La Sagrada Familia, Jesús, María y José - Domingo dentro a la Octava de Navidad A-B-C: Preparemos con los comentarios de sabios y santos la Acogida de la Palabra proclamada durante la Celebración Eucarística
Recursos adicionales para la preparación
A su servicio
Exégesis: Fray Justo Pérez de Urbel, OSB - EN EL
DESTiERRo Mt 2, 13-22
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - El servicio de la paternidad
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - POR QUÉ NO
SE SALVAN JUNTOS EL NIÑO Y LOS MAGOS
Aplicación: San Juan Pablo II - Situación de la familia en el mundo de hoy
Aplicación: San Juan Pablo II - Fiesta de la Sagrada Familia
Aplicación: Benedicto XVI - La Sagrada Familia de Nazaret es
verdaderamente el «prototipo» de toda familia cristiana
Aplicación: J.
Gomis - Aprendemos a ser Familia
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentarios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: Fray Justo Pérez de Urbel, OSB - EN EL
DESTiERRo Mt 2,
13-22
La presencia de los Magos fue como un relámpago de gloria sobre la infancia
de Jesús. Poco después de llegar,
al día siguiente, ellos partieron, dejando una estela de comentarios y
habladurías. Pero, cuando más ufanos estaban de poder contar a Herodes las
cosas que habían visto y oído, recibieron en sueños la orden de volver a su
tierra por un camino distinto. Dejando, pues, la ruta de Jerusalén y Jericó,
atravesaron los campos betlemitas para dirigirse, entre páramos y barrancos,
a ganar el camino, que, tocando la fortaleza herodiana de Masada, se dirigía
a la Transjordania, después de costear la ribera occidental del mar Muerto.
"Y luego que los Magos se fueron-dice el evangelista-, aparecióse a José en
sueños el ángel del Señor, y le dijo: "Levántate, toma al Niño y a su Madre,
y huye a Egipto, y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes ha de
buscar al Niño para matarlo". Jefe de la .Sagrada Familia, San José cumple
su misión de protegerla y librarla de los peligros. Se levanta
inmediatamente, y, a favor de las tinieblas, huye aquella misma noche, y se
dirige hacia Egipto, a través del desierto. Son tres o cuatro días de viaje
por un camino en el que todavía se puede ver la estatuca que nos presenta la
pintura cristiana, al reproducir este pasaje del Evangelio: una mujer,
envuelta en sus blancos vestidos, sentada sobre un asno; un niño, que duerme
tranquilamente, agazapado en su regazo, y un hombre que camina al lado como
guía y que de cuando en cuando se acerca solícito a la mujer. Aquella fuga
en medio de la noche es considerada por la piedad cristiana como uno de los
siete dolores de María.
Fue, ciertamente, una prueba llena de sobresaltos y terrores, de fatigas y
penalidades. Lentamente, al paso del borriquillo, tratando de seguir las
pistas menos holladas por las caravanas, avanzaban los fugitivos, sin
olvidar un solo momento que los esbirros del rey podían súbitamente
interceptar sus pasos. Con relativa rapidez pudieron dejar atrás el camino
que lleva de Belén a Hebrón y de Hebrón a Bersabée. Aquí comenzaba, y
comienza todavía, la estepa desolada, que no tarda en convertirse en el
árido desierto, en el clásico mar de arena, donde no se ve ni un junco,
donde no crece una hierba, donde la vista no encuentra ni un hilito de agua.
Era el desierto de Idumea, que cincuenta años antes habían atravesado las
legiones de Gabinio, expertas en marchas fatigosas, y que, no obstante,
estaban más aterradas de aquella travesía que de los combates que les
aguardaban en Egipto; el que cruzará setenta años después el ejército de
Tito en sentido inverso, cuando venga a destruir Jerusalén. Los apócrifos
nos pintan un viaje triunfal, en el cual las fieras corrían a ponerse a los
pies de Jesús; las fuentes brotaban a su paso, los árboles inclinaban sus
ramas para hacerle sombra, las palmeras inclinaban sus palmas para ofrecer
sus dátiles, hasta los bandidos les proveían de los alimentos necesarios. La
realidad debió ser muy distinta: el cansancio, la sed, las noches al raso,
el polvo levantado por el viento, el calor sofocante, la nebulosidad de la
llanura arenosa, tales fueron los principales motivos de la pena que
acongojaba a los peregrinos. Y a ellos se juntaba otro mayor: el temor de
los soldados de Herodes. Así hasta Riconolura, frontera del reino de Judea,
hasta el "arroyo de Egipto", el ancho lecho del río que servía de frontera y
que casi nunca llevaba agua. Ya estaban a salvo.
EL REToRno
María y José vivían en Egipto ajenos a todos estos horrores e intrigas de la
ambición. En aquel país extraño para ellos, entre canales de agua
rojoparduzca, donde flotaban los barcos veleros y donde las ruedas de las
norias gemían constantemente, el humilde carpintero trabajaba en silencio,
aguardando una nueva manifestación de la voluntad divina, aunque
apesadumbrado siempre por el espectáculo de tantas supersticio nes, de
tantos ídolos, de ritos y procesiones y mitologías tan groseras, de estatuas
tan numerosas, tan monstruosas y tan ridículas. Al fin llegó la hora del
regreso. "Muerto Herodes-dice San Mateo-, un ángel del Señor se apareció en
sueños a José, y le dijo: "Toma al Niño y a su Madre y vuelve a la tierra de
Israel, porque ya han muerto los que querían matar al Niño." Los tres
desterrados atraviesan otra vez el desierto, y, al pasar la frontera, les
informan de la nueva situación política de Palestina.
En un principio, José había pensado dirigirse a Belén, tal vez porque la
cercanía con la capital le ofreciese condiciones favorables de trabajo, o
bien porque consideraba que, como hijo de David, Jesús debía crecer en la
ciudad de su glorioso antepasado; pero, al saber que en Je- rusalén, donde
no se habían borrado todavía las huellas del paso de los Magos, reinaba un
hijo de Herodes, que había empezado a descubrir una crueldad semejante a la
de su padre, la duda vuelve a intranquilizar su espíritu, hasta que
recibe en sueños la orden de establecerse en Nazaret. De esta manera,
observa San Mateo, se cumplieron dos antiguas profecías. Hablando en nombre
de Dios, había dicho Oseas: "De Egipto llamé a mi Hijo"; y, recogiendo más
bien el espíritu que la letra de los profetas mesiánicos, pudo citar el
evangelista esta frase, que textualmente falta en el Antiguo Testamento:
"Será llamado nazareno". Tal vez con ella quiere el evangelista aludir a la
conocida profecía de Isaías: "Saldrá un tallo del tronco de José, y de su
raíz florecerá un brote". Brote en hebreo es neser, etimología del nombre de
Nazaret, según querían los nazarenos. Por lo demás, el carácter mesiánico de
este pasaje es reconocido por toda la tradición rabínica. Es posible también
que San Mateo, con motivo del nombre de Nazaret, recuerde el nazirato, el
estado del nazareno, es decir, el estado de aquel que se consagraba a Dios,
como Sansón, que fue llamado Nazir de Dios desde sus primeros ata, y en el
cual se veneraba un símbolo del Mesías, como salvador que había sido del
pueblo escogido. "Citando los profetas en general-dice San Jerónimo-, nos da
entender San Mateo que toma de la Escritura, no la frase, sino el sentido".
(FRAy JUSTo
PERES DE URbEL
oSb , Vida de Cristo, Rialp Madrid 1987, 79-81.83-85)
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Comentario Teológico: Beato Juan Pablo II - El servicio de la paternidad
7. Como se deduce de los textos evangélicos, el matrimonio con María es el
fundamento jurídico de la paternidad de José. Es para asegurar la protección
paterna a Jesús por lo que Dios elige a José como esposo de María. Se sigue
de esto que la paternidad de José -una relación que lo sitúa lo más cerca
posible de Jesús, término de toda elección y predestinación (cf. Rom 8, 28
s.)- pasa a través del matrimonio con María, es decir, a través de la
familia.
