Domingo 4 de Adviento A - Le pondrás el nombre de Jesús: Comentarios de Sabios y Santos para ayudarnos a preparar la Acogida de la Palabra de Dios durante la celebración de la Misa dominical parroquial
Recursos adicionales para la prepración
A su disposición
Exégesis: W. Trilling - El nacimiento de Jesús (Mt.1,18-25)
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - La verdad bíblica sobre san José
Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La obediencia de José
Aplicación: San Juan Pablo II - José un auténtico hombre de fe
Aplicación:
Benedicto XVI - Veneremos a San José
Aplicación: San Aelredo de Rielvaux - Se le dará el nombre de Emmanuel
Aplicación: Raniero Cantalamessa - Nada se hace en el mundo sin esperanza
Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El nombre de Jesús
Directorio
Homilético - Cuarto domingo de Adviento
Ejemplos
Falta un dedo: Celebrarla
comentArios a Las Lecturas del Domingo
Exégesis: W. Trilling - El nacimiento de Jesús (Mt.1,18-25)
18 El nacimiento de Jesucristo fue así. Su madre María estaba desposada
con José y, antes de vivir juntos. resultó que ella había concebido en su
seno por obra del Espíritu Santo. 19 Pero José, su esposo, como era justo y
no quería denunciarla, determinó repudiarla en secreto.
Este fragmento informa sobre el nacimiento del niño Mesías. Es notable en
muchos respectos la manera como tiene lugar el nacimiento. Sorprende la
sobriedad y la concisión de este relato, si se compara con la narración del
nacimiento que conocemos familiarmente por san Lucas y que se lee en las
misas de Navidad. Casi no se exponen las circunstancias más próximas, la
preparación del acontecimiento y el mismo suceso. San Mateo dirige la mirada
a hechos muy distintos. Supone que nos son conocidos los pormenores de la
concepción milagrosa y del nacimiento, que ahora se recuerdan con breves
palabras. ¿Qué quiere sobre todo enseñar el evangelista? En primer lugar
está la figura de José, que se presenta en primer plano, así como en los
relatos de san Lucas se presenta a María. Todo se contempla desde la
posición que ocupa José, que al final del árbol genealógico fue mencionado
como "esposo de María". Con esta mención se enlaza el relato del nacimiento.
María estaba desposada con José. por eso según el derecho judío era
considerada como su esposa legitima. Sin embargo aún no habían vivido
juntos. Esto significa que José aún no había introducido en su casa a su
desposada ni había empezado la vida comunitaria del matrimonio. El relato
ahora dice de forma muy concisa que en este tiempo resultó que María estaba
encinta. José lo había notado claramente. Lo que él no sabe, nos lo dice en
seguida el evangelista interpretando y explicando de antemano: lo que vive
en ella, procede del Espíritu Santo.
Nada se dice de la turbación, de la pesadumbre, de las cavilaciones, dudas y
titubeos del esposo. No se nos cuenta lo que pasa en su alma y lo que hace
madurar la decisión. Solamente nos enteramos del resultado: José resuelve
separarse de su desposada con gran sosiego. La deshonra en que José cree que
se encuentra María, no debe ofenderla ante todo el pueblo. Se califica de
justo a José, en cuya conducta se manifiestan la consideración y los
sentimientos. Justo es el hombre que busca a Dios y que sujeta su vida a la
voluntad de Dios. Justo es el hombre que cumple la ley con todo su corazón y
con intensa alegría, como el devoto autor del salmo 118. Pero también es
justo el hombre prudente y bondadoso, en cuya vida se han mezclado y
esclarecido de una forma singular la propia madurez humana y la experiencia
en la ley de Dios. Así es como el Antiguo Testamento ve al justo. El justo
es la figura ideal del hombre en quien Dios se complace. La justicia es la
más noble corona con que puede adornarse un hombre. Lo mismo puede decirse
de José. Su vista todavía está retenida, y él no comprende el enigma
desconcertante. Pero José tampoco lo escudriña ni procura examinarlo a
fondo. Lo que hace, en todo caso es indulgente y juicioso. Así logra que se
le tribute la alta distinción de elogiarle como justo.
20 y mientras andaba cavilando en ello, un ángel del Señor se le
apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas llevarte a casa
a María tu esposa, porque lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo.
Cuando José ya ha tomado la decisión de separarse de María, Dios interviene.
Un ángel, santo mensajero de Dios, le descorre el velo del misterio. Le
dirige la palabra con solemnidad: "José, hijo de David". Fuera de este caso,
solamente a Jesús se concede este título honorífico (Mat_1:1; Mat_9:27;
Mat_20:30 s). En este tratamiento resuenan las esperanzas que inspira esta
expresión desde el vaticinio de Natán al rey: "Yo seré su padre, y él será
mi hijo, y si en algo obra mal, yo le corregiré con vara de hombres y con
castigo de hijos de hombres. Mas no apartaré de él mi misericordia, como la
aparté de Saúl, a quien arrojé de mi presencia. Antes tu casa será estable,
y verás permanecer eternamente tu reino, y tu trono será firme para siempre"
(2Sa_7:14-16).
Con este tratamiento el sencillo José es intercalado en el gran contexto de
la historia divina. Es descendiente del linaje de David, uno de sus "hijos".
Lo que José oye decir al ángel, debe oírlo como hijo de David, entonces
comprenderá. Al final de este relato leemos que en realidad sucede así:
después del mensaje nocturno, José, con sencillez y docilidad, procede como
le había encargado el ángel (1,24). José está en primer término, pero ahora
también se ilumina con mayor intensidad la madre del Mesías. José no debe
temer llevarse a casa a María, acogerla en su casa como su mujer, porque en
ella ha tenido lugar un milagro de Dios: el fruto de su vientre no procede
de un encuentro terrenal. Con profundo respeto y con delicadeza se indica el
misterio. Son cosas divinas, que no pueden ser profanadas por la indiscreta
curiosidad del hombre ni por el lenguaje que todo lo abarca. Sólo se nombra
un hecho que puede servir de explicación: la actuación del Espíritu Santo. A
él se atribuye como última causa el milagro que ha tenido lugar en el seno
de María. Es el espíritu que expresa el poder y la grandeza de la actuación
divina; es el espíritu que llena a los profetas y a los héroes; pero también
es el espíritu que obra en silencio y que actúa ocultamente y sin ruido.
Aquí se evitan cuidadosamente todos los pormenores. Ante la mirada de José y
la nuestra sólo debe estar esta figura: la virgen, un vaso de elección,
expuesto al soplo del Espíritu de Dios...
21 Dará a luz un hijo, a quien le pondrás el nombre de Jesús, porque él
salvará a su pueblo de sus pecados.
Ahora el mensajero habla más claramente. María dará a luz un hijo, y José le
debe poner el nombre de Jesús. Era un privilegio de la dignidad paterna
otorgar el nombre al hijo. Esto en cierto modo es un acto creador, porque
para los antiguos el nombre designa la manera de ser y la vocación. Sin
embargo en el caso de José se limita el derecho: No solamente no tiene
ninguna parte en la procreación del hijo, sino que tampoco tiene derecho a
determinar el nombre. éste le es dado de arriba, se anuncia de antemano: un
nombre, que ya fue usado con frecuencia en la historia del pueblo, pero que
nunca proclamó la razón de ser con tanta precisión como aquí.
¿Qué significa el nombre de Jesús? Traducido del hebreo, significa: Dios es
la salvación, Dios ayuda y libera, Dios es salvador. Así se llamó Josué,
quien como sucesor de Moisés condujo al pueblo por el Jordán a la vida
sedentaria y a la paz del país. Este nombre lo tuvo un sumo sacerdote, que
después del regreso de la cautividad de Babilonia participó como dirigente
en la restauración del culto y en el servicio del templo (Esd 2-5). Así
también se llamaba un maestro de la sabiduría, que pudo alabar el camino de
la justicia y de la vida con sentencias bien redactadas, Jesús, el hijo de
Eleazar y nieto de Sirac, autor del libro de Jesús Sirac o Eclesiástico
(Eco_50:29). Todos ellos fueron, de diferentes maneras, medianeros de la
salvación de Dios. Pero Jesús traerá esta bendición con mayor amplitud que
ninguno de los que le precedieron. Así lo indica la interpretación de su
nombre, que añade san Mateo: "él salvará a su pueblo de sus pecados". No se
trata simplemente de la salvación de un país fértil, de una oblación de
sacrificios agradable a Dios o de un conocimiento adecuado, sino la
liberación de una esclavitud más grave de la que representan el desierto, el
culto idolátrico y una doctrina errónea: la esclavitud del pecado.
