido ya bautizado; mas está claro que Juan
ya conocía al Señor antes de que se presentase al bautismo, por las palabras
que dijo: ¿Vienes tú a que yo te bautice? Soy yo más bien quien debe ser
bautizado por ti. Luego sabía ya que era el Señor, que era el Hijo de Dios.
¿Cómo probamos que también sabía que bautizaba en el Espíritu Santo? Antes
de que Jesús se acercase al río, viendo que venían muchos a él para ser
bautizados, Juan les dijo: Yo ciertamente bautizo con agua; pero el que
viene después de mí es mayor que yo, pues yo no soy digno de desatar
siquiera la correa de su calzado. Él os bautizará en el Espíritu Santo y en
el fuego (Mt 3,11). Así, pues, también esto lo sabía. Según eso, ¿qué fue lo
que aprendió por la paloma, para no tacharle de mentiroso, de lo cual Dios
nos libre? Aprendió que habría en Cristo una propiedad tal, en virtud de la
cual, aunque fuesen muchos los ministros, santos o pecadores, la santidad
del bautismo sólo se otorgaría a aquel sobre quien descendió la paloma, pues
de él se dijo: Éste es el que bautiza en el Espíritu Santo. Bautice Pedro o
Pablo o Judas, siempre es él quien bautiza.
Porque si el bautismo es santo debido a la diversidad de los méritos, habrá
tantos bautismos cuantos méritos, y cada uno creerá que recibe algo tanto
mejor cuanto más santo es quien lo da. Entre los mismos santos -entended
esto, hermanos-, entre los que son buenos, entre los que son de la paloma y
les cabe en suerte la ciudad aquella de Jerusalén, entre los que forman
parte de la Iglesia, de quienes dice el Apóstol: Conoce el Señor los que son
suyos (2 Tim 2,19), hay diversidad de dones espirituales, diversidad de
méritos: unos son más santos, mejores, que otros. Supongamos que a uno le
bautiza un ministro más justo y santo y a otro quien es de mérito inferior a
los ojos de Dios, menos perfecto, de continencia menos perfecta y vida menos
santa, ¿por qué reciben los dos lo mismo, sino porque es Cristo quien
bautiza? Si bautizan dos, uno que es bueno y otro que es mejor, no por eso
éste da una gracia mayor que aquél; antes bien, la gracia es la misma, no
mejor en uno e inferior en otro, aunque los ministros sean unos mejores que
otros. Lo mismo acaece si el que bautiza es indigno, bien por ignorancia de
la Iglesia, bien por tolerancia -porque los malos o no se conocen, o se
toleran, como se tolera la paja en la era hasta el momento de aventarla-. Lo
que se da en este caso, es una misma e idéntica gracia, no distinta, aunque
los ministros sean desiguales, porque Él es quien bautiza.
(San Agustín, Comentarios sobre el evangelio de San Juan 6,5-8)
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Aplicación: Benedicto XVI - El Señor los ama, los conoce
Queridos hermanos y hermanas:
Las palabras que el evangelista san Marcos menciona al inicio de su
evangelio: "Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco" (Mc 1, 11), nos
introducen en el corazón de la fiesta de hoy del Bautismo del Señor, con la
que se concluye el tiempo de Navidad. El ciclo de las solemnidades navideñas
nos permite meditar en el nacimiento de Jesús anunciado por los ángeles,
envueltos en el esplendor luminoso de Dios. El tiempo navideño nos habla de
la estrella que guía a los Magos de Oriente hasta la casa de Belén, y nos
invita a mirar al cielo que se abre sobre el Jordán, mientras resuena la voz
de Dios. Son signos a través de los cuales el Señor no se cansa de
repetirnos: "Sí, estoy aquí. Os conozco. Os amo. Hay un camino que desde mí
va hasta vosotros. Hay un camino que desde vosotros sube hacia mí". El
Creador, para poder dejarse ver y tocar, asumió en Jesús las dimensiones de
un niño, de un ser humano como nosotros. Al mismo tiempo, Dios, al hacerse
pequeño, hizo resplandecer la luz de su grandeza, porque, precisamente
abajándose hasta la impotencia inerme del amor, demuestra cuál es la
verdadera grandeza, más aún, qué quiere decir ser Dios.
El significado de la Navidad, y más en general el sentido del año litúrgico,
es precisamente el de acercarnos a estos signos divinos, para reconocerlos
presentes en los acontecimientos de todos los días, a fin de que nuestro
corazón se abra al amor de Dios. Y si la Navidad y la Epifanía sirven sobre
todo para hacernos capaces de ver, para abrirnos los ojos y el corazón al
misterio de un Dios que viene a estar con nosotros, la fiesta del Bautismo
de Jesús nos introduce, podríamos decir, en la cotidianidad de una relación
personal con él. En efecto, Jesús se ha unido a nosotros, mediante la
inmersión en las aguas del Jordán. El Bautismo es, por decirlo así, el
puente que Jesús ha construido entre él y nosotros, el camino por el que se
hace accesible a nosotros; es el arco iris divino sobre nuestra vida, la
promesa del gran sí de Dios, la puerta de la esperanza y, al mismo tiempo,
la señal que nos indica el camino por recorrer de modo activo y gozoso para
encontrarlo y sentirnos amados por él.
Queridos amigos, estoy verdaderamente feliz porque también este año, en este
día de fiesta, tengo la oportunidad de bautizar a algunos niños. Sobre ellos
se posa hoy la "complacencia" de Dios. Desde que el Hijo unigénito del Padre
se hizo bautizar, el cielo realmente se abrió y sigue abriéndose, y podemos
encomendar toda nueva vida que nace en manos de Aquel que es más poderoso
que los poderes ocultos del mal. En efecto, esto es lo que implica el
Bautismo: restituimos a Dios lo que de él ha venido. El niño no es propiedad
de los padres, sino que el Creador lo confía a su responsabilidad,
libremente y de modo siempre nuevo, para que ellos le ayuden a ser un hijo
libre de Dios. Sólo si los padres maduran esta certeza lograrán encontrar el
equilibrio justo entre la pretensión de poder disponer de sus hijos como si
fueran una posesión privada, plasmándolos según sus propias ideas y deseos,
y la actitud libertaria que se expresa dejándolos crecer con plena
autonomía, satisfaciendo todos sus deseos y aspiraciones, considerando esto
un modo justo de cultivar su personalidad.