Los evangelistas, aun afirmando claramente que Jesús ha sido concebido por
obra del Espíritu Santo y que en aquel matrimonio se ha conservado la
virginidad (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38), llaman a José esposo de María y a
María esposa de José (cf. Mt 1, 16. 18-20. 24; Lc 1, 27; 2, 5).
Y también para la Iglesia, si es importante profesar la concepción virginal
de Jesús, no lo es menos defender el matrimonio de María con José , porque
jurídicamente depende de este matrimonio la paternidad de José. De aquí se
comprende por qué las generaciones han sido enumeradas según la genealogía
de José. "¿Por qué -se pregunta san Agustín- no debían serlo a través de
José? ¿No era tal vez José el marido de María? (...) La Escritura afirma,
por medio de la autoridad angélica, que él era el marido. No temas, dice,
recibir en tu casa a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del
Espíritu Santo. Se le ordena poner el nombre del niño, aunque no fuera fruto
suyo. Ella, añade, dará a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. La
Escritura sabe que Jesús no ha nacido de la semilla de José, porque a él,
preocupado por el origen de la gravidez de ella, se le ha dicho: es obra del
Espíritu Santo. Y, no obstante, no se le quita la autoridad paterna, visto
que se le ordena poner el nombre al niño. Finalmente, aun la misma Virgen
María, plenamente consciente de no haber
concebido a Cristo por medio de la unión conyugal con él, le llama sin
embargo padre de Cristo".[12]
El hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial
que les une: "A raíz de aquel matrimonio fiel ambos merecieron ser llamados
padres de Cristo; no sólo aquella madre, sino también aquel
padre, del mismo modo que era esposo de su madre, ambos por medio de la
mente, no de la carne".[13] En este matrimonio no faltaron los requisitos
necesarios para su constitución: "En los padres de Cristo se han cumplido
todos los bienes del matrimonio: la prole, la fidelidad y el sacramento.
Conocemos la prole , que es el mismo Señor Jesús; la fidelidad, porque no
existe adulterio; el sacramento, porque no hay divorcio".[14]
Analizando la naturaleza del matrimonio, tanto san Agustín como santo Tomás
la ponen siempre en la "indivisible unión espiritual", en la "unión de los
corazones", en el "consentimiento", [15] elementos que en aquel matrimonio
se han manifestado de modo ejemplar. En el momento culminante de la historia
de la salvación, cuando Dios revela su amor a la humanidad mediante el don
del Verbo, es precisamente el matrimonio de María y José el que realiza en
plena "libertad" el "don esponsal de sí" al acoger y expresar tal amor. [16]
"En esta grande obra de renovación de todas las cosas en Cristo, el
matrimonio, purificado y renovado, se convierte en una realidad nueva, en un
sacramento de la nueva Alianza. Y he aquí que en el umbral del Nuevo
Testamento, como ya al comienzo del Antiguo, hay una pareja. Pero, mientras
la de Adán y Eva había sido fuente del mal que ha inundado al mundo, la de
José y María constituye el vértice, por medio del cual la santidad se
esparce por toda la tierra. El Salvador ha iniciado la obra de la salvación
con esta unión virginal y santa, en la que se manifiesta su omnipotente
voluntad de purificar y santificar la familia, santuario de amor y cuna de
la vida".[17]
¡Cuántas enseñanzas se derivan de todo esto para la familia! Porque "la
esencia y el cometido de la familia son definidos en última instancia por el
amor" y "la familia recibe la misión de custodiar, revelar y comunicar el
amor, como reflejo vivo y participación real del amor de Dios por la
humanidad y del amor de Cristo Señor por la Iglesia su esposa";[18] es en la
sagrada Familia, en esta originaria "iglesia doméstica",[19] donde todas las
familias cristianas deben mirarse. En efecto, "por un misterioso designio de
Dios, en ella vivió escondido largos
años el Hijo de Dios: es pues el prototipo y ejemplo de todas las familias
cristianas". [20]
8. San José ha sido llamado por Dios para servir directamente a la persona y
a la misión de Jesús mediante el ejercicio de su paternidad; de este modo él
coopera en la plenitud de los tiempos en el gran misterio de la redención y
es verdaderamente "ministro de la salvación".[21] Su paternidad se ha
expresado concretamente
"al haber hecho de su vida un servicio, un sacrificio, al misterio de la
encarnación y a la misión redentora que está unida a él; al haber hecho uso
de la autoridad legal, que le correspondía sobre la Sagrada Familia, para
hacerle don total de sí, de su vida y de su trabajo; al haber convertido su
vocación humana al amor doméstico con la oblación sobrehumana de sí, de su
corazón y de toda capacidad, en el amor puesto al servicio del Mesías,
que crece en su casa". [22]
La liturgia, al recordar que han sido confiados "a la fiel custodia de san
José los primeros misterios de la salvación de los hombres", [23] precisa
también que "Dios le ha puesto al cuidado de su familia, como siervo fiel y
prudente, para que custodiara como padre a su Hijo unigénito".[24] León XIII
subraya la sublimidad de esta misión: "El se impone entre todos por su
augusta dignidad, dado que por disposición divina fue custodio y, en la
creencia de los hombres, padre del Hijo de Dios. De donde se seguía que el
Verbo de Dios se sometiera a José, le
obedeciera y le diera aquel honor y aquella reverencia que los hijos deben a
su propio padre".[25]
Al no ser concebible que a una misión tan sublime no correspondan las
cualidades exigidas para llevarla a cabo de forma adecuada, es necesario
reconocer que José tuvo hacia Jesús "por don especial del cielo, todo aquel
amor natural, toda aquella afectuosa solicitud que el corazón de un padre
pueda conocer".[26]
Con la potestad paterna sobre Jesús, Dios ha otorgado también a José el amor
correspondiente, aquel amor que tiene su fuente en el Padre, "de quien toma
nombre toda familia en el cielo y en la tierra" ( Ef 3, 15).
En los Evangelios se expone claramente la tarea paterna de José respecto a
Jesús. De hecho, la salvación, que pasa a través de la humanidad de Jesús,
se realiza en los gestos que forman parte diariamente de la vida familiar,
respetando aquella "condescendencia" inherente a la economía de la
encarnación. Los Evangelistas están muy atentos en mostrar cómo en la vida
de Jesús nada se deja a la casualidad y todo se desarrolla según un plan
divinamente preestablecido. La fórmula repetida a menudo: "Así sucedió, para
que se cumplieran..." y la referencia del acontecimiento descrito a un texto
del Antiguo Testamento, tienden a subrayar la unidad y la continuidad del
proyecto, que alcanza en Cristo su cumplimiento.
Con la encarnación las "promesas" y las "figuras" del Antiguo Testamento se
hacen "realidad": lugares, personas, hechos y ritos se entremezclan según
precisas órdenes divinas, transmitidas mediante el ministerio angélico y
recibidos por criaturas particularmente sensibles a la voz de Dios. María es
la humilde sierva del Señor, preparada desde la eternidad para la misión de
ser Madre de Dios; José es aquel que Dios ha elegido para ser "el
coordinador del nacimiento del Señor",[27] aquél que tiene el encargo de
proveer a la inserción "ordenada" del Hijo de Dios en el mundo, en el
respeto de las disposiciones divinas y de las leyes humanas. Toda la vida,
tanto "privada" como "escondida" de Jesús ha sido confiada a su custodia.