Con la palabra "pecado" se dice todo aquello, de lo que debe ser liberado el
hombre y la humanidad. Esta palabra designa la oposición más viva a Dios y a
su salvación. La expresión un poco ambigua: su pueblo, indica a quién
liberará Jesús de esta servidumbre. El judío solamente conoce a un pueblo,
que tiene legítimamente este nombre en el sentido más profundo, es decir,
Israel, el pueblo de la elección. El judío diría: "nuestro pueblo" o en
labios del ángel: "vuestro pueblo", el pueblo mediante el cual el israelita
es lo que es. O se podría esperar que se dijera: el pueblo de Dios. Pero
aquí se lee "su pueblo". Desde el primer momento a este niño se le promete
un pueblo propio, y queda por completo en suspenso si este pueblo se
identifica con el Israel contemporáneo. También podría ser un nuevo pueblo
para el cual ya no tengan vigencia las fronteras de aquel tiempo y que
crezca más allá de las fronteras de Israel, un nuevo pueblo de Dios,
perteneciente a Jesús de una forma especial, y cuyo nombre ostente...
22 Todo esto sucedió en cumplimiento de lo que había dicho el Señor por
el profeta. 23 He aquí que la virgen concebirá en su seno y dará a luz un
hijo, y lo llamarán Emmanuel, que significa "Dios con nosotros".
Lo que el ángel ha anunciado hasta ahora es significativo y asombroso. En
parte dice claramente lo que sucederá, en parte indica grandes conexiones
que conocen o adivinan los que están bien informados como José. Mateo
concluye las palabras del ángel indicando el cumplimiento de una profecía.
Finalmente ahora se hace patente que no se trata de un acontecimiento de un
día; al contrario: como en una lente se concentran los rayos de luz, así
también en la llegada de este niño es como si se reuniesen los hilos de una
obra tejida por Dios. El hecho es significativo para el tiempo presente, en
el que tiene lugar el milagro del Espíritu Santo; para el tiempo futuro, en
que este niño debe llevar a cabo la liberación de su pueblo; y para el
tiempo pasado, que aparece con una nueva luz. En una situación apurada el
profeta Isaías había anunciado al rey Acaz una señal divina que le debía
notificar la desgracia. Ahora estas palabras del profeta se convierten en
mensaje de alegría: "He aquí que la virgen concebirá..."
Las misteriosas circunstancias que habían perturbado a José, no son tan
sensacionalmente nuevas; el profeta ya las había indicado hablando de una
"virgen", que dará a luz un hijo. El nacimiento virginal del Mesías, por
obra del Espíritu, ya está indicado en el Antiguo Testamento. El creyente
conoce la actuación de Dios en los siglos y entiende las promesas a la luz
de su cumplimiento. Un segundo dato se da también en el profeta: un nombre
que es tan profundo y rico como el nombre de Jesús: Dios con nosotros
(Isa_7:10-16). Estaba arraigado en la fe de Israel el conocimiento de que
Yahveh siempre está con su pueblo. Esta es la distinción y la gloria de
Israel. Como sucedió en el tiempo pasado, así sucederá también en el tiempo
futuro, que los profetas anuncian: "No temas, pues yo te redimí, y te llamé
por tu nombre: tú eres mío. Cuando pasares por medio de las aguas. estaré yo
contigo, y no te anegarán sus corrientes; cuando anduvieres por medio del
fuego, no te quemarás, ni la llama tendrá ardor para ti" (1Sa_43:1 s).
Dios siempre estuvo con su pueblo en las guerras de los antepasados, en las
asambleas reunidas en los sitios de culto en tiempo de los jueces, luego
especialmente en la santa montaña de Sión y en el templo, en las unciones de
sus reyes y en la misión confiada a sus profetas, en su fidelidad y en el
otorgamiento de su salvación, también en la dispersión entre las naciones,
en el cautiverio. Sin embargo, se mantenía viva la esperanza de que Dios
estaría con su pueblo en el tiempo futuro. Era un hecho y al mismo tiempo
una promesa, se podía experimentar felizmente la presencia de Dios, y con
todo tenía que esperarse. Es evidente que debía ser un modo enteramente
nuevo de la presencia, que ya se estaba acercando. Ahora parece que esta
nueva presencia está a punto de realizarse. El niño que ha de nacer tiene el
nombre que implica esta esperanza: "Dios con nosotros". Esta proximidad de
Dios no debe realizarse en una reunión especial, en un lugar, en una casa,
sino en una persona humana, a cuya manera de ser pertenece que Dios esté con
nosotros. En él y por medio de él Dios está presente y cercano, más próximo
y activo que hasta ahora...
24 José, cuando se despertó, hizo como le había ordenado el ángel del
Señor y se llevó su esposa a casa. 25 Y hasta el momento en que ella dio a
luz un hijo él no la había tocado, y él puso al niño el nombre de Jesús.
José, con sencillez y naturalidad, hace lo que se le había encargado. Con
profundo y medroso respeto no se acerca a María, que exteriormente pasa por
ser su esposa. Ella da a luz al niño, y José le designa con el nombre de
Jesús. De este modo, el niño es su hijo según la ley, que es incorporado a
la línea de los padres, que va desde David hasta José. No solamente
conocemos el nombre que debe tener el niño, y que se unió con el título de
Mesías, formando el nombre doble: Jesucristo, esto es, Jesús el Mesías.
Sabemos que el nombre se complementa con un segundo nombre que Jesús no usó:
"Dios con nosotros". La última frase del Evangelio echa una mirada
retrospectiva al principio del mismo: la proximidad de Dios en Cristo está
plenamente garantizada, y nunca más quedará en lejanía, hasta el fin del
tiempo: "Y mirad: yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de los
tiempos" (/Mt/28/20). Dios está cerca de nosotros en Jesucristo, siempre
está presente, nunca más estaremos solos ni perdidos, lanzados a una
existencia sin sentido...
(TRILLING, W., El Evangelio según San Lucas, en El Nuevo Testamento y su
Mensaje, Editorial Herder, Madrid, 1969)
Comentario Teológico: San Juan Pablo II - La verdad bíblica sobre
san José
El matrimonio de José con María
2. "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer, porque lo
engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le
pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt
1, 20-21).
En estas palabras se halla el núcleo central de la verdad bíblica sobre san
José, el momento de su existencia al que se refieren particularmente los
Padres de la Iglesia.
El Evangelista Mateo explica el significado de este momento, delineando
también como José lo ha vivido. Sin embargo, para comprender plenamente el
contenido y el contexto, es importante tener presente el texto paralelo del
Evangelio de Lucas. En efecto, en relación con el versículo que dice: "La
generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba
desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró
encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18), el origen de la gestación
de María "por obra del Espíritu Santo" encuentra una descripción más amplia
y explícita en el versículo que se lee en Lucas sobre la anunciación del
nacimiento de Jesús: "Fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la casa de David; el nombre de la virgen era María" (Lc 1, 26-27). Las
palabras del ángel: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc
1, 28), provocaron una turbación interior en María y, a la vez, le llevaron
a la reflexión. Entonces el mensajero tranquiliza a la Virgen y, al mismo
tiempo, le revela el designio especial de Dios referente a ella misma: "No
temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en
el seno y vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús. El será
grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de
David, su padre" (Lc 1, 30-32).
El evangelista había afirmado poco antes que, en el momento de la
anunciación, María estaba "desposada con un hombre llamado José, de la casa
de David". La naturaleza de este "desposorio" es explicada indirectamente,
cuando María, después de haber escuchado lo que el mensajero había dicho
sobre el nacimiento del hijo, pregunta: "¿Cómo será esto, puesto que no
conozco varón?" (Lc 1, 34). Entonces le llega esta respuesta: "El Espíritu
Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1, 35).
María, si bien ya estaba "desposada" con José, permanecerá virgen, porque el
niño, concebido en su seno desde la anunciación, había sido concebido por
obra del Espíritu Santo.
En este punto el texto de Lucas coincide con el de Mateo 1, 18 y sirve para
explicar lo que en él se lee. Si María, después del desposorio con José, se
halló "encinta por obra del Espíritu Santo", este hecho corresponde a todo
el contenido de la anunciación y, de modo particular, a las últimas palabras
pronunciadas por María: "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1, 38).
Respondiendo al claro designio de Dios, María con el paso de los días y de
las semanas se manifiesta ante la gente y ante José "encinta", como aquella
que debe dar a luz y lleva consigo el misterio de la maternidad.