Si con este sacramento el recién bautizado se convierte en hijo adoptivo de
Dios, objeto de su amor infinito que lo tutela y defiende de las fuerzas
oscuras del maligno, es preciso enseñarle a reconocer a Dios como su Padre y
a relacionarse con él con actitud de hijo. Por tanto, según la tradición
cristiana, tal como hacemos hoy, cuando se bautiza a los niños
introduciéndolos en la luz de Dios y de sus enseñanzas, no se los fuerza,
sino que se les da la riqueza de la vida divina en la que reside la
verdadera libertad, que es propia de los hijos de Dios; una libertad que
deberá educarse y formarse con la maduración de los años, para que llegue a
ser capaz de opciones personales responsables.
Queridos padres, queridos padrinos y madrinas, os saludo a todos con afecto
y me uno a vuestra alegría por estos niños que hoy renacen a la vida eterna.
Sed conscientes del don recibido y no ceséis de dar gracias al Señor que,
con el sacramento que hoy reciben, introduce a vuestros hijos en una nueva
familia, más grande y estable, más abierta y numerosa que la vuestra: me
refiero a la familia de los creyentes, a la Iglesia, una familia que tiene a
Dios por Padre y en la que todos se reconocen hermanos en Jesucristo. Así
pues, hoy vosotros encomendáis a vuestros hijos a la bondad de Dios, que es
fuerza de luz y de amor; y ellos, aun en medio de las dificultades de la
vida, no se sentirán jamás abandonados si permanecen unidos a él. Por tanto,
preocupaos por educarlos en la fe, por enseñarles a rezar y a crecer como
hacía Jesús, y con su ayuda, "en sabiduría, en estatura y en gracia ante
Dios y ante los hombres" (Lc 2, 52).
Volviendo ahora al pasaje evangélico, tratemos de comprender aún más lo que
sucede hoy aquí. San Marcos narra que, mientras Juan Bautista predica a
orillas del río Jordán, proclamando la urgencia de la conversión con vistas
a la venida ya próxima del Mesías, he aquí que Jesús, mezclado entre la
gente, se presenta para ser bautizado. Ciertamente, el bautismo de Juan es
un bautismo de penitencia, muy distinto del sacramento que instituirá Jesús.
Sin embargo, en aquel momento ya se vislumbra la misión del Redentor, puesto
que, cuando sale del agua, resuena una voz desde cielo y baja sobre él el
Espíritu Santo (cf. Mc 1, 10): el Padre celestial lo proclama como su hijo
predilecto y testimonia públicamente su misión salvífica universal, que se
cumplirá plenamente con su muerte en la cruz y su resurrección. Sólo
entonces, con el sacrificio pascual, el perdón de los pecados será universal
y total. Con el Bautismo, no nos sumergimos simplemente en las aguas del
Jordán para proclamar nuestro compromiso de conversión, sino que se infunde
en nosotros la sangre redentora de Cristo, que nos purifica y nos salva. Es
el Hijo amado del Padre, en el que él se complace, quien adquiere de nuevo
para nosotros la dignidad y la alegría de llamarnos y ser realmente "hijos"
de Dios.
Dentro de poco reviviremos este misterio evocado por la solemnidad que hoy
celebramos; los signos y símbolos del sacramento del Bautismo nos ayudarán a
comprender lo que el Señor realiza en el corazón de estos niños, haciéndolos
"suyos" para siempre, morada elegida de su Espíritu y "piedras vivas" para
la construcción del edificio espiritual que es la Iglesia. La Virgen María,
Madre de Jesús, el Hijo amado de Dios, vele sobre ellos y sobre sus familias
y los acompañe siempre, para que puedan realizar plenamente el proyecto de
salvación que, con el Bautismo, se realiza en su vida. Y nosotros, queridos
hermanos y hermanas, acompañémoslos con nuestra oración; oremos por los
padres, los padrinos y las madrinas y por sus parientes, para que les ayuden
a crecer en la fe; oremos por todos nosotros aquí presentes para que,
participando devotamente en esta celebración, renovemos las promesas de
nuestro Bautismo y demos gracias al Señor por su constante asistencia. Amén.
(Benedicto XVI, SANTA MISA Y BAUTISMO DE LOS NIÑOS, HOMILÍA DEL SANTO PADRE
BENEDICTO XVI, Capilla Sixtina, Domingo 11 de enero de 2009)
Aplicación: Martínez de Vadillo - Jesús es el centro
-UNA ACCIÓN SINGULAR. Bautismo es una palabra polisémica, de varios
significados. Entre nosotros, y en una primera acepción, suena a
presentación en sociedad y a consagración, así cuando se habla del bautismo
de un artista o un torero. A veces lleva una connotación como bautismo de
sangre, cuando corre ésta, o sencillamente ha aparecido alguna dificultad
seria como prueba. Jesús en el Evangelio alude a esta última acepción cuando
nos dice que tiene que pasar por un bautismo de fuego y desea pasarlo cuanto
antes (Lc. 12,50).
Aquí el bautismo de Jesús se refiere a un acontecimiento concreto y singular
tal como se narra en el Evangelio de Mateo. Admite algunas de las acepciones
dadas a la palabra, pero las desborda ampliamente. Desborda al bautismo de
Juan, aunque inicialmente sea el mismo, y desborda al bautismo de los
cristianos. Es otra cosa, un acontecimiento totalmente singular.
Con el bautismo empieza la vida pública de Jesús, pero es mucho más que una
presentación en público, aunque esto también lo sea. Juan entiende
perfectamente que su bautismo no vale en el caso de Jesús y así lo
manifiesta, aunque se somete a realizar el rito.
El bautismo cristiano sólo tiene sentido como referencia a Jesús, al
misterio pascual, pero nunca es una proclamación como en el caso de Jesús, y
sí una liberación del pecado que no está en el bautismo de Jesús.
La apertura de los cielos, la presencia del Espíritu de Dios sobre Jesús, y
concretamente la proclamación especial de la filiación divina y amorosa de
Dios, convierte el bautismo de Jesús en una acción totalmente singular.
Jesús es el Hijo predilecto de Dios, el Hijo único, no en un sentido amplio
y vago como a veces se ha usado esta expresión, y Dios así nos lo
manifiesta. El bautismo de Jesús es una epifanía como bien lo ha entendido
la liturgia. Es el punto clave de la revelación de Dios al hombre.
-SE BAUTIZA COMO UNO DE TANTOS. Aunque el bautismo de Jesús sea una acción
totalmente singular, como lo es también su persona y su filiación divina se
somete al bautismo de Juan como los demás.