El censo
9. Dirigiéndose a Belén para el censo, de acuerdo con las disposiciones
emanadas por la autoridad legítima, José, respecto al niño, cumplió la tarea
importante y significativa de inscribir oficialmente el nombre "Jesús, hijo
de José de Nazaret" (cf. Jn 1, 45) en el registro del Imperio. Esta
inscripción manifiesta de modo evidente la pertenencia de Jesús al género
humano, hombre entre los hombres, ciudadano de este mundo, sujeto a las
leyes e instituciones civiles, pero también "salvador del mundo". Orígenes
describe acertadamente el significado teológico inherente a este hecho
histórico, ciertamente nada marginal: "Dado que el primer censo de toda la
tierra acaeció bajo César Augusto y, como todos los demás, también José se
hizo registrar junto con María su esposa, que estaba encinta, Jesús nació
antes de que el censo se hubiera llevado a cabo; a quien considere esto con
profunda atención, le parecerá ver una especie de misterio en el hecho de
que en la declaración de toda la tierra debiera ser censado Cristo. De este
modo, registrado con todos, podía santificar a todos; inscrito en el censo
con toda la tierra, a la tierra ofrecía la comunión consigo; y después de
esta declaración escribía a todos los hombres de la tierra en el libro de
los vivos, de modo que cuantos hubieran creído en él, fueran luego
registrados en el cielo con los Santos de Aquel a quien se debe la gloria y
el poder por los siglos de los siglos. Amén". [28]
El nacimiento en Belén
10. Como depositarios del misterio "escondido desde siglos en Dios" y que
empieza a realizarse ante sus ojos
"en la plenitud de los tiempos", José es con María, en la noche de Belén,
testigo privilegiado de la venida del Hijo de Dios al mundo. Así lo narra
Lucas: "Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los
días del alumbramiento, y dio a luz su hijo primogénito, le envolvió en
pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento"
( Lc 2, 6-7).
José fue testigo ocular de este nacimiento, acaecido en condiciones
humanamente humillantes, primer anuncio de aquel "anonadamiento" ( Flp 2,
5-8), al que Cristo libremente consintió para redimir los pecados. Al mismo
tiempo José fue testigo de la adoración de los pastores, llegados al lugar
del nacimiento de Jesús después de que el ángel les había traído esta grande
y gozosa nueva (cf. Lc 2, 15-16); más tarde fue también testigo de la
adoración de los Magos, venidos de Oriente (cf. Mt 2, 11).
La circuncisión
11. Siendo la circuncisión del hijo el primer deber religioso del padre,
José con este rito (cf. Lc 2, 21) ejercita su derecho-deber respecto a
Jesús.
El principio según el cual todos los ritos del Antiguo Testamento son una
sombra de la realidad (cf. Heb 9, 9 s.;
10, 1), explica el por qué Jesús los acepta. Como para los otros ritos,
también el de la circuncisión halla en Jesús el "cumplimiento". La Alianza
de Dios con Abraham, de la cual la circuncisión era signo (cf. Jn 17, 13),
alcanza en Jesús su pleno efecto y su perfecta realización, siendo Jesús el
"sí" de todas las antiguas promesas (cf. 2 Cor 1,
20).
La imposición del nombre
12. En la circuncisión, José impone al niño el nombre de Jesús. Este nombre
es el único en el que se halla la salvación (cf. Act 4, 12); y a José le
había sido revelado el significado en el instante de su "anunciación": "Y tú
le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (
Mt 1, 21). Al imponer el nombre, José declara su paternidad legal sobre
Jesús y, al proclamar el nombre, proclama también su misión salvadora.
La presentación de Jesús en el templo
13. Este rito, narrado por Lucas (2, 2 ss.), incluye el rescate del
primogénito e ilumina la posterior permanencia de Jesús a los doce años de
edad en el templo.
El rescate del primogénito es otro deber del padre, que es cumplido por
José. En el primogénito estaba representado el pueblo de la Alianza,
rescatado de la esclavitud para pertenecer a Dios. También en esto, Jesús,
que es el verdadero "precio" del rescate (cf. 1 Cor 6, 20; 7, 23; 1 Ped 1,
19), no sólo "cumple" el rito del Antiguo Testamento, sino que, al mismo
tiempo, lo supera, al no ser él mismo un sujeto de rescate, sino el autor
mismo del rescate.
El Evangelista pone de manifiesto que "su padre y su madre estaban admirados
de lo que se decía de él" ( Lc 2,
33), y, de modo particular, de lo dicho por Simeó n, en su canto dirigido a
Dios, al indicar a Jesús como la
"salvación preparada por Dios a la vista de todos los pueblos" y "luz para
iluminar a los gentiles y gloria de su pueblo Israel" y, más adelante,
también "señal de contradicción" (cf. Lc 2, 30-34).
La huida a Egipto
14. Después de la presentación en el templo el evangelista Lucas hace notar:
"Así que cumplieron todas las cosas según la Ley del Señor, volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose
de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él" ( Lc 2, 39-40).
Pero, según el texto de Mateo, antes de este regreso a Galilea, hay que
situar un acontecimiento muy importante, para el que la Providencia divina
recurre nuevamente a José. Leemos: "Después que ellos (los Magos) se
retiraron, el ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo:
"Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí
hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar el niño para matarle"" ( Mt
2, 13). Con ocasión de la venida de los Magos de Oriente, Herodes supo del
nacimiento del "rey de los judíos" ( Mt 2, 2). Y cuando partieron los Magos
él "envió a matar a todos los niños de Belén y de toda la comarca, de dos
años para abajo" ( Mt 2, 16). De este modo, matando a todos, quería matar a
aquel recién nacido "rey de los judíos", de quien había tenido conocimiento
durante la visita de los magos a su corte. Entonces José, habiendo sido
advertido en sueños, "tomó al niño y a su madre y se retiró a Egipto; y
estuvo allí hasta la muerte de Herodes; para que se cumpliera el
oráculo del Señor por medio del profeta: "De Egipto llamé a mi hijo"" ( Mt
2, 14-15; cf. Os 11, 1).
De este modo, el camino de regreso de Jesús desde Belén a Nazaret pasó a
través de Egipto. Así como Israel había tomado la vía del éxodo "en
condición de esclavitud" para iniciar la Antigua Alianza, José, depositario
y cooperador del misterio providencial de Dios, custodia también en el
exilio a aquel que realiza la Nueva Alianza.
[12] S. Agustín, Sermo 51, 10, 16: PL 38, 342.
[13] S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I.
11, 12: PL 44, 421; cf. De consensu evangelistarum, II, 1, 2: PL , 34,
1071; Contra Faustum, III, 2: PL , 42, 214.
[14] S. Agustín, De nuptiis et concupiscentia, I,
11, 43: PL , 44, 421; cf. Contra Iulianum, V, 12, 46: PL , 44, 810.
[15] S. Agustín, Contra Faustum, XXIII, 8; PL 42,
470 ss.; De consensu evangelistarum, II, I, 3: PL 34, 1072; Sermo
51, 13, 21: PL , 38, 344 s.; S. Tomás, Summa
Theol., III, q. 29, a. 2 in conclus.
[16] Cf. Alocuciones del 9 de enero; 16 de enero;
20 de febrero de 1980: Insegnamenti, III/I (1980), pp. 88-92; 148-
152; 428-431.
[17] Pablo VI, Alocución al Movimiento "Equipes
Notre-Dame (4 de mayo de 1970), n. 7: AAS 62 (1970), p. 431. Análoga
exaltación de la Familia de Nazaret como modelo absoluto de la comunidad
familiar se halla, por ejemplo, en León XIII, Carta Apost. Neminem fugit (14
de junio de 1892): Leonis XIII P.M. Acta, XII (1892), pp. 149 s.; Benedicto
XV, Motu Proprio Bonum sane (25 de julio de 1920): AAS 12 (1920), pp. 313
-317.
[18] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de
noviembre de 1981), 17; AAS 74 (1982),p. 100.