3. A la vista de esto "su marido José, como era justo y no quería ponerla en
evidencia, resolvió repudiarla en secreto" (Mt 1, 19), pues no sabía cómo
comportarse ante la "sorprendente" maternidad de María. Ciertamente buscaba
una respuesta a la inquietante pregunta, pero, sobre todo, buscaba una
salida a aquella situación tan difícil para él. Por tanto, cuando
"reflexionaba sobre esto, he aquí que se le apareció en sueños un ángel del
Señor y le dijo: "José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María,
tu esposa, pues lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. Dará a luz
un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus
pecados"" (Mt 1, 20-21).
Existe una profunda analogía entre la "anunciación" del texto de Mateo y la
del texto de Lucas. El mensajero divino introduce a José en el misterio de
la maternidad de María. La que según la ley es su "esposa", permaneciendo
virgen, se ha convertido en madre por obra del Espíritu Santo. Y cuando el
Hijo, llevado en el seno por María, venga al mundo, recibirá el nombre de
Jesús. Era éste un nombre conocido entre los israelitas y, a veces, se ponía
a los hijos. En este caso, sin embargo, se trata del Hijo que, según la
promesa divina, cumplirá plenamente el significado de este nombre:
Jesús-Yehošua', que significa, Dios salva.
El mensajero se dirige a José como al "esposo de María", aquel que, a su
debido tiempo, tendrá que imponer ese nombre al Hijo que nacerá de la Virgen
de Nazaret, desposada con él. El mensajero se dirige, por tanto, a José
confiándole la tarea de un padre terreno respecto al Hijo de María.
"Despertado José del sueño, hizo como el ángel del Señor le había mandado, y
tomó consigo a su mujer" (Mt 1, 24). El la tomó en todo el misterio de su
maternidad; la tomó junto con el Hijo que llegaría al mundo por obra del
Espíritu Santo, demostrando de tal modo una disponibilidad de voluntad,
semejante a la de María, en orden a lo que Dios le pedía por medio de su
mensajero.
El depositario del misterio de Dios
4. Cuando María, poco después de la anunciación, se dirigió a la casa de
Zacarías para visitar a su pariente Isabel, mientras la saludaba oyó las
palabras pronunciadas por Isabel "llena de Espíritu Santo" (Lc 1, 41).
Además de las palabras relacionadas con el saludo del ángel en la
anunciación, Isabel dijo: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1, 45). Estas palabras
han sido el pensamiento-guía de la encíclica Redemptoris Mater, con la cual
he pretendido profundizar en las enseñanzas del Concilio Vaticano II que
afirma: "La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y
mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" [5] y "precedió"[6] a
todos los que, mediante la fe, siguen a Cristo.
Ahora, al comienzo de esta peregrinación, la fe de María se encuentra con la
fe de José. Si Isabel dijo de la Madre del Redentor: "Feliz la que ha
creído", en cierto sentido se puede aplicar esta bienaventuranza a José,
porque él respondió afirmativamente a la Palabra de Dios, cuando le fue
transmitida en aquel momento decisivo. En honor a la verdad, José no
respondió al "anuncio" del ángel como María; pero hizo como le había
ordenado el ángel del Señor y tomó consigo a su esposa. Lo que él hizo es
genuina "obediencia de la fe" (cf. Rom 1, 5; 16, 26; 2 Cor 10, 5-6).
Se puede decir que lo que hizo José le unió en modo particularísimo a la fe
de María. Aceptó como verdad proveniente de Dios lo que ella ya había
aceptado en la anunciación. El Concilio dice al respecto: "Cuando Dios
revela hay que prestarle "la obediencia de la fe", por la que el hombre se
confía libre y totalmente a Dios, prestando a Dios revelador el homenaje del
entendimiento y de la voluntad y asintiendo voluntariamente a la revelación
hecha por él". [7] La frase anteriormente citada, que concierne a la esencia
misma de la fe, se refiere plenamente a José de Nazaret.
5. El, por tanto, se convirtió en el depositario singular del misterio
"escondido desde siglos en Dios" (cf. Ef 3, 9), lo mismo que se convirtió
María en aquel momento decisivo que el Apóstol llama "la plenitud de los
tiempos", cuando "envió Dios a su Hijo, nacido de mujer" para "rescatar a
los que se hallaban bajo la ley", "para que recibieran la filiación
adoptiva" (cf. Gál 4, 4-5). "Dispuso Dios -afirma el Concilio- en su
sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad
(cf. Ef 1, 9), mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo
encarnado, tienen acceso al Padre en el Espíritu Santo y se hacen consortes
de la naturaleza divina (cf. Ef 2, 18; 2 Pe 1, 4)". [8]
De este misterio divino José es, junto con María, el primer depositario. Con
María -y también en relación con María- él participa en esta fase culminante
de la autorrevelación de Dios en Cristo, y participa desde el primer
instante. Teniendo a la vista el texto de ambos evangelistas Mateo y Lucas,
se puede decir también que José es el primero en participar de la fe de la
Madre de Dios, y que, haciéndolo así, sostiene a su esposa en la fe de la
divina anunciación. El es asimismo el que ha sido puesto en primer lugar por
Dios en la vía de la "peregrinación de la fe", a través de la cual, María,
sobre todo en el Calvario y en Pentecostés, precedió de forma eminente y
singular. [9]
6. La vía propia de José, su peregrinación de la fe, se concluirá antes, es
decir, antes de que María se detenga ante la Cruz en el Gólgota y antes de
que Ella, una vez vuelto Cristo al Padre, se encuentre en el Cenáculo de
Pentecostés el día de la manifestación de la Iglesia al mundo, nacida
mediante el poder del Espíritu de verdad. Sin embargo, la vía de la fe de
José sigue la misma dirección, queda totalmente determinada por el mismo
misterio del que él junto con María se había convertido en el primer
depositario. La encarnación y la redención constituyen una unidad orgánica e
indisoluble, donde el "plan de la revelación se realiza con palabras y
gestos intrínsecamente conexos entre sí".[10] Precisamente por esta unidad
el Papa Juan XXIII, que tenía una gran devoción a san José, estableció que
en el Canon romano de la Misa, memorial perpetuo de la redención, se
incluyera su nombre junto al de María, y antes del de los Apóstoles, de los
Sumos Pontífices y de los Mártires. [11]
(San Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Redemptoris Custos, nº 2 - 6)
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Santos Padres: San Juan Crisóstomo - La obediencia de José
1. (...)
2. ¿Qué texto, pues, nos proponemos comentar hoy? Todo esto, empero, sucedió
por que se cumpliera lo que el Señor había dicho por boca del profeta...
Aquí, cuanto le fue posible, dio el ángel un fuerte grito, digno del milagro
que nos contaba: ¡Todo esto sucedió! Vió el piélago y abismo del amor de
Dios, realizado lo que jamás se esperaba; suspendidas las leyes de la
naturaleza y hecha la reconciliación; vió cómo el que estaba más alto de
todos descendió al que estaba más bajo de todos, cómo se había derribado la
pared medianera, cómo se habían eliminado los obstáculos, cómo se habían
cumplido muchas más maravillas, y, cifrando en una sola palabra el milagro,
dijo: Todo esto sucedió por que se cumpliera lo que el Señor había dicho por
boca del profeta. No pienses-nos dice el ángel-que se trata de decretos de
ahora. Todo estaba de antiguo prefigurado. Es lo que Pablo procuraba mostrar
en todas partes.
Por lo demás, el ángel remite a José al profeta Isaías para que, al
despertarse, no se olvidara de lo que le había dicho, como de cosa reciente;
mas como de los pasajes proféticos se había él nutrido y los recordaba
constantemente, por ellos retendría también sus palabras. Nada de esto le
dijo a la Virgen, que era una niña y no tenía familiaridad con los textos
sagrados; mas con el hombre que era justo y meditaba a los profetas, el
ángel puede partir de aquí para su conversación. Y notemos que, antes de
citar a Isaías, le habla de tu mujer; pero, una vez que ha alegado al
profeta, ya no teme el ángel pronunciar ante José el nombre de virgen. Sin
duda, de no haberlo antes oído de Isaías, no hubiera José escuchado tan sin
turbación este nombre. Nada nuevo, en efecto, algo más bien familiar y
durante mucho tiempo meditado, iba a oír de boca del profeta. El ángel,
pues, alega a Isaías porque quería dar con su testimonio más crédito a su
mensaje. Sin embargo, no se quedó en Isaías, sino que refiere a Dios su
palabra. Por eso no dijo: "Porque se cumpliera lo que había dicho Isaías",
sino: Porque se cumpliera lo que había dicho el Señor. La boca era de
Isaías, pero el oráculo venía de lo alto.