A la repulsa de Juan contesta Jesús: "Deja ahora; porque conviene que de
este modo cumplamos lo que Dios ha dispuesto" (v. 15).
Jesús asume así la condición humana con todas sus consecuencias y la asume
porque Dios así lo ha dispuesto. Este va a ser el sentido de su vida, su
trayectoria y el modo de llevar a cabo su misión. Esto va a ser causa de
tentación para el pueblo de Israel y para el mismo Jesús. A continuación de
esta escena en el Evangelio de Mateo se narran las tentaciones.
En esta escena del bautismo de Jesús queda marcado el estilo de la vida de
Jesús. La ayuda de Dios no va a ser milagrosa y excepcional y Jesús empezará
muy pronto a sentir en carne propia el zarpazo de la maldad y violencia
humana hasta llevarle a la cruz. Es el camino querido por Dios y aceptado
por Jesús. En los comienzos se adivina el final. Encarnación, solidaridad,
kenosis, cruz son los jalones que marcan la ruta de este bautismo inicial.
Dios tal vez pudo escoger otros caminos, lo que está claro es que escogió
éste para ayudar y salvar al hombre. Los discípulos, por su parte, deben
seguir e imitar al maestro.
-"ESTE ES MI HIJO AMADO". Jesús es el centro del plan de Dios. Modestamente
Jesús predicaba el Reino de Dios. Los apóstoles y primeros cristianos
empiezan a evangelizar el mundo sabiendo que extender la fe en Jesús es lo
mismo que extender el Reino de Dios. Es la piedra angular, el único camino,
aunque esto pueda sonar a excesivo a muchos oyentes de entonces y de ahora.
Escuchad a éste, seguid a éste, son las palabra del Padre, de Dios. Para un
cristiano, de hoy y de todos los tiempos, esta es una indicación bien
precisa para evitar andar por las ramas y no poner la fe en cosas
accidentales o equivocadas. La esencia del cristianismo es la persona de
Jesús y preceptos y prácticas pueden ser una justa consecuencia pero nunca
el centro y esencia.
Por esto muchos distinguen entre fe y religión y sostienen que el
cristianismo es, ante todo, una fe en Jesús y no tanto una religión.
Personalmente considero que no hay por qué excluir del cristianismo ciertos
aspectos válidos de lo religioso.
En una verdadera evangelización, como pretenden dar hoy los catecumenados
recuperados por el Vaticano II, el encuentro con la persona de Jesús es lo
definitivo. Lo mismo tenemos que decir de la homilía y de toda catequesis.
El cristiano piensa, además, que Jesús es el centro del cosmos y de la
historia y el camino del hombre hacia Dios y que todo hombre de buena
voluntad debe tomar en cuenta esta consideración.
(MARTÍNEZ DE VADILLO DABAR 1990/09)
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Aplicación: Francisco Bartolomé González - Crist sacerdote, profeta
y rey
1. Solidaridad de Jesús con el pueblo
Una de las cosas que más hacen sufrir a los jóvenes de hoy es la falta de
perspectivas de futuro. Les cuesta imaginar qué van a ser, qué van a hacer,
con qué ideales e ilusiones se van a identificar... Y esto se agrava al no
encontrar trabajo o salidas profesionales válidas; lo que les conduce a la
desilusión y a la desesperanza, y a buscar subterfugios para olvidar esta
angustia.
También los adultos deberíamos tener más claro nuestro proyecto de vida, ya
que con frecuencia damos la impresión de haber perdido el sentido de la
orientación.
Todos, jóvenes y adultos, nos deberíamos preguntar: ¿qué misión hemos de
realizar en la vida? Y darnos cuenta de que esa misión quedará sin hacer si
nosotros nos evadimos. Juan el Bautista, el profeta de la conversión,
predicaba e invitaba a la gente a bautizarse como signo del deseo de cambiar
de estilo de vida, de seguir un camino de fidelidad a Dios en los hombres.
Pero no se hace ilusiones sobre el alcance de su bautismo: sabe que no forma
parte de la etapa decisiva. Y una muchedumbre de israelitas deseosos de vida
nueva va a escucharle y a recibir el bautismo de sus manos.
Este bautismo es un reconocimiento colectivo, masivo, de la situación de mal
y de pecado en que vivimos los hombres. Es una afirmación colectiva del
deseo y de la posibilidad de superar ese mal y ese pecado.
El rito del bautismo estaba muy extendido entre las religiones de aquel
tiempo. Pero mientras esos bautismos eran baños que uno se daba a sí mismo y
que podían repetirse a lo largo de una existencia, el bautismo de Juan es un
baño que se recibe de manos de un "bautista", que no puede recibirse más que
una vez y que implica, por encima de una pureza ritual y legal, la
conversión personal.
La figura del Bautista nos es presentada con rasgos proféticos: era un
hombre independiente. Su austeridad no era debida a un cierto complejo de
inferioridad con respecto al mundo, como el que hoy muchos creen que tienen
los pocos que rechazan la sociedad de consumo y siguen otros caminos.
Tampoco era la suya una espiritualidad evasiva, sino una búsqueda de pobreza
y austeridad, porque únicamente desde ahí se puede hacer la fuerte denuncia
de los poderosos que él realizaba.
Nadie esperaba un Mesías procedente de una oscura aldea de Galilea. Nadie
aguardaba a un Mesías que se sometiera a un bautismo de penitencia,
participando en el movimiento de conversión de su pueblo. Sin embargo, en
este pobre galileo es donde se hace presente la acción salvadora-liberadora
de Dios, la acción definitiva y para todos. Y es en una profunda actitud de
solidaridad con el pueblo pecador, y en búsqueda de un futuro mejor, como se
revela esta acción.
Jesús es un joven trabajador manual de Nazaret, hijo de José y de María. Un
joven que percibe la gran esperanza del pueblo sencillo, fruto de la gran
esperanza que hallaba en las Escrituras; y que ve malparada por la traición
de los poderosos y por la instalación de los clérigos, que usaban la
religión para su lucro personal, mientras el pueblo estaba abandonado a su
suerte. Y siente la llamada del Padre al ver un pueblo sin pastor (Mc 6,34).
Y va a dedicar toda su vida a liberar a ese pueblo.
Jesús de Nazaret aparece aquí como el Mesías rey, sacerdote y profeta, las
tres funciones más nobles de la sociedad antigua: rey, llamado a vivir en la
libertad; sacerdote, llamado a vivir en comunión con Dios; profeta, llamado
a conocer el sentido profundo de la historia, interpretándola según Dios.