[19] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de
noviembre de 1981), 49: AAS 74 (1982), P. 140; Cf. Conc. Ecum. Vat. II,
Const. dogm. Lumen gentium sobre la Iglesia. 11; Decreto Apostolicam
actuositatem sobre el apostolado de los Seglares, 11.
[20] Exhort. Apost. Familiaris consortio (22 de
noviembre de 1981), 85: AAS 74 (1982), pp. 189 s. [21] S. Juan Crisóstomo,
In Matth. Hom. V, 3: PG 57, 57-58.
[22] Pablo VI, Alocución (19 de marzo de 1966):
Insegnamenti, IV (1966), p. 110. [23] Cf. Missale Romanum, Collecta: in
"Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.". [24] Cf. Ibid., Praefatio in
"Sollemnitate S. Ioseph Sponsi B. M. V.".
[25] Carta Encícl. Quamquam pluries (15 de agosto
de 1889): l.c. , p. 178.
[26] Pío XII, Radiomensaje a los alumnos de las
escuelas católicas de los Estados Unidos de América (19 de febrero de 1958):
AAS 50 (1958), P. 174.
[27] Orígenes, Hom. XIII in Lucam, 7: S. Ch. 87,
pp. 214 s. [28] Orígenes, Hom. X in Lucam, 6: S. Ch. 87, pp. 196 s.
(bEATo JUAn
PAbLo ii,
Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, nº 7 - 14)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo -
POR QUÉ NO SE SALVAN JUNTOS EL NIÑO Y LOS
MAGOS
Cuando los magos se hubieron retirado, he aquí que el ángel del Señor se
aparece a José en sueños y le dice: Levántate y toma al niño y a su madre y
huye a Egipto. Aquí hemos de resolver una dificultad acerca de los magos y
acerca del niño. Porque, si es cierto que aquéllos no se alborotaron y todo
lo aceptaron con obediencia, no por ello hemos nosotros de dejar de
preguntarnos por qué no se salvan, aun quedándose allí, los magos y el niño,
sino que aquéllos son enviados a Persia y éste tiene que huir con su madre a
Egipto. ¿Pues qué?
¿Queréis que hubiera caído en manos de Herodes, y aun entre sus manos no
recibir el golpe mortal ? En este caso, se hubiera pensado que no había
tomado carne, y no se hubiera creído el gran misterio de la encarnación. Y,
en efecto, si, aun sucediendo así las cosas y dispuestas tantas otras de la
vida del Señor humanamente, se han atrevido algunos a decir que es un mito
eso de que Dios tomara carne, ¿en qué impiedades no hubiera caído de haberlo
Él hecho todo divinamente y según su poder infinito ? En cuanto a los magos,
despáchalos aprisa, primero porque quiere enviar maestros a su patria de
Persia y luego porque quiere cortar la locura del tirano Herodes: Que se dé
cuenta que emprende una cosa imposible, que apague su furor, que desista de
su vano intento. El mismo poder supone vencer tranquilamente a los enemigos
que burlarlos con la mayor facilidad. Por lo menos así engañó a los egipcios
en favor de los judíos. Podía Dios muy bien haber hecho pasar la riqueza de
aquéllos a manos de los hebreos. Sin embargo, manda que eso se haga a
escondidas y con engaño[1]. Lo cual no le hizo menos temible a sus enemigos
que cualquiera otro de los milagros.
2. Así los escalonitas y demás habitantes de aquellas ciudades que, por
haber capturado el arca de la alianza, fueron heridos por Dios con plaga de
ratones, cuando exhortaron a los suyos a no proseguir la guerra ni ponerse
frente a Él, entre los otros milagros, alegaron también éste, diciendo: ¿Por
qué endurecéis vuestros corazones como los endurecieron Egipto y Faraón? ¿No
es así que sólo cuando se burló de ellos despacharon al pueblo y salió éste
de Egipto?"[2] Cuando así hablaban, prueba es que para ellos este milagro no
era menor que los públicamente realizados, para poner de manifiesto el poder
y la grandeza de Dios, Pues también lo sucedido con los magos era bastante
para impresionar al tirano. Considerad, en efecto, lo que tuvo que sufrir
Herodes y cómo se ahogaría al verse así engañado y puesto en ridículo por
los magos. ¿Y qué, si no se hizo mejor? -Eso ya no es culpa de quien todo lo
ordenó para que se mejorara. La culpa fui de su extrema locura, que no se
rindió a lo que podía haberla calmado y apartado de su maldad. Más bien que
rendirse siguió aún más adelante, con lo que recibiría mayor castigo de su
insensatez.
POR QUÉ HUYE JESÚS A EGIPTO
¿Y por qué-me diréis-es enviado el niño a Egipto? La razón la da
particularmente el evangelista: Porque se cumpliera -dice-lo que fue dicho
por el Señor por boca del profeta, diciendo: "De Egipto he llamado a mi
hijo"[3]. Pero juntamente el Señor anunciaba a toda la tierra un como
preludio de buenas esperanzas. Como en Babilonia y Egipto ardía más que en
parte alguna el incendio de la impiedad, al mostrar el Señor desde el
principio que las ha de corregir y mejorar, persuade a la tierra entera a
que tenga buena esperanza. De ahí que a los magos los manda a tierras de
Babilonia y Él mismo con su madre marcha a Egipto.
Aparte lo dicho, otra enseñanza sacamos de aquí, que no es pequeña parte
para nuestra filosofía ¿Qué enseñanza es ésa? Que desde el principio hay que
aguardar tentaciones y asechanzas. Mira, si no, cómo tal le sucede a Él
desde los pañales. En efecto, apenas nacido, el tirano se enfurece, Él tiene
que huir y trasladarse más allá de las fronteras, y su madre, que en nada
había faltado, es desterrada a tierra de extranjeros. Tú que esto oyes,
cuando hayas merecido desempeñar un asunto espiritual y luego te veas entre
sufrimientos intolerables y metido entre peligros sin cuento, no te turbes
ni digas: ¿Qué es esto? ¿No merecía yo que se me coronara y proclamara, no
merecía ser ilustre y glorioso, puesto que estoy cumpliendo un mandato del
Señor?" No, ahí tienes el ejemplo. Súfrelo todo generosamente, sabiendo que
eso acompaña particularmente a los espirituales; que ésa es su herencia:
tentaciones y pruebas por todas partes. Mira, si no, cómo así sucede con la
madre del niño y con los magos. Estos tienen que retirarse como fugitivos, y
a aquélla, que no había jamás
traspasado los umbrales de su casa, se le manda emprender tan largo y
molesto viaje sólo por haber tenido aquel maravilloso parto, aquel
espiritual alum bramiento. Y mirad otra paradoja: Palestina acecha a la vida
del niño, y Egipto le libra de las asechanzas. Y es que no sólo en los hijos
del patriarca se daban las figuras, sino también en el Señor mismo. Muchas
cosas, en efecto, que habían de suceder más tarde, eran ya de antemano
anunciadas por lo que entonces Él hacía. Tal, por ejemplo, lo del asna y su
pollino.
PANEGÍRICO DE SAN JOSÉ
Aparecido, pues, el ángel, habla no con María, sino con José, y le dice:
Levántate y toma al niño y a su madre. Aquí ya no le dice: "Toma a tu
mujer". Había tenido lugar el parto, se había disipado la sospecha, José
estaba asegurado en su fe; el ángel, por ende, puede hablar ya con libertad,
y no llama suyos ni a la mujer ni al niño. Toma-le dice-al niño y a su madre
y huye a Egipto. Y ahora la causa de la huida: Porque Herodes -le dice- ha
de atentar a la vida del niño.
