TESTIMONIO DE SANTIDAD: El Papa beatifica a una joven madre italiana que se negó a abortar
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Juan Pablo II defendió la causa del amor y de la vida en la beatificación de
Gianna Beretta, una médico italiana que prefirió morir antes que abortar. En
la misma ceremonia, el pontífice elevó a los altares a otra madre de familia
italiana y a un catequista del Zaire mártir.
En el Año de la Familia, el Papa ha querido beatificar a dos italianas
madres de familia, Gianna Beretta Molla, una médico que tuvo cuatro hijos y
falleció en 1962, y a Elizabetta Canori Molla, fallecida en 1825. Junto a
ellas, beatificó a un joven africano, el zairés Isidoro Bakanja, muerto
mártir en 1908 por su fidelidad a la Virgen María.
Gianna Beretta era una médico de Magenta, en Lombardía, que tuvo cuatro
hijos y que cuando esperaba el último se le diagnosticó un fibroma de útero.
Antes que hacer daño a la criatura, prefirió morir. Ayer, en la
beatificación, estaban presentes su viudo y tres de sus hijos, entre ellos
la última, que tiene 32 años. Fue especialmente emotivo el abrazo que el
Papa dio a esta familia durante el acto. En su homilía, Juan Pablo ll dijo
que Gianna Beretta "supo ofrecer la vida en sacrifico para que pudiera vivir
la criatura que llevaba en su seno, y que hoy está con nosotros. Sabía bien
lo que le podía pasar, pero no se echó atrás ante el sacrificio, confirmando
de este modo la heroicidad de sus virtudes".
El Pontífice rindió homenaje a todas las madres valerosas, "que se dedican
sin reservas a sus familias, que sufren al dar a luz a los hijos, y que
después están dispuestas a afrontar cualquier sacrificio para transmitirles
lo mejor que tienen". Juan Pablo ll señaló que el ambiente es hostil a la
maternidad: "los modelos de civilización, promovidos por los medios de
comunicación, no favorecen la maternidad, en nombre del progreso y de la
modernidad se presentan como superados los valores de la fidelidad, la
castidad y el sacrificio, en los que se distinguen gran número de esposas y
madres cristianas". "A menudo, una mujer decidida a ser coherente con sus
principios se siente profundamente sola, sola con su amor, que no puede
traicionar y al que debe permanecer fiel. Su principio guía es Cristo. Una
mujer que cree en Cristo encuentra un poderoso apoyo precisamente en este
amor que soporta todo. Es un amor que le permite pensar que todo lo que hace
por un hijo concebido, nacido, adolescente o adulto, lo hace al mismo tiempo
por un hijo de Dios". En el ángelus, el Papa volvió a hablar de la defensa
de la vida no nacida, que encomendó a la Virgen, que es especialmente
importante "en estos tiempos, especialmente en el Año de la Familia, cuando
ante la mujer se acumulan todas las amenazas contra la vida que ella está
para traer al mundo".
Amar hasta dar la vida Gianna Beretta, hija de padres profundamente
cristianos, nació en Magenta, Italia, el 4 de octubre de 1922. Era la décima
de trece hijos, de los cuales cinco murieron de poca edad y tres se
consagraron al Señor: Enrique como misionero capuchino, José como sacerdote
y Virginia como religiosa canosiana. Alberto, su padre, quiso que todos sus
hijos tuvieran una carrera universitaria, y les dio ejemplo cristiano
participando cada día en la misa. Gianna creció serena, entregándose a sus
hermanos y hermanas, dedicándose al estudio del piano, sin estar nunca
ociosa; amaba las cosas bellas, la música, la pintura y las excursiones a la
montaña. Cuando tenía dieciséis años asistió a un curso de Ejercicios
Espirituales que dio una orientación a su vida. "Quiero temer el pecado
mortal como si fuese una serpiente -escribió en sus apuntes-; mil veces
morir antes que ofender al Señor".
Diversos problemas familiares turbaron su vida y ella, mientras tanto, se
iba afianzando en su vocación cristiana: participaba diariamente en la Misa,
hacia la visita al Santísimo sacramento y la meditación, rezaba el rosario.
Participaba en diversas asociaciones laicales, como la de los jóvenes
universitarios de Acción Católica. Durante un tiempo pensó en ir como
misionera laica a Brasil. En 1954 encontró al hombre de su vida, el
ingeniero Pedro Molla, dirigente industrial, miembro también de Acción
Católica con el que se casó en 1955. Se preparó para recibir el sacramento
del matrimonio con un triduo de oración que propuso también a su novio. Su
sueño era tener muchos hijos: Pedro Luis (19 de noviembre de 1956), María
Zita (11 de diciembre de 1957), Laura Enriqueta María (15 de julio de 1959).
En el tercer mes del cuarto embarazo se presentó un fibroma en el útero. Fue
el inicio del holocausto. Se operó, pidiendo explícitamente que el tumor
fuera extirpado sin dañar la vida de la criatura que tenía en el vientre, a
pesar de conocer el riesgo mortal que corría: "No se preocupe por mí -dijo
al médico que la iba a operar y que la manifestaba el peligro a que se
exponía si continuaba el embarazo-, basta que le vaya bien al niño". Sin
perder la sonrisa pasó los últimos seis meses orando y dispuesta a lo que el
Señor quisiera de ella, esperando el nacimiento de Juana Manuela, que tuvo
lugar el 21 de abril de 1962. Después de una semana de atroces dolores
causados por la peritonitis séptica que se había presentado, Gianna murió,
después de haber repetido muchas veces durante la agonía: "Jesús, te amo;
Jesús te amo". Era el 28 de abril de 1962.