2. Sentido del bautismo de Jesús
En medio de la muchedumbre aparece Jesús. Se acerca al Bautista y le
reconoce abiertamente sus credenciales proféticas.
Se pone en la fila de los pecadores y recibe aquel bautismo de
reconocimiento del pecado y de deseo de cambio.
Juan había anunciado que el que venía detrás de él bautizaría con "Espíritu
Santo y fuego". ¿Cómo se explica que Jesús venga a pedirle su bautismo, que
solamente era de agua?
Recibiendo el bautismo de agua, Jesús se hace solidario de los pecados del
pueblo y de todos los hombres; y se hace solidario de todos los que luchan
por un mundo mejor. Toma sobre sí el pecado del mundo y abre, a todos los
que quieran seguir el ejemplo de su vida, el camino a la
salvación-liberación de todo tipo de esclavitudes. Jesús no viene desde
fuera para decirnos lo que hay que hacer, sino que asume desde dentro, hace
suyo, todo lo que es la vida de los hombres: el mal, el pecado, el dolor, la
limitación... Y asumiéndolo, nos posibilita para vivir una vida distinta,
purificada y liberada. Nos hace descubrir que los hombres llegamos a
construirnos viviendo para los demás.
Jesús vivió, sufrió y murió para que nuestra vida y nuestra muerte se
hicieran semejantes a las suyas. Jesús no hizo como si fuera pecador -no
tenía pecado (Heb 4,15)-. Vino a vivir sin más una vida humana, para
enseñarnos a amar en el sufrimiento, en la lucha contra la injusticia, en la
humillación. Para enseñarnos a amar incluso cuando nos creemos que ya
sabemos hacerlo (por ejemplo: los padres a los hijos). Para enseñarnos que
ésa es la verdadera vida de los hombres.
Jesús no se juntó con los "buenos" de su época ni esperó a que fueran a El
los "malos"; se fue a buscarlos, a estar con ellos; y fue tratado como uno
de ellos.
El bautismo de Jesús es la toma de conciencia del hombre Jesús de la misión
que el Padre le encomienda. Toma de conciencia en la que influye la
predicación de Juan y la espera mesiánica de "los pobres de Israel". Toma de
conciencia que se manifestará progresivamente. La revelación de Dios en
Jesús es discreta: no se realiza a base de gritos ni golpes de mando o de
fuerza.
El bautismo de Jesús es considerado, desde los comienzos de la predicación
cristiana, como el principio de la Buena Noticia.
Junto con las tentaciones, supone para El el momento de asumir sus
responsabilidades mesiánicas.
Jesús nace, en el bautismo, como enviado de Dios. Desde él se siente llamado
a dedicar su vida entera a dar a conocer el amor del Padre a todos los
hombres. Hasta este momento, Jesús, con su vida sencilla, trabajando y
rezando en medio de la gente de su pueblo, se había preparado para escuchar
la llamada del Padre.
Desde su bautismo, el Espíritu le conduce a anunciar a los hombres, a todos,
con la Palabra y el ejemplo de su vida, la llegada del reino de Dios.
Y Jesús consume toda su vida "haciendo el bien y curando a los oprimidos"
(He 10,38), único camino para ser hombre. Y lo hará desde dentro, desde la
pobreza de la condición humana, sin valerse de ningún poder más allá del
amor y del esfuerzo constantes: "No gritará, no clamará, no voceará por las
calles. La caña cascada no la quebrará, el pábilo vacilante no lo apagará.
Promoverá fielmente la justicia, no vacilará ni se quebrará hasta implantar
el derecho en la tierra" (Is 42,2-4).
Y asumiendo totalmente nuestra condición humana, nos manifestará el camino
de Dios, nos mostrará quién es Dios y hacia dónde quiere conducirnos. El
Espíritu entró en El hasta convertirlo en el Hombre nuevo, en el Hombre para
los demás.
Jesús de Nazaret, entrando en el agua del Jordán, ha comenzado la liberación
del mal y del pecado para todos los que quieran seguirle. Abre un camino de
fidelidad a todos los hombres, que por eso mismo es fidelidad a Dios. Un
camino que lo llevará hasta la cruz. Y por la resurrección nos manifestará
definitivamente que Dios se nos revela viviendo hasta el fondo la vida de
los hombres, con toda su carga de pecado y de mal. Y así nos salva, así nos
llena de su Espíritu y nos hace sus hijos.
Toda la vida de Jesús es un bautismo en el Espíritu. Pero su verdadero
bautismo es su muerte, momento del encuentro definitivo con el Padre y de la
superación de todo mal. Los evangelistas nos hablan de su muerte como de su
bautismo en dos ocasiones: beber su cáliz (Mc 10,38-39; Lc 12,50). Lo mismo
en nosotros: sólo después de la muerte quedará vencido el pecado y todas sus
secuelas.
3. Jesús posee la plenitud del Espíritu
Ante una masa de pecadores "se abrió el cielo". El centro de este relato no
es el bautismo de Jesús, sino la manifestación del Padre en El, declarándole
"el amado", "el predilecto", y la comunicación del Espíritu para que lleve a
cabo su misión: liberar a los hombres de toda esclavitud.
El protagonista de la palabra de Dios es siempre el Espíritu. Nosotros
olvidamos constantemente este Espíritu, apenas contamos con El. Por eso es
explicable nuestro desinterés en seguir el camino de Jesús.
¿Entendemos el papel del Espíritu en nuestra vida? ¿No imaginamos la vida
cristiana como una tarea nuestra, que depende sólo de nuestras fuerzas? Con
Jesús "se rasga el cielo": la esperanza más profunda y más vehemente de
Israel y la esperanza de los hombres de todos los tiempos y lugares empieza
a hacerse realidad. La relación entre Dios y la humanidad, intensamente
anhelada por los hombres creyentes, es desde ahora real y visible. Lo que la
ocultaba -el "cielo cerrado"- se abre definitivamente. Ya es posible, ¡por
fin!, llegar a ser hombre de verdad; solamente hace falta imitar al Hijo,
seguir al Nazareno. Jesús es el signo de esta relación nueva entre Dios y
los hombres. Relación de amor, como debe ser toda relación entre padres e
hijos. Por ser "el Hijo", Dios pone en El sus preferencias. Jesús, lleno del
Espíritu, habla y se comporta siempre como Hijo, con plena docilidad a ese
Espíritu. Y así, su Palabra y su comportamiento son para nosotros criterio y
norma.