3. Al oír esto, José no se escandalizó ni dijo: Esto parece un enigma. Tú
mismo me decías no ha mucho que Él salvaría a su pueblo, y ahora no es capaz
ni de salvarse a sí mismo, sino que tenemos necesidad de huir, de emprender
un viaje y largo desplazamiento. Esto es contrario a tu promesa. Pero nada
de esto dice, porque José es un varón fiel. Tampoco pregunta por el tiempo
de la vuelta, a pesar de que el ángel lo había dejado indeterminado, pues le
había dicho: Y estate allí hasta que yo te diga. Sin embargo, no por eso se
entorpece, sino que obedece y cree y soporta todas las pruebas alegremente.
Bien es verdad que Dios, amador de los hombres, mezclaba trabajos y
dulzuras, estilo que Él sigue con todos los santos. Ni los peligros ni los
consuelos nos los da continuos, sino que de unos y otros va Él entretejiendo
la vida de los justos. Tal hizo con José. Si no, mirad. Vió preñada a la
Virgen, y esto le llenó de turbación y angustia suma, pues pudo sospechar
que su esposa hubiera cometido un adulterio; pero inmediatamente se presentó
el ángel, que le disipó la sospecha y quitó todo temor. Ve al niño recién
nacido, y ello le procura la más grande alegría; pero bien pronto a esta
alegría le sucede un peligro no pequeño: la ciudad se alborota, el rey se
enfurece y busca matar al recién nacido. A este alboroto síguele pronto otra
alegría: la aparición de la estrella y la adoración de los magos. Tras este
placer, otra vez el miedo y el peligro: Porque busca-le dice el
ángel-Herodes el alma o vida del niño. Y nuevamente el ángel da orden de
huir y cambiar de sitio a lo humano, pues no era aún tiempo de hacer
maravillas. Si el Señor hubiera empezado a hacer milagros desde su primera
edad, no se le hubiera tenido por hombre. De ahí que tampoco se construye de
golpe el templo de su cuerpo, sino que primero viene la concepción, luego la
gestación por nueve meses, luego el parto, luego la leche de los pechos, el
silencio por todo aquel tiempo; en fin, el Señor espera la edad conveniente
de varón a fin de que por todos estos medios sea fácilmente aceptado el
misterio de la encarnación. ¿Por qué, pues-me diréis-, se hicieron estos
milagros desde el principio ? Se hicieron en gracia a la madre, a José, a
Simeón, que estaba ya para salir de este mundo; por los pastores, por los
magos, por los judíos. Porque, si éstos hubieran querido atender con cuidado
a lo que sucedió al principio, no hubieran sacado poco fruto para lo por
venir.
POR QUÉ NO HABLAN LOS PROFETAS SOBRE LOS MAGOS. INTERPRETACIÓN DE OSEAS
Que los profetas no hablen acerca de los magos, cosa es que no debe
turbarte, pues ni todo lo dijeron ni todo lo callaron. Si Alada hubiéramos
oído de ellos, ver de pronto suceder las cosas, nos hubiera producido gran
espanto y perturbación; pero saberlo de antemano todo, nos hubiera hecho
dormitar y nada hubieran tenido ya que hacer los evangelistas.
En cuanto al texto de Oseas: De Egipto he llamado a mi hijo, los judíos
pretenden haber sido dicho por ellos. A esto les podemos responder que es
ley de la profecía decir con frecuencia una cosa sobre unos y cumplirse
sobre otros. Tal lo que se dice de Simeón y Leví: Yo los dividiré en Jacob y
los esparciré en Israel[4]. Lo cual no se cumplió en ellos, sino en sus
descendientes. Y lo que Noé dijo sobre Canaán vino a verificarse en los
gabaonitas, que eran descendientes de Canaán. Lo mismo pudiera decirse de
Jacob. Aquellas bendiciones de su padre Isaac: Sé señor de tu hermano y
adórente los hijos de tu padre[5], no tuvieron en él su cumplimiento-
¿cómo lo iban a tener, cuando él temblaba ante su hermano y mil veces se
postraba para adorarle?-, sino en sus descendientes. Lo mismo, en fin, en el
texto de Oseas. Porque ¿quién con más verdad puede llamarse hijo de Dios: el
que adora al becerro y se inicia en los misterios de Belfegor [6] y
sacrifica sus hijos a los demonios, o el que es Hijo por naturaleza y honra
siempre a su Padre?[7] De suerte que, de no haber venido este Hijo, la
profecía no hubiera tenido cumplimiento conveniente.
LA ESTANCIA EN EGIPTO DEL PUEBLO HEBREO, FIGURA DE LA DEL SEÑOR
4. Mira, si no, cómo el evangelista da a entender esto mismo al decir:
Porque se cumpliera, mostrando que, de no haber venido Cristo, no se hubiera
cumplido. Esto hace-y no como quiera-ilustre y gloriosa a la Virgen. Lo que
el pueblo judío entero tenía por timbre de gloria-haber salido de Egipto-,
eso mismo podía tenerlo ella en adelante. Mucho se enorgullecían, mucho
blasonaban ellos de haber salido de Egipto-y el profeta mismo lo da a
entender cuando dice: ¿Acaso saqué a los extranjeros de Capadocia, y a los
asirios del pozo?[8]-. Pues lo mismo es ahora perrogativa de la Virgen. Es
más, la entrada y salida del pueblo y los patriarcas en Egipto era figura de
esta huida y vuelta de la Virgen y el niño. Aquéllos bajaron allí huyendo la
muerte por hambre; el niño, huyendo la muerte por insidias de Herodes.
Ellos, llegados allí, se vieron libres del hambre; el niño con su venida
santificó, toda aquella tierra.
Pero considerad también cómo, entre tantas humillaciones, se descubre
también la divinidad del niño. En efecto, al decirle el ángel a José: Huye a
Egipto, no le prometió acompañarlos él en el camino, ni a la ida ni a la
vuelta, dándole a entender que su mejor compañía era el mismo niño recién
nacido. Este niño, apenas aparecido, lo transformó todo, y a sus mismos
enemigos los hizo entrar en el servicio de sus designios. En efecto, los
magos-unos extranjeros-dejan su superstición patria y vienen a adorarle;
César Augusto, por su decreto de empadronamiento, contribuye a su nacimiento
en Belén; Egipto le recibe en su huida y le salva de las maquinaciones de
Herodes, con lo que se adquiere un título para pertenecerle luego. Así,
cuando más adelante oye que se lo predican los apóstoles, él se ufana de
haber sido el primero en recibirlo. A la verdad, éste fue privilegio de sola
Palestina; sin embargo, Egipto le ganó en fervor.
(SAn JUAn
CRiSóSToMo , Homilías sobre el Evangelio
de San Mateo (I), Homilía 8, 1-4, BAC Madrid 1955, 147-54)
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Aplicación: Beato Juan Pablo II - Situación de la familia en el
mundo de hoy
6. La situación en que se halla la familia presenta aspectos positivos y
aspectos negativos: signo, los unos, de la salvación de Cristo operante en
el mundo; signo, los otros, del rechazo que el hombre opone al amor de Dios.
En efecto, por una parte existe una conciencia más viva de la libertad
personal y una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales
en el matrimonio, a la promoción de la dignidad de la mujer, a la
procreación responsable, a la educación de los hijos; se tiene además
conciencia de la necesidad de desarrollar relaciones entre las familias, en
orden a una ayuda recíproca espiritual y material, al conocimiento de la
misión eclesial propia de la familia, a su responsabilidad en la
construcción de una sociedad más justa. Por otra parte no faltan, sin
embargo, signos de preocupante degradación de algunos valores fundamentales:
una equivocada concepción teórica y práctica de la independencia de los
cónyuges entre sí; las graves ambigüedades acerca de la relación de
autoridad entre padres e hijos; las dificultades concretas que con
frecuencia experimenta la familia en la transmisión de los valores; el
número cada vez mayor de divorcios, la plaga del aborto, el recurso cada vez
más frecuente a la esterilización, la instauración de una verdadera y propia
mentalidad anticoncepcional.