CUESTIONES SOBRE LA PROFECÍA DE ISAÍAS: A) POR QUÉ NO SE LLAMAA CRISTO
"EMMANUEL"
¿Qué dice, pues, este oráculo? Mirad que la Virgen concebirá y dará a luz un
hijo y le llamarán de nombre Emmanuel[1], ¿Cómo, pues, no se llamó su nombre
Emmanuel, sino Jesucristo? Porque no dijo "le llamarás", sino le llamarán,
es decir, así le llamarán las gentes y así lo confirmarán los hechos. En
realidad, aquí se pone nombre a un acontecimiento, y tal es el uso de la
Escritura, que pone por nombre los acontecimientos. Consiguientemente, le
llamarán Emmanuel, no significa otra cosa sino que verán a Dios entre los
hombres. Porque, si es cierto que Dios estuvo siempre entre los hombres,
pero nunca tan claramente.
Mas, si los judíos siguieran porfiando, les preguntaremos: ¿Cuándo se le
llamó a un niño: "Pronto despoja, saquea, aprisa saquea"? Tendrán que
contestar que nunca. Entonces, ¿cómo es que dijo el profeta: Llámale de
nombre "Pronto despoja"?[2] Porque, nacido aquel hijo del profeta, hubo
presa y reparto de botín. Lo que fue un hecho al nacer el niño, se pone por
nombre suyo.
En otro pasaje dice el mismo Isaías: La ciudad se llamará ciudad de la
justicia; Sión, metrópoli de la fidelidad[3]. Sin embargo, en ninguna parte
hallamos que a Jerusalén se la llame "Ciudad de la justicia", sino que
siguió llamándose Jerusalén; pero como así había efectivamente sucedido,
transformada ella en mejor, dijo el profeta que se la llamaría así. Y es
que, cuando se da un hecho, que da a conocer al que lo realiza o al que de
él se aprovecha, mejor que su nombre mismo, la Escritura dice que su nombre
es la verdad misma de la cosa.
EL PROFETA NO HABLA DE'MUJER JOVEN", SINO DE "VIRGEN" PROPIAMENTE DICHA
Cerrada en este punto la boca a los judíos, buscarán otra dificultad-lo que
se dice de la virginidad-, y, alegándonos a otros traductores, nos objetarán
que el texto primitivo no dice "virgen", sino "mujer joven". A esto
responderemos, ante todo, que con toda justicia deben ser tenidos los
Setenta por los más fidedignos de todos los traductores de los Libros
santos.
En efecto, los otros tradujeron después del advenimiento de Cristo,
permaneciendo en el judaísmo, y hay razón para sospechar en ellos que se
dejaran llevar de su enemiga contra la fe cristiana y que oscurecieran
adrede las profecías; los Setenta, empero, que realizaron su obra cien o más
años antes de Cristo y que fueron tantos en número, están libres de toda
sospecha, y por el tiempo, por su muchedumbre y por su unanimidad es justo
se les dé más crédito que a cualesquiera otros intérpretes.
3. Más, aun en el caso de que aleguen la autoridad de los modernos, la
victoria será siempre nuestra. En efecto, también el nombre de "juventud"
suele la Sagrada Escritura aplicarlo a la virginidad, no sólo tratándose de
hembras, sino también de varones. Así, dice el salmista: Jóvenes y vírgenes,
viejos juntamente con los mozos[4]. Y, hablando en otro paso sobre una joven
a cuyo honor se atentaba, dice la Escritura: Si la joven levantare la
voz...[5]. La joven, es decir, la virgen, como lo prueba todo el contexto
anterior. Además, el profeta no dijo simplemente: Mirad que la virgen
concebirá, sino que antes había dicho: Mirad que el Señor mismo os dará un
signo, y luego añadió: Mirad que la virgen concebirá. A la verdad, si la
que, iba la concebir no era virgen, sino que había de ser madre por ley
común de la naturaleza, ¿qué signo había en eso? Un signo tiene que pasar la
medida de lo corriente, tiene que ser peregrino y sorprendente. En otro
caso, ¿cómo puede ser signo?
CONDUCTA ADMIRABLE DE JOSÉ
Levantado José del sueño, hizo como le había mandado el ángel del Señor.
¡Mirad qué obediencia, mirad qué docilidad de espíritu! He aquí un alma
vigilante e íntegra en todo. Cuando era presa de una sospecha desagradable y
extraña, no se hacía a la idea de retener consigo a la Virgen; ahora que
está libre de aquella sospecha, no piensa un momento en echarla de su casa.
Sí, la retuvo, y entró así en el servicio de toda la economía de la
encarnación: Y tomó-dice-consigo a María su mujer. Notad cómo el evangelista
emplea constantemente el nombre de mujer; lo uno porque no quería que por
entonces se descubriera el misterio, lo otro para alejar de la Virgen
aquella sospecha de que hablamos.
MARÍA FUE PERPETUAMENTE VIRGEN
Sabiéndola, pues, tomado consigo, no la conoció hasta que dio a luz a su
hijo primogénito. "Hasta" lo puso aquí el evangelista no porque haya de
sospecharse que la conoció posteriormente, sino porque se entienda bien que
la Virgen permaneció absolutamente intacta antes del parto. - ¿Por qué, pues
-me diréis-, usó de la partícula "hasta"? -Porque ése es muchas veces el uso
de la Escritura, que no emplea esa palabra para indicar un tiempo
determinado. Así, por ejemplo, hablando del arca, dice: No volvió el cuervo
hasta que se secó la tierra, cuando sabemos que tampoco volvió después de
secarse[6]. Y hablando de Dios: Desde el siglo hasta el siglo eres tú[7],
sin que aquí se señale un término. Lo mismo en otro paso en que da una buena
noticia y dice: Se levantará en sus días la justicia y muchedumbre de paz
hasta que desaparezca la luna[8].
Lo que no quiere decir, que ponga término a este bello astro. Así también
aquí, "hasta" asegura lo que hubo antes del parto; lo de después lo deja el
evangelista a vuestra consideración. Lo que teníamos que saber del
evangelista, eso fue lo que él nos dijo, a saber: que la Virgen permaneció
intacta hasta el momento del parto; lo otro, que era natural consecuencia de
lo ya dicho y quedaba con ello confesado, os lo deja que lo comprendáis por
vosotros mismos. ¿Cómo no comprender que José, que era hombre justo, no
había de atreverse a conocer después a la que por tan maravillosa manera
había sido madre, a la que tan nuevo parto, tan peregrino alumbramiento,
había merecido? Y si la conoció y la tuvo por mujer ordinaria suya, ¿cómo es
que Cristo la encomendó a su discípulo como mujer indefensa y sin marido y
le mandó que la recibiera en su casa?[9]
(SAN JUAN CRISÓSToMo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía
5, 1-2, BAC Madrid 1955, 86-94)
[1] Is 7, 14
[2] Is 8, 3
[3] Is 1, 26
[4] Sal 148, 12
[5] Dt 22, 27
[6] Sal 89, 8
[7] Gn 8, 17
[8] Sal 71, 7
[9] Jn 19, 25s
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Aplicación: Beato Juan Pablo II - José un auténtico hombre de fe
Amadísimos hermanos y hermanas: 1. Celebramos hoy el cuarto domingo de
Adviento, mientras se intensifican los preparativos para la fiesta de
Navidad. La palabra de Dios, en la liturgia, nos ayuda a centrar nuestra
atención en el significado de este acontecimiento salvífico fundamental que
es, al mismo tiempo, histórico y sobrenatural.
"Mirad: la virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre
Emmanuel, que significa: Dios con nosotros" (Is 7, 14). Esta profecía de
Isaías reviste una importancia capital en la economía de la salvación.
Asegura que "Dios mismo" dará un descendiente al rey David como "signo" de
su fidelidad. Esta promesa se cumplió con el nacimiento de Jesús de la
Virgen María.
2. Por tanto, para captar el significado y el don de gracia de la Navidad,
ya inminente, debemos aprender en la escuela de la Virgen y de su esposo san
José, a quienes en el belén contemplaremos en adoración extasiada del Mesías
recién nacido.
