La Vocación, la Respuesta, la Fidelidad y el Abandono ¿Es un camino cerrado? Donde todo el mundo piensa igual, casi nadie piensa demasiado
O
Julián Marías
Alfonso Aguiló
Interrogantes.net
La respuesta, la perseverancia, la fidelidad y el abandono
— ¿Entonces, solo somos libres para contestar que sí o que no?
Nosotros no decidimos nuestra vocación, ni la elegimos, sino que la elige
Dios. En ese sentido, es cierto que, a la vocación, fundamentalmente se
responde que sí o que no, pues la vocación es una llamada de Dios desde la
eternidad.
Pero esa llamada no es un hecho aislado, que nos llega en un momento
concreto de la vida, al que se responde que sí o que no, y que a partir de
entonces es ya cuestión cerrada. Esa llamada es una actitud permanente de
Dios, que continuamente nos llama a ser santos en determinado camino y nos
va desvelando su querer con mil pequeñas llamadas cada día.
La vocación es una llamada a la que podemos responder en mayor o menor
medida. Cuando respondemos a una llamada telefónica, abrimos un diálogo,
pero si no tenemos teléfono, o no cogemos la llamada, ni siquiera comienza
el diálogo. Pero si respondemos, se abre entonces una conversación con el
Señor, que dura toda nuestra vida. Un diálogo que está abierto a la libertad
de nuestra respuesta, que está condicionado a cada momento por nuestra
generosidad.
En ese sentido, puede decirse que no hay dos vocaciones iguales, porque Dios
pide a cada uno cosas distintas cada día, como escribió León Felipe: "Nadie
fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo
voy. Para cada hombre y mujer guarda un rayo nuevo de luz, el Sol; y un
camino virgen, Dios."
No está todo preconcebido y cerrado. No somos como unas marionetas de Dios,
sino que nuestra vida estará siempre condicionada por la generosidad de
nuestras respuestas. Cada "sí" nuestro abre la puerta a nuevos
requerimientos de Dios, a nuevas aventuras de generosidad y de entrega, a
una felicidad cada vez mayor.
— ¿Quieres decir entonces que ser fiel no es cuestión solo de perseverar o
no?
Exacto. Hay modos de perseverar que no son fidelidad. Se puede perseverar en
el matrimonio pero no ser fiel. Se puede perseverar en el celibato de un
modo que no podría propiamente llamarse fidelidad.
Al responder que sí a la llamada inicial de Dios, iniciamos un diálogo: "Tú,
Señor, me llamas, y yo me pongo en tus manos. ¿Qué debo hacer, qué
hacemos?". Según cómo respondamos, esa conversación con Dios que es nuestra
vocación alcanzará mayor o menor intimidad, mayor o menor fruto.
Tenemos incluso la posibilidad de cortar ese diálogo, de abandonar la
vocación. Pero lo que se pierde no es la vocación, lo que se puede perder es
la respuesta. Dios ha querido correr el riesgo de nuestra libertad, y por
eso podemos no corresponder a lo que nos pide y cortar esa comunicación. En
ese caso, nosotros seremos los principales perjudicados, pues, como escribió
Saint-Exupèry, "conoces lo que tu vocación pesa en ti, y si la traicionas,
es a ti a quien desfiguras; pero sabes que tu verdad se hará lentamente,
porque es nacimiento de árbol y no hallazgo de una fórmula." La vocación es
como un árbol que germina y crece, no un hecho aislado que un día hemos
descubierto.
Decisiones y compromisos
— Pero no siempre dejar un camino concreto de entrega supone abandonar la
vocación.
Lógicamente. Puede que ese diálogo con Dios nos lleve, con rectitud, a un
cambio, a resituarnos respecto a lo que inicialmente percibimos. Pero eso no
es abandonar la vocación, sino precisar mejor el discernimiento. Por eso, en
todas las instituciones y caminos de la Iglesia hay una serie de plazos y de
etapas de prueba, que permiten ir confirmando ese discernimiento personal,
de manera semejante a como existe el noviazgo antes del matrimonio. Pero,
una vez que han concluido los periodos de prueba, hay un evidente deber de
fidelidad. La llamada divina se percibe en un momento determinado, pero es
desde siempre y para siempre, porque "los dones y la vocación de Dios son
irrevocables" (Romanos 11, 28-29). Con la vocación, el Señor concede los
medios para poder descubrirla y para responder afirmativamente; y después, a
lo largo de la vida, otorga las gracias necesarias para llevar a cabo la
misión confiada.