En la base de estos fenómenos negativos está muchas veces una corrupción de
la idea y de la experiencia de la libertad, concebida no como la capacidad
de realizar la verdad del proyecto de Dios sobre el matrimonio y la familia,
sino como una fuerza autónoma de autoafirmación, no raramente contra los
demás, en orden al propio bienestar egoísta.
Merece también nuestra atención el hecho de que en los países del llamado
Tercer Mundo a las familias les faltan muchas veces bien sea los medios
fundamentales para la supervivencia como son el alimento, el trabajo, la
vivienda, las medicinas, bien sea las libertades más elementales. En cambio,
en los países más ricos, el excesivo bienestar y la mentalidad consumística,
paradójicamente unida a una cierta angustia e incertidumbre ante el futuro,
quitan a los esposos la generosidad y la valentía para suscitar nuevas vidas
humanas; y así la vida en muchas ocasiones no se ve ya como una bendición,
sino como un peligro del que hay que defenderse.
La situación histórica en que vive la familia se presenta pues como un
conjunto de luces y sombras.
Esto revela que la historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo
mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad, más aún, un combate
entre libertades que se oponen entre sí, es decir, según la conocida
expresión de san Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios
llevado hasta el desprecio de sí, y el amor de sí mismo llevado hasta el
desprecio de Dios.(16)
Se sigue de ahí que solamente la educación en el amor enraizado en la fe
puede conducir a adquirir la capacidad de interpretar los "signos de los
tiempos", que son la expresión histórica de este doble amor.
Influjo de la situación en la conciencia de los fieles
7. Viviendo en un mundo así, bajo las presiones derivadas sobre todo de los
medios de comunicación social, los fieles no siempre han sabido ni saben
mantenerse inmunes del oscurecerse de los valores fundamentales y colocarse
como conciencia crítica de esta cultura familiar y como sujetos activos de
la construcción de un auténtico humanismo familiar.
Entre los signos más preocupantes de este fenómeno, los Padres Sinodales han
señalado en particular la facilidad del divorcio y del recurso a una nueva
unión por parte de los mismos fieles; la aceptación del matrimonio puramente
civil, en contradicción con la vocación de los bautizados a "desposarse en
el Señor"; la celebración del matrimonio sacramento no movidos por una fe
viva, sino por otros motivos; el rechazo de las
normas morales que guían y promueven el ejercicio humano y cristiano de la
sexualidad dentro del matrimonio.
Nuestra época tiene necesidad de sabiduría
8. Se plantea así a toda la Iglesia el deber de una reflexión y de un
compromiso profundos, para que la nueva cultura que está emergiendo sea
íntimamente evangelizada, se reconozcan los verdaderos valores, se defiendan
los derechos del hombre y de la mujer y se promueva la justicia en las
estructuras mismas de la sociedad. De este modo el "nuevo humanismo" no
apartará a los hombres de su relación con Dios, sino que los conducirá a
ella de manera más plena.
En la construcción de tal humanismo, la ciencia y sus aplicaciones técnicas
ofrecen nuevas e inmensas posibilidades. Sin embargo, la ciencia, como
consecuencia de las opciones politicas que deciden su dirección de
investigación y sus aplicaciones, se usa a menudo contra su significado
original, la promoción de la persona humana. Se hace pues necesario
recuperar por parte de todos la conciencia de la primacía de los valores
morales, que son los valores de la persona humana en cuanto tal. Volver a
comprender el sentido último de la vida y de sus valores fundamentales es el
gran e importante cometido que se impone hoy día para la renovación de la
sociedad. Sólo la conciencia de la primacía de éstos permite un uso de las
inmensas posibilidades, puestas en manos del hombre por la ciencia; un uso
verdaderamente orientado como fin a la promoción de la persona humana en
toda su verdad, en su libertad y dignidad. La ciencia está llamada a ser
aliada de la sabiduría.
Por tanto se pueden aplicar también a los problemas de la familia las
palabras del Concilio Vaticano II: "Nuestra época, más que ninguna otra,
tiene necesidad de esta sabiduría para humanizar todos los nuevos
descubrimientos de la humanidad. El destino futuro del mundo corre peligro
si no se forman hombres más instruidos en esta sabiduría".(17)
La educación de la conciencia moral que hace a todo hombre capaz de juzgar y
de discernir los modos adecuados para realizarse según su verdad original,
se convierte así en una exigencia prioritaria e irrenunciable.
Es la alianza con la Sabiduría divina la que debe ser más profundamente
reconstituida en la cultura actual. De tal Sabiduría todo hombre ha sido
hecho partícipe por el mismo gesto creador de Dios. Y es únicamente en la
fidelidad a esta alianza como las familias de hoy estarán en condiciones de
influir positivamente en la construcción de un mundo más justo y fraterno.
Gradualidad y conversión
9. A la injusticia originada por el pecado -que ha penetrado profundamente
también en las estructuras del mundo de hoy- y que con frecuencia pone
obstáculos a la familia en la plena realización de sí misma y de sus
derechos fundamentales, debemos oponernos todos con una conversión de la
mente y del corazón, siguiendo a Cristo Crucificado en la renuncia al propio
egoísmo: semejante conversión no podrá dejar de ejercer una influencia
beneficiosa y renovadora incluso en las estructuras de la sociedad.
Se pide una conversión continua, permanente, que, aunque exija el
alejamiento interior de todo mal y la adhesión al bien en su plenitud, se
actúa sin embargo concretamente con pasos que conducen cada vez más lejos.
Se desarrolla así un proceso dinámico, que avanza gradualmente con la
progresiva integración de los dones de Dios y de las exigencias de su amor
definitivo y absoluto en toda la vida personal y social del hombre. Por esto
es necesario un camino pedagógico de crecimiento con el fin de que los
fieles, las familias y los pueblos, es más, la misma civilización, partiendo
de lo que han recibido ya del misterio de Cristo, sean conducidos
pacientemente más allá hasta llegar a un conocimiento más rico y a una
integración más plena de este misterio en su vida.
(BEATO JUAN PABLO ii, Exhortación
Apostólica Familiaris Consortio , nº 6-9)
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Aplicación: Beato Juan Pablo II - Fiesta de la Sagrada Familia
"Christus natus est nobis, venite adoremus"
La Iglesia entera está aún todavía invadida por la alegría de la Navidad. La
alegría de la que participan los corazones de los hombres, reanima las
comunidades humanas, se manifiesta en las tradiciones, en las costumbres, en
el canto y en la cultura entera.
Un día, en los campos de Belén, los pastores que guardaban sus rebaños
fueron atraídos por este anuncio, que hoy repite la Iglesia entera. Todos lo
transmiten, por así decir, de boca en boca, de corazón a corazón. "Christus
natus est nobis, venite adoremus".
La Iglesia vive hoy la alegría de la Navidad del Señor, del Hijo de Dios, en
Belén: como misterio de la Familia, de la Santa Familia.
Es una verdad profundamente humana: por el nacimiento de un niño la
comunidad conyugal del hombre y de la mujer, del marido y de la esposa, se
hace más perfectamente familia. Al mismo tiempo, éste es un gran misterio de
Dios, que se revela a los hombres: el misterio escondido en la fe y en el
corazón de aquellos Esposos, de aquellos Cónyuges: María y José, de Nazaret.
Al comienzo sólo ellos fueron testigos de que el Niño que nació en Belén es
"Hijo del Altísimo", venido al mundo por obra del Espíritu Santo.
A ellos dos, a María y José, les fue dado a conocer el misterio de aquella
Familia que el Padre celestial, con el nacimiento de Jesús, formó con ellos
y entre ellos.
En la medida en que este misterio se revela a los ojos de la fe de los otros
hombres, la Iglesia entera ve en la Santa Familia una particular expresión
de la cercanía de Dios y al mismo tiempo un signo particular de elevación de
toda familia humana, de su dignidad, según el proyecto del Creador.