En la página evangélica de hoy san Mateo pone de relieve el papel de san
José, al que califica como hombre "justo" (Mt 1, 19), subrayando así que
estaba totalmente dispuesto a cumplir la voluntad de Dios. Precisamente por
esta justicia interior, que en definitiva coincide con el amor, José no
quiere denunciar a María, aunque se ha dado cuenta de su embarazo
incipiente. Piensa "repudiarla en secreto" (Mt 1, 19), pero el ángel del
Señor lo invita a no tener reparo y a llevarla consigo.
Resalta aquí otro aspecto esencial de la personalidad de san José: es hombre
abierto a la escucha de Dios en la oración. Por el ángel sabe que "la
criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo" (Mt 1, 20), según la
antigua profecía: "Mirad: la virgen concebirá...", y está dispuesto a
aceptar los designios de Dios, que superan los límites humanos.
3. En síntesis, se puede definir a José un auténtico hombre de fe, como su
esposa María. La fe conjuga justicia y oración, y esta es la actitud más
adecuada para encontrar al Emmanuel, al "Dios con nosotros". En efecto,
creer significa vivir en la historia abiertos a la iniciativa de Dios, a la
fuerza creadora de su Palabra, que en Cristo se hizo carne, uniéndose para
siempre a nuestra humanidad. Que la Virgen María y san José nos ayuden a
celebrar así, de modo fructuoso, el nacimiento del Redentor.
(Beato Juan Pablo II, Ángelus del Domingo 23 de diciembre de 2001)
Aplicación: Benedicto XVI - Veneremos a San José
Queridos hermanos y hermanas:
En este cuarto domingo de Adviento el evangelio de san Mateo narra cómo
sucedió el nacimiento de Jesús situándose desde el punto de vista de san
José. Él era el prometido de María, la cual "antes de empezar a estar juntos
ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo" (Mt 1, 18). El Hijo
de Dios, realizando una antigua profecía (cf. Is 7, 14), se hace hombre en
el seno de una virgen, y ese misterio manifiesta a la vez el amor, la
sabiduría y el poder de Dios a favor de la humanidad herida por el pecado.
San José se presenta como hombre "justo" (Mt 1, 19), fiel a la ley de Dios,
disponible a cumplir su voluntad.
Por eso entra en el misterio de la Encarnación después de que un ángel del
Señor, apareciéndosele en sueños, le anuncia: "José, hijo de David, no temas
tomar contigo a María, tu mujer, porque lo engendrado en ella es del
Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque
él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1, 20-21). Abandonando el
pensamiento de repudiar en secreto a María, la toma consigo, porque ahora
sus ojos ven en ella la obra de Dios.
San Ambrosio comenta que "en José se dio la amabilidad y la figura del
justo, para hacer más digna su calidad de testigo" (Exp. Ev. sec. Lucam II,
5: ccl 14, 32-33). Él -prosigue san Ambrosio- "no habría podido contaminar
el templo del Espíritu Santo, la Madre del Señor, el seno fecundado por el
misterio" (ib., II, 6: CCL 14, 33). A pesar de haber experimentado
turbación, José actúa "como le había ordenado el ángel del Señor", seguro de
hacer lo que debía. También poniendo el nombre de "Jesús" a ese Niño que
rige todo el universo, él se inserta en el grupo de los servidores humildes
y fieles, parecido a los ángeles y a los profetas, parecido a los mártires y
a los apóstoles, como cantan antiguos himnos orientales. San José anuncia
los prodigios del Señor, dando testimonio de la virginidad de María, de la
acción gratuita de Dios, y custodiando la vida terrena del Mesías.
Veneremos, por tanto, al padre legal de Jesús (cf. Catecismo de la Iglesia
cat��lica, n. 532), porque en él se perfila el hombre nuevo, que mira con fe
y valentía al futuro, no sigue su propio proyecto, sino que se confía
totalmente a la infinita misericordia de Aquel que realiza las profecías y
abre el tiempo de la salvación.
Queridos amigos, a san José, patrono universal de la Iglesia, deseo confiar
a todos los pastores, exhortándolos a ofrecer "a los fieles cristianos y al
mundo entero la humilde y cotidiana propuesta de las palabras y de los
gestos de Cristo" (Carta de convocatoria del Año sacerdotal). Que nuestra
vida se adhiera cada vez más a la Persona de Jesús, precisamente porque "el
que es la Palabra asume él mismo un cuerpo; viene de Dios como hombre y
atrae a sí toda la existencia humana, la lleva al interior de la palabra de
Dios" (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 387). Invoquemos con confianza a la
Virgen María, la llena de gracia "adornada de Dios", para que, en la Navidad
ya inminente, nuestros ojos se abran y vean a Jesús, y el corazón se alegre
en este admirable encuentro de amor.
(Ángelus del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el domingo 19 de
diciembre de 2010)
Aplicación: San Aelredo de Rielvaux - Se le dará el nombre de
Emmanuel
“Emmanuel, que quiere decir ‘Dios con nosotros’”, ¡Sí, Dios con nosotros!
Hasta entonces se había dicho “Dios está por encima de nosotros”, “Dios
frente a nosotros”, pero hoy es el “Emmanuel”. Hoy es Dios con nosotros en
nuestra naturaleza, con nosotros en su gracia; con nosotros en nuestra
debilidad, con nosotros en su bondad; con nosotros en nuestra miseria, con
nosotros en su misericordia; con nosotros por amor, con nosotros por lazos
de familia; con nosotros por su ternura, con nosotros por su compasión…
¡Dios con nosotros! No le habéis visto vosotros, hijos de Adán, subir al
cielo para ser Dios; Dios desciende del cielo para ser Emmanuel,
Dios-con-nosotros. ¡Viene a nosotros para ser Emmanuel, Dios-con-nosotros, y
nosotros descuidamos de ir a Dios para ser en él! “Oh, vosotros, humanos
¿hasta cuándo ultrajaréis mi honor, amaréis la falsedad y buscaréis el
engaño?” (Sl 4,3). Mirad que ha venido la verdad: ¿por qué amáis la falsedad
y buscáis el engaño?” Mirad que ha venido la palabra verdadera e
inalterable; ¿por qué buscáis el engaño” Aquí tenéis al Emmanuel, aquí
tenéis a Dios-con-nosotros.
¿Cómo podía él estar más cerca de mí? Pequeño como yo, débil como yo,
desnudo como yo, pobre como yo… en todo se ha hecho semejante a mí, tomando
lo que es mío y dando lo que es suyo. Yo yacía muerto, sin voz, sin sentido;
ya ni tan sólo poseía la luz de mis ojos. Hoy él ha descendido, este hombre
tan grande “este profeta poderoso en obras y palabras” (Lc 24,19). “Ha
puesto su rostro sobre mi rostro, su boca sobre mi boca, sus manos sobre mis
manos” (2R 4,34) se ha hecho el Emmanuel, ¡Dios-con-nosotros!
(San Aelredo de Rielvaux (1110-1167), monje cisterciense, Sermón para la
Anunciación)
Aplicación: Raniero Cantalamessa - Nada se hace en el mundo sin
esperanza
Si casarse es siempre un acto de fe, traer al mundo un hijo es siempre un
acto de esperanza. Nada se hace en el mundo sin esperanza. Necesitamos de la
esperanza como del aire para respirar. Cuando una persona está a punto de
desmayarse, se grita a quienes están cerca: «¡Dadle aire!»
Hay algo que une las tres lecturas de este domingo: en cada una se habla de
un nacimiento: «He aquí que una Virgen está encinta y va a dar a luz un
hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, Dios-con-nosotros» (I lectura);
«Jesucristo... nacido de la estirpe de David, según la carne» (II lectura);
«El nacimiento de Jesucristo fue de esta manera...» (Evangelio). ¡Podríamos
llamarlo «domingo de los nacimientos»!
Es inevitable plantearse inmediatamente la pregunta: ¿por qué nacen tan
pocos niños en Italia y en otros países occidentales? El principal motivo de
la escasez de nacimientos no es de tipo económico. Los nacimientos deberían
aumentar a medida que se camina hacia las franjas más elevadas de la
sociedad, o según se va del Sur al Norte del mundo, y en cambio sabemos que
ocurre exactamente lo contrario.
El motivo es más profundo: es la falta de esperanza, con lo que implica:
confianza en el futuro, impulso vital, creatividad, poesía y alegría de
vivir. Si casarse es siempre un acto de fe, traer al mundo un hijo es
siempre un acto de esperanza. Nada se hace en el mundo sin esperanza.
Necesitamos de la esperanza como del aire para respirar. Cuando una persona
está a punto de desmayarse, se grita a quienes están cerca: «¡Dadle aire!».