— Pero una persona puede haber hecho inválidamente esos compromisos
definitivos, por falta de madurez psicológica o de conocimiento.
Eso puede suceder, por supuesto, como también puede suceder en el
matrimonio, donde pueden darse casos de matrimonios nulos por vicio en el
consentimiento. Pero igual que en el matrimonio existe una presunción a
favor del vínculo, también debe haberla en el caso del celibato.
— Entonces, igual que si una persona obtiene la nulidad ya no puede decirse
que no sea fiel, quien obtiene la dispensa o la anulación de su vínculo de
celibato ya no tiene obligación alguna en ese sentido.
La comparación entre el matrimonio y el celibato arroja habitualmente
bastante luz, aunque tiene sus límites, como sucede con cualquier
comparación, en la que siempre hay una parte de similitud y otra de
disimilitud. Desde luego, si se declara una nulidad matrimonial de forma
honesta y legítima, ya no existe el vínculo matrimonial, porque en realidad
nunca existió. Pero si se recurre a ese proceso como un subterfugio para
obtener algo que no responde a la realidad, las cosas son bastante
distintas. Y con la dispensa del celibato sucede algo parecido. Pienso que,
en todo caso, es Dios quien debe juzgar a cada uno según sus obras, pues
solo Él conoce de modo completo lo que sucede en el interior de las
personas.
Defendiendo la vocación
— ¿Piensas entonces que una vez que se ha adquirido un compromiso libre y
definitivo con Dios, lo que procede es en todo caso luchar por ser fiel?
Así lo decía Juan Pablo II en 1995, refiriéndose en aquel caso al celibato
sacerdotal. "La vocación al celibato necesita ser defendida conscientemente
con una vigilancia especial sobre los sentimientos y sobre toda la propia
conducta. Cuando en el trato con una mujer peligrara el don y la elección
del celibato, el sacerdote debe luchar para mantenerse fiel a su vocación.
Semejante defensa no significaría que el matrimonio sea algo malo en sí
mismo, sino que para el sacerdote el camino es otro. Dejarlo sería, en su
caso, faltar a la palabra dada a Dios.
"La oración del Señor: "No nos dejes caer en la tentación y líbranos del
mal", cobra un significado especial en el contexto de la civilización
contemporánea, saturada de elementos de hedonismo, egocentrismo y
sensualidad. Se propaga por desgracia la pornografía, que humilla la
dignidad de la mujer, tratándola exclusivamente como objeto de placer
sexual. Estos aspectos de la civilización actual no favorecen ciertamente la
fidelidad conyugal ni el celibato por el Reino de Dios. Si el sacerdote no
fomenta en sí mismo auténticas disposiciones de fe, de esperanza y de amor a
Dios, puede ceder fácilmente a los reclamos que le llegan del mundo. ¿Cómo
no dirigirme pues a vosotros, queridos hermanos sacerdotes, para exhortaros
a permanecer fieles al don del celibato, que nos ofrece Cristo? En él se
encierra un bien espiritual para cada uno y para toda la Iglesia."
— ¿Y en los casos en que una persona ha abandonado una institución para
fundar otra?
Así han nacido numerosas fundaciones que han llenado de gloria la historia
de la Iglesia. Pero en todos los casos, esas personas han buscado siempre la
aprobación de los superiores jerárquicos competentes –sus autoridades
diocesanas, o bien la Santa Sede– para dar ese paso. Y aunque haya habido
con frecuencia dificultades e incomprensiones, que se dan en todas las
grandes obras, al final han demostrado su rectitud y su origen sobrenatural
y han dado ese paso con la correspondiente aprobación.
Un modo de ver la vida
— ¿Y a qué facetas de nuestra vida afecta la vocación?
Con la vocación no nos hemos propuesto simplemente hacer unas cuantas cosas
buenas. La vocación es algo muy grande, que abarca todas las dimensiones de
nuestra vida. La vocación no es unirse a otras personas buenas para hacer
unas cuantas cosas buenas, es proponerse cambiar el mundo, mejorarlo, y no
porque seamos superhombres –bien lo sabemos– sino porque así entendemos que
lo quiere Dios de nosotros.