El que es proclamado "mi Hijo, el amado" es un hombre adulto que emprende su
camino. Y en la vida, la palabra y la acción públicas de este hombre adulto,
Dios se nos manifiesta. Nos vamos salvando-liberando en la medida en que
hacemos nuestro este camino y lo seguimos.
Según Lucas, el cielo se abrió y bajó el Espíritu sobre Jesús mientras éste
rezaba. Detalle que este evangelista siempre señala en los momentos más
importantes de la vida del Maestro.
La promesa de Dios de estar con su pueblo se cumple en Jesús. Dios ha bajado
porque en Jesús se da la plenitud de su Espíritu, porque en El la Imagen se
identificó con la Realidad.
El ser Hijo no libra a Jesús del sufrimiento; al contrario, lo compromete en
una acción por los demás, que lleva a cabo en la solidaridad y la
persecución y que culminará en la cruz.
4. Sentido de nuestro bautismo
El bautismo de Jesús y la misión que inició después deben hacernos pensar en
los sacramentos de la iniciación cristiana: nuestros bautismo y
confirmación. El bautismo no es para quitar el pecado "original" mal
entendido -seguimos siendo pecadores- ni para hacernos hijos de Dios -lo
somos todos los hombres-. Nuestro bautismo es signo de nuestro compromiso de
querer vivir según el camino que nos marcó Jesús, camino de justicia y
libertad, de amor y paz.
El bautismo traza una linea divisoria entre quienes quieren vivir una vida
de servicio, sin preocupaciones personales, pero sí preocupados por los
hombres que le rodean; y entre quienes prefieren vivir una vida centrada en
sí mismos, preocupados únicamente de lo que les afecta a ellos, con olvido
de los demás. Línea divisoria que pasa por todos y cada uno de nosotros: una
parte de nuestro ser quiere servir; otra, que le sirvan.
El bautismo de agua es la opción por la actitud de servicio bajo el proyecto
de Jesús: amamos como El nos ama (Jn 13,34- 35); opción que se irá
realizando a lo largo de la vida. El bautismo de deseo lo tienen aquellos
que sirven a los demás y no están bautizados porque no conocen los
planteamientos verdaderos de Jesús, por las razones que sean; sin olvidar a
muchos que están bautizados y han renunciado a ser cristianos por
identificar el cristianismo con los errores de la Iglesia institución, con
sus infidelidades al evangelio.
El bautismo es signo de una continua conversión a una vida de servicio y
amor, de justicia y libertad; en lucha con las seducciones del poder, del
tener, del dominar, de la inmoralidad, de la pereza y de los vicios. En los
que hemos sido bautizados de niños, el bautismo no conseguirá su plena
realidad hasta que, ya adultos, lo asumamos por la fe. ¿Se puede llamar
cristiano al bautizado que no trata de seguir en su vida el camino de Jesús?
El bautismo es un comienzo; no cambia uno en seguida. Se inserta en un todo,
en una vida entera. Es el signo sensible que está expresando la realización
de una vida según Dios. Nos tiene que hacer conscientes de que un cristiano
tiene que montar la vida exclusivamente desde el evangelio.
No podemos realizarnos cada uno en solitario. Nos pudriríamos como el agua
detenida en el estanque. Tenemos que transformarnos, transformando a la
sociedad en que vivimos.
A Jesús su vocación le llevó a solidarizarse con su pueblo, a tomar sobre sí
los pecados de todos y destruirlos, aunque esto lo llevó a morir como mueren
los hombres a los que la sociedad finge no poder tolerar por demasiado
pecadores.
El camino de Jesús no acaba con El. Tenemos que continuarlo nosotros. Cada
uno de nosotros, desde la aceptación personal de nuestro bautismo -opción de
adultos a favor de El, por haber sido bautizados de niños-, tenemos que
hacer como Jesús hizo: unirnos a todo movimiento de liberación que brote en
la humanidad, a todo lo que signifique defender los derechos humanos y
comenzar los que sean necesarios.
Todo lo que Jesús ha vivido nos revela todo lo que nosotros podemos llegar a
ser, aunque sea en menor grado.
Nosotros, por el bautismo, también somos llamados. Hacemos realidad el
bautismo según vamos respondiendo a las llamadas que nos dirige Dios cada
día, en cada situación concreta. Una llamada que no es para nosotros mismos,
sino para los demás: vivir para los demás, ser para los demás. Una llamada
que es lo que, en último término, puede hacernos salir de la apatía y de la
desesperanza y nos puede situar en nuestro puesto. ¿En qué medida
colaboramos con Cristo en ayudar a los demás, en iluminar, en liberar, en
construir...?
Iglesia de Cristo, ¿dónde se nos ha encallado esta barca de Pedro? ¿Por qué
se empeñan tantos en retenerla lejos de la vida real de los hombres
oprimidos y explotados, a los que debe ayudar a liberar, a promover, a
salvar de tantas situaciones inadmisibles? ¿Cómo podremos devolverle la
fuerza del Espíritu de Jesús y soltarla de tantos frenos y alianzas con los
poderes políticos y económicos, que la retienen y la reducen a la impotencia
en los ambientes de los hombres sencillos? No lo conseguiremos mientras la
mantengamos de espaldas a la vida real de los hombres del pueblo o
mirándolos de lejos y con muchas precauciones.
La misión que Jesús emprende es la de liberar al pueblo de todas sus
esclavitudes: dar la "vista" a los ciegos, el "oído" a los sordos, la
"libertad" a los cautivos, la "buena noticia" a los pobres... (Lc 4,18). Una
misión que no se reduce al plano espiritual. Entonces: Iglesia de Cristo,
¿qué dices de ti misma?
(FRANCISCO BARTOLOMÉ GONZÁLEZ, ACERCAMIENTO A JESÚS DE NAZARET - 1,
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 313-320)
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Aplicación: Ana M. Cortés - Vió a Jesús que venía hacia él
El Evangelio de hoy es de lo más expresivo en su redacción. Juan Bautista,
dice Juan Evangelista, "vio a Jesús que venía hacia él". Parece ser que el
Bautista fue completamente consciente de lo que se "le venía encima". Y no
se arredró.