Esta dignidad se confirma de nuevo con el sacramento del matrimonio, con ese
sacramento que es grande - como dice San Pablo - "en Cristo y en la Iglesia"
(cfr. Ef 5,32).
Orientando los ojos de nuestra fe hacia la Santa Familia, la liturgia de
este domingo trata de poner de relieve lo que es decisivo para la santidad y
la dignidad de la familia. Hablan de ello todas las lecturas: tanto el libro
del Sirácida como la Carta de San Pablo a los Colosenses, como, finalmente,
el Evangelio según Mateo.
En el Salmo responsorial se pone de relieve la singular presencia de Dios en
la familia, en la comunión matrimonial del marido y de la mujer, en la
comunión que lleva al amor y a la vida. Dios está presente en esta comunión
como Creador y Padre, dador de la vida humana y de la vida sobrenatural, de
la vida divina. De su bendición participan los cónyuges, los hijos, su
trabajo, sus alegrías, sus preocupaciones.
"Dichoso el que teme al Señor... serás dichoso, te irá bien... tu mujer,
como parra fecunda... tus hijos, como renuevos de olivo... que veas la
prosperidad de Jerusalén, todos los días de tu vida" (Sal 127/128).
San Pablo, en la Carta a los Colosenses, trata de poner de relieve el clima
de la familia cristiana: el clima espiritual, el clima afectivo, el clima
moral.
Escribe: "Como pueblo elegido de Dios, pueblo sacro y amado, sea vuestro
uniforme: la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la
comprensión. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas
contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima
de todo esto, el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada" (Col
3,12-14).
Hay que leer con atención y meditar todo el pasaje de la Carta a los
Colosenses, en el que el Apóstol formula los buenos deseos para los cónyuges
y las familias cristianas sobre todo aquello que determina el verdadero bien
de la comunidad humana, especialmente de aquella que en síntesis se puede
llamar "communio personarum", "íntima comunidad de vida y de amor" (cfr.
Gaudium et spes, 49).
No existe otra comunidad interhumana tan unificante, tan profunda y
universal como la familia. Y al mismo tiempo, tan capaz de hacer felices, y
tan exigente, porque es muy vulnerable, dado que está expuesta a diversas
"heridas".
Por ello los buenos deseos del Apóstol se refieren a los problemas más
esenciales de la familia cuando escribe:
- revestíos de "amor, que es el ceñidor de la unidad consumada...";
- "la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón...";
- "la palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza".
Así se forma la familia humana en toda su dignidad y nobleza, en su entera
belleza espiritual (que es incomparablemente más importante que todas las
riquezas "reales" y materiales), ¡por la Palabra de Dios!, ¡por la palabra
de Cristo!
En esta Palabra se encierran las indicaciones y los mandamientos que
determinan la solidez moral de aquella fundamental comunidad humana, de
aquella "communio personarum".
Por ello se puede decir que toda la primera lectura de la liturgia de hoy es
un amplio comentario al IV
mandamiento del Decálogo:
¡"Honra a tu padre y a tu madre"!
Hay que leer con atención este texto y meditarlo, teniendo siempre ante los
ojos aquel "amor, que es el ceñidor de la unidad consumada".
Efectivamente, el amor crea el honor, la estima recíproca, la solicitud
premurosa, tanto en la relación de los hijos hacia los padres, como en la de
los padres hacia los hijos, y sobre todo en la relación recíproca entre los
cónyuges.
De este modo el matrimonio y la familia se convierten en aquel ambiente
educativo que es absolutamente insustituible: el primero y fundamental y más
consistente ambiente humano, que se convierte luego la "iglesia doméstica".
Se puede decir que en la familia también la educación se hace, a menudo
inadvertidamente, una autoeducación, porque una sana comunidad familiar
permite de por sí el desarrollo normal de toda persona que la compone.
En efecto, junto a los padres deben madurar los jóvenes, hijos e hijas, para
una específica vocación que cada uno de ellos recibe de Dios.
Hagamos siempre nuestras las palabras de esta oración:
"Dios, Padre nuestro, que has propuesto la Sagrada Familia como maravilloso
ejemplo a los ojos de tu pueblo: concédenos, te rogamos, que, imitando sus
virtudes domésticas y su unión en el amor, lleguemos a gozar de los premios
eternos en el hogar del cielo".
Homilía del beato Juan Pablo II en la parroquia romana de San Marcos el
domingo 29 de diciembre de 1985
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Aplicación: Benedicto XVI - La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente
el «prototipo» de toda familia cristiana
Queridos hermanos y hermanas:
En este último domingo del año celebramos la fiesta de la Sagrada Familia de
Nazaret. Con alegría dirijo un saludo a todas las familias del mundo,
deseándoles la paz y el amor que Jesús nos ha dado al venir a nosotros en la
Navidad.
En el Evangelio no encontramos discursos sobre la familia, sino un
acontecimiento que vale más que cualquier palabra: Dios quiso nacer y crecer
en una familia humana. De este modo, la consagró como camino primero y
ordinario de su encuentro con la humanidad.
En su vida transcurrida en Nazaret, Jesús honró a la Virgen María y al justo
José, permaneciendo sometido a su autoridad durante todo el tiempo de su
infancia y su adolescencia (cf. Lc 2, 51-52). Así puso de relieve el valor
primario de la familia en la educación de la persona. María y José
introdujeron a Jesús en la comunidad religiosa, frecuentando la sinagoga de
Nazaret. Con ellos aprendió a hacer la peregrinación a Jerusalén, como narra
el pasaje evangélico que la liturgia de hoy propone a nuestra meditación.
Cuando tenía doce años, permaneció en el Templo, y sus padres emplearon tres
días para encontrarlo. Con ese gesto les hizo comprender que debía «ocuparse
de las cosas de su Padre», es decir, de la misión que Dios le había
encomendado (cf. Lc 2, 41-52).
Este episodio evangélico revela la vocación más auténtica y profunda de la
familia: acompañar a cada uno de sus componentes en el camino de
descubrimiento de Dios y del plan que ha preparado para él. María y José
educaron a Jesús ante todo con su ejemplo: en sus padres conoció toda la
belleza de la fe, del amor a Dios y a su Ley, así como las exigencias de la
justicia, que encuentra su plenitud en el amor (cf. Rm 13, 10). De ellos
aprendió que en primer lugar es preciso cumplir la voluntad de Dios, y que
el vínculo espiritual vale más que el de la sangre.
La Sagrada Familia de Nazaret es verdaderamente el «prototipo» de toda
familia cristiana que, unida en el sacramento del matrimonio y alimentada
con la Palabra y la Eucaristía, está llamada a realizar la estupenda
vocación y misión de ser célula viva no sólo de la sociedad, sino también de
la Iglesia, signo e instrumento de unidad para todo el género humano.
Invoquemos ahora juntos la protección de María santísima y de san José sobre
todas las familias, especialmente sobre las que se encuentran en
dificultades. Que ellos las sostengan, para que resistan a los impulsos
disgregadores de cierta cultura contemporánea, que socava las bases mismas
de la institución familiar. Que ellos ayuden a las familias cristianas a
ser, en todo el mundo, imagen viva del amor de Dios.
(Benedicto XVI, Ángelus del domingo, 31 de diciembre de 2006)
Aplicación: J. Gomis - Aprendemos a ser Familia
De los cuatro evangelios, dos -los de Marcos y Juan- no nos dicen nada sobre
el nacimiento y los primeros treinta años de la vida de Jesús; y los otros
dos -Mateo y Lucas- lo hacen más con el propósito de presentarnos quién es
Jesús para nosotros (qué significa Jesús para nosotros) que no de
describirnos cómo realmente vivió Jesús durante sus treinta primeros años.