Con la vocación cambia la visión de la vida. "Si me preguntáis –escribió San
Josemaría Escrivá en 1932– cómo se nota la llamada divina, cómo se da uno
cuenta, os diré que es una visión nueva de la vida. Es como si se encendiera
una luz dentro de nosotros; es un impulso misterioso, que empuja al hombre a
dedicar sus más nobles energías a una actividad que, con la práctica, llega
a tomar cuerpo de oficio. Esa fuerza vital, que tiene algo de alud
arrollador, es lo que otros llaman vocación.
"La vocación nos lleva –sin darnos cuenta– a tomar una posición en la vida,
que mantendremos con ilusión y alegría, llenos de esperanza hasta en el
trance mismo de la muerte. Es un fenómeno que comunica al trabajo un sentido
de misión, que ennoblece y da valor a nuestra existencia. Jesús se mete con
un acto de autoridad en el alma, en la tuya, en la mía: ésa es la llamada".
La vocación es una luz de Dios, y no vaga o genérica, sino que nos ayuda a
ver de modo concreto, hoy y ahora, personalmente, lo que Dios quiere de
nosotros en cada momento. La vocación no es simplemente una idea que nos
inspira, sino una determinación clara de la voluntad de Dios para nosotros.
Dios quiere de nosotros algo grande, y lo hará Él en nosotros si no ponemos
obstáculos.
Cada día tiene su propio afán
— Pero si la luz es de Dios, y todo depende de que se encienda esa luz, no
hay nada que hacer por nuestra parte, salvo esperar a verla.
Santo Tomás de Aquino ponía la siguiente comparación. Dios es como la luz
del sol, y nosotros estamos dentro de una habitación en la que, si abrimos
la ventana, nos inunda Dios con su luz y tenemos claridad. La luz solar que
entra en la habitación no es efecto solo de que la ventana esté abierta:
tiene que alumbrar el sol. Es Dios quien hace las cosas, pero es preciso que
nosotros lo facilitemos, que no lo impidamos.
— ¿Y si uno se siente con dudas de si será capaz de mantener dignamente ese
diálogo con el Señor que es la vocación?
Lo importante es que cada uno estemos firmemente decididos a ser fieles a lo
que Dios nos pida. Luego ya Dios suple nuestra debilidad. Así lo contaba
Lázaro Linares, al narrar la historia de su vocación, cuando un día de abril
de 1955 expuso esas dudas al director del centro donde deseaba pedir la
admisión en el Opus Dei. Este le escuchó con atención, se aseguró de la
claridad con que se había planteado dar ese paso, y finalmente le preguntó:
"Lázaro… ¿tú crees que podrías perseverar un día? ". "Hombre, sí; un día
sí", le contestó. "¿Y una semana? " "Sí, una semana pienso que también." "¿Y
un mes? " "Hombre, un mes puede ser muy largo, pero supongo que también".
"Entonces –concluyó–, si puedes perseverar un mes, eres capaz de perseverar
toda la vida."
Había en todo aquello, aparentemente simple, mucha profundidad y mucha
sabiduría. Dios nos da en cada momento la gracia necesaria para ser fiel.
Cada día tiene su propio afán y su propia gracia de Dios. Si no hay ningún
obstáculo para vivir el día a día, no tiene por qué haberlos después. Se
trata de mantener la palabra dada a Dios, de mantener vivo ese diálogo
personal con el Señor que no hace ser receptivos a sus requerimientos.
Admirable ante Dios y ante los hombres Me recuerda lo que sucedió a San
Enrique, príncipe heredero de Baviera. A la muerte de su padre, en el año
995, Enrique ocupó el trono con solo veintidós años. Era uno de los
príncipes más instruidos de su tiempo, y su fama de buen gobernante se
difundió enseguida por toda Baviera, ganándose la simpatía de sus súbditos.