Lo mismo se debería hacer con quién está a punto de dejarse ir, de rendirse
ante la vida: «¡Dadle un motivo de esperanza!». Cuando en una situación
humana renace la esperanza, todo parece distinto, aunque nada, de hecho,
haya cambiado. La esperanza es una fuerza primordial. Literalmente hace
milagros.
El Evangelio tiene algo esencial que ofrecer a nuestra gente, en este
momento de la historia: la Esperanza con mayúsculas, virtud teologal, o sea,
que tiene por autor y garante a Dios mismo. La esperanzas terrenas (casa,
trabajo, salud, el éxito de los hijos...), aunque se realicen,
inexorablemente desilusionan si no hay algo más profundo que las sustente y
las eleve. Miremos lo que sucede con la tela de araña; es una obra de arte,
perfecta en su simetría, elasticidad, funcionalidad, tensa desde todos los
puntos por hilos que tiran de ella horizontalmente. Se sujeta en el centro
por un hilo desde arriba, el hilo que la araña ha tejido descendiendo. Si
uno desprende uno de los filamentos laterales, la araña sale, lo repara
rápidamente y vuelve a su sitio. Pero si se rompe ese hilo de lo alto, todo
se distiende. La araña sabe que no hay nada que hacer y se aleja. La
Esperanza teologal es el hilo de lo alto en nuestra vida, lo que sustenta
toda la trama de nuestras esperanzas.
En este momento en que sentimos tan fuerte la necesidad de esperanza, la
fiesta de Navidad puede representar la ocasión para una inversión de marcha.
Recordemos lo que dijo un día Jesús: «Quien recibe a un niño en mi nombre, a
mí me recibe». Esto vale para quien acoge a un niño pobre y abandonado, para
quien adopta o alimenta a un niño del Tercer Mundo; pero vale sobre todo
para los padres cristianos que, amándose, en fe esperanza, se abren a una
nueva vida. Muchas parejas que, cuando se anunció el embarazo, se han visto
por un momento llenas de confusión, estoy seguro de que sentirán que pueden
hacer propias las palabras de la profecía navideña de Isaías: «¡Acrecentaste
el gozo, hiciste grande la alegría, porque un niño nos ha nacido, un hijo se
nos ha dado!».
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Aplicación: P. Gustavo Pascual, I.V.E. - El nombre de Jesús
La designación del nombre Jesús para el Hijo de Dios hecho hombre aparece en
cuatro pasajes:
"Dará a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su
pueblo de sus pecados" (Mt 1, 21).
"Y no la conocía hasta que ella dio a luz un hijo, y le puso por nombre
Jesús" (Mt 1, 25).
"Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por
nombre Jesús" (Lc 1, 31).
"Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le puso el nombre
de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno" (Lc 2,
21).
El nombre Jesús en hebreo Iehosúa o Ieshúa significa Yahvéh salva. En
castellano se traduce salvador. La etimología la da el mismo evangelista
“porque El salvará a su pueblo de sus pecados” (v. 21).
Este nombre fue elegido por el mismo Dios, lo eligió la Santísima Trinidad y
fue traído por el ángel Gabriel para comunicarlo a María y a José. Primero a
María en la anunciación y luego a José cuando quería abandonar en secreto a
su esposa embarazada (v. 18-20). Nombre ajustado al oficio de Cristo y a la
necesidad de los hombres.
El nombre de Jesús significa la salud en cuanto se da, por lo que debería
traducirse salud-dador. La Vulgata lo traduce bien: Salvador.
Todos los demás nombres que le dieron al Mesías se contienen en éste. Tanto
los del Antiguo Testamento como los del Nuevo Testamento porque la salud es
la base de todos los bienes que se significan en los otros nombres.
“Por eso Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre.
Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la
tierra y en los abismos” (Flp 2, 9.10).
“Nombre superior a todos los nombres” (Orígenes).
“Tesoro de bienes infinitos” (Crisóstomo).
“Preñez de todos los bienes” (Fray Luis de León).
Pedro que negó a Cristo durante la pasión va a ser el mayor devoto y
propagador del nombre de Jesús.
Dice en su primer discurso que deben bautizarse en su nombre (Cf. Hch 2,
38). Curó al tullido del templo en nombre de Jesús (3, 6), frente al
Sanedrín que le preguntan en nombre de quién había hecho el milagro (4, 7)
Pedro responde en nombre de Jesús (4, 10) y les prohibieron predicar en su
nombre y los azotan (5, 40). Ellos se van contentos de sufrir por el nombre
de Jesús (5, 41).
Jesús, único salvador
“No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros
debamos salvarnos” (Hch 4, 12).
La Escritura es clara “no hay otro nombre para salvarse” hoy que tantos
salvadores de la humanidad aparecen en la prensa.
Jesús es salud grandísima porque la enfermedad es grandísima. Hemos recibido
las reliquias del pecado original y aunque estemos bautizados pesa sobre
nosotros la inclinación al pecado y a ésta herencia sumamos nuestros
pecados.
De todo esto es Jesús salud y remedio. Pero este remedio tenemos que
aplicarlo a nuestras almas y al principio es doloroso por tener tan
arraigada la enfermedad. Jesús es una nueva naturaleza injertada a la vieja:
la adámica. Una nueva naturaleza sobrenatural que al principio nos cuesta
tomarla. Los santos comenzaron su carrera tomando esta medicina y debieron
renunciar a la antigua naturaleza, lo cual, ellos llaman “muerte al hombre
viejo”. ¿Qué remedio es éste que se parece a la muerte?
Esto es renunciar a la propia vida individual, pequeña y enfermiza para
comenzar a vivir vida divina.
Pero Jesús es nombre y memorial. ¿Memorial? Sí. Para Jesús y para mí, para
que nunca a Él se le caiga de la memoria mi salud, porque de ella se le
compuso y confeccionó su nombre; ni a mí se me olvide que en sólo Jesús la
tengo que buscar.
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Directorio Homilético - Cuarto domingo de Adviento
CEC 496-507, 495: la maternidad virginal de María
CEC 437, 456, 484-486, 721-726: María, madre de Dios por obra del Espíritu
Santo
CEC 1846: Jesús viene revelado como Salvador a José
CEC 445, 648, 695: Cristo, el Hijo de Dios en su Resurrección
CEC 143-149, 494, 2087: “la obediencia de la fe”
La maternidad divina de María
495 Llamada en los Evangelios "la Madre de Jesús"(Jn 2, 1; 19, 25; cf. Mt
13, 55, etc.), María es aclamada bajo el impulso del Espíritu como "la madre
de mi Señor" desde antes del nacimiento de su hijo (cf Lc 1, 43). En efecto,
aquél que ella concibió como hombre, por obra del Espíritu Santo, y que se
ha hecho verdaderamente su Hijo según la carne, no es otro que el Hijo
eterno del Padre, la segunda persona de la Santísima Trinidad. La Iglesia
confiesa que María es verdaderamente Madre de Dios ["Theotokos"] (cf. DS
251).
La virginidad de María
496 Desde las primeras formulaciones de la fe (cf. DS 10-64), la Iglesia ha
confesado que Jesús fue concebido en el seno de la Virgen María únicamente
por el poder del Espíritu Santo, afirmando también el aspecto corporal de
este suceso: Jesús fue concebido "absque semine ex Spiritu Sancto" (Cc
Letrán, año 649; DS 503), esto es, sin elemento humano, por obra del
Espíritu Santo. Los Padres ven en la concepción virginal el signo de que es
verdaderamente el Hijo de Dios el que ha venido en una humanidad como la
nuestra:
Así, S. Ignacio de Antioquía (comienzos del siglo II): "Estáis firmemente
convencidos acerca de que nuestro Señor es verdaderamente de la raza de
David según la carne (cf. Rm 1, 3), Hijo de Dios según la voluntad y el
poder de Dios (cf. Jn 1, 13), nacido verdaderamente de una virgen, ...Fue
verdaderamente clavado por nosotros en su carne bajo Poncio Pilato ...
padeció verdaderamente, como también resucitó verdaderamente" (Smyrn. 1-2).
497 Los relatos evangélicos (cf. Mt 1, 18-25; Lc 1, 26-38) presentan la
concepción virginal como una obra divina que sobrepasa toda comprensión y
toda posibilidad humanas (cf. Lc 1, 34): "Lo concebido en ella viene del
Espíritu Santo", dice el ángel a José a propósito de María, su desposada (Mt
1, 20). La Iglesia ve en ello el cumplimiento de la promesa divina hecha por
el profeta Isaías: "He aquí que la virgen concebirá y dará a luz un Hijo"
(Is 7, 14 según la traducción griega de Mt 1, 23).