Juan había nacido para desbrozar terrenos, para terraplenar, para señalar
con el dedo quién iba a ser el que conduciría al hombre hacia la luz. No iba
a ser fácil su misión. Posiblemente en ningún momento de su vida tuvo tan
clara su vocación como en el que se presentó ante él ese perfecto
desconocido que le pedía, como muchos de los que con él estaban, que lo
bautizase. Juan descubrió rápidamente, que estaba preparado para ello, que
era el gran momento de su vida, el que había estado esperando con auténtica
inquietud, aquel momento por el que se esforzaba y por el que, lo veía
clarísimo, merecía la pena vivir y hasta morir. Y no dudó: bautizó a Jesús;
lo calificó. Ese es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, lo
mostró y lo sigue mostrando a los hombres y personalmente quedó ligado para
siempre a aquel Hombre en cuya mirada se había encontrado con Dios. No sé si
en ese momento Juan vislumbró que ese encuentro le iba a costar la vida,
pero si lo presumió no retrocedió un ápice su compromiso.
Juan es la perfecta figura del cristiano porque un cristiano no es otra cosa
que un hombre (donde digo hombre léase mujer) que, en un momento determinado
de su vida, ha visto a Jesús "que venía hacia él". Y aquí querría hacer un
momento de reflexión y preguntar, o mejor, preguntarnos ¿de verdad somos
conscientes como lo fue Juan, de que Jesús ha venido hacia nosotros y por
eso somos cristianos? o ¿somos cristianos porque alguien se tomó la molestia
de bautizarnos y seguimos en la Iglesia por una inercia acomodaticia y
adormecedora? Es evidente que, en nuestra historia personal, todos podríamos
señalar, sin lugar a dudas, encuentros que han incidido fuertemente en
nosotros. Quizá fue el momento de elegir una profesión, o el del encuentro
con la persona que, a partir de entonces, ha sido nuestro otro "yo" o el de
la decisión valiente o cobarde que nos hizo distinguirnos o, por el
contrario, perdernos con la corriente mayoritaria del momento. Sin
equivocarnos todos podríamos dar fechas exactas o lugares inolvidables en
los que esos acontecimientos se han producido. Dudo que los cristianos
pudiéramos recordar ese momento en el que Jesús "vino hacia nosotros" y
afianzó o cambió el rumbo de nuestra vida; dudo que podamos señalar
nítidamente, como hacemos con los momentos realmente trascendentes de
nuestra peripecia personal, el momento en el que decidimos SER cristianos y
pongo SER con mayúscula porque el cristianismo hace referencia a la
existencia sin que nada de lo que con ella tiene relación puede quedar al
margen de la elección que, se supone, hemos hecho.
Estoy segura de que Juan no olvidó nunca, en el corto periodo de tiempo que
le quedó para recordarlo, ese momento en el que a pleno día Jesús "vino
hacia él" y le dio la seguridad absoluta de que no se había equivocado al
elegir su camino. Y lo recordaría nítidamente en la cárcel cuando seguía
diciéndoles a los suyos que siguieran preguntando a Jesús si debían seguir
esperando o ya se había cumplido la promesa que a él lo había mantenido en
pie. Y seguiría recordando este momento cuando a la cárcel entró el verdugo
y de un golpe certero le seccionó la cabeza para ofrecerla, como casi
siempre, a la exigencia de la estupidez humana.
Cierto que no a todos los cristianos se les pondrá en situación tan apurada
y trágica como a Juan, aun cuando algunos de los que hemos conocido y
seguido sí que han vivido situaciones similares en los que evidentemente,
habrán recordado el momento de su encuentro con Cristo y el compromiso total
que ese encuentro les ha supuesto; pero no es menos cierto que a lo largo de
la vida, a todo cristiano se les presentan montones de ocasiones en las que
es necesario recordar cuando decidimos que merecía la pena reconocer a Jesús
como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo; porque es muy posible
que esas ocasiones ante las que nos debatimos tengan mucho que ver con el
pecado fundamental del mundo actual: el pecado de oscurecer la luz, de hacer
que el hombre se centre fundamentalmente en sí mismo y considere "vivir y
comer" (tomada la frase en toda su amplitud) como la finalidad primordial de
su vida. Es muy posible que necesitemos precisar con toda exactitud el
momento de nuestro encuentro con Cristo cuando decidimos ser honestos en la
profesión, cuando aceptamos con espíritu de servicio una responsabilidad
pública y sabemos dejarla sin incidir en la corrupción, el aprovechamiento
propio o el abuso de poder; cuando demostramos que el amor está más allá del
placer y puede durar en la alegría y el dolor, en la salud y en la
enfermedad, en los gozos y en las sombras; cuando creemos de verdad que el
prójimo es nuestro próximo y nada de lo que le afecte puede dejarnos
indiferentes aunque ese prójimo nos parezca pequeño e insignificante. Y
entonces, menos.
Nuestro mundo está empeñado y el empeño no es nuevo, en hacernos caminar en
la tiniebla. El cristiano tiene un empeño completamente distinto; no es
fácil conseguirlo. Por eso necesitamos tener "memoria histórica" de ese
momento en el que nos encontramos frente a frente con Cristo y decidimos no
solo seguirle, sino mostrarlo al mundo. Pero el problema, repito, es saber
si se ha producido este momento. Juan lo tuvo y pagó por ello. No le
importó. Me imagino que volvería a hacerlo cuantas veces tuviera ocasión.
(ANA Mª CORTÉS, DABAR 1993/10)
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Aplicación: Santos Benetti - Bautismo en el Espíritu
1. Jesús, el elegido, nos unge con su mismo Espíritu
La liturgia de este domingo la debemos considerar como complemento y
continuación de la de Epifanía, ya que, además de la idea de universalidad
de la fe, se acentúa el papel del Espíritu Santo tanto en el anuncio como en
la obra de la evangelización; tanto en el bautismo y unción de Jesús como en
el bautismo de los convertidos a la fe.
El evangelio que hemos leído no es una anécdota más o menos interesante de
la vida de Jesús. Es, sí, una narración que en sus símbolos y palabras nos
urge a profundizar lo que anunciara el Bautista: «Yo os bautizo con agua,
pero El os bautizará con el Espíritu Santo. Hoy, pues, continuaremos con
nuestras reflexiones sobre el sentido de este bautismo «con» o «en» el
Espíritu Santo, ya iniciadas en el segundo domingo de Adviento.