Había tenido como maestro a San Wolfgang, que había cuidado de darle una
esmerada educación cristiana. Al poco de morir su maestro, tuvo Enrique un
sueño, la noche del 1 de enero del año 996. En el sueño, San Wolfgang
escribía en una pared esta frase: "Después de seis". Enrique se imaginó que
por medio de ese sueño le avisaba de que dentro de seis días iba a morir, y
se dedicó con todo empeño a prepararse para ese momento. Pero pasaron lo
seis días y no murió. Entonces, pensó que serían seis meses, y procuró obrar
en todo momento con ese mismo pensamiento. Pero a los seis meses tampoco
murió. Concluyó entonces que el plazo era de seis años, y durante ese tiempo
siguió actuando, en su vida personal y en el gobierno de su reino, con la
idea de que el tiempo que Dios le concedía era ese. Pero, a los seis años,
el 1 de enero de 1002, lo que le llegó no fue la muerte sino su proclamación
como Emperador de Alemania. Los seis años de preparación para el encuentro
definitivo con Dios fueron la mejor preparación para su misión en tan alto
cargo, en el que estuvo hasta que falleció en el año 1024. Fue un gobernante
santo y prestó grandísimos servicios a la evangelización de Europa. Sin
duda, aquel sueño le fue de gran ayuda. A nosotros también puede ayudarnos
la idea de poner empeño en ser fieles a la llamada de Dios pensando que el
tiempo que tenemos por delante es corto, pues si somos fieles ahora,
estaremos bien preparados para serlo siempre.
— ¿Y crees que es especialmente difícil ser fiel al celibato en la sociedad
de hoy?
Juan Pablo II decía que para vivir en el celibato de modo maduro y sereno,
es particularmente importante desarrollar profundamente en uno mismo la
imagen de la mujer como hermana o del varón como hermano. En Cristo, hombres
y mujeres son hermanos y hermanas, independientemente de los vínculos
familiares. Se trata de un vínculo universal, gracias al cual el célibe
puede abrirse a cada ambiente nuevo, hasta el más diverso, con la conciencia
del deber de ejercer en favor de los hombres y de las mujeres a quienes es
enviado una auténtica paternidad espiritual, que le concede "hijos" e
"hijas" en el Señor.
La posibilidad de vivir el celibato Y ponderaba siempre esa entrañable
"figura de la mujer-hermana, de tan notable importancia en nuestra
civilización cristiana, donde innumerables mujeres se han hecho hermanas de
todos, gracias a la actitud típica que ellas han tomado con el prójimo,
especialmente con el más necesitado. Una "hermana" es garantía de gratuidad:
en la escuela, en el hospital, en la cárcel y en otros sectores de los
servicios sociales. Cuando una mujer permanece soltera, con su "entrega como
hermana" mediante el compromiso apostólico o la generosa dedicación al
prójimo, desarrolla una peculiar maternidad espiritual. Esta entrega
desinteresada de "fraterna" femineidad ilumina la existencia humana, suscita
los mejores sentimientos de los que es capaz el hombre y siempre deja tras
de sí una huella de agradecimiento por el bien ofrecido gratuitamente.
"Cuando Cristo afirmó que el hombre puede permanecer célibe por el Reino de
Dios, los Apóstoles quedaron perplejos (cfr. Mt. 19,10-12). Un poco antes
había declarado indisoluble el matrimonio, y ya esta verdad había suscitado
en ellos una reacción significativa: "Si tal es la condición del hombre
respecto de su mujer, no trae cuenta casarse" (Mt 19,10). Como se ve, su
reacción iba en dirección opuesta a la lógica de fidelidad en la que se
inspiraba Jesús. Pero el Maestro aprovecha también esta incomprensión para
introducir, en el estrecho horizonte del modo de pensar de ellos, la
perspectiva del celibato por el Reino de Dios. Con esto trata de afirmar que
el matrimonio tiene su propia dignidad y santidad sacramental y que existe
también otro camino para el cristiano: camino que no es huida del matrimonio
sino elección consciente del celibato por el Reino de los cielos.
"El apóstol Pablo, que vivía el celibato, escribe así en la Primera Carta a
los Corintios: "Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas
cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de
otra" (I Cor. 7,7). Para él no hay duda: tanto el matrimonio como el
celibato son dones de Dios, que hay que custodiar y cultivar con cuidado.
Subrayando la superioridad de la virginidad, de ningún modo menosprecia el
matrimonio. Ambos tienen un carisma específico; cada uno de ellos es una
vocación, que el hombre, con la ayuda de la gracia de Dios, debe saber
discernir en la propia vida."