498 A veces ha desconcertado el silencio del Evangelio de S. Marcos y de las
cartas del Nuevo Testamento sobre la concepción virginal de María. También
se ha podido plantear si no se trataría en este caso de leyendas o de
construcciones teológicas sin pretensiones históricas. A lo cual hay que
responder: La fe en la concepción virginal de Jesús ha encontrado viva
oposición, burlas o incomprensión por parte de los no creyentes, judíos y
paganos (cf. S. Justino, Dial 99, 7; Orígenes, Cels. 1, 32, 69; entre
otros); no ha tenido su origen en la mitología pagana ni en una adaptación
de las ideas de su tiempo. El sentido de este misterio no es accesible más
que a la fe que lo ve en ese "nexo que reúne entre sí los misterios" (DS
3016), dentro del conjunto de los Misterios de Cristo, desde su Encarnación
hasta su Pascua. S. Ignacio de Antioquía da ya testimonio de este vínculo:
"El príncipe de este mundo ignoró la virginidad de María y su parto, así
como la muerte del Señor: tres misterios resonantes que se realizaron en el
silencio de Dios" (Eph. 19, 1;cf. 1 Co 2, 8).
María, la "siempre Virgen"
499 La profundización de la fe en la maternidad virginal ha llevado a la
Iglesia a confesar la virginidad real y perpetua de María (cf. DS 427)
incluso en el parto del Hijo de Dios hecho hombre (cf. DS 291; 294; 442;
503; 571; 1880). En efecto, el nacimiento de Cristo "lejos de disminuir
consagró la integridad virginal" de su madre (LG 57). La liturgia de la
Iglesia celebra a María como la "Aeiparthenos", la "siempre-virgen" (cf. LG
52).
500 A esto se objeta a veces que la Escritura menciona unos hermanos y
hermanas de Jesús (cf. Mc 3, 31-55; 6, 3; 1 Co 9, 5; Ga 1, 19). La Iglesia
siempre ha entendido estos pasajes como no referidos a otros hijos de la
Virgen María; en efecto, Santiago y José "hermanos de Jesús" (Mt 13, 55) son
los hijos de una María discípula de Cristo (cf. Mt 27, 56) que se designa de
manera significativa como "la otra María" (Mt 28, 1). Se trata de parientes
próximos de Jesús, según una expresión conocida del Antiguo Testamento (cf.
Gn 13, 8; 14, 16;29, 15; etc.).
501 Jesús es el Hijo único de María. Pero la maternidad espiritual de María
se extiende (cf. Jn 19, 26-27; Ap 12, 17) a todos los hombres a los cuales,
El vino a salvar: "Dio a luz al Hijo, al que Dios constituyó el mayor de
muchos hermanos (Rom 8,29), es decir, de los creyentes, a cuyo nacimiento y
educación colabora con amor de madre" (LG 63).
La maternidad virginal de María en el designio de Dios
502 La mirada de la fe, unida al conjunto de la Revelación, puede descubrir
las razones misteriosas por las que Dios, en su designio salvífico, quiso
que su Hijo naciera de una virgen. Estas razones se refieren tanto a la
persona y a la misión redentora de Cristo como a la aceptación por María de
esta misión para con los hombres.
503 La virginidad de María manifiesta la iniciativa absoluta de Dios en la
Encarnación. Jesús no tiene como Padre más que a Dios (cf. Lc 2, 48-49). "La
naturaleza humana que ha tomado no le ha alejado jamás de su Padre ...;
consubstancial con su Padre en la divinidad, consubstancial con su Madre en
nuestras humanidad, pero propiamente Hijo de Dios en sus dos naturalezas"
(Cc. Friul en el año 796: DS 619).
504 Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen
María porque El es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva
creación: "El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo
viene del cielo" (1 Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción,
está llena del Espíritu Santo porque Dios "le da el Espíritu sin medida" (Jn
3, 34). De "su plenitud", cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1, 18),
"hemos recibido todos gracia por gracia" (Jn 1, 16).
505 Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo
nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe "¿Cómo
será eso?" (Lc 1, 34;cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no
nace "de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de
Dios" (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es
dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana
con relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente en la
maternidad virginal de María.
506 María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe "no adulterada
por duda alguna" (LG 63) y de su entrega total a la voluntad de Dios (cf. 1
Co 7, 34-35). Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador:
"Beatior est Maria percipiendo fidem Christi quam concipiendo carnem
Christi" ("Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al
concebir en su seno la carne de Cristo" (S. Agustín, virg. 3).
507 María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más
perfecta realización de la Iglesia (cf. LG 63): "La Iglesia se convierte en
Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el
bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por
el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda
íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo" (LG 64).
437 El ángel anunció a los pastores el nacimiento de Jesús como el del
Mesías prometido a Israel: "Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un
salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2, 11). Desde el principio él es "a
quien el Padre ha santificado y enviado al mundo"(Jn 10, 36), concebido como
"santo" (Lc 1, 35) en el seno virginal de María. José fue llamado por Dios
para "tomar consigo a María su esposa" encinta "del que fue engendrado en
ella por el Espíritu Santo" (Mt 1, 20) para que Jesús "llamado Cristo" nazca
de la esposa de José en la descendencia mesiánica de David (Mt 1, 16; cf. Rm
1, 3; 2 Tm 2, 8; Ap 22, 16).
456 Con el Credo Niceno-Constantinopolitano respondemos co nfesando: "Por
nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del
Espíritu Santo se encarnó de María la Virgen y se hizo hombre".
I CONCEBIDO POR OBRA Y GRACIA DEL ESPIRITU SANTO ...
484 La anunciación a María inaugura la plenitud de "los tiempos"(Gal 4, 4),
es decir el cumplimiento de las promesas y de los preparativos. María es
invitada a concebir a aquel en quien habitará "corporalmente la plenitud de
la divinidad" (Col 2, 9). La respuesta divina a su "¿Cómo será esto, puesto
que no conozco varón?" (Lc 1, 34) se dio mediante el poder del Espíritu: "El
Espíritu Santo vendrá sobre ti" (Lc 1, 35).
485 La misión del Espíritu Santo está siempre unida y ordenada a la del Hijo
(cf. Jn 16, 14-15). El Espíritu Santo fue enviado para santificar el seno de
la Virgen María y fecundarla por obra divina, él que es "el Señor que da la
vida", haciendo que ella conciba al Hijo eterno del Padre en una humanidad
tomada de la suya.
486 El Hijo único del Padre, al ser concebido como hombre en el seno de la
Virgen María es "Cristo", es decir, el ungido por el Espíritu Santo (cf. Mt
1, 20; Lc 1, 35), desde el principio de su existencia humana, aunque su
manifestación no tuviera lugar sino progresivamente: a los pastores (cf. Lc
2,8-20), a los magos (cf. Mt 2, 1-12), a Juan Bautista (cf. Jn 1, 31-34), a
los discípulos (cf. Jn 2, 11). Por tanto, toda la vida de Jesucristo
manifestará "cómo Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder" (Hch 10,
38).
“Alégrate, llena de gracia”
721 María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen, es la obra maestra
de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos.
Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha
preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu
pueden habitar entre los hombres. Por ello, los más bellos textos sobre la
sabiduría, la tradición de la Iglesia los ha entendido frecuentemente con
relación a María (cf. Pr 8, 1-9, 6; Si 24): María es cantada y representada
en la Liturgia como el trono de la "Sabiduría".
En ella comienzan a manifestarse las "maravillas de Dios", que el Espíritu
va a realizar en Cristo y en la Iglesia:
722 El Espíritu Santo preparó a María con su gracia . Convenía que fuese
"llena de gracia" la madre de Aquél en quien "reside toda la Plenitud de la
Divinidad corporalmente" (Col 2, 9). Ella fue concebida sin pecado, por pura
gracia, como la más humilde de todas las criaturas, la más capaz de acoger
el don inefable del Omnipotente. Con justa razón, el ángel Gabriel la saluda
como la "Hija de Sión": "Alégrate" (cf. So 3, 14; Za 2, 14). Cuando ella
lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de
Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que ella eleva en su
cántico al Padre en el Espíritu Santo (cf. Lc 1, 46-55).
723 En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre. La
Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo. Su
virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu
y de la fe (cf. Lc 1, 26-38; Rm 4, 18-21; Ga 4, 26-28).
724 En María, el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de
la Virgen. Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del
Espíritu Santo, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a
conocer a los pobres (cf. Lc 2, 15-19) y a las primicias de las naciones
(cf. Mt 2, 11).