En concreto, el evangelio de Mateo, después de la narración que acabamos de
escuchar, después de decirnos que José -con su familia- "se retiró a Galilea
y se estableció en un pueblo llamado Nazaret", ya nada más narra sobre estos
años y salta al decisivo encuentro de Jesús ya adulto con Juan Bautista.
Por todo eso podríamos sorprendernos de que en las oraciones propias de la
misa de esta fiesta, pidamos repetidamente "imitar fielmente los ejemplos de
la Sagrada Familia: o "imitar sus virtudes domésticas" o digamos que Dios,
Padre nuestro, nos ha propuesto "a la Sagrada Familia como maravilloso
ejemplo..." ¿Cómo podemos imitar unos ejemplos que conocemos tan poco?
Aunque también es verdad que, por más que conociéramos más y mejor la vida
de los esposos José y María y de su hijo Jesús, es posible que nos fuera
difícil imitar más o menos al pie de la letra su vida porque las
circunstancias familiares de entonces eran muy distintas de las actuales. Lo
hemos quizá pensado al escuchar hoy la primera y la segunda lectura: los
consejos que hemos oído son ciertamente provechosos, pero buena parte de la
concreción que nos presentaban de las virtudes familiares reflejaban unas
circunstancias culturales, sociales y económicas muy lejanas de las
actuales.
Si quienes sois ya algo mayores sabéis por experiencia cómo ha cambiado el
modo de vivir familiarmente el tiempo de nuestros abuelos, o cómo quizá ya
vuelve a ser distinto el de vuestros hijos o nietos, ¿cómo ahora podríamos
reproducir los modos de vivir de veinte siglos atrás? La conclusión es que
no hay un modelo único de familia cristiana, sino que en cada época y en
cada circunstancia cada familia debe buscar su modo de vivir cristianamente
la relación familiar. De ahí que pedir saber imitar el ejemplo de la Sagrada
Familia no signifique reproducir al detalle su modo de relacionarse sino
intentar descubrir cómo en nuestras circunstancias, en nuestra realidad
presente habrían vivido Jesús, María y José.
Me parece que para ello, para ayudar nuestra reflexión cristiana y nuestra
oración de hoy, nos puede ser útil repasar lo que nos decía san Pablo en la
segunda lectura. Nos hablaba él de la necesidad de llenar nuestra vida -y
por tanto también nuestras relaciones familiares- de "misericordia
entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión". ¿No os parece que con
frecuencia nuestras relaciones familiares son hoy excesivamente tensas,
fácilmente crispadas, demasiado duras? Nos falta a menudo esta dulzura y
bondad humilde y comprensiva de la que nos habla Pablo.
Y diría que no se trata tanto de actos y hechos concretos, como del clima
habitual que hemos de conseguir en nuestras familias con la aportación de
todos, empezando por quienes en ellas tienen mayor responsabilidad. No
dejemos que el clima violento, opresivo, tenso, que domina en tantos
aspectos de nuestra sociedad, entre en nuestras casas.
"Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra
otros", hemos leído también. Todos sabemos por experiencia que en la vida de
familia es inevitable que surjan a veces motivos de queja de unos para con
otros. No se trata de disimularlo siempre, de no decirlo claramente nunca.
Pero tampoco se trata de convertir nuestra vida familiar en una queja casi
continua, en una especie de reivindicación exigente ante los demás.
Deberíamos tener presente siempre tres cosas: primero, que los defectos no
son exclusiva de los otros ya que todos tenemos los nuestros; segundo, que
el mejor modo de ayudar a los demás a curarse de sus defectos es la
cordialidad y diría que también el buen humor; y, tercero, que para mejorar
en toda relación de pareja, en toda relación entre padres e hijos, o con los
demás miembros de la familia, lo inteligente es fijar siempre más la mirada
en lo positivo que no en lo negativo. De algún modo, perdonarse es esto:
mejorar nuestro modo de mirarnos.
Podríamos seguir comentando y aplicando a nuestra vida familiar lo que nos
decía san Pablo. Pero terminemos con estas palabras suyas: "Y todo lo que de
palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la
Acción de gracias a Dios Padre por medio de él". Es lo que vamos a hacer
ahora, en la Eucaristía, es decir, en la Acción de gracias. Incluyamos hoy
muy especialmente en esta acción de gracias todo el amor, la generosidad, el
esfuerzo que -a pesar de todo- hay en nuestras familias. Y pidamos al Padre
de todos que nos ayude a saber descubrir cómo habrían vivido hoy, en las
circunstancias de cada uno de nosotros, José, María y Jesús.
(J. GOMIS, MISA DOMINICAL 1989, 24)
EJEMPLOS
LA FAMILIA
La familia es un punto de referencia insustituible para la persona y la
comunidad, porque ese es el primer lugar donde el ser humano experimenta, en
el amor de pareja, así como en la generación y cuidado de los hijos, el amor
y la donación de sí mismos. Por esto la familia es la "célula" de la
sociedad, la roca sobre la cual naufragan todas las ideologías de tipo
individualista o colectivista.
1. La familia es el ambiente donde la persona empieza a desarrollarse, es su
primer entorno de crecimiento. Fundar una familia de forma responsable
requiere una reflexión y compromiso previos, lo que conlleva el dar y
recibir amor, enseñanza y afecto entre todos sus miembros. Nos comprometemos
a buscar que en nuestras familias se mantengan unas relaciones de confianza,
amor, afecto, interés y ayuda mutua, a fin de que todos sus miembros se
sientan edificados y apoyados unos por otros. Transmitirnos cariño también
es necesario, sin darlo por supuesto, sino expresándolo con gestos.
2. Es importante que la familia sea fundada sobre el matrimonio de un hombre
y una mujer, con hijos y miembros de distintas edades que convivan entre sí,
dándoles a cada uno el honor que le es debido. Nos comprometemos a apreciar
a todos los miembros de nuestras familias en cualquier situación, dándoles
honor y demostrando una actitud de servicio o ayuda mutua.
3. Las relaciones entre los miembros de la familia deben caracterizarse por
un amor auténtico, superando la brecha generacional y los posibles intereses
particulares. Nos comprometemos a evitar que algún miembro de la familia sea
considerado un instrumento para la satisfacción de las necesidades o
intereses de los otros, relacionándonos con verdadero sentimiento de
gratitud, admitiendo los errores, siendo empáticos y colaborativos.
4. Vale la pena luchar por la unidad y la solidaridad de la familia evitando
cualquier tipo de separación. Las relaciones dentro del ámbito familiar
deben ser siempre fomentadas para que el vínculo entre sus miembros sea
fuerte y no se pierda. Nos comprometemos a defender la fidelidad y la
unidad, a vivir el perdón y la abnegación, como formas de resolver los
conflictos. Lo cual no quita que se intente educar a las personas y
ayudarlas a cambiar en todo aquello que sea nocivo para la sana convivencia.
Buscaremos dedicar tiempo a nuestra familia sin que el trabajo u otro ámbito
de la vida deterioren la comunicación, el diálogo, la relación de amistad
entre sus miembros.
5. Tener presente a Dios y la espiritualidad en la vida familiar la hace más
fuerte ante las dificultades de la vida. Nos comprometemos a vivir valores y
virtudes que rijan nuestras relaciones familiares, de modo que haya mayor
amor, solucionemos los problemas y luchemos por hacer el bien a otras
personas.
6. Todos los miembros de la familia deben ser tratados por igual y tener las
mismas oportunidades, especialmente en lo referente a la educación, la toma
de decisiones, la libertad y la justicia, respetando sus singularidades y
necesidades. Nos comprometemos a amar, respetar y ser tolerantes con cada
miembro de nuestras familias sin hacer distinción de sexo, edad o
capacidades intelectuales.
(Cortesía: iveargentina.org y otros)