Tendremos como guía lo que nos narra el libro de los Hechos de los Apóstoles
en su capítulo 10, analizando el texto del discurso de Pedro en todo su
contexto para comprenderlo mejor.
a) La Iglesia se hallaba encerrada en Jerusalén sin comprender aún el
alcance universalista del mensaje de Cristo. El mismo Pedro no encontraba el
camino.
b) Fue entonces cuando entró en acción el Espíritu. Mientras Cornelio era
avisado por el Señor acerca de la presencia de Pedro y de que sus oraciones
habían sido escuchadas, Pedro tiene una visión en la terraza de la casa
donde se hospedaba. En la visión una voz le sugería que comiera de toda
clase de animales impuros para los judíos, símbolo de los paganos con
quienes los judeo-cristianos no querían tener relación por temor a
contaminarse cultualmente.
Pedro, sin embargo, no se atreve y sigue en sus cavilaciones cuando llegan
los hombres enviados por Cornelio. Lucas nos da ahora este significativo
dato: «Mientras Pedro seguía pensando en la visión, le dijo el Espíritu:
"Allí hay unos hombres que te buscan. Baja, pues, en seguida y vete con
ellos sin vacilar, pues Yo los he enviado..."» Importante detalle del autor
de los Hechos: es el Espíritu quien envió a los delegados de Cornelio, y es
el Espíritu el que envía a Pedro a la casa de Cornelio.
c) Guiado por el Espíritu, Pedro penetra en la casa del centurión romano,
escucha el relato de su visión y contesta con el discurso que hoy hemos
leído. En su discurso, uno de los más importantes de los Hechos, luego de
testimoniar que «Dios no hace acepción de personas» y que en cualquier
nación "todo el que le teme y practica la justicia le es agradable", anuncia
el Evangelio de Jesucristo, recordando como primera cosa que Jesús "fue
ungido por el Espíritu Santo que lo llenó de poder".
El evangelio que hoy hemos leído alude a tan importante aspecto de la vida
de Cristo, en total acuerdo y consonancia con el texto de Isaías (primera
lectura): "Este es mi servidor, mi elegido. Yo he puesto mi Espíritu sobre
él para que lleve la justicia a las naciones".
d) Estaba Pedro aún hablando, cuando, por primera vez en la historia del
cristianismo, el Espíritu Santo irrumpe sobre los paganos ante la admiración
de los judeo-cristianos. Pedro reacciona ante este nuevo Pentecostés y dice:
"¿Acaso puede alguno negar el agua del bautismo a éstos, que han recibido el
Espíritu Santo como nosotros?" Y Cornelio con toda su familia fueron
bautizados. De esta forma Lucas, fiel al mensaje de Pentecostés, nos orienta
hacia varias conclusiones de suma importancia en la vida del cristianismo:
--Al ser Jesús bautizado, el Espíritu lo consagró para una misión
específica. El bautismo es la elección que Dios hace del candidato para que
se comprometa de determinada manera con el proceso histórico de su pueblo.
--El mismo Espíritu obra permanentemente sobre la Iglesia para que sea fiel
a la misión universalista de Jesús, bautizando a los nuevos pueblos en ese
mismo Espíritu que hace de todos el único pueblo de Dios.
--El Espíritu de Dios obra en todos los hombres que buscan sinceramente la
justicia, por lo que el bautismo con agua es sólo un signo de una
pertenencia interior al Reino. Una nueva lectura del texto de Mateo nos hace
descubrir, al mismo tiempo, otros interesantes puntos de reflexión.
2. Amplio significado del bautismo en el Espíritu
Ya sabemos cómo los evangelistas insisten en que el bautismo de Jesucristo,
bautismo en el Espíritu, es mucho más que el bautismo con agua que
administraba Juan. ¿Qué puede significar este nuevo bautismo? a) Por un
lado, como ya lo hemos visto varias veces, el Espíritu (soplo, viento) se
manifiesta como la «fuerza o poder de Dios», que empuja como viento
impetuoso tanto a Jesús como a los apóstoles a cumplir la obra salvadora.
En este sentido, bautizarse en el Espíritu es recibir el poder de Dios, que
despliega en el mundo una acción liberadora: "Yo, el Señor, te he llamado
con justicia como luz de las naciones, para que abras los ojos a los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión y de la mazmorra a los que habitan en
las tinieblas." El elegido por el Espíritu «promoverá fielmente el derecho y
no vacilará... hasta implantar la justicia en la tierra y las leyes que
esperan las islas» (primera lectura).
El bautismo cristiano es concebido como una tarea del Espíritu por medio de
la cual unge o consagra al bautizado para una misión específica; separa al
hombre y lo elige para un determinado plan; de aquí que en el momento de ser
bautizados se nos da un «nombre», una cédula de identidad que nos identifica
como pertenecientes al pueblo de Dios, como miembros adultos y responsables.
Es un bautismo dinámico como lo fue el de Jesús, quien en seguida después de
ser bautizado, más que por Juan por el Espíritu, inicia la predicación y
realiza sus milagros, verdaderos signos de que lo anunciado por Isaías es ya
una realidad.
Podemos decir, entonces, que bautizarse en eI Espíritu es sentirse
«elegido-sostenido- llamado-llevado de la mano-formado-constituido» como
"servidor de Dios", como hombres destinados a ejercer la profesión de
libertadores y evangelizadores.
Sintetizando este primer aspecto, releemos la frase de Pedro: «Dios ungió a
Jesús de Nazaret -con el Espíritu Santo- llenándolo de poder.» b) Pero
también nos dice Mateo que, al ser bautizado Jesús, el Espíritu descendió
sobre él "en forma de paloma". Este símbolo no está puesto en vano en el
texto.
ES/PAJARO ES/SIMBOLOS: En efecto, el pájaro, debido a sus particulares
cualidades «espirituales» (vuela, se mueve con rapidez y agilidad, asciende
y desciende apareciendo en cualquier parte, se remonta hacia el cielo y baja
desde las nubes, es empujado por el viento, actúa con soberana libertad,
etc.), es un símbolo de esta presencia tan especial del Espíritu Santo en
sus elegidos.
Siguiendo este simbolismo, podríamos decir que el Espíritu nos vuelve
pájaros, quitándonos la pesadez y las ataduras de un hombre oprimido y
alienado, para orientarnos hacia alturas insospechadas. (Observemos de paso
que en las antiguas mitologías el pájaro era símbolo de apetito de
trascendencia del hombre y de su carácter casi divino. Basta recordar el
mito de Icaro que pretende llegar hasta el sol como un pájaro que supera la
aplastante situación del hombre.) Como primera conclusión de estas
reflexiones del texto de Mateo, podemos entrever por qué los evangelistas
asignan tanta importancia al bautismo, y qué lejos está este bautismo de ese
rito tradicional en el que, si no hay signos del Espíritu, hasta la misma
agua parece escasear.