725 En fin, por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en
Comunión con Cristo a los hombres "objeto del amor benevolente de Dios" (cf.
Lc 2, 14), y los humildes son siempre los primeros en recibirle: los
pastores, los magos, Simeón y Ana, los esposos de Caná y los primeros
discípulos.
726 Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la
"Mujer", nueva Eva "madre de los vivientes", Madre del "Cristo total" (cf.
Jn 19, 25-27). Así es como ella está presente con los Doce, que
"perseveraban en la oración, con un mismo espíritu" (Hch 1, 14), en el
amanecer de los "últimos tiempos" que el Espíritu va a inaugurar en la
mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.
1846 El Evangelio es la revelación, en Jesucristo, de la misericordia de
Dios con los pecadores (cf Lc 15). El ángel anuncia a José: "Tú le pondrás
por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). Y
en la institución de la Eucaristía, sacramento de la redención, Jesús dice:
"Esta es mi sangre de la alianza, que va a ser derramada por muchos para
remisión de los pecados" (Mt 26,28).
445 Después de su Resurrección, su filiación divina aparece en el poder de
su humanidad glorificada: "Constituido Hijo de Dios con poder, según el
Espíritu de santidad, por su Resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 4;
cf. Hch 13, 33). Los apóstoles podrán confesar "Hemos visto su gloria,
gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad
"(Jn 1, 14).
648 La Resurrección de Cristo es objeto de fe en cuanto es una intervención
transcendente de Dios mismo en la creación y en la historia. En ella, las
tres personas divinas actúan juntas a la vez y manifiestan su propia
originalidad. Se realiza por el poder del Padre que "ha resucitado" (cf. Hch
2, 24) a Cristo, su Hijo, y de este modo ha introducido de manera perfecta
su humanidad - con su cuerpo - en la Trinidad. Jesús se revela
definitivamente "Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por
su resurrección de entre los muertos" (Rm 1, 3-4). San Pablo insiste en la
manifestación del poder de Dios (cf. Rm 6, 4; 2 Co 13, 4; Flp 3, 10; Ef 1,
19-22; Hb 7, 16) por la acción del Espíritu que ha vivificado la humanidad
muerta de Jesús y la ha llamado al estado glorioso de Señor.
695 La unción. El simbolismo de la unción con el óleo es también
significativo del Espíritu Santo, hasta el punto de que se ha convertido en
sinónimo suyo (cf. 1 Jn 2, 20. 27; 2 Co 1, 21). En la iniciación cristiana
es el signo sacramental de la Confirmación, llamada justamente en las
Iglesias de Oriente "Crismación". Pero para captar toda la fuerza que tiene,
es necesario volver a la Unción primera realizada por el Espíritu Santo: la
de Jesús. Cristo ["Mesías" en hebreo] significa "Ungido" del Espíritu de
Dios. En la Antigua Alianza hubo "ungidos" del Señor (cf. Ex 30, 22-32), de
forma eminente el rey David (cf. 1 S 16, 13). Pero Jesús es el Ungido de
Dios de una manera única: La humanidad que el Hijo asume está totalmente
"ungida por el Espíritu Santo".
Jesús es constituido "Cristo" por el Espíritu Santo (cf. Lc 4, 18-19; Is 61,
1). La Virgen María concibe a Cristo del Espíritu Santo quien por medio del
ángel lo anuncia como Cristo en su nacimiento (cf. Lc 2,11) e impulsa a
Simeón a ir al Templo a ver al Cristo del Señor(cf. Lc 2, 26-27); es de
quien Cristo está lleno (cf. Lc 4, 1) y cuyo poder emana de Cristo en sus
curaciones y en sus acciones salvíficas (cf. Lc 6, 19; 8, 46). Es él en fin
quien resucita a Jesús de entre los muertos (cf. Rm 1, 4; 8, 11). Por tanto,
constituido plenamente "Cristo" en su Humanidad victoriosa de la muerte (cf.
Hch 2, 36), Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que "los
santos" constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, "ese
Hombre perfecto ... que realiza la plenitud de Cristo" (Ef 4, 13): "el
Cristo total" según la expresión de San Agustín.
143Por la fe, el hombre somete completamente su inteligencia y su voluntad a
Dios. Con todo su ser, el hombre da su asentimiento a Dios que revela (cf.
DV 5). La Sagrada Escritura llama "obediencia de la fe" a esta respuesta del
hombre a Dios que revela (cf. Rom 1,5; 16,26).
Artículo 1 CREO
I LA OBEDIENCIA DE LA FE
144Obedecer ("ob-audire") en la fe, es someterse libremente a la palabra
escuchada, porque su verdad está garantizada por Dios, la Verdad misma. De
esta obediencia, Abraham es el modelo que nos propone la Sagrada Escritura.
La Virgen María es la realización más perfecta de la misma.
Abraham, "el padre de todos los creyentes"
145La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados
insiste particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y
salió para el lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a
dónde iba" (Hb 11,8; cf. Gn 12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y
peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn 23,4). Por la fe, a Sara se otorgó
el concebir al hijo de la promesa. Por la fe, finalmente, Abraham ofreció a
su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).
146Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los
Hebreos: "La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades
que no se ven" (Hb 11,1). "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como
justicia" (Rom 4,3; cf. Gn 15,6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20),
Abraham vino a ser "el padre de todos los creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn
15,15).
147El Antiguo Testamento es rico en testimonios acerca de esta fe. La carta
a los Hebreos proclama el elogio de la fe ejemplar de los antiguos, por la
cual "fueron alabados" (Hb 11,2.39). Sin embargo, "Dios tenía ya dispuesto
algo mejor": la gracia de creer en su Hijo Jesús, "el que inicia y consuma
la fe" (Hb 11,40; 12,2).
María : "Dichosa la que ha creído"
148La Virgen María realiza de la manera más perfecta la obediencia de la fe.
En la fe, María acogió el anuncio y la promesa que le traía el ángel
Gabriel, creyendo que "nada es imposible para Dios" (Lc 1,37; cf. Gn 18,14)
y dando su asentimiento: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según
tu palabra" (Lc 1,38). Isabel la saludó: "¡Dichosa la que ha creído que se
cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45).
Por esta fe todas las generaciones la proclamarán bienaventurada (cf. Lc
1,48).
149Durante toda su vida, y hasta su última prueba (cf. Lc 2,35), cuando
Jesús, su hijo, murió en la cruz, su fe no vaciló. María no cesó de creer en
el "cumplimiento" de la palabra de Dios. Por todo ello, la Iglesia venera en
María la realización más pura de la fe.
La vocación de María, nuestra vocación.
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido
de mujer (Gálatas 4, 4). Y esta mujer, elegida y predestinada desde toda la
eternidad para ser la Madre del Salvador, había consagrado a Dios su
virginidad, renunciando al honor de contar entre su descendencia directa al
Mesías. María aparece como la Madre virginal del Mesías, que dará todo su
amor a Jesús, con un corazón indiviso, como prototipo de la entrega que el
Señor pedirá a muchos.
En función de su Maternidad, fue rodeada de todas las gracias y privilegios
que la hicieron digna morada del Altísimo. Dios escogió a su Madre y puso en
Ella todo su Amor y su Poder. No permitió que la rozara el pecado: ni el
original, ni el personal. Fue concebida Inmaculada, sin mancha alguna. Su
dignidad es casi infinita. Como en toda persona, la vocación fue el momento
central de su vida: Ella nació para ser Madre de Dios, escogida por la
Trinidad Beatísima desde la eternidad. No olvidemos que también es Madre
nuestra.
La vocación es también en cada uno de nosotros el punto central de nuestra
vida. El eje sobre el que se organiza todo lo demás. Todo o casi todo
depende de conocer, cumplir aquello que Dios nos pide. Pero a pesar de que
la vocación es la llave que abre las puertas de la felicidad verdadera, hay
quienes no quieren conocerla; prefieren hacer su voluntad en vez de la
Voluntad de Dios, sin buscar el camino por el que alcanzarán con seguridad
el Cielo y harán felices a otros muchos. El Señor hace llamamientos
particulares; también hoy.
Nos necesita, porque la mies es mucha y los operarios pocos (Mateo 9, 37).
Hay mieses que se pierden porque no hay quien los recoja. Hágase en mí según
tu palabra, dice la Virgen. Y la contemplamos radiante de alegría. Hoy
podemos preguntarnos: ¿Quiere el Señor algo más de mí?
(Cortesía: iveargentina.org y otros)