Entendemos, por lo tanto, que la renovación de la pastoral del bautismo no
puede hacerse de espaldas a todo el contexto que supone el bautismo. Siempre
el candidato al bautismo ha de ser un hombre adulto capaz de asumir su
misión específica de liberador y evangelizador; y aun cuando el rito
bautismal se ejerza sobre recién nacidos, queda en pie la necesidad de que
ese bautismo, sólo en semilla, madure hasta alcanzar las dimensiones que le
asigna el Espíritu.
La discusión sobre el bautismo no es un problema de edad del candidato, sino
de madurez a la que el candidato es llamado. No basta bautizar a los niños;
hace falta que los bautizados por el rito se sientan elegidos y acepten
libremente esa elección, dejándose invadir por el Espíritu que los invita a
una tarea no ciertamente fácil.
También nosotros estamos bautizados ritualmente, pero ¿es eso todo lo que
nos dice el Evangelio? ¿Tendrá nuestra comunidad cristiana el coraje de
afrontar este problema sin ponerle trabas al Espíritu...?
3. Nuevas implicaciones del bautismo del Espíritu
Sin desprendernos de los textos que hoy ocupan el centro de nuestras
reflexiones, podemos descubrir, aunque sólo sea brevemente, otros aspectos
de este ser bautizados con el Espíritu Santo. ¿Qué más implica este
bautismo? a) Implica una actitud de apertura y obediencia a Dios, que nos
trae sus criterios amplios y trascendentes frente a tanta miopía y chatedad.
¿Ejemplos?
Cornelio, que se abre a la voz divina y envía a sus hombres por un
desconocido, judío por añadidura. Pedro, tan encerrado en su miedo y en su
tabú de no mancharse con el contacto de los paganos, que se deja llevar por
la voz del Espíritu, como lo hiciera el día de Pentecostés. Otro ejemplo es
María, sobre cuya apertura al Espíritu hemos reflexionado semanas atrás.
También Pablo tuvo que abandonar su actitud de odio a la Iglesia para hacer
el camino totalmente a la inversa...
Conclusión: condición esencial para recibir el bautismo del Espíritu es
desprendernos de nuestro ego, de nuestros esquemas cerrados, de nuestra
dulce comodidad. Necesitamos dejarnos invadir por este viento renovador que
nos lleva mucho más allá de nuestros cálculos y especulaciones, de nuestras
tradiciones, teologías y códigos religiosos.
b) Implica un compromiso con la justicia y la salvación de Dios. Jesús,
después de su bautismo, «pasó haciendo el bien, curando a los que habían
caído en poder del demonio, porque Dios estaba con él» (segunda lectura).
c ) Exige que trabajemos por la unidad y la reconciliación de todos los
hombres: "Yo te constituí lazo de unión entre los pueblos" (Isaías); «Dios
no hace acepción de personas» (Pedro).
d) Exige la vivencia de la igualdad y de la real fraternidad: el Espíritu,
al hacernos miembros del único cuerpo de Cristo, nos transforma en hijos muy
queridos de Dios, unidos por una fraternidad de lazos más estables que los
de la raza o la cultura.
Como vemos, no hace falta buscar más textos bíblicos para comenzar a
comprender lo que significa este bautismo del Espíritu. Lo que sí debe
preocuparnos es hasta qué punto tan hermosas reflexiones pueden
transformarse en actitudes y en hechos concretos. En efecto, todos estamos
bautizados con agua según consta por nuestro certificado de bautismo. Ahora
nos queda lo más importante: dejarnos invadir por la fuerza del Espíritu.
Para esto, será conveniente que no pasemos por alto un significativo
detalle: el Espíritu obra en quienes saben recogerse en la oración y la
reflexión de la Palabra de Dios. En efecto: el Espíritu desciende sobre
Jesús después de sus cuarenta días en el desierto; habla a Cornelio, hombre
"piadoso y temeroso de Dios que continuamente oraba a Dios" (He 10,2), y le
habla a Pedro cuando éste estaba en la terraza «hacia el mediodía para hacer
oración» (10,9).
Quizá hoy toda la Iglesia necesite apartarse un tiempo en el desierto para
purificarse de tanto polvo acumulado en los siglos, dejándose invadir por el
Espíritu, que sopla fuertemente sobre muchos hombres que aman la justicia.
No es la polémica ni la defensa ciega de privilegios y tradiciones el mejor
marco para escuchar al Espíritu.
No es el apego a nuestra comodidad la mejor oportunidad para comprometernos
con esta misión, clara y precisa, a la que el Bautismo del Espíritu nos
convoca. Un poco de meditación y de oración puede abrir en nuestra vida esa
ventana por la que el pájaro de la libertad puede penetrar para posarse
sobre nosotros, elegidos como luz de los pueblos...
(SANTOS BENETTI, CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A. 1º, EDICIONES PAULINAS.MADRID
1977.Págs. 178 ss.)
Cargar con los pecados de los demás
El Padre Anchieta, perdido en la selva
El padre Anchieta, religioso de la Compañía de Jesús fue famoso misionero
en las tierras del Brasil.
Un día, andando por la selva, se perdió en ella. Por más vueltas y pesquisas
que daba en la espesura del bosque no encontraba el camino por donde tenía
que ir. Después de bastante caminar, encontró a un anciano. Este, al ver al
misionero, le dijo: 'Ven pronto, que hace tiempo que te espero'. Sorprendido
el padre Anchieta ante aquella revelación, le dijo: '¿Cómo así?' El anciano
le contestó: 'Yo anhelo el camino recto y la felicidad después de la
muerte'. El padre le examinó y comprobó que era pagano, pero que había
vivido rectamente, cumpliendo los preceptos del derecho natural.
El padre Anchieta le instruyó brevemente en las verdades fundamentales de la
religión católica. Pero al ir a bautizarlo, no encontró ningún manantial de
agua. Entonces recogió el rocío de las hojas de los árboles y bautizó al
anciano. Le puso por nombre Adán. Su alma se iluminó con la hermosura de
la gracia santificante.
El anciano murió en seguida de recibir el Bautismo, dando gracias a Dios por
aquel tan gran beneficio.
(Cortesía: iveargentina.org y NBCD)